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Cuando el diálogo, como forma de relación, fracasa, las personas se quedan instaladas
en formas automáticas disfuncionales y pobres; Las parejas en especial se limitan a utilizar
los recursos disponibles y preferidos por las conciencias primitivas: la agresión abierta o
soterrada, verbal o física, el sarcasmo, el distanciamiento emocional, etc. Este tipo de
intercambios disfuncionales producen cotidiana e inadvertidamente heridas cada vez más
dolorosas que a su vez reducen aún más la capacidad de escucha.
Este círculo vicioso termina por asfixiar cualquier relación, especialmente las de pareja.
Entre más se siente lastimada una persona al ser no escuchada, menos calidad de diálogo es
capaz de proporcionar y entre menos diálogo experimenta, es menos capaz de escuchar a
su vez, pues está más enredada en procesar las ofensas, roces y heridas que inevitablemente
surgen al calor de cualquier relación.
Para entender el mundo del otro no se requiere de una formación académica como
terapeuta, ni siquiera de largos y costosos entrenamientos: se requiere simplemente de
crecer como persona, y paralelamente desarrollar una cualidad básica: escuchar con respeto.
Escuchar verdaderamente no significa complacer al otro, ni resolverle sus problemas, no
significa tampoco estar de acuerdo con su manera de ver las cosas, ni cargar con sus
problemas.
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Son respuestas o llamadas barreras que ocurren de manera automática y dificultan la comunicación: Regañar,
aconsejar, burlarse, discutir, cambiar de tema, etc. (la docena sucia de Thomas Gordon es una versión de RAB´s)
Cualquier experiencia iluminada y penetrada con el faro de la escucha respetuosa y
aceptante se transforma en oportunidad de aprendizaje y crecimiento para la relación.
El silencio Interior
Escuchar es reconocer los sentimientos del otro –sin importar la forma o las palabras
utilizadas–; es enviar a través del humilde acuse de recibo un mensaje poderoso e invisible
de aceptación y respeto. Quien reconoce sentimiento del otro –manifiesto o escondido– con
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La palabra apego significa pegada al ego. Cada estado interior del ego es de alguna manera un adicto a
controlar, a complacer, a demostrar, a sentirse superior con sus sermones, etc.
todos sus detalles y matices, expresa a veces en una sola frase o palabra-reflejo, una
experiencia de comprensión profunda. Para ello es necesario permanecer en silencio no sólo
exterior –el cual ocurre cuando la persona no interrumpe y permite al otro terminar de decir
su experiencia– sino también en silencio interior, es decir con el botón en pausa de las
vocecitas, de todos los pensamientos, de todos los pericos mentales que internamente no
cesan de interrumpir el diálogo. La Meditación Vipasanna es de hecho una práctica
ancestral de silencio interior que consiste en observar los pensamientos sin subirse a ellos.
Sí, solamente desde este espíritu de observar los pensamientos “sin subirse a ellos” es
posible un verdadero acto de escucha donde el yo con toda su historia y prejuicios
desaparece para convertirse en la experiencia del tú. Y así, el silencio interior de pronto
desplaza a todas esas respuestas automáticas bloqueadoras que irrumpen con sus variadas
formas –criticar, aconsejar, confortar, sermonear, cuestionar, etc.–. Quien escucha al otro
no pretende convencer, explicar, razonar, aconsejar, ni siquiera calmar. La escucha
empática tiene como objetivo, simple y llanamente, entender. Y pueden dar respuestas de
empatía como las sugeridas en el cuadro: