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Resonancias de ‘’La contingencia del yo’’

Andrés Felipe Ramírez Patiño

Seminario taller música y pedagogía

El yo ha sido, en todo sentido, el gran detonante del accionar humano durante toda su
historia, pues si bien es imposible reconocer a la humanidad como una serie de elementos
individuales uno del otro, es también imprescindible reconocer a cada uno de los seres humanos
desde su individualidad como agentes (aunque tercamente sociales) que han de soportarse cada
uno desde andamios individuales. Ya bien lo mencionaba Philip Larkin en su poema, las ciegas
marcas que llevamos cada uno hacen parte del testimonio que nos acoge a cada uno como seres
individuales, pues ‘’se aplicó sólo a un hombre una vez, y, a ese hombre, agonizante.’’.

Lo que se reconoce desde el texto como ciegas marcas que llevan cada una de nuestras
acciones, y desde las cuales podemos realizar una trazabilidad hasta encontrar el origen de cada
una de ellas han de ser parte de la posibilidad dentro de la pequeñísima posibilidad que
compartimos todos hoy al encontrarnos en la situación del presente. Pues son estas ciegas marcas,
junto con las contingencias históricas, quienes nos han traído a la realidad que compartimos hoy;
e independientemente de considerarlas como positivas o negativas para la realización de nuestra
existencia (o incluso, de aceptarlas o no) se mantienen como indispensables para nuestra presencia,
pero, al mismo tiempo, parecieran ser apenas perceptibles para la existencia de la realidad en
general.

Por lo anterior resulta tremendamente significativo la búsqueda del ser humano en


convertirse en el poeta vigoroso que, aunque atado a las ciegas marcas y las contingencias que en
parte definen su realidad, busca romper con la continuidad del crítico. Sin embargo, contrario a lo
que menciona Bloom desde Anxiety of Influence, no considero que el aceptar las continuidades
signifique un descalificativo del hombre como poeta, pues puede el hombre reverdecer su propia
realidad y la huella que ha de sembrar desde las continuidades que otros han puesto antes que él.
Cuando reconocemos la libertad como el reconocimiento de la contingencia, como consideran
Hegel y Nietzsche al romper con lo planteado por Platón, no solo ganamos consciencia de nuestro
existir, pero también aceptamos el pasado y todos sus patrones, continuos y repetitivos, y lo
convertimos bien sea en el origen, el asentamiento, o incluso como parte del futuro que buscamos
como poetas. Ahora bien, a pesar de reconocer a las ciegas marcas y la contingencia como parte
de nosotros, no podemos caer (desde el oficio del poeta vigoroso) en la búsqueda de la verdad
absoluta e imperecedera que menciona Rorty; pues, desde el texto se plantea como una mera
animalidad individual todo aquello que se extingue, pero me pregunto entonces, todas aquellas
‘’verdades’’ que alguna vez consideró la humanidad como absolutas, indiscutibles e innegables, y
que luego vinieron a derrumbarse por completo tras el surgimiento de nuevas verdades ¿Fueron o
no parte de nuestra contingencia? ¿No fueron entonces ciegas marcas del pasado que nos permiten
ser quienes somos hoy? No considero que la verdad que nosotros buscamos requiera confirmar su
existencia desde la universalidad de su capacidad para comprobarse, pues son irremediables los
actos, ideas, e incluso poemas que surgen a partir de ellas, que si bien pueden caer en una completa
desaprobación con el pasar del tiempo, mantienen su huella desde lo concebible; pues es la verdad
un ente vivo, que florece y se marchita incontables veces con el pasar del tiempo, dinámico y
capaz, pero al que podemos apenas llegar a aproximarnos desde nuestro alcance creativo, pero no
por eso logra escapar del quehacer del poeta vigoroso.

Ocupándonos de la responsabilidad que tiene el hacedor vigoroso, que, como Nietzsche


plantea, es capaz de reconocer la contingencia en vez de escapar de ella, resulta fascinante
encontrarnos en el escenario que describe Bloom: ‘’El horror a descubrir que uno es sólo una
copia o una réplica’’ y que nos genera temor de inevitablemente ‘’terminar sus días en un mundo
así, en un mundo que uno no hizo, en un mundo heredado’’. Pero, aunque realmente aterrador,
encuentro apenas lógico que la desdivinización de lo individual que propuso Freud se considerara
como una gran puerta de salida al afán del hombre de construirse a sí mismo, pues si bien no es
enteramente responsable de su existencia o de la existencia del mundo que lo rodea, es él la cúspide
del camino que ha recorrido la humanidad en toda su existencia; y aunque pudiese llegar a
percibirse como insignificante para tal logro, será el hombre en sí mismo un estado del arte de la
humanidad. Pero no solo propone una desdivinización del yo, también propone una
desdivinización de la humanidad, pues reconoce el poder, tan inminente, como necesario y
absoluto, que tiene la naturaleza y dentro de ella el azar, las cuales han servido de martillo y yunque
para forjar nuestra propia existencia, pues suponen el mapa que encaminó a miles de millones de
posibilidades para que dieran con el presente que tenemos hoy, y que pareciera opacar todos
nuestros esfuerzos hacia esa misma causa por su terrible inmensidad.
Tales consideraciones nos ayudan a entendernos, no solo como producto de nosotros
mismos, pero también como una serie de acontecimientos externos a nosotros. E incluso
llegaremos entonces a esclarecer lo deseable de lo indeseable, pudiendo establecer una
coexistencia de ambos términos. Por ejemplo, cuando Freud ‘’reverencia al poeta, pero lo
caracteriza como infantil. Le aburre el hombre meramente moral, pero lo caracteriza como
maduro’’ genera una evaluación del hombre que no permite, o en mejores términos, no busca
ubicar al hombre en un plano escalar para determinar su valor, sino que busca describirle para
encontrar su realidad, haciendo énfasis en la ausencia de la intención que tiene esta descripción
como evaluación de lo deseable o lo indeseable.

Por último, me resulta bastante relevante la concepción del intelectual como un caso
especial, el intelectual como alguien que logra mediante ‘’marcas y sonidos’’ lo que otros hacen
con sus realidades. Lograr plasmar y cristalizar, aunque sea para ellos mismos, las intenciones y
maneras de proceder que tienen en el exterior, logrando evadir la universalidad de la realidad
mediante la literalización de metáforas o analogías transferibles a otros; logrando así dibujar sus
propias utopías o realidades ideales con el propósito de degustarlas, sin que aquellas
manifestaciones tuvieran que presentarse como universales para la naturaleza.

Referencias

Rorty, R. (1991). “Contingencia, ironía y solidaridad”. Editorial Paidós. Capítulo 2, La contingencia del
yo pp.: 43-62.

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