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Desigualdad de género en procesos educativos incidentes en violencia

hacia la mujer1(pp. 14-19)


Gloria Solís-Beltrán, Mario Fernández-Ronquillo , Luis Solís-Granda , Carlos Terán-Puente
Introducción
La igualdad de género y los derechos de las mujeres son fundamentales para abordar los asuntos
pendientes de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y acelerar el desarrollo mundial más allá de 2015;
así, la igualdad de género es considerada un asunto de derecho y condición para la salud y el desarrollo
de las familias y las sociedades, un motor del crecimiento económico (Naciones Unidas, 2015); de
hecho, existen muchas razones para preocuparse por las desigualdades de género existentes en
importantes dimensiones relacionadas con el bienestar, como educación, salud, empleo o salario
(Klasen y Lamanna, 2009).

Como uno de los retos del nuevo milenio, las Naciones Unidas (2015), considera que:
Si se facilita a las mujeres y niñas igualdad en el acceso a la educación, atención médica, un trabajo
decente y representación en los procesos de adopción de decisiones políticas y económicas, se
impulsarán las economías sostenibles y se beneficiará a las sociedades y a la humanidad en su conjunto.

CEPAL (2016) ha establecido como objetivo de desarrollo sostenible el lograr la igualdad entre los
géneros y empoderar a todas las mujeres y las niñas, específicamente, se plantea como metas: Poner fin
a todas las formas de discriminación contra todas las mujeres y las niñas en todo el mundo, eliminar
todas las formas de violencia contra todas las mujeres y las niñas en los ámbitos público y privado,
incluidas la trata y la explotación sexual y otros tipos de explotación, así como velar por la participación
plena y efectiva de las mujeres y la igualdad de oportunidades de liderazgo a todos los niveles de la
adopción de decisiones en la vida política, económica y pública, entre otros.

La igualdad de género ha sido una prioridad clave para la Unión Europea durante las últimas cinco
décadas, y sigue siendo así (Freidenvall, 2015); como lo reconoce García (2000), aunque los gobiernos
mundiales vienen discutiendo como lograr una situación más equilibrada y justa para la humanidad, es
recientemente cuando han comenzado a identificarse en términos concretos las condiciones esenciales
que en conjunto se requieren para alcanzar esa meta. Algunos de estos cambios han contribuido a
reducir la desigualdad de género o por lo menos a hacerla evidente entre sectores más amplios de la
población (Aguiar y Gutiérrez, 2017).

La búsqueda de la igualdad de género en las últimas décadas ha pasado de los lineamientos generales
a la formulación de políticas, en parte, porque se estima que ésta contribuye a aumentar el crecimiento
económico; sin embargo, a pesar de la multitud de políticas y estrategias para promover la igualdad de
género, persisten significativas desigualdades y las estimaciones sugieren que éstas continuarán durante
muchas décadas (Perrons, 2017).

Dada la conexión obvia entre el éxito educativo y el mercado laboral, se considera que

la educación es clave para reducir las desigualdades de grupo; en particular, se cree que la escolaridad
desempeña un papel fundamental en el éxito de los grupos raciales/étnicos, como los asiáticos, y las
luchas continuas de otros, por ejemplo: negros, nativos americanos e hispanos (Bobbitt, 2007).

Aunque la participación de las mujeres en altos cargos directivos y gerenciales se ha incrementado en

1
Solís Beltrán, G. de L., Fernández Ronquillo, M., Granda, L. E. S., & Terán Puente, C. F. (2018).
Desigualdad de género en procesos educativos incidente en violencia hacia la mujer. PODIUM, (33), 13-24.
https://doi.org/10.31095/podium.v0i33.127

1
las últimas décadas, su participación en la cima de la escala organizacional sigue siendo muy reducida;
las barreras para alcanzar tales posiciones van más allá de la formación, pues hoy en día hay paridad a
nivel educativo, incluso las mujeres en diferentes ámbitos han superado al varón, el problema está más
centrado en los estereotipos vinculados al género, los cuales están en clara disonancia con el rol de
liderazgo, que suele estar compuesto por características masculinas (Contreras, Pedraza y Mejía, 2012).

Esta investigación tiene por objeto indagar sobre el impacto de la desigualdad de género en los procesos
educativos y su incidencia en la violencia hacia la mujer en Ecuador. Partiendo de esta sección
introductoria, se presenta un abordaje teórico sobre la desigualdad de género; luego, su papel en los
procesos educativos, como preámbulo a la discusión de la violencia de género. Así, antes de presentar
las reflexiones finales, se revisan los avances en el Ecuador.

La desigualdad de género
La Igualdad de Género es definida como “la igualdad de derechos, responsabilidades y oportunidades
de las mujeres y los hombres, y las niñas y los niños” (UNESCO, 2015). La discriminación de género es
el trato perjudicial de un individuo o grupo debido al género; no es biológicamente definida para nadie
más que por la sociedad, las normas, la cultura, las personas, etc., que crean el ambiente de
discriminación de género; generalmente, la desigualdad de género o la palabra discriminación se utiliza
para las "mujeres", porque se consideran la parte más inferior y más débil de la sociedad (Shastri, 2014).

La desigualdad de género toma formas diferentes, dependiendo de la estructura económica y de la


organización social de una Sociedad en particular y de la cultura de cualquier grupo particular dentro
de esa sociedad; aunque se habla de desigualdad de género, suelen ser las mujeres quienes resultan
desfavorecidas con respecto a los hombres (Lorber, 2010).

La violencia contra la mujer es la violación más frecuente y universal de los derechos humanos; no
conoce fronteras geográficas, ni límite de edad, ni distinción de clase, ni diferencias culturales o
raciales, y tiene fuertes implicaciones para la igualdad de género, la inclusión social y la salud (Unión
Europea, 2010); está presente en los distintos ámbitos del quehacer social, laboral, educativo,
comunitario, de la salud, y familiar (Camacho, 2014).

Aguiar y Gutiérrez (2017) a partir de diferentes estadísticas, analizan tres procesos relacionados con la
desigualdad de género en México: transición demográfica, desarrollo humano y participación femenina
en el mercado laboral. Se destaca, entre los cambios, el que los hogares tienen menos integrantes, y
ello ha disminuido las cargas de la maternidad y del hogar para la mujer; pero los cambios positivos
han sido contrarrestados por situaciones como el embarazo adolescente, el incremento de hogares
monoparentales de jefatura femenina y la prevalencia de la poca participación masculina en actividades
domésticas. Destacan que, México mejoró en el Índice

Desigualdad de Género por el aumento de la presencia femenina en el congreso, y que los ingresos
representan la mayor desigualdad.

Desigualdad de género en los procesos educativos


La desigualdad de género en la sociedad es un gran problema que no puede ser abordado solo por la
educación; sin embargo, los sistemas educativos y las escuelas pueden contribuir a la igualdad de
género en lugar de sostener las desigualdades (Aikman y Unterhalter, 2007). Un importante foco de la
literatura del tema, ha sido examinar el impacto de la desigualdad de género en la educación sobre el
crecimiento económico (Klasen y Lamanna, 2009); dada la conexión evidente entre el éxito educativo
y los resultados del mercado de trabajo, muchos consideran que la educación es clave para reducir las
desigualdades de grupo (Bobbitt, 2007).

Las actitudes hacia la igualdad están evolucionando, pero la generación más joven de hoy no es inmune
a los estereotipos y disparidades de género; persisten las desigualdades de género en la educación, en

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términos de preferencias de los sujetos de estudio, desempeño y patrones de participación (Comisión
Europea, 2016); la presencia de las mujeres (hombres) en algunos programas educativos puede
facilitarse o restringirse de modo que una consecuencia consista en obstaculizar la incorporación de
ellas (ellos) a ciertas opciones laborales creando brechas y diferencias en los salarios de algunos y
limitando los niveles de ingresos de las otras (Rodríguez y Limas, 2017).

La desigualdad en las ocupaciones está tomando nuevas formas, en lugar de disminuir y, a pesar de su
inversión en educación, las mujeres jóvenes son todavía dos veces más probables que los hombres
jóvenes de ser económicamente inactivos (Comisión Europea, 2016). La UNESCO (2012) también
reporta que la participación femenina en la educación terciaria disminuye de forma notable en la
transición entre la maestría y el doctorado; es aún más significativo el descenso entre quienes se
incorporan al trabajo académico y a la investigación (Ordorika, 2015).

La violencia de género relacionada con la escuela es un fenómeno inaceptable que debilita los esfuerzos
por facilitar educación de buena calidad y alcanzar la Educación para Todos; afecta a la asistencia, el
aprendizaje y la finalización de todos los estudiantes, y tiene repercusiones negativas más amplias para
las familias y las comunidades (UNESCO, 2015).

Es en las escuelas donde se produce este tipo de violencia de género, pero también es allí donde se le
puede poner fin; la escuela debería ser un entorno de aprendizaje donde se cuestionen y transformen
las normas sociales y las desigualdades de género, entre ellas las actitudes y las prácticas que condonan
la violencia (UNESCO, 2015). Entre las acciones fructíferas se incluyen el cambio curricular, enfrentar
el acoso sexual en la escuela y sus alrededores, la formación de maestros sensibles al género y la
atención a los diversos estilos de aprendizaje (Aikman y Unterhalter, 2007).

Castillo y Gamboa (2013), consideran que el proceso de socialización que se da en los primeros años
escolares contribuye a la formación de la identidad social, específicamente al rol género, y que el papel
de la educación es fundamental para visibilizar las desigualdades existentes en la sociedad, muchas de
las cuales se han considerado parte de ella. Discuten la vinculación existente entre el papel de la
educación y el rol del género a través del abordaje de temas como las relaciones sexistas en la
educación, formas de discriminación y transversalización de género en la educación.

Martínez y Bivort (2013) realizan una discusión teórica del valor de los estereotipos como constructos
psicológicos para la comprensión y abordaje crítico y transformador de las inequidades de género en
educación. Los autores analizan diversos aspectos de la educación, estableciendo un énfasis en el
análisis de la educación universitaria y el trabajo académico. Primeramente, discuten la igualdad en
educación como un objetivo que tradicionalmente se ha simplificado como equidad, para luego
introducir los estereotipos de género como construcciones teóricas crecientemente estudiadas y muy
útiles, en tanto se encontrarían cercanas a las bases simbólicas de las brechas de género en educación,
afectando tanto las estructuras educacionales, como los niveles más subjetivos de la relación entre
género y conocimiento.

Buchmann, DiPrete, y McDaniel (2008) a partir de la revisión de investigaciones empíricas y las


perspectivas teóricas sobre las desigualdades de género en el desempeño educativo y el logro desde la
primera infancia hasta la edad adulta, plantean que, gran parte de la literatura sobre niños y adolescentes
atiende a las diferencias de rendimiento entre niñas y niños; y que, el logro en la escuela primaria y
secundaria está vinculado con el nivel de educación que finalmente se logra incluyendo la terminación
de la escuela secundaria, la matrícula en la educación postsecundaria, la terminación universitaria y las
experiencias académicas de posgrado y profesional. Con base en el trabajo realizado, recomiendan tres
direcciones para futuras investigaciones: (A) esfuerzos interdisciplinarios para comprender las
diferencias de género en el desarrollo cognitivo y las habilidades no cognitivas en la primera infancia,
B) investigación sobre la estructura y las prácticas de la escolarización, y (C) análisis de cómo las
diferencias de género podrían amplificar otros tipos de desigualdades, como las desigualdades raciales,

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étnicas, de clase o de la natividad.

Desigualdad de género y violencia


La relación entre género y violencia es compleja; las desigualdades de género tienen un amplio impacto
en la sociedad, donde a menudo, aumentan el riesgo de actos de violencia por parte de los hombres
contra las mujeres (World Health Organization, 2009). La violencia de género está enraizada en las
desigualdades estructurales entre hombres y mujeres; es a la vez causa y consecuencia de la desigualdad
de género, incorporando una variedad de crímenes y comportamientos incluyendo abuso físico,
emocional, sexual, psicológico y económico (Lombard, 2015).

En la Asamblea General de las Naciones Unidas (1993) la violencia contra la mujer fue definida como:
Todo acto de violencia de género que da lugar a, o es probable que resulte en daño o sufrimiento físico,
sexual o psicológico a las mujeres, incluidas las amenazas de tales actos, la coacción o la privación
arbitraria de la libertad, ya sea en la vida pública o en la vida privada. (p.2)

Esta definición fue ampliada en 1995 por la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Plataforma de Acción
de Beijing (Cruz y Klinger, 2011). Responde a varios factores sociales y culturales institucionalizados,
complejos e interconectados, que han mantenido a las mujeres particularmente vulnerables a la
violencia que les atañe, todas ellas manifestaciones de poder históricamente desiguales entre las
relaciones entre hombres y mujeres (UNICEF, 2000). En consecuencia este tema ha recibido una
creciente atención en las Naciones Unidas como una forma de discriminación y una violación de los
derechos humanos de las mujeres; la comunidad internacional se ha comprometido a proteger los
derechos y la dignidad de las mujeres y los hombres a título individual, mediante numerosos tratados y
declaraciones. Las pruebas reunidas

por los investigadores acerca de la difusión generalizada y las múltiples formas de violencia contra la
mujer, unidas a campañas de promoción, desembocaron en el reconocimiento de que la violencia
contra la mujer era de carácter mundial y sistémica y estaba arraigada en los desequilibrios de poder y
la desigualdad estructural entre los hombres y las mujeres (Naciones Unidas, 2007).

Si la violencia contra las mujeres es la expresión más extrema de la desigualdad, parece difícil avanzar
en su erradicación sin abordar la desigualdad estructural de género que atraviesa las sociedades
latinoamericanas, y que se expresa en las limitaciones para el ejercicio de las autonomías física,
económica y en la toma de decisiones; por eso, es importante preguntarse cómo se enmarcan las
políticas sobre violencia contra las mujeres en relación con las políticas más amplias para promover la
igualdad de género. Lo cierto es que son pocos los países de la región que han aprobado planes contra
la violencia y que también cuentan con planes más amplios de igualdad de género, aunque éstos
siempre incluyen como uno de sus componentes la lucha por la erradicación de la violencia (Gherardi,
2015).

La violencia doméstica es la forma más común de violencia contra la mujer. No existe una definición
acordada internacionalmente de violencia doméstica que aborde el tema en su totalidad, pero las
principales definiciones coinciden en que la violencia doméstica es violencia en la familia o en la
unidad doméstica, incluyendo, entre otras cosas, agresión física / maltrato; agresión / abuso mental,
emocional y psicológico; violación y abuso sexual entre cónyuges, parejas regulares u ocasionales y
cohabitantes (Unión Europea, 2010). Aunque las desigualdades de género son los principales
mecanismos sociales detrás de la (re) producción de la violencia doméstica, las respuestas políticas a la
violencia doméstica como un problema relacionado con el género varían tanto a nivel nacional como
transnacional (Virkki, 2017).

Las políticas que abordan la violencia contra la mujer se expandieron dramáticamente en todo el mundo
a finales de los 90 y la primera década de los años 2000 (Pierotti, 2013). En América Latina y el Caribe,
hasta los años noventa, la violencia contra las mujeres, principalmente, la acaecida en el ámbito

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familiar, era considerada un asunto privado en el cual el Estado no debía intervenir; por otro lado, poco
se conocía sobre la magnitud del problema, de manera que se tendía a asumir que la violencia hacia la
población femenina ocurría de forma aislada, y no se la concebía como un problema social y de política
pública (Camacho, 2014).

La multiplicidad de causas de la violencia contra la mujer (cultural, económica, legislativa, política y


personal) requiere un enfoque político multidimensional que integre: la acción legislativa, la acción
preventiva, la protección de las víctimas y los servicios de apoyo y reintegración que abarcan diferentes
áreas de intervención; la población entera, así como el enjuiciamiento y el tratamiento de los
perpetradores (Unión Europea, 2010).

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Mas de tres décadas de los estudios de genero en América Latina2(197-212)
Teresita De Barbieri

Muchas diferencias existen entre el feminismo sufragista, también llamado primera ola del feminismo
(1840-1920), y el de la segunda, que surgió en los años sesenta del siglo xx. No era para menos.
Emergieron y se desarrollaron en contextos que habían atravesado procesos sociales, políticos,
económicos y culturales muy distintos. Y como es obvio, el segundo nació y creció sobre las bases
avanzadas en la primera ola: los derechos políticos, civiles y laborales, los servicios proporcionados
por la seguridad social, la expansión educativa y el acceso de importantes contingentes de mujeres a
los estudios universitarios y las carreras académicas, entre otras diferencias significativas. No obstante,
los cambios en el estatuto jurídico, hacia mediados de la década de los sesenta las mujeres comenzaron
a externar diversos malestares por las limitaciones en el ejercicio de las libertades, comprendiendo que
la igualdad proclamada en las leyes, las constituciones y los acuerdos internacionales estaba lejos de
conformar sus vidas cotidianas. Los movimientos feministas resurgidos primero en Europa y Estados
Unidos y luego, con mayor o menor intensidad, en distintos países del mundo, hicieron públicos esos
malestares, los nombraron y exigieron soluciones a los estados, las instituciones y las respectivas
sociedades, a sus cónyuges y compañeros, a los varones y, por que no, también a las mujeres, ellas
mismas y las otras.

Sin embargo, en modo similar a las sufragistas, las feministas no encontraron respuestas a sus problemas
en las bibliotecas y centros de documentación. Hasta las mas ilustradas y eruditas hallaron textos
justificatorios de la subordinación de las mujeres y solo unos pocos títulos que tomaran distancia de las
ideas dominantes, con datos sistemáticamente obtenidos y sometidos al análisis. De modo que, ante
tales carencias y la necesidad de fundamentar las criticas a las situaciones vividas, las demandas y
propuestas para superarlas y, en términos mas amplios, comprender la condición femenina y los
procesos que desembocaban en ella, algunas militantes y simpatizantes de la causa de las mujeres se
dieron a la tarea de transformar los malestares en preguntas plausibles de ser contestadas por procesos
de investigación.

Entonces se hicieron evidentes los enormes vacíos teóricos y de informaci6n: inexistencia de categorías
analíticas donde ubicar las observaciones y, por lo tanto, dificultades para transformar los problemas
reales en problemas teóricos y formular hipótesis con cierto grado de generalidad y comprensión. Al
mismo tiempo, instituciones y procesos sociales determinantes de la vida de las mujeres, como por
ejemplo las familias y los hogares, tampoco eran investigados sistemáticamente y el campo de estudio
gozaba de muy escaso prestigio. La información estadística disponible muchas veces no discriminaba
por sexo ni consideraba variables que pudieran dar luz sobre aspectos particulares de la condición
social de la poblacion femenina. También eran escasos los estudios históricos que dieran cuenta de las
condiciones de las mujeres en el pasado, su participación en los procesos sociales, las ideas y
representaciones que las acompañaban.

Así fueron surgiendo con fuerza, a partir de los años setenta, grupos de investigadoras que individual o
colectivamente se dieron a la tarea de producir conocimientos y reflexionar sobre resultados, hallazgos
y maneras de proceder. Ahí reside una diferencia fundamental entre una y otra ola del movimiento
feminista internacional: desde los años de 1960 y 1970 los malestares que mostraban grupos cada vez
mas numerosos de mujeres dieron lugar a la producción sistemática de conocimientos inexistentes hasta
entonces, ya fuera con ellas como objetos de estudio, ya sobre otros problemas poco o nada explorados,
pero que permitían comprensiones mas amplias sobre la condición femenina.

2
De Barbieri, T. (2004). Más de tres décadas de los estudios de género en América Latina. Revista Mexicana
De Sociología, 66, 197-214. doi:10.2307/3541450

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Es necesario tomar en consideración dos características en este proceso. Ninguna disciplina en las
ciencias sociales y las humanidades quedo al margen, aunque algunas se hicieron presentes con mas
fuerza desde el inicio: la antropología, la historia, la psicología, la literatura y la filosofía. Otras fueron
bastante mas reticentes como la ciencia política y la economía, si bien profesionales de las disciplinas
aparecieron desde el inicio dedicadas al estudio de la cuestión. La sociología, a medio camino entre
unas y otras, apenas en los ochenta incorpora el tema (Stacey y Thorne 1985). La segunda característica,
ligada a la anterior, habla de la diversidad de temas y problemas que se constituyeron en sujetos de
investigación: los que dan cuenta de lo que mayoritaria o exclusivamente que hacen las mujeres -
maternidad, trabajo domestico, educación preescolar y primaria-; y los que estudian los espacios donde
son solo la excepción o están ausentes: los movimientos sociales, la participación política, las cárceles,
los gobiernos.

Este movimiento intelectual permitió la ruptura epistemológica que significó la construcción de la


categoría genero. Introducida por Ann Oakley en Gran Bretaña, fue el articulo seminal de Gayle Rubin
(1986) en los Estados Unidos en la mitad de los setenta, el que puso las bases para dotar de contenido
teórico al conjunto abierto de problemas que se estaban tratando. Los sistemas de género como
universos simbólicos de muy amplio alcance, que definen a los seres humanos sexuados, norman las
relaciones entre varones y mujeres, entre varones y entre mujeres, crean, mantienen y reproducen las
instituciones especificas, orientan la acción y le dan sentido, y constituyen uno de los grandes ejes de
la desigualdad y la estratificación sociales. Porque la investigación comprobó una y otra vez la
subordinación de las mujeres a los varones en la actualidad, la historia y la prehistoria conocidas. En
sus modalidades concretas, por lo tanto, han sido y son sistemas de dominación masculina.

(…)

2. En América Latina no quedamos al margen del movimiento. Muchas académicas estuvimos en la


avanzada del feminismo. No olvidemos las profundas distancias de nuestras sociedades en términos de
clase y estratificación social, el racismo y las étnicas; la precariedad de los estados de derecho y su
concomitante, la debilísima constitución de las condiciones de persona y ciudadanía, esto es, de los y
las sujetos de derecho. Recordemos los bajos niveles de educación formal de la población hacia 1970.
En pocas palabras, se abrían desafíos intelectuales campos inexplorados hasta entonces. Los malestares
de las mujeres como los de muchos otros sectores oprimidos, no eran -ni lo son hoy en infinidad de
situaciones- externados con facilidad por las grandes mayorías que los padecen. Ponerlos de manifiesto
fue tarea de las feministas y otros grupos de mujeres a lo largo de los años setenta y comienzos de los
ochenta, cuando el movimiento se expandió en la región. A la par, debimos criticar las posturas de
quienes los consideraban producto de las desigualdades de clase, etnia o raza, pero no originadas en
el hecho de ser mujeres. Y por lo tanto, comenzar a actuar ya, no esperar a tomarlas en cuenta y
atacarlas cuando esas supuestas mas importantes desigualdades fueran resueltas, como sostenía con
insistencia gran parte de la izquierda y los amplios sectores masculinos -y también femeninos-
ilustrados.

Poco a poco documentamos y pusimos de manifiesto las aberrantes y tristes condiciones de vida y de
trabajo, la subordinación manifiesta o latente legitimada como natural, la violencia siempre al acecho,
los enclaves de discriminación, las muy diversas modalidades
de resistencia y rechazo a la dominación
masculina. A medida que demostramos nuestra solvencia académica, fuimos vistas con cierta
simpatía
por colegas y autoridades universitarias; pero dadas la pobreza de nuestras instituciones de educación
superior y las resistencias al tema, la parte mas importante de financiamiento provino -en la mayoría de
los países latinoamericanos- de la llamada cooperación internacional, fundaciones y fondos privados y
estatales de los países centrales que se canalizaron mayoritariamente a
través de organizaciones no
gubernamentales (ONG). Posteriormente, a mediados de los anos ochenta, también fuimos
consideradas
por los distintos sectores -gubernamentales y privados, nacionales e internacionales-
comprometidos con el descenso de la fecundidad. Entonces la cooperación externa redoblo sus apoyos

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para reuniones, encuentros, conferencias, con sus viajes por el mundo Los proyectos de investigación
quedaron reducidos a los temas problemas que las financieras determinaban. Salirse de sus prioridades
llevo al ostracismo y a los cada vez mas escasos recursos de las cada vez mas pobres universidades y
centros de educación superior A veces, se encontraron financiamientos para programas docentes.

Pese a las limitaciones, la rebeldía de las mujeres se ha expandido en América latina dando lugar a
organizaciones civiles propias, penetración en espacios dominados por los varones, aprobación de
instrumentos legales que emplean la coacción del Estado y de instancias gubernamentales especificas
desde donde se ponen en marcha políticas publicas y programas oficiales para quebrar los aspectos
mas lacerantes de la dominación, la exclusión y las jerarquías.

Un papel relevante ha jugado la Organización de las Naciones Unidas y su familia de organismos


especializados, ya sea par la promoción de proyectos de investigación y reuniones académicas
regionales o la promoci6n de la participaci6n de los gobiernos y las organizaciones civiles en las
conferencias mundiales de mediados de los decenios de 1970, 1980 y 1990. Estas ultimas han sido y
son relevantes para generar iniciativas de instrumentos jurídicos y agendas de políticas publicas
posteriormente elaboradas y puestas en marcha. Un primer hito lo constituyo la Convención para la
eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, aprobada en 1979 por la Asamblea
General y ratificada en los años posteriores por la mayoría de los parlamentos de los estados miembros.
Otro documento importante fue la Convención interamericana para prevenir sancionar y erradicar la
violencia hacia las mujeres, también conocida como la Convención de Belem do Para, aprobada en
1995 en el ámbito de la Organizaci6n de los Estados Americanos.

3. Conviene recordar: el resurgimiento del feminismo ocurre en los últimos años de vigencia del modelo
de Estado de bienestar keynesiano y su contraparte en la guerra fría, la propuesta del socialismo real
sostenida por el bloque comandado por la URSS. En el transito de esos modelos a la actualidad
dominada por el privilegio del mercado en la economía y en la sociedad -casi cuatro décadas de
historia-, se produjeron cambios importantes en la condición de las mujeres latinoamericanas, al mismo
tiempo que en el movimiento, sus formas de organización, sus demandas y propuestas.

Brevemente: la fecundidad se ha reducido a menos de la mitad;
la educación se expandió hasta superar


en promedio el umbral de la primaria e importantes contingentes de mujeres jóvenes ingresan en los
niveles superiores de educación; los mercados de trabajo femeninos se diversificaron y las tasas de
participaci6n de las mujeres se duplicaron con respecto a las calculadas para los años setenta; los
sistemas políticos se han abierto a procesos democráticos, incluidos los partidos y los gobiernos, en los
que las ciudadanas son una masa electoral no desdeñable y muchas aspiran a participar como
candidatas a cargos de representación y de gobierno; las so- ciudades acusan un mayor compromiso
femenino en una pléyade de organizaciones civiles y movimientos sociales.

Hoy en día, las sociedades latinoamericanas han dejado de ser mayoritariamente rurales, pero la
pobreza y la miseria se han incrementado en las ciudades y los campos. Porque, como es sabido, los
salarios reales se redujeron, a la par que el empleo precario e inestable, y el autoempleo se ampliaron
hasta ser la forma mayoritaria de generación de ingresos. La incorporación de las mujeres a los mercados
de trabajo ha servido para mantener ingresos familiares deteriorados en el mejor de los casos. De modo
que las finanzas publicas sanas no se acompañan de un estado similar de las sociedades.

Estos cambios no han afectado por igual a toda la población femenina. Según la dimensión de que se
trate, puede ser mas o menos abarcativa. Por ejemplo, se ha llegado a niveles de cobertura muy amplia
-total o casi total- de los servicios de control de la fecundidad; pero no ocurre lo mismo con los
mercados de trabajo donde solo un porcentaje reducido logra acceso a ocupaciones estables, con
seguridad social, salarios e ingresos de acuerdo con las necesidades para el desarrollo de una vida según
los estándares internacionalmente aceptados. Podría decirse que solo alrededor de la tercera parte de
las mujeres latinoamericanas que desempeñan alguna actividad generadora de ingresos se encuentran

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hoy en condiciones de sujetos de derecho constituidos e incorporados a la modernidad (Garcia, 1997).
Es decir, también desde el punto de vista de genero, el desarrollo latinoamericano sigue mostrando sus
antiguos rasgos fundamentales: desigual, combinado, excluyente y marginador.

En esta mayor complejidad y diversidad de las sociedades latinoamericanas se han redefinido las esferas
de acción, publica, estatal, privada, domestica e intima.

4. Después de mas de tres décadas de cambios en la condición de las mujeres y de investigación y


análisis llevados de manera más o menos sistemática, aparecen con claridad dos grandes nudos
complejos de desatar: la maternidad y la violencia.

Pese a los esfuerzos por suplantar los úteros, las mujeres siguen siendo el conjunto humano compuesto
por quienes tienen, han tenido o tendrán la capacidad corporal de producir otros seres humanos,
mujeres y varones. Posibilidad que no tienen estos últimos. Pero que solo es efectiva, en tanto
probabilidad, en una etapa la vida y solo en ella: desde la menarquia hasta la menopausia.

Los diferentes métodos para el control de la fecundidad mayoritariamente de uso femenino. Sin
embargo, las legislaciones latinoamericanas no coinciden en otorgarles a las mujeres la plenitud de la
capacidad de decisión de engendrar o no engendrar de producir o no producir un hijo o hija en sus
cuerpos.

Mas allá de las leyes, reglamentos y servicios sobre anticoncepción y aborto, el embarazo, el parto, el
puerperio, la lactancia por extensión, la crianza de las y los niños hasta las fases finales de la
adolescencia constituyen episodios fundamentales en la de gran parte de las mujeres y en función de
ellos se organiza cotidianidades. Las soluciones concretas a estos episodios y sus secuencias han variado
y dependen de los recursos disponibles ingresos familiares, acceso a servicios públicos y privados de
salud, educativos y de seguridad social, tradiciones culturales con sus sellos regionales, de clase y
étnicos. Todo el proceso exige esfuerzos no solo de las mujeres. Intervienen también las y los restantes
integrantes de los grupos domésticos, principalmente los varones-padres- esposos (o compañeros). Y de
otras instancias, como las redes de parientes. Porque al final de cuentas, en la producción y crianza de
las y los niños están involucrados intereses colectivos para asegurar, en cantidad y en calidad, las y los
efectivos de las próximas generaciones. Incluidos los intereses del Estado, definitivamente claros desde
finales del siglo XIX y a todo lo largo del xx.

En la practica de los estados de bienestar y de los estados socialistas, la atención a la salud se


medicalizó, dándose especial cuidado a las mujeres y a las y los bebes. Se brindó a las madres
trabajadoras servicios de guarderías infantiles hasta que las y los niños se incorporaban al sistema
educativo. Hoy en día, con la quiebra de ambos modelos, en los países latinoamericanos ha vuelto a
considerarse la atención a la salud y el cuidado de los y las niñas menores de seis años asuntos
principalmente privados en los que el Estado poco debe hacer e invertir, mas allá de las medidas que
permiten mantener el crecimiento poblacional controlado y sin que se disparen epidemias y alarmas
sanitarias.

De manera que, a pesar del menor numero de hijos por mujer y los adelantos de la modernidad, no
han disminuido las tensiones entre la vida del hogar y los servicios públicos, los horarios y las cargas
de trabajo en comparación con décadas pasadas. En particular para las madres que desempeñan
actividades extra-domesticas. El tiempo dedicado a fortalecer la relación materno filial se vuelve cada
vez mas complicado, en gran medida mediado por otras actividades. Y la maternidad, en sentido
amplio, tiempo-espacio plagado de contradicciones.

El otro problema es el de las distintas modalidades que asume la violencia contra las mujeres. A
diferencia de la maternidad y la reproducción, es una cuestión descubierta, analizada y construida
la
segunda ola del feminismo, hasta ocupar un lugar relevante en agendas nacionales e internacionales.

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Se distingue como cambio especifico la violencia de genero, es decir, aquella que tiene como victima
a las mujeres en tanto mujeres. Tres son las modalidades no excluyentes, que centran la atención: la
violencia sexual, la domestica y el feminicidio. Lo interesante es que la primera, contrariamente a los
que se suponía en los años sesenta y setenta, no se acontece en los espacios públicos una vez que cae
la tarde y reina la oscuridad. En muchas situaciones, es en los hogares donde son victimas las niñas y
adolescentes -y también varones en esas etapas de la vida-, agredidas sexualmente por familiares
cercanos: padrastros, padres, tíos, abuelos, amistades de sus padres y madres. Es decir, formas diversas
de incesto.

Por otro lado, se conoce cada vez mas de la violencia económica, física, psicológica y sexual, que en
el extremo llega a la muerte, ejercida en el domicilio familiar sobre las mujeres en todas las etapas de
la vida. En franca contradicción con la representación del ámbito domestico y la familia como lugar de
la vida, de la armonía y el encuentro distendido entre cónyuges y parientes, se muestra como espacio
privilegiado para el ejercicio de la violencia de genero y a los cónyuges o compañeros como los
victimarios principales.

El feminicidio, por su parte, es un concepto de reciente creación, elaborado para dar cuenta y analizar
las practicas de violencia física, psicológica y sexual ejercidas masiva y sistemáticamente hasta el
asesinato sobre mujeres. Seria una especie de genocidio cometido exclusivamente en mujeres y por el
hecho de ser tales. El registro y análisis han cobrado importancia a partir de los crímenes ocurridos en
las guerras de la ex Yugoeslavia, Ruanda y en Ciudad Juarez, Chihuahua.

Pero las sociedades latinoamericanas están plagadas de practicas sociales en las que el ejercicio de la
violencia sobre los cuerpos femeninos es vivido como natural por sus actores, varones y mujeres.
Me
refiero a una gama amplia y muy diversa. Por ejemplo, los primeros anos de vida matrimonial enfrentan
a las jóvenes recién casadas con la autoridad y el control que ejercen los parientes directos de los
esposos, principalmente las suegras. El patrón de residencia patrivirilocal, que produce hogares
extendidos en diversos sectores, principalmente campesinos, da como resultado una división del trabajo
domestico en que a las nueras jóvenes se les adjudican las tareas mas pesadas y menos creativas: lavar
y planchar la ropa, recoger leña, acarrear agua, hacer las tortillas, bajo la mirada exigente y muchas
veces despectiva de la suegra. Esta controla el espacio en que pueden moverse las nueras, las que deben
pedirle permiso para cualquier salida fuera de la vivienda, como ir a visitar a la madre cuando esta
enferma, tal como señalan desde hace ya muchos anos los reportes de investigaciones sobre la vida y
el trabajo de las mujeres en el medio rural. O los que tienen lugar en los ámbitos
de atención a la salud,
hospitales y centros de consulta externa en gineco-obstetricia del sector publico en Santiago de Chile:
desde
los porteros hasta las y los directores y el personal profesional dan trato autoritario y degradante
a las mujeres -por lo regular pobres- que concurren para ser atendidas (conversación personal con María
Isabel Matamala). O la comprobaci6n de la virginidad de la novia por parte de la suegra, en una
ceremonia semipública, que ha sido descrita por Miano (2002) en Juchitan, Oaxaca, como parte del
ritual matrimonial. Las mujeres zapatistas, por su parte, expresaron en positivo la critica a una practica
tradicional violenta; en su ley de enero de 1994, el articulo séptimo dice "Las mujeres tienen derecho
de elegir a su pareja y a no obligadas por la fuerza a contraer matrimonio" (EZLN, citado Ramos, 2002:
11). Estas y muchas otras manifestaciones indignas y dolorosas son vividas como propias de la
naturaleza de las por victimas y victimarios de uno y otros sexos.

Un tercer problema, cada vez mas claro a medida que se procede a corregir las formas mas evidentes
de la desigualdad entre mujeres y varones, esta constituido por las resistencias y desobediencia a las
reformas introducidas en las legislaciones. Desconocimiento las nuevas leyes, insuficiencias en los
aparatos de justicia, prevalencia de la costumbre y sus sesgos masculinos en los diversos actores: jueces,
ministerios públicos, las y los abogados defensores, temor de las mujeres a perder ciertas prerrogativas
y asumir responsabilidades nuevas, pero sobre todo de los varones a perder privilegios de que
injustamente han gozado hasta ahora. Todo cual apunta no solo a la lentitud de los cambios en la
materia; habla de las dificultades en el empleo de la coacción legitima del Estado para asegurar la

10
justicia y la igualdad en las relaciones entre mujeres y varones y entre mujeres. En otras palabras, la
organización del genero conforma una estructura muy solida, llena de vericuetos, profundamente
enraizada en las instituciones y las personas. Las transformaciones acaecidas hasta ahora no parece
hayan llegado a las partes medulares de las estructuras. Para avanzar se hacen necesarios quiebres en
las líneas de la dominación masculina.

Pero hoy por hoy en la región, las propuestas exitosas mas amplias, es decir, las que han llegado a
constituirse en normas legales tienen muchas limitaciones. Se enfrentan con estados débiles, que no
llegan a aplicar la ley en la totalidad de las poblaciones y territorios bajo su jurisdicci6n. Por lo tanto,
la coacción legitima del Estado no logra imponerse a la sociedad, y en particular a los sectores
masculinos que ejercen la dominación en la sociedad y controlan los centros del poder del Estado.

5. A casi cuarenta años del inicio de la producción de conocimientos sobre las mujeres y el genero, el
balance muestra un campo de investigación de gran dinamismo. Se incorporan nuevos temas; se
redefinen y enriquecen problemas y preguntas formuladas desde hace mas de tres décadas, como por
ejemplo, las referidas al trabajo domestico y los mercados de trabajo, la salud, la educación, la
sexualidad, las migraciones; a su vez, la incorporación de la mirada desde el genero permite mayor
comprensión para cuestiones como la pobreza, la administraci6n estatal, las relaciones internacionales,
la guerra y la paz, entre otras. Las diferentes disciplinas se penetran unas con otras, enriqueciendo las
categorías de análisis, los conceptos, la elaboración de variables complejas y de indicadores mas
precisos. De modo que, junto con los nuevos problemas de investigación apenas esbozados, es posible
construir objetos de estudio precisos que hipotetizan relaciones sociales complejas en contextos muy
acotados.

Mientras tanto, es posible avanzar en la comprensión de las estructuras de los sistemas de genero, que
permita identificar sus componentes centrales y los periféricos, elaborar periodizaciones,
particularidades de la articulación con los otros ejes de distancia y conflictos sociales.

Una cuestión a desentrañar tiene que ver con las relaciones entre sistemas de genero y sistemas de
parentesco. La antropóloga francesa Frantoise Heritier (1996; 2002) sostiene que todos los sistemas de
parentesco que han sido estudiados hasta ahora con detenimiento presentan una característica común:
la "valencia diferencial de los sexos". Es decir, están basados en la minusvalía de las mujeres frente a
los varones.

El problema entonces es ¿por que la subvaloración de las mujeres? Intentare una contextualización
benévola. Los sistemas de parentesco son elaboraciones sociales muy antiguas que definen la
modalidades de la reciprocidad entre los seres humanos en función del sexo y las generaciones. Sus
orígenes se remontan a momentos en que la vida humana en términos biológicos era precaria: de corta
duración por las dificultades para obtener dietas suficientes y variadas durante todo el año, la
indefensión ante los agentes externos de todos los tamaños, desde las picaduras de insectos y serpientes
venenosas a las bacterias y los virus. En ese contexto es probable una mayor vulnerabilidad de las
mujeres entre la menarquia y la menopausia: embarazo y las probabilidades de aborto el parto y sus
imprevistos, el puerperio con sus riesgos de infecciones, la lactancia y sus abscesos; es decir, la
exigencia de mayo cuidado hacia los cuerpos femeninos para asegurar el buen termino de esos
procesos, tanto para las y los niños como para las madres.

Esas mismas condiciones de precariedad de la vida humana permiten entender la extensión de la


minusvalía femenina durante todo el ciclo vital. Aquella, hace apenas tres siglos, no pasaba en
promedio de los 30 años y era, a diferencia de hoy en día, tan corta para las mujeres como para los
varones. En otras palabras, era muy excepcional para ambos sexos llegar a la vejez. Por la vía de las
instituciones se protegía, por lo tanto, en las niñas y adultas, a todas las madres potenciales y reales
desde el nacimiento hasta esa muerte ocurrida a edades tan tempranas.

11
Pero esas condiciones han cambiado sustancialmente. La vida humana se ha alargado poco a poco
desde los inicios del por la disponibilidad de alimentos variados, el control creciente de los procesos
de salud-enfermedad y descubrimientos e invenciones propias de la modernidad, que retrasan el
desgaste de los cuerpos. Los niños que nacen en México hoy tienen una esperanza de vida de 73 anos
y las niñas de 78. El círculo se completo durante la segunda mitad del siglo xx con la invención y
expansión de métodos anticonceptivos eficaces y baratos que permiten ajustar voluntariamente el
numero de las maternidades y sus momentos. En otras palabras, si el genero se estableció por el control
de la capacidad reproductiva de las mujeres en contextos de precariedad de la vida humana, hoy en
día esas condiciones han sido superadas aun en regiones atrasadas.

12
Deconstruyendo la categoría de mujeres víctimas del desplazamiento en
Colombia3 (pp. 83-93)
Catalina Revollo Pardo
Resumen

Objetivo. Deconstruir la categoría de mujeres víctimas del desplazamiento en Colombia. Metodología.


Se realizó un análisis del contenido de los testimonios de las mujeres víctimas del desplazamiento que
participaron de la investigación traduciendo los testimonios de las mujeres víctimas del desplazamiento
en Colombia. Resultados. Los resultados localizaron en los testimonios elementos y hechos del
cotidiano de las mujeres víctimas, referentes a los procesos de militancia política en las organizaciones
de base y en el movimiento de víctimas a nivel nacional, analizándolos desde la perspectiva de género
de los estudios feministas poscoloniales y decoloniales. Conclusión. La categoría de mujeres víctimas
se articula desde la lógica de los procesos de militancia política, la cual está atravesada por la lógica de
la sociedad patriarcal que las victimiza de varias maneras, y en contraposición generan estrategias de
reexistencia, resignificando su condición de mujeres víctimas.

Palabras clave: mujeres víctimas, género, posconflicto, psicosociología de comunidades.

(…)

Metodología - Análisis de los testimonios de las mujeres víctimas del desplazamiento: el camino para
deconstruir la categoría mujer víctima del desplazamiento

El testimonio abre caminos para evocar los recuerdos de las memorias de los grupos y los sujetos que
pertenecen a estos grupos. Específicamente los testimonios sobre hechos victimizantes, son evocados
con la finalidad de recuperar las memorias de los hechos para desestabilizar los discursos hegemónicos,
que pretenden manipular el pasado con finalidades perversas. Según Sarlo (2007): “Cuando acabaron
las dictaduras de Sur América, recordar fue una actividad de restauración de los lazos sociales
comunitarios perdidos en el exilio o destruidos por la violencia de Estado. Tomaron la palabra, las
víctimas y sus representantes” (p. 45).

El choque de la violencia de Estado no fue una barrera para escuchar y construir la narración de la
experiencia sufrida. Las dictaduras representaron una ruptura de época y, así mismo, no existió el
silenciamiento, por el contrario, los discursos testimoniales fueron importantes para restaurar la esfera
pública de los derechos (Sarlo, 2007).

Los testimonios de las víctimas del desplazamiento son el legado de una población que busca hacer
justicia. Una justicia más humana, que defiende el derecho a la vida, buscando abrir caminos para un
reconocimiento y una redistribución justa a esta población, que necesita abrir nuevos espacios en otros
contextos sociales totalmente desconocidos, como lo es la vida en las grandes ciudades.

Hacer aparecer estos testimonios del cotidiano de la militancia de las mujeres víctimas, tiene la
intención de describir las dinámicas de opresión patriarcal de las mujeres desplazadas que luchan por:
un retorno con garantías, una reparación, una vida digna en la ciudad (en cuanto retornan). Y todo lo
anterior, en el contexto de una sociedad libre de la opresión patriarcal.

3
Revollo, C. (2018). Deconstruyendo la categoría de mujeres víctimas del desplazamiento en Colombia.
Revista Eleuthera, 19, 77-94. DOI: 10.17151/eleu.2018.19.5.

13
La deconstrucción será realizada por medio del análisis de contenido de los testimonios, para
detalladamente analizar los elementos y hechos que marcan el cotidiano de los procesos de militancia
política de las mujeres víctimas. Es necesario, como dice Das (2008), “presenciar el descenso hacia la
vida cotidiana a través de la cual las víctimas y los sobrevivientes afirman la posibilidad de la vida” (p.
167). Lo cual, para el caso colombiano, es pertinente relacionarlo con la lectura de Jimeno (2008) sobre
la propuesta de Das:

(...) si el lenguaje del dolor es compartido, es posible aprender sobre las prácticas de
interpretación del sufrimiento humano y su papel constitutivo en los procesos sociales, como lo
propone Byron Good (2003). Por esto considero relevantes las narrativas y los testimonios sobre
experiencias de violencia, también su expresión ritual o de ficción, porque son tanto clave de
sentido, como medios de creación de un campo intersubjetivo, en el cual se comparte, al menos
de modo parcial, el sufrimiento y puede anclarse la reconstrucción de ciudadanía. (p. 267)

Como se ha explicado a lo largo del texto, los testimonios analizados hacen parte de las tesis de
doctorado: Traduciendo los testimonios de mujeres víctimas del desplazamiento en Colombia, los
cuales fueron generados durante el trabajo de campo en los años 2013 y 2014, en la ciudad de Bogotá.
Las mujeres víctimas con las que se trabajó son miembros de organizaciones de base mixtas8
construidas y administradas por las propias víctimas del desplazamiento. Las mujeres, que dieron sus
testimonios, están insertadas en amplios procesos de militancia política del sector de la izquierda
colombiana, articuladas a pautas y agendas de algunos movimientos sociales y políticos de lucha
popular.

Resultados - Testimonios sobre los procesos de militancia política de las mujeres víctimas del
desplazamiento en procesos de deconstrucción

Como lo analizamos en la introducción de este artículo, la categoría ‘víctimas’ ha sido tomada del
movimiento de víctimas por los discursos y aparatos estatales oficiales. A continuación, es menester
analizar desde la voz de las mujeres víctimas, lo que ellas problematizan en torno de la categoría de
mujeres víctimas. Inicialmente se presentan los testimonios en que las mujeres explican cómo
desarrollan sus procesos de militancia con los movimientos populares de campesinos en sus regiones,
y cómo en las ciudades se articulan a los procesos del movimiento de víctimas, resaltando las
dificultades que las mujeres pasan por el desplazamiento y sus vivencias en los movimientos de base,
destacando las estrategias que ellas mismas desarrollan con una perspectiva diferenciada para las
mujeres.

Luz comienza la transitar en los procesos de militancia política desde pequeña en su región, en este
sentido se cuestiona el lugar que le correspondía a la mujer en el sector rural colombiano y su decisión
de trabajar en estos procesos:

(...) lo hice también como una lucha personal, es que no había mayores posibilidades para los
jóvenes, sobre todo para las niñas, para las mujeres y me tocó ser mujer pero me tocó enfrentar
muchos roles familiares y para mí no fue tan fácil... en el campo se dice que ¿para qué una mujer
estudia?, es para tener un marido, unos hijos, entonces mi papá era una persona que no había
tenido mayor educación, campesino. Hombre, patriarcal y machista, de todas maneras,
entonces, imagínate uno en medio de eso, entonces nací para tener un marido, casarme y tener
hijos y seguir el rol de él, de la finca, estar sometida de cierto modo la mujer y entonces yo me
preguntaba “¿será eso lo que yo quiero?” o sea siempre, como aprendí muy chiquita a ir
asumiendo esos roles, rol de la mujer, de ser mujer pero ser activista de estar con otros jóvenes,
de aprender también muchas cosas políticas, entonces eso me permitía de pronto mirar la vida
con otra opción diferente a la que la miraban el resto o muchas de las niñas que crecieron
conmigo. (Luz, comunicación personal, 26 de febrero de 2014)

14
Esta experiencia para Luz fue importante para cuestionar su papel como mujer en la sociedad
heteronormativa y patriarcal en que nació y creció, y sin embargo emprendió un proyecto de vida como
mujer, donde trabajar en procesos de militancia política ha sido un vehículo cuestionador del rol de la
mujer tradicionalmente establecido. En otro testimonio se evidencia que, antes de ser desplazadas, estas
mujeres se dedicaban exclusivamente a las tareas del hogar en medio del contexto del conflicto. Ya la
articulación a procesos de militancia política se da después del desplazamiento. La articulación a estos
procesos generó nuevas dinámicas familiares, al tejerse redes de apoyo entre organizaciones y familias:

(...) yo también en ese proceso fui una mujer muy creativa porque fue un poquito traumático
porque estaban muy pequeñitos [los hijos], perdieron cosas muy valiosas, como la familia, yo los
metí en programas donde los ayudaron a despertar tantas cosas, tantas creatividades, paseamos
juntos, estuvimos con una organización donde trabajan con niños y mujeres, nos los ganábamos
porque era una integración, era todo en familia, entonces eso nos fortaleció. (Lourdes,
comunicación personal, 22 de febrero de 2014)

La recursividad de las mujeres para moverse en los nuevos contextos urbanos es algo que ha
caracterizado la manera como ellas asumen su lugar de víctimas. Ellas aprovechan múltiples espacios
que las organizaciones abren y se articulan para crear otros más propios, como se observa en las
diferentes iniciativas de procesos de base con la población de víctimas. En este caso el testimonio de
Edelmira10 resalta la labor con las guarderías para los/las niños/as, como primera actividad organizativa
que ella realizó con sus compañeras del barrio, desplazadas, para cubrir la necesidad de cuidado a los
niños/as mientras las madres están trabajando. “Llegó un dinero y se hicieron los refugios infantiles”
(Edelmira, comunicación personal, 18 de febrero de 2014).

Luz, al llegar a Bogotá por causa de su desplazamiento, se vincula a procesos de base de militancia
política relacionados a la lucha de la población desplazada. Así que, al ingresar al movimiento,
comienza a cuestionar el lugar de las mujeres víctimas en este contexto.

(...) en un proceso estuve vinculada más o menos cinco años y aprendí mucho, aprendí que el
desplazamiento forzado afecta sobre todo a las mujeres, trabajé con muchas mujeres desde que
arranqué el proceso, con muchas limitaciones porque las organizaciones también dirigidas por
hombres, hombres campesinos, un poco el papel de la mujer queda relegado, dependemos de
la opinión de ellos. (Luz, comunicación personal, 26 de febrero de 2014)

El cuestionamiento del lugar de las mujeres víctimas del desplazamiento en el contexto de la militancia
política, en las organizaciones donde desarrollan este trabajo, ha generado la creación de espacios
propios para la reflexión de las mujeres y el surgimiento de procesos diferenciados como lo observamos
en el siguiente testimonio:

(...) en una organización de ayuda humanitaria, de ayuda solidaria empecé a militar allí, pero en
vista de que los dirigentes todos eran muy machistas decidimos armar nuestro grupo aparte.
Bueno allí nace la organización... en el 1998, 1999. En el 99 sacamos las personalidades jurídicas
con el acompañamiento de una abogada, allí entonces ir a tocar puertas, visibilizar la situación
de las desplazadas, a hablar sobre las mujeres que teníamos derecho, del derecho y género.
(Edelmira, comunicación personal, 18 de febrero de 2014)

Los testimonios de las mujeres revelan que sus proyectos de vida han sido truncados por la violencia.
Han sido obligadas a cambiar sus roles, oficios y actividades. Los relatos recrean cómo era la vida antes
del desplazamiento, revelando que sus vidas estaban enmarcadas en relaciones patriarcales que les
imponían altos grados de control, dominación y violencia por parte de los hombres miembros de sus
familias. Después del desplazamiento sus relatos revelan que aun inmersas en el rol de cuidadoras, con
sus múltiples y pesadas tareas del hogar, se les suman las responsabilidades económicas para sostener
sus hogares, además de sobrellevar los impactos del desplazamiento. A todo lo anterior, se le deben

15
incrementar las extensas jornadas para realizar los trámites burocráticos y procesos jurídicos, para
conseguir el reconocimiento de su situación de víctimas y la de su familia (D’Ávila y Revollo, 2012).

Los resultados de la investigación de Osorio (2008), en su artículo “Forced Displacement among Rural
Women in Colombia” publicado por SAGE, apuntan algunas de las características de esta migración
forzada en la que cada vez más mujeres son las protagonistas. La autora sostiene que las mujeres son
las principales sobrevivientes del conflicto armado colombiano, y que inclusive en las situaciones
complicadas ellas asumieron la reconstrucción material y simbólica de la familia. Ellas también son
marcadas por la pérdida y por la rabia de tener sus cuerpos transformados en territorio militar, pues son
víctimas de abusos y violaciones. Asimismo, estas mujeres van reconstruyendo referencias de territorios
y de identidades en cuanto desarrollan múltiples formas de resistencia en medio del empobrecimiento
y de la exclusión social. Ellas asumen lideranzas en espacios domésticos y públicos recuperando su
autoestima y reconocimiento social, aunque viviendo en doloridas situaciones llenas de inseguridad.

La mujer víctima está más próxima a la actividad y a la acción, a diferencia de lo que tradicionalmente
la sociedad patriarcal/colonial caracteriza como mujer víctima. Con la mirada crítica del feminismo
decolonial, el cual enfatiza la conspiración entre patriarcado y colonialismo (Lugones, 2008), busca por
medio de abordajes pluridisciplinares problematizar las cuestiones de la representación y
marginalización, relacionándolo al contexto histórico y geográfico. Por lo anterior, se debe reconocer
a las mujeres víctimas como actoras políticas en el contexto colombiano. Ellas están en el proceso de
reconocimiento, por medio de su militancia política, la cual le da sentido a sus vidas y a la vez las
vuelve a colocar en riesgo inminente de victimización, ya que el surgimiento de una nueva actora en
la escena política colombiana no es del agrado para el hegemónico escenario político del país.

Destaco que el levantamiento de la categoría de víctima, desde la perspectiva de las mujeres que dieron
su testimonio, surge desde la construcción colectiva. Ellas van tejiendo esta categoría desde sus procesos
de militancia política. Es en el encuentro, en la unión y en la lucha colectiva por sus derechos, (y más
allá) por la construcción de un país incluyente, donde todas/os las/os actoras/es sociales y políticas/os
participen. Considero pertinente enfatizar que es en plural que esta categoría es enunciada por las
mujeres víctima(s), recordando que es en lo colectivo donde esta torna movimiento (Revollo, 2015).

En este segundo momento de la sección de los resultados, es importante recordar que las mujeres
víctimas que testimoniaron en la investigación fueron victimizadas por los paramilitares entre los años
2004-2014 en diferentes localidades del país y destacar que sus procesos de militancia política en el
movimiento nacional de víctimas están directamente relacionados a la construcción de las normativas
de atención a la mujer desplazada generada por la Sentencia T-025/04 (Corte Constitucional, 2004). En
la que se concluyó que la política estatal sobre el desplazamiento constituía un “estado de cosas
inconstitucional”, respondiendo la Corte Constitucional a las tutelas presentadas por la población en
situación de desplazamiento y que no encontraban eco en las instituciones que operan dando cuerpo
al Sistema Nacional de Atención Integral a la Población Desplazada (SNAIPD). De esta sentencia se
derivan varios autos: el Auto 092 y el Auto 237 de 2008, y el Auto 009 de 2015.

Y hay otra audiencia, la audiencia de mujeres también pusimos delitos y comenzar a hablar a
nivel nacional de empalamientos que sí estaban ocurriendo en Tumaco y a sus alrededores,
desapariciones de chicas y esas cosas, también antes el magistrado Manuel Cepeda, y allí es
donde se desprenden la cantidad de “autos” que se caen, en el 2008 que cae el auto de niños y
niñas, sale el “auto” de comunidades negras, sale el “auto” de mujeres del 092, sale el auto de
comunidades indígenas, también hicieron su audiencia que es el del 004 y así sucesivamente,
una concesionaria para las víctimas que no somos ni abogadas, ni psicólogas, ni trabajadoras
sociales, tanta normatividad que las mujeres decían la Corte nos entregó un carro, es que la Corte
nos entregó una buseta, entonces el aprender que el “auto” es una herramienta para exigir los
derechos de cierta comunidad, fue también un trabajo de nosotras. (Aline, comunicación
personal, 28 de febrero de 2014)

16
El testimonio de Aline evidencia cómo las normativas y sus procesos burocráticos se imponen en el
cotidiano de las mujeres. Se puede pensar que este tipo de normativas representa al sistema burocrático
urbano blanco masculino eurocentrado y capitalista que las acoge en las grandes ciudades.

En el testimonio que veremos a continuación, Aline evidencia la ambivalencia del sistema normativo
burocrático del Estado, que atiende y cuida a las víctimas mujeres del desplazamiento forzado, pero a
la vez las victimiza y amenaza, permitiéndonos entender la problemática de los múltiples rostros de la
institucionalidad del Estado colombiano en lo referente al abordaje de las víctimas mujeres:

¿Qué estamos haciendo las mujeres mal, para que esto ocurra?, allí comenzamos a hacer una
reflexión, algo de lo que dicen la gran mayoría de panfletos12... porque nos están amenazando
porque estamos en contra, además las políticas no las escribimos las mujeres víctimas, las
escribieron otros, amenacen a otros, a nosotras nos entregan un papel, nos formamos en estos y
es esto que estamos diciendo no nos lo estamos inventando y no estamos diciendo nada de lo
que ellos no hayan dicho13. A las mujeres lideresas defensoras de derechos humanos en donde
el mensaje era el mismo, esto nos dio mucho susto, a mí ya me habían golpeado. Y en Casa de
la Mujer en diciembre del 2009 que fue muy caótico, se decide pedir medidas cautelares ante la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos para 15 mujeres líderes. Y la Corte acepta y
decide dar medidas cautelares. Medidas cautelares que, yo llegué llorando más de una vez a la
Defensoría del Pueblo a decirle a la doctora que era la delegada de mujer, niñez y juventud,
decirle quíteme las medidas cautelares porque se convirtieron en un sida, porque nuestros
compañeros líderes de la población víctima de muchas organizaciones, decían algo como,
ustedes ya están bien, ustedes ya tienen medidas cautelares, pero yo hasta ahora no entiendo en
qué consisten las medidas cautelares. (Aline, comunicación personal, 28 de febrero de 2014).

La crítica del testimonio de Aline hace énfasis en que los protocolos de seguridad para trabajar con las
mujeres víctimas son diseñados desde una lógica patriarcal y clasista de protección y cuidado. En este
punto, para la época, la transversalidad de la atención con enfoque de género, a esta población, no se
había hecho con un análisis interseccional. En esta línea, Aline continúa:

Protección para mujeres es: dos escoltas, es decir dos hombres armados, una camioneta blindada,
equipos de celular y el chaleco, entonces yo les decía “a mí los hombres que me agredieron eran
dos hombres armados, ¿y ustedes me van a poner dos hombres armados para que me cuiden?”.
Ahora yo vivo en la ciudad periférica de Bogotá, vivo en Ciudad Bolívar, yo qué voy a hacer con
una camioneta blindada... En Ciudad Bolívar hay de todos los bandos. Yo no quise aceptar su
esquema de protección, lo que me dijeron es, tome un equipo de celular que a veces se le va la
señal, tome un equipo de Avantel que todo el mundo conoce o sabe que quien tiene Avantel o
son policías o son militares o algo pasa... el esquema de protección no pueden ser hombres
armados y menos con nosotras porque nosotras somos mujeres, somos mamás y vivimos en zona
periférica además a nosotras nunca nos han atendido el tema psicosocial. Y me piden cuál es la
protección para las mujeres, pero que vayan mujeres, no pueden ir hombres a decidir por la
protección de las mujeres y que los estudios de riesgo que se hacen en Colombia para las mujeres
lo hagan mujeres expertas y no solo que sean expertas, sino que sean sensibles con el tema.
(Aline, comunicación personal, 28 de febrero de 2014)

En el contexto del testimonio de Aline se observa cómo el enfoque transversal diferenciado de género,
que ha sido diseñado por la institucionalidad del Estado colombiano para el trabajo con las víctimas
mujeres, también las ha victimizado en el momento de exigir su cumplimiento. Las mujeres víctimas
han sido amenazadas y agredidas psicológica y/o físicamente, y por estas amenazas y agresiones se les
conceden las medidas cautelares, las cuales son diseñadas en un enfoque de protección patriarcal,

17
racista y clasista, demostrando los límites y la no transversalidad del sistema de atención a las víctimas
con enfoque de género.

En esta tercera parte de los resultados pretendo analizar cómo la mujer en el conflicto armado ha sido
victimizada en todos sus roles de mujer; siendo madre, siendo compañera y siendo militante de los
procesos políticos del movimiento de víctimas.

Allí comienzan los problemas familiares internos. El papá de mis hijos ya decía pues, él me
golpea de una manera brutal y mientras él me está golpeando me dice: “Usted antes de que la
mate otro la mato yo y yo se lo he dicho que se salga de esto y no se quiere salir”. (Aline,
comunicación personal, 28 de febrero de 2014)

Pero cuando se están haciendo los refugios infantiles mi hijo mayor sufrió un atentado, lo hirieron
gravemente, le dan un impacto de bala en la barriga que se salvó de puro milagro. (Edelmira,
comunicación personal, 18 de febrero de 2014)

En la intimidad de sus testimonios se revelan detalles que hablan acerca de cómo la victimización de
la mujer en situación de desplazamiento sucede entre las tramas de la cotidianidad y subjetividades,
inseridas en una sociedad patriarcal que violenta, invisibiliza y subestima el carácter de género de estos
elementos y hechos, como lo expresan los testimonios de una madre y una compañera agredidas.

Continuando con este tercer punto del análisis de los resultados, se evidencia cómo las mujeres víctimas
del desplazamiento llegan en extrema necesidad a las grandes ciudades, en muchos casos responsables
de la manutención de la familia. En contextos urbanos, donde no saben cómo opera el sistema
burocrático para la población víctima (al que se van a ver enfrentadas) y la demora de la llegada de esta
ayuda, son obligadas a entrar en la lógica del “intercambio de favores” con lo que denominó los
“hombres urbanos”.

(...) y claro que te marca el ser mujer y hay otra cosa que pasa especialmente con la gente joven,
en muchas tuvieron que ejercer la prostitución y si no es una prostitución digamos declarada sí
es un poco es soterrada, tapada porque al lado del favor de que yo te ayudo ese ayudo es entre
comillas, nadie te da nada gratis y una cosa de la gente acabar cediendo y termina haciendo
muchas situaciones con su cuerpo, acá sí nos hemos dado cuenta de que pasa mucho de que las
mujeres terminan teniendo relaciones por eso, con la tal ayuda y se someten a la prostitución y
eso pasa mucho con las jóvenes para tener un apoyo para tener algo de dinero, y es que es muy
fácil de hacer porque si yo tengo el poder, si yo no tengo nada, pues es mucho más fácil de esa
forma, tengo el que me ayuda, el que me colabora, pero si uno tiene más o menos unos niveles
de dignidad es lo que no te permite llegar a eso. (Inés, comunicación personal, 15 de febrero de
2014)

La dominación “hombre urbano” se refiere a los sujetos de género masculino que se aprovechan
de la vulnerabilidad de las mujeres víctimas que están llegando a la ciudad, en la lógica de
“intercambio de favores” entre los compañeros de las organizaciones y otros hombres que se van
encontrando en el contexto de la vida urbana.

Como lo podemos observar en los testimonios anteriores, los espacios de las mujeres víctimas del
desplazamiento se desarrollan entre tramas intersubjetivas de las experiencias de su cotidiano (en
contextos domésticos y públicos), regidas por la lógica del sistema patriarcal hegemónico en la
sociedad colombiana. En los testimonios es evidente cómo las mujeres víctimas han sido oprimidas
y violentadas durante toda su trayectoria, inicialmente por sus maridos y padres, por los actores
armados, por los compañeros de lucha, por las organizaciones que han conformado, por la
institucionalidad del Estado y por ciudadanos del común que buscan aprovecharse sexualmente

18
de ellas, de cara a su vulnerabilidad.

Pero, a su vez, se observa cómo el desarrollar sus actividades del proceso de militancia en el
movimiento de base de las mujeres víctimas, les ha permitido ser conscientes de las opresiones de
la sociedad patriarcal que las victimiza. Ellas han emprendido la lucha para liberarse de esta lógica
de dominación, por medio de la problematización de sus cotidianos, la creación de organizaciones
de mujeres, grupos de mujeres dentro de la organizaciones existentes, peticiones concretas de
atención ante el Estado colombiano, desarrollo de actos culturales y políticos que discuten el papel
de las mujeres en el conflicto y la ayuda informal entre las redes de amigas, vecinas, familiares,
para articularse en los procesos de base del movimiento de víctimas.

A manera de conclusión

Es fundamental destacar la centralidad de los testimonios para realizar la deconstrucción de la


categoría de mujeres víctimas desde una perspectiva del feminismo decolonial y poscolonial. Este
camino teórico-metodológico implicó destacar las experiencias relacionadas a las dinámicas de
victimización de las mujeres víctimas del desplazamiento, vivenciadas por su misma condición de
víctimas. Fue fundamental analizar las revictimizaciones, desde la perspectiva género, en el
cotidiano de sus procesos de militancia política, para problematizar la enunciación de la categoría
mujeres víctimas “activas y felices”15.

Los testimonios evidencian que la categoría de mujeres víctimas está cargada de innumerables
especificidades, y es necesario detenernos a comprender lo que esconde el cotidiano de estas
mujeres, después de su desplazamiento, cuestionando la idea de que las mujeres víctimas al llegar
a las ciudades y estar amparadas por las normativas del Estado están protegidas. En contraposición
se destaca el lugar diferenciado de las mujeres víctimas, como incansables gestoras de procesos
propios de militancia política, los cuales reestructuran sus cotidianos y construyen un país con
justicia social, que garantice el retorno a sus regiones.

Esta deconstrucción es un aporte de la psicosociología de comunidades, que permite entender la


intersubjetividad de las sujetas en relación a su cotidianidad, como una práctica de resistencia-
reexistencia, destacando la necesidad de reflexionar sobre de las diferentes maneras de
estigmatización de la categoría de mujeres víctimas, para visualizar horizontes que discutan el
lugar de la mujer víctima en la estructuración de un país en fase de posconflicto.

19
Masculinidades y ciudadanía: Los hombres también tenemos género4 (pp.
169-180)
Octavio Salazar Benitez

CAPÍTULO III
 LA MÍSTICA DE LA MASCULINIDAD


I. La masculinidad como imperativo categórico: “No vamos a rendirnos. No somos mujeres. Vamos a
luchar”

La autora de uno de los clásicos de la reflexión feminista, Betty Friedan (2009: 17), puso de manifiesto
a finales del siglo pasado el papel que los hombres debíamos asumir con respecto a nosotros mismos y
a la sociedad. En el análisis introductorio que redactó en 1997 para una reedición de La mística de la
feminidad lo dejaba bien claro: “Estamos acercándonos a un nuevo siglo –y a un nuevo milenio– y son
los hombres los que tienen que progresar hacia una nueva manera de pensarse a sí mismos y de concebir
la sociedad”.

Es decir, los hombres tenemos que empezar a cuestionarnos nuestro estatuto privilegiado y unos
patrones que nos siguen avalando como los legítimos detentadores del poder y la autoridad. Esta no
resultará una tarea fácil en cuanto que supone someter a crítica nuestros privilegios, renunciar a muchos
de ellos y romper con una larga cadena de beneficios que, todavía hoy, alimentan nuestra superioridad.
Estas dificultades ya las anunció John Stuart Mill cuando a finales del XIX reaccionó contra La esclavitud
de las mujeres, siendo uno de los pocos intelectuales que no traicionaron los principios ilustrados:

“Representaos la perturbación moral del mocito que llega a la edad civil en la creencia de que,
sin mérito alguno, sin haber hecho nada que valga dos cuartos, aunque sea el más frívolo y el
más idiota de los hombres, por virtud de su nacimiento, por ley sálica, por potencia masculina,
derivada de la cooperación a una función fisiológica, es superior en derecho a toda una mitad
del género humano sin excepción, aun cuando en esa mitad se encuentran comprendidas
personas que en inteligencia, carácter, educación, virtud o dotes artísticas le son infinitamente
superiores”.

Mucho me temo que los “mocitos” de hoy continúan siendo educados para convertirse en los sujetos
activos por excelencia, en los proveedores y en los hacedores. Aunque formalmente sus procesos de
socialización respondan a unos criterios respetuosos con la igualdad de género, la educación informal
sigue prorrogando la instrucción en el arte de la conquista, en el dominio del espacio público y de los
saberes, en la posesión de las mujeres como objetos sin los que no sería posible la reproducción. Algo
que podemos constatar en lo que Carlos Lomas (2004, 21-22) ha denominado “la cultura masculina del
patio y de la escuela”, refiriéndose al:

“espacio simbólico habitado por una serie de líderes cuyas conductas (con respecto a sus
compañeros y a sus compañeras) son un fiel reflejo de las conductas y de los valores asociados
al modelo dominante de la masculinidad (el valor absoluto e incuestionable de la fuerza, el elogio
de la violencia, el menosprecio del diálogo y la solidaridad, el maltrato a las chicas y a los chicos
que no se identifican con ese modelo dominante de masculinidad”

En dichos espacios simbólicos, el niño certifica “que en el mundo adulto, la estructura de poder es justo
la contraria a la de su pequeño mundo. Por ello siente la necesidad de separarse del mundo menos

4
Salazar Benitez, O. (2013) Masculinidades y ciudadanía: los hombres también tenemos género. Madrid:
Dykinson. Pp 169-180

20
poderoso, menos prestigioso de las mujeres y buscar su lugar en el mundo de los hombres” (Miedzian,
1995: 124).

Esos procesos lejos de desaparecer se consolidan en un momento histórico en el que, frente a las
progresivas conquistas femeninas, asistimos a una reacción patriarcal, en cuanto que muchos hombres
generan comportamientos que les permitan perpetuar su posición existencial y las ventajas que derivan
de ella. En este sentido, Luis Bonino (2002: 45) habla de “comportamientos activos de resistencia”,
“estrategias de violencia” y “micromachismos utilitarios”. Unos comportamientos y actitudes que en
muchos casos derivan de que “los hombres machistas son siempre una amenaza que se materializa
cuando se sienten frustrados, cuando tienen dificultad en alcanzar las metas de la masculinidad a la
que aspiran” (Gilmore, 2008: 37).

Los hombres hemos definido tradicionalmente nuestra identidad en torno a dos grandes factores que, a
su vez, se han proyectado en otros que, de manera conjunta, componen el puzzle de lo que aquí
podíamos llamar “masculinidad hegemónica”. En primer lugar, los hombres nos definimos por nuestras
actividades, por lo que conseguimos, por el éxito que alcanzamos: “el yo en los logros” (Fernández-
Llebrez, 2004: 37). De esta manera, “la masculinidad no se tiene, sino que se ejerce, y el poder es el
eje central de su constitución y ejercicio” (G. Cortés, 2004: 42). Es decir, la masculinidad se construye,
se fabrica, “al ser masculino se le desafía permanentemente con un <<demuestra que eres un
hombre>>” (Badinter, 1993: 18). Se trata, en definitiva, de un proceso social, emocional y subjetivo
(Guasch, 2006: 29-30): tiene que ver con algo que se adquiere, con cómo sienten las personas y, a su
vez, está condicionado por las propias experiencias.

Eso genera una inevitable dinámica competitiva –que se proyecta en lo político, en lo económico, en
lo social, pero también en lo personal– y, en consecuencia, una constante ansiedad. Para poder
definirnos –o, dicho de otra manera, para poder “vernos” y que los demás nos “vean”– tenemos que
demostrar las metas alcanzadas en el espacio reservado para nosotros, es decir, el público. Nos
definimos pues por lo que hacemos y no tanto por lo que somos. Como de manera contundente lo
expresa Oscar Guasch (2000: 129), “hay que ser macho de manera constante, todo el tiempo, sin
descanso. Hay que hacer saber a los otros que se es macho”.

Ello a su vez está conectado con otro factor de la masculinidad. Desde niños, y muy especialmente en
la adolescencia, somos educados para desconfiar de nuestro interior y para proyectarlo todo hacia fuera,
en lo público, en las tareas productivas y en las carreras que mantenemos con nuestros semejantes.
Huimos de lo “privado”, y de todos los valores y actitudes ligados a dicho ámbito, en cuanto que pueden
suponer un obstáculo para nuestra carrera pública y en cuanto que de ellos no obtenemos las
satisfacciones que sí obtenemos a través del trabajo o del desarrollo profesional. Como esa carrera
pública está basada en unas reglas del juego apoyadas, a su vez, en dinámicas muy masculinas, si
queremos triunfar en ella hemos de renunciar a todo lo que pueda frenarnos, a todo lo que nos
condicione, a cualquier elemento que no podamos medir en términos de productividad o rendimiento.
Por ello, también, procuramos aislarnos de lo meramente emocional o sentimental, en cuanto que lo
entendemos como un síntoma de flaqueza o, en el mejor de los casos, como un territorio que poco
aporta a los objetivos que nos hemos marcado. De acuerdo con los dictados de la “razón patriarcal”,
asumimos que “las emociones devienen fuerzas subjetivas que impiden el control y la razonabilidad,
nos devuelven al oscuro mundo del prejuicio, la superstición, a la dependencia y, en definitiva, a lo
que Kant llamaría <<la autoculpable minoría de edad>>” (Maíz, 2010: 18). Paralelamente, nos sentimos
seguros en estructuras que delimitan de manera perfecta nuestro papel y que nos evitan cuestionar
nuestra subjetividad.

Esos dos elementos confluyen en la huida del espacio privado, el cual consideramos como el territorio
de las mujeres, el de la reproducción, el de los afectos, el de los cuidados. Un ámbito que los varones
contemplamos como “refugio moral y emocional alejado de la potencialmente corrupta esfera pública
del trabajo y la política” (Seidler, 2007: 95). Esa división entre lo público y lo privado ha sido y es

21
determinante en la continuidad de la desigualdad de género: “La distinción entre una esfera pública
que no está abierta a todos por igual, y una esfera privada-íntima que se basa exclusivamente en el
amor y el afecto, y el contraste entre un bien público y común y unos intereses conflictivos, privados y
parciales no sólo son constitutivos de la estructura institucional de las sociedades modernas sino que
también han conformado la concepción dominante de razón y racionalidad en éstas” (Benhabib y
Cornell, 1990: 17).

Como he señalado con anterioridad, la familia burguesa articuló a la perfección ese reparto de espacios
y roles, de manera que subrayó, respaldada incluso por el Derecho, la diferencia jerárquica entre lo
masculino y lo femenino. Las funciones desempeñadas por las mujeres en ese contexto serán funda-
mentales para que los hombres puedan desarrollar su vida pública: “el espacio privado se constituye
como el ámbito de la necesidad. En dicho espacio no se desarrolla precisamente la individualidad de
la mujer sino que ésta se dedica a reproducir las condiciones de posibilidad del ejercicio de la libertad
del varón, que es el individuo, en el espacio público” (Amorós, 2000: 435) De esta manera, la
universalidad y la imparcialidad se han construido “mediante la independencia de todo aquello que
tiene que ver con las necesidades básicas para la subsistencia que implica que la independencia o
libertad de unos se construye sobre el sometimiento natural de otras al mantenimiento de la vida
humana y su cuidado” (Rubio, 2006: 39). O, lo que es lo mismo, ha sido la dependencia y servidumbre
de las mujeres la que ha posibilitado la independencia de los hombres. De ahí que el modelo empiece
a resquebrajarse cuando las mujeres se incorporan al espacio público. Justo entonces el equilibrio
perfecto, para los varones se entiende, se tambalea.

Durante siglos el Derecho privado ha dado cobertura jurídica a un contrato sexual basado en la posición
desigual de las partes e impuesto, que no negociado, en beneficio del varón. El varón que es el
protagonista del orden político, el que crea e interpreta el Derecho, el referente de las virtudes que
deben presidir la vida pública. Y no cualquier varón: el modelo será el heterosexual, el padre de familia,
el que reproduce los es- quemas básicos de un orden socio-económico que requiere de la familia para
mantenerse. De ahí que el ordenamiento jurídico hable expresamente de “la diligencia del buen padre
de familia” para referirse al patrón de conducta que la sociedad asume como ético y ajustado a Derecho
(Pizarro, 2011). En ese prototipo hay toda una declaración, avalada jurídicamente, del canon de
masculinidad y, con él, en paralelo, de la identidad femenina “adecuada” así como de un modelo de
familia apoyado en tres principios esenciales: a) las profundas diferencias entre el hombre y las mujeres
en cuanto a su reconocimiento de derechos políticos y sociales; b) la división rígida de roles sexuales;
c) una estructura interna de carácter patrimonial y autoritario (Gómez, 1990: 86-88).

De acuerdo con estos presupuestos, podemos concluir que la masculinidad hegemónica se ha


configurado de acuerdo con dos parámetros básicos:

1) El lugar privilegiado del varón en la sociedad, es decir, su posición de proveedor, de titular del poder
económico y político, de autoridad en el contexto familiar y de legítimo detentador de la violencia.
Todo ello provoca las consecuencias propias de sentirse parte de un grupo dominante: “se caracterizan
por ver <<naturales>> sus derechos y prerrogativas, sentirse agobiados por el desempeño derivado de
esos privilegios (la llamada <<responsabilidad>> masculina), minusvalorar el sufrimiento producido en
los grupos dominados, aprovecharse de las capacidades y asignaciones sociales de los subordinados
(en ese caso el cuidado de las personas y de lo doméstico que los varones no sienten como propios) y
desresponsabilizarse de la desigualdad, atribuyendo dicha responsabilidad a los mismos subordinados”
(Bonino, 2002: 44). A su vez, ello ha generado una “cultura unilateral masculina” que se refleja en
todos los ámbitos, incluidos también el del conocimiento o la ciencia, caracterizada entre otros
elementos por “la persecución de metas sin consideración de los medios y de los procedimientos, la
glorificación de la competencia, la confusión entre seres humanos y objetos como productos” (Rich,
2011: 203)

22
Todo ello se refleja a la perfección en el retrato que Virginia Woolf hace en su novela Al faro del señor
y de la señora Ramsay. No es de extrañar que Pierre Bourdieu (2000) identificara al Sr. Ramsay como
modelo del patriarca:

“... forzosamente debían saber que, entre los dos, él era in- finitamente más importante; su
aportación al mundo, compa- rada con la de su marido, era una insignificancia. Además, ella era
incapaz de decirle la verdad y no se atrevía, por ejemplo, a advertirle que el tejado del
invernadero necesitaba reparación, por miedo al gasto que suponía (quizás unas cincuenta libras)
y luego, respecto a sus obras, temía que él adivinase lo que ella sospechaba: que su último libro
no era el mejor de todos (...); y tener que ocultarle las pequeñeces diarias, de lo cual se daban
cuenta los niños, pesando sobre ellos...”

2) El rechazo de todos los valores, actitudes y aptitudes considerados como propios de las mujeres, todo
ello de manera paralela a la afirmación, incluso exasperante, de las actitudes y comportamientos
estimados masculinos. Es decir, la masculinidad se ha forjado por una parte sobre principios tales como
la autoridad, el orden, la violencia y, por otra, mediante el rechazo de otros como la ternura, la
capacidad de diálogo o la interdependencia. Algo que se sigue poniendo de manifiesto en la segunda
acepción de “feminidad” que nos ofrece la RAE: “estado anormal del varón en que aparecen uno o
varios caracteres femeninos”. En consecuencia, los hombres “que desean vivir sexualidades no
heterocentradas, se ven estigmatizados como hombres anormales, sospechosos de pasivos y
amenazados de ser asimilados y tratados como mujeres. Porque, de eso se trata: ser hombre significa
ser activo” (Welzer-Lang, 2002: 64).

En consecuencia, la masculinidad “moderna” se define como “una representación inmutable de lo que


son y deben ser los hombres. De este modo, la masculinidad se concibe como algo que no cambia, que
es perenne. Una inmutabilidad que conlleva la definición de lo que se supone que es el verdadero
hombre. Una definición científica que dice cuáles son los atributos del supuesto hombre de verdad, y
afirma que el hombre verdadero existe (...) Esta búsqueda de la verdadera identidad implica que quien
quede fuera de dicha definición no es un hombre, sino otra cosa que no se sabe muy bien qué es. O
mejor dicho, algo que muchas veces sí que se sabe qué es, pues para denominar dicha realidad se
utilizan adjetivos como afemina- do, maricón, mujer, niño o infantil. Conceptos y realidades que actúan
o bien como antítesis del estereotipo masculino o bien como su complementario, pero nunca como
parte del propio estereotipo” (Fernández-Llebrez, 2004: 29-30).

En consecuencia, la masculinidad “moderna” se define como “una representación inmutable de lo que


son y deben ser los hombres. De este modo, la masculinidad se concibe como algo que no cambia, que
es perenne. Una inmutabilidad que conlleva la definición de lo que se supone que es el verdadero
hombre. Una definición científica que dice cuáles son los atributos del supuesto hombre de verdad, y
afirma que el hombre verdadero existe (...) Esta búsqueda de la verdadera identidad implica que quien
quede fuera de dicha definición no es un hombre, sino otra cosa que no se sabe muy bien qué es. O
mejor dicho, algo que muchas veces sí que se sabe qué es, pues para denominar dicha realidad se
utilizan adjetivos como afeminado, maricón, mujer, niño o infantil. Conceptos y realidades que actúan
o bien como antítesis del estereotipo masculino o bien como su complementario, pero nunca como
parte del propio estereotipo” (Fernández-Llebrez, 2004: 29-30).

Estos caracteres se recrean insistentemente incluso en la actualidad a través de discursos, imágenes y


elementos socializadores de todo tipo. Recorren transversalmente todas las culturas y forman una
especie de código atemporal. Los descubrimos por ejemplo en las palabras de un Gadafi acosado en el
verano de 2011. En un mensaje retransmitido por la televisión siria Arrai el coronel resumió en tres
frases esa concepción de la masculinidad dominante que, paradójicamente pocos meses después de
poco le serviría ante los “machos” que acabaron con él114: “No vamos a rendirnos. No somos mujeres.
Vamos a seguir luchando”. En muy pocas palabras se concentran los caracteres que mejor la definen:
la violencia, la acción permanente, la negación de lo femenino. Unos meses después, las imágenes de

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su asesinato nos ofrecieron otro lamentable espectáculo de virilidad sangrienta.

Esos caracteres actúan sobre los hombres como una permanente exigencia, es decir, nos obligan a
cumplir con las expectativas que nos sitúan en un lugar privilegiado, con todo lo que eso conlleva en
cuanto a nuestro papel en la sociedad, además de vernos constreñidos por la huida permanente de “lo
femenino”. En este sentido, podemos afirmar que la masculinidad es una carga permanente, una
exigencia ante nosotros mismos y hasta los demás115. Lo expresa muy bien el escritor Yukio Mishima
en un texto que recoge José M. García Cortés (2004: 156):

“Toda su dedicación tendía a aumentar en él su virilidad. Quiso vivir de manera varonil y darse
muerte digna de un hombre. Para ser realmente un hombre era preciso dar constantes muestras
de virilidad, comenzando por evidenciar que mañana sería más hombre que ayer. Ser hombre
requería abrirse a cada instante caminos hasta las cumbres de la virilidad para morir en ella”

De esta forma, y como bien explica Pierre Bourdieu (2000: 68), “la virilidad, entendida como capacidad
reproductiva, sexual y social, pero también como aptitud para el combate y para el ejercicio de la
violencia es fundamentalmente una carga. En oposición a la mujer, cuyo honor, esencialmente
negativo, sólo puede ser definido o perdido, al ser su virtud sucesivamente virginidad y fidelidad, el
hombre <<realmente hombre>> es el que se siente obligado a estar a la altura de la posibilidad que se
le ofrece de incrementar su honor buscando la gloria y la distinción en la esfera pública”.

Este paradigma ha ido resquebrajándose a medida que las mujeres han conquistado espacios de
igualdad y, por tanto, han obligado a recomponer algunas piezas del puzzle. Sería injusto afirmar que,
por ejemplo, en el caso de nuestro país, nada ha cambiado en los más de treinta y tres años de
democracia. Son evidentes las transformaciones en numerosas pautas sociales, reglas de
comportamiento y, por supuesto, normas jurídicas. Sin embargo, y como vengo insistiendo desde el
principio, los hombres seguimos condicionados por un ideal que sigue estando presente en nuestra
socialización y que, en gran medida, se proyecta en los ámbitos tanto personales como políticos. Y
aunque otras “masculinidades” han ido haciéndose visibles, perdura una concepción mayoritaria, y
muy asentada, de cuál es el papel que se espera de nosotros. Mucho me temo que los niños y los
adolescentes del siglo XXI, aunque obviamente tienen abiertas otras ventanas y están obligados a vivir
en unas sociedades donde la igualdad de género es una conquista irrenunciable– ¿o no?–, continúan
estando marcados por los dictados de una “masculinidad hegemónica” que se resiste a abandonarnos.
Incluso, como algunos nos tememos, se refuerza en unos momentos de incertidumbres, de escasez y
de repliegue de las políticas públicas. De ahí que no sea tan descabellado afirmar que los hombres del
siglo XXI sigan, en gran medida, condicionados por los cuatro referentes que históricamente nos han
servido de guía: el Rey, el Guerrero, el Mago y el Amante (Moore y Gillette, 1993).

La suma de esos cuatro estereotipos dibuja el retrato de un hombre que se resiste a desaparecer. El que,
a través del control del poder, la violencia, el saber y el sexo, ha ocupado durante siglos el lugar
privilegiado de “los dos grandes nomos que vertebran las sociedades de la Modernidad: el contrato
sexual y el contrato social” (Cobo, 2011: 139).

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