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1. La asignación de recursos
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compartir servicios o incluso que esta actividad sea realizada por la Diputación
Provincial o por la CA.
Otra cuestión concierne al problema de revelación de preferencias hacia los bienes
públicos puros por parte de los integrantes de la comunidad. Ya tuvimos ocasión de
señalar que no resulta fácil determinar cuál es la demanda de bienes públicos, pues no
es plausible suponer que el individuo contestaría a la pregunta de cuánto estaría
dispuesto a pagar por disponer de él, cuando sabe que si el bien público se ofrece lo
conseguiría de forma inmediata con un precio igual a cero. La descentralización fiscal
de los bienes públicos ofrece una solución indirecta para este problema. Para ello
consideramos que existen dos jurisdicciones diferentes, una caracterizada por una
notable provisión de bienes públicos, y su correspondiente alta presión fiscal, y otra
en la que se ofrece una menor cantidad de bienes públicos, y se paga una menor cifra
de impuestos.
En estas circunstancias, los sujetos emigrarían hacia aquella comunidad que se
ajustase más a sus preferencias. Este fenómeno de revelación de preferencias
mediante la emigración fue denominado por Tiebout como votación con los pies que
nos ofrece argumentos en cuanto a la eventualidad de descentralizar las funciones de
distribución de la renta.
Por último, con conexión con el argumento anterior, es preciso señalar que el
conocimiento de las preferencias de los ciudadanos es más fácil cuanto mayor sea la
cercanía entre los electores y el gobierno que realiza las funciones de administración.
Nuestra discusión de este tema sugiere que los costes no son idénticos en todos los
posibles bienes públicos, sino que por el contrario podríamos encontrarnos con
funciones de coste total muy diversas, dependiendo del bien público que estemos
tratando.
Este planteamiento parece sugerir que cada bien público debería atribuirse a una
jurisdicción distinta, con el resultado lógico de que el número de niveles de gobierno
tendería a crecer, en principio de un modo ilimitado. Obviamente tal conclusión
parece muy poco razonable, pues cuanto mayor sea el número de unidades de
gobierno mayores serán los costes para gestionar todas estas entidades y para
asegurar la correcta coordinación entre todas ellas. Podríamos extender este tipo de
análisis para determinar no sólo la atribución de los bienes públicos a las diversas
jurisdicciones sino también para calcular el número óptimo de entes territoriales que
deberían crearse.
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B) Distribución de funciones en el caso del los fallos del mercado
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ventajas claras en las competencias en estas materias, deben tenerse en cuenta
algunos aspectos relevantes:
En los bienes preferentes que hemos señalado, aparecen evidentes características
de carácter distributivo. Tales rasgos plantean dificultades adicionales. En efecto,
supongamos que una CA opta por una combinación de elevada presión fiscal y buena
provisión de bienes preferentes, mientras que otra elige una imposición más reducida
pero con menor cantidad ofrecida de este tipo de bienes. En estas circunstancias, el
proceso defendido por Tiebout (votación con los pies) podría llevar a que la primera
comunidad atrajera a los individuos de rentas más bajas mientras que la segunda
recibiera a los de altas rentas, con lo que la política de la primera acabaría siendo
inviable.
Otro elemento, se refiere al hecho de la libre circulación de factores de
producción, y concretamente de la mano de obra, entre los distintos países miembros
de la Unión. Para mantener tal libertad resulta imprescindible que, en materia de
educación, existan normas comunes que permitan dar validez mutua a los títulos
académicos correspondientes.
Por último, si el país al que pertenecen las diferentes CCAA pretende asegurar el
principio de igualdad entre los ciudadanos, entonces, también el gobierno central
debe tener competencias en este tipo de materias, pues en caso contrario podríamos
observar la situación en la que una CA garantiza la educación gratuita y obligatoria
hasta los 16 años, mientras que otra rebaja tal nivel a los 14.
2. La distribución de la renta
Las competencias del sector público en materia de distribución de la renta son una
cuestión más que discutida y que para un importante número de economistas no está
demasiado fundamentada la idea de que el poder político pueda decidir sobre la
distribución de rentas realizadas por el mercado.
Ahora bien, si aceptamos, como punto de partida, que en las economías de mercado
se producen indudables desigualdades en la distribución de la renta y que su propia
pervivencia exige eliminar las disparidades más llamativas, entonces, la pregunta de
qué nivel de gobierno se debe hacer cargo de las principales políticas restridibutivas
resulta ser relevante.
En tal sentido, hay un cierto grado de consenso en que las grandes políticas de
redistribución de la renta tienen una mayor eficacia cuando se llevan cabo a escala
del país, o dicho en otros términos, si son competencia del gobierno central y que, por
el contrario, llevarían a situaciones insostenibles si se pretenden realizar en el marco
de la CA o mucho más si lo pretenden los propios entes locales. En ese sentido se
pueden apuntar las siguientes reflexiones:
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El análisis realizado por Tiebout "votación con los pies" demuestra que si una CA
elige realizar una política muy redistributiva, basada en tipos marginales muy altos en
el IRPF y el pago de pensiones y seguros de desempleo muy generosos, puede verse
enfrentada a la situación en la que la libre circulación de personas y recursos
productivos haga inviable su política.
Ello se debe a que los ciudadanos de rentas muy altas tratarán de salir de esa
jurisdicción, mientras que los posibles beneficiarios de este tipo de ayudas tratarán de
emigrar a esa CA, con lo que el resultado final sería financieramente inviable. Este
argumento, que constituye la defensa fundamental para atribuir al gobierno central las
políticas redistributivas, no está exento de críticas que parte, implícitamente, de una
movilidad absoluta de los ciudadanos entre unas Comunidades y otras. Además
determinados instrumentos de política de redistribución pueden estar supeditados al
cumplimiento de condiciones que impidan este fenómeno de atracción de candidatos
de bajo nivel, de renta. Las críticas al argumento basado en la “votación con los pies”
no nos parecen definitivas, sino que, como mucho, nos obligarían a reformularlo
diciendo, que, a largo plazo, los proceso de emigración e inmigración pueden hacer
inviable la aplicación de políticas redistributivas en el marco de las CCAA.
Otra razón que avala la realización de políticas de redistribución a escala nacional
y no local es la posible generación de comportamientos free rider.
Para ello consideramos que un ente local decide aplicar fuertes impuestos
municipales pero a cambio ofrece a sus ciudadanos una buena provisión de bienes
preferentes, como acceso a la cultura, con conciertos subvencionados, o al deporte,
con excelentes instalaciones deportivas. En estas circunstancias, los ciudadanos más
perjudicados por los impuestos municipales pueden optar por vivir en un término
municipal cercano, pagar menores impuestos pero aprovechar la oferta cultural o de
ocio que ofrece el ente local que adoptó la política redistributiva. El efecto final sobre
la viabilidad financiera de la política de redistribución es el mismo que el señalado en
el párrafo anterior.
Las consideraciones basadas en la movilidad plantean algún problema adicional
más para la atribución de estas competencias a las CCAA o, en mayor medida, a los
entes locales, aún en el caso de que se dieran las circunstancias defendidas por los
partidarios de la denominada economía de oferta. En efecto, consideremos que un
ente local o territorial decide reducir sus impuestos para atraer, por ejemplo, un
mayor número de empresas o de contribuyentes con elevada capacidad económica, y
prestar así unos servicios públicos mejores o mayor dotación de bienes preferentes o
de políticas de redistribución. Si esta política tributaria tiene un éxito inicial, puede
generar un proceso de emulación por parte de los territorios limítrofes cuyo resultado
final sea un nivel de recaudación inferior para todos los implicados, con peores
servicios o políticas redistributivas menos generosas.
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De un lado, podemos pensar que los modelos de "votación con los pies", que
constituyen la base fundamental de las críticas a la delegación de estas funciones a las
Haciendas territoriales, son incompatibles con la presencia de comportamientos
altruistas en los ciudadanos. Si consideramos que la desigualdad excesiva en los
niveles de renta es rechazada por todos los agentes económicos, entonces la
redistribución se presentaría como un bien público puro.
De otro, podríamos observar la existencia de políticas redistributivas en las CCAA
basadas en comportamientos cooperativos, voluntarios o no, de las mismas. En
efecto, supongamos que la CA X establece un programa de mantenimiento de renta
mínima. Si sólo este territorio lleva a cabo esta política redistributiva es posible que
acabe atrayendo a posibles beneficiarios de otras comunidades. Ahora bien, si el
ejemplo de la primera genera la emulación de los demás territorios, por sí mismos o
por la presión de sus votantes, entonces, con ventajas en cuanto a la información
sobre los beneficiarios y que no generaría ningún movimiento migratorio que hiciese
inviable su pervivencia. El mismo argumento podría aplicarse a los servicios
asistenciales realizados por los Ayuntamientos de las grandes ciudades.
A) Política monetaria
B) Política cambiaria
La fijación, de los tipos de cambio son una competencia unida a la política monetaria,
por ello, esta cuestión debe quedar en manos de las instituciones de la UE.
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C) Política presupuestaria
Este argumento avala que la política fiscal se atribuya al nivel central y no a las
CCAA. Debemos destacar las siguientes consideraciones:
D) Política de rentas
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4. El crecimiento económico