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ANTIGUA
ACTAS DE LAS
VI JORNADAS “DR. FRANCISCO
OLIVIERI”
ISBN 978-987-544-736-3
i
RECEPCIONES SENSORIALES: LAS CONCEPCIONES ARISTOTÉLICAS SOBRE LOS
SENTIDOS EN LA BAJA EDAD MEDIA CASTELLANA
Gisela Coronado Schwindt ............................................................................................................................... 39
ii
Presentación de las VI Jornadas de Historia de Filosofía Antigua
“Dr. Francisco Olivieri”
6
MITO E IDENTIDAD. EL TRATAMIENTO DEL MITO DE LA
AUTOCTONÍA EN TRES DIÁLOGOS PLATÓNICOS1
1 Este trabajo fue realizado en el marco del Proyecto de Investigación: “Parentesco y violencia en
la literatura griega. Contribuciones al estudio del imaginario familiar en Atenas clásica”.
Directora Dra. Viviana Gastaldi. SECYT, Universidad Nacional del Sur, 2014-2016.
2 Cf. Loraux, N., (2007:25).
3 Guthrie, W. C. K. (1957:20) Gernet, L., Boulanger A (1937: 43 y ss.). Eggers Lan, (1974: 7-8).
4 Sin embargo, Nicole Loraux (1981b: 13), que ha dedicado varios trabajos al tema de la
autoctonía ateniense, señala que la relación o equivalencia entre la Tierra y la Mujer que varios
investigadores creen se remonta a un pasado lejano es un procedimiento reduccionista no
aplicable al mito de la autoctonía ateniense.
especial del primero. El término autóchton que es un compuesto de autós y
chthón designa no sólo a quien ha surgido de la misma tierra, y en este sentido
es sinónimo de gegenés5, sino también al ciudadano que ha habitado o
permanecido desde siempre en el mismo suelo6. Ahora, con respecto a la
autoctonía, es tema de discusión la época en que estas creencias se generaron en
Grecia. La presunción de que los hombres surgieron de la tierra se asocia a fases
tempranas del pensamiento, sobre todo considerando la referencia de Homero
que designa a los atenienses como “el pueblo del magnánimo Erechtheo” quien
ha nacido de la “feraz tierra”7. Sin embargo, Vincent Rosivach (1987:295-302),
analizando la autoctonía ateniense, ha estimado que la asociación del origen
ctónico de Erechtheo con los propios orígenes ctónicos de los atenienses en
general, fue cristalizada en una época tardía8, aproximadamente hacia el siglo V.
Así, inicialmente Erechtheo fue considerado como un dios y no como un rey
humano, antepasado de los atenienses9. Dado que en Píndaro10, y más tarde en
Sófocles11, los atenienses son denominados con el nombre de Erechteidai,
Rosivach (1987:295) sugiere que fue el empleo de este patronímico el que forjó
el hábito de pensar que los atenienses como pueblo descendían de Erechtheo y,
8
además, indica que la estructura de la palabra “autóctono” (prefijo autó unido al
sustantivo chtón) revela originalmente, el sentido de indígena o el de quien
siempre ha poseído la misma tierra12, y por ello su opuesto es épelys13
(inmigrante).
Esa doble posibilidad de significado resulta relevante a la hora de
interpretar el tratamiento de la autoctonía en la oración fúnebre de Platón en
Menéxeno, ya que el filósofo integra al vocablo autóctono el significado de
“residente permanente” y el de “hijo de la tierra”. Veremos cómo en Menéxeno
encuentra en Shapiro, A. (2001, 127-151). Sobre el mito de la autoctonía en general ver Loraux
(1981b: 7-72)
9 Cf. Heródoto, Historias, VIII, 44, 2.
10 Píndaro Itsmicas II, 19.
11 Sófocles, Ayax, 201-203.
12 Loraux (1981:36) considerando la creencia ya en el siglo V dice: “Au regard du narcissisme
atribuir al objeto elogiado el mayor número posible de cualidades y las más bellas, sean o no
así realmente; y si eran falsas no importaba nada…” (198 d-e)”. Sin embargo en Leyes, los
acepta, fijando su aplicación cf. 801e-802c, 829 c-d.
17 Esta afirmación es una generalización que requeriría un recorrido más allá del objetivo del
trabajo. Para una presentación de las opiniones sobre Menéxeno ver Clavaud, R. (1980).
Algunos como Loraux toman partido por la parodia, mientras que otros como Kahn (1963: 225-
229), Salkever (1993: 133-134) y Vianello (2002: 51-82), con sus variantes, valorizan los pasajes
que plantean cuestiones ético políticas.
18 Doods, E. R. (1990: 24), indica que de todos los diálogos tempranos hay entre el Gorgias y el
Menéxeno una relación estrecha pues ambos tratan de la retórica y de su uso, pero mientras el
Gorgias examina su base teórica el Menéxeno ilustra su práctica.
19 Salkever, S. (1993: 133) en términos cercanos a Vianello expresa: “…the dialogue suggests the
possibility of redeeming what in the Gorgias seems unredeemable: the practice of public
oratory in democratic Athens. The funeral speech itself in places appears to be an alternative
to Pericles’ epitaphios, … particulary in its characterization of the Athenian politeia as an
Vianello para quienes Platón habría proyectado una alternativa a la retórica
aduladora y, aún con tintes irónicos, bajo la estructura de la oración fúnebre
tendríamos “...el empeño práctico… del Platón reformador y restaurador de los
valores morales en Atenas y su intento por hacer efectiva la retórica filosófica
apenas anunciada en el Gorgias, aprovechando... el formato ofrecido por el
lógos epitáphios...” (Vianello, 2002: 52)20. En Menéxeno, el filósofo plasma una
oración fúnebre imaginaria que le permite expresar su censura a la democracia
imperialista ateniense. Los estudiosos coinciden21 en que Platón conoció el
discurso de Pericles a través de la obra del historiador Tucídides, publicada poco
antes del 386, fecha estipulada para el Menéxeno. El discurso del filósofo, que
por ser una creación literaria no fue pronunciado públicamente, está dirigido a
los muertos en la guerra de Corinto, luego de la “Paz de Antálcidas”. Teniendo
en cuenta que el Gorgias es un diálogo escrito con poca anterioridad a éste, el
filósofo prolongaría las críticas a la conducción política de Pericles22. El discurso
retórico, que Platón había criticado en el Gorgias23, en este diálogo es un
procedimiento provechoso que le posibilita confrontar con las palabras y
acciones de Pericles, y sus seguidores, quienes al momento en que el filósofo
10
escribe esta obra, son los responsables del tratado de paz en el que Atenas se ha
sometido a los persas. En este sentido, Kahn (1963: 230) calcula que Menéxeno
es como un panfleto en el que Platón, ya decido a no participar de la política de
su patria, expresa su enojo y malestar por el presente de la ciudad ante la “Paz
de Antálcidas”.
En el epitafio de Pericles, la cuestión de los autóctonos se menciona
fugazmente, y no se detiene en los logros del pasado concentrándose en ensalzar
las conquistas del presente. El político ateniense se expresa de la siguiente
manera:
aristocray-by-popular-consent (238c7-d2), rather than a democracy, and its advice to both the
fathers and the mothers of the wear dead to turn their attention inward and concern
themselves with their own vritue (245e5-48a7)…” Vianello (2002: 52) avanza un paso
adhiriendo a las expresiones de León Robin (1931: 41) y considerando la obra una especie de
manifiesto o folleto de presentación de la Academia recientemente fundada.
20 Platón en un pasaje de Gorgias (503 a 5b-1) indica que habría otra especie de retórica distinta
de la que critica como falsa techne (464e-465a). Aquélla otra, aún no puesta en práctica por
ningún orador, tiene como fin hacer mejores a los ciudadanos.
21 Cf. Kahn (1963: 224), Méridier (1956: 80) y P. Vianello (2002: 54).
22 Cf. Gorgias 516 a-e. Salkever, (1993: 141) sugiere que es una crítica a la moralidad de Pericles
ya que Sócrates señala que no lo censura en cuanto servidor de la ciudad, sino porque no ha
intentado hacer mejores a los ciudadanos (517 b-c).
23 Gorgias 463d-466a.
Comenzaré por nuestros antepasados... Ellos habitaron siempre
esta tierra y, en el sucederse de las generaciones, nos la han
transmitido libre hasta nuestros días gracias a su valor. Y si ellos
son dignos de elogio, todavía lo son más nuestros padres, pues al
legado que habían recibido, consiguieron añadir, no sin esfuerzo, el
imperio que poseemos, dejándonos así a nuestra generación una
herencia incrementada. Nosotros, en fin, los hombres que ahora
mismo aún estamos en plena madurez, hemos acrecentado todavía
más la potencia de este imperio y hemos preparado nuestra ciudad
en todos los aspectos, tanto para la guerra como para la paz, de
forma que sea completamente autosuficiente (Tucídides, Historia II.
36. 1-4).
El estratega pronuncia su discurso en un momento en que Atenas estaba
sobrellevando grandes problemas provocados por la guerra del Peloponeso, por
ello se comprende que refiera superficialmente la instancia de los ancestros,
para llegar al momento actual, el del imperio. Enaltecer el pasado conduciría a
que el auditorio rememorara mejores épocas que la presente, en la que la plaga,
según Tucídides informa, ya había comenzado a expandirse en Atenas. El
público debía persuadirse de que la ciudad, aún en guerra, es poderosa y capaz.
La defensa del imperialismo ateniense es el objetivo de su discurso por ello
ofrece una imagen de Atenas como una potencia en constante progreso.
11
Pericles no utiliza el vocablo “autóctono”, aunque la idea está expresada
en relación a uno de sus significados, el de la residencia permanente, en tanto el
que explota Platón, el de ser nacido de la tierra, no está presente. Teniendo en
cuenta que el término alude a uno de los tópos de la oración, cuya
estructuración conocía, ya que la respeta, ¿manipuló Pericles este tópico en
función de su propósito y por ello evita emplear el nombre, o todavía la
expresión no estaba tan impuesta como para utilizarla en su discurso?24 Las
obras literarias25 contemporáneas al político que hacen uso del vocablo, y que
asocian los significados, no permiten una respuesta concreta. Ahora, sí es
24 Recordemos que Tucídides (VI, 2. 2), quien nos transmite el discurso, utiliza el término sólo
una vez en su obra y específicamente no se refiere al pueblo ateniense. De todos modos el
sentido con que aparece es el de “habitar siempre la misma tierra” y no el del “ser nacido de la
tierra”.
25 El antecedente de Esquilo en el Agamenón (536) no se aplica puntualmente a un pueblo por lo
que no puede tenerse en cuenta, y en el caso de Sófocles, en las tragedias conservadas, el vocablo
no aparece. Las obras de Eurípides en las que se utiliza el término son de elaboración posterior a
la oración fúnebre de Pericles (Ion, cuya fecha probable radica entre los años 412-413, y Erecteo,
alrededor del 420).
evidente que la intención expresa26 del político ateniense era no profundizar
sobre temas que exaltaran el pasado.
Alabando a los atenienses por haber nacido en su propio suelo, los
epitafios en general pretenden reforzar su eugéneia, acentuando la oposición
entre los autóctonos y los inmigrantes o extranjeros27. Se insiste sobre el vínculo
especial que une a los atenienses con su tierra, y que el estratega no destaca. Sin
embargo, su ley del 451-5028, que limitó la ciudadanía sólo a los hijos de padre y
madre ateniense29, contribuyó al afianzamiento de la idea de que constituían
una raza sin mezcla y que sólo el que ha nacido en la tierra de la pólis tiene
derechos y deberes políticos. Estimando el amplio auditorio que tenían los
discursos fúnebres, quizás Pericles prefirió no provocar en sus oyentes el
recuerdo de esta ley, que sin duda generó conflictos a los habitantes de Atenas y
también a él mismo30. Esto es otra muestra de que los discursos poseen un
carácter ideológico, en tanto expresan lo que la ciudad aspira a ser, sin
mencionar dificultades o divisiones políticas reales.
La táctica de Platón frente a la presentación de Pericles es oponer a la
imagen expansionista del imperialismo, la de la estabilidad concentrada en la
12
nobleza del origen, que inicialmente se expresa a la manera de un argumento
circular: “Creo que es preciso hacer su elogio según el orden natural en que han
sido valientes. Valientes lo fueron por haber nacido valientes” (Menéxeno
237a4-237a 6). El “orden natural” (katá phýsin) remite a lo mismo, al punto de
partida. El prestigio de los guerreros radica en su procedencia, a diferencia de
Pericles que avanza, en forma lineal y no cíclica como Platón, hacia las nuevas
generaciones (la de los padres y la actual), a quienes les corresponden mayores
elogios en función del imperio que supieron instaurar y expandir (II, 36, 2-4).
Por su parte, Platón acentúa la estabilidad uniendo al vocablo autóctono su otro
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42El himno de Francia comienza con la frase: “Adelante, hijos de la patria” y el de Italia:
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Vidal Naquet, Pierre; El cazador negro, Barcelona, Ed. Península, 1983.
18
DEUSES E MONSTROS: AMOR E AUTOCONHECIMENTO EM
PLATÃO
Imagens fumegantes
No Fedro, instado, pelo imperativo délfico, a conhecer-se a si mesmo,
Sócrates se volta ao monstruoso Tífon. Comparando-se a Tífon, ele anseia
descobrir se a sua natureza é mais gentil e afim ao divino que a do titã, ou, ao
contrário, ainda mais “fumegante” e desmedida do que a dele2 (230a1-7). No
contexto do diálogo, uma tal remissão à tradição mítica não é casual. Pouco
antes, Sócrates já afirmou não dispor do lazer (scholé) necessário para emendar
as formas (eidé) de criaturas como Centauros, Górgonas, Quimeras e Pégasos,
preferindo aceita-las, bem como as narrativas onde figuram, conforme o
costume3 (229d2-e4). Em seguida, na sua retratação, ele comparará a alma a
uma estranha equipe alada formada pela união inata entre um cocheiro e dois
19
cavalos4 (246a6-7). Na economia do diálogo, pois, o que significa Sócrates
alardear que sua prioridade é a busca pelo autoconhecimento e, ao mesmo
tempo, valer-se de imagens nas quais a natureza humana se expressa ou se
associa a um composto similar àquele das entidades fantásticas da tradição?
Por um lado, o exame das feras míticas, como aponta Moore5 (2014:
408), é uma maneira de chamar atenção aos paralelos entre duas formas
distintas de buscar conhecer-se a si mesmo. Retificar a forma de tais seres, no
σκοπῶ οὐ ταῦτα ἀλλ᾽ ἐμαυτόν, εἴτε τι θηρίον ὂν τυγχάνω Τυφῶνος πολυπλοκώτερον καὶ μᾶλλον
ἐπιτεθυμμένον, εἴτε ἡμερώτερόν τε καὶ ἁπλούστερον ζῷον, θείας τινὸς καὶ ἀτύφου μοίρας φύσει
μετέχον. ἀτάρ, ὦ ἑταῖρε, μεταξὺ τῶν λόγων, ἆρ᾽ οὐ τόδε ἦν τὸ δένδρον ἐφ᾽ ὅπερ ἦγες ἡμᾶς;”
3 “ἐγὼ δέ, ὦ Φαῖδρε, ἄλλως μὲν τὰ τοιαῦτα χαρίεντα ἡγοῦμαι, λίαν δὲ δεινοῦ καὶ ἐπιπόνου καὶ οὐ
πάνυ εὐτυχοῦς ἀνδρός, κατ᾽ ἄλλο μὲν οὐδέν, ὅτι δ᾽ αὐτῷ ἀνάγκη μετὰ τοῦτο τὸ τῶν
Ἱπποκενταύρων εἶδος ἐπανορθοῦσθαι, καὶ αὖθις τὸ τῆς Χιμαίρας, καὶ ἐπιρρεῖ δὲ ὄχλος τοιούτων
Γοργόνων καὶ Πηγάσων καὶ ἄλλων ἀμηχάνων πλήθη τε καὶ ἀτοπίαι τερατολόγων τινῶν φύσεων:
αἷς εἴ τις ἀπιστῶν προσβιβᾷ κατὰ τὸ εἰκὸς ἕκαστον, ἅτε ἀγροίκῳ τινὶ σοφίᾳ χρώμενος, πολλῆς
αὐτῷ σχολῆς δεήσει”
4 “ἐοικέτω δὴ συμφύτῳ δυνάμει ὑποπτέρου ζεύγους τε καὶ ἡνιόχου.”
5 “A incapacidade de Sócrates conhecer-se a si mesmo é paralela àquela dos retificadores de
mitos que buscam torna-los mais plausíveis. [Isso] significa que a estrutura e meta da sua auto-
investigação é, de algum modo, similar ao projeto dos retificadores de mitos”
contexto de uma sociedade oral, onde os mitos são importantes fontes de
conhecimento histórico6, não é algo descabido, mas fortemente intuitivo, de
modo que a invectiva de Sócrates contra o rústico saber dispendido nessa
laboriosa atividade é imprescindível. Trata-se de demarcar, desde o início da
investigação, a idiossincrasia, senão do fim, do método filosófico.
Mas, por outro lado, como salienta Morgan (2012: 332), o pequeno
elenco de monstruosidades perfilado acima é significativo no contexto da
sequência do diálogo. Sócrates alinha criaturas abomináveis que tiveram seu
sangrento fim nas mãos de heróis como Belerofonte, o qual é amiúde associado
a Pégaso, misto de cavalo e pássaro. Sócrates parece sugerir, ao mesmo, que as
imagens compósitas servem como pedras-de-toque do exame de si e que alguns
compostos devem prevalecer sobre outros. O símile que ele constrói para a alma
não é menos monstruoso, como observa Griswold (1986: 95)7, mas prefigura o
embate interno que marca a alma ao longo da retratação, no seu esforço
“heroico” de assemelhar-se ao divino e subjugar aquilo que há nela de
animalesco.
O exame de si proposto no início do diálogo, pois, estrutura-se mediante
20
o uso de tais imagens compósitas, mas de maneira distinta daquela que se fazia
então. Sócrates ainda não cumpriu o mandamento da inscrição oracular, de
modo que ao se deparar com esses seres abstrusos, ele não pode, com
segurança, discernir aquilo que neles lhe diz respeito, é próprio (emautòn),
daquilo que não lhe corresponde, é alheio (tà allótria). A premência, pois, de
sua investigação lhe impede de evadir-se das perguntas que tais monstros lhe
suscitam acerca de si próprio: em que medida o ser humano é um compósito e o
que isso significaria no contexto de uma vida dedicada à filosofia?
Para averiguar esse tanto, urge voltar-se à retratação ao Amor, na qual
Sócrates esmiúça a intimidade do casal de amantes filosóficos. O exame dos
efeitos do amor nessas almas patenteará o caráter dinâmico da interioridade
6 “[A] fabricação, emissão e recepção de uma mensagem não podem então ser distinguidas
[pois] o conteúdo da mensagem transmitida é reconstruído em função das exigências de
contexto (religioso, político, social, econômico, etc) da sua enunciação. Dessa perspectiva, para
aquele que fabrica e/ou narra um mito, o passado não é um objeto, como para o historiador,
mas um projeto, que deve se adaptar às circunstâncias da sua realização” (Brisson, 1982: 31)
7 “A alma é representada como sendo não-natural num sentido que a distingue agudamente da
O casal filosófico
No Fedro, tematiza-se o poder profundamente transformador do amor
sobre as almas humanas. A visão de um jovem belo tem o poder de se infiltrar
na alma do filósofo, através de seus olhos (251a7; 251b2; 255c7), e derreter-lhe a
crosta que se fez por cima de onde cresciam, outrora, suas vistosas asas (251c6-
d1), à medida que permite-lhe rememorar-se daquela Beleza inteligível que
contemplou antes da encarnação e que constitui, desde então, seu objeto mais
excelso de amor (251a2-4). O amor, portanto, é aquilo que possibilita ao filósofo
recuperar aquilo que, em sua alma, é mais afim ao divino, suas asas. A potência
(dúnamis) delas é a de conduzi-lo acima, à morada celestial dos deuses (246d5-
6), a partir de onde pode tentar a sorte no cortejo de um deles, que o guiará até
o lugar supraceleste (huperouránios tópos) onde repousam, não só a forma de
Beleza, como a de todas as demais ousíai.
O seu amado, contudo, não é um mero objeto de contemplação —papel
21
relegado apenas às ousíai— mas um amante em potencial. Os mesmos eflúvios
da Beleza que penetraram a alma do filósofo, ao se acumularem, transbordam e
se alojam em seus olhos, de modo que, ao mirar seu maduro amante, o próprio
jovem experimenta, em escala reduzida, o amor pelas Formas. Ele vê uma
imagem de si próprio nos olhos de seu amante e, consequentemente, sua visão
perpassa a sua própria beleza em direção àquela inteligível e supracelestial. O
éros do amante é respondido, pois, por um antéros (antérota échon-255e1) do
jovem, que se vê convertido também em amante8.
A conversão, no entanto, não é imediata ou automática. O agridoce
germinar das asas do casal requer um esforço de lapidação do próprio caráter,
que retoma implicitamente o tema do autoconhecimento enunciado ao início do
diálogo. O amante mais velho, o primeiro a se apaixonar, o faz por que viu no
seu amado, não só o esplendor da beleza supraceleste, mas também, a
8 “A ruptura de Platão em relação aos modos convencionais de discurso e pensamento é
manifesta. Sócrates sustenta que o jovem amado chega a participar do desejo que seu amante
nutre por ele. O jovem parceiro não mais sente apenas honra ou estima por seu amante, mas é
dito que retribui seu desejo – ainda que mais debilmente [...] o gênio da análise de Platão é que
ela elimina a passividade de todo. Segundo Sócrates, os dois membros do casal se tornam
amantes ativos, desejantes; nenhum deles permanece um objeto passivo de desejo” (Halperin,
1986: 67-68).
semelhança do jovem ao deus que outrora seguiu no cortejo anímico, como se
estivesse diante de uma estátua do mesmo (ágalma-251a6, 252d7). Sua relação,
portanto, com o jovem lhe permitirá rememorar-se da conduta do seu antigo
guia, aquele cuja emulação tornava mais fácil o percurso até a abóbada celeste.
Tal semelhança, contudo, não se encontra plenamente deflagrada, sendo
necessária a intervenção amorosa do amante para tanto. Esculpindo o caráter
do seu amado à semelhança da memória recobrada do deus, o potencial divino
de ambos é explorado. O mais velho pode contemplar a aparência divina do
jovem, relembrar-se do deus e imitá-lo, assim como o mais novo se beneficia da
educação que recebe do outro (253a6-8).
A alma humana, ao apaixonar-se, recobra suas asas e plumagem e,
consequentemente, seu poder de ascender aos céus e satisfazer, na medida do
possível, o seu anelo pelas ousíai. Paralelo ao germinamento delas, inicia-se um
processo de cultivo e imitação divina que se transforma numa ocupação para
toda a vida dos amantes (hoúto kath hékaston theòn [...] mimoúmenos eis tò
dunatòn zê-252d1-3). Esse zelo conjunto de imitação do divino, na esperança de
uma eventual ascese ao huperouránios tópos para fins de contemplação,
22
constituem parte importante do processo de autoconhecimento, à medida que
revelam o verdadeiro aporte dos desejos humanos, seu potencial e
características divinas, bem como a forma de cuidado de si requeridos para
alcança-los.
A doutrina erótica de Sócrates reconhece as dificuldades levantadas pelo
discurso de Lísias. Amar é algo que transforma os seres humanos, mas,
enquanto Lísias se detém nos exemplos negativos disso, Sócrates aponta as
raras exceções que permitem considera-lo algo, de fato, divino. Os amantes,
para Lísias, reduzem-se a lobos vorazes, cuja fome será saciada pelos seus
jovens amados, incautos cordeiros (241d1-2). O amor não passaria, então, de
um desejo tão cego quanto a fome ou a sede, capaz de excessos (húbris)
igualmente grosseiros (238a2-c4). Já Sócrates, aposta no potencial positivo
dessa transformação e parece lograr seu objetivo, como mostraria o arcabouço
dramático do diálogo. Socrátes, ao passar a tarde cálida na companhia de Fedro,
entregue ao exame da natureza de si e do amor, segundo Nussbaum, terminam
por assemelhar-se ao casal de amantes que consagram sua vida à filosofia:
Se essas personagens podem experimentar a paixão dessa forma, é
parcialmente porque elas ousam pensar e discutir dessa forma,
porque o discurso filosófico lhes mostra maneiras de se olhar para o
mundo. Se, por outro lado, eles falam filosoficamente dessa forma, é
também porque, eles estão aqui, deitados um ao lado do outro, na
grama às margens do rio, dispostos a enlouquecer; e essa loucura
os conduz a uma nova visão da verdade filosófica (Nussbaum, 2001:
212)
Buscando se conhecer, Sócrates termina se confrontando, junto de Fedro, com
questões eróticas, que lhe forçam a reconhecer as benesses advindas de uma
certa forma de loucura. O exame dessas benesses, por sua vez, força-o a
considerar uma particular forma de erotismo onde a identidade do amante e do
seu amado são vistas à luz de um modelo divino e de um anelo pelo
conhecimento, isto é, pela contemplação das ousíai.
A introdução de um modelo divino de conduta, através do mito, abre
margem para que certas atitudes e comportamentos sejam adotados por aqueles
que amam “filosoficamente”, ainda que, para os demais, que não amam assim,
tais atitudes e comportamentos sejam vistos como “loucos”. A abertura à
loucura, no contexto dessa emulação divina, para fins de teorização, espelharia à
abertura daquele que, ao buscar se conhecer, aventa ser possível que, no seu 23
íntimo, encontre-se algo semelho a um monstro.
A relação pederástica que serve de pano-de-fundo ao mito, ao escapar dos
moldes tradicionais, visa operar um importante deslocamento. O amor que liga
dois indivíduos é menos um movimento que parte de um amante para um
amado a ser “consumido”, tal qual um cordeiro por um lobo. Antes, o amor é
uma relação a partir da qual o amante reforça sua busca por um objeto de
conhecimento, a ousía, e desperta no seu amado o mesmo desejo. O que,
inicialmente, poderia ser encarado como um anelo “romântico” pelo outro,
converte-se em um trabalho conjunto de contemplação, à medida que a
dinâmica entre os dois amantes lhes permite desvelar esse caráter divino que
subjaz em seu íntimo. O amor que sente inicialmente pelo jovem se desdobra
em duas buscas complementares: aquela pelo conhecimento e aquela por si
mesmo. Só conheceria aquele que reconhecesse e se esforçasse por recobrar seu
caráter divino, assim como só reconheceria e recobraria o caráter divino aquele
que se empenhasse em conhecer.
Ao alinhar essas duas investigações, a de si e a do amor, Sócrates alcança
dois importantes fins. Primeiramente, chega a uma descrição de si capaz de dar
conta do aspecto plural e dinâmico da alma humana. Em segundo lugar, ao
elogiar o amor filosófico, ele consegue defender uma particular configuração
desse estranho composto como sendo a melhor.
Curiosamente, segue daí um instigante paradoxo. Aquele empenhado em
conhecer-se, ao apaixonar-se, ver-se-á defrontado com a oportunidade de
recobrar seu caráter divino e desenvolvê-lo plenamente, com auxílio de seu par.
A pergunta, pois, pela natureza do ser humano colapsa com o esforço em emular
ou assemelhar-se ao divino. Como sustenta Griswold, o autoconhecimento
implica uma certa “autossuperação” que indefine o caráter preciso do que seria
humano, em prol de aproximá-lo de algo superior, “divino”:
9 No Alcibíades, a alma é tomada como aquilo que constitui a identidade humana, antes do
composto formado por ela e o corpo. A tese aqui exposta não contesta essa afirmação de todo —
que também poderia se encontrar em outros diálogos platônicos, como o Fédon ou a República.
Antes, pretende-se apenas incidir sobre o potencial heurístico de se valer de uma imagem
compósita para levar à cabo o exame de si, a partir do Fedro, e, para tanto, contar com auxílio de
alguns argumentos do Alcibíades.
(téchné) e cuidado (epimeleía) o conduziriam ao êxito que tanto ambiciona
(124a6-b3).
Alcibíades, porém, necessita antes descobrir aquilo que ele mesmo é,
para poder então se ocupar verdadeiramente de si, antes de algo que não lhe diz
respeito (128e10-11). Para auxiliá-lo nessa empresa, Sócrates lhe oferece uma
imagem, onde compara a alma, o objeto do autoconhecimento, a um olho
cumprindo uma tarefa análoga àquela prescrita pelo oráculo de Delfos (132d4-
8). Um olho, em tais condições, necessitaria de um espelho, de uma superfície
na qual ele pudesse ver a si mesmo refletido (132d10-e2).
Sócrates especifica, contudo, que o espelho requerido seria outro olho. Ao
contrário de um simples espelho, cuja superfície é homogênea, o olho se reparte
em regiões (tópoi) qualitativamente distintas. No melhor (béltiston) tópos do
segundo olho, a pupila, o primeiro conseguiria discernir seu próprio reflexo e,
além disso, reconhecer-se como semelhante à superfície que o espelha (133a5-
6).
A metáfora ocular versa sobre o aspecto “reflexivo” que constitui
parcialmente o autoconhecimento. O olho necessita encarar outro olho porque
25
só assim ele vê, de um só golpe, duas coisas. Primeiramente, ele enxerga o olho
a sua frente. Em seguida, ao se focar na pupila, ele é capaz de discernir a sua
própria imagem. A reflexividade da pupila lhe permite concluir que é nela que
reside a sua excelência própria, a vista, que caracteriza o olho enquanto o órgão
humano da visão. Se não fosse por esse tópos do olho, o seu melhor, ele não
conseguiria enxergar o outro olho e este, por sua vez, não teria como refletir a
imagem do primeiro.
A partir da metáfora, o mecanismo pelo qual a alma se conhece a si
mesma se torna mais claro. Assim como o olho, a alma necessita “refletir-se”
numa superfície que lhe é semelhante, isto é, outra alma. A reflexividade da
alma atesta a presença de uma areté particular capaz de explicar esse
espelhamento. A alma, pois, ao ver a sua imagem refletida numa determinada
região da outra alma, precisa aí a localização de um tópos onde reside a tal
excelência, que é a sabedoria (sophía) no caso da alma. Através da sua sophía,
pois, a alma consegue produzir imagens daquilo que é por ela visado. Ao
deparar-se com a imagem de si própria, produzida e espelhada pela outra alma
diante dela, ela consegue também discernir no seu heterogêneo relevo o tópos
privilegiado, onde se baseia a sua sophía, e o identifica como divino (theiós) e
luminoso (lampròn-134d4). Remes se detém nesses dois qualificativos,
remetendo-os ao contexto de outros diálogos platônicos onde cumpririam
funções análogas:
10 “εἰ ἄρα τις γέγονεν ἐραστὴς τοῦ Ἀλκιβιάδου σώματος, οὐκ Ἀλκιβιάδου ἄρα ἠράσθη ἀλλά τινος
τῶν Ἀλκιβιάδου [...] οὐκοῦν ὁ μὲν τοῦ σώματός σου ἐρῶν, ἐπειδὴ λήγει ἀνθοῦν, ἀπιὼν οἴχεται;
[...]ὁ δέ γε τῆς ψυχῆς ἐρῶν οὐκ ἄπεισιν, ἕως ἂν ἐπὶ τὸ βέλτιον ἴῃ; [...]οὐκοῦν ἐγώ εἰμι ὁ οὐκ
ἀπιὼν ἀλλὰ παραμένων λήγοντος τοῦ σώματος, τῶν ἄλλων ἀπεληλυθότων.”
relação uma à outra sobre um mesmo eixo, e esse eixo, sobre o qual
elas convergem, é dirigido ao deus (2007: 160)
O divino, pois, simboliza esse esforço conjunto e intelectual da alma de voltar-se
aos objetos do conhecimento, mas, por sua vez, não constitui, enquanto tal, o
objeto do autoconhecimento. Trata-se menos de considerar a conduta de um
determinado deus e imitá-lo literalmente, mas de esforçar-se para conhecer. A
postura de um sujeito de conhecimento, ao ser mais “nobre” que aquela
esposada pela maioria, entregue a fins mais mundanos, é descrita como divina.
Voltar-se para o deus, portanto, seria uma metáfora, um símbolo, para exortar
aqueles que desejam conhecer a ativar suas aretaí através das quais o
conhecimento se torna possível. Ainda que sejam bem-sucedidos na empreitada,
eles não se tornam, de fato, deuses, mas logram distanciar-se da ror que se
refestela na própria ignorância.
O paradoxo levantado, no Fedro, encontra assim a sua resolução. O
“deus” a ser emulado não é o fim do autoconhecimento, mas um meio para
alcança-lo, isto é, uma maneira de estimular o efeito reparador da Beleza sobre
as asas incipientes. A caracterização, pois, da alma, em ambos os diálogos
estudados, não aponta, como sugere Remes, para a presença, de fato, de um 28
deus a ser emulado ou a admissão de um aspecto “não-humano” na alma, fosse
ele inato, ou incutido a partir da emulação desse suposto deus. Se a alma,
quando se volta sobre si mesma, parece superar a sua condição cotidiana e
tornar-se divina, é apenas porque ela se vê imperada a agir conforme aquilo que
há de mais excelso nela. O exame de si, portanto, não faz deuses dos humanos,
mas lhes permite afinar-se com aquilo que há de melhor neles, e que lhes dista
das coisas “cá de baixo” em prol daquelas “lá de cima” (Fedro 249d5-6).
O amor, pois, inicia um processo arriscado, que põe em risco o
funcionamento inteiro da composição que é o ser humano. Por um lado, ela lhe
apresenta a necessidade de lidar com o outro e consigo mesmo
simultaneamente. Mas, por outro, ela lhe permite reconhecer os objetos que não
interessam apenas a si, mas ao outro também, que se transforma no anteparo
imprescindível para a busca deles. Ao se tornar um amante, o filósofo se depara
com o problema que lhe é a sua própria natureza e se vê forçado a solucioná-lo,
como pode, a fim de granjear seus objetivos. O filósofo se “diviniza” apenas na
medida que se organiza da melhor maneira possível a cumprir seu mais
ardoroso desejo.
Conclusão
No Fedro, Sócrates anuncia a premência da busca pelo
autoconhecimento e aponta o potencial de imagens como a de Tífon para tanto.
Antes de corrigir as eidé da tradição, Sócrates parece sugerir que apenas elas
podem fazer justiça à interioridade humana. Essa hipótese é posta à prova na
retratação, onde Sócrates se vale de um símile não menos “imaginativo” para
dar conta da alma humana e dos efeitos benéficos do amor sobre ela. Ao final,
ele logra não só descrevê-la em seu dinamismo e pluralidade, como também,
defender uma particular configuração sua como a melhor possível, e a mais afim
ao divino.
Sua exortação ao divino, porém, conduz a um certo paradoxo. Por um
lado, ao indicar a recuperação das asas anímicas, simboliza a retomada de um
caráter próprio da alma, que se perdeu e atrofiou quando da encarnação e corria
o risco de jamais ser recobrado se não fosse pelo feliz acaso da paixão. Mas, por
29
outro, o divino também se manifesta na figura do guia do cortejo anímico que
deve ser emulado. De que maneira, então, deve-se entender essa imitação, de
forma que ela não configure a introdução de um elemento “externo” à busca que
a alma empreende pelo autoconhecimento?
O Alcibíades ajuda a responder essa questão. Nele, o elemento divino é
introduzido no tópos onde reside a areté da alma para mostrar que o processo
de autoconhecimento não se esgota na mera reflexividade. Ao contrário do olho
que, de pronto, vê sua imagem refletida na pupila do outro, a alma requer um
esforço para operar conforme a sua virtude, a sophía, que engloba a aplicação
numa investigação coletiva, o que termina por fazê-la, sob certo ponto de vista,
“divina”.
O cotejo dos dois diálogos permite, pois, elucidar o que leva Platão a
recorrer a tais imagens e metáforas para falar sobre a alma humana. Elas lhe
permitem explorar as diferentes facetas da interioridade humana e a sua gama
de potenciais arranjos, ainda que o forcem a adotar um registro meramente
verossímil, ao invés de um mais preciso. Ao equiparar a alma a um composto
monstruoso cujos elementos e configurações possíveis se espraiam do
animalesco até o divino, Platão faz da condição humana um problema que deve
ser encarado, por aquele que busca o autoconhecimento, ao longo de toda uma
vida. Não se trata, de todo, de afirmar um caráter necessariamente divino ou
bestial desta ou daquela “região” da alma, mas de situar a condição humana na
tessitura, que se conforma a partir destes extremos, a fim de instar o
direcionamento dos seus interlocutores a um desses polos —preferencialmente,
àquele afim ao divino e à filosofia.
Ao mesmo tempo, o drama de um Sócrates a costurar pedaços
disparatados em compostos fantásticos, para convencer um Fedro ou um
Alcibíades, mostra que o autoconhecimento não se esgota num exercício
puramente “descritivo”. Não haveria algo como um exame de si que não o
envolvesse forçosamente num intento de converter seus interlocutores à
filosofia. Nesse confronto com o outro e com a pluralidade de motivações que
propiciou seu encontro com ele, é que Sócrates torna-se capaz de perscrutar sua
interioridade e afiná-la de acordo com aqueles fins que vão se lhe apresentando
como os mais nobres, conforme a investigação avança conjuntamente.
O destino do próprio Sócrates está posto em risco, à medida que depende
30
do comprometimento dos seus interlocutores e, dado o desenlace trágico das
contrapartes históricas das personagens dos diálogos, é plausível aventar que
isso não é casual. Os limites entre deuses e monstros, entre a simplicidade e
comedimento e a variedade e desmesura, retratam o âmbito perigoso no qual a
filosofia platônica se desenrola, aquele dos homens e de suas paixões cotidianas.
O sucesso, pois, de uma investigação filosófica está fortemente correlacionado
àquele da atuação do filósofo junto à comunidade, sem a qual, uma tal
empreitada não adquiriria significado e sequer seria possível.
Bibliografia
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31
HESÍODO Y LAS CONSIDERACIONES SOBRE EL KOSMOS. LAS
IDEAS DE ORDEN, TODO Y SISTEMA
Introducción
La lectura que ha hecho la crítica con Olof Gigon a la cabeza, de la cual
nos nutrimos y seguimos como marco interpretativo, ha ubicado a Hesíodo en
esa zona oscura, de fronteras imprecisas entre poesía y filosofía, propia de la
Grecia arcaica; asimismo, ha trabajado los núcleos filosóficos presentes en
Teogonía como relato emblemático de la totalidad. El problema del ser, del
todo, del origen, de la verdad y de la transmisión de la verdad han sido los hilos
que Gigon ha encontrado para hilvanar el tapiz del Hesíodo-filósofo.
Pensemos en la primera formulación por la preocupación por el orden y
32
por la búsqueda del principio. La presentación de Gea es temprana en el poema.
Representa uno de los cuatro elementos que definen una primera genealogía-
cosmogonía, ya que el poeta, al tiempo que presenta los primeros elementos, ta
protista, ofrece una primera organización cósmica, delineando regiones:
Conclusiones
Ahora bien, en este topos de contacto que intentamos relevar, nosotros
leemos dos gestos diferentes en el modelo de enunciación hesiódica; de los
cuales, uno, está atestiguado en la primera parte del presente bloque. Cuando
Hesíodo intenta dar cuenta de ta protista, parece hacerlo en el territorio de la
más sorprendente abstracción; pero, cuando intenta explicar el cómo, el orden
progresivo de ese orden justo, retorna a un discurso de matriz mítica, sostenido
por la línea de la sucesión amorosa. Cuando Eros, el cuarto primerísimo que
Hesíodo postula para dar la posibilidad de las generaciones divinas, de cuño
amoroso, comienza a actuar con la potencia que por naturaleza lo caracteriza,
esto es su capacidad de unión, Teogonía parece resolverse en un relato de los
orígenes emparentado con otros tantos logoi fundantes, que la tradición mítico-
religiosa recoge. Más allá de lo cual, Gigon apunta: “En cuanto a la concepción
fundamental, las obras de los más antiguos filósofos de la naturaleza,
Anaximandro, Anaxímenes, etcétera, guardan una muy estrecha afinidad con la
Teogonía de Hesíodo, por más que hayan adoptado la forma de sobrios relatos
científicos” (1962: 36). Coincidimos con esta intuición que Gigon ubica en la
concepción fundamental, pero vemos también que el discurso en el que
finalmente se plasma el poema genera una tensión acercamiento-alejamiento
que, es, a nuestro entender, la riqueza-complejidad que atraviesa la obra
38
hesiódica.
Bibliografía
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Castoriadis, C., Lo que hace a Grecia. 1. De Homero a Heráclito, 2006.
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Guthrie, W.K.C., Historia de la filosofía griega I. Los primeros presocráicos y
pitagóricos, 1991.
RECEPCIONES SENSORIALES: LAS CONCEPCIONES
ARISTOTÉLICAS SOBRE LOS SENTIDOS EN LA BAJA EDAD MEDIA
CASTELLANA
Iniciado el siglo XXI, los estudios medievales continúan siendo uno de los
campos más pujantes e interesantes en las Humanidades (Nichols, 2006: 141-
169) gracias a los debates generados en el plano epistemológico de las Ciencias
Sociales. Acompañando este proceso, se impusieron nuevos objetos de estudio
en el escenario del historiador. Un ejemplo de ello son las percepciones
sensoriales y su participación en el entramado cultural de las sociedades. Esta
iniciativa proviene de la labor interdisciplinaria de diversos historiadores y
antropólogos que, desde la década de los ochenta, impulsaron el análisis sobre
39
tópicos planteados por la historiografía de la primera mitad del siglo XX. Los
estudios sensoriales (Bull, 2006: 5-7) es un campo en evolución constante que
brinda una aproximación cultural de los sentidos y un acercamiento sensorial de
la cultura (Howes, 2012: 450-454). El denominado giro sensitivo de los últimos
años ha puesto de relieve que la percepción de los sentidos es un fenómeno
social y una formación histórica, pues sus significaciones se modifican a través
del tiempo (Smith, 2007: 3).
El objetivo del presente trabajo es explorar las concepciones sensoriales
elaboradas por la filosofía clásica, en particular aristotélica, y su recepción en la
Baja Edad Media. Este propósito se llevará a cabo a través del análisis de la obra
jurídica denominada las Siete Partidas del rey Alfonso X de Castilla,
principalmente la Segunda, destacando la jerarquía sensorial que representa y
que guarda estrecha relación con la teorización de Aristóteles.
Estudios sensoriales
Las contribuciones al campo sensorial son resultados de inquietudes
específicas que se insertaron en corrientes historiográficas del siglo XX, como
por ejemplo la Historia social, de las mentalidades y, posteriormente, la Historia
cultural, hasta logrra una identidad propia que se plasma en la segunda mitad
de los años ochenta. La atención sobre el sentir de los hombres y mujeres de
otros tiempos fue una preocupación de historiadores y filósofos desde fines del
siglo XIX, pero serán determinados pensadores —en la primera mitad del siglo
XX— los que sentarán las bases de la interpelación a las percepciones
sensoriales de las sociedades del pasado: Johan Huizinga (1994 [1919]), Lucien
Febvre (1939-1941: 5-20) y Robert Mandrou (1959: 581-588). Sus estudios
remarcaron cómo la sensibilidad y las emociones se cristalizan en dispositivos
que operan en el establecimiento de las relaciones interpersonales, que luego
articulan a la sociedad medieval y moderna. Estos nuevos sujetos de la historia
serán analizados por corrientes historiográficas concretas, por ejemplo la
historia de las emociones, generando atracción por la sensibilidad de seres
pretéritos (Plamper, 2013: 225-249).
Será a partir de la producción de Alain Corbin que los estudios
sensoriales cobrarán relevancia y adquirirán entidad propia. En su libro El
perfume o el miasma. El olfato y lo imaginario social, siglo XVIII y XIX (1987
40
[1982]) analiza los modos de percepción, las sensibilidades, el simbolismo de los
olores y las prácticas higiénicas en la Francia del siglo XIX, sentando las bases
del giro sensorial de la historia. A partir de aquí, los sentidos son factibles de ser
analizados pues además de la investigación propia del periodo, la obra brinda
una forma de abordaje de los sentidos en las fuentes escritas. Corbin advierte
que muchas de las fuentes a las que se puede recurrir brindan datos escasos y
fragmentarios, difíciles de cuantificar y más aún de entender su consistencia
(Corbin, 1990: 17). La clave para escribir una historia de los sentidos descansa
en el sentir que reside entre las líneas de las fuentes escritas (Howes, 2014: 14).
Los investigadores se hicieron eco de este nuevo nicho de estudio,
atendiendo a las precauciones y peligros que conlleva. En un artículo de 1990,
Corbin se interroga si es posible comprender retrospectivamente el pasado a
través del examen de la jerarquía de los sentidos y del equilibrio que se establece
entre ellos en cualquier período histórico de una sociedad (Corbin, 1990: 13).
Para este autor la respuesta es positiva, es válida una historia de la sensibilidad
(sentidos), por lo cual comenzó a indagar sobre las dificultades que debe
enfrentar el historiador que desee estudiar la organización sensorial de una
sociedad de tiempos pasados, brindando una respuesta categórica: “L’obstacle le
plus évident réside dans la fugacité de la trace” (Corbin, 1990: 15). Esta
reflexión surgió gracias al diálogo que inició con la Antropología, ciencia que
brinda una forma de pesquisa de los sentidos puesto que una de sus
preocupaciones es observar la manera en que varía la configuración de la
experiencia sensorial entre las distintas culturas, según el significado
relacionado con cada uno de los sentidos y la importancia que se le confiere.
A partir de la década de los noventa, el mayor impulso en los estudios
sensoriales devino de la mano de investigadores anglosajones de diversas
disciplinas, colocando el acento en reflexionar sobre la construcción sensorial en
la historia de las culturas, a través del análisis de la interacción de los sentidos
en su conjunto, en sus combinaciones y jerarquías (Howes, 2003), que darán
lugar a una forma particular del sentir. Esta forma de concebir el análisis
sensorial se denomina intersensoriality, noción que explica la interrelación
existente entre los sentidos y una sociedad concreta en tiempo y espacio.
A modo de conclusión
En el presente trabajo nos propusimos ofrecer una breve exposición del
panorama historiográfico sobre el estudio de los sentidos y su teorización por la
filosofía clásica, principalmente la aristotélica y su vigencia en los siglos
bajomedievales. En nuestra consideración, los sentidos intervienen de manera
activa en la construcción social de una cultura puesto que las percepciones
sensoriales comprenden, al tiempo que definen, los ámbitos en los que se
desarrollan las actividades económicas, políticas y las prácticas sociales,
destacando aquellos sentidos que interceden de forma primaria. Vista y oído
han sido los sentidos considerados como superiores y objetivos en la jerarquía
sensorial, aunque no debe desconocerse la participación de los restantes en la
configuración cultural de toda sociedad.
La monarquía castellana necesitó afirmar su poder en la escena política 46
por medio de diversos instrumentos, tanto materiales como ideológicos. El
primero de ellos fue el ejercicio de la potestad jurídica sobre el reino y sus
súbditos a través de corpus legislativos que procuraban una situación de
equilibrio entre los poderes. Para llevar a cabo su proyecto político, Alfonso X
redactó un compendio de leyes que exponían las bases ideológicas del mismo,
utilizando para ello a los sentidos y su jerarquización y valorización ideada
siglos antes por Aristóteles. El monarca castellano se igualaba a la cabeza de
todo cuerpo pues es ella la encargada de dirigirlo, como el rey a su reino.
Asimismo, de ella emanaban los sentidos por los cuales el pueblo debía ver, oír,
oler, gustar y tocar la honra y fama del soberano, procurando su bien y
brindando su mejor servicio.
Fuentes editas
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48
LAS CRÍTICAS DE ARISTÓTELES A LOS ARGUMENTOS
PLATÓNICOS PARA POSTULAR IDEAS EN EL PERÌ IDEÒN1
El tratado Sobre las Ideas (Περὶ Ἰδεῶν) es una obra perdida para
nosotros pero que puede reconstruirse a partir del comentario de Alejandro de
Afrodisia a Metafísica I 9 (Alex, In Metaph.). La obra estaba consagrada a la
exposición y crítica de la teoría de las Ideas. Aristóteles examinaba en ella las
razones semánticas, epistemológicas y metafísicas en las que se sustentaba dicha
teoría, estudiando pormenorizadamente cada uno de los argumentos, con todas
sus implicaciones. Las características del escrito, dirigido especialmente a un
círculo académico de estudiosos y especialistas, permitían abordar este análisis de
una manera mucho más sistemática que en un diálogo, como los que había escrito
Platón. Tal es su importancia que, como lo dice con acierto G. Fine, el Sobre las 49
Ideas es “la primera investigación sistemática sobre la teoría de las Ideas de
Platón; y provee argumentos más precisos para su existencia y una
caracterización más precisa de su naturaleza que la que ofrecen los diálogos”
(Fine, 1995: 20-21).
Además del valor que tiene para el conocimiento de la teoría platónica de
las Ideas, el interés del Sobre las Ideas está en que nos permite reconstruir
aquellos aspectos de la filosofía aristotélica que pudieron haberse gestado al calor
de la polémica con Platón, i.e., como reacción frente a la sustancialización de los
universales. En efecto, en el Perì Ideôn Aristóteles ofrece una versión reconstruida
de los argumentos platónicos, y en sus críticas, altamente concisas, muestra dónde
y por qué objeta a Platón, lo cual contribuye a iluminar su propio pensamiento.
1 Este trabajo fue financiado por la Universidad de Buenos Aires. Programación científica 2016-
2018. UBACYT, 20020150100040BA:“Diálogo, apropiación y crítica entre Platón y Aristóteles.
La historia de la filosofía en la constitución de la filosofía aristotélica”.
2 Deseo agradecer a la Dra. María Cecilia Colombani por su gentil invitación a brindar esta
conferencia en unas Jornadas que llevan el nombre del querido Profesor Francisco Olivieri. Él
fue mi propio profesor de Filosofía Antigua, me dio la oportunidad de ingresar a la docencia en
la UBA y me inició en el estudio del Perì Ideôn de Aristóteles. Por eso este trabajo es un pequeño
homenaje para este gran hombre que tanto influyó en mi formación y en la de muchos más y
que con su mirada buena nos alentaba a ser también mejores personas.
En lo que se refiere a la reconstrucción del texto, debe decirse que
Alejandro seguramente tenía a la vista el escrito de Aristóteles, del cual toma
algunos pasajes, pero no indica con precisión dónde comienza una cita ni dónde
acaba. No es posible determinar, pues, hasta qué punto está transcribiendo
literalmente palabras de Aristóteles y dónde se aparta del texto original y
parafrasea o agrega alguna observación personal. Con todo, esta situación no
invalida el carácter genuino del comentario de Alejandro. El testimonio es
plenamente confiable, como ya lo mostró Wilpert (1940: 369-71), quien sostiene
que Alejandro es un intérprete cauteloso, serio, que hace una cuidadosa
ponderación, señalando y enunciando las diferentes interpretaciones a las que
se presta un texto, y trayendo a colación pasajes de otras obras de Aristóteles o
de otras fuentes cuando lo halla necesario3. Con palabras de Pierluigi Donini,
“explicar a Aristóteles a partir de sí mismo debía ser para Alejandro, como
escritor de comentario, un canon de interpretación que absolutamente no podía
transgredirse” (1995: 111)4. Alejandro, sin duda, no reproduce por entero el
escrito de Aristóteles que tiene ante la vista, sino que extracta de él algunos
pasajes que le parecen pertinentes para ilustrar y aclarar el texto que está
50
comentando. Así, toma del Sobre las Ideas algunos argumentos platónicos que
en Metafísica I 9 son sólo mencionados sin explicación alguna. Por lo demás,
por el modo en que Alejandro los introduce, debemos suponer que los
argumentos del Sobre las Ideas eran más numerosos y no estaban presentados
del mismo modo que en la Metafísica5. Además, como Alejandro extracta del
Sobre las Ideas en función del orden que halla en el texto de Metafísica que está
comentando, no podemos pretender que el orden en el que reproduce los
argumentos haya sido efectivamente el mismo en el que estaban presentados en
el Sobre las Ideas, de manera que no es posible recuperar íntegra y fielmente el
original.
3 Wilpert, 1940: 370, n. 5, 9 y 10 y Cherniss, 1944: 223ss., sobre todo 227, n. 135 y 240, n. 145.
Sobre los métodos de interpretación de Alejandro de Afrodisia, véanse Donini, 1987: 72-79;
Sharples, 1990: 83-111; Donini, 1995: 107-129.
4 Donini subraya que el método de explicar Aristotelem ex Aristotele se adecua a otro supuesto
de los extractos procedentes de Alejandro, propuesta por Wilpert, ha sido admitida por la
mayoría de los editores (Ross, Harlfinger, Gigon) y estudiosos de la obra (Mansion, Berti, Leszl,
Fine, etc.).
En lo que toca a la fecha de composición, hay divergencias de opinión, si
bien todos los autores aceptan que el Sobre las Ideas es anterior a Metafísica I 9
y a los pasajes paralelos del libro XIII, donde Aristóteles resume apretadamente
algunos argumentos expuestos en el Sobre las Ideas. Sin embargo, no es fácil
decidir cuán anterior es. En general, hay acuerdo en que se trata de una obra
temprana que pertenece al período académico de Aristóteles, posterior al
Parménides y bastante anterior a la muerte de Platón, en el 347. Parece
bastante adecuada la fecha propuesta por Berti o por Düring y puede suponerse,
entonces, que la composición de la obra se ubica entre el 360 y el 357, época en
la que Aristóteles contaba alrededor de veinticinco años y llevaba ya casi diez en
la Academia. Por lo demás, por esos años puede situarse precisamente el debate
sobre las Ideas en el seno de la Academia, debate del cual seguramente formó
parte el Sobre las Ideas.
Como antes señalamos, prácticamente la única fuente con la que se
cuenta para reconstruir el contenido del Sobre las Ideas es el comentario de
Alejandro de Afrodisia al capítulo 9 del libro I de la Metafísica6. Intérpretes
antiguos y modernos han recurrido a este comentario, sin el cual buena parte de
51
lo que Aristóteles escribe en ese capítulo sería apenas comprensible, dado que
allí menciona, sin ulteriores explicaciones, diferentes argumentos utilizados por
los platónicos, unidos a breves críticas, dando por sentado que el lector o el
oyente está familiarizado con ellos7.
El pasaje de Metafísica I 9 en el que Aristóteles critica los argumentos
que los platónicos utilizaban para afirmar la existencia de Ideas es el siguiente8:
6 Las otras fuentes casi nada dicen sobre los desarrollos contenidos en el Sobre las Ideas. Cfr.
Rose (1886: 185-186).
7 Cfr. Moraux (1951: 91); Berti (19972:131); Leszl (1975: 60).
8 Nos limitamos a reproducir los cinco primeros argumentos que se refieren a la teoría de las
Ideas sin dudas atribuible a Platón. El tratamiento de los argumentos que atienden a la relación
entre las Ideas platónicas, los números ideales y el principio de lo Uno y de la Díada, dadas las
múltiples dificultades que acarrea, exigiría un prolijo desarrollo que excedería los límites de esta
presentación.
múltiple” (τὸ ἓν ἐπὶ πολλῶν) resultará que [hay Ideas] también de
las negaciones, y [c] según el argumento de la posibilidad de pensar
en cosas ya destruidas (τὸ νοεῖν τι φθάρεντος) [resultará que hay
Ideas] de cosas destruidas, puesto que de ellas queda [en nosotros]
una imagen mental. Además, en lo que toca a los argumentos más
rigurosos (ἀκριβέστεροι τῶν λογῶν), [d] algunos llevan a establecer
la existencia de Ideas de los relativos (πρός τι ποιοῦσιν ἰδέας), de los
cuales no afirmamos que haya un género por sí, mientras que [e]
otros conducen “al tercer hombre” (τὸν τρίτον ἄνθρωπον λέγουσιν)
(990b8-17, trad. Santa Cruz-Crespo).
Como puede apreciarse, el pasaje citado es extremadamente elíptico: algunos
argumentos son solamente nombrados y las críticas apenas aludidas. Las
traductoras han puesto letras para identificar más fácilmente los argumentos.
Estos son: I) Los argumentos que parten de las ciencias, II) el argumento de lo uno
sobre lo múltiple, III) el argumento que parte de la posibilidad de pensar cosas
destruidas, IV) el argumento que lleva a las Ideas de relativos, V) el argumento que
conduce a la afirmación del “tercer hombre”. Según Aristóteles, ninguno de los
cinco argumentos utilizados por los platónicos logra demostrar la existencia de las
Ideas. De manera que, desde ese punto de vista, demuestran demasiado poco,
porque basta con aceptar predicados universales para no vernos obligados a
52
admitir la existencia separada de las Ideas, que es lo característicamente platónico
de la teoría. Pero, desde otra perspectiva, los argumentos mencionados
demuestran demasiado, porque conducen a aceptar Ideas que eran explícitamente
rechazadas por los propios platónicos. En cuanto a los argumentos “más
rigurosos”, Aristóteles ofrece otras razones para rechazarlos: o porque producen
Ideas de relativos que no pueden existir por sí o bien porque conducen a una
multiplicación infinita de Ideas (Fine, 1995: 27).
Al margen de las razones por las cuales los dos últimos argumentos son
calificados como más rigurosos, cuestión que siempre será materia de conjetura,
sin lugar a dudas ellos introducen dificultades ontológicas de peso. El
argumento “de los relativos” está llamado a probar la existencia de Ideas de los
términos relativos, que existen siempre respecto de algo o en relación con algo
(prós ti) y no en sí (autà kath’ autá). Pero una Idea de relativo supone una
contradicción, pues en cuanto Idea debería ser en sí y por sí, mas en cuanto
relativo solo puede existir en relación con otro. La admisión de Ideas de
relativos introduce una incoherencia en la Teoría de las ideas, pues viola el
axioma fundamental según el cual todas las Ideas son en sí y por sí.
El argumento que conduce al “tercer hombre”, por su parte, muestra la
incompatibilidad entre la tesis de la unicidad de la Idea y las implicaciones de
los argumentos para probar su existencia, que conducen a una multiplicación de
las Ideas. Además, pone en tela de juicio la posibilidad misma del conocimiento.
En efecto, dado que la Idea está llamada a explicar por qué las cosas particulares
son de una determinada manera, tal explicación no podría darse si cada
explicación que se pretende suministrar requiriese, a su vez, otra explicación del
mismo género.
En estas dos objeciones en que culmina la crítica de Aristóteles ya se
pueden adivinar las tesis que guiarán su propia solución al problema de lo uno y
de lo múltiple, al rechazar la existencia separada de los universales. Pero
también puede advertirse la asimilación parcial de las tesis de su maestro,
reconociendo la necesidad de universales para salvaguardar el valor de la
ciencia.
En lo que sigue, vamos a analizar de entre los menos rigurosos el
argumento a partir de las ciencias y de entre los más rigurosos el argumento que
conduce al tercer hombre, tal como fueron expuestos en el Perì Ideôn.
53
9 Para un análisis detallado de los argumentos a partir de las ciencias véanse Frank (1984); Leszl
(1975: 93-140); Fine (1995: 66-102).
10 Todas las citas del Perì Ideôn siguen la edición de Harlfinger y la traducción de Santa Cruz-
Crespo.
cosas sensibles (τι ἄλλο καθ’ἑκάστην), aparte de ellas (παρὰ τὰ αἰσθητά), realidad
eterna que funciona como modelo de lo sensible (ἀίδιον καὶ παράδειγμα). Y tal
cosa es la Idea. En este argumento, se subraya el requisito de estabilidad. La Idea
se presenta como el objeto adecuado de la ciencia, en tanto es única e idéntica,
frente a la pluralidad y la mutabilidad de las realidades sensibles.
Podríamos preguntarnos qué evidencias encontramos en los diálogos
para suponer que Platón está efectivamente comprometido con las premisas de
los argumentos tal como Aristóteles los reconstruye. Sin dudas, Platón
caracteriza a las Ideas como objetos de conocimiento11. A su juicio, el
conocimiento en sentido pleno (ἐπιστήμη) no es posible en este ámbito, sino que
en él solo es posible aquella forma disminuida de conocimiento que es la
opinión (δόξα). Por lo tanto, para que el conocimiento en sentido pleno sea
posible, se requiere algo completamente inmutable y eterno que constituya el
objeto. Precisamente, la Idea es postulada como la realidad que satisface ese
requisito de inteligibilidad. Una lectura atenta del libro V de la República
permite inferir que la distinción entre ciencia y opinión tiene que ver con la
contraposición entre unidad y multiplicidad, inmutabilidad y mutabilidad,
54
determinación e indeterminación, por lo que creemos que la reconstrucción
aristotélica de los argumentos a partir de las ciencias no traiciona el
pensamiento de Platón, y que hay indicios en los diálogos que permiten
identificar al objeto de la ciencia como una realidad única, determinada y
absoluta12.
Pasemos ahora a analizar y evaluar las dos críticas de Aristóteles a estos
argumentos.
13 Cfr. Cherniss (1944: 236-7); Wilpert (1949: 54); Mansion (1984: 107); Berti (1997: 136-7); Fine
(1995: 70).
14 Düring sugiere pocos años de diferencia entre estas obras, ambas pertenecientes al período
15 Nótese que también παρά es usado para referirse al universal aristotélico en la misma obra
(cfr. APo II 19, 100a 7), es decir, de la misma manera en que se lo utiliza en el Sobre las Ideas.
Esta es otra prueba de la poca importancia de las diferencias terminológicas entre las dos obras.
individuos, que se distingue por lo tanto de las entidades particulares de las que
se predica, pero que requiere de ellas para subsistir.
Los platónicos suponen que la única manera satisfactoria de explicar el
hecho de que las cosas compartan un predicado común es postular otra cosa por
encima de ellas, la Idea16. Este es un procedimiento vicioso para Aristóteles, que
consiste precisamente en concebir como sustancia separada la propiedad que
los particulares tienen en común.
La distinción que hemos trazado entre la Idea platónica y el universal
aristotélico no debe oscurecer la deuda que Aristóteles contrae con la
epistemología platónica. En efecto, Aristóteles acepta la necesidad de
universales para dar cuenta del conocimiento científico17. La necesidad de algo
que esté por encima de los particulares para que haya conocimiento se debe a
que todas las cosas que conocemos, las conocemos en la medida en que se da
algo que es uno, idéntico y universal (Metaph. III 4, 999a 26-29). Pero aceptar
los requisitos de universalidad del objeto de ciencia no conduce necesariamente
a la existencia separada de los géneros, pues como afirma explícitamente
Aristóteles “al desarrollar la aporía (διηπορήσαμεν) hemos argumentado hace
57
un momento que esto es imposible” (Metaph. III 4, 999a 31-32). Son las
dificultades a que conduce la hipótesis platónica de la separación las que han
impulsado a Aristóteles a proponer una respuesta alternativa acerca del
problema de los universales.
16 “todas estas consecuencias se presentan lógicamente tan pronto se forjan Ideas a partir de los
elementos y tan pronto se afirma que aparte de las realidades que tienen una misma forma,
existen también Ideas, siendo cada una de ellas un ente único y separado” (Metaph. XIII 10,
1087a 4-7).
17 Cfr, APo. I 31, 87b 38-39; I 33, 88b 30-32; de An. II 5, 417b 22-23; Metaph. XIII 9, 1086b 5-6.
las artes son de algunas otras cosas aparte de las particulares (καὶ
ἄλλων τινῶν παρὰ τὰ καθ’ἕκαστά εἰσιν αἱ τέχναι). El último
<argumento>, por su parte, además de no demostrar, tampoco él,
que hay Ideas, parecería estar sosteniendo que hay Ideas aun de
cosas de las que <los platónicos> no aceptan que haya Ideas. En
efecto, si porque la medicina no es ciencia de esta o aquella salud
sino de la salud en sentido absoluto, hay una salud en sí, esto
ocurrirá también en el caso de cada una de las artes. Pues <el arte>
no es de lo particular ni de esto o aquello (οὐ γὰρ τοῦ καθ’ἕκαστα
οὐδὲ τοῦδέ ἐστιν), sino de lo que es en sentido absoluto (ἀλλ’ἁπλῶς
περὶ ὅ ἐστιν) aquello que es <objeto de ese arte>, como, por ejemplo,
la carpintería es <arte> del banco que es banco en sentido absoluto
y no de este o aquel <banco> y de la cama en sentido absoluto y no
de esta o aquella <cama>. De modo similar también la estatuaria, el
dibujo, la construcción, así como las demás artes, se hallan en
relación con sus propios productos. En consecuencia, habrá también
una Idea de cada uno de los productos de las artes, cosa que <ellos>
no aceptan (ἔσται ἄρα καὶ τῶν ὑπὸ τὰς τέχνας ἑκάστου ἰδέα, ὅπερ οὐ
βούλονται) (Alex, In Metaph.79, 20-80, 7).
La objeción depende de una analogía entre ciencias y técnicas: si hay Ideas
correspondientes a los objetos de las primeras, entonces hay Ideas
correspondientes a los objetos de las segundas. No hay dudas de que el arte
también va más allá de lo particular, del mismo modo que la ciencia18. De la
58
misma manera que un científico no trata una salud particular sino la salud en sí, el
artesano no tratará con la cama de madera rectangular sino con la cama en sí.
Parece, pues, que tanto las ciencias como las artes requieren la existencia de
universales de un cierto nivel de generalidad.
Pero Aristóteles afirma que los platónicos no aceptan Ideas de artefactos
por lo que habría una inconsistencia entre lo que se deduce válidamente del
argumento y lo que ellos en realidad creen. El problema con esta objeción es que
Platón menciona Ideas de artefactos en varios de sus diálogos19. ¿Cómo podemos
conciliar la objeción aristotélica que afirma que los platónicos no aceptan Ideas de
artefactos con la evidencia platónica explícita de que hay tales Ideas?
Se han dado distintas soluciones al problema 20:
1) Platón postuló Ideas de artefactos en los diálogos medios pero luego
cambió su posición 21.
18 Cfr. Metaph. I 1, 981a 1-13. En este pasaje arte y ciencia tienen en común la universalidad y el
conocimiento de las causas, características que las distinguen de la experiencia.
19 Cfr. Cra. 389b-c; R. X 596b 6-10; 597b 2-598d 6; Ep. VII 342 d 3-e 2; Lg. 965b7-c8.
20 Para un resumen y crítica de explicaciones previas cfr. G. Fine (1995: 82-88). Para un estado
de la cuestión reciente acerca de las Ideas de artefacta, cfr. Ferrari (2007: 151-171).
2) La crítica se dirige no a Platón sino a sus discípulos22.
3) Aristóteles simplemente interpretó mal a Platón23.
4) Platón no aceptaba Ideas para los productos de las artes imitativas pero
los argumentos a partir de las ciencias tienden a probar Ideas para todos los
artefactos24.
Gail Fine (1995: 82-88) ha mostrado cómo ninguna de estas explicaciones
resuelve nuestro problema porque podemos afirmar que Platón sostiene la
existencia de Ideas de artefactos hasta el final ya que las menciona en Leyes y en
la Carta Séptima, mientras que Aristóteles en su crítica afirma que Platón no las
aceptaba.
Para explicar la objeción de Aristóteles tenemos que tener en cuenta la
manera particular de exponer las doctrinas de sus predecesores. Si tenemos en
cuenta que Aristóteles no se limita a transmitir literalmente las palabras de los
pensadores anteriores sino que ofrece una reconstrucción de sus tesis de modo de
exhibir más fácilmente sus puntos débiles; si consideramos, además, que ciertos
platónicos negaron la existencia de Ideas de artefactos y que Aristóteles mismo
consideraba justa esta restricción, podríamos preguntarnos: ¿qué razones tendría
59
un platónico para abandonar la creencia en Ideas de artefactos?
Los artefactos son, por definición, invenciones humanas y, por lo tanto, su
realidad depende de la existencia del artesano, de quien lo concibe y lo produce en
un cierto momento de la historia. El artefacto no es algo que se pueda concebir
como eterno, no es tampoco algo que el artesano descubre sino que es construido
en un cierto momento del tiempo por una intención humana consciente que
intenta suplir aquello que no encuentra ya dado en la naturaleza. Por lo tanto, su
esencia no puede ser eterna sino que fue engendrada junto con el primer artefacto
construido. Si aceptamos esta explicación, la objeción de Aristóteles sería la
siguiente: los argumentos a partir de las ciencias prueban que hay Ideas
correspondientes a los objetos de las ciencias y, consecuentemente, también a los
objetos de las artes. Pero las Ideas de artefactos no presentan las características de
eternidad y separabilidad propias de toda Idea (Fine, 1995: 86-7; 101-2). Esta vez,
las conclusiones de los argumentos, de ser estos aceptados, entran en
21 Esta posición fue sostenida por E. Zeller (1921: 703-4); R. Heinze (1892: 52-54); P. Wilpert
(1949: 56, 59, 63-66).
22 Cfr. M. Isnardi Parente (1981: 136 y 139); H. Cherniss (1944: 257, n. 167).
23 Cfr. L. Robin (1908: 173-181).
24 Cfr. D. Frank (1984: 87-89).
contradicción con otras tesis platónicas y se impone, entonces, rechazar el
argumento como tal. Ya no importa si Platón explícitamente admite las Ideas de
artefactos. Nótese que la estrategia de Aristóteles no es poner en evidencia una
contradicción en las palabras sino entre las palabras y las creencias: es
imposible sostener que las Ideas son separadas y eternas y admitir a la vez Ideas
de artefactos. De modo tal que las mismas doctrinas platónicas implícitamente
excluirían las Ideas de artefactos, aun cuando Platón explícitamente las
admitiera. La expresión “no aceptan” equivale entonces a “no deberían aceptar”.
Esta propuesta, además de soslayar las dificultades de las otras, tiene la
ventaja de ser compatible con la propia posición de Aristóteles para quien los
artefactos no son sustancias precisamente porque la forma del artefacto no
existe por sí sino solo en otro, esto es, en la mente del artífice y, en tal sentido,
no puede ser eterna25. Es importante notar que la forma de artefacto aristotélica
incorpora la parcial validez de la Idea de artefacto platónica pues también para
Aristóteles la causa formal del artefacto presenta una unidad y generalidad que
no posee el artefacto particular. Pero esta causa formal no es la Idea ya que está
libre de los problemas de separación y eternidad, en virtud de su dependencia
60
ontológica con respecto al artífice.
Con el análisis del argumento de las ciencias y de las críticas aristotélicas
hemos comprendido por qué los argumentos platónicos prueban poco o
demasiado. En lo que sigue, atenderemos al argumento del tercer hombre, que
afecta la unicidad de las Ideas platónicas, con el propósito de mostrar cómo la
postulación de universales separados conduce a una regresión infinita de Ideas.
argumento del tercer hombre. Textos y bibliografía, en la editorial Biblos, en el que reúne una
parte apreciable de las fuentes y la bibliografía sobre el ATH hasta 1979. Para la bibliografía
posterior, extensísima, me permito remitir a la bibliografía citada en mi 2012.
excepción de las formulaciones de raíz sofística, las restantes presentaciones
poseen una estructura lógica común: comparten las mismas premisas
fundamentales y extraen la misma conclusión, que es la regresión infinita de
Ideas27.
La versión aristotélica del argumento dice así:
27Sobre cuatro versiones del “tercer hombre” con idéntica estructura lógica, véase Fine (1995:
203-224).
Idea, i.e., un tercer hombre junto a la Idea de hombre y al hombre particular. Este
mismo proceso puede reaplicarse para postular un cuarto hombre y así arribar a
un regreso al infinito. Como la objeción se encuentra ya en el Parménides, es
inevitable preguntarse acerca de la relación entre la presentación del argumento
que hace Platón y la de Aristóteles en el Sobre las Ideas.
Consideremos, en primer lugar, cuáles son los posibles caminos que
permiten evitar la consecuencia del tercer hombre. Es evidente que la solución
consiste en impedir que particulares e Ideas puedan reunirse en un mismo
conjunto, es decir, que constituyan un múltiple y requieran un uno por encima
de ellos. Si se considera la lógica del argumento, puede advertirse que está
basado en el supuesto de que el término predicado tiene el mismo significado
tanto cuando se aplica a los particulares sensibles como a la Idea
correspondiente, lo que justificaría clasificar a la Idea junto a los particulares.
De este modo, se presenta la posibilidad de postular una segunda Idea y así al
infinito. Para evitar esta consecuencia, sería necesario afirmar que la
predicación que se aplica a la Idea no es del mismo tipo de la que se aplica a las
cosas sensibles. Y esto puede entenderse de dos maneras: a) o porque la
62
autopredicación no hace otra cosa que expresar la identidad de la Idea consigo
misma28 o b) porque el significado del predicado que se aplica a la Idea es
diferente del que se aplica a las cosas particulares29.
Cabe preguntarse, por tanto, frente a estas posibilidades, si Aristóteles
indebidamente las ignoró, cosa grave en el caso de que los platónicos hubiesen
recurrido a ellas, pero también si se tratara de posibilidades de defensa que
salvasen la teoría de las Ideas y de las que un crítico que pretendiera demoler
esta teoría debería tener en cuenta por amor a la objetividad. Es posible, al
menos, señalar algunas consideraciones que muestran que el recurso a ellas no
es tan plausible y satisfactorio como podría parecer a primera vista.
En efecto, esas líneas de defensa no hacen sino acentuar la separación entre
Ideas y particulares, lo que equivale a negar la univocidad entre las predicaciones
que se aplican a las instancias sensibles y la que se aplica a la Idea. La función dual
de los términos generales suscita algunos interrogantes, a nuestro juicio muy
serios, porque si solo la Idea es F, ¿qué queremos decir cuando afirmamos que una
28 Cfr. Cherniss (1957: 225-266). Su posición puede resumirse con estas palabras: “the idea is
that which its particular participants have as a character”. También Brisson (1991: 566-569).
29 Cfr. Allen (1965: 43-60).
cosa particular es F? Por cierto no alcanza con sostener que las cosas reciben su
nombre de la Idea; es necesario explicar por qué esta asignación no es arbitraria y
es posible reunir un conjunto de individuos bajo un término general. Cabe
preguntarse: ¿por qué estos particulares específicos (y no otros) deben ser
nombrados derivativamente de esta Idea específica (y no de otra)? La teoría
platónica está llamada a explicar esta situación.
De acuerdo con un argumento muy común en los diálogos tempranos de
Platón, el de lo Uno sobre lo Múltiple, el particular puede llamarse como la Idea en
virtud de que comparten una propiedad en común. Aristóteles, en su crítica a la
teoría platónica en Metafísica I 9, aludía a estos problemas en los siguientes
términos:
30Con este propósito puede consultarse Leszl (1970: 486-495), quien analiza y ofrece sólidos
argumentos para justificar el uso que hace Aristóteles de la dicotomía homonimia-sinonimia
contra los platónicos, mostrando las consecuencias inaceptables de recurrir al significado focal
como tertium quid: o bien se recae en la sinonimia o bien las Ideas quedan privadas de su
función explicativa.
determinada puede producir como efecto la propiedad opuesta a la que ella
posee (Cfr. Phd. 101a-b). Este último punto ha sido generalmente interpretado
como si toda causa debiera poseer la propiedad de la que es causa31. También en
el argumento de los opuestos de República (V 479a-480a), Platón distingue las
Ideas de los particulares porque estos últimos poseen propiedades opuestas
mientras que las Ideas no. Pero esto no significa que el predicado deba
entenderse en diferentes sentidos cuando es aplicado ora a la Idea ora al
particular. Como muestra el pasaje de Banquete 211a, en el que Platón explica
cómo la Idea de Belleza no es bella en un respecto, tiempo o perspectiva, sino
siempre bella, no es el significado del término general el que cambia aplicado a
la Idea o a las cosas sensibles, sino que una y la misma propiedad es poseída
absolutamente por la Idea y relativamente por los particulares sensibles32.
Si esta interpretación es aceptada, la teoría de la predicación de Platón
tiene que presuponer que la Idea posee la propiedad de que es Idea; de otro
modo no podría explicar la razón por la que esta Idea específica es la causa de
que los particulares posean esa propiedad más bien que cualquier otra. Desde el
punto de vista semántico, esto significa que la relación que sostiene la
64
derivación nominal de lo Uno a los múltiples es el compartir una propiedad. Si
es así como la eponimia funciona, entonces Platón no podría evitar la regresión
porque lo Uno y lo Múltiple se homologarían, constituyendo una misma clase.
El hecho de que Aristóteles revalide la eficacia de la crítica del tercer
hombre muestra que a sus ojos representa una dificultad genuina en el
pensamiento de Platón: la de conferirle existencia separada y, por tanto,
individual, a lo que es solamente un predicado común.
Cabe preguntarse, para terminar, cuál es el interés que persigue
Aristóteles al elevar estas críticas a la doctrina de las Ideas. Es evidente que no
son puramente negativas ni presentan un mero interés histórico como
testimonio de las posiciones sostenidas en la Academia, sino que constituyen
una respuesta alternativa a la ofrecida por Platón en los diálogos medios acerca
del problema de los universales. En efecto, para Aristóteles los argumentos
justifican la introducción de koiná, pero no la postulación de entidades
inteligibles separadas. Son las dificultades que Aristóteles descubre en el
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67
AMOR, MUJERES E HISTORIA
Introducción
Desde nuestros primeros intentos mucho se ha avanzado en la
investigación como lo muestran publicaciones realizadas en Europa y Estados
Unidos y que hemos citado en la bibliografía. En España hay un compromiso
institucionalizado por medio de diferentes mecanismos para apoyar este tipo de
investigaciones. En este marco se sitúan los trabajos de historiadoras como
Mary Nash (2003), Mirón Pérez (2003), Bengoechea (1998), Martínez López
68
(2004), Domínguez Arranz (2010) sobre Historia de género.
Este avance de la historia de género nos ha permitido retomar nuestro
análisis de la cuestión en la obra Ad urbe condita, de Tito Livio, historiador
romano de fines del siglo I antes de Cristo, poco estudiado por la historiografía
contemporánea y que comienza a ser revalorizado no ideológicamente sino en
su narrativa histórica por la información transmitida en la cuestión que aquí nos
ocupa: el discurso sobre las mujeres y la utilización simbólica del cuerpo
femenino en circunstancias de crisis política interna y externa.
Releer a Tito Livio desde la perspectiva de género, implica “un nuevo
criterio de lectura que considera la construcción cultural de la diferencia entre
unos y otros, y plantea en el análisis de la realidad, esa lectura con sospecha,
que supone una revisión crítica de los textos” (Vicente Serrano y Larumbe
Gorraitz, 2010: 24).
Nuestro análisis se ha limitado al libro Primero de la obra liviana dada la
extensión y la complejidad informativa de la misma. La relectura de Livio nos
interesa para mostrar la importancia de las mujeres en la antigua sociedad
romana en relación con los varones; además nos proponemos demostrar cómo
utiliza la historia romana el cuerpo femenino vivo o muerto para presentar
conflictos políticos coyunturales para la sociedad romana, los cambios
importantes en el sistema de relaciones socio-políticas, las luchas por el control
social y la relación entre los sexos establecidas por el status, la cultura y el
poder. Fundamentalmente, como diría Pierre Bourdieu (2011: 65) el uso
simbólico del cuerpo femenino en situaciones de violencia política.
La República romana, según la versión de Tito Livio, se caracterizó por
ser un sistema de confrontación permanente, entre patricios y plebeyos en la
primera etapa republicana. Una de las consecuencias de las guerras contra
Cartago fue la aparición de otros actores colectivos en el juego político: los
plebeyos, los libertos y también los esclavos. Así, según el texto liviano la
realidad política de la República fue sumamente violenta; en esta situación es
que aparece el cuerpo de la mujer como generadora de la paz o del cambio y
sucesivo orden político.
En la obra de Livio las mujeres son símbolos de una revolución caótica
donde como parte del cuerpo cívico, como procreadoras de ciudadanos, tienen
su importancia frente al mundo masculino. Desde el discurso histórico consenso
69
y conflicto se representan simbólicamente a través del cuerpo femenino, y es a
través de los rostros de las mujeres que nos presenta Tito Livio en su primera
década como veremos que la experiencia del amor es diversa como diversos son
los modelos de mujeres.
6.- El no amor
Tanaquil y las hijas de Servio Tulio representan el no amor de la esposa
pero a su vez lo que implica ser extranjeras en el poder. “Sabiendo Tanaquil
como todos los etruscos, explicar los prodigios celestiales” (Livio, Ad Urbe
Condita, I. 34). Tanaquil esta relacionada con las ambiciones por riquezas y
74
poder. Tanto Tarquino como su esposa eran extranjeros que vivían en Roma
pero igual lograron integrarse a las gens más importantes, prestando servicios al
Estado. Tarquino fue nombrado guardián (tutor) de los hijos del rey Anco
Marcio, a los cuales a posteriori les arrebato el poder porque estos todavía no
tenían la edad para gobernar, pero en calidad de tutor. En este caso se
ejemplifica la existencia de tutores no pertenecientes a la gens.
Por otra parte Servio Tulio se convierte en hijo de Tarquino por el
matrimonio con su hija, en su calidad de yerno (Livio, Ad Urbe Condita, I. 39).
Cuando Tarquino es herido de muerte por los asesinos enviados por los hijos de
Anco Marcio, Tanaquil es la que toma las decisiones inmediatamente y ordena
que se obedezca a Servio Tulio. Esta extranjera representa la figura que se opone
a la matrona romana, ambiciosa y compartiendo el poder con el hombre.
Actuando públicamente en decisiones de poder, esto va mas allá de la mera
influencia sobre su esposo. No se la identifica como una romana, es extranjera,
es una crítica a prácticas que permiten una cierta igualdad de hombres y
mujeres en puestos donde se tomen decisiones políticas. La ambición de la
mujer, si se le permite su acción política, no conduce más que a la discordia, lo
opuesto a la concordia de los órdenes. Tanaquil aparece asociada a la
adivinación e interpretación de la voluntad de los dioses, a los cultos femeninos,
relacionados con lo oscuro e impredecible.
En el libro primero 42 Livio nos presenta a otras extranjeras, las hijas de
Servio y cómo este las utiliza para la alianza política a través del matrimonio.
Conclusión
Del análisis del texto de Tito Livio podemos apreciar que el autor
presenta a las figuras femeninas en diferentes roles: la vestal, la prostituta, la
esposa, la doncella casadera, la doncella casada sin consumación del
matrimonio. Y en el rol de esposas a las sabinas, las etruscas y Lucrecia.
Aparecen así todas las categorías de mujeres libres con su correspondiente
status social. Parte de la figura más sagrada en el ámbito religioso, la vestal, la
más obligada a la continencia sexual, pasando por la más libre en cuanto a las
relaciones, al tomar la figura de la prostituta y para terminar se refiere a la
esposa, la que jurídicamente tiene derecho a las relaciones sexuales y al amor
matrimonial.
Es así como las mujeres aparecen relacionadas con el tema de la violencia
pública y privada, la violación, el adulterio y el asesinato. Problemas de la
sociedad de la tardorepública, producto de las guerras civiles y de la ambición
política. En cuanto a la relación entre los dos sexos, Tito Livio presenta el
mundo de las mujeres y de los hombres interrelacionados. Complementarios y
no limitando el mundo de la mujer al espacio doméstico. Si bien el texto
analizado es producto de la tradición oral y no de fuentes históricas, lo cual
marca la relatividad de los datos aportados, debemos recalcar los objetivos
conscientes del autor de apoyar la ideología del círculo augusteo, en su
intención de reestructurar el estado en una vuelta al pasado a través de la
República Restituta. Así, rescata con fines moralizantes la figura de Lucrecia
77
como ideal de matrona romana cerrando la primera década y relacionándola
con un cambio institucional: la República, que puede conservarse en la medida
en que sus mujeres conserven o mantengan el ideal de la matrona: casta,
virtuosa y domus serva y lanifica. Otra figura femenina no censurada es la
prostituta, dado que era la única relación extramatrimonial permitida por la
legislación de Augusto.
El tema de la violación que aparece tanto en los casos de la vestal, como
en el rapto de las sabinas y de Lucrecia, tiene una finalidad concreta que es
recalcar la idea de la continencia. Esta idea de la continencia sexual y del control
de la vida sería el objetivo que se lograría mediante el miedo como factor de
poder, revalorizando la función del pater familias.
Como planteamos en la introducción desde el discurso histórico el
consenso y el conflicto se representan simbólicamente a través del cuerpo
femenino. Los rostros de las mujeres que nos presenta Tito Livio, en su primera
década, muestran que la experiencia del amor es diversa como diversos son los
modelos de mujeres.
Bibliografía
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78
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Fuente
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Moreschini, Testo latino a fronte, Biblioteca Universale Rizzoli, Milán,
1996.
Tito Livio, Ab urbe condita, Buenos Aires, El Ateneo, 1946.
UNA APROXIMACIÓN AL CONCEPTO DE PRUDENCIA EN LA ÉTICA
A NICÓMACO
Christian Gauna
Instituto Superior de Formación Docente N° 21 Ricardo Rojas
La Ética a Nicómaco se inicia con las siguientes palabras “toda arte y toda
investigación, y del mismo modo toda acción y toda elección parecen tender al
bien, por esto se ha dicho con razón que el bien es aquello hacia lo cual todas las
cosas tienden” (Aristóteles, Ética a Nicómaco, I, 1094a, 1-3). Esta frase resume
lo esencial de la teleología aristotélica. En efecto, se entiende que cada cosa
tiene un bien propio y que ese bien es el fin hacia el cual deben orientarse las
acciones, que a su vez debe ser entendido como el camino de cada cosa hacia su
actualización.
La ética tiene como objeto determinar el bien del hombre para la buena
vida en general, esto es dilucidar cual es su fin, la culminación o actualización de
sus potencialidades y los medios para alcanzarlo, pues no se trata meramente de
79
conocer sino de conocer para, es decir, de conocer cual es el bien para poder
llevarlo a la práctica. Y es que, en efecto, bueno o malo se predica de la acción
pero no de la acción en absoluto sino de la acción hecha de tal o cual manera en
determinado momento o circunstancia. En cuanto a la persona, se predicará de
ella bueno o malo según hayan sido sus acciones en general o a lo largo de la
vida y no por esta o aquella acción determinada.
El fin hacia el cual se deben orientar las acciones es la felicidad. Por lo
tanto habrá que vivir la vida de modo tal que nos conduzca a la felicidad. Bien,
fin y felicidad se transforman en términos homónimos, el bien del hombre, en
este caso, será alcanzar el fin que le es propio mediante el modo de vida
adecuado, esto es la vida teorética o contemplativa.
El hombre es según Aristóteles, un animal político que posee razón, lo
propio, lo específico de él es lo político y lo racional. Alcanzar la excelencia o
virtud (areté) en estos ámbitos actualizando sus potencialidades será alcanzar
su fin propio. Esto divide al hombre en un ser teórico y práctico subordinando lo
práctico a lo teórico. Ahora bien, para alcanzar su propio télos, deberá actualizar
esto que es más propio de él, pero que no es meramente la razón como
instrumento intelectivo, sino también como razón práctica, pues, el hombre, es
un animal político que posee razón, y a esta razón por un lado la obedece y por
otro lado la posee y piensa. Pero para que el hombre pueda alcanzar su fin, y en
esto consiste su mayor bien, deberá actualizar al punto máximo lo más propio
de él, y esto es, la parte racional del alma que se divide en teórica y práctica con
sus respectivas virtudes.
En esta actualización del alma, la prudencia parece tener una función
esencial, pues ninguna de las virtudes éticas se daría si no es acompañada de
ella, lo cual, le da una preponderancia sobre todas las virtudes éticas. ¿Tendrá
cierta preponderancia, también, respecto de las virtudes dianoéticas, aquellas
propias del intelecto?
Este trabajo va a versar en torno a la prudencia, pues su definición no
parece ser del todo clara. Si bien de ella Aristóteles dice que es el justo medio,
por momentos la recta razón, la vara con la que mide el hombre prudente, la
recta regla, parece tener estrecha relación con la experiencia vivida pues se
alcanza observando al prudente y actuando como él; también dice que es el
blanco hacia el cual el hombre prudente ajusta o tensa la cuerda de su arco.
80
Para poder llevar a cabo este trabajo desarrollaremos la relación de la
prudencia con respecto a las virtudes éticas, y luego, la relación de esta en torno
a las virtudes dianoéticas de las cuales forma parte. Con respecto a la naturaleza
de la prudencia, tomaremos como dado, que es una disposición del alma, una
aptitud natural para captar los actos prudentes y en cierta medida moldearse
acorde a las costumbres siendo estas un factor decisivo de la posibilidad de su
pleno desarrollo, cosa que, a la vez, nos parece también una condición, el
desarrollo pleno de la prudencia, para que se pueda dar la vida teorética y se
alcance el fin de la vida humana que es la felicidad. Además, esta
preponderancia que damos a la prudencia, rompe con la creencia de una ética
aristotélica egoísta, pues el fundamento de la felicidad estaría dado en la
relación con los otros como base y sustento necesario para alcanzarla.
Ahora bien, como son dos las dimensiones que afectan al hombre, por un
lado es animal racional y por otro es animal político, y en referencia con el alma
son dos los objetos a los cuales se aplica, y, por ende, se divide en científica y
calculativa, son dos los tipos de virtud; por un lado están las virtudes éticas que
tienen por objeto acciones y pasiones referidas al placer y al dolor y que son
gobernadas por la razón práctica. Por otro lado están las virtudes intelectuales
que pertenecen a la parte científica del alma y que son formas de conocimiento,
disposiciones para el conocimiento. Para el análisis de estas virtudes, Aristóteles
tendrá en cuenta el objeto de estudio de cada una así como su función.
Las virtudes intelectuales son en número de cinco, a saber: el arte
(teckné); la prudencia (phrónesis); la ciencia (episteme); el entendimiento
(nous) y la sabiduría (sophía), son las virtudes de cada una de las partes en las
que el alma racional ha sido dividida. El arte (teckné), es un modo de ser
productivo acompañado de razón verdadera1, que versa sobre lo que puede ser
de otro modo, sobre lo que es contingente, y su finalidad es la producción,
prefiriéndose las obras a la actividad. La ciencia (episteme), en cambio, es un
modo de ser demostrativo2 cuyo objeto es algo que no puede ser de otro modo y,
por tanto, necesario, eterno e ingénito, parte de principios que son postulados
por inducción o hipótesis y de ellos deduce por medio de silogismos; su función
específica es la demostración a partir de principios pero no los principios
mismos de los que parte. El entendimiento (nous) es la disposición por medio
de la cual se captan los principios de las ciencias3. A la prudencia (phrónesis) y a
81
la sabiduría (sophía) dedicaremos un poco más de tiempo ya que así lo hace el
Estagirita, quien pasa muy por encima las otras virtudes intelectuales (ciencia;
arte; intelecto) pero se detiene largo tiempo en la sabiduría, la prudencia y la
utilidad de ambas, además, así también lo requiere la cuestión.
La parte científica del alma se divide en dos de acuerdo a su objeto de
estudio, por un lado está la parte del alma que trata sobre las cosas que pueden
ser de otro modo, y, por otro, las que no pueden ser de otro modo. De las cosas
que pueden ser de otro modo, se dedican el arte y la prudencia, cuya finalidad es
la producción y la acción respectivamente; y, de las cosas que no pueden ser de
otro modo, y por tanto necesarias, se ocupan la ciencia, el entendimiento y la
sabiduría.
Aristóteles define a la prudencia como “una disposición racional
verdadera y práctica respecto de lo que es bueno y malo para el hombre”
(Aristóteles, Ética a Nicómaco, VI; 5, 1140 b 4-7), es decir, que la prudencia es
aquella parte del alma cuya operación es la verdad en torno a las cuestiones
8 Cfr. Metafísica. L I (A); 2. Ver nota a este capitulo de la edición consignada en la bibliografía.
9 Cfr. EN; X; 7 y 8, 1178 a-1178 b.
fin que no es el más elevado, de un fin que es una mera apariencia, apariencia
que se le aparece como bueno y verdadero a aquel que tiene una naturaleza
pervertida.
La prudencia aparece como tal, cuando la actividad del hombre está de
acuerdo con la recta razón y el deseo es recto, en cierta medida, esto parece un
círculo vicioso, tratemos de aclararlo. El deseo, en tanto deseo, no parece ser
más que la causa del movimiento, en cierta medida, podríamos hablar de él
como la causa eficiente de las acciones del hombre; ese deseo sería como
“aquello de donde proviene el movimiento” (Aristóteles, Metafísica, I (A); 3,
983 a 25-33) en los hombres y que nos lleva a la actividad humana, al desarrollo
de la potencialidad humana, al desarrollo del hombre en sus dos dimensiones, la
racional y la política, la intelectual y la moral respectivamente. En este sentido,
podríamos pensar a la prudencia como la disposición que vislumbra la causa
final (télos) de nuestras actividades y hacia ella nos encamina, pero en el caso de
las virtudes éticas y de la dimensión política del hombre, la prudencia es la
causa final de nuestras actividades, aquello hacia lo cual tienden nuestros actos
y que los vuelve virtuosos. La prudencia es análoga a la virtud, pues sus
85
principios están de acuerdo con esta última.
La prudencia se da en el hombre cuando este alcanza la virtud moral, esto
es, en aquel momento en que la parte deliberativa del hombre ha alcanzado su
areté propiamente dicha, el momento en que se ha actualizado esta dimensión y
ha logrado dominar la parte concupiscente, ha logrado dominar sus pasiones
volviendo sus actos voluntarios y acordes a la recta razón, haciendo, a la vez,
recto su deseo. Alcanzar la prudencia es hacer virtuoso al hombre, y el hombre
virtuoso, prudente, es el que posee todas las virtudes éticas. Porque las virtudes
éticas, si bien se aplican en distintas actividades, lo que subyace en ellas es
siempre lo mismo: el actuar como es debido, el hacer lo que es correcto en el
momento adecuado, si es en la guerra será el ser valiente y si se trata de dar y
recibir, la generosidad, etc., se trata siempre de la misma actitud, la de
conservar el termino medio. La virtud moral tiene que ver con acciones y
pasiones, placeres y dolores, la prudencia, hace virtuoso al hombre porque este,
en una acto de su libre voluntad, se somete bajo la recta razón, bajo la norma
racional, eligiéndola por ella misma y tendiendo al bien que le es propio.
La prudencia, como ya hemos dicho, se encuentra en la base de todas las
virtudes éticas, ella es la recta razón, el justo medio, la virtud moral, ella es
justamente género de las virtudes éticas y cada virtud no es más que una especie
de ésta. Pensándolo de este modo podríamos definir la valentía como el actuar
como es debido en las cuestiones de la guerra en lo que respecta a la acción
individual. De este modo podríamos definir todas las virtudes éticas pues todas
ellas parten de hacer lo que es debido respecto a determinado sentimiento en el
momento correspondiente, cada virtud no es más que la prudencia aplicada a
un momento específico, de lo que se trata es de someter la parte desiderativa del
alma irracional al mandato de la razón práctica, a la voluntad del hombre
bueno.
De esta manera podemos sostener, por tanto, que la prudencia es género
de las virtudes éticas pero no de todas las virtudes, no es género de las virtudes
dianoéticas, las propias del intelecto, veamos que relación guarda con ellas.
Las virtudes dianoéticas son las propias del alma racional, la cual, se
divide en deliberativa y científica (o práctica y teórica), siendo su objeto de
estudio lo contingente y lo necesario respectivamente. De la parte práctica los
86
modos de conocimiento o disposiciones son dos: el arte y la prudencia; uno
tiene como fin la producción y el otro la acción. Ahora bien, del arte, no parece
que podamos decir que su condición de posibilidad sea la prudencia, pues la
finalidad de ambos es distinta aunque el origen de los mismos sea común, y este
es, la experiencia, además de que su objeto sea el mismo. No parece, sin
embargo, necesario para desarrollar la disposición del arte el ser prudente. En
efecto, un buen pintor o un buen escultor no parecen hacer depender su arte de
la prudencia, que no quiere decir que no puedan ser prudentes, sino que,
simplemente la prudencia no es una condición sin la cual no pueda desarrollarse
el arte.
Del mismo modo parece suceder con la ciencia y el intelecto, en efecto,
estas disposiciones nada tienen que ver con la prudencia, y así lo hace notar
Aristóteles al decir que los jóvenes pueden ser matemáticos, desarrollar esta
ciencia y captar claramente los principios y fundamentos de su verdad sin ser
prudentes, pues están faltos de experiencia. De igual modo hace referencia a
Tales y a otros hombres de los cuales se dice que son sabios (en sentido parcial y
vulgar) pero no prudentes, por ende, parece que nada tienen que ver estos
modos de conocimiento con la prudencia, sino que, hasta aquí, a lo sumo
podemos decir que son todos distintos modos de conocimiento aplicados cada
uno a un objeto distinto.
Ahora bien, pasemos por último a la sabiduría, la cual, es el supremo
modo de conocimiento para el hombre, la que lo eleva por encima de la
condición de hombre hasta volverlo como un Dios, en tanto dure la
contemplación. La sabiduría, en tanto modo de conocimiento, nada tiene que
ver con la prudencia, sino que, hasta parece ser la más contraria. Sin embargo,
una cosa es el análisis de la sabiduría como disposición, y otra es la verdadera
realidad de esta, la cual, no existe separadamente de los hombres, sino que
existe en ellos y es por esto que para Aristóteles es lo mismo analizar la
disposición que al hombre que la posee. Y el hombre que posee la sabiduría no
es aquel que sabe mucho de muchas cosas, sino aquel que lleva un determinado
modo de vida, el modo de vida de contemplar las causas primeras, el primer
motor inmóvil y lo más sublime que hay en el universo. Pero ¿será necesario que
el sabio sea bueno? ¿Podemos pensar a la prudencia como condición de
posibilidad de la sabiduría?
87
La sabiduría no es solo una disposición para el conocimiento sino que es
la virtud de la parte teorética del alma, alcanzarla, sería actualizar al máximo la
potencialidad que hay en el hombre, sería volver al hombre un Dios. Por ende,
alcanzar la sabiduría es desarrollar al máximo la naturaleza humana, es alcanzar
el télos propio del hombre y esto es posible en parte por la prudencia, pues lo
propio de ella no parece ser tanto los medios, sino más bien, el fin de nuestras
acciones. La diferencia entre el prudente y el habilidoso no está en la selección
de los medios sino en el fin al que tienden sus actos, y el prudente es el único
que vislumbra el verdadero fin, lo que es verdaderamente el bien del hombre, lo
que marca el rumbo hacia el cual se debe ir. La sabiduría es un modo de vida
orientado hacia el bien del hombre, y esto es posible gracias a la prudencia, a la
unión del recto deseo con la recta razón. Si no hay prudencia hay una naturaleza
pervertida, y una naturaleza pervertida no puede alcanzar la sabiduría, pues esta
es la excelencia del alma. En efecto, esto no quiere decir que la prudencia sea
más elevada que la sabiduría, por supuesto que no, pero sí que nos parece
necesaria para alcanzar la sabiduría, pues “no se sirve de ella sino que ve el
modo de producirla. [La prudencia] da ordenes, por tanto, por causa de aquella
[la sabiduría] pero no a aquella” (EN; VI; 13, 1145 a 7-11). La sabiduría es una
parte de la virtud total, la otra parte es la prudencia, la cual nos parece ser la
disposición que orienta al hombre hacia su verdadero fin, hacia su propio télos,
hacia su propio bien.
La prudencia es la virtud de una de las partes del alma que hace recto el
fin propuesto eligiendo los medios adecuados para convertir al acto en virtuoso,
esto es, eligiendo siempre el término medio. Pues en efecto, la prudencia
acompaña a toda virtud ética y con solo poseerla a ella ya se poseerán todas las
virtudes éticas. Por eso dice Aristóteles que Sócrates en parte discurría bien y en
parte se equivocaba; se equivocaba al decir que toda virtud es una forma de la
prudencia, ya que las virtudes intelectuales no son una forma de la prudencia
pues la prudencia misma es una virtud intelectual y la sabiduría, por ejemplo,
no es una forma de la prudencia sino una virtud superior a ésta. Sin embargo,
en parte Sócrates discurría bien ya que ninguna virtud se da sin prudencia, pues
toda virtud es tal cuando va acompañada de recta razón. En conclusión la
prudencia es género de las virtudes éticas y condición de posibilidad de la
sabiduría y, por ende, de la felicidad.
88
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SOBRE EL CONCEPTO DE “DECADENCIA CONSTITUCIONAL” EN
CICERÓN
De Polibio a Cicerón
De republica retoma elementos presentes en el libro VI de Historias de
Polibio, quien en su estadía en Roma como rehén, tuvo oportunidad de observar
el sistema político romano y empleó esa información para “descubrir y
comprender por qué medios y con qué tipo de régimen, en menos de cincuenta y
tres años, casi todo el mundo habitado fue conquistado y puesto bajo el dominio
único de los romanos, un logro que no tiene precedente histórico” (Polibio,
Hist.VI. 1. 2-3). No obstante, su incursión en el estudio de las constituciones no
se reduce a explicar el éxito romano, sino que aspira a encontrar las causas
2Se puede seguir la discusión sobre la relación entre ambos autores y textos en: Podes (1995) y
Hahm (1995).
generales del declive de las ciudades griegas, convencido de que la forma de
gobierno predetermina el destino de una comunidad.
En el capítulo VI de Historias encontramos una referencia explícita de su
programa analítico que se concreta en el diseño de un modelo de cambio
constitucional con aspiraciones de comprensión universales. Allí Polibio afirma
que cualquier persona que “tenga conocimiento de cómo cada forma
constitucional surge de forma natural y se desarrolla, podrá ver cuándo, cómo y
dónde el crecimiento, la perfección, el cambio y el fin de cada constitución es
probable que se produzca” (Polibio, Hist. VI. 4. 11-12). El párrafo revela la
intención didáctica del texto en la búsqueda de un patrón característico de
desarrollo que pueda ser empleado por quien estuviera interesado en preservar
su propia comunidad o comprender las causas de su ruina. Polibio encuentra su
respuesta en el marco de una evolución cíclica que implica una trayectoria que
revela el principio de ordenamiento, estructura, crecimiento y fin.
El argumento se ordena en dos partes. En la primera, Polibio presenta el
resumen del planteo reuniendo las constituciones según el número de
gobernantes y las cualidades morales de las mismas: la monarquía y la tiranía,
92
la aristocracia y oligarquía, la democracia y la ley de la calle. Estas
constituciones se suceden en un orden, en el cual, la decadencia de la última
prepara el camino para la repetición de la primera. En la segunda parte,
prosigue con el análisis de las causas del cambio. La anacíclosis o ciclo
constitucional está dirigida por “los principios de la naturaleza del gobierno,
según el cual una constitución cambia, se transforma, y regresa de nuevo a su
estado original” (Polibio, Hist.VI. 9.10).
Al establecer así el mundo de la política en el contexto de un ciclo de
crecimiento y decadencia, Polibio define el criterio que seguirá para sus
pronósticos encauzando la discusión en la psiquis humana (Polibio, Hist. VI. 10.
2-5). Toda constitución degenera naturalmente en su condición opuesta como
consecuencia del comportamiento de quienes ejercen el gobierno. Estos
elementos le permiten predecir con precisión el curso de las ciudades, puesto
que la naturaleza humana, según su opinión, sería mucho más uniforme y
transparente de lo que Platón y Aristóteles suponían (Schofield, 2000: 438-40).
De acuerdo con Polibio, los seres humanos son criaturas racionales
orientadas a buscar el mayor beneficio. La tendencia natural de un individuo a
la satisfacción de sus propias necesidades y extralimitarse en sus prerrogativas
sólo será restringida si hay una experiencia de dificultad o sufrimiento suficiente
para hacer que por “el miedo al daño recíproco” decida políticas públicas y
privadas que contribuyan con la comunidad (Polibio, Hist. VI. 6. 2-5). En
cambio, cuando no existe esa múltiple determinación y las condiciones son
cómodas y seguras, una buena forma de constitución pronto declina en su forma
corrupta, puesto que no constan de limitaciones para los encargados de dirigir
la comunidad (Pedech, 1964: 204-29). Esta es la situación que encontrábamos
en todos los ejemplos históricos que el historiador emplea para demostrar su
teoría. En contraste con el cambio predecible de la historia constitucional de
Grecia, Roma había mostrado una estabilidad considerable,
independientemente de su correspondiente desarrollo de las primeras etapas de
la anacíclosis (Schneider, 2013: 61).
No está claro hasta qué punto la teoría política de Polibio fue influida por
sus predecesores. El concepto de decadencia aparece asociado en la obra a la
corrupción de las formas de gobierno. Claro está que Polibio no es el primero en
referirse a una constitución mixta, ni en hacer referencia a la noción de
93
decadencia que su concepción cíclica del acontecer histórico supone, puesto que
ya Tucídides, y antes Heródoto, lo habían sugerido sin mayor elaboración
(Atkins, 2013: 81). Polibio se refiere, entre otros filósofos, a Platón como una de
sus principales fuentes (Polibio, Hist. VI.5.1). Para el esquema de la
degeneración de las formas de gobierno se encuentran ya precedentes en
Aristóteles (Pol. 1279a). En general, se supone que todos estos autores también
pueden haber sido conocidos por Cicerón (directa o indirectamente), como
sugieren sus frecuentes alusiones a Platón, Aristóteles y Heródoto3.
Es difícil leer los dos primeros libros de la República de Cicerón sin
pensar en la teoría de Polibio. Cicerón se refiere a la constitución romana en los
términos biológicos que aparecen en las Historias de Polibio. Así se puede
encontrar en Cicerón (Rep. II.3) rem nostram publicam vobis et nascentem et
crescentem et adultam et iam firman atque ostendero robustam (voy a
3 Sobre el conocimiento de estos autores por Cicerón existe una discusión no concluyente.
Barnes (1997) defiende una posición afirmativa, mientas que Runia (1989) se opone a esta
interpretación basado en la idea de que las referencias son ambiguas y de que podría tratarse de
menciones de autoridad sin que el Arpinate haya estudiado las obras efectivamente. Estamos de
acuerdo con la interpretación de Barnes no sólo por la coincidencia temática sino por el empleo
de las citas.
mostrarle cómo nació y creció nuestra constitución, y luego, ya adulta,
permanece estable y fuerte). Sin embargo, aquí termina la semejanza. El empleo
de Cicerón de la terminología biológica se desvía del contenido semántico que le
asigna Polibio. Su descripción de Roma (Rep. II) en los términos del desarrollo
lineal tradicional del nacimiento humano: la infancia, la niñez, la juventud, la
madurez y la vejez recuerda otro modelo de recurrencia, especialmente evidente
en la escritura romana, referido al Estado en analogía con el cuerpo humano.
Veamos algunas de las nociones sobre el cambio constitucional y la
constitución mixta que Cicerón coloca en boca de sus personajes. Escipión
remite a los dos aspectos más llamativos de la teoría del cambio constitucional
de Polibio: el ciclo de las constituciones (Cicerón, Rep. I.64-5; II. 45) y la
metáfora biológica de nacimiento, crecimiento y la maduración (Cicerón, Rep.
II. 3; cf. Polib. Hist. VI. 4. 9). A la luz de estas referencias y alusiones frecuentes
es tentador suponer que Escipión acepta el planteo general de Polibio. Sin
embargo, Atkins (2013: 94-99), a quien seguimos en este argumento, sugiere
que es una suposición que deberíamos cuestionar. Escipión elige
cuidadosamente sus palabras cuando alude a Polibio con el fin de distanciar sus
94
puntos de vista de los del historiador griego.
En primer lugar, Escipión emplea un lenguaje cíclico para discutir el
cambio constitucional de forma no sistemática. Esto sin duda tiene la intención
de traer a la mente la teoría de la anacíclosis de Polibio. En el contexto de la
explicación sobre las revoluciones y los ciclos alude al camino que cada buena
forma de constitución debe seguir para llegar a su forma negativa como un símil
que remite a leyes sociológicas, pero sin abordarlas completamente según el
modelo precedente. Escipión se aparta del cambio constitucional de Polibio. En
efecto, sugiere que reconocer las revoluciones es el trabajo de un hombre sabio
(sapientis) y mantenerlo bajo su control, mientras que rige la república, es tarea
de un gran ciudadano y un hombre casi divino (Magni cuiusdam civis et Divini
paene est viri) (Cicerón, Rep. I. 45). Mientras que Polibio argumenta que casi
cualquier persona competente, que siga sus principios, podría predecir con
precisión el futuro, Escipión no comparte su optimismo de que el cambio
constitucional pueda predecirse con facilidad y precisión, y mucho menos ser
prevenido por la ingeniería institucional que propone.
En oposición a Polibio, Escipión ha dejado claro que la degeneración
constitucional no viene de arriba hacia abajo; las atrocidades de los gobernantes
no siempre causan una revolución. Escipión no proporciona una razón explícita
para esta divergencia. Es importante señalar, sin embargo, que de acuerdo a la
descripción de Escipión de decadencia moral y constitucional, la seguridad
social e individual y el miedo no juegan ningún papel. No podemos, por lo tanto,
arribar a la conclusión a priori de que Escipión se hace cargo de la teoría
constitucional de Polibio como una base sobre la que erigir su propia
concepción. Las referencias a Polibio, tanto explícitas como implícitas, se
presentan con el fin de adelantar la teoría de Polibio al lector sin significar que
las acepta.
Los términos biológicos utilizados por Cicerón tienen una connotación
específicamente humana y pueden ser vistos como la adaptación del lenguaje
biológico tradicional en una analogía que oscila entre el desarrollo humano y el
desarrollo político de una sociedad. Cicerón sostiene que: ...debet enim
constituta sic esse civitas, ut aeterna sientan. Itaque nullus interitus est rei
publicae naturalis ut hominis (...Un estado debe estar constituido de modo que
95
dure la eternidad. Por lo tanto, no existe la muerte natural de un estado como lo
hace para el hombre) (Rep. 3.34. fr. 2). Esto no encaja con el rígido patrón
biológico de Polibio. Cicerón recuerda el patrón de Polibio de declive
constitucional en los términos generales de “lo que sucede con frecuencia”
(saepe), con ello está dejando más espacio para una descripción de los cambios
en materia política, donde excepciones a la regla tienen que ser tomadas en
cuenta.
Nam neque viri, nisi ita Morata civitas fuisset, neque mores, nisi hi
viri praefuissent, aut fundare aut tam diutenere potuissent tantam
et tam fuse lateque imperantem rempublicam. Itaque ante nostram
memoriam et mos ipse patriuspraestantes viros adhibebat, et
veterem morem ac maiorum institutaretinebant excelentes viri.
Nostra vero aetas cum rem republicam sicut picturam accepsissete
gregiam, sed iam evanescentem vetustate, non modo eam coloribus
eisdem, quibus fuerat, renovare neglexit, sed ne id quidem curavit,
ut formam saltem eius et extrema tamquam liniamenta servaret.
Quidenim manet ex antiquis moribus, quibus ille dixit rem stare
Romanam? Quos ita oblivione obsoletos videmos, ut non modo non
colantur, sediam ignorentur. Nam de viris quid dicam? Moris enim
ipsi interierunt virorum penura, cuius tanti mali non modo
reddenda ratio nobis, sed etiam tamquam reis capitis quodam modo
dicenda causa est. Nostris enim vitiis, non casu aliquo, rem
publicam verbo retinemus, re ipsa veroiam pridem amisimus
(Cicerón, Rep. V. 1-2)4.
El pasaje guarda un tono pesimista que armoniza bien con el carácter general de
la obra. No obstante, en esa misma evaluación encuentra un principio de
solución. La preocupación constante por el pasado no tiene en Cicerón una
finalidad meramente discursiva orientada a evocar la tradición, sino que
representa el sentido más acabado de la autorrepresentación romana. Dicho en
otros términos, proporciona una vía de acceso a la identidad del pueblo romano
creada, y recreada, a los efectos de presentar un plan de legitimación, a modo de
exemplum, de cómo las cosas habían sido y debían ser. En este aparece una
asociación entre la capacidad de un político y la virtud de un hombre.
97
El concepto romano de la excelencia moral (virtus) representa las
cualidades que permitieron a los hombres alcanzar la grandeza política y que se
manifestó como un ideal aristocrático en el servicio del Estado. El declive de la
virtus romana, por tanto, implica para los romanos una degeneración política
correspondiente. Esta idea está bien expresada por Salustio (Bellum
Iugurthinum, 1-7), que reinterpreta el ideal aristocrático de virtus como el
funcionamiento del ingenio (talento innato del hombre o de la naturaleza) con el
fin de alcanzar la gloria por el ejercicio de bonae artes.
4 Porque ni los hombres sin tales costumbres ciudadanas, ni las costumbres sin el gobierno de
tales hombres, hubieran podido fundar ni mantener por tan largo tiempo una república tan
grande y que difunde tan extensamente su imperio. Así pues, desde tiempos inmemoriales, la
moralidad patria disponía de tan valiosos hombres, y unos hombres excelentes conservaban la
moral antigua y la tradición de los antepasados. Nuestra época, en cambio, habiendo heredado
como una imagen de la república, pero ya empalidecida por el tiempo, no sólo dejó de renovarla
con sus auténticos colores, sino que ni siquiera cuidó de conservar su forma, al menos, y su
contorno. ¿qué queda de aquellas antiguas costumbres en las que decía Ennio que se fundaba la
república romana? Las vemos ya caídas en desuso por el olvido, y, no sólo no se practican, sino
que ni se conocen. Y ¿qué decir de los hombres? Porque las mismas costumbres perecieron por
la falta de hombres, un mal del que, no sólo debemos rendir cuentas, sino incluso defendernos
como reos de pena capital. No por infortunio, sino por nuestras culpas, seguimos hablando de
república cuando hace ya mucho tiempo que la hemos perdido.
De acuerdo con Schneider (2013: 69) para Cicerón, como para otros
homines novi, virtus y sin ascendencia familiar era el criterio adecuado que
debía determinar las condiciones necesarias de un hombre para el ejercicio de la
vida pública. Si la virtus era innata en todos, y ya no sólo la función de un
accidente de nacimiento en una familia aristocrática, los romanos no nacidos en
la aristocracia eran responsables si la sociedad en general ya no tenía la virtus
prístina que había permitido la construcción de un gran imperio que sobresalía
por encima del resto de las ciudades. Si el declive de una forma de gobierno
lleva naturalmente a su corrupción, se deduce que, para un pensador dentro de
esta tradición, una vez que se admite este descenso, el Estado es capaz de
regeneración. Esto sólo puede ocurrir a través de la refundación. Mientras que
los historiadores griegos reconocieron un patrón natural de crecimiento y
declive de los estados individuales en la serie única (una después de la otra), los
romanos perciben que su estado es el único capaz de experimentar el declive y el
resurgimiento a través del acto de refundación.
La refundación se conecta semánticamente con el concepto de auctoritas
que encierra en sí algunos de los principios que habían dado su complexión
98
ética a los romanos a partir de la cual se representaban ante el mundo5. Este
concepto de refundación se corresponde con la idea de Tito Livio (Ad. Urb. V)
de que una sociedad que experimenta la decadencia política y moral podría ser
reformada a través de un proceso de refundación. Este es precisamente el
llamamiento que realiza el orador en la obra. Conmina a todos los buenos
ciudadanos a retornar a las costumbres de los antepasados, aunque bajo una
nueva forma que implica la reunión de todos guiados por un hombre de virtud
singular capaz de generar un nuevo consenso.
Conclusión
La publicación de De republica podría ser vista como la manifestación
más cabal de que Cicerón prosigue, incluso cuando la situación política lo
marginó, en su obstinado deseo de cumplir con el deber autoimpuesto de servir
Bibliografía
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Laws, Cambridge, Cambridge University Press, 2013.
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Fuentes
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Gredos, 1988.
100
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Madrid, Gredos, 1982.
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Madrid, Gredos, 1981.
Salustio, Obras Completas, Introducción, traducción y notas de Bartolomé
Segura Ramos, Madrid, Gredos, 2000.
Tito Livio, Ab Urbe Condita, Traducción y notas de José Antonio Villar Vidal,
Madrid, Gredos, 1990.
DEFENSA DEL PNC Y CRÍTICA A PROTÁGORAS EN METAPH. Γ.
4-6
Diego A. Tabakian
Universidad de Buenos Aires
CONICET
Introducción
En su defensa del PNC (Metaph. Γ. 4-6 y 8), Aristóteles discute con
adversarios que niegan la validez del principio, desde los filósofos de la
naturaleza hasta el sofista Protágoras. Consideramos que una lectura atenta del
Libro Γ que rescate la figura del Abderita puede mostrar cómo la crítica al
sofista es clave para la constitución del pensamiento aristotélico en torno al
problema de la verdad. En efecto, Protágoras fue ampliamente conocido en la
antigüedad por trastocar el concepto de verdad (ἀλήθεια) con su doctrina de la
“hommo mesura”, declarando la imposibilidad del discurso falso.
En los últimos años, algunos estudiosos han demostrado que la crítica
101
aristotélica al sofista depende de la interpretación de la doctrina de la “hommo
mesura” expuesta por Platón en el Teeteto, en donde el filósofo construye un
híbrido teórico heraclíteo-protagórico1. A partir de allí se ha desacreditado los
argumentos aristotélicos contra el sofista, señalando que la doctrina protagórica
no se corresponde con el constructo platónico y que cuenta con medios para
evadir las críticas que ha recibido Spangenberg (2009: 121). Otros especialistas
simplemente señalan que los argumentos esgrimidos por el Estagirita en Γ
intentan socavar la posición del sofista mostrando las consecuencias indeseables
que se seguirían de la adopción de su doctrina2. En otras palabras, que no son
argumentos serios. En este trabajo, intento mostrar la validez de la crítica
aristotélica desvinculando al sofista de las tesis heraclíteas que el propio
Principio de no contradicción. De aquí en más abreviado como PNC (nota del editor).
1 Russell M. Dancy (1975), Bárbara Cassin (1994), Paula Gottlieb (1992) y Pierre Aubenque
(1962) destacan la presencia y la importancia de Protágoras en todo el libro Г.
2 Wedin (2003: 110) señala que los argumentos dirigidos específicamente contra Protágoras (Γ.
5-6) no constituyen refutaciones en sentido estricto, sino objeciones que pretenden mostrar las
consecuencias “desagradables” que se seguirían de su doctrina y, de este modo, debilitar la
posición del sofista. Por su parte, Kirwan (1993: 90), afirma que los argumentos de Γ. 4 son
deliberadamente débiles, ya que Aristóteles los habría expuesto con fines pedagógicos —para
que sus alumnos comparasen y evaluasen argumentaciones.
Aristóteles le adscribe. Considero que la refutación al negador del PNC en
Metaph. Γ. 4 aporta elementos críticos importantes que pueden contribuir a
refutar al sofista sobre la base de su aceptación de la verdad de “apariencias
contrarias” (Metaph. Γ. 5-6)3.
§1
Es importante destacar que en el libro Γ Aristóteles emplea su
metodología de indagación filosófica, la dialéctica4. A partir de Γ. 4, el Estagirita
confronta su propia posición con la de sus predecesores. La estrategia
aristotélica implementada para defender el principio consiste en una “prueba
indirecta”: se debe “forzar” a los adversarios mediante un refutación (ἔλεγχος)
(1006a5-18). En efecto, dado que el PNC es un axioma no se lo puede demostrar
directamente: si los principios que ofician de puntos de partida de las
demostraciones fueran ellos mismos demostrables, entonces se caería en un
regreso al infinito, puesto que siempre podríamos solicitar la prueba del
principio que se utilizó para probar el principio demostrado. Por otro lado,
debido a que se trata del axioma fundamental presupuesto en cualquier
102
demostración, no se lo puede probar directamente sin cometer una petición de
principio, esto es, sin utilizarlo. De allí que la única vía posible para argumentar
a favor del PNC sea refutar al adversario, esto es, que él mismo lo presuponga y
lo utilice en su discurso, contradiciéndose a sí mismo y evidenciando la validez
del axioma.
3 Pilar Spangenberg (2014) sostiene que el sofista constituye uno de los principales adversarios
que Aristóteles tiene en mente en la primera prueba de Г.4. Aunque acordamos con la autora en
que la argumentación de Г.4 se aplica también a la refutación de Protágoras, consideramos que
el blanco principal del Estagirita allí son los heraclíteos, y que la crítica al sofista se desarrolla en
Г.6 a partir de algunos elementos teóricos esbozados en el ἔλεγχος.
4 El método aristotélico, en líneas generales, toma como punto de partida de la investigación las
opiniones más reputadas, para luego examinarlas y deducir sus consecuencias. A partir de este
relevamiento, Aristóteles busca confrontar las posiciones en pugna, evaluar sus justificaciones, y
—si estas son igualmente convincentes—, arribar a una aporía; su objetivo consiste en poner en
evidencia todas las dificultades que ha suscitado el problema en cuestión en los pensadores
previos. Para salir de la aporía, Aristóteles propone recorrer las dificultades a partir de cada
opinión en conflicto: si de alguna de estas opiniones se deduce una contradicción, entonces esta
posición queda refutada, y su contraria queda indirectamente demostrada. Numerosos
especialistas han discutido las funciones del método dialéctico y la legitimidad de las
exposiciones y críticas que el Estagirita realiza de las teorías de sus predecesores. Remitimos a
Di Camillo (2012: 21-92) para un tratamiento detallado de las múltiples interpretaciones en
pugna. Nos apoyamos en su interpretación de la función cognoscitiva del método
diaporemático.
De acuerdo con nuestra interpretación, el tratamiento dialéctico del PNC
y la refutación del adversario comienzan en Γ .4 pero abarcan el resto del libro Γ
y, por ende, los capítulos donde Aristóteles discute explícitamente las tesis de
Protágoras (Γ. 5-6).
En Γ. 5 Aristóteles señala que quienes discuten de buena fe cayeron en
aporía por atenerse equivocadamente al testimonio de los sentidos: si no es
posible que se genere lo que no es, y los contrarios se generan a partir de la
misma cosa, entonces la cosa es a la vez sus contrarios (Metaph. 1009a22-25).
Estos predecesores interpretaron equivocadamente los datos obtenidos por los
sentidos al basar su investigación exclusivamente en las entidades sensibles, las
cuales poseen una naturaleza indeterminada (1010a1-4). Encabezan este grupo
Heráclito y Cratílo, debido a que niegan que pueda haber un discurso verdadero
sobre una realidad que continuamente cambia (1010a7-15). En este grupo
también está incluido Protágoras, puesto que su doctrina de la “hommo mesura”
es también producto del mismo error (1009b1-2). Luego, en Γ. 8, el Estagirita
señala que todas las doctrinas que afirman la falsedad universal o la verdad
universal de todos los enunciados —tesis claramente sofísticas— se identifican
103
con el pensamiento herclíteo (1012a29-1012b).
Es preciso señalar que los λόγοι de Heráclito y Protágotas no se
identifican sin más: el primero afirma que “la misma cosa es y no es” (Metaph.
1006a36, 1009a12), mientras que el segundo proclama que “todo lo que aparece
es verdadero”. Los nexos entre ambas doctrinas se encuentran en su origen
común —ambas son un producto de la misma δόξα o del mismo error— y en
compartir la misma concepción de la sensación (αἴσθησις). Protágoras habría
llegado a la conclusión de que todo lo que (a)parece a los sentidos es
necesariamente verdadero por confundir, al igual que los físicos, sensación con
inteligencia (1009b12-21). Si todo lo que (a)parece (φαινόμενον) debe
presentarse a través de los sentidos (αἴσθησις ), y todo (a)parecer (φαντασία) es
verdadero (ἀλήθεια), entonces toda percepción es verdadera o reveladora de lo
que es (para ese sujeto perceptor).
En suma, para Aristóteles, el fenomenalismo relativista de Protágoras
(tesis genoesológica) se funda en el flujo permanente heraclíteo (tesis
ontológica): si no hay una realidad determinada, entonces todas las apariencias
son verdaderas.
§2
De acuerdo con la evidencia textual, Aristóteles formula explícitamente
dos enunciaciones del PNC5:
1. La formulación ontológica: “es, pues, imposible que lo mismo se dé
y no se dé en lo mismo a la vez y en el mismo sentido” (Metaph. Γ.
3 1005b19-20, ver también Γ. 3 1005b26-27). En esta enunciación
se afirma una imposibilidad en la realidad: los entes no pueden ser
F y no ser F, o tener F y no tener F simultáneamente y en el mismo
sentido.
2. La formulación lógica o discursiva6: “...puesto que es imposible que
dos afirmaciones contradictorias sean verdaderas a la vez respecto
de lo mismo, es evidente que tampoco es posible que los contrarios
se den a la vez en lo mismo” (Metaph. Γ.6 1011b15-18). Aquí, el
Estagirita afirma la imposibilidad en el plano del discurso sobre los
entes: no puedo afirmar F y, a la vez, negar F del mismo ente.
Aunque todas estas diferentes enunciaciones del PNC se encuentran
textualmente en Γ, el Estagirita no las distingue claramente; ello se debe a que,
104
en rigor, para Aristóteles todas estas “formulaciones” refieren a un único
principio, que se cumple en el ámbito de las cosas, en el de los pensamientos, y
en el de las palabras. Para el Estagirita las distintas enunciaciones no
constituyen principios distintos: no hay un PNC ontológico y otro lógico. El PNC
admite varias formulaciones porque su validez se extiende a distintos ámbitos
en virtud del mismo fundamento.
Tal como ha señalado Calvo Martínez (1988: 56-61), la formulación del
principio no es ontológicamente neutral, debido a que presupone el
contradictorias. Una formulación similar, pero que versa sobre afirmaciones opuestas puede
encontrarse en DI 12 21b17-18.
esencialismo aristotélico. El PNC tiene dos grandes supuestos de carácter
ontológico:
1) Para que el principio se cumpla en la realidad, el sujeto del cual se predican
determinaciones opuestas debe ser el mismo: “es imposible que lo mismo se dé
y no se dé en el mismo sujeto”. El sujeto debe permanecer idéntico consigo
mismo —debe tener la misma identidad—, para que se le puedan adscribir
predicados opuestos. Si el sujeto cambiara con cada predicación que se le
adscribe, entonces no habría un sujeto (determinado) del cual predicar nada.
2) La auto-identidad del sujeto presupone la distinción aristotélica entre
determinaciones esenciales (constituyen la esencia del sujeto) y
determinaciones accidentales (constituyen entidades que son inherentes al
sujeto pero no se identifican con este). El sujeto de predicación e inherencia es,
por tanto, un sujeto determinado que se identifica y constituye una unidad con
su esencia.
En suma, la validez del PNC descansa sobre fundamentos de carácter
ontológico: la determinación esencial del sujeto imposibilita que —
simultáneamente y en el mismo sentido—, posea una determinación contraria.
105
No obstante, cabe señalar que, en virtud de los mismos fundamentos, la validez
del axioma se extiende del ámbito de las entidades a los ámbitos del
pensamiento y del lenguaje. En otras palabras, no hay un PNC lógico distinto
del ontológico porque el fundamento de la imposibilidad de la contradicción en
el discurso y en el juicio se encuentra en las cosas mismas7.
Habiendo llegado a este punto, estamos en condiciones de responder a
una pregunta importante; ¿por qué Aristóteles cree que las tesis de sus
adversarios implican la negación del PNC? La respuesta a esta pregunta no
puede desconocer las diferencias fundamentales entre las doctrinas heraclítea y
protagorica. Es por ello que conviene responder a partir de las dos
formulaciones del PNC desarrolladas anteriormente.
a) De acuerdo con la enunciación lógica del PNC, dos predicados opuestos no
pueden ser verdaderos del mismo sujeto simultáneamente y en el mismo
sentido. De esta afirmación se siguen una serie de consecuencias importantes:
§3
A continuación, analizaremos las respuestas que el Estagirita dirige a las
objeciones contra el PNC que señalan la “indeterminación ontológica” de lo real
(Г.4) y la verdad de las “apariencias contrarias” (Г.5-6). No obstante, es preciso
señalar que los elementos teóricos que permiten esta crítica se encuentran
desarrollados en el ἔλεγχος de Metaph. Г.4, dirigido a refutar al adversario que
discute de mala fe.
La estrategia de Aristóteles para refutar al adversario consiste en hacer
que este adopte dos compromisos dialógicos fuertes: en primer lugar, el
Estagirita le solicita que diga algo que tenga significado para él mismo y para los
demás (Metaph. Г 4 1006a20). En efecto, si el interlocutor se niega a hablar o
profiere sonidos carentes de sentido, no puede haber comunicación posible,
queda fuera de la discusión. Si el adversario accede al pedido, se compromete
con un discurso significativo.
En segundo lugar, si el adversario profiere la palabra solicitada
(“hombre”), entonces debe comprometerse con un significado determinado
(“animal bípedo”) asignado a dicha palabra (Metaph. Г 4 1006a29-b11). Si se
niega a cumplir con este requerimiento, entonces se encuentra en falta con el
primer compromiso asumido: para que haya lenguaje significativo, las palabras
debe tener un significado determinado. Si el lenguaje no significa algo
determinado, entonces no significa nada en absoluto; para que haya
significación, debe haber una única y determinada referencia para cada palabra.
Una vez que el adversario ha aceptado estos dos compromisos dialógicos,
Aristóteles lo obliga a reconocer la necesidad del PNC en el ámbito del lógico-
lingüístico.
Antes de pasar a la confrontación Aristóteles-Protágoras, quiero realizar
107
una breve conclusión del ἔλεγχος de Metaph. Г.4: la prueba indirecta del PNC
presupone que nuestro lenguaje significativo contiene significados
determinados que puede ser reconocidos por los hablantes. A pesar de la
ambigüedad del lenguaje, los hablantes pueden re-conocer qué significados
quieren utilizar y acordar con sus interlocutores con qué sentido emplearán un
término. Esta posibilidad presupone que los significados de nuestras palabras
no son propiedad privada de nadie; por el contrario, pertenecen al conjunto de
los usuarios competentes del lenguaje. El significado de nuestras palabras
apunta a una referencia, a un objeto significado. Cuando los hablantes dialogan,
presuponen que sus palabras refieren a los mismos objetos; de lo contrario, se
trataría de un diálogo de sordos. Este aspecto “público” de la comunicación
lingüística es sumamente relevante y posibilita la refutación del negador del
PNC y, en consecuencia, una prueba indirecta del axioma.
Aristóteles reconstruye el argumento platónico sobre las “apariencias
contrarias” en Metaph. Γ. 5.
(i) Ahora bien, si no todas las cosas son relativas, sino que
algunas son ellas mismas por sí mismas, no será
verdadero todo lo que aparece. (ii) Y es que lo que aparece
es algo que aparece a alguien. Por consiguiente, el que afirma 108
que todo lo que aparece es verdadero convierte en relativas todas
las cosas que son. (iii) Por ello, quienes buscan imponerse por
la fuerza en la discusión y al mismo tiempo pretenden
mantenerse en la discusión, han de poner cuidado en
señalar que no existe todo lo que aparece, sino lo que
aparece a quien aparecen y cuando aparece, y en la
medida en qué y cómo aparece. Si, por el contrario,
mantienen la discusión, pero no la mantienen en estos
términos, les ocurrirá que se contradecirán enseguida. [...]
(iv) Pero seguramente por esto, los que sostienen tal doctrina, no
por encontrarse en una situación aporética, sino por el gusto de
discutir, habrán de decir, no que “esto es verdad”, sino que “es
verdad para este”. Y como se dijo en primer lugar, necesariamente
hacen todas las cosas relativas, relativas a la opinión y a la
sensación, de modo que nada hubo ni habrá sin alguien que haya
opinado primero. (v) Y si lo hubo o habrá, es evidente que no todas
las cosas serán relativas a la sensación. (Metaph. Γ 6 1011a17-b4).
§4
Al refutar a Protágoras y demostrar indirectamente la validez del PNC,
Aristóteles defiende una concepción de la verdad que restituye la posibilidad de
la falsedad en la inadecuación entre los ámbitos lógico-lingüístico y ontológico.
En efecto, la validez del PNC comporta la posibilidad de juicios y discursos tanto
verdaderos como falsos; el valor de verdad de los pensamientos y los enunciados
depende de la correspondencia que establecen con un estado de cosas
9 Una interpretación distinta a la que aquí defendemos sobre el uso de relativizadores puede
encontrarse en Lee (1973: 245-246), quien señala que su empleo inmuniza a Protágoras contra
del argumento “auto-refutatorio” esgrimido por Platón y Aristóteles. De acuerdo con dicha
crítica, si el sofista sostiene la verdad universal de todas las creencias, debe aceptar la posición
del adversario que niega la doctrina de la “hommo mesura”, y, por ende, debe aceptar que su
propia teoría es falsa (Metaph. Γ 8. 1012b15-23). Lee sostiene que el uso de relativizadores
bloquea la crítica pero a un costo muy alto: el discurso relativizado del sofista no dice nada
realmente serio que pueda discutirse o negarse de modo significativo y, en consecuencia, el
sofista queda encerrado por sus propios relativizadores.
determinado. La posibilidad misma de la correspondencia depende de la validez
del principio en nuestro pensamiento, en nuestro lenguaje, y en la realidad. Si el
PNC no rigiera dichos ámbitos, sería indistinto predicar cualquier cosa de
cualquier otra, toda enunciación sería verdadera en virtud de la ausencia de un
mundo de cosas “en sí y por sí”.
El conocido “dictum” aristotélico —“es falso decir que lo que es, no es, y
que lo que no es, es; es verdadero decir que lo que es, es, y lo que no es, no es”
(1011b25)—, presupone el carácter significativo de nuestro pensamiento y de
nuestro lenguaje, así como su direccionalidad hacia un mundo de entes
determinados. Protágoras pone en cuestión la direccionalidad del pensamiento
y del discurso, imponiendo el desafío de trascender el ámbito de las apariencias.
La prueba del PNC constituye la defensa de dicha direccionalidad y de un
mundo que trasciende las apariencias individuales. En otras palabras, la validez
del PNC implica un mundo de substancias determinadas en virtud de las cuales
nuestro pensamiento y nuestro lenguaje resultan significativos.
En suma, al argumentar a favor del PNC frente a las posiciones
relativistas, Aristóteles da un paso firme en la fundamentación ontológica de su
111
teoría correspondentista de la verdad. La refutación de los adversarios que
discuten de mala fe constituye una argumentación indirecta a favor no sólo del
PNC, sino también de la teoría de la verdad aristotélica.
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