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REPUBLICA BOLOVARIANA DE VENEZUELA

FEDERACION CONCILIO GENERAL ASAMBLEA DE DIOS


INSTITUTO BIBLICO DE ORIENTE – CIUDAD BOLIVAR
HISTORIAS ESCLESIASTICA

BIOGRAFIAS

PROF. EDUVERT ACUÑA ALUMNA


YUSBELY PEREZ

CIUDAD BOLIVAR 3/07/21


BIOGRAFIA DE JUSTINO MARTIR

Justino Mártir fue uno de los primeros apologistas cristianos dentro del mundo
grecorromano. Su defensa de la fe cristiana le costo, junto con algunos de sus
estudiantes, el martirio.

"Me enamoré de los profetas y de estos hombres que habían amado a Cristo;
reflexioné sobre todas sus palabras y descubrí que sólo esta filosofía era
verdadera y provechosa". Cuando este hombre fue arrestado por su fe en
Roma, el prefecto le pidió que renunciara a su fe haciendo un sacrificio a los
dioses. El arrestado respondió: "Nadie que tenga razón se convierte de la
creencia verdadera a la falsa".

Una respuesta con toda la fuerza de su experiencia, después de haber pasado


la mayor parte de su vida adulta discerniendo lo verdadero de lo falso. Justino
Mártir (100–168), nació en Flavia Neapolis, también llamada Siquem en el A.
T., ubicada en la actual Nablus, Cisjordania, a 49 kilómetros de Jerusalén. De
familia griega, fue educado bajo los parámetros de la religión tradicional. Creció
con una buena educación en retórica, poesía e historia. Desde muy joven
estuvo atento a encontrar el significado de la vida en las filosofías de su época
en varias escuelas en Alejandría y Éfeso.

El encuentro con la verdad


Y así, siendo Adriano emperador de Roma (76-138), en los años de 117 y 138
de nuestra era, en alguna oportunidad que Justino salió a caminar por la orilla
del mar cerca a Éfeso, se topó con un anciano que le manifestó su creencia.
Este encuentro sería definitivo para marcar el futuro de este joven filósofo. El
anciano, durante el paseo que mantuvo con Justino, le habló de la existencia
de otra manera de pensar y vivir. Algo que se combinó muy bien con la
impresión que le habían dejado los primeros mártires del cristianismo, al no
abandonar su fe bajo los tormentos y torturas a los que eran expuestos.
Justino reconoció en Jesús el cumplimiento de las profecías hechas al pueblo
judío. Como él mismo lo declaró, tal fue su impresión que amó a aquellos
hombres que siguieron a Jesús, hasta a afirmar que sólo esa filosofía era la
verdadera.

Su paso final a Roma


Justino se mudó a Roma, donde se estableció, fundó una escuela de filosofía y
participó en debates con otros no cristianos, judíos y herejes. Redactó su
audaz defensa de la fe, conocida como Primera Apología, publicada en el año
155 y dirigida al emperador Antonino Pío (86-161). 
En ella argumentó a favor de los cristianos, desmintiendo las acusaciones que
contra ellos se hacían. Inculpaciones falsas con las que exhibían a los
creyentes y su religión de manera perversa y supuestamente dañina para el
Imperio. Afirmó que Jesús y el evangelio no eran una amenaza contra el
gobierno Imperial, sino por el contrario, un elemento útil a su buen orden y, por
lo mismo, debía ser tratado como una religión legal.
Justino presentó el cristianismo como una religión superior a la pagana, pues
mostraba el cumplimiento de las profecías dadas a los judíos en Cristo,
afirmando que el paganismo era tan sólo una imitación de lo que era realmente
verdadero. En la tercera parte de esta Apología, Justino terminó haciendo una
breve descripción sobre la forma como el cristianismo primitivo celebraba los
dos sacramentos dados por Jesús a sus discípulos: la Santa Cena y el
bautismo.

La fe y la razón

Justino escribió su Segunda Apología, poco tiempo después de que Marco


Aurelio fuese nombrado emperador (121-180) en el año 161. En esta defensa,
dio a conocer el aspecto central de su filosofía. Para Justino, la existencia de
un Dios trascendente e inmutable era innegable. Expuso su fe en Jesús y la
armonizó con la razón, al mismo tiempo que arguyó que Jesucristo fue la
manifestación de esta verdad; el Logos, la divinidad encarnada.

Presentó la idea de la fe cristiana como una fe racional, y al Logos o ‘Palabra’


como el ser encarnado que vino a enseñar a la humanidad la verdad y para
rescatar o redimir a las personas del poder de los demonios.

Justino, el martirizado

Cerca del año 165, Justino se enfrentó al filósofo cínico Crescencio en un


debate, y poco después fue arrestado por el cargo de practicar una religión no
autorizada. Hay quienes piensan que Crescencio, al perder el debate, denunció
a Justino ante las autoridades como un acto de venganza.
Estando en presencia del prefecto romano Rusticus, quien tenía tanto autoridad
militar y civil para condenarlo o liberarlo, Justino se negó a renunciar a su fe, y
fue condenado a muerte por decapitación junto con seis de sus estudiantes. De
acuerdo a los escritos de Taciano (120-180), discípulo suyo, fue condenado por
confesar su fe antes de morir diciendo: "Si somos castigados por nuestro Señor
Jesucristo, esperamos ser salvos". Desde entonces, Justino ha sido llamado
Mártir.
Justino Mártir, es reconocido como el primer apologista cristiano en la historia
de la Iglesia. Al hacer uso de la razón para defender su fe, también estableció
las bases para desarrollar la teología de la historia, ya que expuso la idea del
plan divino de salvación a lo largo de los tiempos, y cuyo fin es y será la gloria
de Dios.

BIOGRAFIA SEPTIMIO SEVERO


Lucio Septimio Severo (en latín: Lucius Septimius Severus; Leptis
Magna, África, 11 de abril de 146-Eboracum, Britania, 4 de febrero de 211)
fue emperador del Imperio romano de 193 a 211. Fue el primer emperador
romano de origen norteafricano en alcanzar el trono y el fundador de la dinastía
de los Severos. Tras su muerte, fue deificado por el Senado.
De ascendencia itálica (por su madre) y púnica-bereber (por su padre), Severo
logró hacerse sitio en la sociedad romana e incluso tener una próspera carrera
política, en la que llegó a ser gobernador de Panonia. Ya que su padre no
pertenecía al orden senatorial, ni realizó servicios al Estado, no debió ser ajeno
a su promoción el hecho de que dos primos de su padre habían sido cónsules
durante el reinado de Antonino Pío. Tras la muerte del emperador Pertinax,
los pretorianos vendieron el trono del Imperio a Didio Juliano, un rico e
influyente senador. Sin embargo, desde el inicio de su reinado Juliano tuvo que
enfrentarse a una férrea oposición procedente del pueblo y del ejército.

Lucha por el trono


El 31 de diciembre de 192, el emperador Cómodo fue declarado enemigo por
el Senado y asesinado por uno de sus libertos, Narciso. Pertinax fue elegido
por el Senado como nuevo emperador después de que pagara un
generoso donativum a los pretorianos.
A su llegada al poder, el nuevo emperador se percató de que las arcas
imperiales estaban vacías. A fin de revitalizar la economía, Pertinax decidió
eliminar gastos superfluos, para lo que eliminó a los pretorianos del poder e
impuso una disciplina más severa. Tres meses después fue asesinado y
sucedido por Didio Juliano, quien adquirió el trono en una subasta dirigida por
los pretorianos en la que se impuso al suegro de Pertinax, Tito Flavio
Sulpiciano.
Severo recibió las noticias de las muertes de Cómodo y Pertinax
en Carnuntum, localidad que se situaba en Panonia Superior. El 9 de abril,11
cuando se enteraron de los acontecimientos que tenían lugar en Roma, las
legiones veteranas acantonadas en el Danubio decidieron proclamar
emperador a Severo. Además, buscó y obtuvo el apoyo de las legiones
estacionadas en las fronteras del Rin y Germania, y cuando lo hubo
conseguido, marchó sobre Roma.
El 2 de junio de 193, el Senado condenó a muerte a Didio Juliano, allanando de
este modo el camino a Severo, que se presentó en Roma con su ejército el 9
de junio de aquel mismo año. Es de señalar que el asesino de Juliano fue uno
de los pretorianos que le habían llevado al poder. A su llegada a Roma, Severo
invitó a la Guardia Pretoriana a un banquete en su campamento; pero cuando
los pretorianos llegaron fueron desarmados por una fuerza de soldados de
Severo, que ejecutaron a los asesinos de Pertinax. Severo sustituyó a los
pretorianos por soldados originarios de Panonia.

Severo y el cristianismo, una política continuista


El reinado de Severo proporciona un interesante ejemplo de la persecución a la
que fueron sometidos los cristianos durante el Imperio romano. Severo se limitó
a permitir que se siguiera poniendo en práctica la política establecida desde
hacía ya tiempo, lo que significa que las autoridades romanas no buscaban
intencionadamente a los cristianos, aunque cuando alguien era acusado de
serlo, debía maldecir a Jesús y hacer una ofrenda a los dioses romanos o sería
ejecutado.
Por otra parte, con el deseo de fomentar la paz mediante la difusión de una
armonía religiosa derivada del sincretismo, Severo trató de limitar la
propagación de los dos grupos religiosos que se negaban a ceder al
sincretismo al considerarle una conversión: el cristianismo y el judaísmo. Por su
parte, los funcionarios hicieron uso de las disposiciones legales existentes para
proceder con rigor contra los cristianos. Naturalmente el emperador, con su
estricta concepción de la ley, no entorpeció esta parcial persecución, que tuvo
lugar en Egipto y Tebaida, así como en África y Oriente.
Cayeron numerosos mártires en Alejandría,2021 y no menos crueles fueron las
persecuciones que tuvieron lugar en África, que parecieron comenzar
en 197/8.22 En África cayó un gran número de cristianos, como los mártires
de Madaura. En 202/3 murieron Felícitas y Perpetua.
La persecución floreció de nuevo en las provincias
de Numidia y Mauritania en 211. Posteriormente fue en la Galia, especialmente
en Lugdunum, donde los cristianos fueron perseguidos de manera más cruel.
De forma general, se puede decir que la posición de los cristianos durante el
reinado de Severo fue la misma que bajo los de los Emperadores Antoninos;
aunque la ley de este emperador demuestra de manera equívoca que
el rescripto de Trajano había fracasado en su propósito.

Muerte
A fin de consolidar su sucesión, Severo casó a su hijo Caracalla con Plautila,
hija del prefecto del pretorio Cayo Fulvio Plauciano. No obstante, pronto las
relaciones entre la pareja se deterioraron irremediablemente.
Plauciano fue acusado de traición por los centuriones en 205, sobornados
probablemente por Caracalla. Severo le hizo asesinar y Plautila fue recluida en
la isla de Lipari.
En 208 Septimio Severo embarcó en compañía de sus hijos, Geta y Caracalla,
hacia la provincia de Britania para combatir a los caledonios. Ambos ejércitos
se enfrentaron en una serie de batallas hasta el año 209 sin que se produjera
ninguna victoria decisiva. A fin de asegurar la frontera norte del Imperio, Severo
reforzó el muro de Adriano.
Muy debilitado por la gota, Severo se retiró a Eboracum, donde falleció el 4 de
febrero de 211 a la edad de 65 años. Según algunas fuentes, en su lecho de
muerte Severo pronunció una frase que aún hoy sigue siendo famosa:
Mantened la paz, enriqueced a los soldados y burlaos del resto.
Tras su muerte, Severo fue deificado por el Senado, y sucedido por sus
hijos, Caracalla y Geta, que fueron asesorados por su esposa, Julia Domna.
Fue enterrado en el Mausoleo de Adriano de Roma. Sus restos se han perdido.

BIOGRAFIA DEL EMPERADOR CARACALLA


Caracalla, nacido como Lucio Septimio Basiano (en latín, Lucius Septimius
Bassianus; Lugdunum, actual Lyon, 4 de abril de 188-inmediaciones de Edesa, 8
de abril de 217),1 fue emperador romano entre 211 y 217 con el nombre oficial
de Marco Aurelio Severo Antonino (Marcus Aurelius Severus Antoninus). El
sobrenombre de «Caracalla» hace referencia a una capa larga de origen galo cuyo
uso introdujo en Roma; aunque dicho sobrenombre nunca se utilizó oficialmente,
es por el que se le conoce en toda la historiografía.
Para fortalecer y a la vez proteger a su futura dinastía, en el año 202 Septimio
Severo casó a Caracalla, en contra de su voluntad, con Fulvia Plaucila, hija
del prefecto del pretorio Fulvio Plauciano.

Carácter de Caracalla
La descripción de un joven Caracalla respetuoso y amable contrasta con la que
recibe más tarde como emperador. Ya en las fuentes antiguas existe cierta
confusión con respecto al verdadero carácter del emperador. Se afirma que de
niño era alegre, comprensivo y afable, pero que posteriormente adoptó las
típicas actitudes de un tirano: enérgico, vengativo, orgulloso, violento.
Sin embargo, debe entenderse que su carácter pudo haberse debido a la crítica
situación que vivía Roma entonces: creciente escasez de recursos, corrupción
en todos los ámbitos de la administración, poderosos enemigos en las
fronteras. Tampoco debe olvidarse que varias de sus acciones justificaron la
mala opinión que sus contemporáneos tuvieron de él, como por ejemplo el
asesinato de su hermano.
Caracalla y Geta
Las relaciones de Caracalla con su hermano Geta no eran buenas. Hubo una
constante rivalidad entre ambos que se agravó con la muerte de su padre y la
herencia compartida del trono el 4 de febrero de 211. El enfrentamiento culminó
en el asesinato de Geta por parte de Caracalla en Roma en diciembre de 211;
aquel murió en los brazos de su madre.
Hay varios motivos para este asesinato. Algunos historiadores suponen celos y
ansia de poder. Otros apuntan a que Caracalla se adelantó de esta manera a
un levantamiento de Geta con sus partidarios. En esta dirección apunta
también el hecho de que, luego de la muerte de Geta, fueron ejecutados
también unos 20 000 testigos de su implicación en el asesinato. Tras la muerte
de su hermano, Caracalla abandonó Roma para embarcarse en campañas
militares y no volvió a la ciudad hasta su muerte en 217.

Guerras de Caracalla
Tras salir de Roma, donde la población le odiaba tras las ejecuciones masivas,
Caracalla emprendió un viaje a Germania. En esta época empezó a
confraternizar con sus legionarios, abandonando todo lujo. Según algunas
fuentes incluso molía su propio trigo. Lideró varias campañas exitosas contra
las tribus germánicas, aunque hay rumores de que las victorias se debían
sobre todo a pagos cuantiosos a sus adversarios. Al menos consiguió una
relativa calma en las fronteras norteñas del Imperio que perduró hasta el
reinado de Alejandro Severo.
Después de la pacificación de las fronteras del norte, comenzó sus campañas
en el Este. En Grecia desarrolló una intensa admiración por Alejandro Magno y
comenzó a imitarle. En mayo de 215, levantó su campamento en Alejandría y
visitó la tumba de su ídolo. Sin embargo, su estancia tuvo un final trágico. Tras
la propagación de una sátira del asesinato de Geta de que había sido
ejecutado presuntamente en defensa propia, los legionarios de Caracalla
devastaron la ciudad y asesinaron a miles de ciudadanos inocentes. Este
hecho impulsó de nuevo el odio contra el emperador.

El legado más importante de su mandato fue el llamado Edicto de


Caracalla o Constitutio antoniniana (212), por el cual se extendía la ciudadanía
romana a todos los habitantes libres de las provincias; dicha medida,
aconsejada por el deseo de acrecentar la unidad política del Imperio y de
elevar los ingresos fiscales, dio un gran impulso a la romanización, al dejar al
margen de la ciudadanía sólo a las poblaciones rurales y a los bárbaros
instalados en las fronteras.
En Roma, Caracalla impulsó importantes construcciones, como las termas que
llevan su nombre. Fue también un emperador guerrero, admirador de las
gestas de Alejandro Magno: venció a los alamanes junto al río Meno (213) y
lanzó una campaña contra los partos en Oriente (216).

Durante esta última fue asesinado por el prefecto de la guardia, Macrino, quien
usurpó el Trono imperial por algún tiempo (217-218); enseguida sería
restaurada la dinastía de los Severos, al elevar el ejército al sobrino de
Caracalla, Heliogábalo (218-222).

BIOGRAFIA DE DECIO

Nacido en el año 201 en la Baja Panonia (actual Hungría), de origen ilirio,


Decio pertenecía a una antigua familia senatorial.
En el año 249 d.C. en el Danubio las legiones de Panonia y Mesia
proclamaron emperador a T. Claudio Marino Pacaciano. El emperador Filipo
el "Árabe" mandó a Decio al frente de las tropas a la zona del Danubio, para
intentar pacificar una revuelta. Con la llegada de Decio, las legiones le
proclamaron emperador.
Filipo sale al encuentro de Decio al frente de sus tropas, Decio se dirige a su
vez hacia Italia. La batalla entre los dos ejércitos tuvo lugar en el año 249
cerca de Verona, Filipo murió en el transcurso de la batalla y su hijo Filipo II
fue capturado y asesinado por la guardia pretoriana.
Tras su victoria Decio fue proclamado Augusto por el Senado romano.

La persecución
Decio, para el cual la religión romana y el culto imperial eran vitales para la
unificación del Imperio fue el instigador en el mismo año 250 d.C. de un
edicto donde ordenaba la primera persecución general de los cristianos
obligando a que todos los ciudadanos romanos fueran titulares de un
documento acreditando (libelo) su fidelidad a la religión romana.
Está claro que el sacrificio en cuestión constituía para el cristiano un acto
formal de apostasía; tal era sin duda, más que el hacer mártires, la finalidad
perseguida por el emperador, y a primera vista pudo parecer que había
logrado cumplidamente su propósito. El edicto cogió de sorpresa a una
masa cristiana, más numerosa y, por tanto, menos selecta que la de épocas
precedentes, y cuyo temple-heroico se había además relajado durante el
largo período de paz que entonces conocía la Iglesia.
El hecho .fue que muchos cristianos cayeron -lapsi-, ejecutando un sacrificio
propiamente dicho -sacrificati- u ofreciendo unos granos de incienso en el
altar -thurificati-. Todavía hubo una tercera especie de cristianos
claudicantes, que recurrieron a cierta estratagema que pudieron sugerir a
menudo los propios miembros de las comisiones locales, encargadas de
verificar el cumplimiento del edicto, con la aquiescencia de magistrados
tolerantes: consistía en inscribir el nombre en el catálogo de adoradores y
recibir la cédula -el «libelo»-, sin haber en realidad sacrificado.
Estos fueron los llamados «libeláticos», pero la Iglesia reprobó su conducta
y los consideró también como lapsi. Entre los libeláticos figuraron dos
obispos españoles, Basílides de Astorga y Marcial de Mérida, y en otras
regiones hay noticias de varios obispos más que fueron infieles.
Hubo también muchos mártires, comenzando por el Papa San Fabián, y
otros cristianos que confesaron la fe sin desfallecer, pero no murieron y más
tarde recobraron su libertad, como el viejo Orígenes, que sufrió crueles
tormentos en Cesárea. A estos cristianos se les llamó «confesores», y al
cesar la persecución fueron muchísimos los lapsi que acudieron a ellos,
pidiéndoles «cartas de paz» que les abrieran nuevamente las puertas a la
comunión de la Iglesia.
BIOGRAFIA DE DIOCLECIANO

Diocleciano nació en Dalmacia de muy baja cuna. Se enroló en el ejército


y pasó los primeros años de su vida en incesantes campañas a lo largo de
la frontera del Danubio, en la Galia y luchando contra los persas. Desarrolló
una extraordinaria carrera con los emperadores Aureliano y Probo, y llegó a
ser jefe de la guardia personal de Numeriano durante su campaña pártica.

A la muerte de Numeriano por orden de Arrio Aper, Diocleciano


desenmascaró al usurpador y le mato. Las tropas le aclamarían como
emperador en el año 284 en la ciudad asiática de Nicomedia. El primer
objetivo de Diocleciano sería luchar contra Carino, proclamado emperador
de occidente. La batalla tuvo lugar en Moesia, donde Diocleciano ganó a
pesar de que su ejército era más débil. De esta manera se convirtió en el
único dueño del Imperio.

La persecución al Cristianismo
Diocleciano llegó al poder en 284, y durante los dieciocho primeros años de
gobierno, el emperador dejó vivir en paz a la Iglesia.

¿Cómo explicar el brusco paso de una larga tolerancia a la más resuelta y


sistemática persecución? Parece ser que a ese cambio de actitud
contribuyeron una serie de factores, que hicieron cada vez más mella en el
ánimo de Diocleciano. Los consejeros paganos le llegaron a persuadir de que
su gran empresa regeneradora del Imperio sólo podría considerarse
definitivamente coronada con la restauración de la religión oficial romana y
para ello era necesario la eliminación radical del Cristianismo. También
influyó la idea de que los cristianos, muy numerosos ya hasta en el propio
ejército, podían constituir un peligro interno por lo que había que depurar las
legiones. Parece muy probable que la influencia de Galerío, enemigo
acérrimo del Cristianismo y asociado por Díocleciano al poder como su
César, fuese una razón primordial de la reanudación de la política de
violencia contra la Iglesia.

La persecución de Diocleciano fue planeada por la suprema autoridad imperial,


que en poco más de un año promulgó cuatro edictos sucesivos, en los cuales
se marca el ritmo creciente de la acción emprendida contra la Iglesia. Un primer
edicto de 23 de febrero del año 303 ordenaba la destrucción de los lugares de
culto y de los libros de las Sagradas Escrituras, y la privación de derechos
civiles a los cristianos. Dos meses más tarde, en abril, unos disturbios
producidos en Siria y Mitilene, que se atribuyeron a los cristianos, sirvieron de
pretexto para un segundo edicto que dispuso el internamiento en prisión de
todo el clero, con el fin de privar a los fieles de sus pastores. Un tercer edicto
exigía a los clérigos encarcelados que sacrificasen a los dioses: los que
accedieran serían libertados y se daría muerte a los que rehusasen.
Finalmente, un cuarto edicto publicado en marzo del 304 extendió la obligación
de sacrificar a todos los cristianos.

El rigor con que fueron aplicadas estas medidas varió de una a otra región,
como reflejo de la división del Imperio. En toda la parte oriental la persecución
fue muy dura, y también en las provincias occidentales gobernadas por
Maximiano. En cambio, la persecución apenas se sintió en las Galias y en
Britanía sujetas al César Constancio Cloro, que veía con buenos ojos el
Cristianismo y se limitó a derruir algunos pequeños templos. En su balance
final, la persecución constituyó un rotundo fracaso. Hubo un cierto número de
lapsi -se llamó ahora traditores a los que entregaron, para su destrucción, los
libros sagrados-, pera en mucho menor proporción que en la persecución de
Decio.

Fueron, en cambio, muy numerosos los mártires y confesores. Entre aquéllos


se cuentan nombres famosos como los de Santa Inés, los santos médicos
Cosme y Damián, San Sebastián, etc. España fue quizá la región del Occidente
donde hubo mayor número de mártires, que fueron cantados por el poeta
Aurelio Prudencio. Destacaron entre ellos el diácono Vicente y las dieciocho
Mártires de Zaragoza y Santa Eulalia de Mérida. La Iglesia salió fortalecida de
la persecución, aunque ésta se prolongase en la parte oriental del Imperio
durante varios años más, después de la abdicación de Diocleciano y
Maximiano (1-V-305). Era la última prueba de la Iglesia, en su lucha heroica
sostenida durante siglos con la Roma pagana, y a las puertas estaba ya la
definitiva libertad del Cristianismo.
Por lo tanto, el 1 de mayo del año 305 los augustos Diocleciano y
Maximiano dimitían y se dedicaban a la vida privada. Diocleciano se
estableció en el palacio que se había construido en Spalatum (actual
Split)en la Dalmacia, rechazando las invitaciones de Maximiano para
intervenir en la grave crisis manifestada tras su retirada, que conducía a la
guerra entre sus sucesores.

Murió, retirado en su villa en el año 313.

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