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“¡C1aro!”*: Ensayo sobre


el machismo discursivoii
Dmse GMJBETTA
Entre las cecheres,1u misma que entre el resto de nusc-tres, quien-
quiera que empiece a gritar a les demás cen el maver aplc-mc, ¿v
grite primera, tendrá raadn.
La-:íav TcLsTc11

a mi me deleita hablar de pulítica. I-Iablu de ella tedu el día. Peru


nu supurtc cír hablar de ella a les demas.
Oscea Wuusi

La deliberación ha side descrita, en una definìcidn mínima,


cumc “una cunversacidn en la que les individues hablan jv escu-
chan ccnsecutivamente” antes de tcmar una decisión cclecti-
va.:-" Las “ccnversacicnes” deliberativas se sitúan en cierta punto
entre des extremas: la negeciucidn, que implica intercambiar
prumesas 3; amenazas, 1; el rueunumientc, que tiene que ver,
c bien cen cuestic-nee de principic, u bien cen cucstiunes de he-
cha v de causalidad. Las disputas acerca de estas últimas pueden

' En espaiicl en el eriginal. [T.]


"' Pur sus ccmentarics v sugerencias estev en deuda cun les participantes
del Taller sabre Demccracia que tuve lugar en la Universidad de Úhicagu del
28 al 30 de abril de 1995; en especial cun J-un Elster, Stephen Hclmes ;,f Gerry
Mackie, También este-_v en deuda cen Jcbn Alcern, Jcshua Gelaler, Valeria
Piaaini, Adam Swift, Federica Varese ff Steven Warner per les muchas cu-
mentarics jr sugerencias que recibí de ellas.

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tener lugar aim cuando se comparten los fines pero las opinio-
nes divergen en cuanto a los mejores medios. El objetivo de la
discusión, a diferencia del de la negociación, es persuadir a otros
del valor de las propias opiniones. Generalmente, tanto la discu-
sión como la negociación integran el proceso deliberativo. Ya que
pueden ofrecerse, en forma mauipulativa, argumentos con pro-
pósitos disimulados de negociación, resulta a veces arduo sepa-
rar una forma de deliberación de la otra. Sin embargo la reducción
capciosa de la discusión a un caso especial de negociación estra-
tégica, no es válida: como sostiene Elster, el debate, incluso si es
hipócrita, ejerce una poderosa influencia civilizadora (1993, vóase
también el capitulo 4 de este volumen). Si aceptamos este pun-
to de vista, es muy importante en que medida una democracia
puede deliberar con óaito discutiendo jr no sólo negociando. En
este ensayo considero algunas de las conductas que se requie-
ren para una deliberación fructífera.
No es preciso que una conversación, para ser provechosa,
excluya las pasiones. Como señaló Stephen Holmes en un de-
bate, gente demasiado fría, analítica e imparcial puede gene-
rar desconfianza o no congregar a nadie en apoyo de sus
posturas. Un estilo apasionado puede conducir a los extremos,
pero esto no siempre es malo. Puede generar energia para sos-
tener una refler-:ión más sólida sobre las cuestiones. Tampoco,
por razones similares, ima conversación tiene que regirse por
minuciosas reglas de procedimiento. Y sin embargo las conver-
saciones deliberativas, en especial cuando tienen que ver con
razones, ,v no con intereses, dependen de una forma elemental
de cooperación. Si los participantes se presentan tarde en las
reuniones, no escuchan los d.isc1n'sos de los otros, se adelantan en
la lista de oradores, hablan todos al mismo tiempo o gritan
cuando no tienen argumentos, simplemente no estaran dadas
las condiciones para la deliberación. Esta, por supuesto, de-
pende de rm factor principal, la libertad de expresión que, a su
vez, sólo alcanza significado practico si alguien esta dispuesto
a escucharfii
Esto no puede darse por sentado. No hay motivo para espe-
rar que la combinación de disposiciones que sustenta las con-
versaciones deliberativas provechosas eaista por doquier. Las
actitudes con respecto a la conversación no se originan con
medidas democráticas, aun cuando puedan estar diseñadas ff
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controladas por ellas. Es probable que sean subproductos de
una cultura preezsistente y muy bien pueden ser opuestas a la
deliberación. “Escuchar es ima cosa muy peligrosa. Si se pone
uno a escuchar puede que lleguen a convencerle y un hombre
que permite que le convenzan con algún razonamiento, es porque
es ima persona totalmente irracional”. Sospecho que muchos
todavia estarian de acuerdo con Oscar Wilde (Un marido ideal,
acto lil.
Albert I-Iirschrnan (1986) ha identificado un conjunto de ac-
titudes que pueden resultar especialmente desastrosas para
la democracia deliberativa:

Muchas culturas -incluyendo la mayoria de las latinoamerica-


nas que conozco- confieren enorme valor a tener opiniones fir-
mes sobre practicamente todo desde el principio, y a ganar ana
ciiscasión en lugar de escuchar y descubrir que a veces se puede
aprender algo de los demas. A tal punto que se hallan basicamen-
te predispuestas a una política no democrática sino autoritaria.
M2; la bastardilla es mía)

Para decirlo en forma resumida, denomina a esta actitud


general la cultura del “¡C1aro!”, que en español significa “¡0b-
viol” “¡Ya-lo sabíal” “¡Nacla de lo que dices me sorprendel”, una
replica cortante que se ofrece a quienes ezponen un argumen-
to -en especial si no es en absoluto obvio- en los paises de
esa culturai' [Como muestro luego, en ciertas condiciones este
tipo de respuesta constituye un equilibrio dominante de rivali-
dad discursiva.) En una cultura como esta, las conversaciones
deliberativas del tipo de la discusión suciunben más rapida-
mente que las de la negociación: en tanto que es todavia proba-
ble que los participantes presten atención cuando se erzpresan
amenazas y promesas y que hagan un esfuerzo para distin-
guirlas del ruido general, es improbable que escuchen recípro-
camente sus argumentos, y aun menos que sean persuadidos
por ellos. Incluso si la democracia no se hunde en la política
autoritaria, como predice Hirschman, es arrastrada hacia el
extremo negociador.
En este ensayo trato de explicar la cultura aparentemente
vacua del “¡C1aro!”. Sera Italia y no Latinoamérica la que su-
ministre los antecedentes empíricos del caso. Eziste ima cierta
creencia acerca de la estructura del conocimiento que puede

3'?
explicar- por que la cultura del “IÚIHIDÉ” es practicada mcluso
por individuos racionales en paises en los cuales esa_creenc1a
es habitual. Luego indagarë 1215 PETUÍUÍUSH5 Güflsemeniilaå de E53
cultura para la democracia y sacará algunas conclusiones nor-
ma±;io;,1g_ Pam antes repasaré brevemente los efectos que tiene
la deliberación del tipo del debate sobre la calidad de las deci-
g_-¡U1-1gg_ La mayor parte de ellas son analizadas detalladamente
por otros autores de este volumen-

1. Ventajas de la democracia deliberativa


Lg misma que las demas actividades hmnanas, la delibera-
ción no produce invariablemente efectos positivos. En ciertas
condiciones hace más daño que bien. Por ejemplo, si la calidad
de los resultados disminuye rapidamente con el tiempo, la de-
liberación puede simplemente malgastar tiempo valioso. En el
club de esqui de montaña al que perteneci, los instructores siem-
pre consultaban acerca de la mejor ruta, pero cuando las cosas
se ponian difíciles teniamos la regla (sobre la cual habiamos
deliberado previamente) de delegar la decisión al director de la
escuela.
Tambien se han identificado desventajas menos notorias.
Benjamin Constant -citado en ima discusión por Stephen Hol-
mes- señaló dos riesgos específicos que implica la discusión
pública: ser engañados a fuerza de elocuencia y estimular el
conformismo. A traves de la discusión la gente descubre las
preferencias de los otros, y los más dóbiles pueden aceptar ti-
midamente a los mas fuertes. Otro riesgo es la manipulación
de la información por parte de Zobbies que tienen mucho que
perder (vóanse, en este volmnen, el capitulo 5, de Stokes y el 6,
de Przevvorslsil. Por último, la sutileza que la deliberación aporta
a un debate tal vez ejerza un efecto paralizante. Puede subver-
tir el orden de preferencias de quienes deliberan, y esto quiza
sea bueno. Pero en lugar de llegar hasta el fondo y de persua-
dirlos acerca de un orden diferente, puede simplemente hacer
la elección indefinida: se torna imposible clasificar las opcio-
nes en orden de preferencia ya sea por razones de inconmensu-
rabilidad o, como en el caso del desafortunado asno de Brnidón,
a causa de la indiferencia.

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Algunos estudiosos, sin embargo, sostienen que, en conjun-
to, la deliberación hace mas por beneficiar que por dañar la
calidad de las decisiones o su legitimidad, o ambas."i Un posible
punto de comparación puede ser una democracia silenciosa,
simplemente “agregativa”, en la que la gente vote sin discusión
prerña. Esta comparación, empero, es en buena medida artifi-
cial. En la practica no eaiste una democracia silenciosa. La de-
mocracia tiende a ser una empresa discursiva sin contemplar
si la deliberación da resultados superiores con respecto al caso
agregativo. Para ser implementado, el modelo agregativo re-
queriria por lo menos un intercambio deliberativo ezzitoso que
persuadiese a todas las partes de sus ventajas. Así, entonces,
la cuestión de cuáles son los efectos de la deliberación debería
contrastarse con los modelos deliberativas imperfectos que de
to-dos rnocios tenemos.
Las consecuencias positivas de la deliberación tienen que ver
fundamentalmente con la distribución de la información. Si la
habilidad de informar y razonar se encuentra, por el motivo que
sea, distribuida en forma desigual entre los participantes, la
deliberación mejora su distribución y el conocimiento de los
móritos relativos de medios diferentes. Esto puede ser útil in-
cluso si estamos todos de acuerdo acerca de la conveniencia de
un resultado. Mejora la calidad de nuestras creencias fortuitas
acerca del estado del mrmdo que puede ser producido por cada
acción realizada dentro de un marco posible. (Aimque parte del
tiempo algunos de nosotros podamos ser manipulados -como
argmnentan Stokes y Przevvorski en los capitulos 5 y 6 de este
libro- para que lleguemos a creer que es verdadero o beneficio-
so lo que es respectivamente falso o esta en contra de nuestros
intereses, es improbable que todos nosotros seamos manipula-
dos todo el tiempo por medio de la deliberación.)
Además, como la imaginación se halla también distribuida
en forma desigual, la deliberación puede introducir en el deba-
te soluciones nuevas a problemas compartidos. La deliberación,
por añadidura, estimula indirectamente la imaginación si re-
vela que, acerca de todas las opciones conocidas, no hay com-
promiso posible, pues esto suministra un incentivo para pensar
en otras nuevas. En virtud del mismo proceso puede conferir el
coraje necesario para adoptar soluciones consideradas denia-
siado asadas antes de que resultase evidente que de otro modo
ningún compromiso era posible.

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La discusión pública, por otra parte -como sostiene Els-
ter (1993; capítulo 4 de este libro)-, suministra un incentivo
para debilitar esigencias de interós egoista, introduciendo cier-
tos principios a fin de persuadir a otros de su merito o, al
menos, de su legitimidad. Por más hipócritas que sean esas
demandas, a veces llevan a hacer concesiones al interós gene-
ral o a los intereses de otros grupos. De ese modo, la delibera-
ción puede facilitar el compromiso, mejorar el consenso y, a
traves de la coherencia, difundir principios en la vida públi-
ca. Es probable que, a su vez, los principios mejoren la justi-
cia distributiva y consigan mejores resultados para los grupos
mas débiles, los cuales serian castigados en un regimen pura-
mente negociador.
Los efectos de la deliberación tienden a venir agrupados de
tal forma que a veces resultan difíciles de desenredar empíri-
camente, incluso en situaciones aparentemente simples. Una
vez escuchó a dos hombres que discutían si era correcto em-
plear pronombres y adjetivos masculjnos para referirse a per-
sonas genó1icas,o bien sus equivalentes femeninos. A estaba a
favor; B en contra. B no pensaba que los argumentos acerca de
la igualdad o la justicia tuviesen fuerza alguna. Tras agotar
todas las otras (y mejores) justificaciones, A dijo que, aunque
más no fuese, B deberia emplear pronombres femeninos ¡por-
que B era “un caballero”! Acorralado, B no encontró el modo de
discrepar. ¿Que es lo que logra este intercambio? En primer
lugar, apela a una imagen del propio yo que puede resultar en
general agradable al obstinado B. Señala, ademas, mia con-
tradicción en las preferencias al introducir por la fuerza en la
discusión el concepto de que, si B quiere atenerse a su vocabu-
lario de género masculino, debe rebatir una norma viril com-
partida: “hay que ser amable con las mujeres”. Provee, ademas,
un tipo especial de información acerca del coste que supone
perseverar en la forma de actuar preferida por uno: la adver-
tencia de que otros pueden pensar que B no es un caballero si
se obstina en su practica “políticamente incorrecta”, que se
opone a una norma tradicional, incluso si B no esta de acuerdo
con la norma o con otros principios que puedan justificar esa
practica lingüística. La deliberación canaliza viejas normas en
nuevos casos: reafirma mi principio irreductible y luego mues-
tra que el argumento del oponente viola ese principio. De ese
modo, por no perder la coherencia o por miedo a las sanciones,
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la persona intransigente es inducida a revisar sus preferen-
cias o, ademas, a desmentir el principio. (Este ejemplo también
muestra cómo una discusión que inicialmente se propom'a per-
suadir puede derivar en otra en la cual se formulan adverten-
cias, asemejóndose de ese modo mas estrechamente al caso de
la negociación.) -
En conjunto, la deliberación eficaz puede afectar la calidad
de las decisiones de cuatro maneras. a) Lograr que los resulta-
dos de las decisiones resulten superi ares enla clasificación de
Pareto al permitir mejores soluciones; bl lograr resultados mas
equitativos en terminos de justicia distributiva proporcionan-
do mejor protección a las partes mas débiles; c) conducir a un
consenso mas amplio sobre cualquier decisión; d) generar deci-
siones que sean mas legítimas (incluso para la minoría).

2. Conocimiento analítico o conocimiento indicial

¿Por qué debería la gente valorar las opiniones firmes acer-


ca de cualquier cosa y desde el inicio de una discusión? Hirsch-
man no se erplayó sobre los orígenes de lo que llamo la cultura
del “¡Clarol”. Y esta es la cuestión a la que me refiero en este
apartado.
Una interpretación común y ad hoc atribuye esta cult1.u'a a
la presencia de rasgos de caracter estereotipados. El argumen-
to, en esencia, es el siguiente: “así es como se comporta la gente
en general”. Un temperamento eaaltado, explosivo y propenso
a la discusión puede considerarse como el origen de los valores
del “¡Claro!” en la vida pública, y se supone que estos rasgos se
hallan intrínsecamente mas difundidos en ciertos grupos etni-
cos que en otros. Una línea de investigación mas prometedora
podría centrarse en el origen de esos rasgos culturales y bus-
car enla historia específica de los países que muestran la cul-
tura del “¡Clarol” los hechos sociales que podrían haber
difundido y legitimado esos valores. Cabría especular, por ejem-
plo, que el código caballeresco, arrogante y belicoso de la aris-
tocracia española, una vez imitado por los pueblos que colonizó,
pudo haber suministrado más que una fugaz inspiración para
esa cultura, no sólo en Latinoamérica sino también en el sur
de Italia y en las Filipinas.

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Aquí voy a seguir una ruta diferente. Sospecho que los valo-
res culturales no constituyen la eaplicación de fondo del com-
portamiento del ¡“Claro”l, pero si que, al menos en teoría,
deriven de creencias acerca de la estructura del conocimiento
y de las espectativas mutuas que ellas generen.
Imaginemos dos sociedades típicas ideales que difieren en
un solo sentido: cada ima de ellas se rige por uno de dos su-
puestos basicos acerca del conocimiento. En uno de los dos ti-
pos de sociedad se considera que el conocimiento es lo que, por
falta de rm término mejor, llamaré anaiitico (CA). No es nece-
sariamente considerado como profesionalizado, o ni siquiera
especializado, pero se lo concibe como el resultado de una com-
binación de buen razonamiento, verificación empírica y, en ge-
neral, trabajo intenso. Se lo considera, ademas, tentativa, y no
definitivo. Este conjimto de creencias tiene diversas consecuen-
cias, una de las cuales resulta particularmente pertinente aquí:
si una persona conoce o ignora algo acerca de determinado cam-
po del conocimiento, nadie infiere automáticamente nada acerca
de su conocimiento en otros campos. Si sucede que esta perso-
na no sabe nada o no tiene ideas claras acerca de :r, no se dara
por sentado que no sabe nada acerca de y o de z. Nadie infiere
que sea una persona ignorante. La carencia de conocimientos
de algo no se considera vergonzosa.
En el otro tipo de sociedad, por el contrario, se considera al
conocimiento como holística: el conocimiento o la ignorancia
acerca de .r es tomado como signo de conocimiento o de igno-
rancia acerca de todo. Revela mas que ima carencia local: re-
presenta una falta de Kaltar. El concepto de eztcelencia en la
antigüedad clasica constituye un caso paralelo. Como sostenía
Paul Veyne (citado por Elster 1990: 40), la er-rcelencia se consi-
deraba una e indivisible. Alguien que hace una cosa bien hara
otra cosa igualmente bien, incluso si las cualidades requeridas
son muy diferentes. La errcelencia es opuesta a la especializa-
ción. “La perfección no es lo mismo que una profesión, tal como
filósofo, profesor de retórica, etc., lo cual es algo especializado,
mientras que la perfección es rm ejemplo para todos: la reali-
zación de aquello que todo hombre debería llegar a ser" (Veyne
19T6: 150). Veyne llama a esta perspectiva de la errcelencia theo-
rie de Findice, teoría del índice. Llamaró indiciaies (CI) a las
creencias análogas acerca del conocimiento. (Las creencias in-
diciales pueden, por supuesto, ser dominantes dentro de cual-
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quier campo del conocimiento; de hecho, probablemente lo sean,
pero no voy a tratar aquí este caso especial.)l"
Adviórtase que las creencias acerca del conocimiento no tie-
nen una tercera modalidad: salvo en casos especiales, carece de
sentido tener una perspectiva instantrinea, o de suma cero, del
conocimiento, segútl la cual si uno no sabe nada acerca de r
uno debe saber mucho acerca de y. (En todo caso, esta perspec-
tiva en sentido inverso puede resultar más plausible: como los
recursos son escasos, si alguien sabe mucho acerca de :r, es im-
probable que sepa mucho acerca de y, inferencia esta que re-
fuerza el punto de insta analítico.)
Desde la perspectiva de una sociedad desarrollada en la cual
el pensamiento científico sea el modelo dominante, puede pa-
recer absurdo sostener creencias CI. Se dice que Leibniz fue el
último hombre sobre la tierra que había leído todo. Incluso si
uno pudiese leer todo, esto no significa que uno entendería o
recordaría todo. No es posible que alguien sepa todo: ha pasado
largo tiempo desde que era factible realizar esta proeza. Los
hombres del Renacimiento han desaparecido hace mucho. Y
sin embargo una rápida evaluación de las culturas mundiales
sugiere que el CI -a menudo como supuesto tácito- se en-
cuentra, en todo caso, más difundido que el CA. Considárese la
siguiente selección aleatoria:

1. Desde ima perspectiva religiosa, el conocimiento es en su misma


esencia holística: todo lo que vale la pena saber se encuentra en an
libro: el Evangelio, la Biblia, el Corán. La verdad no se encuentra
en la duda sino en el dogma. El descubrimiento, si es que se da,
proinene de la reinterpretación, y no de la investigación; el conoci-
miento no es un constructo humano sino un don que nos es dado
por revelación dirnna.
2. En el mimdo musulmán (tal como lo describe Abenjaldún) es tra-
dicional una perspectiva holística de la virilidad honorable. Son
desdeñados los artesanos que trabajan en las ciudades y se some-
ten alas limitaciones de la división del trabajo.
3. Gran parte de la filosofia “europea” de los siglos 1-:or y :-or -como
por ejemplo la propuesta por Benedetto Cruce o por la escuela de
Frankfurt- es anticientífica y tiende al CI, más que hacia el CA.
4. Si el conocimiento se encuentra distribuido en forma despareja en
ima sociedad, en la vida cotidiana los supuestos CI pueden ser
más naturales desde el punto de vista cognitivo, que los CA. En
ausencia de una prueba contundente o fácilmente accesible de va-

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lidación independiente, o en ausencia de límites claros entre los
campos del conocimiento, la gente puede usar como señal del cono-
cimiento en general la simple capacidad de dar ana respuesta y
er-rpresar ana opinión: entre dos eruditos, uno que respondió a la
primera de nuestras preguntas y otro que no pudo (o no lo hizo
rápida o elocuentemente) podríamos senti.rnos más inclinados a
confiar en el primero para plantearle otras pregrmtas.

Si la perspectiva indicial se encuentra muy difundida, en-


tonces el enfoque correcto podría consistir en invertir la pre-
g1mta inicial. El problema no es tanto determinar por que esa
cult1.n'a esiste sino saber por que no se halla rnós difundida: en
ambos casos el sí.ndrome “¡Claro!” puede ser más frecuente en la
cultura popular que en la ilustrada. Como manifestaciones de
esa cult1n¬a las discusiones en los bares italianos pueden no
ser muy diferentes de las que se llevan a cabo en los pubs bri-
tánicos o en los comedores norteamericanos.
Las actitudes “claristas” sobreviven en ciertos sectores de
países en los cuales la cultura dominante definitivamente no
es CI: “Si usted hojea el Melody Maker (una revista británica
que versa sobre música) -como me escribió un joven amigo que
sabe de estas cosas-, verá que todas las semanas se consulta
a los músicos pop sobre lo que opinan en materia de política,
feminismo, consumo de drogas, etc. No existe renuencia para
participar de este tipo de conducta que a menudo desata ftuio-
sas peleas. En 1976 David Bovvie dijo que “Gran Bretaña podría
beneficiarse con la aparición de rm líder fascista”, proponiendo-
se aparentemente a sí mismo como candidato posible a primer
ministroiii
A la inversa, incluso en los países donde el “clarismo” es la
norma, pueden sobrevivir espacios en los que se cultive Im en-
foque analítico, aunque sea solo en la mente de unos cuantos
individuos ilustrados:

Como es difícil distinguir al buen profeta del malo -escribió Pri-


mo Levi- debemos desconfiar de todos los profetas. Es mejor evi-
tar las verdades reveladas, incluso si nos sentimos er-raltados por
su simplicidad y esplendor, incluso si las encontramos cómodas
porque no nos cuestan nada. Es mejor contentarse con verdades
más modestas y menos inspiradoras que son conquistadas labo-
riosamente, paso a paso, sin atajos, mediante el estudio, la discu-

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sión y el razonamiento, y que pueden ser verificadas y demostra-
dasfi

La verdadera pregrmta, por lo tanto, podría ser la siguiente:


¿cómo es que en algunos países las elites políticas e intelectua-
les consiguen limitar esas actitudes a sat›cult1.u'as al mismo
tiempo que adoptan entre ellas Im estilo moderado de debate
que conduce a prácticas deliberativas? No tengo respuesta. Es
posible que no errista una sola respuesta- Se podría especular
acerca de diversas explicaciones: la influencia de la ciencia que
se filtra en la esfera política; la difusión del alfabetismo; el es-
tilo de club de caballeros que se impone; la industrialización y
la división del trabajo; el protestantismo; o simplemente el só-
lido razonamiento lógico que saca a la gente de su “clarismo”
instintivo. Cualquiera que sea la errplicación, es más probable
que sea resuelta por la investigación histórica que por las con-
jeturas sociológicas.
Hay, empero, una conjetura -por la que estoy en deuda con
Gerry Mackie- que puede resultar útil para determinar lo que
estamos buscando. En la misma medida en que hay datos
que indican que la perspectiva indicial no queda automática-
mente descartada en sociedades industriales avanzadas como
Italia, por ejemplo, eristen datos antropológicos que señalan
que la perspectiva analítica del conocimiento no constituye ne-
cesariamente un signo de “progreso”. En un ensayo sobre toma
de decisiones colectivas en rm grupo igualitario de cazadores-
recolectores, George Silberbauer (1982: 29) escribe que “e1e:ai-
to en sustentar un determinado argumento confiere más
prestigio, pero mmca el suficiente como para que llegue a “inun-
dar” el errito habitual. La esperiencia en un determinado cam-
po de actividad puede ser considerada como totalmente
irrelevante en otro campo”. Según James I-Iovre (1986: 1'i'7-8),

entre los kuna influyentes erriste ima fuerte tendencia a hablar


sobre toda la gama de temas de la aldea. Respecto a esto los 1-uma
contrastan netamente tanto con el modelo de especificidad de la
tarea y de liderazgo intransferible que Fried encuentra en las so-
ciedades simples de grupos igualitarios, como con una de las prin-
cipales conclusiones de la escuela pluralista de ciencias políticas,
o sea, que en las comunidades modernas de los Estados Unidos
diferentes grupos e individuos tienen diferentes esferas de influen-

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cia. De acuerdo con Fried, y tambien con los pluralistas, la in-
fluencia en rm área determinada (tarea de agruparniento, asignar
sueldos a los maestros) no puede ser fácilmente trasladada a otra
(mudar el campamento, renovación urbana).

En las sociedades tradicionales encontramos la misma po-


larización entre las dos concepciones del conocimiento. Sobre
esta base, parecería que la igualdad de recursos, en especial el
acceso equitativo a la información y a la experiencia pertinen-
te, podría constituir una variable clave para explicar la predo-
minancia de CA. (Esto no significa, que si a una sociedad CI
anteriormente no igualitaria llegara la igualdad politica, las
creencias CA se difundirían automáticamente, como sostendre
en el apartado 4, punto 13.)

3. Consecuencias enla conducta de las creencias


indiaiales

En este apartado considero los rasgos que es probable po-


sean las conversaciones entre personas con creencias indicia-
les. Mi punto de vista general es que: si CI se halla difundido,
los valores de los “claristas” pueden deducirse aplicando los prin-
cipios de simple racionalidad individual. Con respecto a una
sociedad en la cual CA es la norma, las creencias CI establecen
ima estructura de incentivos que alienta este tipo de conducta.
Nótese que no se trata de un argumento descriptivo ni his-
tórico. La cultura del “¡Claro!” puede surgir de otros modos, ya
sea en forma independiente o en conjunción con CI. Stendhal (1957:
138), por ejemplo, apunta al provincialismo: “Un temor estre-
mo y corriente de mostrar un yo inferior constituye el principio
activo en la conversación de los provincianos. Considerese al
sujeto que recientemente, al ser informado del asesinato de
Monseñor, el duque de Berry, replicó: 'Ya lo se' “'.1“ El rabino
Joseph Telushkin (1992: 60-1) invoca un conjunto especial de
valores culturales que explicaría una actitud en buena parte
similar entre los judíos: “ Hace dos mil años el Talmud exhor-
taba: “Adiestra a tu lengua a decir “No se” “_ Pero, como la cultu-
ra judía pone tanto enfasis en el logro intelectual, tales
confesiones, incluso en cuestiones de menor importancia, no
les resultan fáciles a los judíos”. De modo que lo que presento
eii
aquí es un constructo hipotetico de la siguiente forma: si las
creencias CI se hallan difrmdidas, son suficientes para produ-
cir actitudes “claristas”, independientemente de otros factores.
Consideremos en detalle como los rasgos de “clarismo” iden-
tificados por Hirscbman pueden derivarse de creencias CI.
Deben tenerse en cuenta tres grandes componentes, lógicamen-
te independientes: opiniones firmes, sobre todos los temas, desde
el comienzo de la discusión. (Cada actitud podría derivarse
verosímilmente de mecanismos diferentes, pero CI puede ori-
ginar las tres.)

Opiniones firrnes. Una opinión es firrne si se er-rpresa de un


modo concluyente que no admite ni dudas ni matices. La opi-
nión se emite para silenciar al auditorio en lugar de invitar a
proseguir el debate. Si rigen las creencias CI, la expresión de
dudas genuinas, y no meramente retóricas, señala una fragili-
dad cognoscitiva general y deshonrosa. Las dudas son desalen-
tadas. Aldo Rico, un general argentino y “clarista” de primer
orden, dijo: “Yo tengo sangre asturiana y los astruianos no du-
damos: la duda es una jactancia de los intelectuales”.""
Si rige CI, la alternativa de erpresar opiniones firmes no es
dar opiniones debiles, sino no ofrecer ninguna en absoluto. Al
mantenerse en silencio, se evita crear la oportrmidad para rma
disputa que se puede terminar perdiendo.

Sobre todos los ternas. El no poder resolver un problema cons-


tituye una deficiencia global. Siempre que se pregunta algo en
el sur de Italia, por simple que sea, no hay manera de que la
persona. interrogada lo deje ir a rmo sin una respuesta: incluso,
aunque no sepa la contestación correcta, debe dar una respues-
ta, ya sea imprecisa o especulativa. (Los italianos del sur no
están solos en esto. “Los israelíes -escribe el rabino Telush-
kin (1992:81)- son conocidos por ofrecer orientación a los tu-
ristas que hacen preguntas incluso acerca de lugares que no
conocen.”) Como último recruso se consulta a una tercera per-
sona: si rmo no sabe la respuesta, mejor que permanecer en
silencio es sugerir a alguien que sepa. Una pregunta es lo mis-
mo que un desafio, y contestar “No só” equivale a una derrota.
No quiero decir que si uno hace una pregunta práctica se reci-
' En español en el original. [T.]

4'?
be ima respuesta inventada; de modo que si alguien pregrmta:
“¿Puede arreglar mi auto?”, la gente no tiene inconveniente en
responder negativamente si no puede. Las creencias CI no se
aplican tanto a esas cuestiones prácticas que pueden probarse
inmediatamente, sino a cuestiones morales, políticas, históri-
cas y filosóficas, y al conocimiento por sí mismo.

Desde ei cornienso. Este es un corolario del mayor valor de la


certeza sobre la duda. Ninguna ventaja resulta de la espera.
La espera significa duda. Si uno decide errpresar ima opinión es
mejor que la esponga sin vacilaciones. En contraposición con
esto, en las sociedades CA hay rm incentivo para esperar antes
de espresar las propias opiniones. En Inglaterra, en las comi-
siones hay una norma tácita según la cual dar una opinión
firme demasiado pronto es considerado generalmente inade-
cuado, es importante tomarse su tiempo para considerar todos
los aspectos de una cuestión difícil, o bien su imparcialidad y
credibilidad quedarán comprometidas. En las sociedades CI la
imparcialidad es rma propiedad que nadie necesita probar; todo
el mundo tiene derecho a ella -“¡Somos todos caballerosl”*-
en tanto que en las CA las demandas de imparcialidad provie-
nen de una adhesión al procedimiento correcto de considerar
mr asmrto y debatir sobre el. Puede objetarse a veces, que has-
ta en las sociedades CA el tomarse su tiempo antes de espre-
sar sus opiniones sea simplemente una postura estrategica, ya
que lo importante es que se nea que uno se toma su tiempo,
aun cuando se tenga rma idea perfectamente clara de lo que se
quiere lograr. Sin embargo, incluso si sólo una parte de los que
se toman su tiempo antes de ofrecer sus opiniones emplean ese
tiempo útilmente tratando de darles forma, algún efecto posi-
tivo será percibido. Al contrario, en las CI nadie, por definición
-incluso aquellos con ideas poco elaboradas- perderá tiempo
alguno reflesionando sobre ellas.

4. La rivalidad discursiva cuando rigen creencias


indiciales

Hirschman sostiene, asimismo, que parte de la cultura del


“¡Claro!” consiste en asignar considerable valor a “ganar una
' En español en el original. [T.]

48
discusión y no a escuchar y descubrir que algo puede a veces
apreuderse de los demás”. A fin de deducir si este valor puede
derivarse de las creencias CI, debemos considerar cómo funcio-
na la competencia cuando rigen esos supuestos. Si alguien ma-
nifiesta una opinión firme ante un auditorio que comparte la
misma cultura, este último tiene tres opciones:
1. Estar de acuerdo, reconociendo la validez e interes del
enunciado. En este caso el enunciador gana la partida, que ter-
mina allí; la parte que está de acuerdo admite implícitamente
que no lo sabía o que no pensó en ello primero, y así reconoce la
superioridad del enunciador. Cuando imperan creencias CI
admite implícitamente un tipo de inferioridad más general, que
no se limita a las cuestiones en juego. Los efectos sociales in-
mediatos no cambian, aun cuando la coincidencia sea hipócri-
ta. Según CA, en cambio, no necesita preocuparse acerca de las
señales más generales irrdicadas por el acuerdo y puede probar
fácilmente que está aprendiendo de las opiniones de otras per-
sonas. La coincidencia, por supuesto, puede ser irónica o con-
descendiente, pero en el caso Cl esto sólo funciona si esiste
una superioridad bien establecida de parte de quien coincide.
Salvo que esistan entre las partes asimetrías que no sean mo-
dificables por el intercambio discursivo, es improbable que el
intercambio en la sociedad CI termine, entre pares, con ima
coincidencia pura y simple.
2. Coincidir con la opinión fuerte y al mismo tiempo socavar
su pretensión de innovación o relevancia. El despreciativo “cla-
ro” pertenece a esta categoría. El intercambio termina en algo
así como un empate, en el cual el enrmciador puede obtener
ima ganancia insignificante al llegar a algún tipo de acuerdo y
el interlocutor al parecer no admite su inferioridad. Quizá la
respuesta “¡Clarol” otorga cierto estímulo al interlocutor, pues
no sólo lo supo siempre, sino que además no hizo perder el tiem-
po a otros espresando semejante trivialidad. Una variante de
'“¡ClaroI” muy en boga entre los “claristas” intelectuales es sos-
tener que cualquier cosa que rmo diga ya fue dicha hace mucho
por otro, preferentemente por un gran maestro.
3. Escoger el ataque frontal, espresando una opinión crítica
o diferente igualmente firme. En este caso la partida no se re-
suelve y puede repetirse. La parte que habló primero puede
hacer una nueva movida y elegir entre las mismas tres opcio-
nes. Si elige 3 y reformula su enunciado original, el intercam-
49
bio puede, en teoría, continuar ad inƒinitarn. Como esto no
sucede en la vida real, es probable que la competencia se
intensifique, al principio más acústicamente. El griterío con-
tinuará hasta que, o bien una parte se declare derrotada, o
bien la contienda degenere en una confrontación violenta.
Según las CI, siempre que las ideas se enfrentan, la batalla
de argumentos termina en batalla de personas. En un mun-
do dominado por creencias CI el auditorio no puede limitar-
se a espresar un desacuerdo parcial y limitado, pues esto
equivaldría a espresar dudas acerca de la integridad del co-
nocimiento de la otra parte. Concretamente, esta línea de
respuesta fracasa en el número 3. Tampoco, por los mismos
motivos, puede uno admitir errores sin admitir una perdida
mayor.

5.. Predicciones

La estructura de incentivos y el tipo de rivalidad que se de-


sarrolla permiten formular cierto número de hipótesis respec-
to de la forma que adoptará la vida política en una sociedad en
la que las creencias CI son dominantes. La imagen que se pre-
senta hace pensar bastante en Italia y en muchos países lati-
noamericanos.
1. La acumulación de conocimientos es más difícil de lograr
en las sociedades CI que en las CA, en parte porque las conver-
saciones no son tan constructivas, y hasta cierto punto por una
razón diferente. Hasta los “claristas” pueden aprender. Pueden
objetar con vehemencia todo lo que uno diga y luego repetir
esactamente lo mismo a otra persona más tarde. Pero se senti-
rán tentados a decir que fueron ellos los que lo pensaron pri-
mero. Es probable que la propiedad de las ideas sea fuente de
disputas, y el miedo puede hacer que la gente se abstenga de
compartir sus ideas con otros (o, para ahorrar tiempo, de tener
ideas en absoluto).
2. Es probable que la cantidad de personas que se abstienen
de espresar públicamente sus opiniones en las sociedades CI
sea más elevada que en las sociedades CA. La gente será mu-
cho más comruricativa en privado, porque saben que su familia
no tiene interes en competir. (En Italia a menudo es difícil es-
cuchar las noticias por radio o por televisión porque todos los
50
presentes frente a los aparatos tienen mia opinión que espre-
sar acerca de lo que ocrure. Esto no es tan negativo, sólo por-
que allí la televisión es de tan mala calidad.) Pero en público
podemos esperar grandes masas de neghittosi, gente que no
muestra interes ni compromiso por los asuntos públicos, rm
grupo notoriamente nocivo para la democracia.
3. Es probable que entre los que se atreven a espresar pú-
blicamente sus opiniones, aunque signifique un gran desafio,
la proporción de personas agresivas, impulsivas, obstinadas y
prepotentes sea superior en las sociedades CI que en las CA.
4. La gente común, en cambio, espresará sus puntos de vis-
ta sólo si es forzada por alguna cuestión u opinión contraria
por lo que ha acumulado la suficiente agresividad como para
espresarlo en voz alta. Se deduce que, aun suponiendo la rnis-
rna distribución de temperamentos esplosivos que en una so-
ciedad CA, en el caso CI las opiniones se destacarán por
erupciones mezcladas con emociones destructivas, tales como
la rabia o la indignación. El cóctel que combina inmovilidad
con esplosiones de cólera contribuirá a aumentar la volatili-
dad política.
5. La presión será mayor sobre los poseedores profesionales
de conocimiento -academicos y políticos- para que muestren
que tienen opiniones firmes sobre todo lo que parezca de im-
portancia. Es probable, entonces, que ambas profesiones atraí-
gan y seleccionen individuos con disposiciones marcadas del
tipo 3, como se las describió anteriormente.
6. Las normas contra el comportamiento agresivo y obstina-
do serán más debiles. I-Iay dos razones para esto: tanto las eli-
tes políticas como las intelectuales darán mal ejemplo a otros y
no tendrán rm incentivo individual para introducir normas
contra su propio comportamiento típico. En las sociedades CI
puede desdihujarse la distinción entre los argurnentos basados
en el orgullo y los basados en la razón. Los actos que según las
hipótesis CA serían vistos como arrogantes se consideran nor-
males. En su autobiografiafii Quine hace ima distinción entre
los estudiantes que quieren tener razón y los estudiantes que
pretenden haber tenido razón. Los últimos pueden ser conside-
rados claristas por temperamento, gente para la cual, cn la
discusión, el orgullo es más importante que la razón. En tanto
que este tipo se hallará bajo cierto control normativo en las
sociedades CA, prosperará con las creencias CI.
51
T . El punto anterior puede hacerse estensivo a aquellos gru-
pos en las sociedades CI que participan en la vida pública y
que tienen más oportunidades y presiones que otros para es-
presar sus opiniones. Podemos esperar un mayor número de
“claristas”:

I- Entre los miembros de la clase media más que entre los obreros.
Susan Stokes informó en un debate que en Perú es la clase media
y no los indios los que consideran ingenuos a los estranjeros cuan-
do hacen preguntas o admiten su ignorancia.
I' Entre los hombres más que entre las mujeres. En una carta publi-
cada recientemente, la ya fallecida escritora italiana, Natalia Ginz-
burg, admite su sensación de inferioridad con respecto a los hombres
en materia de conocimiento. Es evidente que su angustia surge
directamente de sus suposiciones indiciaies acerca de que es el
verdadero conocimiento: “Nunca pude aprender geografía ni histo-
ría. De modo que tengo cierta confusión en la cabeza acerca de
muchas cosas. Me parece que hasta que no haya entendido todo
claramente, hasta que no entienda cómo se fabrica un automóvil y
cómo se hace un país, que son las compañías de ferrocarriles, no
estare en condiciones de escribir nada serio. (...) Leone [su marido]
era lo opuesto a mí. El sabía todo, todo acerca de rm país, todo
acerca de todo, de como son realmente las cosas”. (La Starnpa, 28
de marzo de 1995; la traducción es m.ía).
I' Entre varones j óvenes más que entre varones mayores. En Medi-
taciones sobre la aida (1990) Robert Nozick, dice que cuando era
joven creía que debía opinar acerca de todo.” Albert Hirscbman,
en rm ensayo autobiogrático (1998), cuenta la historia de cuando
era adolescente y no consiguió obtener una respuesta de su padre
acerca de una cuestión profunda. El joven Albert quedó muy amar-
gado y le confió a su hermana: “¿Sabes? Papá no tiene una cosmo-
visión”. Posteriormente se dio cuenta de que su padre tenía razón
y se convirtió en un defensor de la idea de que no deberíamos fiar-
nos de una Weltansclraaang muy definida. Quizás algrma medida
de “clarismo” juvenil, siempre que rmo finalmente lo supere, podría
ejercer un efecto positivo y alentar una mayor participación en la
vida pública.

8. Aun cuando los medios de comunicación y los políticos


puedan hacer uso de especialistas academicos, en las sociedades
CA es probable que los “intelectuales” sean rnirados con descon-
fianza. El conservador William F. Buckley expresó en ima oca-
sión que prefería ser gobernado por personas cuyos nombres
fueran sacados al azar del directorio telefónico de Cambridge,
52
Massachusetts, que por el cuerpo de profesores de la Universi-
dad de Harvard.” Es probable que su opinión sea compartida
por personas situadas tanto a la izquierda como a la derecha
del espectro político. En las sociedades CI, en cambio, los inte-
lectuales son muy respetados. Tanto en los Estados Unidos como
en Gran Bretaña sería inconcebible que los academicos e inte-
lectuales llenasen las pantallas de televisión o las primeras
páginas de los diarios con sus comentarios acerca de cada asim-
to político e internacional. Les sería todavía más dificil ocupar
puestos ministeriales. En Italia todo esto parece perfectamen-
te aceptable. Allí, lo mismo que en otros países “latinos”, los
escritores de ficción son constantemente entrevistados acerca
de los asrmtos de actualidad, y sus opiniones _-amenudo tan
tontas como las de cualquier otro- encienden furiosas peleas
en los principales medios. Países como estos producen y pro-
mueven una especie de intelectuales apropiadamente llama-
dos en italiano tattoiogi, gente dispuesta a darnos su opinión
acerca de prácticamente todo.
9. En las sociedades CI habrá mayor probabilidad de espre-
sar opiniones apresuradas y erróneas que en las CA debido a
la presión por definirse desde el principio de una conversación.
En consecuencia, se gastará más energía combatiendo y des-
cartando opiniones inadecuadas y confusas. El precio por descar-
tar opiniones erróneas, en lugar de recaer sobre la precarnda
moderación de los defensores individuales, lo pagará el resto
de la sociedad.
10. Será más difícil modificar ima opinión ima vez espresa-
da. Por consiguiente adoptar una postura energica comprome-
te la reputación de los participantes. Si el punto 9 es correcto,
tambien es más probable que uno quede sujeto a opiniones equi-
vocadas. Arm cuando la gente, en las sociedades CA, se preocu-
pase por el desprestigio en la misma medida que en las
sociedades CI (o quizás aun más, ya que expresan sus opinio-
nes como si fueran expertos), igual las CI crearían más oportu-
nidades para el desprestigio. Según las hipótesis CI, el arnoar
propre, ima motivación potencial para la acción en la mayoría
de los seres humanos, encontrará un incentivo para manifes-
tarse más a menudo, incluso suponiendo la misma distribu-
ción que en las sociedades CA.
11. En las sociedades CI, cuanto más evidente sea el error,
más querrá la parte equivocada que se sepa que ha cambiado

53
de opinión, si cabe, sin ser impulsada por la otra parte. La
persuasión mediante el razonamiento es trabajosa en las so-
ciedades afectas a la disputa. Tiene que llevarse a cabo sobre
frmdamentos externos al tema inmediato; se requiere una es-
traordinaria cantidad de rmgüento social para calmar a gente
que corre el riesgo de ponerse en ridículo. Es más probable que
tenga esito la retórica, y no el razonamiento.
12. La retórica esaltada coesistirá sin problemas con mez-
quinas negociaciones, y la conjunción de ambas dejará fuera
de la vida pública la discusión seria sobre principios. Cuando
la disputa se torna rápidamente en enfrentamiento y desor-
den, la negociación se convierte en la opción dominante y la
sociedad se vuelve más cínica, menos ecuánime en terminos
de justicia distributiva y más conflictiva. Los politicos astutos de
todo el mundo saben cómo negociar a fin de sellar compromi-
sos, pero en las sociedades CI necesitarán estar más dispues-
tos a ello, y será más probable que eliminen por completo las
discusiones acerca de principios. Giulio Andreotti llevó esta
estrategia a la perfección. En forma deliberada nunca, en toda
su carrera política, espresó mia opinión firme o principista;
tenía archivos secretos sobre las numerosísimas personas con
las que mantenía contactos, y se convirtió en el gran artífice
del compromiso politico. Nadie, ni siquiera los comunistas, po-
dían prescindir de el. No puedo recordar rma sola pelea políti-
ca que haya librado la clase política italiana sobre temas de
principios. La respuesta automática ante cualquier reclamo,
por irracional u ofensivo que fuera, ya sea que proviniese de la
mafia o de las Brigadas Rojas, fue “negocien”. (El fenómeno
político típicamente italiano conocido como trasforrnisnro, o sea,
el cambio de partido o de postura que hacen los políticos con
gran facilidad, es sólo ima de las consecuencias importantes de
esta difundida falta de principios.)
13. Una creencia dominante en la igualdad política inter-
actúa con la perspectiva vigente del conocimiento, sea indicial
o analítica. Esta interacción, empero, está lejos de ser sencilla.
En condiciones de igualdad política la gente se otorga mutua-
mente derechos iguales para espresar una opinión, y se perci-
ben a sí mismos potencialmente tan buenos (o malos) como
cualquiera para desarrollarla. A primera vista podría pensar-
se que se requiere una igualdad de este tipo para que CA tenga
un efecto positivo sobre los procesos deliberativas. Esto es proba-
54
blemente cierto en sociedades como los Estados Unidos, en las
que la igualdad política reside en sus cimientos. Sin embargo,
en los países CI, en los que esiste una larga tradición de des-
igualdad política, los efectos de CI sobre el estilo del debate, en
lugar de anularse, pueden multiplicarse como resultado de la
mayor igualdad política. Al típico estilo de Tocqueville, pode-
mos esperar que, ante la aparición de la igualdad todo el mmr-
do se manifieste menos predispuesto a adoptar las opiniones
de otras personas como mejores que las propias, y más propen-
so a la obstinación.
La desigualdad, en cambio, más que debilitar el CA, puede
de hecho reforzarlo. En cuanto a esto, Gran Bretaña constituye
rm caso interesante. En ese país la cultura analítica es gene-
ralmente dominante, y sus efectos son reforzados por una per-
cepción fuerte y generalizada' de la importancia de las
diferencias de clase. Las elites políticas e intelectuales deba-
ten entre ellas sobre los principios CA, e indiuidaalrnente no
creen que ninguno de ellos sepa todo lo que hay que saber. No
obstante, colectioarnente eshiben una forma peculiar de “cla-
rismo al estilo Osbridge” con respecto a todos los demás: lo que
ellos no saben, simplemente no es conocimiento.” Esisten, por
lo tanto, en lugar de mro, dos mecanismos, que hacen que el
pueblo británico sea más tentativo, más remiso a las generali-
zaciones y más preciso que la mayoría de las otras culturas:
CA y, como predijo Tocqueville ([1837] 1988: 438-42), la clase.
El estilo de las discusiones británicas es suavizado por un sen-
timiento de admiración hacia quienes saben lo que vale la pena
saber, un sentimiento que no se encuentra difundido ni en los
Estados Unidos ni en Italia. Al combinar la presencia o ausen-
cia de igualdad política con la de CA y CI, obtenemos no dos
sino cuatro tipos ideales:

Igualdad Desigualdad
CA Estados Unidos, grupos Gran Bretaña
de cazadores
recolectores igualitarios
CI Italia Sociedades tradicionalmente
autoritarias

Desde el prmto de vista de las condiciones favorables para


una buena discusión pública, Italia se encuentra en la peor de
55
las posiciones: cree tanto en el CI como en la igualdad. (Nótese,
sin embargo, que el hecho de que la gente en ima cultura CI
sea más propensa a la obstinación podría -como sugirió un
árbitro anónimo al editor- volverla más flesible al tipo de ma-
nipulación analizado por Stokes y Przevvorski en los capítulos
5 y 6 de este volumen: si no escuchan a nadie, al menos no van
a escuchar a quienes están tratando de engañarlos.)
14. Hirscbman sostiene que la gente de la cultura del “¡Clarol”
se hallará más predispuesta a la política autoritaria que a
la democrática. Esto puede deberse en parte a rm efecto directo
del mayor incentivo para intimidar a la gente a fin de que con-
cuerde con cualquier opinión que uno esprese. Pero por lo ge-
neral esta predisposición se generará indirectamente como
respuesta a las consecuencias antes enruneradas: en pa.rte gra-
cias a preferencias más difundidas en favor de una autoridad
fuerte que pueda imponer orden en el turbulento sistema polí-
tico, y en parte a causa de las mayores oportunidades de que
mr aorno forte, mr hombre fuerte, aproveche la inestabilidad
política y tome el poder. Arm tras el colapso del regimen que
gobernó Italia durante 45 años despues de la guerra, los políti-
cos parecen incapaces de evolucionar y salir del estilo sin prin-
cipios pero eficaz de Andreotti, o sea la negociación incesante.
En los últimos años los reclamos a favor de rm aorno forte se
han vuelto más estridentes en Italia. El comentario caracterís-
tico de Andreotti era: “Uomo forte? Basterebbe un uomo”.
(¿I-Iombre fuerte? Bastaría con un hombre.)
Cuando termine de enumerar deductivamente todas las
malas consecuencias que se observan en la cultura del “¡Clarol”,
quede asombrado al descubrir que eran tantas. Este “modelo”
parece mucho más poderoso de lo que yo había anticipado y,
como científico, si bien de la rama “social”, esto despertaba na-
turalmente mis sospechas. Halle cierto consuelo en descubrir,
gracias a Jon Elster, que mis predicciones eran todavía bastan-
te modestas comparadas con las de Montaigne: “Muchos de los
abusos de este mundo son engendrados -o, para decirlo en
forma más temeraria, todos los abusos de este mundo son en-
gendrados- cuando se nos enseña desde la escuela el temor a
admitir nuestra ignorancia y porque se nos esige que admita-
mos todo lo que no podemos refutar” (citado en Elster 1996:
114-15).

56
6.. Cuestiones normativas

De las precedentes observaciones surgen alglmas recomen-


daciones. La primera y pri.ncipal es que en los países de cult1n¬a
del “¡Clarol” la democracia requiere de instituciones espe-
cialmente diseñadas que la ayuden a combatir sus vicios específi-
cos. Esto tiene una consecuencia práctica importante. Muchos
países consideran a la democracia anglosajona como el modelo
que debe ser emulado. Entre los argmnentos que se proponen
a favor de la reforma -ya sea constitucional, jurídica o electo-
ral- la irnitación, o más bien la seadoirnitación, como la deno-
minó Hirschman, de esas democracias a menudo cumple una
función. En un determinado país la democracia y la justicia se
consideran esitosas, y se infiere que al adoptar las mismas dis-
posiciones institucionales se asegurará el esito. Esto no cs así.
El caso de los países latinoamericanos que adoptaron la cons-
titución norteamericana es sólo el ejemplo más famoso del f`ra-
caso de la mera imitación. Un caso interesante es el de la
reforma electoral italiana de 1993, que introdujo ima variante
levemente mitigada del sistema de mayorías. (El antiguo y casi
puro sistema de representación proporcional ha sido abando-
nado y acusado de muchas más cosas de las que era culpable
[Warner y Gambetta 1994].) Según los valores del “¡Clarol”, como
los que habitan en la mente de muchos italianos, el sistema
litigioso, que es hasta cierto punto promovido por el nuevo siste-
ma electoral, puede resultar peligrosamente inapropiado, pues
alienta la radicalización y la competencia destructiva en lugar
del compromiso. Cabe, por supuesto, considerar un sinnúmero de
otras razones, pero la degeneración de la vida política italiana
tras las elecciones de 1994 puede ser precisamente mia manifes-
tación de ese peligro.
Al diseñar sus instituciones, las democracias que esisten en
ima cultru-a del “¡Clarol” deben preocuparse no sólo de los escesos
del beneficio propio -como Elster (1993) mostró que hacían
los constitucionalistas norteamericanos- sino tambien por los
defectos colectivos que pueda engendrar esa cultura específi-
ca. Puesto que, cuanto mayor sea el auditorio, más extremas se
volverán las actitudes de tipo “clarista”, podría esperarse que,
si la cantidad de oyentes es menor, el estilo discursiva podría
mejorar. Como sostiene Elster (capítulo 4 de este volrunen) el

5'?
secreto -aunque al costo de poner en primer plano los intere-
ses partidistas- puede desalentar “los discursos demagógicos
y la puja retórica”. Supongo, sin embargo, que los “claristas”
consecuentes serán igual acicateados por un auditorio tarr pe-
queño como su propia imagen en el espejo.
Las creencias en CI son muy elásticas. Ni siquiera es nece-
sario un total convencimiento para que incidan en las acciones
de la gente. Pueden ser sostenidas por razonamientos de se-
grurdo orden: “Creo que todo el mundo cree que se trata de CI"
basta para motivar las mismas acciones que la creencia de pri-
mer orden. Arm cuando la gente, por algrma razón, dejara de
creer que otras personas realmente creen en CI, podrían, sin
embargo, continuar actuando sobre la base de CI. Este estado
de cosas cobra la forma de rma convención inferior: una prácti-
ca que nadie quiere pero que nadie puede darse el lujo de ser el
primero en interrumpir. Las prácticas que pueden originaria-
mente s1n'gir de las creencias CI cobran vida propia.
Un proceso sociopsicológico, señalado por Susan Stokes en
una discusión, podría reforzar aun más la independencia de
las prácticas respecto de las creencias mediante la formación
de valores adecuados. Es improbable que la gente pueda soste-
ner actitudes “claristas” por razones puramente estrategicas.
Siempre que esista una fuerte presión para adoptar conductas
provechosas por razones instrumentales la gente termina ad-
judicando efectivamente valor a esas conductas, por vía de la
reducción de la disonancia cognitiva. Al espresar “opiniones
firmes sobre todos los temas desde el principio” la gente termina
por racionalizarlas y creer en su valor y en que están expresa-
das de modo conveniente. Quizá los valores son una escrecen-
cia de las creencias. Pero desarrollan una naturaleza aparte,
así como las trufas son una escrecencia de las raices de ciertos
árboles pero adquieren rm sabor fuerte que les es propio.
Una cuestión interesante tiene que ver con lo que sucede
cuando los agentes CI se encuentran con agentes CA. ¿Puede rm
tipo “invadir” al otro? Aquí sólo me atengo a mi esperiencia.
Para el homo analyticus encontrarse con rm “clarista” es a la
vez perturbador e inútil, y lo más probable es que cambie de
interlocutor antes que trabarse en un enfrentamiento. El “cla-
rista” se siente atraído pero en última instancia irritado por
las conversaciones con el horno anaiyticas. Es fácilmente inci-
tado porque presiente que será fácil superarlo. Sus prejuicios
58
respecto de la superioridad de un argumento -amplio, com-
plejo, dinámico, realista, holista, consciente del contesto, etc.-
encuentrarr un terreno fertil en el cual descargarse. Su percep-
ción optimista es que con un solo golpe derribará a su oponen-
te, y esto lo tienta a provocar ima pelea. Nuestro David analítico
puede, empero, devolver el golpe: puede arrojar filosos guija-
rros contra el entrunecido órgano de la duda de este Goliath,
provocando gran desasosiego. Nunca concederá la victoria, y a
lo s1.1mo se retirará diplomáticamente para evitar un enfrenta-
miento. El “clarista”, a su vez, nunca admitirá que alguna duda
pueda provocar siquiera un escarceo en su mente, y si uno le
pregunta si garró la partida responderá: “¡Claro!”. Pero nunca
se sentirá del todo seguro y por eso esperimentará por su
oponente un desdén aim mayor. En conclusión, salvo por unos
pocos encuentros caracterizados por los roces, es probable que
los dos tipos se aparten siempre y permanezcan en grupos se-
gregados.
Todos los prmtos que he esbozado suponen que se mantie-
nen con tenacidad las creencias CI y sus actitudes correspon-
dientes, lo cual torna a la vez apremiante y dificil la cuestión
de saber cómo un grupo puede pasar de CI a CA.
La democracia deliberativa utiliza en forma conveniente un
estilo de debate característico de la discusión científica. La cien-
cia y la democracia -como han señalado Merton, Popper y
muchos otros- comparten, o más bien aprovechan una canti-
dad de virtudes similares, incluyendo el carácter esperimen-
tal, que es de importancia clave para este ensayo. Tanto la
ciencia como la democracia adquieren legitimidad en virtud de
la justificación pública.” Pero difieren no sólo desde el punto
de vista del procedimiento por el cual logran sus respectivas
justificaciones públicas sino tambien, y en especial, en función
de su objetivo. La deliberación tiene que ver primarianrente
con cuestiones no científicas para las cuales no hay procedi-
miento de prueba disponible: importa más cuando disponemos
sólo de información parcial, o cuando encaramos decisiones de
largo plazo cuyos efectos son difíciles de determinar, o cuando
estamos divididos en cuanto a los principios. El desarrollo de
la ciencia no puede incidir automáticamente en las discusio-
nes políticas.
¿Podemos poner nuestras esperanzas en la tecnología y sus
derivados? Como siempre, la tecnología tiene doble filo. La te-

59
levisidn parece conducir por lo general al “clarismo”. Por empe-
sar, tiene numeroso público -de hecho el público más numero-
so del que alguna ves pudieron disponer los individuos-, lo
cual puede constituir un incentivo tentador para llevar esta
cultura iconoclasta a extremos inéditos. Sus seguidores, ade-
mas, son entretenidos, hacen declaraciones eaaltadas, evitan
las distinciones sutiles y riiien entre si en forma teatral. La
television medra con las opiniones enaltadas _v los comentarios
terminantes. Compite por los televidentes con programas me-
nos instructivos 3-* mas divertidos. Imaginemos, empero, que
nuestras conversaciones tuvieron lugar por medio del correo
e1ectronico.A diferencia de la redaccion de cartas, que es lenta
y engorrosa, el e-mail posee una imnediates que hace que los
intercambios comunicativos sean comparables a los intercam-
bios verbales. Esta tecnologia ¿supondría algún tipo de restric-
cion para los "claristas”'? Tener que escribir incrementa los
riesgos de la reto-rica jr la elocuencia. Dificulta las posibilidades
de gritar e interrumpirse mutuamente. El receptor de e-mail,
asimismo, puede esperar mas para responder, sin que esto sea
visto como signo de debilidad. “I-Iablar jr escuchar” en orden de
sucesion es inevitable en el correo electronico. Es decir, el “cla-
rista” tendria que esforzarse mas para ser fiel a su tipo cuando
emplea este medio. Tendría que usar todas mayúsculas para
“gritar”, pegar el testo de su oponente dentro de su propia res-
puesta e “inte1¬ru1npir” por la mitad las frases de este último
con sus propios 31 energicos comentarios. Los claristas conven-
cidos estarian en mejor posicion si se atufieran a la comunica-
cion oral.
Todo lo que podemos hacer ¿es esperar pasivamente que la
difusion de los medios electronicos de cominiicacidn nos con-
vierta milagrosamente en mejores delibera-dores? Una expli-
cación elaborada desde el punto de vista de las creencias de la
cultura de1“¡G1a1~o!” nos confiere cierta ventaja normativa sobre
otra producida en funcion de valores: las creencias se prestan
al debate racional jr por eso cambian. Uno puede discutir sobre
creencias de un modo como no podria hacerlo sobre valores. Si
pudiesemos aniquilar las creencias CI y las convenciones vincu-
ladas con ellas, muy probablemente los valores asociados con
la cultura “¡C1aro!” se evaporarían mas rapido de lo que cabría
esperar. La costumbre de vendar los pies de las mujeres fue
abandonada en China a comiensos del siglo. Se perdio mas ra-

60
pido de lo que nadie hubiera podido predecir. La red de múlti-
ples valores que rodeaba de justificaciones esta cruel práctica
desaparecio rapidamente con ella, como lo ha demostrado Ge-
rrj,† Mackie (1996),
Quizás el modo como esa costumbre fue finalmente deste-
rrada nos puede enseñar algo acerca de este terreno, por otra
parte tan diferente. Una de las condiciones que terminaron con
ella fue una forma particular de esfuerzo propio. Se formaron
circulos de familias que se comprometieron a dejar de esta
practica a sus hijas y a casar a sus hijos solo con muchachas
cuyos pies no hubiesen sido vendados. Esto rompio el círculo
vicioso que impedía que cada familia actuara por su cuenta,
porque eso hubiese impedido que sus hijas encontraran mari-
do. Queda abierta al debate la cuestion de si ima estrategia
similar -círculos de elites intelectuales y políticas que se com-
prometen mutuamente a pasar a un marco de inferencia analí-
tico- lograría el efecto deseado. Incluso si esto fuese así, ¿de
donde provendrían la energía política jr la claridad mental ne-
cesarias? Esto esta abierto a conj et1n¬as. El modo como se eli-
gen las elites inspira pesimismo. Es mas probable que sean
“claristas”, o más carentes de principios que el promedio, o
ambas cosas a la vez.
Después de todo lo que dije, ademas, ¿como podría finalizar
con una opinion firme?

Notas

1. Leon Tolstoi, “Storia della giornata di ieri”, Tutti i recaer.-.ri (Mondadori,


1991) 14, en mi traduccion.
2. Úscar Wilde, Un merioìo ideal, acto 1".
3. Austen-Smith, en el trabajo presentado en el Taller sobre Democracia
Deliberativa, Universidad de Chicago, 25-30 de abril de 1995. Notese que,
salvo que un consenso universal sea a la vez alcanzado e imnediataniente
visible, a la decision final se debe llegar mediante alguna otra disposicion.
Por supuesto, la mas común en las democracias contemporáneas es la vota-
cion bajo algún regimen de mayorías.
4. Incluso si nadie escuchase tiene que haber un valor significativo adju-
dicado a la libertad de ezpresion: veanse los oradores improvisados en el
Speakefs Corner del Hyde Park de Londres.
5. Concuerdo con la jerga política italiana en la cual se emplean de modo
despectivo unas cuantas ezpresiones españolas o que suenan a españolas:
ooc-.toa son gritos jr protestas estridentes que, o bien son' preferidos en res-

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puesta a falsos peligros, o bien no logran nada, o ambos; somos todos caballe-
ros se refiere a dudosas reivindicaciones de inocencia basadas en el estatus
más que en la evidencia, y peones son diputados noveles vociferautes y poco
eficaces. Lo último en esta familia son los bsrinscones, peones que trabajan
en el partido de Silvio Berlusconi. En contraposicion, el latín aparece cn la
jerga política cuando se trata de cuestiones serias, Un ejemplo reciente es
por conriicio, que se refiere a la ecuanimidad aplicada por los medios cuando
ofrecen a todos los partidos políticos una oportunidad de expresar sus opi-
mones.
9. Por ejemplo Habermas (19-94), Manin (19-9?), Elster (1993) y la mayo-
ría de los colaboradores de este volumen.
T. “indicial” no se emplea aquí en el mismo sentido que en la filosofia del
lenguaje, o sea, palabras cuyo significado depende del contexto, tales como
“aq1.u'”, “hoy” y “yo”.
9. Steven Warner (comunicacion personal).
9. Apéndice de 1976 de “Si esto es un hombre” en Primo Levi, La opere
[Eiuaudi, 1997), 299-19, en mi traduccion.
19. Estoy en deuda con Gerry Mackie por esta cita.
11. Estoy en deuda con Roberto Gargarella por esta cita.
12. Quine (1995: 4'?8) escribe: “Un gran abismo, no advertido suficiente-
mente, separa a quienes estan principalmente preocupados por haber tenido
razon de quienes estan principalmente preocupados por tener razon. Me agra-
da pensar que estos últimos beredaran el mundo”, Estoy en deuda con Jos-
hua Úohen por haber llamado mi atencion sobre esto.
13. Estoy en deuda con John ålcorn por señalarme esto.
14. Estoy en deuda con Gerry Mackie por informarme acerca de esto.
15. Estoy en deuda con Steven Warner y con Joshua Getzler en este pun-
to. El último aporto la cita parafraseada en el testo:
First come I; my name is Jowett.
There is no knowledge but I know it.
I am the Master of this college:
what I do not know isn't knowledge.
[Yo paso primero: mi nombre es Jowett.
No hay conocimiento que yo no tenga.
Soy el Amo de este colegio.
Lo que no so no es conocimiento.]
De "The Masque of Ealliol" (compuesta por los miembros del Balliol Co-
llege a fines de la década de 1379, entre quienes circulaba), en `W.G. Hiscock
(comp), The E-:rliioi Rhyrnes (1939) eu The 0.-:rfor-:i Dictionary of Qnotations
(Oxford, 1999), 59:?.
19, Para un análisis de estas cuestiones véase Dïagostino (1995).

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