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Por JuanGo

La concepción de belleza puede variar entre distintas


culturas y cambiar con los años. La belleza produce un
placer que proviene de las manifestaciones sensoriales y
que puede sentirse por la vista (por ejemplo, con una
persona que es considerada atractiva desde el punto de
vista físico) o el oído (al escuchar una voz o una música
agradable).
La rama de la filosofía que se ha
encargado del estudio de la belleza se
denomina estética. Esta disciplina analiza
la percepción de la belleza y busca su
esencia.

Dentro de la filosofía determinar qué es


bello y que no consiste en uno de los
problemas centrales de la estética y
diversos pensadores a lo largo de los siglos
han abordado esta problemática. Una de
las primeras discusiones de este tema data
del siglo V a.C. en Jenofonte filosofo Griego
, donde se establecieron tres conceptos de
belleza que diferían entre sí: la belleza
ideal (que se basaba en la composición de
las partes), la belleza espiritual (el reflejo
del alma y que puede verse a través de la
mirada) y la belleza funcional (de acuerdo
a su funcionalidad las cosas pueden ser o
no bellas).
Pero Platón fue el primero en elaborar un
tratado sobre el concepto de belleza que
tendría un gran impacto en occidente,
tomando ciertas ideas plasmadas por
Pitágoras sobre el sentido de la belleza
como armonía y proporción y fusionándolo
con la idea de esplendor. Para él la belleza
proviene de una realidad ajena al mundo
que el ser humano no es capaz de percibir
completamente. Dijo:

«De la justicia, pues, y de la sensatez y de


cuanto hay valioso en las almas no queda
resplandor alguno en las imitación de aquí
abajo, y solo con esfuerzo y a través de
órganos poco claros, les es dado a unos
pocos, apoyándose en las imágenes, intuir
el género de lo representado.»
La estética se presenta como parte fundamental de la
formación humana. El elemento estético es componente
esencial irrenunciable en el equilibrio de la personalidad y
de la persona. ... Sólo llegamos plenamente a ser humanos
cuando los demás nos contagian su humanidad a
propósito y con nuestra complicidad.
Con constancia a veces invisible, el hombre busca la culminación de la experiencia
estética. Todos hemos vivido ciertos momentos de nuestras vidas como una
situación estética, algunos tal vez de manera ingenua, simple y espontánea, pero
ciertamente hemos vivido momentos especiales ante, por ejemplo, un atardecer, al
mirar la flor que descuella en un jardín o la grácil figura femenina que se acerca en
la acera
Posiblemente al día de hoy una de las teorías más aceptadas
respecto a este tema es la propuesta por el relativismo, que dice
que las cosas son bellas o feas según el fin que persigan.
Los griegos fueron los primeros
en enfrentarse a la fealdad y a la
perversidad. Su mitología es un
vasto catálogo de crueldades:
Cronos se come a sus
hijos,Tántalo cuece a su hijo
Pélope y se lo ofrece en un
banquete a los dioses,
Agamenón sacrifica a su hija
Ifigenia para aplacar la ira
divina, Atreo ofrece la carne de
sus hijos a su hermano Tiestes.
Tersites, un personaje que
aparece en La Ilíada era bizco,
cojo y sus hombros encorvados
se le juntaban en el pecho.
Tenía, además, la cabeza
puntiaguda y el pelo escaso. Su
repugnancia física -y también
moral- fue sin embargo
representada bellamente por
Homero. Los griegos no negaron
la fealdad: la conjuraron.
Descubrieron que se podía
imitar bellamente las cosas feas,
«un principio que sería
universalmente aceptado a lo
largo de los siglos».
En el cristianismo el tema de fealdad aparece con la pasión de Cristo. Un hombre
flagelado, coronado de espinas, agonizante y desfigurado por el sufrimiento no podía,
ciertamente, proyectar una imagen de belleza. Por eso el arte paleocristiano evitó las
iconografías de la crucifixión y prefería el símbolo abstracto de la cruz. Y no obstante
su aceptación posterior y la figura idealizada que proyectaría después una larga
tradición artística de un Jesús bello, de rasgos delicados, casi empalagoso
En la época actual hay una
indudable atracción por lo
feo. Monstruos como E.T. o
los extraterrestres de La
guerra de las galaxias,
parecen irresistiblemente
encantadores. A los niños
los atraen los pokemons, los
dinosaurios y toda suerte de
criaturas deformes. Gustan
las películas splatter -en las
que se machacan sesos y la
sangre salpica en las
paredes- y de terror como
La noche de los muertos
vivientes, donde aparecen
zombies con la piel
arrugada y putrescente y las
uñas negras y los dientes
negros.
La filosofía Cyborg -seres
humanos con órganos
mecánicos y electrónicos- no
escandaliza. Se admira la
belleza clásica de Brad Pitt o
de Nicole Kidman pero los
jóvenes parecen estar más
cerca de Marilyn Manson que
de Marilyn Monroe. Aunque, es
cierto, el ‘feísmo’ no tiene el
sentido de rebeldía que tenía
para un esteta del siglo XIX su
afirmación de la belleza
cadavérica y de «las flores del
mal». Se practica para
parecerse, no para
diferenciarse. Porque ahora lo
feo y lo bello no son signos
opuestos sino neutros.
Posiblemente al día
de hoy una de las
teorías más
aceptadas respecto a
este tema es la
propuesta por el
relativismo, que dice
que las cosas son
bellas o feas según el
fin que persigan.
Tanto la técnica como la
finalidad de los tatuajes han
variado a lo largo de la historia.
En las tribus de la Polinesia, por
citar un caso, los tatuajes se
usaban para generar miedo en los
enemigos y para realzar la
jerarquía o el estatus de alguien.
Los aborígenes norteamericanos,
por su parte, se tatuaban para
conmemorar ciertos eventos o
para marcar el comienzo de la
vida adulta.
En el mundo occidental
contemporáneo, la
concepción de los tatuajes
cambió en las últimas
décadas. Antes eran
marcas típicas de los
marineros y luego
comenzaron a adoptarlos
las personas marginales
que vivían fuera de la ley.
Finalmente, en la
actualidad, los tatuajes son
aceptados a nivel social,
incluso con fines estéticos.
La palabra japonesa para la inserción de
tinta bajo la piel para dejar una marca
decorativa permanente se llama Irezumi.
Al igual que ocurre
con los tatuajes, la
historia de las
modificaciones
corporales también
tiene su origen en
miles de años atrás,
muchas veces como
símbolo de status y
honor, aunque en
otras culturas era una
forma de señalar la
sumisión entre las
parejas.
Quizá la referencia más común que encontramos a la hora de hablar de
modificaciones corporales sea el piercing. Pues bien, en la época de los
centuriones romanos, estos llevaban un anillo en los pezones como
símbolo de virilidad, además de servirles como accesorio para colocar la
capa cuando era necesario. Otra cultura muy famosa fue la egipcia, donde
las mujeres usaban diferentes joyas en el ombligo, pero este era un arte
exclusivo de la alta realeza. De ahí tal vez haya surgido la idea moderna de
usarlo por muchas mujeres para proyectar sensualidad.
África, que es quizá el
continente donde más se
han asociado las
modificaciones corporales,
tiene muchas versiones
distintas sobre el uso de
anillos en las orejas, nariz
y boca, aunque la más
extendida es la de la
protección contra los
malos espíritus. Sin
embargo, en países como
India, las mujeres se
perforaban la nariz como
señal de sumisión a su
marido.
Se habla de que muchas de
estas modificaciones que
consisten en perforar partes del
cuerpo y expandirlas con placas
de madera o metal, se han
mantenido en el tiempo desde
la antigüedad hasta ahora
porque muchas de estas
prácticas hoy en día se realizan
como forma de preservar las
creencias de las diferentes
tribus africanas y su origen
tendría relación con la
posibilidad de ser poseídos por
demonios, por lo cual colocan
estas especies de tapones en sus
perforaciones (siendo
recurrente ubicarlos en el área
de las orejas).
La etnia indígena Yanomamo
(término original)
Yanomamiös o Yanomami,
nombre dado por los monjes
católicos, se encuentra
asentada en territorio
venezolano, en las riberas del
Rio Orinoco y la Sierra de
Parima al sur del estado
Amazonas. Constituyen el
grupo más numerosos de los
indígenas venezolanos.

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