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Joe, el niño de la cuerdecilla: el trabajo del equipo y de los padres.

Lo que nos
enseña el niño autista1
Virginio Baio
En nombre de Antenne 110, del equipo de educadores y de los niños agradezco a la Embajada de Italia, en la
persona del profesor Angelo Guerrini, Agregado Científico. Al Círculo de Bellas Artes de Madrid, al Istituto
Italiano de Cultura por esta invitación a participar en esta Jornada sobre “Desarrollos Actuales en la
Investigación del Autismo y Psicosis Infantil en el Área Mediterránea”.
Estoy satisfecho de poder participar en esta jornada junto a Antonio Di Ciaccia, Fundador de Antenne 110, y
a nuestros colegas españoles, la Doctora Vilma Coccoz de Madrid, el Doctor Francesc Vilá de Barcelona.
Agradezco así mismo la calurosa acogida del Profesor Alejandro Mezzadri.
Deseo dar aquí cuenta de una práctica clínica peculiar, que comenzó hace más de 30 años. Práctica clínica
denominada por Jacques-Alain Miller, en 1996, “La pratique à plusieurs”, la práctica entre varios, iniciada
en Waterloo, Bélgica, en 1974, por un psicoanalista lacaniano italiano, Antonio Di Ciaccia, quien se
encuentra en el origen, no solo de las nuevas fundaciones inspiradas en esa práctica (en Rosario, Bolonia,
Venecia, Rimini, Milán, Roma, Orvieto), sino también de su institución Antenne 110, que forma parte de una
red internacional de instituciones infantiles, denominada RI3, que pertenece al Campo Freudiano, creado por
Jacques-Alain Miller. Antenne 110 forma parte de esa Red Internacional de Instituciones Infantiles RI3, junto
al CRT de Nonette, que se encuentra en Clermont-Ferrand (Francia), Mish’Olim, en Tel-Aviv (Israel), El
Courtil, que se encuentra en la frontera entre Bélgica y Francia, el Pre-texte en Bruselas, La Demi-Lune, el
Centro de Jour de Podensac y l’ Ile-Verte en Burdeos.
Muchas clínicas en el mundo se interesan por la práctica entre varios de Antenne 110: psicoanalistas,
psicoterapeutas, psicólogos, educadores llegan en efecto desde Sofia, Erevan Moscú, Argel, Rio de Janeiro,
Dublín, Mónaco, para conocer al equipo, para hacer prácticas, para encontrar ideas para sus fundaciones o
para reformular la orientación de sus instituciones. Sin embargo, es mejor dar cuenta de en qué consiste la
función de nuestra labor y sus tiempos lógicos a través del recorrido y el trabajo que Joe ha realizado en la
Antenne 110. Un trabajo que ha durado un año y medio en el que ha conseguido, habiendo llegado con un
diagnóstico psiquiátrico de autismo, pasar de una guardería en la que se encontraba segregado antes de llegar
en nuestra institución, a una escuela normal en la que se halla integrado y cursa el segundo año de enseñanza
primaria. ¡De estar excluido del lazo social, hoy se nos presenta como un pequeño gran señor!
El recorrido de Joe
Joe, que tiene cuatro años y medio, es excluido de preescolar porque permanece siempre aislado en su mundo,
violento con cualquiera se dirija a él, haciéndose el sordo, el ciego y el mudo con relación a todo lo que le
rodea mientras agita sin parar, durante horas y horas, una cuerdecilla o una tira larga de tela o de papel. Así es
como nos presenta al llegar a la Antenne.
Primera fase: una elaboración ya en acto
La primera cuestión que surge para nosotros los educadores es: “¿Qué se hace?”. ¿Quitarle la cuerdecilla?
¿Obligarle a estar en condiciones de escuchar a la maestra? ¿Alejarle de los padres? ¿Cuidarle, enseñando a
los padres qué es lo que tienen que hacer con su Joe? ¿Tratar al niño a través de la enseñanza y el
condicionamiento de un “como debe hacer”?
En lugar de preocuparnos por el “Cómo hacer” o por el “Qué hacer”,
descubrimos que esta acción de “mover la cuerdecilla” de Joe no es, como nos dice Léo Kanner en 1943, una
“estereotipia”, un comportamiento obsesivo, sino que, gracias a Jacques Lacan, descubrimos que esta es ya
una “elaboración”, una “construcción” que Joe está intentando realizar.
Segunda fase: dar un lugar a los padres como “sujeto”

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Tomado de: Maestria en Intervencion Educativa: la Practica Entre Varios Antología de lecturas, Vol II, pp 11 – 23 Ed. APOL,
México, 2016.

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A pesar de que la tendencia inmediata sería la de ocuparse en seguida de Joe, nosotros, por el contrario, nos
preocupamos de dar un lugar a los padres como “sujeto”.
Porque si no permitimos a los padres que verifiquen desde que posición vamos a intentar actuar, si no son
ellos los que nos eligen, si no son ellos mismos que nos consideran competentes y nos otorgan su confianza,
nos arriesgaríamos a crear las condiciones para que ellos tengan que defenderse continuamente de nosotros y
no dejaran de mantenernos bajo sospecha.
¿Por qué? ¿Quién les asegura que nosotros somos competentes, que no nos aprovechamos de su niño, que no
les hacemos perder tiempo? ¿Quién les asegura que no somos unos caprichosos, unos aprovechados, incluso
unas canallas?
Desde el primero encuentro con los padres nos colocamos en la posición de “rendir cuentas” de todo aquello a
lo que estamos obligados: estamos obligados a rendir cuenta en reuniones regulares, al ritmo que ellos
decidirán, de nuestro trabajo, de lo que hace su hijo; a rendir cuenta al comité ético de la institución, a nuestro
fundador; a rendir cuentas de todos su “derechos” a verificar nuestro trabajo, el “derecho” a contar con
nosotros en cualquier momento, día y noche; el lugar que ellos tienen “derecho” a tener respecto del saber
sobre su hijo; incluso el “derecho” de retirar a su hijo, en cualquier momento, si no están contentos de nuestro
trabajo.
Es lo que hacemos con los padres de Joe en la primera reunión: en lugar de hablar de Joe, nosotros ponemos
las cartas sobre la mesa respecto a nuestros “deberes” y a sus “derechos”. En que consiste nuestro trabajo y
como consideramos llevarlo a cabo. Pero podemos hacer todo esto a una única condición: “la de poder contar
con su saber”, es decir, que vengan a trasmitirnos el saber que tienen acerca de Joe, porque, en el fondo, son
los padres quienes más saben de Joe. Por esta razón somos nosotros que preguntamos, porque nosotros no
sabemos nada de su Joe.
Para terminar, les garantizamos que nadie del equipo se meterá en su parcela de padres (como se dijéramos a
nosotros mismos: “¡Está prohibido invadir la parcela del sujeto!”).
Ya desde ese primer encuentro, los padres desean a toda costa que Joe venga a Antenne. Se marchan
diciendo: “¡Por fin lo hemos encontrado!” Así testimonian el haber encontrado a alguien que no utiliza el
saber para mantener a los padres alejados de lo que hacemos con su Joe: ellos tienen derecho a saber y a
verificar que nosotros “no le pondremos las manos encima a su hijo”.
Tercera fase: el equipo de operadores
Es con la condición de que les hagamos un hueco como aquellos que verdaderamente saben sobre su hijo,
como los padres sienten decirnos un si profundo al confiarnos a su Joe. Y, ya en los primeros días, los efectos
de la alegría de Joe cuando ve a Philippe, el conductor de la camioneta de Antenne que va a buscarlo a casa,
confirman a los padres que tienen razón al confiar en el equipo.
Sin embargo, si nosotros con la prisa de “cura” al pequeño Joe como si él fuera el verdadero enfermo,
excluyendo a los padres como si ellos fueran la causa de la enfermedad de su niño, nos arriesgaríamos, antes
de todos, a no calcular sin cesar si nos encontramos en condiciones de servir al acto que tanto Joe como sus
padres han de realizar.
Lo que los educadores deben saber
¿Qué es lo que deben saber? Nosotros, los educadores, debemos saber que en los padres y en Joe hay una
“posición subjetiva”. Nuestra función es encontrar para cada uno un lugar, un lugar para su enunciación, para
su derecho a decir, para decir que no, para oponerse, para imponerse, para imponerse como sujeto de su
enunciación.
Debemos saber además que son los padres los que saben por su Joe, y que es Joe lo que sabe lo que desea
construir, lo que desea elaborar. Debemos por lo tanto saber que, para él, esa cuerdecilla es su llave passe-
partout, la piedra angular de su elaboración. Jacques Lacan diría que, a falta de llave fálica, con la que poder
orientarse en la existencia, en el lazo social y en la sexualidad, el niño, llamado autista o psicótico, debe
inventarse su llave de suplencia, una llave con la que suplir la llave “standard” que no posee. Debe encontrar
una solución con esa cuerdecilla, que para él tiene la función de “órgano suplementario”, de órgano gracias al
cual puede “organizar” su vida.

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Debemos saber que sólo si nosotros logramos hacer un lugar a los padres como “sujeto” nos otorgarán su
confianza y nos pedirán que “les incluyamos como partenaire de nuestro trabajo”. Sólo si encuentran entre
nosotros un lugar como “sujeto”, pueden entonces estimar cómo convertirse, a su vez, ellos mismos en
“partenaire” de Joe.
Aquello que los educadores deben saber-no-saber
No se trata ni de “saber”, ni de “no saber”, sino de “saber-no-saber”. ¿Qué es lo que debemos “saber-no-
saber”? Debemos saber-no-saber cuál es la construcción, la elaboración que les conviene a los padres y a Joe.
Por ejemplo, Joe, trabajando con los distintos operadores y en los distintos talleres pasa a través de cinco
tiempos.
Primer tiempo: agitar su cuerdecilla y verificar los tiempos del Otro
En un primer tiempo, Joe llega a Antenne agitando su cuerdecilla o una tira de papel adhesivo. Pero se pone a
hacer un montón de preguntas a los educadores, verificando los tiempos: “¿Es a las cuatro cuando se regresa a
casa?”, verificando la hora del recreo, de la comida, de la llegada de los educadores, comprobando con los
educadores lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer en Antenne.
Segundo tiempo: las construcciones
En un segundo tiempo, en un taller con Monique K., la cuerdecilla deja lugar a una jirafa que él hace viajar en
varias cajas vacías que en su juego se convierten en la casa, el dormitorio, el comedor, la piscina. La jirafa se
acuesta (y él se quita los zapatos), va a la ventana, va a la piscina: aparece claramente que la jirafa es él
mismo, es su representación.
Tercer tiempo: metonimia de las construcciones
Rápidamente Joe, en otros talleres con Christine E., elabora nuevas construcciones: transforma la jirafa en
cocodrilo que se come un bebé y lo tiene en la tripa, y que se come todos, incluso sus padres. Para terminar,
dice: “Soy un ratón que muerde – le dice a la educadora- te araño. Te cuento un secreto: ¡he matado a mi
papá, he arañado a mi hermano!”.
Cuarto tiempo: las clasificaciones
En un cuarto tiempo Joe se pone realizar una serie de clasificaciones: separa los animales peligrosos de los no
peligrosos; los que viven en la tierra de los que viven en el agua; coge en el jardín insectos para clasificarlos;
va al bosque a coger setas con Nando, un educador, para clasificarlas entre las que se pueden comer y las que
no.
Quinto tiempo: la enseñanza
Con la logopeda Françoise, que sabe este gusto de Joe por la clasificación, por el saber acerca de la
naturaleza, los animales, las estaciones, que forma parte de su elaboración singular, este gusto suyo por el
saber se transforma en gusto por el aprendizaje. Françoise se atiene dócilmente al material que Joe trae para
que se sirva del saber de la escritura, de la lectura, del cálculo. ¡Joe quiere a toda costa aprender, quiere saber
leer, escribir, hacer cuentas, para ir al colegio y dejar a esta banda de locos que son los educadores de
Antenne!
Con el fin que nazca en Joe el gusto por el saber, por el aprendizaje, para que se vuelva sociable con los
compañeros y con los educadores, Joe debe poder contar con los educadores que saben, gracias a Jacques
Lacan, encontrar el punto de Arquímedes. Es decir que saben encontrar en Joe el punto de apoyo que es el de
hacerle un lugar como “sujeto”. ¿Cómo? Dándole un lugar a su cuerdecilla como “órgano suplementario”
sobre el que se funda y gracias al que se orienta en el saber, y a partir del cual Joe puede salir de la llamada
“estereotipia” para articular, construir, inventar un saber todo suyo.
Los educadores saben que sólo con la condición de que el niño consiga elaborar un saber propio, es como
surge en Joe, como consecuencia, como efecto adicional, una posición subjetiva. Posición subjetiva que
conduce a Joe a tomar la palabra, a imponerse a los otros niños y a los educadores, a contar sus ideas, a
preguntar, a tener proyectos, a integrarse en el lazo social y a encontrar el gusto por el aprendizaje. Sin esta
elaboración del saber, toda labor dirigida a la integración de Joe en el vínculo social o toda maniobra para

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obligarle a cualquier aprendizaje es vivida por Joe como una intrusión, como una imposición, como un
condicionamiento.
Los padres como “Otro” del niño
¿Cómo nos explicamos entonces estos resultados sorprendentes para Joe? Nos los explicamos como efecto de
nuestra estrategia de implicar a los padres de Joe que, por primera vez, han sentido que se les tienes en cuenta
a través del lugar que se les ha otorgado como sujetos. Aún si en una primera etapa, los padres van juntos a
hablar de su Joe con el director terapéutico de Antenne, al poco tiempo cada uno de los padres desea ir a
hablar solo de las dificultades que tiene con Joe.
La madre, al final, dice que el problema no es Joe, sino ella misma: “No sé decir no ni a Joe, ni a mi marido.
¡No sé cuál es mi limite!”. La semana siguiente regresa llorando: “¡Por primera vez – dice al director – he
escuchado lo que estaba esperando desde hace 25 años! Cuando usted me dijo que mi limite es el límite que
yo tengo derecho a poner a los demás. Esta frase me ha hecho renacer. Desde ese momento me siento menos
invadida por todos. Yo me encuentro en el mismo impasse que Joe y que mi marido”.
La madre de Joe ahora siente que ya no se confunde con su hijo: ella es ella y él es él. Consigue decirle que si
pero también que no. Sabe ponerle un límite. Y de esta manera nota que también Joe se encuentra menos
angustiado: cada uno de ellos tiene su lugar.
También el padre va a hablar. Le pregunta al director terapéutico que es lo que debe hacer y cómo debe
hacerlo con su hijo. Uno de sus problemas es el momento en que Joe se va a la cama. Joe solamente se
duerme cogiéndole la mano. Y solo se duerme a la una, a las dos de la mañana. El director terapéutico intenta
entonces explicarle lo que aprendemos de Freud, de Lacan, y de los niños mismos. Es decir que tenemos que
encarnar una posición “regulada”, una posición en la que nosotros, los educadores, por un lado, estamos
sometidos a un “Otro”, que ninguno de nosotros es el autor de la ley y, por otro, estamos obligados a dejar un
lugar al niño como sujeto. Después le corresponde a él encontrar la manera de realizar todo esto.
Llega al siguiente encuentro con el director muy contento porque ahora consigue que Joe se duerma solo.
¿Qué es lo que ha hecho? Ras haber estado un rato sentado en la cama de Joe cogiéndole la mano hasta que se
duerma, le dice que tiene que irse a sacar fuera los cubos de la basura, como le ha prometido a su madre: “¡Ah
muy bien – dice entonces Joe -, buenas noche papá!”, y Joe lo deja marchar. ¡Es suficiente que su padre le
recuerde que no se marcha porque es un caprichoso sino porque está sometido al compromiso que ha
adquirido con la madre para que, entonces, ambos puedan cumplir con lo que tienen que hacer!
De esta manera los padres no solamente encuentran un lugar como “sujetos”, sino que se sienten apoyados e
iluminados, como cada uno de nosotros en el equipo, a encarnar un “Otro” para el niño, que sabe convertirse
en partenaire del niño como “sujeto”.
Para terminar rápidamente, habréis notado que lo que he intentado deciros gira alrededor de una cuestión
crucial de la cual todavía no he hablado.
El problema en la llamada psicosis somos nosotros, los educadores, nosotros los operadores, porque corremos
el riesgo de presentarnos como aquellos que saben: a menudo descubrimos que el problema no es ni el niño,
ni los padres, sino nosotros y nuestra posición de saber a partir de cual nos dirigimos a ellos, padres y niños.
Freud en efecto dice que el psicoanálisis no puede hacer nada con los psicóticos.
También Lacan afirma que es imposible, pero él, por el contrario, afirma que no hay que retroceder ante la
psicosis. Él dice, exactamente, en su “Conferencia sobre el síntoma”, en Ginebra, en 1975: “Estos niños no
llegan a escuchar lo que usted tiene para decirles en tanto usted se ocupe de ellos…”. Y termina, diciendo:
“…pero finalmente, sin duda, hay algo para decirles.”
Esta es la apuesta imposible a la que nos convocan estos niños “Ocuparos de nosotros, parece decirnos, pero
sin venir en una posición ni de saber, ni de querer, ni de interrogar, ni de exigir, ni con el furor de curar,
puesto que, de otro modo, nos vemos obligados a defendernos de vosotros. Pero batiros por hacernos un lugar,
por convertiros en nuestros partenaire, nuestros secretarios, nuestros notarios antes los cuales podemos dejar
nuestras jirafas, nuestros cocodrilos, nuestras clasificaciones, nuestro saber creativo: de esta manera podremos
nacer como sujetos, existir, ser criaturas vivas, tener un lugar y divertirnos, vosotros y nosotros”.
Deseo concluir con cinco cortas viñetas clínicas.

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“¿Qué alegría…?”
Jacques Lacan al finalizar su discurso de cierre de las jornadas sobre la psicosis infantil, organizadas en Paris
el 21-22 de octubre 1967 por Maud Mannoni, dice: “¿Qué alegría encontramos en aquello que constituye
nuestro trabajo?”
Mientras otras prácticas clínicas se preocupan por teorizar el efecto burn out en el tratamiento con estos niños,
Jacques Lacan no se cansa de interrogarnos sobre nuestra posición, no sólo “ética”, sino también acerca del
goce que encontramos en nuestro trabajo. Un trabajo des-segregativo, un trabajo entusiasta, un trabajo alegre
no sólo para los niños sino también para nosotros: a condición de que nosotros no gocemos de los niños, sino
de nuestro acto ético.
Un psiquiatra infantil
“¿Habéis realizados obras de renovación?” nos pregunta un psiquiatra infantil, que dirige otra institución y
que se encuentra visitando la nuestra.
“No”, le contestamos sorprendidos.
“¡Pero si no hay cristales rotos, puertas abatidas, paredes estropeadas! ¿Cómo os las arregláis para tener una
casa tan bien conservada, llena de cosas bonitas?”
Un obispo
Un obispo auxiliar de la diócesis de Bruxelles-Malines, que es también psicólogo, está interesado para
encontrarse con el equipo de los niños y los educadores. Es viernes y le proponemos que se queda a comer
con alguno de los educadores. Algo imposible, porque 6 o 7 niños desean ser ellos lo que comen con este
señor de “camisa negra extraña y con un cuello blanco de plástico”.
“Hay que ver que estupendos son vuestros chicos”, nos dice el obispo al marcharse. “Que bien educados. Sin
duda son todos unos pequeños neuróticos.
Me han preguntado que por qué no he venido con mi mujer, si tengo niños, si tengo coche…”.
Le hemos dejado con su ilusión: todos esos niños se habían convertido, tras un largo trabajo, en pequeños
grandes señores, cuya posición psicótica era difícil de distinguir para cualquiera.
Jacques
Antes de que Michele se marche definitivamente de Antenne para volver a integrarse a la escuela, su madre
nos pide que la dejemos participar, junto a su marido, en la reunión general de todo el equipo (una treintena
de personas) para celebrar el trabajo realizado por Michele.
Mientras que nosotros, los educadores, estamos todavía de pie en la gran sala de reuniones para acoger a
Michele con su padre y su madre, ella, dirigiéndose a todos dice: “Antes de comenzar desearía saber quién de
vosotros es Jacques”.
Nosotros, los operadores, nos miramos todos sorprendidos: “¿Jacques? Pero si ninguno de nosotros se llama
Jacques”, le respondemos.
“Si hombre – replica la madre-, hace ya varios meses que Michele nos marea diciendo que Jacques ha dicho
esto, que Jacques ha dicho esto otro, que Jacques no está de acuerdo, que ya verá si Jacques nos oye…”.
Mientras estamos aún sorprendidos y perplejos, irrumpe Michele y dice: “¡Si claro, Jacques Lacan!”
“¿Y quién es Jacques Lacan?” pregunta la madre.
Virginio le contesta que Jacques Lacan se ha muerto hace un tiempo.
Michele, sorprendido a su vez, dirigiéndose a Virginio le pregunta: “¡Y entonces qué vas a hacer cada
miércoles a Paris?”.
“¡Muy bien – replica Virginio- esta es una buena pregunta!”
Nos habíamos olvidado de que a menudo, en Antenne, entre nosotros, los educadores, hacemos referencia a lo
que dice o no dice Jacques Lacan, convirtiendo Jacques lacan en nuestro Otro, nuestro más allá, nuestro “Otro

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lugar”, el Otro lugar del equipo de Antenne. Descubrimos, en el momento de la marcha de Michele, que hasta
él mismo se ha enriquecido de Jacques Lacan, convirtiéndole a su vez en su partenaire, su más allá con
relación a sus padres.
El niño del ascensor
También Jim está a punto de marcharse para ir a una escuela. Pero no desearía irse de Antenne: tres años atrás
había llegado, como una esquirla enloquecida, atiborrado de calmantes, y es ahora un niño avispado, vivo,
feliz y entusiasta.
En el momento de la marcha de Antenne para volver a casa, el director terapéutico le llama para despedirse,
pero Jim, enfurruñado, no contesta.
Entonces el director le saluda llamándole por su nombre y dirigiendo a la vez unos besos hacia dos enormes
árboles que rodean Antenne.
La semana siguiente, el director terapéutico y la directora van a casa de Jim para organizar su marcha. En el
momento de retirarse, los dos directores no consiguen encontrara Jim. Se dirigen entonces hacia el ascensor, y
“¿Qué es lo que ven?” Jim está dentro del ascensor abierto y está dando saltos mientras lanza besos hacia los
botones del ascensor. Los dos directores se miran, sorprendidos, sin comprender ¿Pero qué es lo que estás
haciendo, Jim? Nada más descubrirles, Jim se escapa a la casa.
Cuando está bajando, el director terapéutico recuerda el episodio de los besos: esta vez es Jim el que se ha
divertido sorprendiéndole.
La bicicleta
También Philippe se está marchando y sus padres han mantenido la promesa de comprarle una bicicleta si
aprueba.
“Pero ¿qué es lo que tenéis vosotros los de Antenne?” nos pregunta la madre adoptiva por teléfono. “¿Por
qué?” Le preguntamos. “Le hemos comprado a Philippe la bicicleta que le habíamos prometido, pero lo
primero que ha querido hacer es venir a Antenne. Le hemos dicho que durante el fin de semana no hay nadie
en Antenne. Nos dijo que no era importante. Para él era suficiente con ir a Antenne. Nos dijo que no era
importante. Para él era suficiente con ir a la Antenne, pasar por delante y mostrar la bicicleta a la casa, a los
árboles, a todo lo que hay en Antenne. Sólo así, al final, ha podido utilizarla”.
“¿Qué alegría…?” nos pregunta Lacan.
Para nosotros, los educadores, la alegría del acto que nos sorprende; para ellos, los niños, la alegría de una
nueva vida hecha de deseo, de niños nacidos una segunda vez, que desprenden entusiasmo, vivacidad,
zumbando como una bala en la vida, empujados por el pequeño motor de fórmulas uno del deseo, preparados
para hallar el circuito de Monza del lazo social.
Este año Joe ha pasado al segundo de primaria y le han dado un premio como mejor alumno de la clase por el
empeño, la seriedad y el orden en el trabajo escolar.

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