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Sarraute, Nathalie - El Silencio
Sarraute, Nathalie - El Silencio
Nathalie Sarraute
EL SILENCIO
(TEXTO RADIOFÓNICO)
Voces de hombres:
H. 1.
H. 2.
JEAN–PIERRE
Voces de mujeres:
M. 1.
M. 2.
M. 3.
M. 4. (Voz joven).
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esas infancias captadas en esas... en tanto... en esa dulzura... Usted lo
dijo de un modo maravilloso... ¿Cómo era?... Quisiera acordarme...
(Voces diversas)
M. 1. —Fue tan...
H. 1. —No, basta, les pido por favor. Ah, no, no se burlen de mí...
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ne, traté de detenerlos, pero no hay nada que hacer, ustedes atrope-
llan... como animales... Eso es... Ahora pueden estar contentos.
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H. 1 (indignado). —¡Yo soy inquietante! ¡Yo estoy loco! Por su-
puesto. Siempre es lo mismo. Pero ustedes, cuando salta a la vista...
Pero no me harán creer... Ustedes lo sienten como yo... Sólo que
simulan... Les parece más interesante hacer como si...
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M. 1. —Y bien, amigo Jean–Pierre, lo felicito. Usted hace cada co-
sa... a la sordina... ¡Pícaro zorro! Usted se da cuenta de lo que provoca,
ahí sentado, como si nada...
M. 2. —Se lo suplicamos...
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H. 1 (muy serio). —Lo único que usted quiere es tranquilizarnos,
¿no? Estoy seguro... Lo haría, si pudiera... Sin embargo se necesitaría
tan poco. Una sola palabra. Una palabra suya y nos sentiríamos
aliviados. Todos tranquilizados. Apaciguados. Porque usted sabe que
todos son como yo. Solamente que no se animan a manifestar nada, no
están acostumbrados... tienen miedo... nunca se lo permiten, usted
comprende... entran en el juego, como dicen, se creen obligados a hacer
como si... Una sola palabra, un pequeño comentario sin importancia.
Le aseguro que cualquier cosa arreglaría el asunto. Pero debe ser más
fuerte que usted, ¿no? ¿Usted está “amurallado en su silencio”? ¿Se dice
así?... Uno quisiera salir y no puede, ¿eh? Algo lo retiene... Es como en
los sueños... Lo comprendo, sé lo que es...
M. 2 (indignada). —Pero las cosas que hay que oír. Es posible que
yo también sea muy temerosa, muy reprimida; pero, por ejemplo, me
atrevo a decirle que deje tranquilo a ese pobre muchacho. Tiene una
paciencia... Yo en su lugar...
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H. 2 (con voz de circunstancias). —Ah no, yo me niego. No vamos
a aceptar eso. No, no tendría gracia. Caí en el juego. Empieza a diver-
tirme. Ya está: yo me niego (tono pueril) a contentarme con esas
apariencias sin importancia, con esas simplificaciones perezosas... No,
no, seamos sinceros... ¿No pasaba algo? ¿Una extraña amenaza? ¿Un
peligro mortal? Yo adoro las películas de terror, las novelas policiales,
saben. No nos vamos a quedar en eso: ¡Timidez! Bah. ¡Fuera esas
fórmulas prefabricadas! Quieren engañarnos. ¿Qué tiene que ver la
timidez con eso? Usted trata de adormecernos. A mí también se me ha
despertado el instinto de conservación. Veamos un poco. Acorralemos
el misterio, o más bien busquemos su origen. Todo empezó con un
comentario sobre los aleros como encajes pintados y los jardincitos
llenos de jazmines... A mí no me hacen [19] el cuento: no me olvido tan
fácilmente... Eso provocó las emanaciones, los desbordes, las sofoca-
ciones y los pedidos de socorro. Y ahora se quiere tapar todo eso con
timidez... como con una frazada que se arroja sobre la llama... Pero es
demasiado tarde, la cosa arde, chisporrotea... ¿no lo huelen?
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M. 3. —No, déjelo. Basta. El juego ha durado bastante. Pasemos a
otra cosa, ¿quieren? Ya no es gracioso. ¿Cómo conviene ir? Todavía no
nos lo ha dicho, ¿cómo se va a su país de ensueño?
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—Mi abuela... [20]
—“Mala literatura”.
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ganas de decir... ya cuando hablaron de timidez... Basta que se pongan
a hurguetear ahí adentro, como hacen ahora. Oh, nunca llegan muy
lejos, ya sabe, pero en fin, con seguridad encontrarán... Por empezar el
orgullo. Y de ahí a decir que usted está acomplejado... Le confieso que
yo también... a veces cuando usted se obstina... pero en el fondo, ya ve,
no creo... ¡Usted acomplejado! Qué locura... Usted que...
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M. 3. —Pero ahora le hace una escena. Lo insulta. Por Dios, es
demasiado gracioso.
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H. 1. —Ve, ellas lo creen estúpido. Bonito resultado. Pero a usted
probablemente no le importa. Por supuesto, eso le es igual. Si no, haría
un esfuerzo. (Suavizándose) A usted no le importa. Fui injusto, perdó-
neme. Yo en cambio, sabe, siento, siempre he sentido en usted... es por
eso que con usted... Si otro se calla, ni siquiera le presto atención. Pero
usted... sin necesitar mucha ciencia... Al contrario, eso estorba. Por eso,
los intelectuales a menudo... ya está... llegué. ¿Pero cómo no pensé
antes?... Pero sabe, no hay que creerlo. No de mí... yo, de ninguna
manera. Yo no, jamás. No soy uno de ellos. Les tengo horror... Mi
escala [22] de valores no es de ninguna manera la que usted piensa. De
ninguna manera. Con ellos es con quienes más a menudo me siento
peor. Son insensibles, son de palo... Ah Marianne, créame, no se
enamore nunca de un intelectual.
H. 1. —Por otra parte, yo, todos mis amigos... Siempre gente muy
simple, trabajadores manuales. En ellos se encuentra... Me acuerdo de
un carpintero... Me acuerdo... Por otra parte, no sé por qué digo esto...
Hay buena gente en todos lados... hay entre los intelectuales... ¿Qué es,
por otra parte, un intelectual? ¿Eh? Habría que ponerse de acuerdo...
Por supuesto usted es uno de ellos... Si lo consideramos de esa manera.
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H. 1. —Tiene razón. ¿Dónde se los encuentra? Y además, en el
fondo, ¿eso qué quiere decir? No, yo decía eso porque hay gente que
tiene prejuicios... en cuanto huelen un intelectual... es como si... es una
especie de odio... los persiguen desde la infancia. Yo conocía una
familia... Y bien, los padres tenían una especie de repulsión... Los
pobres deben producir muchos hijos mártires... Por ejemplo, Any, la
hija de los Mere... Una alumna modelo... la verdadera sabihonda... una
verdadera viejita.... Tengo que decir que a mí también me despierta
instintos...
M. 2. —Sí, lo comprendo...
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(Voces diversas) [23]
—No...
—No, nada...
—¿Oído qué?
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Tragábamos derecho financiero para el examen. Y yo le dije: (Se tienta)
Mire ese sauce, esa luz... no sé qué estupidez de ese tipo... esos reflejos,
allá, en el agua... Ella ni dio vuelta la cabeza, siguió con la nariz en sus
apuntes... Lo repetí... Y ella, con gesto severo, me hizo una pregunta
sobre la prórroga... Y bueno, sentí que todo se desmoronaba... Nunca
pude explicarle. Todo se vino abajo. Ella nunca comprendió. Toda mi
familia. La de ella. Estaban tan contentos... “Es patológico”: me acuerdo
que mi hermano me había dicho eso. Estaba furioso... Es patológico en
mí. Es cierto, tenía razón... Es porque ...
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qué tenía que imponerme... Usted se retracta. Más fuerte... Oh, se aleja
más, quédese ahí... (dirigiéndose a los demás) pero hagan algo, por
Dios. Muévanse de una vez, esto se hace insoportable, es indecente.
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dos, aire misterioso. No me extraña que todos sus contemporáneos
hayan caído bajo su encanto.
M. 2. —Pero...
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M. 3. —Chist...
(Silencio)
(Los demás)
—Tampoco en mí.
—Ni en mí.
—Ningún peso.
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trabajado. Soy un perezoso, usted lo ha dicho, lo estoy oyendo. Un
inservible, [26] un trepador, quise conmoverlo sin gasto, sin esfuerzo;
quise impresionarlo, labrarme un pequeño éxito, así, charlando.
Hubiera sido necesario que me reventara con el sudor de mi frente, que
pasara noches en blanco. Que les encontrara un estilo a esos aleros.
¿Eh? ¿No es así? Eso es lo que usted no perdona. Cada cosa en su lugar.
En una antología de poemas, usted se habría atrevido... No, discúlpe-
me. ¿Por qué atrevido? Quizás usted hubiera saboreado de veras, en la
soledad, esta quintaesencia, esta...
H. 1. —Eso es. ¿Oye? Eso no vale nada. Pacotilla. Sólo sirve para
conversaciones. Apenas. Nuestras conversaciones. Ya lo ven, a un
hombre de gusto refinado lo asquean. Sabe que usted es saludable. La
gente como usted es necesaria. Hacen progresar... Llevan alto la
antorcha...
(Grita súbitamente)
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bruta. La forma trabajada. Usted es práctico. Y lo que llama sentimen-
talismo... Oh, los dos no cabemos en el mundo. Yo no puedo vivir
donde está usted. Me ahogo, me muero... Usted es destructor. Lo voy a
someter. Lo voy a forzar a arrodillarse. Yo le voy a describir esos
aleros, y se lo obligará, quiera que no. Usted será forzado... ¿Repitió
forzado? Usted ha dicho forzado, riéndose.
(Un silencio)
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dignos llegan a una región superior, paralizan con su presencia las
voces y los corazones...
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parecidos, hermanos, todos iguales... y resulta que entre nosotros... que
uno de nosotros... oh, no lo puedo soportar... miren cómo hace sonar
los dedos... esa mueca que hace... dentro de un instante va a... tiene la
mirada vaga... se levanta... ya no está aquí... oh... oh... vamos... Vamos,
señoras y señores, un esfuerzo, les ruego. Jean–Pierre, voy a con-
[28]tarle... No, no tema: no sobre los aleros, nada sobre esos malditos
aleros... que se vayan al diablo... (Risas) Voy a contarle algo muy
gracioso. Un cuento. Sé muchísimos. Me encanta contarlos, escuchar-
los. Como a uno de esos dos amigos, ¿sabe? ¿Conoce el cuento? Siempre
se contaban los mismos cuentos. Al final los habían numerado. Bastaba
que uno le dijera un número al otro, por ejemplo 27... y el otro, después
de unos instantes, se echaba a reír. Contestaba: 18 y el amigo se reía a
carcajadas... Es gracioso, ¿no?
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M. 1. —Ja, ja, yo soy así... Mi marido siempre me reprocha que
hable así. “Está bien...” cuando he visto una exposición de cuadros o
cuando he leído un libro. Ya desde niña me parecía a ese chico. Mi
padre pregunta qué aprendí en historia y le digo... (cada vez más
vacilante) pero no sé por qué cuento esto. Por otra parte, es casi lo
mismo... repetirse... en fin... le digo: estudiamos el Renacimiento... Y
como mi tono era muy vago... mi padre odiaba eso... me dice: “Enton-
ces, qué es el Renacimiento, no creo que sepas qué es...” Y yo le contes-
to: Era algo bueno, no... (Risas diversas) Pero es una idiotez. No sé por
qué...
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M. 3. —¿No la quiere triste? ¿Desengañada? ¿Nostálgica? ¿Así no?...
H. 2. —Usted sabe que Marta hace que nos las veamos negras. Us-
ted sabe que Marta nada muy bien, pero tiene un defecto, no sabe hacer
pie...
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to... ¡Haga pie! Pie, le digo... Me desgañito... La gente se muere de risa:
Si hace pie... En resumen, era graciosísimo...
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candor esparcido por todas partes... Y en las iglesitas, en las capillas...
Vale la pena ir únicamente por ellas, nada más que para verlas, saben...
La más pobre tiene tesoros... frescos... asombrosos... (más fuerte) de
inspiración bizantina. (Articulando cada vez más) Como las de esa
región de Macedonia (un poco mecánico) del lado de Gracánica y de
Decania... En ninguna otra parte, ni siquiera en Mistra, podrán encon-
trar otros tan perfectos. Especialmente hay un pueblo, no me acuerdo
cómo se llama, pero lo puedo encontrar en el mapa... allí se ven frescos
admirables... de una riqueza incomparable... Es un arte bizantino
liberado, que estalla... (seguro de sí) por otra parte, hay un libro
notablemente documentado sobre el tema, con reproducciones sober-
bias... de Labovic...
H. 2, MUJERES:
—¿Lo oyen?
—Habló.
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H. 1. —Soders... Creo... Puedo darle la referencia.
M. 3. —Su silencio...
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