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El Nacimiento

EL NACIMIENTO [110-117]

Meditación

INTRODUCCIÓN

Cuando se trata de meditar sobre realidades espirituales, lo importante no es saber muchas


cosas, como dice el mismo San Ignacio. Se trata sobre todo de gustarlas interiormente. Es más o
menos la diferencia entre ingerir alimentos y nutrirse. La meditación que buscamos no es una
investigación curiosa de los misterios de la fe, sino esa mirada sencilla y contemplativa que alimenta
y santifica el alma.
Debemos empezar, pues, con la oración, con la súplica a Dios para que todo lo que vamos a
realizar, todas nuestras acciones, operaciones e intenciones sean para mayor honor y gloria de la
majestad divina.Y el misterio que hoy debe alimentar nuestras almas es el nacimiento de Nuestro
Señor Jesucristo en Belén.

Ponerse en la presencia de Dios


Oración preparatoria:
[46] La oración preparatoria es pedir gracia a Dios nuestro Señor, para que todas mis intenciones,
acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad.
Historia:

«Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo. Este
primer empadronamiento tuvo lugar siendo gobernador de Siria Cirino. Iban todos a empadronarse, cada uno a su
ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama
Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y
sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito,
le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento». (Lc 2, 1-7)

Composición de lugar:
[112] El 2º: composición viendo el lugar; será aquí con la vista imaginativa ver el
camino desde Nazaret a Bethlém, considerando la longura, la anchura, y si llano o si por valles o
cuestas sea el tal camino; asimismo mirando el lugar o espelunca del nacimiento, quán grande, quán
pequeño, quán baxo, quán alto, y cómo estaba aparejado.
Petición:
[104] Será aquí demandar conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para
que más le ame y le siga.

P. Valdinei Oliveira Santos, IVE


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El Nacimiento

1- UNA GRAN LUZ


El pueblo que vivía en las tinieblas ha visto una gran luz. Con esta frase comienza la Iglesia la
Misa de Navidad y es una imagen verdaderamente profética de lo que sucedió cuando Cristo vio
por primera vez la luz de este mundo. Toda la historia de la humanidad desde la culpa de Adán
puede resumirse como una noche oscura. Los hombres caminaban como ciegos por los senderos
de esta vida, corriendo tras falsas luces que brillaban aquí y allá. Luces de honores, placeres,
riquezas. Tropezaban y caían en profundos abismos de vicio, idolatría, maldad. En medio de aquel
caos eran pocos los que sabían y podían levantar el corazón y suspirar por el Mesías, predicho por
los profetas con siglos de anticipación. Ellos habían dicho que un día saldría el sol de justicia a
disipar para siempre aquellas tinieblas. Este día es justamente lo que meditamos hoy, el nacimiento
de Jesucristo, el día en que un pueblo que vivía en las tinieblas ha visto una gran luz.

2- POR QUÉ
Ante un misterio tan grande, de un Dios infinito que nace como un pobre niño, lo primero que
podemos preguntarnos es esto:
¿Era necesario que Cristo naciera así? ¿Era realmente necesario rebajarse tanto? La respuesta
es sencilla: no era necesario. Cristo no estaba obligado a descender tan bajo para salvarnos.
Pensad que, al nacer en Belén, Nuestro Señor se rebajó de tres maneras: se rebajó infinitamente,
en primer lugar, porque se hizo hombre. ¿Quién podría medir la distancia que existe entre el
Dios Supremo y la naturaleza humana? Es una distancia infinita. Imaginad que un hombre, por
amor a los perros, decidiera irse a vivir entre ellos, caminar como ellos caminan, comer como ellos
comen, ¡qué humillación sería eso, qué rebajamiento! Poseyendo tanta dignidad, dignidad humana,
humillarse socializando con seres tan bajos como los perros.
Pero Dios, al hacerse hombre, se rebajó mucho más cuando, sin dejar de ser Dios, se hizo
verdaderamente hombre. Este es el primer abajamiento.
El segundo es también sorprendente. Dios no sólo se hizo hombre, sino que quiso asumir una
naturaleza humana con todas esas debilidades que nos afligen tras el pecado original, asumió una
naturaleza humana pasible.
Cristo podria asumir una naturaleza impasible, inmortal... exactamente como era la naturaleza
humana antes del pecado de Adán. Pero quiso rebajarse aún más, haciéndose como nosotros, en
todo lo que no implicara pecado. Tenía frío, sed, hambre... era mortal, como nosotros. ¡Qué
abajamiento el de Cristo!.
Pero hay más. Todavía hay un tercer descenso de sí mismo. Se hizo hombre, pasible y se hizo
pobre. Cristo bien podría haber cubierto su debilidad con vestiduras púrpuras, bien podría haber
entrado triunfante en este mundo como un rey, puesto que era el Señor de la Creación. Pero lo
encontramos en un establo. Entre animales, recostado sobre un montón de paja seca, envuelto en
pañales.
Pero si nada de esto era absolutamente necesario, ¿por qué decidió Cristo rebajarse tanto? ¿Qué
le ha llevado a este extremo?

P. Valdinei Oliveira Santos, IVE


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Dejemos que San Juan nos responda: «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único». El
amor no es tacaño. No anda midiendo los regalos, temeroso de dar demasiado. Cuanto más ama,
más quiere manifestar este amor con regalos. Y el mayor regalo que uno puede dar es darse a sí
mismo.
El amor de Dios por nosotros es infinito y fue fundamentalmente este amor el que le llevó a
nacer en estas circunstancias. Pero también podemos considerar otras razones:
Dios quiso nacer así también para destruir en nuestros corazones el miedo a acercarnos a
él. Después del pecado de Adán, se arraigó en el alma humana un malo temor de Dios y de las
cosas divinas. Basta recordar el mismo relato del pecado original, cuando Dios, que antes caminaba
con el hombre y conversaba amistosamente con él, llama a Adán y éste se esconde: «_¿Dónde
estabas, Adán?» Dios pregunta. «_¡Oí tus pasos y me escondí, porque estaba desnudo!».
Pero, ¿quién puede tener miedo de un bebé? ¿Quién puede resistirse a su sonrisa? El niño Jesús
es la expresión más tierna de la misericordia del Padre y parece decirnos: acercaos sin miedo... ¡No
he venido a castigaros! No he venido a ser una carga en vuestra vida. He venido para que todos
tengan vida y la tengan en abundancia.
Podemos decir, además, que Cristo quiso nacer así para enseñarnos. Y, en efecto, ¡cuánto
podemos aprender entrando en este pesebre!
El nacimiento de Cristo nos enseña, ante todo, cuán diferente es el juicio de Dios del juicio del
hombre. Tendemos a pensar que es el poder, la influencia, la fuerza lo que guía la historia.
Despreciamos automáticamente todo lo que es desconocido, pobre, sencillo. Mientras nace Cristo,
César Augusto intentaba desesperadamente consolidar su poder mediante un gran censo de toda
la población de su imperio. En Roma, el Senado se reunía para analizar y debatir cuestiones que
consideraban importantes. El mundo corría desbocado tras su falsa grandeza, ¡y quién podría
imaginar que en una cueva se producía el acontecimiento destinado a marcar un antes y un después
en la historia de la humanidad! «Mis pensamientos no son vuestros pensamientos», dice el Señor.
¡Cuántas lecciones podemos aprender de esta contemplación, nosotros que tan a menudo
pensamos que la paz reside en ser grandes a los ojos del mundo!
Belleza, salud, comodidad, placeres. ¡Los que no tienen estas cosas las desean! Quienes las
tienen ansían conservarlas, pero ni esos ni aquellos encuentran allí la felicidad que anhelan.
Jesús, contemplándolos, exclama como aquel día en que lloró sobre Jerusalén: «¡Si supierais lo
que puede traeros la paz!».
«Guardaos escrupulosamente de toda avaricia, porque la vida de un hombre, aunque tenga abundancia, no
depende de sus riquezas».(Lc 12, 15)

3- LAS CIRCUNSTANCIAS DEL NACIMIENTO DE JESÚS


Pero consideremos las circunstancias del nacimiento de Jesús. Es interesante pensar que Cristo
fue el único hombre en toda la historia de la humanidad que eligió absolutamente todas las
circunstancias de su nacimiento. Siendo Dios, eterno como el Padre y el Espíritu Santo, decidió y
planeó todo lo concerniente a su venida a este mundo. Y como Dios no hace nada por casualidad,
detrás de cada una de estas circunstancias hay una razón profunda, un designio infinitamente sabio

P. Valdinei Oliveira Santos, IVE


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El Nacimiento

concebido por Dios. Así ocurrió, por ejemplo, con respecto a la ciudad en la que Cristo decidió
nacer. Belén, que, como enseña Santo Tomás, significa casa del pan. Qué mejor lugar que Belén,
casa del pan, podría recibir a aquel que dijo de sí mismo: «¡Yo soy el pan de vida, que ha descendido
desde el cielo!». El mismo Señor que hoy se esconde en las apariencias del pan y del vino, escondió
su divinidad en aquel niño reclinado en el pesebre.
Pero Belén era también la ciudad del rey David, ese gran personaje histórico, símbolo de Cristo.
David, el que había liberado al pueblo de Dios de un enemigo poderoso, Goliat, con un arma
despreciable (una piedra). Era el símbolo de una victoria mucho más importante, la victoria sobre
el diablo, sobre el pecado y la muerte, con un arma aún más despreciable, su muerte en la cruz.
David, que, habiendo hecho sólo el bien a sus hermanos, sufrió la persecución y la envidia de Saúl,
la rebelión y el odio de su propio hijo, así como Cristo debía recibir a cambio de los innumerables
beneficios que había hecho a los hombres, la envidia de los fariseos, el abandono de sus amigos,
la traición de Judas. Era justo que naciera en la ciudad de David, quien fue simbolizado por David.
La tradición de la Iglesia nos enseña que cuando nació Nuestro Señor era invierno, esta época
dura y sufrida, en la que la vida en la tierra se debilita, en la que escasea el alimento y cesa el
movimiento. Pero era invierno cuando nació nuestro Señor en un sentido aún más profundo, era
invierno en las almas, frío helado porque el fuego del amor de Dios se había apagado hacía tiempo.
La vida sobrenatural en las almas había muerto, las buenas obras se habían paralizado. Fue en
medio de este invierno cuando vino Cristo. Como él mismo dijo: «He venido a arrojar fuego sobre la
tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera encendido!». (Lc 12, 49)

4- PERSONAS
¿Y qué decir de los presentes en este gran acontecimiento? empezando por la Virgen María.
La Virgen María llevó a Jesús en su seno durante nueve meses. El cuerpo de María, obedeciendo
a esas leyes extraordinarias de la biología, nutría el cuerpo de Jesús, dándole todo lo que necesitaba
para desarrollarse físicamente, y Jesús retribuía tan precioso servicio enriqueciendo el alma de la
Virgen María con gracias sublimes.
Ella le hizo hombre, y él la hizo partícipe de su divinidad.
Y cuando el desarrollo físico de Cristo alcanzó esa plenitud que nos dan los nueve meses de
gestación, nació nuestro Señor. Pero no fueron dolores agudos, ni contracciones cada vez más
frecuentes, a anunciar que había llegado la hora del parto. Dar a luz a Cristo no fue para la Virgen
María un sufrimiento atroz, como para todas las demás hijas de Eva, sino un éxtasis de gloria.
Los dolores del parto vendrían después, cuando la Virgen iba a corredimir a la humanidad con
su hijo en el Calvario. El nacimiento de Cristo, por el contrario, fue un éxtasis de gloria. Allí no
había necesidad de parteras, ni gritos de dolor: «Así como la luz del sol baña el cristal sin romperlo,
y con sutileza atraviesa su solidez, y no lo rompe al penetrar, ni al salir lo destruye, así el Verbo de
Dios, esplendor del Padre, entró en la morada virginal y salió de ella, cerrado el claustro virginal».
Por eso la Iglesia venera a María como Virgen antes, durante y después del parto.
¡Con qué afecto la Virgen María abrazó por primera vez a su hijo recién nacido! Lo estrechó
contra su pecho, lo alimentó, lo adoró. ¡Qué pensó cuando contempló cuán grande era el amor de
Dios por la humanidad que lo llevó a tal extrema humillación! ¡Qué pasó por el alma de la Virgen

P. Valdinei Oliveira Santos, IVE


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María cuando consideró que Aquél que sostenía al mundo con su poder, quería ser sostenido con
su leche! ¡Qué profunda adoración rindió entonces la Santísima Virgen a este Niño Dios que
descansaba en sus brazos!
En medio de todo esto, San José contemplaba en silencio, extasiado ante tan sublimes
realidades, en las que tenía que tomar parte. Contemplaba extasiado cómo Dios lo había elegido y
le había confiado sus tesoros más precisos, su Hijo eterno hecho hombre y la Virgen Inmaculada.
Ambos, aunque infinitamente superiores a él, le habían sido confiados, se sometían a él y, en cierto
sentido, dependían de él.
¡En esa sagrada familia, San José debía desempeñar el papel de Padre y Esposo, debía ser el
brazo de la Divina Providencia, el defensor, el protector!
¡Cuánto deben aprender de él todos aquellos a quienes Dios ha confiado la misión de formar
una familia! ¡Que aprendan ante todo a ser padres presentes! Esta es una de las mayores desgracias
de nuestro tiempo: la paternidad está en crisis. Hay innumerables padres que, por su falta de interés,
por su superficialidad, se convierten en extraños en su propia casa. Piensan que cumplen con su
deber proporcionando el sustento del cuerpo, y se olvidan de engendrar el carácter de sus hijos,
con su ejemplo, con su amistad, con su interés en sus vidas.
Deben aprender también de la fe de este santo que, tan pronto como recibía una orden de Dios,
la ponía inmediatamente en práctica, sin miedo ni lentitud. El infierno no puede nada contra una
familia cuyo padre cree, reza y vive intensamente la fe. Santa Teresita del Niño Jesús aprendió a
rezar viendo cómo rezaba su padre. De hecho, Toda su espiritualidad, tan abandonada al Buen
Dios, tan confiada en su providencia, encontraba su base natural en el amor que recibió de su
padre. La figura paterna es esencial.
Los ángeles que contemplan este misterio anuncian a los hombres lo que significa el nacimiento
del niño Dios: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad».
Aquel niño era verdaderamente gloria del Dios Altísimo. Dios es glorificado cuando su bondad,
su perfección, su amor resplandecen ante los hombres. La creación , por ejemplo, da gloria a Dios
manifestándolo, como una obra de arte manifiesta la habilidad del artista. Pero infinitamente más
perfecta es la gloria que este niño da a Dios, porque es el mismo Dios manifestado en la carne. «El
que me ha visto a mí, ha visto al Padre», dirá unos años más tarde. «Yo y el Padre somos uno».
Pero ese niño es también la paz para la humanidad. Paz: esta realidad tan anhelada por los hijos de
Adán y nunca encontrada, se ofrece ahora a los hombres en ese niño, que vino sobre todo a
reconciliarnos con Dios. De enemigos de Dios, nos hará hijos adoptivos. De deudores con una
deuda infinita, nos hará herederos de la felicidad eterna en el cielo. Y al reconciliarnos con Dios,
nos reconciliará también entre nosotros, haciéndonos a todos hermanos, hijos del mismo Padre.

Coloquio
En silencio hablemos con este Niño y con su Eterno Padre.
Terminamos con un Padre Nuestro.

P. Valdinei Oliveira Santos, IVE


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