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HISTORIAS DEL MÁS ACÁ

(1987-1996)

Chumy Chúmez

Edición:

Julio Pollino Tamayo

cinelacion@yahoo.es
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PRÓLOGO

Empiezo con una teoría personal, el talento siempre se hereda por vía materna,
las raíces también. Por mucho que hayas nacido en un lugar, tu procedencia
siempre será dual, la tuya y la de tu madre. Chumy Chúmez, José María
González Castrillo, nació en el País Vasco, su madre en Valladolid, luego Chumy
Chúmez es vallisoletano por poderes, algo que se nota en su sombrío, fatalista,
humor castellano (“—¿Qué es el sentido del humor? —No lo sé, a mí me lo
regalaron mis padres al nacer.”). Negritud que se potencia por el origen abulense
del padre, también tenía casa en San Esteban de Gormaz (Soria), vamos que es
un vasco circunstancial, como el charro Unamuno, un maqueto como él mismo
se definía. Expuesta la teoría vayamos al ditirambo, a la exageración. Chumy
Chúmez es el mejor humorista gráfico que ha dado este país, un país de grandes
humoristas gráficos, de genios de la altura de Tono, Mihura, Summers o Saltés.
El más gracioso es sin duda Summers, el más entrañable Tono, el más tierno
Mihura, el más intelectual Saltés, pero Chumy Chúmez es el mejor de todos
porque a mayores de ser el más profundo, oscuro, malostiado, es el que mayor
conciencia social tenía, también es el mejor dibujante, pintor. Nadie es capaz de
manejar tan pocos elementos con tanta precisión, concisión, elegancia, el suyo es
un expresionismo minimalista más cercano a Grosz que a Goya, con el que
comparte la brutalidad, la transparencia en la crítica. Una esencialidad,
contundencia, en el trazo, que se adapta como un condón de látex a su humor
negro, cortante. Su nihilismo compasivo, humanista, le emparenta con el gran
humorista filósofo Emil Cioran, Chumy Chúmez es también un genial aforista,
sus viñetas no son más que sentencias, en su doble acepción, la muerte, la
enfermedad, eran sus dos grandes obsesiones. Chumy Chúmez suelta las
verdades del barquero en cada dibujo, te deja la carcajada congelada, una risa
más de desesperación, de angustia, que de placer, lo suyo es la gravedad de
Quevedo, no la gracia ligera de un Góngora. Chumy Chúmez editorializa como
El Roto pero no se queda solo en el sermón intelectual, aporta un extra de mala
leche, de sangre, de verdad, de inmoralidad. Chumy Chúmez se ríe
constantemente de la muerte, de sí mismo, y eso es algo que muy pocos
creadores españoles han tenido el valor de hacer. Una mezcla perfecta de
Unamuno, Machado y Juan Ramón Jiménez, con ese toque de salvaje ingenuidad
que tenían Lorca y Mihura. Un derroche de talento desnudo que lógicamente
desborda, descoloca, al espectador, al compañero de profesión, que por
comparación se siente un cero a la izquierda, un impostor, un vulgar comentarista
de la realidad. Chumy transforma la realidad, la anécdota, el sufrimiento, en arte,
lo que viene siendo un místico con sentido del humor. Sus artículos, novelas,
brillan a la misma altura, comparten idéntica brutalidad (sobre todo sus tres
grandes novelas “Yo fui feliz en la Guerra” (1986), “Por fin un hombre honrado”
(1994) y “Hacerse un hombre” (1996)), falta de filtro, son lo contrario a lo
políticamente correcto, son provocaciones, sarcasmo, paradojas, a destajo,
surrealismo blanco, costumbrismo escatológico, sexo y muerte, para que más.

Julio Pollino Tamayo

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EL “TEST” DE LA CARIDAD

PARA conocer el alma humana —la propia y la ajena— yo suelo hacer con
frecuencia experimentos psicológicos. El último consistió en enviar cada cinco
minutos un pobre a pedir limosna al domicilio de un amigo mío con fama de
caritativo y piadoso. Los resultados del “test” fueron aterradores. Véanlos:
—Al primer pobre que llamó a su puerta le dio cien pesetas y le prometió
ocuparse de sus problemas, que escuchó con paciencia y atención. Al segundo
pobre le dio solamente veinticinco pesetas y le preguntó cómo había entrado en
la casa. Al quinto pobre le dijo secamente: “¡Dios le ampare!”, y le cerró la
puerta en sus narices. Al décimo no le abrió después de ojear a través de la
mirilla. Al siguiente le insultó y cuando comprobó que se había ido bajó a hablar
con el presidente de la comunidad de vecinos para exigirle que se controlase
quien utilizaba el portero automático. Al décimo quinto escribió una carta
violenta a varios periódicos hablando de la plaga de parásitos y falsos mendigos
que no dejan en paz a las gentes respetables y son un peligro para la estabilidad
social del país. Al decimonoveno llamó personalmente al Ministerio del Interior
para pedir protección contra unos desalmados que estaban atropellando la
intimidad de su hogar. Al vigésimo —en el Ministerio, naturalmente, no le
hicieron caso— consultó en una agencia los trámites que eran necesarios para
conseguir una licencia de armas cortas.
Dejé de enviarle falsos mendigos por temor a que mi piadoso amigo cometiese
la barbaridad de asesinar a uno de ellos. Luego me pregunté: “¿En qué número de
mendigo es moral pasar de la piedad a la ira?”. Yo, lo confieso sin vergüenza,
creo que en el cuarto.
—¿Y usted? ¿Cuántos mendigos es capaz de soportar sin desear su
internamiento en un campo de concentración? Responda sinceramente y
comprobará que es usted mucho más egoísta de lo que creía.
Es que no somos nada. Sobre todo los mendigos.

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MILLONES DE ESPAÑOLES VULNERAN IMPUNEMENTE
LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA

ASÍ es, desgraciadamente. Y con el beneplácito del Gobierno, tan severo,


cuando les conviene, en la rigurosa aplicación de las leyes.
Los padres probeta de la patria lo dejaron taxativamente expresado en el
artículo 35, apartado 1, de la citada Constitución: “Todos los españoles tienen el
deber de trabajar y el derecho al trabajo...”
¿Cómo se consiente, pues, que tres millones de españoles estén parados
infringiendo alevosamente el deber de trabajar que ordena el artículo citado?
¿Para eso se escriben las leyes? Si usted, por ejemplo, no cumple el artículo 31,
que dice: “Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos...”, va usted
listo. Caerán sobre usted inspecciones, apercibimientos, multas y hasta el
deshonor por su indigno comportamiento antipatriótico. Pero si está usted parado
y no cumple con su deber de trabajar, vivirá tranquilamente, aunque eso sí, con el
continuo riesgo de morirse de hambre. Pero es su problema.
Pero no para ahí la cosa. ¿Y los que tienen derecho al trabajo y no lo cumplen?
Millones de españoles trabajan teóricamente, pero no dan golpe. Se pasan
mañanas enteras leyendo la Prensa deportiva o dándose largos paseos en
manifestaciones autorizadas, en vez de leer, para cumplirla, la Constitución,
como es su obligación. Nuestra productividad, comparada con la europea, es
raquítica, y la mayoría de las veces anticonstitucional.
Sé que me pongo un poco pesado, pero hay cosas que desalientan a los
verdaderos patriotas. Mañana mismo, a las ocho de la mañana, quiero verles a
todos ustedes en su puesto de trabajo, como es su deber. Ni uno sólo parado.
Lo ordena el artículo 35 de la Constitución española.
¡He dicho!

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DE LA FELICIDAD CONYUGAL

TODOS sabemos que la vida matrimonial es difícil y las relaciones de la pareja


muy complejas, pero todas las dificultades se resuelven siempre con un poco de
amor y comprensión mutua.
El otro día le dije a mi señora que pensase un número. Ella meditó un momento
y me dijo: “¡Ya está!”. Yo reflexioné otro momento y le dije: “¿A que has
pensado en el número 143.727?”. Ella me miró con asombro y murmuró,
admirada de mi talento: “¿Pero cómo es posible que lo hayas adivinado? ¡Eses es
exactamente el número que he pensado! Esto no es azar, esto es algo que nos
une, ¿no lo crees?”. Yo sonreí con satisfacción y orgullo. ¡Lo había conseguido!
Tengo la seguridad absoluta de que ella no había pensado ese número, que había
pensado el siete, como todo el mundo, pero dije el 143.727 para estudiar su
reacción. Sé que ella me mintió por amor, por halagar mi vanidad. Yo también,
por amor, fingí que le creía, pero tengo la certeza de que María (María es mi
señora) sabe muy bien que yo sé que ella sabe que yo sé que ella no cree que yo
crea que ése sea el número en el que ha pensado.
Esa mentira compartida nos unió más todavía. Nos fuimos a cenar para
celebrarlo y de ese día de felicidad nació nuestro primer hijo, que,
desgraciadamente —y quizá por nuestra culpa—, no consigue aprobar jamás las
matemáticas. Confunde los números y no hay manera que aprenda a multiplicar.
Creo que la culpa es nuestra y esa duda me roe el corazón. Y a mi mujer
también, pero por sinceridad nos lo callamos, no hablamos de nuestro sentido de
culpa, pero somos felices con nuestras mentiras nacidas del amor.

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CÓMO HACERNOS TODOS MILLONARIOS
EN VEINTICUATRO HORAS

EL dinero no da la felicidad, dicen, pero por si acaso es mejor comprobarlo


personalmente. Por eso mi obsesión es la riqueza. Pero no de mi propia riqueza
(soy lo suficientemente rico para comprobar la verdad de ese aserto), sino de la
riqueza de todos los habitantes del mundo, sobre todo de los que carecen de ella,
y creo que he encontrado la fórmula para conseguir esa idea que parece utópica.
Es muy sencillo. Basta con que cada uno de nosotros dé una peseta, ¡una sola
peseta!, a todos los habitantes de la Tierra. Así todos conseguiríamos con este
sistema de limosna universal cuatro mil millones de pesetas.
Sé —como algún lector habrá calculado rápidamente— que la riqueza de esa
riqueza es una falacia. Todos recibiríamos el mismo dinero que tendríamos que
dar al mismo tiempo. Eso no lo ignoro. Ya he pensado en eso. El truco consiste
en devolver a los demás el dinero que recibamos veinticuatro horas más tarde.
¿Saben ustedes el interés que produce ese dinero en un solo día? Compruébenlo:
al 10 por 100 anual, cuatrocientos millones de pesetas al año. O sea, ¡más de un
millón de pesetas al día! Ahí está el truco; el invento, mejor dicho, financiero. Se
movería mucho dinero, pero cada participante obtendría un millón de pesetas en
veinticuatro horas.
Para usted y para mí eso no es mucho, pero ¿sabe usted lo que significa un
millón de pesetas para un niño de pecho de Etiopía? Algo inimaginable para su
mente infantil. Ni siquiera sus padres serán capaces de comprender tanta
grandeza.
Yo ya he lanzado la idea. Ahora la Banca internacional tiene la obligación de
ponerla en marcha. En sus manos está la felicidad de millones de hambrientos y
menesterosos.
Por mi talento sólo pido que se me erija una estatua, y de oro macizo a ser
posible. Me lo merezco, creo. ¿O no?

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VIDA TRÁGICA DE “X”

HAY gentes que parecen señaladas para que el Destino se vengue en ellas de no
se sabe qué oscuros rencores asesinos.
Este es el caso de un niño que ni siquiera tuvo nombre y al que llamaremos
“X”, maltratado cruelmente por el destino adverso citado. Tanto el prenatal como
el posnatal.
Nacer les costó un esfuerzo sobrehumano. Sus padres no se amaban y no
querían hijos, pero el azar ordenó que una noche su mamá se olvidase de tomar la
píldora y eso le dio ocasión al futuro “X” de competir con millones de rivales y
salir vencedor por una milésima de segundo en una carrera que le dejó exhausto.
El fue el primero —y único— fecundador del óvulo de mamá. No llegó el
segundo de milagro, pero venció y pudo nacer.
Pero le esperaba otra prueba, una terrible prueba. Su padre tomó la decisión de
condenarle a la nada, pero “X” también sobrevivió porque su madre se negó a
abortar, aunque esa decisión fue causa de la destrucción del matrimonio. Ella no
aceptó el infanticidio, pero del disgusto casi lo consigue involuntariamente. “X”
nació prematuramente, de una “premadurez” excesiva. Tres meses antes de lo
aconsejable. Pero nació.
Detrás de sus arruguitas se adivinaba un hombrecito vivaracho, de ojos azules e
inteligentes. Su mamá lloró de alegría cuando los médicos le aseguraron que se
salvaría. Miró al fruto de sus entrañas y alzó los ojos al cielo inundada de
gratitud. Y ahora empieza lo de la tragedia posnatal de “X”. En aquel mismo
momento un relámpago inimaginable rasgó la luz de los cielos y con las
solemnidades que esas ceremonias requieren fue anunciado públicamente el fin
del mundo. Y el de “X” (q.e.d.p.) que sólo vivió en este mundo unos minutos.
Como digo, hay gentes que parecen escogidas para que el destino se vengue en
ellas de no se sabe qué oscuros rencores asesinados. “X” era una de ellas.

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TIEMPO SIN HÉROES

VIVIMOS un tiempo sin héroes. Los héroes clásicos, los de las grandes
hazañas, los que eran admirados y hasta temidos por los dioses han muerto.
Ahora somos pequeños héroes, diminutos heroitos, heroititos sin la grandeza de
los héroes que conocieron nuestros abuelos, aunque quizá estos pobres
innumerables heroititos podrían transformarse en unos grandes héroes con un
buen agente de relaciones públicas que orease sus grandiosas hazañas. Necesitan
urgentemente un Homero.
¿Se imaginan ustedes una muchedumbre de desheredados, de desarrapados, de
muertos de hambre que desfilasen por el centro de la ciudades con el orgullo de
ser lo que son, con el gigantesco orgullo de saberse escogidos para soportar la
injusticia, la humillación y la miseria? Sería el gran desfile de los héroes
modernos, de los que descienden de Job y no del divino Hércules.
Pasarían por las avenidas desplegando al aire sus harapos, la frente sarnosa
señalando el cielo con el orgullo de quienes se saben elegidos, seguidos por la
tropa hambrienta de sus hijos y sus mujeres, demostrándonos con sus miradas
que son más que nosotros porque padecen la segregación y la pobreza sin abdicar
de su condición de hombres.
Millones y millones de estos pequeños heroititos pasan ignorados por la vida e
ignorantes de que solamente con que nos mostrasen su grandeza, su capacidad
para aguantar lo inaguantable, su dignidad que les impide pegarse un tiro o
pegárselo a los demás, se ganarían la admiración de las gentes mediocres como
nosotros que no tenemos la suerte de vivir como perros pero heroicamente como
ellos.
Quizá hasta podrían tener la suerte de que la televisión transmitiese en directo
su desfile. Por el Segundo Canal, naturalmente.

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LA METAMORFOSIS

TODOS conocemos el relato de Kafka que nos describe el horror que sufrió
Gregorio Samsa al despertar una mañana, tras un sueño intranquilo, convertido
en un monstruoso insecto.
Comprendo su horror, pero el horror que yo he sentido esta mañana, al
despertar también después de un sueño intranquilo, es superior al del desdichado
Gregorio.
Me he levantado con una angustia inédita en mi biografía, pródiga en angustias,
me he dirigido al baño y estupefacto, al verme reflejado en el espejo, me he visto
convertido en mí mismo.
No podía creerlo. ¿Qué me había pasado? Me acerqué al espejo. No soñaba, no.
Era yo, pero mi rostro era de una vulgaridad estremecedora. Estaba encanecido,
viejo, sin brillo en la mirada; mi piel resbalaba hacia la tierra dándome una
expresión de cansancio que yo no había advertido anteriormente.
Quise palparme los bíceps, pero sólo toqué un hueso apenas cubierto por un
pellejo desfallecido. Lo mismo sentí cuando palpé mis muslos.
Me desnudé y me miré de espaldas. El espejo fue inmisericorde conmigo. Me
quedé aterrado. Mis glúteos parecían mojama, una mojama blanda cruzada con
higos secos. Y así el cuerpo entero.
Mi mujer y mis hijas, al verme, no dijeron nada, lo que aumentó mi angustia.
¡Luego yo era así, tenía ese aspecto desde hacía algún tiempo! ¡Quizás años! ¡Y
yo no lo había advertido hasta entonces!
—¡Santo Dios! —exclamé para mis adentros, como exclamó Gregorio Samsa
cuando vio sus patitas de insecto agitarse en el aire de su dormitorio.
Me dirigí como siempre a la oficina, pero durante todo el viaje fui llorando
desesperadamente.

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LA INSEMINACIÓN “IN VITRO”

LO malo de la inseminación “in vitro” es que pronto acabará en una vulgar


inseminación “in plástico”.
Verán ustedes: lo difícil es inventar y dar los primeros pasos. De eso se ocupan
honradamente los científicos. El proceso sigue después en manos de oportunistas
y comerciantes y entonces acontece el desprestigio de la ciencia, porque las
nuevas investigaciones sólo buscan el dinero y no la verdad.
Ahora, por ejemplo, son fecundadas “in vitro” muy pocas mujeres y siempre
bajo control médico, pero dentro de poco se simplificará el método y lo
podremos hacer cómodamente en casa. Con un poco de higiene, un par de
emulsionantes y un buen baño María, los matrimonios podrán seguir el embarazo
en sucesivos frascos que se irán cambiando hasta llegar a tener al noveno mes el
tamaño de una garrafa como un abdomen. El parto se parecerá al descorche de
una buena botella de champaña. El tapón saltará en la fecha prevista y nacerá el
niño envuelto en burbujas y se arrancará a reír, porque los niños sin cordón
umbilical no llorarán.
Esta nueva manera de ser paridos será aceptada universalmente, pero habrá que
tomar precauciones para evitar accidentes durante el embarazo. Los frascos
tendrán que estar en lugares cálidos y secos, fuera de las manos de los niños, y
deberán llevar una etiqueta indicando su contenido como algunas medicinas
llevan la etiqueta de “Cuidado: veneno”.
A pesar de todo ocurrirán desgracias, y más de una vez una madre angustiada
preguntará:
—Luisito, ¿has visto una botella de Coca-Cola que había sobre la cómoda?
El rubor del culpable será el delator de su fechoría. Y la madre exclamará
aterrada:
—¿¡Qué has hecho, Dios mío?! ¡Te acabas de beber a tu hermanino!
Por eso hay que andar con cuidado con las nuevas técnicas y su degradación
paulatina. Como he dicho al principio, acabaremos viniendo a este mundo
después de pasar nueve meses en un botellón de plástico al que añoraremos en
nuestra vejez como añoramos ahora a mamá en las interminables tardes de la
melancolía.

12
EL TIMO DE LA ESTAMPITA

ESTE es un timo que se pone de moda cada cuatro años y en el que todos
picamos ingenuamente a pesar de que nos han engañado muchas veces con el
mismo truco en nuestra vida.
Unos señores se acercan a ti con grandes muestras de cariño y te halagan y
elogian tu inteligencia, tu sensibilidad, tu capacidad para comprender las nuevas
soluciones para los viejos problemas sociales. Una vez debilitado por los halagos
recibes las promesas más esperanzadoras para tu futuro, en de tu familia y el de
todo el país. Te hablan de las grandes reformas que se van a llevar a cabo; de la
justicia y celeridad con que se aclararán las querellas; de la abundancia que
brotará en los años venideros; del amor de unos a los otros que hará brotar esa
abundancia; del esplendor cultural que nos aguarda y que dejará atónito a
Pericles en su residencia en el Parnaso; de los maravillosos días que esperan a
nuestra ancianidad acogida en palacios habitados por encantadoras señoritas que
se ocuparán de todas nuestras necesidades; de un futuro, en fin, que jamás fue
vivido nunca por nadie en este mísero mundo.
Después, cuando advierten que has creído sus palabras, te dan la estampita
dentro de un bello sobre de mil colores. Y les obedeces y vas y les votas.
Porque eso es lo único que quieren de ti: que les des tu voto.
Tres meses después compruebas que has sido miserablemente timado. Nada de
los prometido se cumple, todo sigue igual que antes. Juras no volver a caer en la
trampa, pero cuatro años después, de nuevo unos señores se acercan a ti dando
grandes muestras de cariño y te halagan y elogian tu talento y tu sensibilidad y tu
patriotismo.
Y otra vez vuelves a picar y otra vez les das tu voto. Cuatro meses después
volverás a estar arrepentido.
Y así por los siglos de los siglos si Dios no lo remedia.

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CONSOLAR A LOS ENFERMOS

ME refiero a los enfermos de los oídos, a los pobres desdichados que se están
quedando sordos, como yo. Cuando se enteran de tu desgracia, todos quieren
consolarte y lo hacen siempre desde uno de los planos de la siguiente escala:
Más del 70 por 100 de los que escuchan tu confidencia dicen siempre la misma
frase. Es una ley inexorable, dicen: “¡No te preocupes! ¡Total, para lo que hay
que oír!”
Después vienen, en un porcentaje sensiblemente inferior, los que te recuerdan
que Goya también fue sordo y tratan de consolarte diciéndote que en el fondo los
sordos que dibujan, como yo, son afortunados porque su desgracia les agudiza el
sentido de la observación.
A continuación te citan la ejemplaridad del comportamiento de Beethoven, que
padeció una sordera más trágica que la de Goya, puesto que, como ustedes no
ignoran, Beethoven era músico.
Llegan por fin los eruditos que te cuentan que Jonathan Swift también padecía
síndrome de Meniére y ahí está su obra inmortal “Los viajes de Gulliver”.
Hay al final los padecedores del mal, que están enterados de todo lo referente a
su enfermedad. Son los que te dicen que Julio César, al parecer, no padecía
epilepsia como se creía hasta ahora, sino el síndrome citado, y que sus caídas
súbitas y su pérdida de conocimiento eran debidas al oído medio y no a la
electricidad de sus neuronas.
Todos estos consuelos nos hacen sentirnos superiores por encontrarnos entre
genios que sufrieron las mismas desdichas que nosotros. Son los consuelos
culturales. Luego vienen los familiares, los que te cuentan los sufrimientos de sus
parientes que también son sordos. Y como remate a tanta amabilidad está el
consolador sincero que te dice la verdad:
—Pues peor es el cáncer. O sea, que no se queje usted, señor Chumy.
Yo pienso que tiene razón y me callo. Sigo mi camino y, aunque me he
prometido no volver a hablar de mis enfermedades, al primero que se cruza en mi
camino le digo: “Me estoy quedando sordo”, y espero oír sus palabras de
consuelo para colocarle en el lugar de consolador que le corresponde.
Así nos divertimos los sordos.

14
IRRITAR EL ECO DE MARGUNCIA

YO estaba harto de los elogios que todos dirigían al famoso eco de Marguncia,
de la fidelidad con que repetía las frases que se le gritaban, de su dominio de
todas las lenguas europeas, bien la inglesa, bien la francesa, la vasca, la búlgara o
la etcétera. Así que un día, harto de tantos mimos y halagos a sus virtudes
repetitivas, decidí irritar al eco de Marguncia.
Era un hermoso día de otoño. Los pájaros reían sus alegres trinos que el eco
repetía incansablemente. También repetía el susurro de los limpios arroyuelos
que corrían a su lado. Llegué hasta el punto exacto donde —decían— las voces
obtenían la mejor repetición del eco. Coloqué mis manos en las mejillas, las
palmas frente a frente, hinché los pulmones al aire y fingí un grito atronador.
Parodié los gestos del alarido, pero no emití sonido alguno. Luego esperé.
No tuvo respuesta mi falso grito, pero un leve aliento que se oyó en el lugar
donde brotaba el eco me confirmó su sorpresa. Repetí varias veces el silencioso
gesto del grito y el eco siguió en silencio, pero el leve aliento primero se oyó más
acusado.
A las dos horas de repetir la trampa noté que el eco estaba impacientándose. Le
oía moverse, respirar con una impaciencia no exenta de ira y me di cuenta que
iba a vencerle, que iba a caer en la trampa de mi juego.
Seis horas después el eco no pudo contenerse y me gritó:
—¡Imbécil! ¡Di algo! —le contesté regocijado.
El eco, ofendido, no repitió, como era su deber, mi frase. Y yo me marché
orgulloso de mi victoria.
Antes de desaparecer de la vista del eco pude oír que me dirigía unos insultos
soeces y desvergonzados, pero no me di por aludido y seguí mi camino. Este
importante acontecimiento ocurrió, como digo, en el famoso eco de Marguncia,
el 14 de octubre de 1985, festividad de San Calixto, a las nueve y cuarto de una
mañana soleada y primaveral a pesar de ser otoño.

15
LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD
CONTADA POR UN SÁDICO

DIEZ años después de su merecida expulsión del Paraíso,Adán y Eva tuvieron


dos hijos. Uno de ellos, Caín, mató a su hermano a quijadazos, dejándole
desangrando en el desierto donde su cuerpo fue devorado por los alacranes y
otros insectos inmundos hoy extinguidos.
Siglos después los persas atacaron Grecia y murieron a millones en la batalla
de las Termópilas, donde sus defensores los espartanos también murieron con sus
cuerpos desgarrados que quedaron al aire, infectando de miasmas las llanuras de
Ática.
Más tarde los romanos crucificaron a Jesucristo que sufrió como hijo de Dios
que era, mansamente, las espantosas torturas de su suplicio. Millones de
cristianos fueron devorados por las fieras en Roma. Sus restos sanguinolentos
fueron la base de la famosa cocina italiana aún en uso.
Durante la Edad Media cientos de miles de herejes fueron quemados vivos
inundando de olores fétidos los burgos y las campiñas donde morían a millones
los apestados que iban enloquecidos por los caminos en busca de un calmante
para sus terrores.
Después se descubrió América. Los ingleses no dejaron un solo aborigen vivo
en lo que hoy se conoce como Estados Unidos de América, quienes durante la
guerra del Vietnam causaron horrorosas quemaduras con el napalm a cientos de
miles de niños inocentes.
En la primera guerra mundial, sólo en la batalla de Verdum, fueron destrozados
por los obuses un millón de combatientes que con las tripas al aire cantaban “La
Marsellesa” por un lado y “Lilí Marlén” por el otro, antes de expirar presos de
insoportables sufrimientos.
Más tarde, en la segunda guerra mundial fueron gaseados y asesinados millones
de judíos y más millones, incontable número de millones, de no judíos también
sufrieron torturas y muertes. Afortunadamente ya estaba inventado el cine y
ahora podemos ver cómodamente en nuestros vídeos los estragos que causan en
los cuerpos de las víctimas la violencia de sus torturadores.
De todos estos heroicos acontecimientos no queda ni un solo testigo.
Actualmente llevamos unos años sin hechos heroicos que comentar, pero en
venganza por la mansedumbre de los hombres ha aparecido una desconocida
alimaña microscópica conocida por el nombre de Sida y que, según informan los
expertos, va a dejar en paños menores las grandiosas aventuras y conquistas de
los hombres. Así sea.

16
TAMBIÉN LOS PRECIOS DESORBITADOS
TIENEN SUS VENTAJAS

No sé dónde fue, pero también a mí me contagiaron la depresión. Quizá fuera


en un retrete público, donde se cogen tantas enfermedades; quizá fue en un hotel
donde pasé una noche con una desconocida, pero el caso es que un día dejé de
tener ganas de vivir. Lógicamente, decidí suicidarme. Me era imposible soportar
por más tiempo mi soledad, mi pobreza, mi angustia, mi falta de esperanza y fui
a comprarme una pistola. Yo sabía que las gentes finas y elegantes siempre se
suicidan de un hermoso tiro en la sien o en la boca. Así mueren a millones en los
jardines de los casinos y en los vestíbulos de los hoteles de cuarenta estrellas. Yo
no quise ser menos y fui a una armería.
Yo no tenía la menor idea del precio de las pistolas. ¡Cuándo lo supe me quedé
aterrado! Tenían un precio muy superior a mis posibilidades económicas. Yo no
tenía dinero suficiente para pagarme esos lujos. Así que decidí matarme de otra
manera.
Fui a una cordelería. Confieso que mi economía tolera fácilmente el coste de
una cuerda de unos cuantos metros, suficiente —según me dijo el amable
vendedor— para ahorcarme en un árbol no demasiado alto. Sin embargo, me
irritó el precio del cordel, aunque era, como digo, moderado, porque yo sabía que
a pesar de todo era un precio abusivo. Me ofendía que alguien ganase dinero con
algo tan serio y decente como mi defunción. El vendedor, impasible, se negó a
hacerme ninguna rebaja. Ni siquiera el IVA. Así que también abandoné la idea de
colgarme por el cuello.
¡Los venenos estaban también por las nubes! ¿Pero cómo es posible que una
dosis de arsénico o de estricnina cueste esa fortuna? Quizá los ricos dispongan de
medios suficientes para esos dispendios, pero un pobre, desde luego, no. También
deseché el veneno para consolar mis sufrimientos. Seguí buscando un sistema
económico para librarme de la vida, pero todo estaba por las nubes. Además
estaba lo del entierro. ¿Cómo podría yo cargar el costo de mi defunción a mi
pobre madre viuda? Ni ella ni yo teníamos dinero suficiente para una caja digna
y un nicho adecuado a mi sensibilidad y mi talento.
Así que he decidido no suicidarme. Me moriré de aburrimiento, de
desesperación, cuando Dios lo disponga, como mueren las personas pobres, pero
decentes. Esa es también una forma honrada y barata de suicidarse.

17
EL FLECHAZO

ERA una noche de luna llena. Una extraña desazón me inquietaba el alma y el
cuerpo, sobre todo por la parte de las ingles. Estaba solo, sin dinero, sin amigos,
sin nadie que me quisiera.
En este estado de desesperación y de odio decidí vengarme de una sociedad
que no se apiada ni ayuda a los corazones solitarios. Por eso la violé, sí, la violé y
nunca el remordimiento me ha remordido el corazón con tanta voracidad como
ahora.
Salí armado de un cuchillo de matanza y esperé en aquella esquina, que no
quiero volver a ver, la llegada de mi víctima. Esperé mucho tiempo pero, por fin,
llegó la escogida para el sacrificio. Era una bella joven de unos dieciocho años.
Andaba despacio como si estuviera cansada. Cuando dobló la esquina le puse la
punta del cuchillo en la yugular. Ella, pálida y aterrorizada, no pudo ni gritar.
Casi sin lucha conseguí mis criminales propósitos. Vengado —eso creía yo
entonces—, huí y me perdí en la oscuridad de la noche.
Pero algo había cambiado en mi vida. Mi dulce víctima también me había
herido a mí, dejando mi corazón enamorado. ¡Fue un flechazo! Comprendí que
aquella mujer era el amor de mi vida, el ser por cuya felicidad yo sería capaz de
los mayores sacrificios. Volví al lugar del crimen pero mi víctima, mi amor, el
sentido de mi existencia había desparecido. En el suelo, olvidados, estaban su
bolso y su documento de identidad.
Durante meses la persigo de lejos y sólo tengo ojos para ella, pero el temor a la
Justicia me impide acercarme hasta donde pueda reconocerme. No sé que hacer.
A veces deseo arrojarme a sus pies, confesarle mi arrepentimiento por la
brutalidad de mi violación y pedirle que me quiera, aunque no lo haga con la
desasosegante pasión que a mí me embarga.
Sé que mi amor es imposible, que nunca podré compartir con ella un hogar
sencillo donde envejezcamos juntos mientras nuestros nietecillos juegan a
nuestro lado. Jamás podré contestar a mis hijos la pregunta que me gustaría oír:
“Papá, ¿cómo conociste a mamá?”
¡Cuánto me gustaría oír esa pregunta para mentirles un hermoso relato de la
hermosa noche de primavera en que su hermosa madre y yo decidimos unir
nuestras vidas para siempre!
Quiero olvidarla, pero no puedo. Aunque todas las noches violo a dos o tres
adolescentes para ver si es cierto el dicho que afirma que la mancha de la mora
con otra verde se quita, es imposible. No puedo. Mis nuevas víctimas son sólo
para mí un simple coqueteo. Sólo la quiero a ella.
Pero mi miserable crimen nos separa.

18
MI VIDA ES UNA NOVELA

YO comprendo que todos tienen derecho a pensar que su vida es una novela.
Una novela erótica para algunos; de terror, para otros; bélica para quienes
tuvieron la desgracia de sufrir una guerra, pero novelas todas ellas fragmentarias,
novelas diminutas, anodinas casi siempre. Repugnantes, en resumen. Así suelen
ser las novelas de las vidas de los demás.
Sólo mi vida es una novela que compendia todas las novelas que han existido
desde la publicación de “El Quijote” hasta nuestros días.
Escuchen y verán si miento. Yo nací de un encuentro fortuito entre Lenin y la
viuda de un Rockefeller que prefiero no nombrar por respeto a mis antepasados.
Cuando nací me abandonaron en una cuna que arrojaron al río Nilo. Estuve a
punto de ser devorado por unos cocodrilos, pero uno de ellos de apiadó de mí y
me amamantó hasta que cumplí los siete meses. A esa edad (yo era muy precoz)
comprendí que aquel cocodrilo no era de mi condición social (yo era muy
ambicioso) e ingresé en la Academia Militar de West Point, donde salí con el
grado de general de los Estados Unidos de América. Luché en innumerables
guerras donde siempre conseguí victorias para mi patria. Abandoné pronto la
carrera militar y me dediqué a la ciencia, en la que con el nombre falso de Edison
inventé la famosa bombilla Philips. Así, colmado de honores y de riquezas llegué
a los doce años. Rodeado de lujos y placeres no era, sin embargo, feliz. Echaba
de menos a mis padres. Volví al Nilo y busqué al cocodrilo que me había
amamantado. Llegué tarde: mi padre había muerto. Desengañado del mundo y
sus oropeles me uní a la muchedumbre de israelitas que, conducidos por Moisés,
iban en busca de la tierra prometida. Intimé con Moisés y juntos fundamos el
estado de Israel, hecho del que me arrepentí cuando fue detenido por la Gestapo
que me encerró en un temible campo de concentración del que pude huir
disfrazado de Goering a quien previamente asesiné de una precoz bofetada.
Durante seis años usurpé su personalidad y su puesto, pero también me aburrí de
tanto poder. Además, no me gustaba cómo me caía el uniforme nazi. Huí a un
convento extremeño donde me dediqué a la meditación y al cultivo de apios
empanados. Poco a poco, a pesar de mi humildad, fui ascendido en la escala
religiosa (desgraciadamente el éxito era mi sino). En seguida llegué a ser prior
del convento San Juan de la Cruz tres años más tarde, el cardenal Cisneros seis
meses después (y aún no había cumplido los veintidós años) y Papa en
noviembre del año pasado.
Ahora soy modelo de camisas de un manicomio de las afueras de Tarrasa.
Todos los días desfilo (la crítica ha destacado la elegancia de mis movimientos,
la esbeltez de mi figura) ante un nutrido grupo de futuros clientes que están
pasando conmigo una temporada en este maravilloso retiro.
Y no sigo porque tengo que ir a la Moncloa al Consejo de Ministros. Otro día
les contaré las increíbles aventuras que me acontecieron en el futuro.

19
NO ESTOY SOLO

NO, no estoy solo. Sé que soy amado.


A veces, y estoy seguro de que a ustedes también les ha ocurrido lo mismo, me
detengo en medio de la jungla a donde he ido a cazar el dinosaurio que necesito
todos los días para sobrevivir y que sobreviva mi familia, y me pregunto: “¿Qué
hago yo aquí, solo, metido en este coche, rodeado de miles de cazadores que
como yo han salido de sus casas para cazar también modernos dinosaurios, es
decir, dinero, grandes cantidades de dinero, o algo de dinero si no hay suerte,
para alimentar el furor digestivo de mis hijos? ¿Qué hago yo aquí en esta soledad
de mi automóvil?”. Y me vuelvo a casa si consigo salir del atasco que me
envuelve.
Al llegar a casa compruebo que me aman, que siempre me han amado y que
nunca dejarán de amarme estos maravillosos seres que piensan constantemente
en mí, que dedican su vida a mí y que me ofrecen cariñosamente los frutos del
amor que sienten por mí.
Abro el buzón y allí están, amontonados, cubriendo las cartas que a veces me
escriben mis amigos, llenos de colores y de testimonios de que soy el elegido.
Allí están todos los anuncios, todos los folletos, toda la publicidad que atraviesa
España entera para ofrecerme amor al contado y a corto y a largo plazo. Un
fontanero me dice que repara rápida y económicamente cualquier problema que
tenga con mis grifos, docenas de Bancos, me ofrecen sus tarjetas de crédito,
gerentes de editoriales responsables me incitan a que les compre sus
enciclopedias y sus colecciones literarias encuadernadas en imitación de piel,
millones de reparadores están dispuestos a arreglar en dos minutos el vídeo que
no poseo, los grandes almacenes me mandan sus catálogos donde puedo
comprobar la abnegación con que tiran los precios por los suelos, y así millares
de generosos seres que no conozco, pero que piensan en mí, me eligen para
darme su amor y sus excrecencias comerciales.
Y en el fondo del buzón, como tímidas de su presencia, están también las cartas
oficiales. ¡Con qué cariño me recuerda el Ayuntamiento que tengo que pagar mis
impuestos, que lo haga en las fechas previstas para evitarles el dolor de las
sanciones y la tristeza que les produciría su cobro por la vía judicial!
No. No estoy solo. Ni ustedes tampoco, estoy seguro. Velan por nosotros los
nuevos ángeles de la guarda, los maravillosos vendedores que ponen a nuestra
disposición desde unos calzoncillos usados por Paganini hasta el dinosaurio que
necesitamos para sobrevivir todos los días.
Eso sí. A los intereses anuales correspondientes.

20
VENDER EL ALMA AL DIABLO

ANTES, cuando alguien quería vender su alma al diablo era muy fácil
conseguirlo. Bastaba con darle una llamada telefónica a Mefistófeles, que a las
dos horas ya estaba en tu casa con todos los papeles preparados. Se firmaban los
contratos en un santiamén, perdías el alma y recobrabas la juventud, que era lo
que generalmente pretendían los vendedores.
Ahora es distinto. Ahora no es fácil que el diablo venga a tu casa. Ahora es
difícil hasta conseguir que te reciba. La causa es lógica. La oferta de almas a
vender ha crecido desmesuradamente. A pesar de que el diablo ha inundado el
mundo entero de sucursales, sus agencias no dan abasto para comprar la basura
que se le ofrece.
En primer lugar, las almas que se ofrecen son, como digo, una porquería. No
son ni siquiera seminuevas. Sin verdaderos desechos de las hermosas y virginales
almas que Dios nos da cuando nacemos. Son subproductos. Almas corrompidas,
remendadas, almas que, como a los trajes viejos, se les ha dado varias veces la
vuelta.
Y Mefistófeles, ¡claro!, o no las quiere o da por ellas una miseria. Por supuesto
ya nadie pide la juventud como el doctor Fausto. Los clientes modernos no se
atreven ni a sugerirlo.
Ahora la gente vende sus almas por un empleo, por un fin de semana en
Marbella, por un vídeo o por cualquier otra chuchería. Los más afortunados, los
que van muy recomendados por el poder político —partícipes frecuentes en estas
transacciones diabólicas— pueden llegar a conseguir por sus almas con SIDA
hasta una subsecretaría en el mejor de los casos o un puesto de ordenanza en el
peor.
Mefistófeles ha declarado repetidas veces la bajísima calidad de las almas, que
compra muchas veces, más que por interés comercial, por ayudar a los
degenerados, verdaderos subdiablejos, que acuden a solicitar su ayuda con almas
falsificadas, almas con taras hereditarias o desnutridas y que le caen simpáticas al
diablo.
En fin, ¡una pena! Yo, por ejemplo, por la mía sólo conseguí medio kilo de
jamón. Y no de pata negra.
Y, además, creo que salí ganando, que le engañé al diablo. No valía tanto.

21
EL DINERO DA LA FELICIDAD, PERO NO TODA

ES sabido que quienes afirman que el dinero no da la felicidad suelen ser


generalmente gentes que carecen de la placentera experiencia de tener dinero y
no ser felices. La citada frase, aun dicha de oídas, tiene, sin embargo, algo de
verdad. No todos los placeres de la vida se pueden adquirir con dinero. La vida es
mucho más rica en contenidos que los meramente económicos. Existen también
los placeres sencillos, pero intensos, del alma. A estos placeres muchas veces
ignorados voy a referirme para consuelo de quienes ni tienen dinero ni son felices
y que son, como demuestran las estadísticas, los más.
Una rica vida espiritual es más plena que una pobre vida náufraga en la
riqueza. Por ejemplo, ¿se puede adquirir con dinero el intenso placer que nos
causa la desgracia de un ser a quien a quien odiamos? No, no se puede. Que un
conocido nuestro que nos humilla con su opulencia atrape un SIDA culero y lo
transmita a toda su dinastía tanto ascendente como descendente es un placer que
se obtiene gratis, es algo que la vida nos regala para nuestra felicidad como nos
regala también el trino de los pájaros y de las avecillas que tanto nos alegran
fritas y al ajillo.
Nada hay más barato, por ejemplo, que saber la ruina económica de un vecino
que tiene un coche mejor que el nuestro o el saber que una familia que creíamos
feliz queda clavada alevosamente en los cuernos que brotan de improviso en la
frente de un marido a quien envidiábamos mujer y dicha. Esas cosas sencillas,
repito, no necesitan del dinero para alegrar nuestros días que, por falta de
reflexión, imaginamos grises y monótonos.
Un paseo tranquilo y sin prisas en una tarde fresca y soleada por el cementerio
más próximo, el cementerio en el que están enterrados los poderosos que nos
ofendieron con sus riquezas y oropeles, es un placer barato, sencillo y que regala
tanto nuestros cuerpos como nuestras almas. Hay una paz interior en esos paseos,
a los que debemos también llevar a nuestros hijos para que comprueben cuanto
estamos diciendo, que no se obtiene en la bacanal más bestial que puedan
celebrar los ricos en un yate de lujo, en un yate de los que —dicen— tienen hasta
las anclas de oro.
Y así, sucesivamente. ¿Ven cómo no son ustedes tan desgraciados como
piensan?

22
LAS GUERRAS ÚTILES

EL hombre es un animal racional, pero sobre todo un animal. Es agresivo y


despiadado y si su agresión no se consume por los cauces constitucionales
pueden producirse gravísimas luchas individuales y colectivas. Hasta aquí,
supongo, están ustedes de acuerdo. A partir de ahora espero que también.
Es, pues, conveniente dirigir esa agresividad latente del hombre hacia fines
nobles. La guerra, por ejemplo, que tantos admiradores y apologistas tiene.
Millones de ciudadanos no pueden vivir sin trompeteos, desfiles, gritos
patrióticos, ondear de banderas y otros actos semejantes que enardecen y
tranquilizan sus belicosos instintos. Esos millones de ciudadanos no pertenecen a
la misma nación, sino a todas ellas y por esa tonta razón, en cualquier descuido,
los pueblos se arrojan unos sobre los otros para degollarse con fines altamente
cívicos. Es decir, con los fines llamados patrióticos. Hasta aquí, supongo,
seguirán estando de acuerdo. Esto que digo es ciencia.
Se trata pues de hacer guerras, innumerables guerras, pero guerras imposibles.
Guerras en las que se obtengan victorias que cantar en la televisión, en las que
asciendan sus gloriosos conductores, en las que el pueblo sienta vibrar sus
tripas con la noble gestación del amor a la patria, pero guerras que no causen
bajas y, sobre todo, que cuesten poco dinero.
Por eso propongo que se declaren guerras a países lejanos, casi incomunicados
con nosotros. España podría, por ejemplo, declarar la guerra a Nueva Zelanda.
Jamás sus ejércitos ni sus armadas se encontrarían, pero la Prensa nos informaría
(aquí, en España, a nuestros patriotas; allí, en Nueva Zelanda, a los suyos) de la
valentía, la abnegación, el valor en los sufrimientos, la generosidad en las
victorias de nuestras tropas. A los tres años, agobiados de heroísmos y grandezas,
haríamos las paces. ¡Qué maravillosos desfiles se celebrarían para conmemorar la
honra de nuestra Patria, la valentía de sus soldados! Tras tres años de paz
tendríamos una nueva guerra. A Laponia, por ejemplo.
Esta es una idea que propongo a las Naciones Unidas. Turquía podría guerrear
contra Birmania; Hungría contra Gabón; Finlandia contra Ecuador. Y así
sucesivamente.
Todo, menos que los rusos y los americanos caigan en la tentación de
imitarnos. Eso sería el fin del mundo.
Hasta aquí, supongo, ustedes habrán seguido estando de acuerdo. Gracias.

23
CINCO MIL MILLONES DE DIFUNTOS

No sé cómo, en un mundo de estadísticas falsas e interesadas, se ha podido


saber que hace unos días acababa de nacer el ciudadano cinco mil millones. Yo
dudo de esa certeza, pero la acato como acato las informaciones del Instituto
Nacional de Estadística.
La noticia, sin embargo, me ha sumido en reflexiones profundas. Esos cinco
mil millones de ciudadanos vivos somos, en realidad, si se mira con cierta
perspectiva de futuro (como hacen nuestros gobernantes), cinco mil millones de
muertos próximos.
—“¡Bien! ¿Y qué?”— se preguntarán algunos de los lectores (los menos
perspicaces, por supuesto). “Eso ya lo sabemos.”
Bien. Es cierto que decir eso es una vulgaridad. Pero continuemos con la
reflexión: “Cinco mil millones de difuntos son cinco mil millones de ataúdes.”
¿Se dan ustedes cuenta de la magnitud del problema que se nos acerca? ¡Cinco
mil millones de ataúdes son cinco mil millones de árboles que tendrán ser
sacrificados para cobijar tanto cadáver descompuesto!
¿De dónde vamos a sacar cinco mil millones de árboles?
¿Qué nación o qué continente va a retirar fondos del dinero presupuestado para
armamentos y destinarlos a la repoblación forestal? ¡¡¡Ninguno!!! Ningún país
será capaz de sustituir un fusil por un árbol, media docena de tanques por un
bosque.
Una terrible despoblación forestal amenaza nuestras vidas. Es paradójico. La
muerte no solamente va a aniquilar la vida como es su costumbre, sino que va a
exigir además que la vida se sacrifique y fabrique ataúdes para cobijar sus
míseros despojos.
Por eso, para evitar esa loca matanza de árboles, yo propongo lo siguiente:
Dejemos vivir a los árboles y utilicémoslos de otra manera. Que cada uno de
nosotros se cuelgue de uno de ellos y así salvaremos la riqueza maderera del
mundo. Semanas después de ese colgamiento universal, las sogas que
estrangularon nuestros pescuezos se romperán y así nuestros cadáveres abonarán
la tierra para que los hermosos árboles del mundo crezcan fuertes.
Tengan en cuenta que ellos fabrican el oxígeno tan necesario para nuestra
supervivencia.

24
¿VOLUNTAD O DESTINO?

ES la vieja pregunta que se hizo el mono en cuanto perdió el rabo y se irguió


sobre sus patas traseras. Una vieja pregunta que aún está sin respuesta.
Arturo, por ejemplo. Arturo fue a una quiromántica que le estudió atentamente
las rayas de la mano y le condenó (eso creía ella) al desasosiego.
—Usted morirá pronto —le dijo—. Tiene la línea de la vida muy corta.
Arturo quiso saber más detalles de su próxima defunción.
—¿Cuál es la línea de la vida?
—Ésta —señaló la adivina—. Mire: nace entre las bases de los dedos índice y
medio, cruza la palma de la mano y aquí, al final, cerca ya de la muñeca, indica
la duración de su vida. Y su línea, aquí se ve con claridad, se interrumpe
repentinamente en este pequeño valle que nace a los pies de la ladera del monte
de Venus.
Arturo no es de los que se deja vencer fácilmente por la adversidad. Sabe
triunfar en cualquier situación. Fue ministro con Franco, gran artífice de la
transición y un ideólogo del socialismo imperante. Sin dudarlo sacó una fina
daga florentina (los políticos deben llevar siempre en el costado una fina daga
florentina), se la clavó en la línea interrumpida de la vida y marcó el surco de su
longevidad hasta llegar al antebrazo.
—Y ahora —preguntó orgulloso—. Y ahora, ¿qué marca la línea de mi vida?
La quiromántica se admiró de la voluntad de vivir de aquel cliente y le
respondió, naturalmente, admirada:
—Un hombre como usted vivirá cuanto quiera.
Y ahora viene la reflexión que titula esta historia. ¿Voluntad o destino? Arturo
alargó su línea de vida, pero no pudo hacer lo mismo con su vida, que él mismo
segó con su soberbia suicida.
En su decidido gesto de voluntad se había cortado una vena y horas después
moría desangrado.

NOTA: Admito correspondencia sobre este sobrecogedor tema.

25
DON QUIJOTE EN ELSINOR

LA magnificencia de la imaginada existencia de Don Quijote y del príncipe


Hamlet nos autoriza a romper la lógica del tiempo y del espacio y a declarar lo
siguiente:
—Don Quijote, es cierto, nunca estuvo en Dinamarca, nunca fue invitado por el
rey Claudio a su corte de Elsinor, ni nunca habló con Hamlet las maravillosas
razones que hubieran dialogado de haberse conocido; pero, sin embargo, a pesar
de esta certeza, sabemos que sí estuvo presente en la famosa tragedia y participó
en ella de la siguiente manera:
—Don Quijote, advertido por Horacio de la aparición del fantasma del difunto
Rey de Dinamarca, esperó junto a Hamlet su temida y deseada presencia, y,
desoyendo las voces del príncipe, quiso desencantar al real difunto y a lanzazo
limpio destrozó todas las sábanas bajeras que habían sido puestas a secar en las
almenas del castillo.
No hubo, pues, la tragedia de que habla Shakespeare. Don Quijote, como
siempre, con su locura, desveló la verdad y demostró que los fantasmas nunca
son reales, y lo que Horacio y Marcelo tomaron por el espectro del rey y sus
voces eran sólo la colada de la semana y los rumores que los vientos levantan en
ellas.
Hamlet no supo del asesinato de su padre, fue feliz al lado de su amantísima y
posadúltera madre, casó con Ofelia y no murió atravesado por la espada
envenenada de Laertes. La reina madre nunca dijo en el duelo que nunca existió
aquella ordinariez que dicen dijo la reina refiriéndose a su hijo: “Está grueso y le
falta aliento.”
Hamlet, gracias a Don Quijote, fue feliz, tuvo una hermosa descendencia y
engrandeció la dinastía que aún reina en Dinamarca dedicada apaciblemente a la
cría y engorde de sus súbditos y del ganado vacuno, del que obtienen los
mundialmente famosos quesos daneses.
Esa es la verdad, y de ella brota el siguiente corolario: William Shakespeare
nunca escribió la tragedia “Hamlet”, como dicen los ingleses, tan hábiles en
embaucar incautos. Esa tragedia es apócrifa.

26
EL SILENCIO IMPOSIBLE

CUENTAN que un famoso eremita se tuvo que volver de sus soledades, adonde
había ido para encontrar el silencio físico y espiritual, por culpa de una insolente
e ininterrumpida acrofagia con que el Señor castigó su orgullo.
A mí también el Señor me castiga por mis huidas de este mundo. Cuanto más
deseo y busco el silencio mayores pruebas me envía para comprobar mi fortaleza.
No hay un instante, no hay un lugar donde no suene el estruendo o el rumor de
los ruidos y las músicas desaforadas de la cultura moderna. Llegué a quedarme
sordo voluntariamente pero todavía fue peor porque oía los latidos de mi corazón
que implacablemente me conducen a la muerte. Y tenía miedo. Me di cuenta
entonces que los bestias que producen y saborean el ruido tienen miedo al
silencio porque nos pone frente a nosotros mismos. Y esa soledad de vivir
consigo mismo muy pocos la aguantan. Ahora todos quieren el alboroto
ensordecedor del “rock” y similares porque asó no hablan ni se miran. El
estrépito de la llamada cultura moderna nos idiotiza. Ahora, en Madrid, triste
costa de contaminación, soledad y ruido, se han puesto de moda unas terrazas
donde a la vulgaridad se suma la insolencia. Nadie puede dormir tranquilo en sus
alrededores. Y las autoridades se complacen de ese bullicio verbenero y
presumen de ser la envidia de Europa. ¿Qué se puede esperar de unos munícipes
que tienen el proyecto de instalar música ambiental en los autobuses
municipales?
Sé que mi pasión por el silencio es patológica, pero no puedo evitarlo. Un día
que había huido al monte para gozar de la paz de los rumores de la Naturaleza,
alguien se acercó y dijo alegremente: “¡Qué descansada vida la del que huye del
mundanal ruido y sigue la senda escondida de los pocos sabios que en el mundo
han sido!”. Y yo, irritado por su abuso, le chisté enfurecido. Él comprendió mi
irritación, me pidió perdón, yo se lo concedí y nos hicimos en aquellas soledades.
Nunca, naturalmente, mientras estuvimos juntos en el amado páramo de la
quietud, nos dirigimos la palabra. Yo sé que él también, como yo, pensaba que
uno de los dos sobraba.

27
EL EJEMPLO DE LA NATURALEZA

¡CUÁNTO nos enseña la Naturaleza! ¡Cuánta sabiduría nos ofrece ora abierta y
claramente, ora de una manera velada como quien nos confía un secreto que
nosotros hemos de descubrir con nuestro esfuerzo!
Digo esto porque yo, por ejemplo, ahora estoy escribiendo a la sombra de un
hermoso árbol que ha brotado a la orilla del río. Porque yo, así como los pintores
hacen apuntes del natural, así yo escribo del natural. Mi pluma es mi pincel, mi
cuaderno de notas mi límpido lienzo.
El río fluye mansamente. Describe una suave curva y se pierde luego a mis
espaldas como se pierde constante, casi inadvertidamente, por culpa de los
malditos. Casi todo el dinero que gano con el sudor de mi frente. Igual que el río,
cuyo caudal no cesa de engrandecer las aguas de los océanos, así yo voy pagando
constantemente mi tributo al Estado. Ya lo dijo el poeta: “Nuestros impuestos son
los ríos que van al Ministerio de Hacienda, que es el morir”.
Pero dejo estos tristes pensamientos y veo ahora la humilde majestuosidad con
que una hoja del álamo que me cobija a su sombra, desprendida de una rama,
desciende como una lágrima que resbalase en una mejilla infantil. Así también yo
lloro cuando veo que poco a poco las hojas de mis ahorros se desprenden de mi
cuenta corriente para transformarse en polvo, en barro, en nada. ¡Es increíble!
¡Pensar que hace dos años yo tenía más dinero que ahora, a pesar de que gasto
menos cada día! ¿Pero cómo es posible que todo cueste tan caro? ¡Dios mío!
¿Qué hace el Gobierno para evitar esta sangría que nos está arruinando a todos?
Dejo también estos pensamientos desolados y contemplo casi extasiado la
renovada belleza de la puesta del sol y recuerdo que ahora, cuando me jubilen,
sólo percibiré treinta mil pesetas al mes, a pesar de que llevo cotizando cerca de
cuarenta años. Y pregunto a la Naturaleza que lo sabe todo: “¿Cómo es posible
que después de tantos esfuerzos y sacrificios acabe yo pobre y desamparado?”
Pero dejo también estos nuevos tristes pensamientos y miro la riqueza del cielo
ya estrellado. Y murmuro: “¿Pero cómo es posible que habiendo tantos cientos de
miles de millones de estrellas tenga yo sólo doce duros en el bolsillo?”. No lo
comprendo…
¡Oh, Naturaleza, Naturaleza! ¡Cuántas cosas nos enseñas con tu silencio!

28
YO ME VOY A COMPRAR
UN BURRO Y UNAS CASTAÑUELAS

SÍ señores, me voy a comprar un burro y unas castañuelas porque no aguanto


más los engaños premeditados de los llamados fabricantes de los bienes de
consumo. Y he tomado esta decisión por lo siguiente: el filtro de mi lavadora
lleva tras semanas estropeado, el hilo musical no funciona, la nevera suelta agua
por todas partes y está inservible, el calentador estalla cada vez que abro el grifo
del agua caliente, el coche, aunque sólo tiene trece mil kilómetros, tiene el
embrague más blando que una chistorra cruda; el teléfono está sin línea y no hay
manera de que alguien se apiade de mí y venga a arreglarlo, el reloj está en el
relojero porque una ruedecita se ha partido por el eje y, como remate, seis o siete
grifos de mi casa están bloqueados o gotean constantemente.
En fin, que todos los artefactos mecánicos que he comprado con tantos
esfuerzos y tantos sacrificios se han estropeado dentro de los plazos previstos por
los fabricantes (y consentidos por las autoridades) porque los fabricantes,
voluntariamente, producen productos fenecibles o fenecedores porque fabrican
objetos, al parecer, que tengan vida eterna sería ofender la voluntad del Señor
que hizo al hombre mortal a pesar de haber prometido hacerle a su imagen y
semejanza.
Me veo, pues, como digo, en la urgente necesidad, puesto que ya no confío ni
en mi coche ni en ningún artilugio doméstico, me veo en la urgente necesidad,
repito, de comprarme un burro y unas castañuelas. Si quiero oír música la
fabricaré yo mismo con mis amadas castañuelas que durarán más que los míseros
objetos productores de ruidos que nos venden, y si quiero que me caminen me
subiré a mi honrado borrico que tiene siempre limpio el carburador y no le patina
el embrague.
Y así viviré una vida tranquila sin los sobresaltos que nos producen esos
objetos mecánicos y electrónicos que en cualquier momento pueden traicionarnos
miserablemente por orden remota de sus fabricantes, ávidos siempre de nuestro
tiempo y de nuestro dinero.

29
HISTORIAS DEL MÁS ACÁ

ANTES, cuando era una costumbre social de gentes bien nacidas, la buena
educación carecía de riesgos y peligros. Ahora, con las nuevas costumbres, ser
bien educado sólo acarrea perjuicios e incomodidades.
Yo, por ejemplo, antes, cuando, como digo, era normal estar bien educado entre
gentes de posición social desahogada, cada vez que me presentaban a una señora
o señorita, gentil e inmediatamente le hacía proposiciones deshonestas, que, dada
mi fealdad y mi pobreza, eran siempre rechazadas.
Sé que las gentes poco sutiles pensaban de mí que era un grosero. La verdad,
sin embargo, era distinta. Si yo hacía proposiciones amorosas (jamás llegué a
sugerir obscenidades ni con gestos ni con palabras) lo hacía simplemente para
halagar a quienes recibían mis osadas insinuaciones. Nunca pensé que aceptarían.
Yo sólo quería decir a las mujeres que falsamente se sentían ofendidas, que eran
bellas, hermosas y apetecibles.
Muchas de aquellas mujeres a las que presuntamente insulté con mis
atrevimientos, años después me han dicho nostálgicamente: “Recuerdo que hace
años estuviste loco por mí.” Yo asiento su ingenuidad y ellas siguen siendo
felices, sintiéndose amadas.
Ahora, desgraciadamente, esa forma de piropear a las mujeres hermosas (y a las
feas, que, por cierto, son las más peligrosas) tiene grandes riesgos. Ahora, cuando
propones intimidades amorosas lo más probable es que sean aceptadas. Y no te
queda mas remedio que cumplir tus amenazas. ¿Quién, que sea un poco
caballeroso, puede decir a una mujer dispuesta a complacer tus presuntos deseos
que lo que le has dicho de sus tentadoras carnes era sólo un elogio que no
encubría ninguna intención pecaminosa?
Por eso, ahora es mejor ser soez, indiferente. Si te presentan a una mujer
hermosa trátala como si fuera tu cuñado. Si te propasas puedes caer
cándidamente en tu propia trampa.
¡A esto nos ha conducido la libertad de las nuevas costumbres, a que no
podamos ser bien educados sin correr el riesgo de que se ofenda nuestra virtud y
nuestra inocencia!

30
UNA HISTORIA MACABRA

TODAS las noches, desde hacía más de trece años, mi corazón latía
apresuradamente cuando se acercaba la medianoche porque sabía que el Ser
volvería puntualmente a aparecerse. Al sonar la última campanada se abría la
puerta del dormitorio donde yo estaba, de cualquier dormitorio; del mío, del de
los hoteles donde intentaba no ser encontrado por aquel fantasma, del de los
conventos donde me escondía confiando en que allí no se atrevería a buscarme
aquel repugnante ser de ultratumba.
Pero era inútil. A medianoche se abría la puerta, como digo, y aparecía su
terrible imagen. De su boca carcomida salía siempre la misma frase:
—Tú me has matado.
Yo, al principio, no lo negaba por temor. Pero más tarde, después de reflexionar
sobre mi impecable conducta moral de toda la vida me di cuenta que aquel pobre
ser pseudoincorrupto me había tomado por otra persona. Y se lo dije:
—Está usted confundido, caballero. Yo no solamente no le he matado, sino que
ni siquiera le conozco.
—No —me respondía con su espantosa voz purulenta— tú me has matado.
Y se iba hasta que a la noche siguiente volvía a aparecer para decirme lo
mismo. Fueron inútiles mis ruegos, mis razones, los certificados de buena
conducta que le enseñé. Sus ojos muertos me miraban con una mirada de
reproche que yo no me merecía y repetía:
—Tú me has matado.
Un día, precisamente ayer (y piensen ustedes que he aguantado trece años esa
injusta tortura) no pude contenerme y le di un violento zapatazo en su blanda
cabeza, que se deshizo como una patata cocida aplastada por el tenedor. Y su voz,
casi exangüe, repitió la frase de siempre, pero con nuevos matices:
—¿Lo ves? ¡Tú me has matado! ¿Qué te decía yo?
Y expiró.

31
HE DECIDIDO SIMPLIFICAR MI VIDA

ASÍ como suena: he decidido simplificar mi vida. Tomé esta decisión cuando se
me estropeó la aspiradora y lleno de ira la arrojé donde guardo las aspiradoras
que se han quedado antiguas, las que tienen un voltaje pasado de moda o que
nadie quiere arreglármelas. Conté seis aspiradoras que me ocupaban medio
desván.
Entonces me di cuenta de que mi casa es un inmenso cementerio, un almacén
de trastos inútiles que sólo sirven para acumular polvo en sus calvas. Decidí
deshacerme de todo lo que no tuviera vida o un proyecto de resurrección futura.
Lo primero que luce fue tirar las seis aspiradoras y jurarme que jamás
volverían a aspirar el polvo porque jamás volvería a haber polvo en mi casa, que
iba a ser abierta, clara, vacía como una hermosa casa siria del siglo XVII que vi
en un museo en Nueva York y que consistía solamente en un espacio humano y el
chorrito de una fuente en su centro.
Luego pasé a los muebles, a los cuadros, a los trajes viejos, a los zapatos
arrugados y resecos, a los cojines con bordados de mamá, a las cortinas cargadas
de polvo y miasmas, a, en resumen, todo lo que era superfluo e inútil para vivir
una vida que no estuviera enajenada por las miseras e inútiles posesiones que nos
abruman con su presencia.
Cuando la casa estaba ya hermosamente vacía pasé delante de un espejo rococó
con falsos oros y filigranas intestinales y me vi. Me detuve seco, me miré
fijamente y comprendí que debía llevar mi decisión hasta sus últimas
consecuencias.
Bajé todas las porquerías al jardín, y valientemente me metí yo también en el
cubo de la basura.
Ahora estoy aquí esperando que venga el camión de la limpieza y completé mi
decisión de limpiar mi casa de todos los trastos que sobran.
Les recomiendo que hagan ustedes lo mismo por el bien de España.

32
LAS MAYORÍAS INSOLENTES

DOS náufragos perdidos en una pequeña isla deshabitada del Pacífico jamás
podrán gobernar en paz su pequeño país. La igualdad de poderes hará imposible
el equilibrio político deseado por el pueblo que en este caso son los dos pobres
náufragos.
Pero basta que uno de ellos pierda una pierna para que el otro, el bipedestado,
se transforme automáticamente en mayoría absoluta. Eso no es justo. La mayoría
absoluta es algo más serio y razonable. Es intolerable, por ejemplo, que en un
país de cuarenta millones de habitantes, un partido, quizá con sólo tres mil votos
más que los demás partidos, decida, ordene, imponga y realice su política,
olvidando que la mitad de sus habitantes menos tres mil no piensan como ellos.
Por eso conviene revisar el concepto de mayoría absoluta. Yo propongo a los
Santos Padres de la Constitución que las mayorías absolutas se dividan en tres
grupos:
—Mayoría absoluta aplastante, mayoría absoluta equilibrada y mayoría
absoluta aterrorizadora.
La mayoría absoluta aplastante gobernaría tiránicamente (dentro de los límites
de tiranía admitidos en las democracias occidentales) solamente cuando los votos
obtenidos por la tal mayoría absoluta supere el 80 por 100 de los votos emitidos.
En este caso sí se puede pensar razonablemente que hay una voluntad
mayoritaria del pueblo.
La mayoría absoluta equilibrada es aquella en que la mayoría absoluta se ha
conseguido por los pelos. Moralmente es injusta porque no hay ninguna razón
política para que el 49,50 por 100 de los habitantes tengan que aceptar el
programa político de los vencedores que apenas si representan a la mitad de la
población más uno. Esta mayoría debería gobernar con la oposición alternando
su trabajo, bien unos por la mañana y otros por la tarde, o bien en plazos más
cómodos y amplios.
La mayoría absoluta aterrorizadora la forma la minúscula minoría que
violentamente toma el poder. Si en principio es minúscula minoría, como digo, a
las dos semanas sólo en enchufados estatales logrará fácilmente una cómoda
mayoría.
Son cosas a considerar, como digo, y que ampliaré en próximas reflexiones.

33
Lecciones dev maq acä

YO QUIERD SER DUEJO DE MIW OVRAS

CON frecuencia suelo leer en la Prensa artículos disparatados, llenos de errores


y sandeces. El otro día, sin ir más cerca, leí uno que me indujo a exclamar
indignado:
—Este escritor (si podemos llamarle así) es un imbécil. No hay derecho a que
se publiquen estas tonterías.
Luego releí atentamente el estúpido artículo y me di cuenta que lo había escrito
yo, que yo era el presunto imbécil que por culpa de las erratas, líneas bailadas y
cruzadas, comas omitidas, faltas ortográficas infiltradas había pasado de ser un
Cervantes a un mísero escribidor de cagarrutas. Y todo por culpa del famoso
duende de las linotipias.
Decidí que a partir de entonces yo iba a ser dueño de mis propios futuros
errores. Y por eso he escrito el siguiente cuento, del que me hago absolutamente
responsable porque en el ABC no hay erratas.

Dice así:
—Blancafor, reins amada del pas mavills de Blancaforia, vibia atragantada por
las frecuentes adulteraciones que se cometen en los productos alimentarios. Un
diz llegxt de un reino légano un belloso princostabe llamado Agústin Fernandez
falleció ayer después de recibir los Santos Sacramentos, y la Bendición
Abostoliáz. Al verle, la plinceza calló perdidamente enamoada y exclamó:
Reagan ordena el bloqueo naval del Estrecho de Ormuz.
La bruha fruzzzz desde su lóbrega cueva y dijo el príncipe tras varios siglos de
silencio: Farmacias de guardias. Distrito de Chamberi.
La Bruzzzja no consintió aquella decisión de Solchaga de la Dehesa que
prefería abaratar el precio del dinero y salio bolando en una escoba de la
compañía Iberia.
U colorín azulao este cuet se a ababao.

34
PATERNIDAD Y LASCIVIA, RESPONSABLES

TODOS hemos pensado alguna vez, sobre todo cuando hemos sido padres, la
injusticia que padecen las mujeres al ser las únicas que sufren los dolores del
parto. Seguro que si dar a luz fuese tan placentero como fecundar, los hombres
estarían pariendo todo el día como locos, y no como ahora, que mientras sus
señoras están en la clínica purgando el mutuo pecado, ellos están jugando tan
ricamente a los dados con los amigos.
Por eso he pensado que nuestro Gobierno, tan propicio a las reconversiones,
debe ocuparse urgentemente de este asunto y dictar las órdenes oportunas para
que a partir de esta misma legislatura cambien las cosas de la siguiente manera:
Que quede abolida la antigua costumbre (desgraciadamente heredada del
régimen anterior) de parir con dolor. Y que se ordene engendrar con dolor como
los prostáticos. Cada vez que la lascivia y su máscara, el amor, reúnan a una
pareja debe producirse un encuentro doloroso, arriesgado, con sudoraciones,
rompimiento de aguas y demás angustias.
El parto, por el contrario, será placentero como una noche de boda, una luna de
miel, un final de “Las mil y una noches”.
De esta manera veríamos quiénes sinceramente quieren ser padres amantes y
responsables. Porque es fácil reproducirse saboreando una golosina. Lo serio es
ponerse a hacer hijos como si se tomase una purga. Así veríamos de verdad,
repito, dónde están los hombres enteros.
Sé que disminuiría notablemente la población del mundo. Mejor todavía.
Sobramos cientos de millones. Si esta ley se hubiera promulgado hace años,
ahora, en vez de cinco mil millones de devoradores, seríamos catorce o quince
familias, que viviríamos en paz y armonía recíproca.
Viviríamos tan dulcemente que podríamos cambiar de nuevo las leyes y volver
a las antiguas costumbres de parir con dolor y quedar embarazada sin darte
cuenta porque tienes las meninges en la gloria.
Y dos mil años más tarde, poco más o menos, podría volverse a aplicar esta ley
de urgencia erótica (LUE), que gentilmente ofrezco a los jerarcas del mundo,
tiranos o demócratas, que en el fondo viene a ser distinto.
Y así, sucesivamente, cada dos mil años Farenheit.

35
LOS RICOS ME DESPRECIAN,
LOS POBRES ME ENVIDIAN

EL otro día, con un orgullo que ahora comprendo era ridículo, le dije a un
amigo:
—Gracias a Dios, por fin me van bien las cosas; ahora gano mucho dinero.
Naturalmente, como buen español, mi amigo me preguntó cuánto ganaba. Yo se
lo dije, y además con el mismo orgullo con que presumí de mi riqueza. Al oírme,
el rostro de mi amigo expresó tal desdén, mezclado con desprecio, misericordia y
caridad, que me di cuenta en seguida de lo ruin que aparecía ante sus ojos mi
persona.
Días más tarde, me encontré con otro amigo y, con modestia, le dije:
—Las cosas me van mal. Desgraciadamente, apenas gano dinero.
También él me preguntó cuánto ganaba y se lo dije. Al oírme, su rostro expresó
tal ira, mezclada con envidia, odio y desesperación, que me di cuenta en seguida
de lo ruin que se veía a sí mismo ante mi riqueza.
Me di cuenta entonces de que nunca, nunca debemos hablar de nuestro dinero.
Lo que uno gana o posee debe ser un secreto compartido solamente con el
ministro de Hacienda, que ni desprecia ni envidia: sólo aplica los porcentajes
establecidos por la ley, según le informe de nuestros ingresos la computadora
desprovista de corazón.
Otro día, en una reunión de gente guapa y rica, dije una banalidad:
—Lo difícil es ganar el primer millón.
Todos se miraron sorprendidos. En sus rostros adiviné una burla que expresaba
claramente que todos ellos habían tenido muchísimos millones antes de ser
fecundados.
—Sí; pero para nosotros —dijo un rico caritativo para atenuar mi ridículo
concepto del dinero— lo difícil es ganar el primer millón, como dices —me tuteó
a pesar de todo—, pero el primer millón de millones.
Desde entonces no he vuelto a hablar jamás de dinero. No del mío, ni del ajeno.
Envidio en silencio.
Hoy, al escribir esta epístola económico-moral, es la última vez que lo hago. Y
les digo:
—Las cosas me van muy mal. Apenas gano dinero.
Y por discreción prefiero no decirles cuanto. No quiero tener enemigos, ni
burladores, ni inspecciones de Hacienda.

36
PARA NUESTRAS MAMÁS Y PARA LA TELEVISIÓN,
NOSOTROS SOMOS LOS MÁS GUAPOS DEL MUNDO

YO voy por la calle y, excepto algunas adolescentes de miradas provocativas y


carnes más todavía, todos me parecen feos. Servidor incluido, porque yo
también, cuando paso frente a los espejos, me miro de reojo para arreglarme la
pernera y cuando me veo no doy crédito a mis ojos al ver en que se ha
transformado el rey de la casa que decía mi mamá que en paz descanse.
Afortunadamente, la televisión está viva y refleja en sus anuncios una imagen
de nosotros que será el asombro de nuestros nietos en los siglos venideros.
Porque ellos no podrán ser nunca tan hermosos como creerán que lo hemos sido
nosotros.
¿Habrá nunca niños tan regordetes, tan rubios, tan luminosos, tan sonrientes
como los que comen papillas en la televisión y hacen caquitas sanas, hermosas y
abundantes como las cosechas del siglo? ¿Por qué los niños que en la vida
normal se pasan tardes enteras berreando por razones incomprensibles, en los
anuncios sonríen más que una dentadura postiza?
¿Y los adolescentes? ¿Viven así los adolescentes? ¿Les pasa lo que les pasa en
los anuncios, que por la vulgar operación de afeitarse los sobacos con un jabón
de linaje dudoso son amados por millares de bellas jovencitas que salen en las
piscinas, de los cuartos, de baño, de los jardines de ensueño que no se los
imagina ni Barranco; salen, repito, con los pechos al aire y con unas nalgas
tostadas como las de las antiguas diosas del Egeo?
¿Dónde están, en qué Olimpo viven esos caballeros que en los anuncios corren
en coches brillantes, rodeados de lujo alcahuetes que les proporcionan hermosas
mujeres de ojos que prometen paraísos musulmanes y salen de las penumbras
dejándose caer las ropas interiores por los pasillos?
¡Dios mío! ¿Por qué seré yo un pobre miserable que no vive como en los
anuncios? ¿Por qué soy feo, pobre, sarnoso?
¿Para eso hemos hecho una democracia? ¿Para qué la gocen solamente los que
trabajan en los anuncios? Si lo sé, no voto.

37
EL AMOR ES ETERNO MIENTRAS DURA

LOS amantes apasionados por fin abandonaron el lecho donde se habían amado
locamente. Dejaron inundadas de lágrimas las sábanas, el parquet del dormitorio,
el piso del ascensor, el vestíbulo del hotel y el camino que recorrieron hasta
llegar a la estación donde un tren inexorable iba a separarles para siempre.
¿Quién no ha vivido un amor imposible condenado a morir en el Zenit de la
pasión? Nadie. Nadie no ha vivido esos terribles minutos en que uno dice adiós a
un cuerpo, a un alma que son el amor de nuestra vida, su sentido. Por eso sabréis
comprenderme. Estaba hablando de mí.
Ella era casada y tenía que volver a su patria lejana. Ciegos de pasión fuimos a
despedirnos a una ciudad de provincias que es donde rugen en silencio las
grandes pasiones que suele producir el aburrimiento. Fuimos llorando, como
digo, hasta la estación, y allí, sin pudor ni vergüenza, seguimos besándonos
porque sabíamos que aquellos momentos eran los últimos de nuestra loca pasión.
Y entonces se produjo la catástrofe. El tren inminente se retrasó. Lo dijeron
aquellos infames altavoces que ensuciaron para siempre aquellos momentos
envidiados seguramente por Romeo y Julieta.
“En tren con destino a Hendaya llegará con tres horas de retraso”, dijo la voz
satánica del destino.
Nos miramos, dejamos de besarnos y comprendimos los dos que aquella
demencial locura que nos unía acababa de quedarse desgasificada. ¿Quién es
capaz de llorar de amor durante tres horas seguidas mientras espera un tren? ¿Por
qué tres minutos de éxtasis y angustia, estirados, se transforman en tres horas de
aburrimiento llenas de bostezos disimulados?
Volvimos a la normalidad mientras el tren seguía ocultado, perdido en la
lejanía. Tomamos un café; ella fue a hacer pi-pí, yo a hacer caquitas, compramos
los periódicos, nos besamos con rubor fingiendo una pasión que ya había muerto
y, cuando por fin llegó el tren heraldo imaginado del Dios de las Despedidas, nos
dijimos adiós con un beso helado y húmedo de moquillo (era invierno) y ella se
fue de mi lado para siempre. Durante un par de meses intercambiamos algunas
tarjetas postales. Estoy seguro que ella me recuerda bostezando, aterido de frío.
Así terminó nuestra loca pasión. Afortunadamente, ninguno de los dos teníamos
el SIDA.

38
MÉTODO INÉDITO Y UNIVERSAL
PARA QUE TODOS SALVEMOS NUESTRAS ALMAS
Y VAYAMOS AL CIELO A GOZAR DE LA ETERNIDAD

DEBO advertir que aún no está comprobada la eficacia de este método inédito
y universal para salvar nuestras almas que inventé antes de ayer en una noche de
insomnio. Es, pues, una hipótesis que tendrá que comprobarse dentro de
seiscientos mil millones de años que es cuando probablemente se producirá el fin
del mundo.
La tesis es sencilla: “Los dioses no pueden ser menos generosos que nosotros,
ofensores de su grandeza.” De ese sencillo axioma nace mi teoría, que dice así:
—Todos los hombres para salvarse deben morir en pecado mortal. Esa es la
única manera de que podamos evitar el castigo eterno que merecen las ofensas
que continuamente causamos a nuestros creadores con nuestros pecados.
Debemos morir en pecado mortal, pero en un pecado mortal sencillo, modesto,
para, como digo, salvarnos. Lo demás viene rodado. Unidos todos los pecadores
en el Infierno, notablemente, con generosidad y sin rencor, debemos no odiar y
maldecir a nuestros jueces como se hace habitualmente en esos casos, sino que
debemos perdonarles la enormidad de la desproporción entre nuestra culpa (ya he
dicho que el pecado debe ser el mínimo, el que casi se merece la libertad
condicional) y la explicación exigida.
Los Dioses, naturalmente, comprobarán asombrados que los espantosos
dolores, la triste oscuridad, las angustias del fuego eterno a que hemos sido
condenados no provocan nuestro odio, sino nuestro amor que mostramos
perdonando su castigo con una generosidad que ellos no tuvieron con nosotros. Y
entonces se preguntarán:
—¿Puede ser posible que esta gente que nosotros creíamos puerca y canalla nos
demuestre ser más piadosa que nosotros que presumimos de ser la misericordia
infinita?
—No, no es posible —responderán a coro en el Olimpo.
Y ya lo demás es coser y cantar. Nos darán una lección de grandeza
perdonándonos a todos a pesar de nuestros pecados, porque al perdón añadirán la
gracia de gozar eternamente la dicha de estar a su lado.
Y pelillos a la mar.

39
¡CÓMO HE PODIDO CAER TAN ALTO!

ESTOY ahora contemplando lo que yo llamo mi jardín y que más que jardín es
una esplendorosa floresta de no sé cuántas hectáreas de extensión. Además,
aunque lo supiera sería lo mismo, porque desconozco la extensión de una
hectárea. ¿Para qué? Los pequeños espacios no tienen valor para mí. Yo amo el
infinito.
Yo no quiero dinero. La verdadera riqueza están en libertad y yo, lo confieso,
puedo saborear dulcemente el placer de ser libre, admirable don que he
conseguido porque he sabido moldear el maravilloso barro que heredé de mis
antepasados.
Todo está en calma en este luminoso y dulce atardecer. En el estanque del
jardín juguetean alegremente —lo compruebo por sus frecuentes brincos— los
esbeltos pececitos que lo pueblan, seguramente mariquitas perdidos, y que creen
que el mundo es bello y eterno como yo lo creía cuando tenía su edad.
Estoy en mi rincón preferido del parque, adonde vengo todos los atardeceres a
leer las meditaciones de Marco Aurelio, emperador de un imperio como yo lo soy
de mí mismo. Hay un silencio que casi me hace llorar. Hay paz, armonía y una de
esas hermosas luces que ya San Agustín, convertido a la austeridad, llegó a
comprender que podrían ser pecaminosas.
Sin embargo, no soy feliz. A pesar de tanta belleza no soy feliz porque sé que
dentro de unos minutos cerrarán el parque y los guardas me arrojarán a la burda
algarabía de la ciudad y allí me llevará su corriente. Porque ¿adónde puedo ir yo
si no tengo un duro, si no tengo amigos, si esta repugnante enfermedad de mi piel
me hace parecer repulsivo? Todos, como siempre, se alejarán discretamente de
mi lado por temor a que les contagie mi suciedad y mi pobreza.
¡Dios mío! ¿Por qué un ser tan desdichado como yo puede ser capaz de sentir
la belleza, el orden, la armonía del universo, si luego la sociedad entera (y hasta
la misma belleza que también ha huido de mi lado) me trata como lo que soy:
como una mierda.
¡Dios mío! ¡Qué desdichado soy! ¡Cómo he podido caer tan alto!

40
IMPUESTOS Y PSICOANÁLISIS

LO que pasa, señor Borrell, es que de nuevo tenemos que buscar las razones
de nuestro comportamiento en los abismos del inconsciente. Ustedes —y muy
razonablemente— creen que los contribuyentes actúan conforme a las leyes de la
razón. Y eso es un error. Los contribuyentes españoles son unos mamones.
Unos mamones en el buen sentido de la palabra, naturalmente. El Estado, ante
los ojos de sus modernos siervos liberados, es hermafrodita, participa de los dos
sexos: es decir, es hembra y macho a la vez ante, repito, los ojos de los que
pagan.
Todos, al hablar del Estado, se refieren a él como si fuera un padre severo y
castrador, o como si fuera una madre bondadosa que está dispuesta a abrirse los
escotes y surtir de leche a todo mamón que se acerque. Por eso todos cuantos
tributamos queremos ser recompensados con la misma cantidad que hemos
pagado o más si es posible. Por eso es tan frecuente oír decir:
—Y a mí ¿qué me da el Estado?
Nadie tiene una idea de la solidaridad de los tributos. Pasa lo mismo con la
Seguridad Social. Millones de españoles están dispuestos a dejarse amputar un
miembro si con eso recuperan el dinero que han pagado con sus cuotas. Si no
“compensan” con servicios del Estado los que han pagado se sienten
defraudados. Nadie piensa que no se pagan los impuestos para uno mismo, sino
que se hace para quienes lo necesitan y que todos somos uno.
Por eso amamos a la Mamá Estado, la gran vaca de las tetas muníficas de oro, y
por eso odiamos al Padre Estado severo y castrador, insaciable Saturno devorador
del dinero de sus hijos. Es un problema difícil de resolver y que tiene que ver con
la forma en que son destetados los españoles, mamones empedernidos. Su
persuasión, señor Borrell, debe ser dirigida en ese sentido. Hay que curarles a los
españoles el complejo de Edipo estatal que padecen y que les inclina a un amor
desaforado al enchufe y la succión mamatoria y a un temor cargado de agresión
hacia el padre, a quien imaginan saboreando injustamente las ubres de mamá.
O sea —y ahora no me dirijo al señor Borrell, sino a usted, querido lector—,
que hay que cumplir con las obligaciones fiscales y no intentar engañar al Estado
como lo hago yo, aunque desgraciadamente sin ningún éxito, a pesar de mis
conocimientos psicoanalíticos.

41
EL HIMALAYA Y YO

ES la triste verdad: el monte Himalaya y yo no nos llevamos bien. Mejor


dicho: no nos llevamos ni bien ni mal; simplemente no nos llevamos. Y puedo
declarar que la culpa es sólo suya. Es él quien con su altivez, y me atrevo a decir
que con su desdén hacia mi persona, ha conseguido que nuestra posible hermosa
amistad sea imposible.
Yo muchas veces he intentado acercarme a él, he tratado de que entre nosotros
nazca una amistad sincera, una mutua comprensión y simpatía, pero ha sido
inútil. El Himalaya siempre ha respondido a mis insinuaciones con frialdad y con
arrogancia.
No le reprocho nada, pero aprovecho las páginas de ABC para decirle
públicamente al desdeñoso Himalaya que hoy mismo he roto ese lazo
intravenoso que brotaba de mi corazón hacia el que yo imaginaba él tenía en sus
entrañas heladas. ¡Adiós, Himalaya! Nunca volveré a tu falda para mendigarte
una mirada, una sonrisa. ¡Adiós para siempre!
Eres como los ricos y como las mujeres hermosas a las que a veces me
aproximo con timidez, temiendo que crean que me acerco a ellos con algún
inconfesable interés económico o erótico, ricos y bellas que ni siquiera advierten
mi presencia, porque ellos y ellas, como tú, viven en las cimas y creen que lo
demás es sombra y olvido.
Te advierto, Himalaya, que casi me alegro de que por fin me haya desengañado
de tu amor inexistente, porque cada vez que en primavera iba a verte, confiado en
poder acariciar tus manos, en besar tus dulces laderas, la cosa me salía por un ojo
de la cara. Nunca volveré a verte, Himalaya.
Te confieso, porque aunque ya no te ame no quiero mentirte, que soy ingenuo,
como todo enamorado, que aún confío que este año, cuando no adviertas mi
presencia, cuando no sientas el calor de mi mirada enamorada, me echarás de
menos y dirás: “¿Por qué no ha venido? ¿Ya no me quiere?”
Y ojalá, al no verme, te des cuenta de que tú también me amas y sufras como
yo he sufrido por ti, sigo y seguiré sufriendo por saber que yo no he sido, ni soy,
ni nunca seré para ti.
Hemos roto.

42
ME ACABAN DE ROBAR MI LEJANA JUVENTUD

SÍ, me la acaban de robar porque me han demostrado que toda mi vida fue un
error, un inmenso error nacido de mi ingenuidad y de mi joven amor infantil a la
Justicia.
¡Ahora resulta que nuestra nueva estrella de Oriente, el pragmático señor
Gorbachov, ha llamado conservadores a los viejos revolucionarios estalinistas
que se resisten a los cambios que amenaza su famosa “perestroika”!
¡Y eso sí que no! ¡Que le mienten a Stalin su madre, que le borren de la
Historia, pero que no digan que son conservadores aquellos santos patriarcas que
fueron la luz y guía de la progresía de mi tiempo! ¡Qué no, repito! ¡Que no
quiero oírlo, como habría dicho García Lorca, a las cinco de la tarde y no a las
ocho y cuarto, como lo digo yo!
¡Llamar conservadores a quienes en nuestra juventud perdida eran los
revolucionarios, los constructores de la nueva sociedad, los que espantaban con
su existencia a los odiosos carcas que nos oprimían la razón y los instintos! ¿Y
para eso sufrimos una adolescencia con el corazón ensangrentado con el rojo de
la revolución anhelada? ¿Y para eso nos suscribíamos a “Triunfo” y viajábamos a
Londres a comprar las obras completas del ahora infame Stalin, que lo mismo
nos enseñaba dialéctica que genética o métrica revolucionaria?
¿Y Mao? ¿Qué quieren hacer con tan sublime político y vate inmortal del verso
corto? ¿Es que acaso fue Mao solamente un andariego que se recorrió China
haciendo “jogging” en vez de cambiar la Historia del mundo con la Gran
Marcha?
¿Por qué nos decís estas cosas ahora, Gorbachoves, en nuestra decadencia, si el
único recuerdo puro que recordamos de nuestra adolescencia es aquel temblor
revolucionario? Andad con ojo, neobolcheviques. Si seguís así, corréis el riesgo
de que miles de jóvenes idealistas, ardientes y puros, no se atrevan a denostar a
Reagan como se merece, a adorar a Ortega (el de Nicaragua, no el que tiene
nombre de calle) ni a justificar las románticas aventuras de Gadafi temiendo que
el día menos pensado otro nuevo Gorbachov llame a sus ídolos conservadores y
revolucionarios de desván, polvo y olvido.
Saber estas cosas ha sido para mí más triste que enterarme de que el primer
amor de mi vida me ponía los cuernos con el bedel de Anatomía.

43
MIS ABUELOS NO SE COMPRENDEN

MIS dos abuelos, el materno y el paterno, no se comprenden. Se miran, parece


que se escuchan, se ofrecen tabaco, se tosen, se esputan, se intercambian
cardiogramas y radiografías, pero hay algo que les separa por encima de la
comprensión que les debía exigir su decrepitud.
Les separa la Historia.
El otro día escuché una de sus conversaciones y asistí a un nuevo fracaso de la
comunicación entre los hombres.
—¿Te acuerdas —dijo el más locuaz, el que articula mejor las frases porque
conserva cinco dientes en vez de cuatro— de cuando intentábamos matarnos tú
por Stalin y yo por Hitler?
—Sí, me acuerdo.
—¡Pues éramos unos imbéciles los dos!
Un leve fulgor encendió la pupila apagada del otro que alzó la voz como pudo
y emitió un leve susurro:
—Sí, éramos unos imbéciles, pero tú más que yo.
—No. Tú más.
—¿Yo? ¿Yo que ofrecí mi vida alegremente por la libertad y el futuro de
España?
—¿Y qué te crees que hacía yo? De todas formas habrías acabado como ahora,
como el viejo arteriosclerótico, reumático y ulceroso que eres, viejo detritus.
—¿Pero te has visto tú desgraciado? ¿Has visto el color de tu piel de cirrótico,
borracho asqueroso, que apestas a alcohol y a incontinencia de orina?
—¿A que te parto la cara, fascista? ¡Yo no admito que nadie me trate así y tú
menos que nadie!
—¿Yo fascista? ¡Fascista, lo serán tus riñones y tu próstata si todavía la tienes!
Luego pasaron a temas más abstractos y trascendentes. Hablaron de la batalla
del Ebro, de un tal Lerroux, de los pro-mártires, de los fusilados, de los
fusiladores, de Guernica, y cuando intentaron levantarse para volver a atacarse
con furor fraticida cayeron los dos rendidos en sus sillones de mimbre,
tosiéndose insultos y bacilos como si por ellos no hubieran pasado los años que
me parece que no han pasado por nadie en esta, dicen, alegre, luminosa y
esperanzada España.

44
ES DIFÍCIL DECIR TONTERÍAS EN VANO

NADIE medianamente inculto ignora que los surrealistas practicaban la


llamada escritura automática. Mecánicamente era fácil cumplir tal función
literaria: cogían un papel en blanco y una pluma que funcionase y escribían sin
ninguna inhibición todo lo que pasaba por sus mentes, que ellos suponían libres e
irresponsables.
Nadie medianamente inculto ignora tampoco que ese juego era un mimetismo
estético y pueril de las llamadas asociaciones que practicaban con fines
terapéuticos los psicoanalistas de la escuela suiza.
La cosa parece sencilla y no lo es. Yo les reto a ustedes, queridos lectores, que
intenten escribir cuanto pase por su brillante cerebro sin reflexionar, sin criticar,
sin cerner lo sublime de los obsceno. Es decir, dejar abierto impúdicamente el
grifo del inconsciente. Comprobarán asombrados qué difícil es tener esa
capacidad, esa desvergüenza o esa valentía.
Yo, bajo mi palabra de honor, les aseguro que lo que escriba a partir de este
instante será hecho conforme a esa regla del juego de la libertad mental. Y voy y
escribo:
“La vaca sensitiva “Ernestina” balaba las ubres orgánicas
del útero atómico, Epífisis, Fernando, entre tanto, lamiéndose los abajo mientras
que yo, miento, no era yo. Pero era yo. Mientras yo, repito escribo, saltaba a la
taba en los brazos amantes de mamá. ¿Por qué has muerto? ¿Cómo consentiste
que papá te matara? No me lo puedes decir, Hipócrates nunca mentía a sus
pacientes que morían con una hemorragia en los labios. Y así serán perdonados
todos los pecados que un día no cometimos por pudor, ni comimos, ni bebimos,
ni amamos. Sube, sube, energúmeno amor mío, asciende al Everest, donde te
espera ella sentada en la punta de la nieve con el trasero aterido.”
¿Han visto ustedes lo imbécil que es mi inconsciente prisionero y temeroso?
Pues el suyo, querido lector, es igual que el mío. Intente escribir libremente, sin
temor, sin barreras, sin pudor. Y envíenme sus (creerán ustedes) libérrimos
textos.
Yo les demostraré a vuelta de correo que son ustedes unos viles siervos de los
dos mil años de cultura que han domado nuestras pezuñas.
No lo olviden. Espero sus obras maestras.

45
FILIPICA A ALFONSO USSÍA

Don Alfonso Ussía, cuando nos da lecciones de urbanidad y de buenas


maneras, generalmente tiene razón. Pero confesémoslo sinceramente: es un
dogmático que algunas veces tiene fragmentos de razón y otras ni eso. Así que un
día, harto de las exquisiteces de don Alfonso I el Urbano, me abandoné a los
vicios y malas costumbres de mi conocida baja extracción social que he vivido
alegremente desde mi miserable infancia hasta el primer tercio de la tercera edad
en que habito ahora.
Me pongo las corbatas que quiero, hagan o no hagan juego con mis
calzoncillos; chupo el cuchillo sin miedo a cortarme la lengua cuando saboreo mi
mermelada de higos favorita, me hurgo las cicatrices de la peritonitis en público
con los palillos rematados en algodón de hurgar los oídos, deposito
distraídamente mis moquitos secos en el salero de las mesas donde estoy
invitado, digo finuras y frases hechas de hortera profesional y me lavo, como es
conocido internacionalmente, la ropa interior sólo los 29 de febrero de los años
bisiestos.
Pues bien, es tanta la belleza, la inteligencia y el brillo de mis ojos, tan
seductora mi irresistible personalidad, tan amena mi conversación, tan atractiva
mi pérfida inocencia, que poco a poco he contagiado mis llamados vicios sociales
a la sociedad española, que alegremente escupe, eructa, se rasca la bragueta,
opina de lo que ignora y come los garbanzos uno a uno con palillos. Incluso se
comenta que en el palacio de Buckingham ha empezado a cambiar el protocolo
real (antes imperial) y que la Reina de Inglaterra se saca trozos de “pudding”
entre las muelas con la uña de su real dedo meñique.
¿No puedo, pues, sentirme el Petronio del siglo XX? Él era el dictador de las
modas sociales romanas. Yo, a pesar de las intrigas de don Alfonso para
impedirlo y de su postura clasista y reaccionaria, soy el Petronio de la España
contemporánea. Lo digo con orgullo y con modestia. Así es la vida: unos siguen
las modas y otros las creamos.
Sepa usted, don Alfonso Ussía, que desde mañana puedes comer las angulas
chupándolas alegremente una a una y puedes también ponerte calcetines blancos
bajo zapatos dorados de rejilla.
Yo y la España a la que tanto amas te lo permitimos. Además, cuento con el
“nihil obstat” de nuestros queridos gobernantes.

46
TRÁFICO ILEGAL DE JUBILACIONES

AHORA, eres profesor de una insigne Universidad, y cuando llegas con


plenitud intelectual a la madurez de los sesenta y cinco años eres jubilado,
desterrado y lapidado y tu cátedra es ocupada por alguien que lo mismo puede
ser un genio que un mastuerzo, según de donde emane la orden de la sustitución.
Eso estaría bien si, inmediatamente después de la jubilación, el excluido
pudiese dedicarse a la investigación, aprovechando su sabiduría y experiencia.
Nadie impide a esos jubilados, dicen sus jubiladores, estudiar, pero no ponen los
medios a su alcance. Yo me imagino a Severo Ochoa en Asturias, jubilado y
apartado del mundo, dedicado a las elucubraciones científicas que como todos
sabemos pueden ser en este mundo técnico en que vivimos cuna de muchos
errores. ¿Qué puede hacer Severo Ochoa, en Asturias con el microscopio que
recibieron sus nietos el día de Reyes el año pasado? ¿Dedicarse a la observación
de las fabes para ver si descubre leyes genéticas distintas a las de las lentejas?
Ochoa y muchos más necesitan laboratorios y el Estado carece de esas cosas
propias de protestantes; sólo tienen jubilaciones.
Y, además, jubilaciones que otorgan, conceden o niegan a capricho. Hay un
grupo de gentes, a quienes se incluye gentilmente en los rebaños de los llamados
intelectuales, que gozan de un privilegio especial y que incluso son ayudados
generosamente por el Estado. Me refiero a los artistas.
Yo pido al señor Solana que reflexiones sobre esta situación irregular. Es
absolutamente necesario que se haga un inventario de todas las obras pintadas
por Miró, Dalí, Picasso y otros insignes, aunque menores, artistas después de
haber cumplido la edad de sesenta y cinco años.
Todas esas obras deben ser inmediatamente destruidas porque han sido
producidas en la ilegalidad social y eso es favoritismo, pura antidemocracia y,
seguramente, anticonstitucional. Todo ciudadano que tenga una obra realizada
por esos vejestorios que abusan de la tolerancia de algunos funcionarios deben
entregar sus obras inmediatamente al Estado, que procederá a quemarlas y
destruirlas conforme a las leyes que razonablemente, después de ser leídas estas
reflexiones, serán promulgadas.
Los ingresos obtenidos por los artistas por sus obras de ancianidad serán
repartidas equitativamente entre vaya usted a saber quién. Pero eso está fuera de
la reflexión social. Eso es economía, y ahí no hay quien meta el hocico.

47
DEL AMOR AL ODIO
HAY UNA HERMOSA PATADA EN LOS RIÑONES

YO, de niño, y supongo que ahora les pasa lo mismo a los pobres infantes
educados en la ambivalencia de las pasiones, estaba lleno de dudas porque, por
un lado, me decían que debía amar a mi prójimo como a mí mismo y que cuando
recibiera una bofetada debía poner inmediatamente la otra, y, por otro, la
educación popular que recibía en la calle, más sensata y pragmática, me decía
que para consolar las impaciencias, las tristezas y las iras que nos contagia la
sociedad lo mejor es desahogarse.

Y así viví en un dilema que me acompañó toda la vida. ¿Qué debo hacer
cuando alguien se acerca a mí sonriente y me propina una bofetada? ¿Volver la
cara con gentil semblante y poner otra mejilla, como me decían en la escuela, o
arrearle una patada en el bajo vientre, como me aconsejan mis instintos?
He reflexionado mucho sobre este problema porque soy dado a las cuestiones
éticas y por fin he aceptado que intelectualmente, como animal racional que soy,
la solución a este gran problema que nos llena de dudas y de angustias; por lo
tanto, consiste en hacer las dos cosas al mismo tiempo. Es decir, ofrecer
cristianamente la otra mejilla, y al mismo tiempo, no casi instantáneamente, sino
instantáneamente de verdad, propinar la patada en las ingles y sus alrededores a
que me he referido anteriormente.
Así se cumple el viejo precepto de amar a tu prójimo, perdonarles las ofensas
de sus injurias y responder al odio con amor al mismo tiempo y el razonable
dejarse llevar por lo poco científica ni literariamente el pueblo llama el
“desahogo”.
Luego me he enterado que estas soluciones eclécticas han sido practicadas por
los hombres más prudentes de la antigüedad. Y algunos hasta en fechas más
recientes. Dicen que preguntado el poeta Heine sobre si debemos perdonar o no a
nuestros enemigos, respondió sabiamente:
—Sí, debemos perdonarles, pero jamás antes de su ejecución.
Me enorgullece saber que hace ciento cincuenta años un insigne poeta
conociera ya mi manera de pensar. Desde aquí, con modestia, aunque no lo
niego, también con cierto orgullo, le mando mi agradecimiento y dadas las fechas
en que estas meditaciones están escritas, también mi deseo ferviente de que pase
unas felices Navidades en compañía de nadie probablemente.

48
AVISO A MIS RODEADORES

DESDE hace unos cuantos meses, un joven vecino mío a determinadas horas
del día, que coinciden con las de mi meditación y trabajo, se solaza con unos
espantosos ruidos de ritmos monótonos y simiescos que tanto degustan las
inmaduras neuronas de los jóvenes modernos. Yo no estoy en contra de sus
gustos musicales, sino del volumen con que los exhibe, así que yo, cuando
empieza a sonar su tam-tam urbano, tranquilamente instalo mis propios
estruendos a un volumen superior al suyo.
Aún no he podido averiguar de dónde procede esa estupidez monótona que
envilece el silencio tradicional de la comunidad. Histéricamente pego mi oreja
sana a las paredes, al suelo, al techo de mi piso y no puedo afirmar con seguridad
dónde está el epicentro de la tontería sonora que trepa por las paredes y resuena
horas y horas con la misma monotonía.
Por evitar la audición de esa música de caníbales y también por educar un poco
el gusto del ruidoso analfabeto musical suelo lanzar a los espacios, y a todo
volumen, hermosas músicas celestiales de los antiguos.
Pues bien, aprovechando la generosidad de ABC que me brinda sus páginas
para mi uso particular, quiero informar a mi aburrido incordiador y a sus
pacientes padres que la programación que preparo para los meses próximos es la
siguiente, toda ella dedicada a Tomás Luis de Victoria:
“O quam gloriosum o quam magnum mysterium.”
“Officium deffuncorum.”
“Responsorios de tinieblas.”
“Officium hebdomadae sanctae” (versión integral).
“Repertorio variado de motetes.”
La emisión, lo advierto, será atronadora y los horarios serán los mismos que
utilice el agresor para satisfacer sus gustos degenerados. En cuanto consiga
restablecer el silencio detendré la emisión de la polifonía de Tomás Luis.
Extiendo la información a las manzanas vecinas porque estoy dispuesto a sacar
mis altavoces a los balcones de mi piso hasta conseguir gozar de mis gustos
musicales o del silencio y de la paz que me roban estos pobres rapaces
delincuentes sonoros incapaces de saborear un cuarteto de cuerda.
O sea que, queridos y respetados vecinos, están ustedes informados: les espera
un hermoso semestre de música coral. El que avisa no es traidor.

49
LA DICTADURA DEL VULGOTARIADO

VIVIMOS en plena dictadura del vulgotariado. Es algo maravilloso, jamás


habíamos llegado a cimas tan altas la mediocridad ilustrada. Estamos en el
apogeo del Siglo de Oro de lo mediocre. Por todas partes nos rodea el “pseudo”
buen gusto, los gestos retóricos sin contenido, la verborrea que llega a extremos
de colitis crónico oral de nuestros oradores oficiales, profesionales o aficionados.
Vivimos en pleno triunfo de las apariencias que todos, sumisos y alegres,
aceptamos como si fuesen verdades que generalmente nos ofrecen horteras
misteriosos y ocultos que dictan, ordenan, que pastorean, me imagino que a
carcajadas, el infinito rebaño de ovejas pacientes que no sabemos oponernos a
esta condenada dictadura del vulgotariado.
Todos, como borregos, tenemos que comer y beber lo que se nos ordena,
tenemos que soportar las imágenes convulsas de los nuevos estetas de la imagen
y tenemos que oír los ruidos que unos zafios analfabetos (a-do-re-mifabetos,
deberíamos decir) que desde su osadía nos están volviendo sumisos idiotas a
quienes hasta hace poco nos creíamos sólo sumisos.
Si un día te atreves a decir en voz alta que la como cretinez de los jóvenes
alcanza los mismos porcentajes que la de sus abuelos, estás condenado a ser
anatematizado como reaccionario y antiguo. Hay que aceptar obligatoriamente
las nuevas formas llamadas de cultura, procedan del Estado o de la estupidez
general. Ya está bien. Y hay que decirlo valientemente: la mayoría no siempre
tiene la razón. La mayoría generalmente muge, gruñe, bala, rebuzna y, a veces,
ruge. Y eso es todo. Su lenguaje debe ser interpretado como lo que es, como la
expresión de unos animales.
Otra cosa son los energumeneces de las revoluciones que tiene una hermosa
belleza que la mediocridad y la sumisión son incapaces de comprender. Por eso
hay tan pocas revoluciones y duran tan poco tiempo, unos instantes nada más en
la infinita continuidad del aburrimiento disfrazado de artes nuevas, falsas alegrías
y demás estéticas de muertos de hambre y de gentes carentes de la satánica
libertad interior necesaria para no ser recua.
O sea, que tampoco esta vez tengo razón.

50
¿ES EL OCIO LA MADRE DE TODAS LAS VIRTUDES?
ROTUNDAMENTE NO

“… PORQUE el ocio cansa, deprime, agota, nos deja exhaustos. No hay más
que ver a un ocioso, está lánguido, sus párpados descienden lentamente sobre sus
ojos y su bajo tono muscular poco a poco le va convirtiendo en una aljofifa.
Por eso debemos combatir el ocio de la moderna civilización del ocio con
alguna actividad que nos descanse del abrumador esfuerzo de estar ociosos.
Antiguamente, cuando trabajábamos, hasta los empresarios más explotadores
nos daban un tiempo libre para descansar. Después del esfuerzo degradador del
trabajo nos concedían unas horas de ocio. Nuestro tiempo estaba dividido en tres
partes de igual duración: ocho horas de trabajo, ocho de sueño y otras ocho de
ocio.
Ahora, repito, con esta moda del ocio, es inhumano que un pobre hombre
como usted y como yo esté ocioso ocho horas, otras ocho horas también y
dedique las otra ocho horas del día a dormir. Eso es un abuso de las autoridades
incompetentes. El hombre no puede estar sometido a esa terrible tensión; el
hombre debe tener tiempo para descansar de la angustia del ocio.
Y para ello sólo hay una solución: el trabajo. El hombre, después del marasmo
físico e intelectual del ocio, debe poder gozar del descanso del trabajo. Por este
noble fin debemos luchar la nueva clase ociosa exprimida y explotada por los de
siempre. Y debemos luchar para conseguir algo muy sencillo: que nuestra vida se
componga de tres espacios equilibradores y de igual duración.
Y esos espacios son: ocho horas de ocio, otras ocho horas de trabajo reparador
y otras ocho de sueño.
Sólo de esa manera conseguiremos vivir en armonía con la sociedad y con
nosotros mismos. Debemos luchar contra la vieja maldición que nos condenó a
ganar el pan con el esfuerzo de nuestro ocio.

(Fragmento de un escrito fechado en el año dos mil cuatrocientos catorce de la


era cristiana y que fue encontrado en las ruinas de una guardería de pensionistas
en el año tres mil veintidós de la antigua era cristiana correspondiente al año
catorce del renacimiento del nuevo Imperio trabajador de los Habsburgo.)

51
UTILIDAD SOCIAL DEL HAMBRE DE LOS POBRES

LOS buenos gastrónomos saben que mientras se come es conveniente tener una
amena conversación sobre el hambre de los pobres. Parece ser que la piedad
excita nuestros jugos gástricos y hace nuestras digestiones más fáciles y ligeras.
Existen, naturalmente, diversos matices. Para digerir, por ejemplo, un pescado
blanco, simplemente hervido, basta con recordar la situación miserable de los
mendigos españoles; para digerir una cena salvaje, con ostras, percebes,
“foie-gras”, caviar, jamón de pata negra y salmón escocés, es decir, una cena
degullida con cargo a los presupuestos del Estado, la conversación debe girar
alrededor de los tristes sucesos de Nicaragua y de las madres famélicas de
Etiopía; si el festín consiste en tiernos lechoncillos asados, basta con recordar a
los niños de Pakistán.

No está bien comprendida esta relación piedad-digestión, pero se supone unido


a cierto sentimiento de culpa que solemos sentir las personas sensibles al
recordar que con un buen eructo nuestro pueden comer cómodamente dos o tres
niños hambrientos en la India.
Es conveniente, podemos decir sin agravio a la ciencia ni a la moral, que para
evitarnos molestas gastritis y úlceras de duodeno debemos seguir consintiendo en
que existan esos atroces niños esqueléticos del Tercer Mundo que nos están
diciendo desde el pavor de sus miradas vegetales: “Todos los hombres que
sobreviven son iguales.”
Quizá lo más penoso de este notable comportamiento de nuestro aparato
digestivo sea el que los ya varias veces citados menesterosos, para incrementar
sus jugos gástricos, deben hablar en sus ayunos de los banquetes de los
poderosos y de sus envidiadas barrigas. Sólo así consiguen tener unas tranquilas
digestiones de las caquitas que han comido, si es que tienen la suerte de pillar
viva alguna caquita por los alrededores.
Resumiendo, la vida es cruel y hay que aceptarla tal como es, y aceptar que al
que Dios se la dé Brillat-Savarin se la bendiga.

52
HABLAR ES MORIR UN POCO

EL rumor de voces, gritos, lamentos, sollozos, risas, murmullos y suspiros que


brotan de la tierra constantemente debe de ser espantoso. Somos cinco mil
millones de criaturas parlantes que no dejan de emitir pensamientos (?) ni un sólo
momento. No hacemos más que hablar sin ningún sentido. Nadie escucha a
nadie, y cuando alguien se toma la molestia de escuchar no comprende nada de lo
que le dicen. Los ingleses piensan que esta incomunicación es voluntaria y
afirman seriamente que Dios nos ha dado el don de la palabra para ocultar
nuestros pensamientos. Yo creo que eso no es verdad. La verdad es que todos
queremos ser comprendidos, pero el lenguaje que utilizamos nos lo impide. ¿Ha
intentado usted decirle que la melancolía roe su corazón a un armenio? Jamás le
comprenderá. Tendrá que utilizar la mímica, poner la mano en el corazón, mirar
el cielo con tristeza, pero será en vano. El armenio jamás podrá comprender que
le estás explicando que la melancolía roe tu corazón. Seguramente pensará al ver
tus gestos que le estás contando que acaban de robarte la cartera.
Pues eso que nos pasa con los armenios nos pasa entre nosotros mismos. A
veces, cuando un grupo de gente habla a mi lado, me doy cuenta de que las
palabras que utilizan tienen distintos significados para cada
uno de ellos. Es como si estuviesen jugando creyendo que utilizan las mismas
reglas sin darse cuenta de que uno juega al ajedrez, otro al parchís, al dominó el
tercero, y el cuarto vaya usted a saber a qué. Es divertido: uno coloca el seis
doble sobre la mesa y el vecino le contesta moviendo el alfil, para ser contestado
inmediatamente por el tercero, que violentamente golpea sobre la mesa el rey de
bastos. No se dan cuenta de los disparates de sus diálogos y cómo, cuando uno
dice libertad y el otro asiente, han hablado de cosas distintas.
Pruébelo. Después de haber pasado una sobremesa charlando, tranquilamente
al principio, violentamente después como es la costumbre, pregunte a sus amigos
qué es para ellos la libertad, el amor, la Iglesia, don Felipe González, la Edad
Media y hasta los sabañones y verá sorprendido que han estado jugando con
piezas distintas, que nadie utiliza las mismas herramientas. Y seguirán, ¡claro!,
sin comprenderse.
Resumiendo, que sé que esto que les acabo de decir lo he dicho confusamente,
así que tienen el derecho a interpretarlo como ustedes quieran. Aunque, se lo
advierto, no he dicho nada de lo que están ustedes pensando. O quizás sí. O
quizás no. O quizás, quizás, y así sucesivamente.

53
¿MNEMOQUE?

YO tengo muy mala memoria, un desastre de memoria, una memoria destruida


por mi arteriosclerosis. Recuerdo mi infancia y mi lactancia con todo detalle,
pero mis acciones o pensamientos recientes, en cuanto concluyen, vuelven a un
limbo del que no puede rescatarlos.
Esta mañana, por ejemplo, tuve una idea feliz y como sabía que pronto iba a
olvidarla recurrí a la mnemotecnia.
Ya conocen el sistema. Consiste en trasladar lo presuntamente fugitivo a
palabras, números, signos o acciones que sean fácilmente recordables. Luego se
traducen esos artilugios mnemotécnicos a su primitivo significado que aparece
radiante y puro como el pecado original.
La frase salvadora era “Escalera a la peluquería”. Con ella yo estaba seguro de
haber simplificado el tema que temía no recordar y que era la reflexión de cómo
la fama y la ascensión al poder sólo servían para que las comentasen las mujeres
en la peluquería.
Dos horas más tarde, sin embargo, me di cuenta de que pronto olvidaría
también lo de “Escalera a la peluquería”. Así que trasladé también esa frase a otra
más sencilla y más atractiva para el recuerdo. Era “Bomberos calvos”. Yo, lo
recuerdo perfectamente, de niño había visto varios bomberos calvos y en ese
recuerdo infantil confié, aunque dos horas después volvía a dudar de nuevo.
Elegí la frase “Tengo el pelo chamuscado”, porque era un recuerdo de mi santa
madre que un día se quemó el cabello cuando se lo rizaba. También dudé de ese
recuerdo infantil y fui cambiando una y otra vez la frase salvadora hasta llegar a
la de “Alcachofas rehogadas”.
Durante diez días estuve angustiado intentando recordar lo que quería
recordarme eso de “Alcachofas rehogadas”. Fue inútil. Llegué a recordar la
cadena “Escalera a la peluquería”, “Bomberos calvos” y “Tengo el pelo
chamuscado”, pero nada más.
Algún día, como siempre, en el momento más inesperado brotará luminosa y
clara como el pecado original (creo que eso ya lo he dicho antes) la idea
primitiva. Pero ya será tarde. Quizá para entonces yo ya esté muerto y alguien
esté intentando recordar mi nombre con estas técnicas tan sencillas que no han
impedido que yo empiece este trabajo diciendo que ocurrió ayer y que diez días
después seguía lleno de dudas.
Y me pregunto: “¿Cómo es posible que en sólo diez horas hayan pasado diez
días?” “¿Tan rápido pasa el tiempo?”.
Y otra vez me veo obligado a recurrir a la mnemotecnia para recordar cuando
lo necesite esta profunda reflexión sobre la fugacidad del tiempo.
La frase elegida es sencilla: “Un hombre cruza la calle con un reloj de pared en
los brazos.” Esta vez, seguro que no falla este sencillo y útil artilugio de la
mnemotecnia.
Dios lo quiera.

54
CADA UNO DE NOSOTROS ES EL
MÁS FELIZ DE LOS MORTALES

NO es difícil comprobarlo. Cuando pensamos que somos los más desdichados,


los más pobres, los más enfermos, los más desesperanzados, siempre brota a
nuestro lado un ser más mísero que nosotros que nos alienta a elevar grandiosas
preces de gratitud a los dioses de los cielos. El sabio aquel que cuando volvió el
rostro vio a otro sabio que iba cogiendo las hierbas que él arrojó, vive en cada
uno de nosotros.
Haga usted la prueba. Cuando tenga la fortuna de vivir la enriquecedora
experiencia de estar agonizando, digáselo a su vecino y comprobará complacido
que el tal sujeto está mucho más agonizante que usted. Es inútil que usted
entreabra sus cicatrices y muestre el repugnante color verdoso de sus venas; su
vecino le mostrará una putrefacción más feroz y más exquisita y usted tendrá una
nueva ocasión de elevar las citadas grandiosas preces de gratitud a los cielos.
Siga con estos experimentos. Cuente usted alguna desdicha doméstica, diga que
se le ha hundido el techo del dormitorio y que el piso entero está anegado por los
torrentes de agua que caen de los cielos y podrá oír complacido cómo su amigo
sufre e su casa mayores derrumbamientos que los ridículos desprendimientos de
trocitos de escayola que usted padece.
Esta constatación de la superioridad de las desgracias ajenas se comprueba
especialmente en lo económico. Acérquese a un conocido o a un amigo íntimo y
verá sorprendido en la triste pobreza en que vive y que sus bienes y derroches
hacían inimaginable. Yo he hecho la prueba muchas veces. He descrito mi
angustiada situación económica, he mendigado ayuda y siempre he obtenido la
misma respuesta:
—Vienes en un mal momento. No tengo un duro.
Y luego escucho el relato de las desdichas que padece aquel a quien yo
ingenuamente supuse rico y pedí ayuda.
Y así soy feliz, comprobando día a día que si no soy el más feliz de los
hombres, soy sin duda el menos desgraciado.
Y eso aumenta más todavía la felicidad que por culpa de mi ignorancia no
sentía. Y de nuevo elevo mis grandiosas preces de gratitud a los cielos por los
dones que me ha concedido.
Así es la vida.

55
TARZÁN HA MUERTO, ¡VIVAN LOS ANTROPÓFAGOS!

YO, de niño, por culpa de la perversidad de las publicaciones infantiles, creía


que existía lo que nuestros corazones infantiles llamaban “el bueno”. “El bueno”
era el héroe solitario e invencible que luchaba contra los malos y les vencía
inexorablemente.
Tarzán era mi preferido, aunque también admiraba al detective Nick Carter, al
Hombre Enmascarado, a Doc Savage y a Supermán, verdaderos defensores del
pueblo, y no como las birrias que tenemos ahora, que no salvan a nadie y acaban
siempre ahogados arrastrados por las rápidas corrientes de las cartas que reciben
y que se precipitan y desaparecen en las cataratas administrativas y
parlamentarias. (Aplausos) Tarzán derrotaba a los exploradores implacables que
se excedían en sus vejaciones a los negros y protegía a quienes lo hacían
prudentemente como aconsejaban los liberales ingleses, de cuyo linaje descendía
Tarzán por parte de mona. Tarzán era mi justiciero favorito, aunque nunca
comprendí, quizá por mi tez morena, por qué se cargaba a tantos negros, a tantos
leones y a tantos cocodrilos.
Pues bien, ahora, ya en plena tercera adolescencia, compruebo apesadumbrado
que “el bueno” no existe, que “el bueno” era una fantasía infantil. “El bueno” de
ahora son leyes, son comisiones, son discursos, son promesas, son zancadillas de
políticos que inflan o desinflan los fantasmas que nos aterrorizan sólo con fines
electorales. No son héroes como los de antes, son sólo palabras y las palabras no
luchan a pecho descubierto, solas y heroicas como Tarzán.
Si Tarzán viviera ahora entre nosotros le veríamos cruzar los cielos de nuestras
ciudades lanzando su aullido de arcángel, desdeñando la lay de la gravedad y las
de los hombres, leve y amoroso como el recuerdo que todos tenemos de los
dulces pechos de nuestras madres. (Aplausos acompañados de algún silbido.)
¡Ay de los dos mil desalmados que nos tienen aterrorizados si Tarzán
apareciese seguido de la mona “Chita”!
Pero no tenemos Tarzanes, ni tenemos coraje para imitarles. ¡Ay, pues, de
nosotros! (Una voz: ¡Fascista!) (Otra voz, la mía: ¡Fascista lo será tu padre!)
Y Tarzán, mientras tanto, en la peluquería.

56
HE MATADO

SÍ, lo confieso, he matado. Y he matado, además, por una nimiedad, por un


simple insulto; sí por un insulto que no pude tolerar, un insulto más que ofensivo,
vulgar, porque, además de vulgar, es grosero que un desconocido al que no has
sido presentado te diga en pleno rostro: “¡Cállate, gilipollas!”
La cosa empezó así: yo estaba cenando con mi señora, mis tres hijos y mis
padres políticos. Íbamos ya en la conversación por Pilar Miró cuando sonó el
timbre. La doncella salió a abrir. Todos oímos claramente sus pasos en el
recibidor, el chirriar de la puerta al abrirse y luego un grito ahogado y el
estruendo que hizo su cuerpo de más de noventa kilos al desplomarse en la
moqueta del “hall”. Inmediatamente después se abrió la puerta del comedor y
apareció el asesino. Iba armado hasta la dentadura postiza.
Mi padre político, bravo inspector de Policía jubilado, se enfrentó al insolente,
que, de dos disparos, le segó la vida. Mi madre política empezó a aullar como
siempre, aunque esta vez con motivo, pero fue también brutalmente asesinada.
Yo, que me conozco, preferí no intervenir para evitar males mayores, Así que
contemplé impasible sus actos de pillaje y cómo, concluidos éstos, condujo a mi
esposa al dormitorio donde sádicamente satisfizo sus bajos instintos. Cuando
salió del dormitorio, con buenas maneras, quise reprender su acción y le dije:
“Perdóneme, caballero, pero me veo obligado a decirle que su acción es
indigna...” Y entonces, ante la mirada de mis hijos, me dijo secamente:
—¡Cállate, gilipollas!
Y entonces, indignado, sobre todo porque se tomase la libertad de tutearme, le
maté como suelo hacer en estos casos, es decir, introduciendo en su bragueta una
bomba de mano.
Sólo quedó de su persona la dentadura postiza, por la que más tarde supe que
aquel supuesto infame era en realidad un pobre drogadicto, víctima de nuestra
sociedad permisiva.
Yo, arrodillado ante ella, me excusé por mi iracundia. La dentadura, aunque me
oyó, no se movió ni dijo nada, pero estoy seguro de que me sonrió con la
generosa sonrisa del perdón.

57
PELIGROS DE LA VIRTUD EXAGERADA

ES conocida la obligación moral que tenemos los buenos virtuosos de poner la


otra mejilla cuando recibimos una bofetada en el rostro. Esa práctica reconforta
tanto al dante como al tomante, pero crea gravísimos problemas morales que
vamos a enunciar a continuación, porque las cosas son más complicadas que lo
que parecen.
A usted le dan una bofetada en una mejilla, como decimos, y la caridad que
debemos sentir hacia los zafios nos obliga a poner inmediatamente la otra mejilla
para que nos golpee de nuevo. Bien. Hasta aquí todo se desarrolla dentro de las
normas de las buenas costumbres. Pero ¿y después? Lógicamente, si usted ha
puesto la segunda mejilla para que fuese golpeada tras el primer bofetón, ahora, y
de acuerdo con la lógica a que nos referimos, debe usted volver a poner de nuevo
la primera mejilla para cumplir el precepto de poner la otra mejilla cuando te
golpean una anterior. Creo que está claro. Pero el problema vuelve a complicarse
de nuevo, porque el último bofetón recibido de nuevo te obliga a poner la otra
mejilla para que seas amado por los dioses que sin duda contemplan la escena. Y
así sucesivamente. Jamás acabaremos de dar y recibir bofetadas en las mejillas
una vez comenzado el ciclo.
Resumiendo, quien recibe una bofetada y pone la otra mejilla debe repetir la
acción infinito número de veces, lo que generalmente (siempre que se ha hecho
la experiencia se ha comprobado) provoca que el donante de las bofetadas acabe
por fatigarse y quiera dejar de darlas, cosa que todo buen ciudadano cumplidor
de las leyes del perdón y la decencia debe impedir a toda costa.
¡Cuántas veces han aparecido en las salas de urgencias de los hospitales pobres
abofeteadores con los músculos de sus brazos hinchados y tumefactos por el
sobrehumano esfuerzo que representa estar dando bofetadas durante meses
seguidos!
Este es el problema. ¿Cuál es la solución? Lo ignoramos, al menos la solución
técnica. La solución moral es sencilla. Debemos amarnos los unos a los otros y
jamás debemos caer en la tentación de dar motivos a nadie para que nos abofetee.
Pero ¿quién resiste la tentación? ¿Quién es capaz de contenerse cuando el
—mono— de la abstinencia de generosidad nos impulsa a ofender a alguien para
que nos abofetee y dé lugar a que comience la fatídica rueda? ¿Quién? Nadie
medianamente decente. ¿Y por qué?, se preguntarán algunos. Pues porque el
alma humana es un abismo de oscuridad y de misterio. Así de sencillo.
Buenos días.

58
LOS MUERTOS SE TUTEAN

ÉSA es una de las pocas ventajas —quizá la única— de estar muerto. Estar en
el Más Acá y encontrarte de pronto con los tristes y miserables despojos de un
imbécil encumbrado en la vida mortal. Aquel a quien no te podías acercar porque
su soberbia, su riqueza o su poder lo impedían; aquel que dejaba a su paso la
ridícula estela de los “ísimos” y demás monsergas de las vanidades y jerarquías
sociales; aquel que descendía de su árbol genealógico con el mismo aburrimiento
que descienden los monos de los árboles artificiales de los zoológicos; aquel,
repito, se te aparece de pronto un día en el pudridero común donde al final todos
paceremos nuestra puerca fetidez y sientes que la muerte común te autoriza a
decirle sin temor a recibir a cambio de tu saludo la respuesta de una mirada
altiva:
—¡Cómo! ¿Tú por aquí?
Quizá alguno —el más soberbio, el más ignorante de su nueva situación
democrática—, con un cómico gesto de orgullo impropio de su miserable
degradación, quiera mostrar la superioridad con que se autocondecoró en vida y
pretenda estirar el cuello para mostrar su dignidad. Será un gesto vano. Una
vértebra saldrá despedida de su pescuezo envuelta en repugnantes gelatinas
verdosas y malolientes. Y tú te reirás por fin a mandíbula batiente hasta que se te
desprendan, como a él, las vertebras, humedecidas en líquidos hediondos.
El problema está en el futuro. En el futuro de nuestra muerte. ¿Qué pasará
cuando resucitemos el día del Juicio Final? Sí, ya sé que unos irán al cielo y otros
al infierno, pero ¿volverán a implantarse las dignidades humanas que se
practicaban antes del paréntesis liberador de la muerte? ¿Tendremos que volver a
decir a los elegidos: “Excelentísimo señor”, “Dignísima dama”, “Eminentísimo
nadie”?
Estos pensamientos me tienen preocupado. Ya no soy joven, sé que también yo,
en contra de todas mis esperanzas, algún día me incorporaré a la vulgar
muchedumbre de los muertos.
Y tengo vergüenza de que cualquier advenedizo que se tropiece conmigo me
reconozca y me diga con gesto de burla:
—¡Cómo! ¿Tú por aquí?

59
LA FELICIDAD NO DA LA FELICIDAD

“HOY, como todos los días, a las once en punto de la mañana he rogado a mis
amantes que abandonaran mi lecho. Me han abandonado en silencio sin mostrar
el dolor que yo sé que sentían, después de besarme con agradecimiento y de dejar
su óbolo de suspiros y baratijas con que me obsequian las pobres todos los días.
Al rato han llegado a mi palacio los miembros de los cien consejos de
administración que presido. Los políticos, pequeños cómplices carroñeros de mis
negocios, esperaban mis propinas tomándose unas aceitunas rellenas en el
vestíbulo.
Luego me han visitado las hetairas orientales y los jóvenes y viciosos
adolescentes californianos para entretenerme con sus relajadas costumbres.
Cuando les he ordenado que me dejasen gozar de la paz del hogar, mi esposa y
mis hijas, amantísimas todas ellas, me han bañado, me han perfumado, me han
acariciado y me han recitado los hermosos versos que escriben para mí los poetas
de todo el mundo, por cierto, a precios ridículos.
Mi poder y mi riqueza aumentan sin cesar, los suicidios de las mujeres que me
aman y de los rivales que me odian también. Entonces, ¿por qué esta tarde,
cuando me he quedado solo, he vuelto a llorar? ¿Por qué soy tan desdichado?
¿Qué me falta para ser feliz? Esas son las preguntas que me hago todos los días y
que solo aumentan las heridas de mi incomprensible angustia.
Hoy los dioses han sido crueles conmigo. Cuando yo lloraba mi soledad y mi
miseria he oído cerca de mi palacio unas risas que me han estremecido. Desde el
balcón he visto a un ciego harapiento que hacía reír a unos niños con sus
historias. ¿Cómo me ha herido su felicidad? ¿Por qué cantaban con tanta alegría?
Mis criados han vuelto para decirme que aquellos seres felices habían
desaparecido cuando ellos llegaron. Se habían perdido en el laberinto de sus
miserables chabolas. Mi corazón, aunque latía como un potro desbocado, estaba
yerto y frío como los astros del cielo.”

De un texto que probablemente se distribuía entre los desharrapados de todo el


mundo para su consuelo, para que sepan que el dinero y los placeres de los ricos
y los poderosos no dan la felicidad.

60
NO LO SÉ

—¿Qué es mejor?— le preguntaron un día a Sócrates ¿Casarse o no casarse y


permanecer soltero?
Y Sócrates respondió:
—Da lo mismo porque de las dos maneras te vas a arrepentir.
Esa intuición de Sócrates ha sido confirmada actualmente por las llamadas
ciencias sociales de la interrogación. Se ha hecho una encuesta entre los
quinientos millones de solteros que pueblan el mundo y entre los quinientos
millones de casados que también y los resultados han sido abrumadores, el 98
por 100 de los encuestados ha respondido, si están casados, que preferirían estar
solteros y si están viceversa que viceversa.
Todos sabemos que después de una cena copiosa en vinos, al despedirse, los
casados envidian a los solteros porque son libres para escoger entre la soledad y
la aventura y los solteros envidian a los casados porque al volver a casa
encontrarán la cama calentita por los cuerpos ansiosos y enamorados de sus
esposas.
—Y tú, ¿qué opinas? —me suelo preguntar a veces.
—Yo —me respondo— nací soltero, casado malviví y soltero moriré. Y de las
tres maneras de vivir me he arrepentido.
Y añado.
—Aunque esto no significa nada porque con frecuencia me arrepiento de
haberme arrepentido de mis arrepentimientos como Cernuda se cansaba de
cansarse de estar cansado.
Y, entre paréntesis, digo yo. ¿Por qué no nos dice la Historia si también le
hicieron la misma pregunta a la mujer de Sócrates que al parecer era una víbora
furiosa? ¿Por qué no se hace también una encuesta internacional para conocer la
opinión del bello sexo? ¿Y por qué decimos bellos sexo como si solamente esa
parte de las hembras fuese bella? ¿Y el alma, por qué no pensamos en el alma?
Por eso insisto y repito: no lo sé. Soy tan ignorante que excedo en sabiduría a
Sócrates. Sócrates —es sabido— sólo sabía que no sabía nada. Yo sé algo más
que él: yo sólo sé que Sócrates no sabía nada.

61
¿EL HOMBRE ES MALO O PEOR?

LOS comunistas piensan erróneamente que los hombres nacen llenos de gracia
bolchevique y de bondad, y que la civilización burguesa y liberal les corrompe.
El capitalismo agresor y egoísta piensa que los hombres nacen tan bestias y
egoístas como sus parientes los animales y que si a veces llegan a civilizarse un
poco es porque el temor a la estaca les hace reflexionar y ser prudentes. Son,
como puede verse a simple lectura, dos conceptos del hombre antagónicos.
Un semanario soviético publicaba recientemente un informe sobre los niños
rusos y los norteamericanos y mostraba como sus diferentes sistemas educativos
producían monstruos o arcángeles. Los monstruos eran los niños
norteamericanos que sólo deseaban la muerte de sus profesores, terremotos
destructores de todas las escuelas del mundo y así sucesivamente, mientras que
los arcángeles eran los niños soviéticos que sólo deseaban que hubiese paz y
digestiones de romano ahíto para todos los habitantes del mundo.
Este antagonismo nace de las diferentes respuestas que dan ambos sistemas
sociales a una pregunta que los hombres sabios se vienen haciendo desde hace
milenios: ¿El hombre nace bueno y se pervierte después por una sociedad ya
pervertida o nace malo y es domado y despojado de sus bellos instintos por una
sociedad castradora?
Después de grandes reflexiones, el autor de estas reflexiones ha advertido que
ambas hipótesis o teorías son equivocadas. Están confundidos unos y otros, que
no pueden ver claramente el problema porque están inmersos en el conflicto por
culpa de la diferente educación recibida. Sólo desde la objetividad y sangre fría
que caracteriza al autor de este artículo se puede conocer la verdad, que es bien
sencilla:
El hombre no nace bueno y acaba malo, ni nace malo y pueda acabar bueno. El
hombre simplemente nace humano, es decir, salvaje, egoísta y malo, y la
sociedad, poco a poco, día a día, le hace peor. Así de sencillo.
Naturalmente, a veces suelen nacer algunos hombres excepcionales, pero la
prudencia aconseja que sean ejecutados cuanto antes. Y así debe hacerse para que
las cosas sigan como van a seguir por los siglos de los siglos. No amén.

62
SAN ISIDRO EN LOS CIELOS

EN realidad sabemos muy poco de las cosas del cielo. Un muro de nubes y de
luces cegadoras nos impiden saber que se piensa, qué ocurre últimamente en las
Cumbres Celestes. Dicen que ahora, alentados por las corrientes democráticas
que recorren el mundo, quizá se permita que algunos observadores de la ONU
penetren en la Gloria para informar si allí se respetan o no los derechos
fundamentales de las almas allá acogidas.
Se sabe que la pregonada armonía de los Cielos no es tan armónica como
dicen. Al parecer, San Francisco de Asís mantiene agrias discusiones con San
Isidro por un tema que incumbe a los dos: la enormidad de toros bravos que son
sacrificados bárbaramente todos los años en las fiestas de San Isidro sentía (y
siente) por los animales, amor que sufre al contemplar los dolores y las agonías
de los pobres animales que se lidian por mayo en la plaza de toros de Madrid.
San Isidro lamenta que se celebran esas fiestas en su onomástica, pero, dicen,
harto un día de los reproches de San Francisco, le respondió con brusquedad:
—Y tú, ¿no mataste tú también animales?
—¿Yo? ¿Cómo te atreves a decirme eso?
—Porque es cierto. Tú te curaste los catarros exterminando millones de
bacterias de tu cuerpo, humildes bestezuelas con el mismo derecho a la vida que
tú y que yo.
—Yo —dicen que se excusa San Francisco— no sabía en mis tiempos la
existencia de los microbios.
—Y ahora, ¿utilizarías antibióticos para curarte una pulmonía?
—Eso son tonterías —responde San Francisco—, porque los dos somos ya
inmortales y no corremos ese peligro.
Y así están las cosas: las opiniones andan divididas. Estas discusiones las
desconoce el Señor que está dedicado a otras labores más acordes con su
Dignidad, pero se teme que algún día llegue a enterarse y caigan algunas cabezas.
Yo, personalmente, opino con San Francisco (y me atrevo a pensar que también
como el Señor) que esas muertes violentas de toros bravos deberían suprimirse
en nuestras fiestas de primavera.
Creo que ya nos desahogamos lo suficiente matándonos los unos a los otros
periódicamente.

63
NADIE ME COMPRENDE

YO comprendo que nadie me comprenda porque sé que nadie hace ningún


esfuerzo para comprenderme. Yo no soy una excepción del triste destino humano
de que no nos comprendamos.
Todo esto lo comprendo perfectamente, pero lo que ya no comprendo es que ni
siquiera yo me comprenda a mí mismo. Y no es por falta de interés hacia mi
persona. Yo sólo vivo para mí, yo soy mi único amor, yo soy el constante objeto
de mi interés y de mis devociones. Por las mañanas, en cuanto me despierto,
corro ante el espejo para comprobar el estado de mi decadencia física. Cuento
mis nuevas arrugas, compruebo el crepuscular brillo de mis ojos, me acaricio a
mí mismo para convencerme de que aún amo este cuerpo decrépito a cuyo calor
me he dormido tantas veces y me entristezco porque hay algo que me
desasosiega: sé que me amo (lo advierto en cierta expresión piadosa que veo en
los ojos que me miran cómo les miro que me miran), pero estoy seguro también
que ese amor es un amor de costumbre, un amor frío, en el que la admiración que
sentía por mí hace años se ha extinguido lentamente.
No puedo negar que me he defraudado, que todo aquel mundo de placer y lujo,
todas aquellas aventuras maravillosas que me prometí no se han cumplido. Veo
que sin palabras me estoy diciendo sin amargura: “Me has defraudado.”
Sin embargo, yo he hecho todo lo posible para que los dos (ese espectro que me
mira al otro lado del espejo y este otro espectro que soy yo) pudiésemos haber
vivido una vida de plenitud y riqueza, llena de felicidad y, ¿por qué no decirlo?,
de inmortalidad. Sin embargo, no lo he conseguido. Me he engañado a mí mismo
toda la vida. Aún me amo, pero no me admiro. ¿Por qué me ha sucedido esto?
¿Por qué no sé quién es ese ser misterioso que me habita, que no me comprende
y me mira a través del espejo con piedad y silencio? A veces intento hablar al
espejo, pero no me contesta y acabo por callarme. Sé que jamás podré
comprenderme.
Y usted, tú (permíteme que te tutee), no sonrías. Sé que también a ti te pasa lo
mismo, pero te callas con el pudor que se siente cuando tememos que nuestro
amor haya sentido que estamos conteniendo esos bostezos inoportunos que a
veces estallan en un beso.
Todas estas cosas acaban por ponernos sonrisas de plástico. Quizá los niños...

64
NO DIGAS JAMÁS “SÍ”

CUANDO, después de muchos años de amargura y desconsuelo, haya usted


aprendido empíricamente que es inútil que intente usted decir “no” porque nadie
le hará caso, debe aprender a decir “sí” que es mucho más eficaz a la hora de
combatir a los pesados impenitentes que no cejan hasta que usted se entregue a
sus deseos o caprichos. Aprenda usted a decir “sí”, seguido de la conjunción
adversativa “pero”, seguida a su vez de puntos suspensivos que deben continuar
con alguna imposición compensatoria que haga desistir a quienes se empeñan en
darle la lata.
Yo, por ejemplo, he aprendido que sólo me dejan en paz cuando respondo a los
proponentes obstinados la siguiente frase:
—Sí, pero si me dejas que te ponga una lavativa.
Nunca falla. Desconcertados, los proponedores mostrarán su sorpresa a tus
deseos bien con gestos, bien con sonrisas, bien con balbuceos. En ese momento
es cuando usted debe hacerles deglutir el sermón que debe tener preparado, y que
debe decir así, poco más o menos:
—Llevo media hora diciéndole a usted que no quiero beber la copa que me
ofrece, que el alcohol me sienta mal, que el placer que a usted le causa el placer
que supone que a mí me va a producir su capricho es inferior a las desdichas que
me acarrea, llevo diciéndole a usted desde hace media hora que no quiero gastar
otra media hora de mi vida tomando un café con usted, porque ni el café ni usted
me gustan, llevo media hora diciéndole a usted que no quiero el seguro de vida
que usted me ofrece; llevo media hora diciéndole a usted, etcétera, etcétera; es
decir, proposiciones de inversiones monetarias, proposiciones de compra a plazos
de maravillosas enciclopedias traducidas del armenio, proposiciones de utilizar el
detergente que dejará su cuerpo como su alma, proposiciones que tienen el único
sentido de arrebatarle a usted una parte del poco dinero que tiene.
Insisto. No diga usted “no”, porque puede ser su desdicha. Ellos, los malvados
que nos acosan con su falsa generosidad, esperan esa palabra y traen preparado el
contrasentido y todos los contraataques necesarios para que usted fallezca en sus
astutas garras.
Diga simplemente, como le he dicho al principio:
—Sí, pero si me dejas que te ponga una lavativa.
Es maravilloso. No todos huyen, pero la inmensa mayoría desisten de sus
intenciones. Y cuando hayas sacado del bolsillo la lavativa, ya estarán a más de
cien metros de distancia. Gracias a Dios, para algo sirven las lavativas.

65
EL DÍA QUE NO FUI NADA

UNA de las frases que más ha herido mi dignidad de hombre es la que afirma
que no somos nada. Todos quienes dicen esa vaciedad tan contraria a la realidad
y a la evidencia son pobres gentes que desconocen mi existencia, pobres gentes
descremadas, miserables gentes que proyectan su pequeñez en la
inconmensurable grandeza de mi persona.
A quienes dicen que no somos nada hay que apearles del plural de los que
somos (tengo la certeza de que somos varios) y dejarles que se extingan hasta
desaparecer en la nada que dice que somos.
YO SI SOY. Ya al nacer heredé cientos de títulos nobiliarios que repartí
generosamente entre mis padres y mi madre; luego heredé la cuantiosa fortuna
que sólo ahora, gracias a la existencia de las modernas computadoras, podré
llegar a conocer.
Tengo una hermosa esposa y además poseo carnalmente con frecuencia a las de
sus amantes que se cuentan por centenares. ¿Cómo no voy a ser nada como dicen
esos necios castrados de esperanzas? ¿Cómo voy a negar mi belleza, mi
inteligencia, mi sensibilidad, mi seducción, mis riquezas, mi salud, mi juventud y
las innumerables perfecciones que me adornan? ¿Cómo puedo serme infiel y
mentirme a mí mismo?
Un día, sin embargo, lo confieso, no fui nada. Pero no un día entero. Quiero
decir que un día, durante unos instantes, quizá sólo durante un instante o durante
centésimas de un instante no fui nada, como dicen los que dicen que no somos
nada.
Gracias a Dios nadie lo advirtió. No se hundió la Bolsa, no estallaron
revoluciones previsibles y la magnificencia del cosmos siguió su rumbo
majestuoso hacia ese nada en que solamente entrarán quienes se empeñan en
repetir que no somos nada.
Durante aquellas milésimas de un instante en que no fui nada decidí no volver a
caer en la trampa que me tendieron los envidiosos de mi eternidad. Y ya he
tomado las medidas necesarias para que no se repitan esas inútiles canalladas.
Ustedes ya me comprenden.

66
SONREÍR ES MORIR UN POCO

HOY he decidido vencer la tristeza del mundo y la melancolía de sus


moradores por un medio sencillo y al alcance de cualquier economía que aplaca
los odios, ruboriza a la iniquidad y amansa a las fieras y a los hombres, que es
más difícil todavía.
Voy a vencer la ira del mundo con la sonrisa, el amor y la armonía. Todo lo que
hasta hace poco me exasperaba será el objeto de mi amor. Sonreiré a la crueldad
del mundo y a mi propia cobardía.
He empezado por mi señora. Hoy, como todos los días, se ha despertado
lánguida y malhumorada. Yo, en vez de verter sobre su cabeza como es lo
normal, los contenidos de la bacinilla que usa continuamente durante toda la
noche, le he cantado el “Himno de la Alegría”. Mi gesto de amor ha producido
consecuencias inesperadas, porque su maldad congénita ha rebotado desde mi
dulce corazón hasta el suyo y le ha producido un amago de infarto de miocardio.
Más tarde, en el hospital, mi sonrisa de paz ha sido interpretada como un gesto
de cinismo, y varios enfermos de SIDA que esperaban en la sala de urgencias han
pretendido transmitirme sus virus mordiéndome en las nalgas. A su agresión he
respondido yo con alegres carcajadas. Me he librado de la camisa de fuerza por
los pelos.
Camino de la oficina he sonreído con amor y paciencia a todos los conductores
que pasaban a mi lado con el egoísmo y la iniquidad que todos conocemos. Mis
sonrisas han sido de nuevo malinterpretadas y he sido insultado, amenazado y
perseguido durante todo el recorrido simplemente porque a la canallez he
ofrecido la generosidad de las sonrisas.
En la oficina he sido de nuevo insultado porque a todos los desgraciados que
reclamaban en vano sus derechos en la ventanilla en que me asomo les he negado
sus peticiones sonriendo. Hasta el jefe me ha pedido que modere mi mala
educación con los contribuyentes.
Y así todo el día. Al llegar a casa me he mirado al espejo y también me he
sonreído a mí mismo.
No he podido evitarlo, al verme sonreír sin motivo me he llenado de
improperios, y como todos me he dicho con ira: “¿Pero de qué te ríes, imbécil?”
Y he vuelto a la normalidad. Otra vez me he colocado el gesto serio de la
respetabilidad y al primero que llame a la puerta de mi casa le voy a partir la cara
porque probablemente será un ladrón, un estafador, un mendigo o algo peor
todavía, mi señora.

67
YO NO SOY ABYECTO

EL otro día un amigo, sin causa alguna que lo justificase, me dijo que yo era
abyecto. No que mi comportamiento con él fuese abyecto, sino que yo
personalmente era abyecto. No quise irritarle más de lo que estaba por culpa de
mi lío con su mujer y sus hijas y lo de los veinte millones que le debo, y me callé.
Ahora, aquí en el silencio de mi estudio, una sorda irritación me invade cuerpo
y alma cuando recuerdo que he sido tachado de abyecto sin serlo. Al menos yo
no descubro en mí ese defecto.
Soy feo, ladrón, lascivo, egoísta, corruptor de menores, falsario, homosexual,
falsificador de moneda, estafador desde mi situación financiera, servil, adúltero,
homicida, instigador de los abortos de mis innumerables amantes, traficante de
blancas, prestamista a intereses abusivos, prevaricador, traficante de drogas,
adulterador de los productos que fabrico en mis empresas alimentarias, cruel con
quienes se enfrentan a mis intereses, brutal, sádico a veces, vanidoso, difamador,
codicioso y seguramente también soy portador de las pasiones que desatan los
siete pecados capitales. No lo niego porque sé reconocer mis pequeños defectos.
Pero con la misma firmeza que acepto ser lo que reconozco ser, niego ser
abyecto. No tolero que se me acuse de algo que carece de objetividad. Yo soy
corruptor de menores, por ejemplo. Eso es un hecho objetivo. De eso me podía
haber acusado mi amigo, que conoce mis relaciones con sus hijas. Yo habría
aceptado dignamente su apelativo. Pero lo de abyecto no puedo consentirlo
porque es una estimación subjetiva que me ofende profundamente.
¡Con qué facilidad juzgamos a los demás sin conocerles! Aquí, desde la
soledad de mi estudio, intento saber por qué me habrá llamado abyecto, por qué
me acusa de abyección, qué razones le autorizan a sentirse autorizado a
achacarme esa vagorosa, digamos, “abyeccidad”. No lo comprendo. Me ha
tratado como a un insecto.
Y eso que ignora lo de mis relaciones sexuales con su abuela.

68
INUTILIDAD SOCIAL DEL HAMBRE

EL hambre sólo sirve para pasar hambre. No tiene otra utilidad social. Por eso
los pueblos hambrientos deben ser despreciados por su conducta antisocial y
regresiva.
A veces uno se pregunta cómo es posible que cuatro mil millones, de los cinco
mil millones de animales racionales que poblamos el mundo, pasen hambre.
¿Cómo es posible esa perversión gastronómica? Cientos de países con culturas
milenarias se entregan colectivamente a la aberración de pasar hambre. ¿Por qué?
Misterios del alma y del estómago humanos.
Es cierto que debemos comer para vivir y no vivir para comer, como nos decían
de niños en la escuela, pero tampoco debemos pasar hambre para vivir y vivir
para no comer como hacen los pueblos que pasan hambre. Es cierto también que
el hambre da cierta esbeltez y agilidad a la figura, que la mirada de los
hambrientos tiene algo febril que les hace atractivos y que los niños de los
pueblos hambrientos son niños dóciles que siempre están tranquilos en los brazos
de sus madres. Sí, es cierto, pero esas ventajas estéticas tienen algo de perverso.
Que un pueblo entero se dedique casi profesionalmente sólo a pasar hambre tiene
algo de exagerado, aunque tras su hambre, allá en el fondo de sus túneles
oscuros, brille mansamente la maravillosa llama del misticismo.
Lo malo es que a su austeridad se suma su clara inclinación a catequizar al
mundo con sus teorías. Sus miradas nos acusan de glotones, de colesterosos, de
acumuladores de grasas, de derrochadores. Por eso sus teorías se van extendiendo
lentamente por un mundo en el que cada día nuevos acólitos se suman a la secta
de los hambrientos. Nosotros no queremos pasar hambre. Allá ellos con su
cultura y sus costumbres milenarias. ¡Qué saboreen su hambre como nosotros
saboreamos nuestras hepatopatías de ocas cebadas y que no amenacen con
infernales torturas a nuestros rectos extenuados por su trabajo de deshollinadores
intestinales!
Que pasen hambre si quieren, pero que se mantengan en los límites de sus
territorios, que no sigan extendiendo por el mundo sus heréticas costumbres,
porque un día, en legítima defensa, tendremos que vernos obligados a devorar
sus míseras proteínas para librar al mundo de tan infernal y escuálida secta.
Una vez más he dicho.

69
EL ESTOICISMO AL SERVICIO DEL ESTADO

MARCO Aurelio, emperador y ciudadano desdichado de Roma, nos dejó


escrito que al hombre sólo pueden sucederle dos clases de cosas: las que
dependen de sí mismo y las que no dependen de sí mismo. Y en relación con el
tiempo, otras dos: las que pertenecen al pasado y las que pertenecen al presente.
Un sabio —dice, Marco Aurelio— no debe angustiarse por las cosas del pasado
ni de cuanto le suceda sin que dependa de sí mismo. Sólo nuestra conducta en el
presente puede producirnos angustia y eso se evita con el ejercicio de la virtud.
Reflexionemos un momento sobre todo esto que decía el filósofo y emperador
romano.
Quizá a él, todopoderoso, le podrían ocurrir pocas cosas que no dependieran de
su voluntad, pero para nosotros, humildes siervos del Estado que nos pastorea, la
cosa es menos fácil.
De nosotros no depende (en todo caso, sí de nuestros representantes en el
Parlamento) la presión fiscal exagerada, ni los derroches presupuestarios
armamentistas, ni la mala situación de la salud pública, ni los tráficos de
influencias (lo digo en plural porque hay innumerables número de ellos), ni los
negocios escandalosos, ni el estado de nuestras carreteras y de mil cosas que
suceden sin nuestro consentimiento ni aprobación. ¿Por qué, pues, preocuparnos
por esas minucias que acongojan nuestros corazones?
Paguemos, suframos, balemos, maldigamos con la alegría de quien se sabe
inocente.
No sé si han comprendido el pensamiento moral del emperador. Si lo han
comprendido, seguro que han pensado como yo:
—¡Que sea estoico su tía!
No sé la tía de quién, pero su tía; probablemente la tía del emperador Marco
Aurelio o la de los salvadores de la patria que sólo salvan patrias aupándose en
las resignadas espaldas de los ciudadanos virtuosos, que pronto, me temo, van a
dejar de serlo.
Y si no, al tiempo.
Así sea.

70
YO TAMBIÉN FUI HIPPY

ESTANDO mi madre preñada de mí, en un prado sembrado de flores tomóla el


parto y parióme allí. Abrí los ojos y vi la luz de los cielos, su reflejo en las
humildes florecillas que me rodeaban, la dulce sonrisa de mi madre, y oí su voz
que, como un eco lejano, había oído ya en la protección de su vientre.
Fui hippy, pues, desde niño. Y esa fue mi perdición.
Amaba los trinos de los pajaritos, pintaba de flores los cuadernos de las
estadísticas y usaba calzoncillos de alegres colores. En el colegio, naturalmente,
me tomaron por marica.
Cuando fui soldado me pasó lo mismo. Decoraba mi fusil con bellos claveles
que introducía en la oscura boca del cañón decoraba con alegorías paganas el
verde casco del uniforme; en las marchas me perfumaba los sobacos con esencias
de azahar, y en las maniobras lloraba en los parados y los inundaba de lágrimas
para reparar el daño que les habían causado nuestras bombas.
Ya no me tomaban por mariquita, sino por homosexual, que parecía un poco
más adulto.
Sin embargo, yo era un hombre, un macho de uno noventa y cinco y ciento
quince de capacidad torácica. Pero mi inclinación a las flores y a la hermosura
del mundo me perdía. La noche de bodas amé a mi esposa con locura, pero de
aquella noche ella sólo recordaba que yo había aparecido en el dormitorio,
decorada mi hermosa cabeza con una corona de margaritas y envuelto mi
hermoso cuerpo en una túnica de seda con ricas alusiones a las cosechas y a la
fertilidad de los campos.
Pero mi ruina fue definitiva cuando presidí en sandalias, al morir papá, mi
primer Consejo de administración, con una bata oriental de tono malva, y
comuniqué a los consejeros las pérdidas de la empresa con unos hermosos versos
heptasílabos.
Ahora he cambiado. He abandonado los colores alegres y la sonrisa que ofende
a los tristes y que mi mujer dice me da una expresión de imbécil. Soy serio,
ceñudo y llevo constantemente luto de mí mismo.
Y por fin me van bien las cosas.

71
LA BELLEZA DE LA MUERTE

YO, lo confieso, ni entiendo de toros ni me gusta la llamada fiesta nacional.


Tengo vagas nociones de los rígidos ritos de la lidia y hablo de oídas. Creo, y
posiblemente esta creencia es un error, que la fiesta se sustenta en dos grandes
pilares, como dice la retórica taurina: la muerte y el arte. Sinceramente confieso
también que siempre he creído que ambos pilares tenían el mismo vigor, la
misma altura, los mismos capiteles. Ahora me he dado cuenta de que no es así,
que la muerte, la temida y deseada muerte, triunfa sobre la generosa vitalidad de
la belleza.
Porque yo me pregunto: si es cierto que una gran parte del espectáculo taurino
consiste en la estética de la pugna entre el hombre y la bestia, pugna cargada de
riesgos que, en mi opinión, no añaden ningún valor estético a la pelea, ¿por qué
los aficionados se irritan por que los toros estén afeitados? ¿Es que después de
una gran corrida, saber que los cuernos estaban chatos, disminuye la gracia de los
toreros, aunque hayan disminuido los peligros corridos? ¿Es que los aficionados
desean las heridas de los toreros y sus patrióticas defunciones? ¿No es cierto que
si los toreros tuviesen menos temor a los toros, sus desplantes y la armonía de su
figura que tanto enamora a unas y a otros, serían más agradables a la vista de sus
enamorados? ¿No demuestra ese rechazo del afeitado de los toros que lo que los
espectadores desean inconscientemente es lo mismo que conscientemente desean
los turistas, es decir, la cogida del torero y la salvación del bruto? No lo entiendo.
¿Qué importan unos milímetros menos de cuerno si esa carencia probablemente
añadirá belleza al rito? ¿Es que la lidia es menos bella si es menor también el
riesgo a que el torero sea acuchillado por un cuerno?
Si hiciésemos caso a los adoradores del dios de la muerte, sería más hermoso
todavía infectar los cuernos de los toros con unos cuantos retrovirus del SIDA. El
peligro de la lidia sería así más temible, más heroico, los toreros más admirados
y los españoles quizá conseguiríamos más divisas que es lo que todo buen
patriota debe desear con sus dos corazones: el sentimental y el económico.
Pero, como digo, solo estoy diciendo tonterías. Uno parece que ha nacido para
eso.

72
EL COMPLEJO DE EDIPO NO EXISTE

YO no creo que exista el complejo de Edipo freudiano. He leído atentamente


las teorías de don Sigmundo y, utilizando su particular instrumento de medición,
el inconsciente, he estudiado mis relaciones con papá y he comprobado, como
digo, que el famoso complejo no existe, ni existe el deseo de castrar al padre ni
nada de lo que dicen los psicoanalistas.
Es cierto que yo amaba con locura a mamá y que a veces, ya antes de
destetarme, dejaba de mamar y me abalanzaba sobre la bragueta de papá cuando
se acercaba a besuquearla con aquella sonrisa perversa que todavía le afea el
rostro, al que cada día desgraciadamente más me parezco. También es cierto que
nuestros padres son injustos cuando nos flagelan con sus látigos aprovechándose
de nuestra debilidad de niños, pero sé que lo hacen para formar y vigorizar
nuestro carácter. Como es cierto también, no lo niego, que yo fui obligado a
elegir los estudios que a él le convenían para seguir acumulando dinero para
gastarlo después en innobles francachelas con mujeres perdidas por el vicio,
mientras mamá, sola, sorbiendo gota a gota el elixir de sus sufrimientos, le
esperaba pacientemente para mimarlo, lavarlo y enjabonarlo antes mis ojos
atónitos por aquella sumisión que ella llamaba amor y que era solamente temor a
la violencia y al sadismo de papá.
Todo eso es cierto, pero no tiene nada que ver con el famoso complejo de
Edipo del que todo el mundo habla con superficialidad e ignorancia. Es la cosa
más natural del mundo. Así se lo he hecho comprender a mi hijo esta mañana
cuando he descubierto que para felicitarme el Día del Padre me había enviado un
paquete bomba fingiendo que me mandaba las obras completas del fantasioso
Freud.
He comprendido el impulso a destruirme de mi hijo y sólo le he reprendido por
la zafiedad con que había hecho el paquete que contenía la bomba. Así que le he
obligado a deshacerlo y a volver a preparar el envío con más esmero y cariño.
Luego, imitando su letra, en vez de mi nombre he escrito el de mi padre y a él le
he enviado el mortífero artilugio. Si estalla, que Dios lo quiera, supongo que
quedarán algunos restos con las huellas dactilares de mi hijo, que será acusado
del abuelicidio.
Todo esto, repito, en normal, pero me temo que algún fanático de las teorías
psicoanalíticas vaya diciendo entre los vecinos que en mi familia se padece
tradicionalmente la execrable lacra del complejo de Edipo congénito.

73
LA “OPERACIÓN RETORNO” DEFINITIVA

AHORA, en plena incultura del automóvil, creemos que hemos descubierto el


sol y a él vamos y de él volvemos en cuanto nos podemos acercar a las costas un
par de días. Pero somos tan pobres y tan borregos que lo tenemos que hacer todos
al mismo tiempo. Los ricos, no; los verdaderos ricos son dueños de su tiempo y,
aunque no tienen en su vida más horas que nosotros, las tienen más libres de
servidumbres. Por eso, cuando volvemos inmersos en la piara inacabable de los
cuadrúpedos de cuatro ruedas, envidiamos con ahínco y frenesí a quienes
corretean alegres y felices en el lado casi vacío de la carretera, a quienes van
cuando nosotros volvemos, afónicas la garganta y bocina, de nuestras míseras
vacaciones.
Pero no era de eso de lo que quería hablar hoy. Hoy quiero hablar de la gran
operación retorno del día del juicio final, que será ordenada porque estará
dirigida y controlada por infinidad de ángeles, arcángeles, serafines, querubines y
majestades que evitarán que la tumultuosa “gregariez” de los difuntos se disperse
por las rendijas del camino.
La gran resurrección de los muertos, que tendrá lugar próximamente, sí que
será una gran operación retorno, y no las anémicas que tenemos ahora. De todas
las tierras, sepulcros, fosas comunes, monumentos conmemorativos; de todos los
tiempos, de todos los espacios, de todos sus escondrijos saldrán los los hombres
medio putrefactos y putrefactos del todo para su lavado, recomposición y envío a
su definitiva morada. Menos mal que los jueces no lo serán de la judicatura
española, sino que serán rápidos y divinos, porque si lo fueran, el juicio final
podría durar tantos tiempos infinitos como infinitas son las infinitas paciencias
del Señor.
En fin, concluyo: digo que nuestras operaciones retorno son tan
tercermundistas como nuestras carreteras y que no se pueden comparar a la
grande, que ni siquiera será de este mundo. Ese día tendremos que enseñar
nuestras debilidades y nuestros pecados, y no lo tostado que tenemos el lomo,
que es lo que hacemos ahora por nuestra vanidad de haber pasado la Semana
Santa en la playa.
O sea, que es mejor que os quedéis en casa para reflexionar sobre lo que os he
dicho.
¡He dicho!

74
LA PRIMAVERA Y EL ESTERNO-CLEIDOMASTOIDEO

NADIE ignora que el cuerpo humano suele ser más inteligente que el alma que
acoge y aloja. El cuerpo reacciona instintivamente ante cualquier estímulo que le
excite, con más talento que las instancias superiores de nuestra personalidad. Por
eso nuestros músculos perciben la llegada de la primavera antes que el llamado
espíritu, antes que los calendarios y antes que el aluvión de sonetos que segregan
por estas fechas las poetisas, especialmente el esternocleidomastoideo, que es el
primer músculo que nos anuncia la llegada de la estación de las desazones.
El esternocleidomastoideo, por su cuenta, sin consultar jefaturas ni centros de
ordenadores, nos obliga a realizar movimientos de elevación, torsión y flexión
con nuestra cabeza, que a veces llegan a avergonzarnos si llegan a ser percibidos
por nuestros acompañantes.
Estos movimientos consisten generalmente en una inclinación rápida de cabeza
hasta de 45 grados, desde la postura normal con que solemos mirar al horizonte
hasta los glúteos de la señora o señorita que nos adelante en nuestros paseos, sea
por la derecha o por la izquierda. Esta posición de contemplación de glúteos,
digamos, se modifica rápidamente por un movimiento ascendente de unos 22
grados hasta que nuestra mirada se coloca a la altura exacta del escote de las
damas que se acercan de frente hacia nosotros. El esternocelidomastoideo nos
fuerza entonces (siempre instintivamente) a que realicemos rápidos movimientos
de derecha a izquierda y de izquierda a derecha para que podamos contemplar
sucesivamente las protuberancias que adornan ambos lados del eje central del
escote que estábamos contemplando.
Los movimientos que nos obliga a realizar el esternocleidomastoideo cuando se
acerca la primavera son casi infinitos y enriquecen la musculatura de nuestro
cuello, agudiza nuestras dotes de observación, estimulan nuestros apetitos y
nuestro amor a la Naturaleza y nos anuncian, como dijimos al principio, la
llegada de la primavera que, quizá, sin esos movimientos se nos pasaría
desapercibida, porque, como es bien sabido, los trinos de los pajaritos y los
sonetos de las poéticas melancólicas nos interesan muchísimo menos que las
protuberancias a que nos referíamos anteriormente. Estas reflexiones se pueden
aplicar también a los esternocleidomastoideos femeninos.

75
SEVILLA, REGLA SIN EXCEPCIÓN

CADA cual habla de la feria según le va en ella. Si vendimos muchos burros la


feria fue buena, si no los vendimos fue mala. Es la voz del pueblo. Y quien habla
de burros puede hablar también de amores y de otros bienes fungibles. Todos, sin
excepción, hablamos de las ciudades que visitamos según la generosidad con que
fuimos recibidos. Si obtuvimos beneficios, si fuimos halagados, si una bella
aborigen nos concedió sus favores, si nos tocó la lotería, si murió un enemigo en
el tiempo de nuestra estancia, si ocurrió algún otro acontecimiento placentero,
siempre recordaremos con cariño el lugar donde sucedieron tan felices eventos.
Si, por el contrario, no existieron tales placeres, elogios o halagos, el lugar, por
muy babilónico que sea será en nuestro recuerdo una aldea desteñida por la
injuria del tiempo. Así de egoísta es el corazón humano.
Hay, sin embargo, una excepción a esta regla, que tiene la singularidad de que
la excepcional excepción tiene también su particular excepción. La excepción es
naturalmente, Sevilla. La excepción es un amigo mío de Guetaria.
Vamos a aclararlo. Nadie, al menos nadie que nosotros conozcamos, nunca ha
hablado mal de la Feria de Sevilla. Eso demuestra que a todos les va bien en ella
o que aunque le haya ido mal los encantos de Sevilla son superiores a cualquier
pequeña decepción que haya padecido. Sevilla, ubérrima Sevilla, ciudad maternal
y amante, es la urbe y la ubre más generosa del mundo, ¡ay!, mi amigo de
Guetaria le encontró un defecto.
Volvió de la feria deslumbrado, y con el conocido laconismo euskera nos dijo:
—Oye, ya me ha gustado, pero te voy a decir una cosa: comer, lo que se dice
comer, se come sin fundamento.
Yo le expliqué que Sevilla, y más en los días de feria, no es una ciudad
devorable, sino degullidora, y le hablé del vértigo que te arrastra, que ye enajena,
que te enamora en la Feria de Sevilla, pero él no se dio por vencido y aniquiló la
retórica de mis elogios diciendo como en lacedemonio:
—Si tú lo dices… oye, ¿qué quieres que te diga?
Y no dijo nada más. Lo que confirma lo de la excepcionalidad de la de Sevilla
y la de mi amigo de Guetaria.

76
DETERGE, FIJA Y DA ESPLENDOR

DETERGENTE, como ustedes saben, es un producto que se anuncia en la


televisión y que, según dicen, cada día es más eficaz en sus funciones para gozo
y descanso de las amas de casa que ignoran, porque no tienen afición a consultar
los diccionarios, que detergente procede del verbo deterger, del latín “térgere”,
que significa limpiar. La acción de deterger es detersión, y detergente se dice
también detersivo y detersorio. ¿Debo añadir que “terso-a” es el participio del
verbo “térgere”, y que significa “limpio sin nada que empañe su brillo o
transparencia”? Sí, y debo también añadir que mis deambulaciones por los
diccionarios para averiguar el significado de deterger me condujeron a la palabra
esméctico, del griego “smekho”, que, según el Corominas, significa “yo limpio
enjugando”. De ahí procede la palabra esmero que nos conduce a una nueva
palabra: esmegma, cuyo significado deben ustedes auscultar al diccionario.
Muchos de ustedes, y yo el primero, se preguntarán a que vienen estas
curiosidades. Pues vienen de una reflexión anterior que dice así: “¿Por qué hay
solamente detergentes para tener la ropa limpia y no existen detergentes para
limpiar el tráfico de influencias, los abusos de los poderosos, los fraudes que
sufrimos diaria y pacientemente, las especulaciones del suelo y sus alrededores,
las operaciones financieras que enriquecen súbitamente a los conocedores de sus
mecanismos, las mentiras que oímos día y noche, la mendacidad de las
estadísticas y cuanto quieran ustedes añadir y que necesita urgentemente un buen
lavado, aclarado, desinfectado, desinfectado y centrifugado? ¿Eh, por qué?
Yo pienso que los modestos instrumentos de limpieza como los detergentes
domésticos, las escobas, los estropajos, las aljofifas y los innumerables etcétera
deben ser sustituidos urgentemente por herramientas limpiadoras más modernas
que nos libren de los mangantes, chulos, aves rapaces, cuatreros de solares,
traficantes, especuladores y toda la caterva de alimañas que infectan las resecas
tierras de España y su desértica geografía moral. Porque España necesita un buen
lavado de arriba abajo: de neuronas a entrepiernas.
Y los que creen que exagero y piensan que no necesitamos ese nuevo
detergente son unos marranos que también necesitan detergentes y zotal. De
nada.

77
FRENESÍ EQUINO

YO, lo confieso, aunque corra el riesgo de que me retiren el saludo y los


créditos mis amigos los banqueros, soy pobre, pero no tan pobre como mi padre
que sólo poseía un burro para arar los humildes tiestos en que plantaba las
humildes guindillas de las que miserablemente se alimentaban el burro de mi
padre, que se llamaba “Lucero”, y el burro de mi papá, que se llamaba Vicente.
Yo no tengo un burro como mi padre, pero tengo un caballo porque desde muy
niño siempre me he inclinado por el lujo y la ostentación. Mi padre no
comprendía que yo prefiriese ostras y caviar, de los que había oído hablar en las
películas que nos proyectaban en la parroquia, en vez de guindillas que sólo
saben a guindilla y no a pechos de sirena como saben las ostras, y a don Miguel
Strogoff como sabe el caviar.
Me fui joven de casa para poder comprarme un caballo al que tras muchos
sacrificios económicos pude darle dos carreras: la de perito mercantil y la de
estadista. Yo me privé de todos los placeres para dar esas carreras a mi caballo,
pero él no me comprende a pesar de que con muchos esfuerzos he aprendido a
relinchar sin ningún acento y a escribir y leer correctamente el lenguaje de los
relinchos para poder dialogar con él en el silencio de la noche. Pero él no me
comprende, como digo; él, como todos los caballos, sólo quiere estar fuera de
caca con amigotes y yeguas que a saber qué enfermedades habrán cogido en los
Sanfermines. Mi caballo no comprende que yo solamente quiero estar junto a él y
me hace sufrir cuando siento cómo por las noches abandona silenciosamente el
lecho conyugal para irse de francachela a cuadras de mala nota de los suburbios.
Y yo, enjuagándome las lágrimas con el puño de mi pijama, me pregunto:
—¿Pero qué tienen las yeguas que no tenga yo?
Jamás le muestro mi dolor. Cuando vuelve de puntillas para no despertarme, yo
me abrazo a su cuerpo y le acaricio como si no hubiese dado cuenta de su
ausencia, porque yo también tengo mi orgullo de hombre.
Además tengo miedo a herirle por mi superioridad racial y que piense que le
desprecio porque me hace daño con sus pezuñas cuando me acaricia con unas
caricias que yo sé y siento que son fingidas.

78
MI PERESTROIKA PARTICULAR

YO también me he decretado una perestroika que me autorice a saborear las


libertades que me he prohibido hasta ahora por culpa del superyó que me
gobierna desde que he nacido. Y debe comenzar con electos retroactivos.
Empiezo, para comenzar, mi crítica histórica. Dice así: mis padres me
obligaron a controlar mis esfínteres con demasiada severidad y prematuramente.
Tuve que hacer caquitas como si estuviese fichando en la oficina y eso me ha
hecho metódico, ordenado, avaro y sádico anal. Desde mañana dejaré de serlo.
Todo lo que me enseñaron en la escuela y que tuve que aprender de memoria
debo olvidarlo rápidamente. Aprenderé a localizar las respuestas a mis dudas en
la biblioteca que ocupa la mitad de mi casa y que, también a partir de mañana,
será reducida a la mitad. La otra mitad irá al fuego purificador.
Desde mañana, y quizá desde esta misma noche, me abandonaré a la vorágine
de pasiones que en mi adolescencia fueron domadas, castradas y castigadas con
una severidad excesiva.
Mi matrimonio también fue antiperestroiko y por su culpa tuve que aceptar las
grandes renunciaciones que me exigía la sociedad puritana de mi tiempo. Desde
mañana empezaré una nueva vida. Lo digo públicamente para que tiemblen las
doncellas del país y los maridos de las casadas.
Mi futuro va a ser una sucesión de libertades que me hagan recuperar el tiempo
perdido por culpa de los bigotes del Stalin interior que me habita y que me
hicieron sumiso, pusilánime y esclavo de los caprichos de la moral imperante.
Voy a vivir constantemente para no perder ni un minuto de las ocasiones que se
me presenten, en calzoncillos autobiodegradables.
Para conseguir eso solo me falta una cosa: que pueda levantarme de esta
repugnante silla donde estoy medio paralizado desde hace años por culpa de la
artrosis reumática que me tiene imposibilitado para cualquier movimiento.
Si consigo andar sin caerme, va a ver el orbe lo que es una perestroika como
Dios manda.

79
FLACA PARECE, QUE NO ES, LA CARNE

YO creía que la libertad habitaba en el noviazgo y se perdía en el matrimonio,


sórdida y tétrica prisión donde, cuando se entra, se vive hasta la eternidad
contemplando los programas punta de la televisión, sorbiendo las famosas sopas
de sobre y sufriendo los estruendos infernales de los adolescentes.
Pues bien, estaba equivocado. Mi novia eterna me lo demostró el día de nuestra
boda. Nosotros, lo confieso con cierto rubor, fuimos castos y puros durante
nuestras relaciones, que jamás cayeron en la tentación de ser sexuales. Yo nunca
vi desnuda a mi prometida ni olisqueé jamás su ropa interior. Yo la respeté,
aunque me tentaban sus carnecitas sonrosadas como de cochinillo; no la manoseé
ni un solo día de los innumerables días que abarcan catorce años de noviazgo.
Era, se adivinaba debajo de sus vestidos, esbelta, casi delgada y sincera.
Pues bien, repito, debo declararlo: toda su apariencia de anémica bien
conservada y toda su sinceridad eran falsas. Y lo comprobé cuando
desgraciadamente la huida era imposible. Fue el día de la boda, en plena
ceremonia nupcial. No, no crean que la pasión contenida durante tantos años
explosionó de pronto en aullidos libidinosos; no, no fue eso. Ocurrió que
simplemente, cuando se nos declaró marido y mujer, se metió la mano en el
escote y extrajo de su cuerpo una fenomenal faja, ya utilizada por su abuela, llena
de ballenas, herrajes y muelles de presión, y gritó alegremente, mientras arrojaba
el artefacto por los cielos de la capilla:
—¡Por fin!
Y una catarata de grasas, michelines, carnes lipomatosas, generosas y agitadas,
se desparramó fuera del traje de novia y aumentó su tamaño hasta mostrarme sus
medidas y proporciones normales. Parecía que acababa de casarme con tres.
¡Cuánto debió de haber sufrido la pobre para ocultar aquellas languideces
cárnicas! ¡Cuánto debió padecer hasta alcanzar la libertad anhelada por su alma y
por sus grasas! ¡Pobre amor mío!
Yo la abracé (a duras penas) y le dije que no me importaba, que si ésa era su
figura la sufriría con paciencia y resignación. Y desde entonces no he vuelto a
dirigirle la palabra.

80
LAS MASAS
(Ensayo)

NO sé qué filósofo escribió aquello de la rebelión de las masas. Yo no conozco


ese ensayo que, según dicen, no está mal, pero a pesar de mi ignorancia, me
atrevo a hacer algunas objeciones a esa teoría que desconozco. Y lo hago por
pura integridad intelectual.
Ocurre que antes las masas se rebelaban como un rebaño ligeramente excitado,
al que siempre se acaba por meter en vereda, y ahora no es así: ahora la rebelión
de las masas se articula no por intereses comunes, sino por mezquinos intereses
egoístas e individualizados. Las masas se reúnen no por un ideal común como
antes, sino por pura estrategia para intentar conseguir lo que más ansían:
satisfacer los bajos instintos de su envidia. Porque la plebe (magma fundamental
de las masas) es envidiosa, y lo es por dos razones fundamentales: por su propia
naturaleza casi humana y porque anda, además de sin dinero, sin la
imprescindible formación moral que le ayude a alcanzar la felicidad de las
resignaciones de antaño.
Yo, por ejemplo, soy envidiado por las masas sencillamente porque por mi
esfuerzo y tesón he conseguido auparme hasta las alturas donde gozo de la
amistad personal de influyentes políticos que me ayudan y alientan a conseguir lo
que más ansío: una firme y honesta carrera de estratega de las finanzas y de la
inversión. Si yo, por ejemplo, multiplico mis bienes gracias a que multiplico por
mil el precio de unos solares, soy envidiado por las ridículas mónadas que
conforman esas masas (hay infinitos números de masas repartidas por toda
España) que me difaman y critican mis intuiciones financieras por una simple
razón: porque por cada lenteja que ellos degustan de su cacareada cocina popular,
yo puedo engullirme dos kilos (o más) de caviar importado de su remoto paraíso:
la Unión Soviética.
Es triste constatarlo, pero es así: la envidia es el motor de esa masa incapaz de
triunfar como yo he triunfado, solo y altivo, sin necesidad de rozar mis lomos en
rebaños (a veces piaras) comunes.
Porque yo sigo teniendo confianza en el esfuerzo personal que sólo se alcanza
dentro de las mansas y claras corrientes del social-capitalismo liberal y obrero.
(Continuará.)

81
HUMOR Y FRONTERAS

ES admitido por las mentes poco reflexivas que los países soleados, elegidos
especialmente por el Señor para la alegría y las alabanzas de los dones de Él
recibidos, suelen ser más generosos en ciudadanos risueños y pizpiretos que los
países fríos y de muchos hielos.
La experiencia, sin embargo, aunque no siempre, nos demuestra lo contrario.
No hace demasiados siglos, Iván el Terrible, Zar de todas las Rusias, demostró
tener mucho más sentido del humor que un embajador de Venecia que fue a
presentarle sus cartas credenciales.
El embajador no se descubrió ante el Zar y permaneció con su gorro de
terciopelo puesto. Iván el Terrible, sorprendido, le preguntó por qué cometía con
él, Zar de todas las Rusias, como ya hemos dicho, esa descortesía, y el embajador
de todas las Venecias respondió:
—Porque los venecianos sólo nos descubrimos ante el Dux de Venecia.
El Zar de todas las Rusias (es decir, Iván el Terrible), se quedó perplejo y dijo
al embajador (de Venecia, como hemos dicho repetidas veces):
—Eso es peligroso para vos, señor embajador, porque podría ocurrir que se
abriera una ventana inesperadamente y una corriente de aire siberiano le arrojase
la gorra al suelo, dejándole a usía con los pelos al aire para agravio del Dux que
tanto respeto y quiero.
Y mientras el embajador se encogía de hombros, el Zar llamó a uno de sus seis
o siete primeros ministros y le dijo algo al oído.
Minutos después varios hábiles artesanos entraron en el salón del trono y
mientras el Zar decía al embajador: “Debemos evitar que usted se quede con su
calva al descubierto”, le clavaron el gorro de terciopelo en su, posiblemente
rubia, veneciana cabeza.
Pues bien: dicen los cronistas que el Zar sonreía al contemplar los martillazos,
y el embajador, al recibirlos, no; lo que contradice la opinión generalizada de que
hablamos al principio.
El empirismo, pues, sigue siendo nuestro gran maestro.

82
YO ME ADELANTÉ A LAS COMPUTADORAS

En CASA (no en mi hogar, sino en las Construcciones Aeronáuticas) tienen a


disposición de quien lo precise una computadora que en un segundo calcula lo
que las computadores prehistóricas, es decir, las de hace veinte años, calcularían
en cuarenta años y que, esto es lo más patético, un contable de principios de siglo
solo podría averiguar dedicando toda la vida y la quinta parte del tiempo del
trozo de su eternidad a tal tarea.
El abajo firmante fue auxiliar de tercera algunos años en el ejército de
funcionarios del Seguro de Enfermedad de la Seguridad Social, antes de que se
apareciese su musa y le dijera: “Abandona los números y sígueme.”
Mi trabajo en tal institución era absolutamente idiota. Consistía en sumar
incesantemente lo que los enfermos de Guipúzcoa gastaban en medicinas para
dividir a fin de año la suma total entre el número de asegurados y el número de
enfermos y hallar lo que costaban tales señores respectivamente al Estado, o sea,
a usted y a mí.
Los cálculos que yo debería haber hecho durante aquellos años nefastos puede
ahora realizarlos la computadora de CASA en un tiempo casi inexistente. Yo,
dada la precocidad de mi inteligencia, lo hacía en menos tiempo todavía: no los
hacía, los inventaba, los calculaba a ojo.
Cuando en vísperas de Navidades se mandaban los llamados estadillos
provinciales a Madrid para completar la estadística nacional, yo escribía un
número arbitrario con la misma fe que se siente cuando uno compra un décimo
de lotería con pocas esperanzas de ser premiado. Y ese número era anunciado
públicamente días después para que se supiese qué generoso era el Estado con los
enfermos españoles.
Por lo cual, lógicamente, puedo afirmar que la inteligencia humana es superior
a la de las máquinas que habrían gastado sus energías en informar al orbe de tan
innecesario dato.
Y digo lo dicho porque sé que mi delito es un cadáver prescrito hace años. El
pobre, polvo fue, más polvo equivocado.

83
CONCENTRADO DE SHAKESPEARE

EN los Estados Unidos, un avispado fabricante de sopas concentradas ha


ampliado su negocio y ha irrumpido en el mundo editorial con un éxito arrollador
publicando concentrados de las obras completas de aquellos autores clásicos y
modernos que se distinguieron por la fecundidad de su genio.
El trabajo más serio ha sido, sin duda, el de las tragedias completas de
Shakespeare, conocido autor inglés, casi desconocido en Norteamérica. Las
aventuras de Otelo, del El rey Lear, de Romeo y Julieta, de Macbeth y de Hamlet
se publican en una sola pieza de tres actos que nos evita el esfuerzo de leerlas por
separado. El argumento de las tragedias concentradas es, poco más o menos, el
siguiente:
ACTO PRIMERO.— Otelo, judío de Venecia, está casado con la ambiciosa y
viuda (la muerte de su marido es una de las pocas licencias que se han tomado
los autores del concentrado) Lady Macbeth, con la que tiene un hijo: Hamlet,
príncipe heredero del reino de Dinamarca, que, receloso de la extraña muerte de
su padre, se va de vacaciones a Verona, donde conoce a la gentil Julieta. Se
enamoran locamente y estalla la peste.
ACTO SEGUNDO.— Romeo, pretendiente de Julieta, finge que ha muerto
para avergonzar a Julieta, que no se avergüenza porque está la mar de contenta en
la cama con Hamlet oyendo los trinos del ruiseñor. Romeo es enterrado junto al
anciano rey Lear, que, desesperado por la ingrata conducta de sus hijas, se ha
suicidado tomando una dosis de veneno. Otelo, por error, mata a una tal
Desdémona confundiéndola con Lady Macbeth. Se extingue la peste en Verona.
ACTO TERCERO.— Julieta se abraza al cuerpo de Romeo. Hamlet, celoso,
culpa a Laertes de su desgracia. Se desafían en singular pelea, en la que también
interviene Romeo y el propio Shakespeare (todos sabemos cuánto había de
autobiográfico en sus tragedias). Mueren los tres en el duelo. La madre de
Hamlet bebe el veneno preparado para su hijo, que van tomando sucesivamente
también los personajes de todas las tragedias del famoso cisne de Avon.
El anciano rey Lear despierta de su falsa muerte y toma por esposa a Julieta.
Poco después se enciende un rescoldo de la peste que aún ardía en Verona y el
anciano (que resultó ser abuelo de Julieta) y la dulce adolescente mueren, no sin
cierta precipitación.
La edición, para no molestar, es de bolsillo.

84
UN TEMA ECONÓMICO VIDRIOSO

EL desapasionamiento de las estadísticas no manipuladas nos obliga a no


volver el rostro a ningún tema por vidrioso y fuerte que sea. Afrontemos con
valor el tema que hoy nos ocupa y que es el siguiente: “La venta y alquiler de
carne humana y su impacto en la macroeconomía española.”
Dice la Prensa que, por motivos que se desconocen aunque se sospechan,
500.000 damas españolas de todas las clases sociales se dedican a las tristes y
peligrosas artes de la prostitución. Esas 500.000 damas se “ocupan”, como dicen
ellas en su argot profesional, por término medio un par de veces al día, lo que
significa que en España se realizan tales actos, con mayor o menor acierto, un
millón de veces cada veinticuatro horas.
Como, en opinión también de las interesadas, el precio medio de cada servicio
se puede calcular honradamente en 5.000 pesetas, resulta que el monto de la
riqueza generada diariamente asciende a 5.000 millones de pesetas.
Si multiplicamos ahora estos 5.000 millones de pesetas por 365 días que tiene
el año (en esta profesión no se descansa los sábados ni los domingos, ni los días
festivos) resulta que el negocio de la prostitución en España mueve la exorbitante
cifra de un billón setecientas veinticinco mil millones de pesetas anuales, que —y
aquí viene el escándalo— navegan en las profundas simas de la economía
sumergida y, por lo tanto, no pagan el IRPF.
La cantidad a cotizar por tales contribuyentes asociales (aplicando un
porcentaje medio del 30 por 100, tarifa razonable según nos han informado en el
Ministerio de Hacienda) es, pues, de quinientos diecisiete mil quinientos
millones de pesetas, que el Estado deja de recaudar por desidia.
Ese dinero debe ser extraído a tales trabajadores urgentemente, bien en
metálico, bien en servicios sociales gratuitos a miembros de los colectivos menos
favorecidos, como son los feos y los jubilados en situación precaria, que son,
como se sabe y no se remedia, casi todos.
Denunciada valientemente por nosotros esa injusta situación tributaria, las
autoridades tienen la palabra. Algún ministro, piensa el autor de estas líneas,
tiene que tener experiencia en este tema. Que se “ocupe”, pues, de él
inmediatamente. Esa es su obligación y su responsabilidad de ministro y de
patriota.

85
DE NOCHE SOY UN MONSTRUO

YO, cuando me levanto por la mañana, soy un ser medianamente humano: amo
a mi prójimo como dicen que debemos amarle y no le deseo ningún mal
exagerado. Durante algunas horas, mientras estoy solo en casa gozando su paz y
su silencio, soy un ángel que pronto cederá su trono a los seres abisales que
pueblan los fondos del alma humana.
Desgraciadamente, por razones profesionales, tengo que utilizar mi coche gran
parte del día. Por eso, cuando compruebo que de nuevo un hijo de perra
ilocalizable ha bloqueado mi coche aparcando el suyo en doble fila, algo cambia
dentro de mis entrañas. Mi corazón deja de ser puro y un odio viejo como la
ancianidad del mundo me inclina a desear la agonía más espantosa al citado hijo
de perra; resignadamente me dirijo al Metro.
En el Metro, millares de ciudadanos como yo se empujan, se golpean, se
insultan y se embisten para poder realizar el viaje que no han podido hacer en su
propio coche porque infinitos hijos de perra también han dejado su coche en
doble fila. Siento que se me erizan en el lomo de unas cerdas duras y negras que
han ido creciéndome poco a poco a lo largo de la mañana y que ya no dejarán de
crecerme por culpa de las agresiones, engaños, embustes, estafas y demás
miserias que sufriré inexorablemente hasta la caída de la tarde. Con las cerdas me
crecen también los colmillos y los deseos de beber sangre humana.
Vuelvo en taxi a casa. Una muchedumbre de gentes ansiosas impide que
avancemos. Compruebo que todos los beneficios del día tendré que dárselos al
taxista. Quiero decirle que se detenga, pero no puedo porque de mi garganta sólo
brotan aullidos y gruñidos impropios de un hombre que quiere conservar una
dignidad humana que pronto perderá al llegar a casa, cuando vea las facturas,
multas, citaciones judiciales y anuncios estúpidamente generosos que inundan su
piso.
En ese momento me transformo en el conde Drácula y, como él, salgo volando
por los cielos en busca de gargantas humanas en las que saciar mi odio y mi ira.
Por tierra sigue a mi sombra la sombre del Hombre Lobo, porque me he
desdoblado en dos seres abyectos deseosos de venganza.
Y así, como digo, de noche soy lo que somos todos los seres humanos: un
monstruo. O dos, los más afortunados.

86
DON QUIJOTE DEL ESCAÑO

LOS hechos sucedieron de la siguiente manera, cuenta Cide Hamete Benengeli:


Don Quijote de la Mancha, iluminado por la honesta llama de su idealismo
político, fundó un partido para defender a los humildes, a las viudas y a las
doncellas que vivían de los cortos ingresos que les procuraba el seguro de
desempleo de los malandrines especuladores que inundaban las Españas por
aquel entonces, es decir ahora, y que, como es lógico, sólo reunió a otros tres o
cuatro ingenuos como él, amén de locos.
Harto de que no se considerasen sus opiniones por carecer del apoyo
económico de los grupos bancarios y financieros, desesperado de las inmundicias
que hedían infectando los campos de España, se lanzó a los tales para conseguir
los escaños necesarios para lograr su empeño por las buenas.
Sólo contaba con las humildes votos de un tal Sancho Panza, que acabó de
secretario general del partido, y de dos o tres pastorcitos que tocaban la flauta por
los prados cercanos a un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero
acordarme.
Salió, pues, como dijimos, en busca de aventuras y de escaños, pero las
trampas legales que les tendieron los citados malandrines fueron infinitas; pero
ocurría, debemos decir, que los ya varias veces citados malandrines que se
repartían las ganancias de los reinos y sus ínsulas estaban divididos en dos
grandes grupos: los malandrines propiamente dichos de toda la vida y los
malandrines de cuño reciente. Don Quijote, a pesar de sus menguados votos, era
la bisagra de las tartas políticas del momento. Y entonces fue cuando intentaron
comprar su raquítico escaño.
—Pero ¿por quién me habéis tomado? —preguntó airado Don Quijote al oír tan
desapacible ofrecimiento.
—Por Antoñito Botafumeiro —respondió con sorna el malandrín que le
tentaba.
Entonces Don Quijote, sonrojado de la miseria humana, volvióse a bien morir
acompañado del secretario general de su partido, y entonces fue cuando dijo
aquello de que en los nidos de antaño ya no hay pájaros hogaño, cosa
absolutamente equivocada, porque a su muerte brotaron de no se sabe dónde
millares de cuervos, de buitres y de aves carroñeras menores que dejaron a
España esquilmada de sus propios bienes, que fueron a caer en manos de las
multinacionales. Y de las mononacionales, que tan poco son mancas como el
pobre Don Miguel de Cervantes Saavedra.

87
FUTURO DE DOS SABORES

LO que más me entristece de mi posible defunción (nunca se debe tener, a


pesar de lo que se dice de la inexorabilidad de la muerte, tal certeza) es perder el
futuro y sus nunca imaginadas nuevas invenciones.
Antes no ocurría eso, no existía este temor que yo y que ustedes sentimos.
Antiguamente la vida transcurría tan monótona e inalterable que ni siquiera
podían imaginarse que la vida pudiese ser vivida de otra manera.
Los astros y la vida agrícola marcaban el monoritmo que se creía eterno por
delante y por detrás. Los cambios se fraguaban lentamente y su culminación era
siempre catastrófica y pillaba desprevenidos hasta a los más espabilados. El
futuro era utopía.
Ahora es distinto, como digo. Ahora estamos preparados para recibir
tranquilamente cualquier sorpresa por inverosímil que sea. Por eso, en la
antigüedad, cuando se perdía la vida se podía perder también la vida eterna, pero
no un futuro no imaginado.
El Más Allá en el tiempo humano era siempre Dios. Ahora puede serlo
cualquier necedad o cualquier deslumbramiento que, además, ni será
deslumbramiento. Tenemos el hábito de no sorprendernos.
Ahora nos apena morirnos, aparte de por el hecho en sí, porque nos gustaría
darnos el paseo por la Luna que se darán nuestros nietos y porque nos gustaría
degustar los productos de la nueva asadora, capaz de dar sabor de marisco al
estiércol reciclado, que, por cierto, ya no tendrá el estimulante aroma de las vacas
en estado de colitis permanente.
Y antes de emprender (si lo emprendemos) el último viaje nos preguntamos con
tristeza: “¿Se curará mi enfermedad, mi enfermedad mortal dentro de unos años?
¿Se podrá resucitar mi cadáver si tengo la fortuna de que se mantenga incorrupto
durante algunos años? ¿Alguien trasplantará mi riñón, que es lo único
presentable que tengo? ¿Y mi cerebro podrá ser también trasplantado? ¿Tendré
algo de vida intelectual en el cuerpo de un borrico?” y otras proyecciones de
nuestro anhelo de inmortalidad.
Y eso es triste. Los antiguos sabían lo que perdían al morir y esperaban más
allá con la certeza de la fe. Nosotros no sabemos siquiera si al día siguiente de
nuestra partida se fabricarán, para repartirlas en las escuelas públicas, pipas de
girasol de dos sabores con nuestro cadáver.

88
ESPAÑA, VENCEDORA ABSOLUTA
EN EL FESTIVAL EUROPEO DEL DECIBELIO

EL genio y la fecundidad de España han sido de nuevo reconocidos en el


mundo entero. Nuestro país, a gran distancia de los demás países participantes,
ha obtenido casi el 80 por 100 de los premios: la Palma de Oro, tres medallas del
mismo metal, cinco de plata e innumerables de bronce, así como miles de
diplomas de honor individuales, tanto en las modalidades masculinas y
femeninas como en las infantiles y posnatales.
España, debemos decirlo con orgullo, ha vencido a pecho y garganta
descubiertos, llegando en muchos casos a alcanzar la dificilísima cota (solamente
lograda en algunos bombardeos de la segunda guerra mundial) de los cien
decibelios sobre la cifra máxima de cien.
Es estruendo producido por el tráfico rodado hemos sido vencedores absolutos.
Ningún país de la Comunidad puede compararse a España en los ruidos que
brotan de sus coches y de sus conductores, mérito que se ve complementado por
la medalla obtenida por el número de insultos que cruzan de coche a coche en las
calles y carreteras españolas.
En el volumen en que escuchan los españoles las televisiones y las radios
hemos sido también vencedores absolutos: desgraciadamente, esta victoria se ha
visto oscurecida por el número de heridos y muertos que anualmente se producen
por las disputas que se organizan por esta causa, disputas cuyos decibelios aún no
compiten en este concurso y que, cuando compitan, sin duda pasarán también a
las manos vencedoras de España.
En batería juvenil, toses en los conciertos, insultos personales no de tráfico,
broncas a niños menores de seis años y agresiones matrimoniales hemos obtenido
sendas medallas de oro que dicen mucho en pro de la vitalidad del cuerpo social
hispano. En tonterías pronunciadas en discursos políticos hemos alcanzado una
cota digna muy cercana a la media comunitaria.
En fin, un nuevo éxito de España en las palestras europeas, donde los
extranjeros contemplan con envidia el magnífico despliegue de la industria
española del decibelio, que supera no solamente a todos los países de la
Comunidad Europea sino también a la mayor parte de los africanos, portadores
hasta hace poco tiempo de todos los récords mundiales de algarabía.
Enhorabuena.

89
POR FIN TODOS SOMOS PROGRESISTAS

PARA que usted no me lleve la contraria de oírme, le informo que servidor es


progresista. Ya sé que me va a decir que usted también es progresista, y que su
hijo es progresista, y que su cuñada también es progresista, y que hasta el loro
que grita en su casa constantemente que es progresista también es progresista, y
que el Gobierno y lo que queda de oposición también son progresistas, y que
hasta es progresista la capa de ozono de los cielos árticos.
Pero ¿qué es ser progresista? Para muchos, ser progresista consiste en chupar
del bote en un Ministerio estrangulado de burocracia y aburrimiento; para otros
consiste en alborotar decibelios desarmónicos en la barriada y despreciar a Bach,
que era un servil y reaccionario organista; para otros, ser progresista consiste en
exponer en una muestra colectiva algún fragmento de sus propias y divinas
caquitas (el abajo firmante ha presenciado en una exposición tal hecho
estético-escatológico) y despreciar a Velázquez por su condición de lacayo del
poder real; para los demás, ser progresista consiste en poseer un coche de
importación, o una hermosa ración de SIDA, o un trasero aventurero, o haber
publicado un cuento erótico en el suplemento dominical de un diario progresista.
Los más espirituales definen el progresismo como un estado de ánimo, como un
anhelo interior que nos empuja hacia el futuro perfecto, como una visión místico-
humanitaria de la existencia, como una exaltación del ácido ribonucleico cuando
se despereza al salir el sol, que también, aunque con ciertos reparos dada la
antigüedad de su vida monótona, también es progresista.
Hay progresismo obrero, progresismo intelectual, fiscal, hereditario, importado,
innato, subvencionado, biodegradable, absoluto, relativo, elástico, masculino,
femenino, neutro, común, epiceno y ambiguo.
Ahora todos somos progresistas y pronto seremos, si seguimos las modas
impuestas por nuestros pseidointelectuales, posprogresistas, neoposprogresistas,
progresistas de la modernidad y progresistas con efecto retroactivo.
España está salvada. Por fin hemos conseguido la unidad que andábamos
buscando desde hace siglos: por fin todos somos progresistas, aunque todavía no
se haya aclarado qué objeto, idea o entelequia forma la yema del progresismo.
O sea, que la próxima guerra civil se retrasará un par de años. Algo es algo.

90
EL DÍA QUE COGÍ LA SORNA

YO me di cuenta del altísimo nivel de vida que poseemos los españoles el día
que cogí la sardina. Me picaban las palmas de las manos que tenía en carne viva
de rascarlas en las esquinas de mi mesa de trabajo, me recorría el cuerpo como
una caravana de granos diminutos, y de noche, cuando las hembras de la sarna
salen a sus paseos nocturnos bajo la piel, me volvía loco de escozores.
Visité doce dermatólogos y ninguno se atrevió a suponer que alguien tan limpio
y rico como yo pudiera padecer una enfermedad de mendigos. Me
diagnosticaban cosas de ricos, y digo cosas y no enfermedades de ricos, porque
más que estudiar los síntomas de mis malestares se ocupaban en pensar en mis
lujos y propiedades.
Casi todos atribuían aquellas erupciones a picaduras de los insectos que
merodean por mi jardín.
—¿Se tumba usted en el césped? —me preguntaban.
Yo respondía que sí, que con mucha frecuencia tomaba el sol semidesnudo en
el césped de mi chalet, lo que confirmaba sus sospechas de que padecía
mordiscos de dípteros o lo que sea.
—¿Se baña usted en su propia piscina o en alguna piscina pública?
Yo respondía que me bañaba en mi propia piscina, pero ellos no se daban por
vencidos y me explicaban que, probablemente, un invitado a mis festines había
dejado en el suelo de la piscina algún hongo.
—¿Ha comido ostras o mariscos dudosos en estos meses de verano?
Yo respondía que en los meses sin erre no tomaba esa clase de bichos, pero a
pesar de mis confesiones me decían que aquellas irritaciones mías eran
reacciones mías eran reacciones alérgicas a los mariscos. Ni siquiera se atrevían a
sospechar que yo pudiera tomar mariscos en malas condiciones.
Me acusaron de padecer de todo menos de la modesta sarna que yo atrapé en
las correrías nocturnas que suelo hacer, de vez en cuando, para socorrer
menesterosas. Cuando ya no quedaban enfermedades de ricos se atrevieron a
reconocer mi vergonzosa enfermedad y me la curaron en seguida, aunque
atribuyeron la causa del contagio a alguno de los perros exóticos de mi jauría.
Nunca quisieron admitir que yo era un vulgar sarnoso. No se puede ser rico.

91
SE ACABARON LOS EXPLORADORES

ANTIGUAMENTE, los exploradores recorrían el mundo a pie ayudados por


unos cuantos indígenas que llevaban a cuestas los compases, los lápices, la
brújula y la bandera nacional con que el hombre blanco exploraba el mundo. Así,
a cuerpo limpio, andaban, olían, veían y palpaban poco a poco la tierra para
enseñanza y asombro de los ciudadanos que se quedaban en la metrópolis. Pues
bien, esa figura del explorador con pipa, salacot y bloc para los apuntes ha
desparecido. Los exploradores de nuestra infancia han dejado de ser dioses para
transformarse en simples auxiliares de la técnica. Ya no son humanos, ya no
aprenden idiomas desconocidos, ni conocen nuevas costumbres ni son amados
por las hijas de los reyezuelos que se admiraban de los gramófonos de cuerda.
Ahora los exploradores son unos minúsculos anotadores de cifras, y su opinión
particular sobre lo que ni siquiera ven no tiene ningún valor. Ya no pintan
acuarelas. Ahora andan metidos en cápsulas como supositorios del espacio, sin
poder estirar las piernas ni salir a tomar el fresco al amanecer como antes, cuando
las bestias salvajes estaban a punto de comerse tres auxiliares del campamento.
Galileo nos arrojó a los suburbios del cosmos. Darwin nos redujo a la
indignidad de animales racionales y Freud destruyó esa ingenua opinión de
nosotros mismos y nos demostró que somos pura irracionalidad por nuestra
propia necesidad de supervivencia.
Las naves especiales han rebajado aún más nuestra antigua dignidad. Ya no
somos ni instinto. Da pena ver a los cosmonautas metidos en un botijo de acero
atravesar la oscuridad de los cielos, haciendo caquitas en una bolsa de plástico
mientras miran agujas y controles para enviar datos impersonales a la Tierra.
Pronto seremos los mayordomos, los criados avispados de los instrumentos que
nosotros habremos construido para nuestra destrucción.
Las flores, los atardeceres, los otoños, las brisas, las cristalinas fuentes que con
tanto fervor cantaron los poetas vivirán su vida ajenos a nuestra contemplación.
Nosotros andaremos manipulando computadoras y acabaremos
transformándonos, por fin, en lo que somos: en nada.

92
LA UTILIDAD DEL HUMOR

A veces nos suelen preguntar a nosotros, los supuestamente humoristas, cuál es


el fin por el que hacemos nuestro trabajo.
—¡Divertir!— respondo yo siempre con firmeza. Trasladar a nuestros lectores
la alegría que mana constantemente de nuestros generosos corazones.
Y añado después:
—Pero no sólo eso. Hay más: si después de divertirme, si después de la sonrisa
primera, consigo que el lector reflexione y aumente con ello la virtud que ya
posee, en caso de que la posea, o la adquiera si la desconoce; entonces la
felicidad que siento por la utilidad de mi trabajo es doble. Yo hago siempre
humor por el bien de quienes me leen.
—Pero no sólo eso— vuelvo a añadir. Quiero también que esa reflexión y esa
virtud se hagan praxis, se transformen en acción; que los lectores, deslumbrados
por mi divertido mensaje moral, abandonen los engaños placeres del mundo, sus
mentiras y sus mezquindades y, sobre todo, las riquezas que encenagan el
corazón de sus poseedores, para que un día, puro y limpio, se me acerque uno de
ellos y me diga, extendiendo su mano para que le dé limosna:
—Gracias, a ti, gracias a tu humor, vivo la rica virtud de la pobreza.
Porque yo quiero decirle entonces:
—¡No, admirado converso, no! No te voy a dar un solo céntimo, porque esa
virtud que has adquirido la has adquirido a cambio de mi perdición, que acepto
gustosamente por ti; porque debes saber que esos bienes que tú abandonaste han
llegado a mis manos llenándome de las impurezas que la riqueza procura, y que
yo ahora no quiero que vuelvan a encenagarte de nuevo. Ve con Dios y déjame
que sea yo el nuevo encenagado con tu fortuna, sabré sufrirla con abnegación.”
Y el pobre se irá cantando a los cielos loas y alabanzas en mi nombre y en el
nombre del humor.
Y eso es todo lo que quería decirles.

93
MIS MILLONES

CUANDO yo era un joven artista adolescente sólo utilizaba mis ojos para
contemplar el esplendor de la naturaleza, en cuya presencia se mostraba la
generosidad de los dioses. Vivía en constante asombro de los infinitos dones que
el hombre ha recibido sin, al parecer, causa que lo justifique. Yo vivía feliz y
alegre en mi vida modesta.
Ahora ya no es lo mismo. Ahora ya no vemos flores, ni pajaritos, ni cielos
resplandecientes, ni la inquieta ternura de las mariposas. ¿Cuánto tiempo hace,
querido lector, que no ve usted mariposas? ¿Cuántos niños de nuestras ciudades
no han visto jamás una mariposa?
Ha sido la expulsión definitiva del paraíso. Ahora sólo vemos números. Hoy
mismo he ojeado la Prensa y he leído, ¡en un solo día!, los siguientes titulares:
— “30.000 millones se gastaron sin control ni justificación alguna en la
antigua...”
— “… cuatro filiales con más de 1.200 millones de beneficios...”
— “… 8.155 millones de beneficios hasta julio...”
— “Compra en algo más de 3.000 millones el 30 por 100 de los terrenos...”
— “… que alcanza 11.000 millones de dólares tras superar el incidente...”
— “… otorgan 6.000 millones para tapar el agujero...”
— “Invertirá 7.000 millones en un complejo...”
— “… se comprará la totalidad por 9.000 millones.”
— “La compañía inglesa ha pagado 355 millones de dólares.”
Una procesión de millones que en un solo día han pasado delante de mis ojos
ofendiendo mi modestia. Ya no puedo recuperar la inocencia perdida. Estoy
corrompido. Me he vuelto envidioso, iracundo, perezoso, que son los tres
pecados capitales que podemos tener los pobres, porque el resto son patrimonio
de los ricos.
Me han convertido en un miserable “voyeur” de los millones ajenos. Estoy
perdido.

94
FEO IS BEAUTIFULL

TENGO que cambiar, no puedo seguir llevando la vida que llevo, una vida
mentiras y ocultaciones que me está matando.
Mi fealdad, mi gordura y mi vejez están impidiéndome que goce de los
placeres que se ofrecen a mi persona con la misma generosidad con que se ofrece
a los guapos, jóvenes y delgados.
La tonta vergüenza que siento de mí mismo me impide ser feliz. Vivo
ocultando constantemente, y en vano, la flacidez de mis músculos, la
degeneración de mi piel, la opacidad de mi mirada y de la fecha de mi
nacimiento, que, como una neurosis, paralizan las energías que aún poseo para
poder gozar plenamente de la vida que aún que queda por vivir.
Camino erguido, bajo las escaleras de tres en tres, corro como un gamo para
alcanzar el autobús que se me escapa, amo a varias mujeres varias veces al día,
como hasta la saciedad de mis noventa y cinco kilos, apenas duermo, y cuando
llego a casa al amanecer, agotado de la agitación de mi vida, aún tengo que
demostrarme a mí mismo que soy capaz de enloquecer a la última amante que me
está esperando impaciente maullando de deseo. Y todo lo hago para demostrarme
que soy capaz de hacerlo a pesar de mi aspecto obeso, de mi edad y de la fealdad
que me adorna. Y así un día, y otro día, y otro día…
No puedo seguir así. Envidio a esas mujeres gordas que un día, hartas de sus
temores, lanzan faja, vergüenza y prejuicios por la ventana y salen a la calle,
enloquecidas de alegría por la decisión tomada, a cebarse aún más de mariscos,
mariscos y sobrasada, y a bailar el mambo con esos hombres delgados y
lujuriosos que acechan a las gordas, a las que admiran por sus grasas, que al
recibir azotitos concupiscentes suenan como los aleteos de los ángeles de los
cielos.
Yo quiero vivir la vida más intensamente de lo que la vivo. No quiero que mi
fealdad, mi gordura y mi vejez me impidan, por estúpidos prejuicios
pseudoestéticos, vivir con plenitud todo lo que el mundo me ofrece.
Ya no seré tímido, y si en vez de amar a doce mujeres todos los días, tengo que
amar a veinte, aceptaré con alegría mi destino. Fuera prejuicios. Desde ahora me
miraré valientemente en el espejo y con gesto altivo me diré: “Sigue, Manolo.
Feo is beautifull.”

95
NO COMPENSA SER PERVERSO

AYER, harto de la iniquidad humana y de que abuse de mi bondad todo el


mundo, desde mis gobernantes a mis criados y familiares, decidí dejar a un lado
mi honradez y dedicarme a ser como los demás: un ser inicuo. Sabía que mi
conducta iba en contra de la bondad de mi naturaleza y que seguramente sufriría,
pero a pesar de todo perseveré en mi decisión porque, me dije, es mejor sufrir la
propia iniquidad que soportar constantemente la ajena. Mi primera víctima fue la
anciana ignominiosa que vive frente a mi piso y que sé que me desprecia porque
siempre discutimos por la prioridad del uso del ascensor. Así que le cedí el paso
gentilmente sin pelearme con ella como otras veces, aprovechando que el
ascensor estaba en el sótano. La maleducada se precipitó en el vacío y nunca se
ha vuelto a saber nada de ella porque yo me he callado mi acción justiciera y sus
familiares no han denunciado la desaparición de la déspota que, y confieso que
eso tuvo gracia, cuando se precipitó por el hueco del ascensor iba diciendo: “¡Lo
sabííííaaaa cabrito!”. Más tarde me he vengado del arrogante conductor de un
coche deportivo que no me ha cedido el paso en un cruce peatonal. Es cierto que
él tenía prioridad porque frente a mí lucía el disco rojo, pero la altivez con que ha
hecho uso de su derecho, el desprecio con que me ha mirado por mi supuesta
humilde condición de peatón me ha irritado y me ha impulsado a bloquearle la
dirección cuando tenía el coche aparcado. Más tarde he comprobado con alegría
cómo el infame despreciador se estrellaba contra un autobús escolar que
desgraciadamente estaba vacío.
Y por último, cuando volvía a casa, he violado a una jovencita que injustificada
y provocativamente andaba sola por la calle a unas horas en que las jóvenes
honestas tienen que estar en casa con sus padres.
Y ahora viene lo más terrible del día: cuando me acosté no pude conciliar el
sueño y tardé casi un cuarto de hora en dormirme. Esa alteración de mis ritmos
vitales me ha demostrado que soy incapaz de hacer mal a mi prójimo ni con fines
correctivos.
Ser perverso no me compensa esa pérdida de un cuarto de hora de reposo. Los
grandes ejecutadores no tienen insomnio. No soy uno de ellos.

96
CONTABILIDADES SECRETAS

LOS españoles desprecian a los alemanes por la mezquindad de sus relaciones


económicas entre amigos. Sabido es que los alemanes, dicen quienes les
conocen, cuando comen en grupo jamás pagan la cuenta juntos, sino que cada
uno paga su consumición por tacañería y avaricia, cosa que produce un gran
estupor entre los comensales españoles, que son tradicionalmente, dicen quienes
no les conocen, generosos y desprendidos.
Esa generosidad española es, sin embargo, falsa. Ayer comí con un grupo de
amigos despreciadores de los alemanes en un restaurante muy caro, es decir:
como todos. La mayoría pedimos de entrada platos sencillos y baratos alegando
la dieta que seguimos para combatir el colesterol y el ácido úrico. Solamente un
par de sanos pidieron langostinos y caviar, respectivamente.
Al oírles, los temores de los artríticos y arterioscleróticos desaparecieron
mágicamente y todos pidieron rectificar el menú. “¡Bueno —dijeron—. Un día es
un día. Por unos langostinitos y un poco de caviar que tome no me pasará nada!”
Y como locos, aquellos moribundos de antes se lanzaron a los platos más caros.
La comida se transformó en un festín de duques de Borgoña. Hasta los
abstemios, para no hacer el primo y no pagar la consumición de los demás,
bebieron vinos blancos y tintos, cavas y hasta la cursilería del pacharán o la
copita de licor con que obsequian ahora en los restaurantes después del atraco de
la cuenta.
La comida nos salió a todos por un ojo de la cara y un ojo de la gastritis, pero
todos salimos felices porque nadie se sintió estafado al dividir la cuenta entre
todos.
No hace mucho tiempo, un amigo mío que generosamente pagaba siempre las
facturas en los restaurantes cuando yo proponía, al método alemán, que las
pagásemos a medias, me gritó rojo de ira en su invitación número cuatro: “¿Pero
tú no vas a pagar nunca?”
Yo le expliqué que siempre había querido pagar, pero que él me lo había
impedido por su falso desprendimiento, porque yo sabía que en su memoria
llevaba la contabilidad secreta que llevan los generosos que invitan, pero que
esperan ser recompensados en la siguiente ronda.
Así es la vida. Nadie da nada con una mano sin recoger lo mismo con la otra
pata.

97
LA ATOMIZACIÓN DE LA MORAL

EL abajo firmante, educado en la moralidad de los hoy casi desconocidos


mandamientos de la ley de Dios, siempre he creído que había una sola moral: la
que separaba nítidamente el bien del mal, y que el valor de los citados
mandamientos era absoluto, sin término medios: robar, matar, mentir y difamar,
por ejemplo, siempre eran actos satánicos y pecaminosos fuera quien fuera el que
los cometiese.
Ahora ya no es así. Ahora no hay una sola moral, ahora hay cientos de miles de
morales, según convenga a sus violadores. Antes, por ejemplo, robar un jamón
era un acto culpable. Ahora también, pero ahora robar mil millones de pesetas
puede ser una operación financiera consentida por quienes tienen la facultad de
consentir esas cosas. Antes, mentir era siempre pecado. Ahora es distinto; ahora
se puede mentir al pueblo en una campaña política y quedar como un caballero y
un estratega. Y así sucesivamente.
Existen, como digo, miles de distintas morales: la de los desgraciados, la de los
ricos, la de los profesionales, la fiscal, la política, la de los banqueros y
prestamistas, la estatal, la administrativa, la de los jóvenes, la de los drogadictos,
la de los poderosos, la de los chulos, la de los delincuentes, tanto de guante
blanco como negro; la de los sidóticos, y la de los que cambian de moral todos
los días según convenga a sus negocios.
Por eso, para comprender a nuestro prójimo, antes de acusar a nadie de
miserable hay que preguntarle los parámetros que utiliza en su vida moral. Y les
diremos:
—¿Usted me ha insultado como hombre o como lo que es? ¿Usted se ha
acostado con mi señora como caballero piadoso que quiere consolar sus ansias
(las de usted y las de mi señora) o lo ha hecho como un miserable adúltero?
¿Usted ha mentido en el Parlamento como un bellaco o como un estratega?
¿Usted es un tránsfuga por patriotismo o por interés? ¿Usted me ha engañado
como cliente o como amigo? Y así sucesivamente.
Así nos comprenderemos mejor los unos a los otros y podremos tratar a nuestro
prójimo como más convenga a su condición de “homo sapiens”, “homo medio
sapiens” u “homo de cuatro patas”, que es la especie que más abunda.
Y seremos más felices, más libres, más demócratas y más de todo.

98
LA MOSCA

ESTA mañana le he dicho a mi esposa que cerrase la ventana porque había


entrado una mosca, y ella me ha respondido que no había ninguna mosca en el
comedor. Yo le he aclarado que había entrado una mosca, pero que había salido
de nuevo mientras ella hablaba. Ella ha afirmado con rotundidad —eso es lo que
más me irrita— que no había entrado ninguna mosca, hecho que indudablemente
no podía demostrarme porque nadie puede demostrar algo que en su opinión no
ha sucedido. Tampoco yo podía demostrarle algo que había ocurrido y que ella
no había observado.
Mi señora me ha insultado y me ha dicho que soy un histérico y me ha
recordado, como si yo no lo supiera, que yo no había dicho que había entrado una
mosca y que había vuelto a salir inmediatamente, sino que solamente había dicho
que había entrado una mosca, lo que supone aceptar que la mosca aún
permanecía dentro de la casa y que ella no veía la tal mosca por ningún sitio. Y
me ha aclarado que, o bien yo estaba mintiendo como siempre, o bien yo seguía
viendo moscas donde no las había.
Es cierto que yo veo constantemente pequeñas sombras frente a mis ojos y que
esas sombras son llamadas moscas volantes, pero esa vez no era ese tipo de
moscas la que yo había visto, sino una mosca volante real.
Ella me ha aclarado que todas las moscas son volantes. Yo, con gran paciencia,
le he dicho que, efectivamente, todas las moscas suelen ser volantes, aunque a
veces, en caso de perder una de sus alas, por ejemplo, dejan de serlo. A pesar de
todo he aceptado su tesis y, tras concederle la razón, le he dicho que quizá no ha
podido ver la mosca por la acentuada miopía que padece.
Ella, cada vez más irritada, me ha gritado que es menos grave dejar de ver
algunos pequeños objetos insignificantes como las moscas que tener
constantemente fantasías visuales como yo.
En ese momento ha entrado la mosca de nuevo y se lo he dicho. Cuando se ha
vuelto para comprobar mis palabras, la mosca había huido de nuevo y de nuevo
hemos vuelto a tener el mismo diálogo.
Para convencerla de su testadurez he tenido que sumergir en su sopa una de las
moscas que tengo aprisionadas en el cajón de la mesa de mi despacho. Ella me ha
dicho que ésa no era la mosca que había entrado en el salón durante el desayuno.
Yo le he preguntado que cómo sabía que no era la misma si no la había visto, y
hemos empezado a discutir de nuevo.
Y así somos, más o menos, felices desde hace veinte años.

99
UN CUENTO CRUEL

LOS niños son sádicos y crueles. Casi tanto como los hombres. Todos hemos
visto a los niños martirizar insectos clavándolos en los pupitres de los colegios
para catalogarlos como hacen los entomólogos que también son un poco sádicos.
Digo esto porque el otro día escuché una conversación entre dos niños que
hablaban de las torturas que veían en el cine, en las películas de terror. Jugaban a
guionistas e inventaban unos suplicios atroces que me ponían los pelos de las
cicatrices de punta.
Uno de ellos explicó que los torturadores siempre se ríen y que los que sufren
los suplicios, no. Decía que eso no era justo, que los torturados también tienen
derecho a reírse, que no tienen por qué estar lamentándose mientras sus verdugos
se lo pasan tan ricamente.
Decidieron entonces inventar suplicios que no sólo hicieran reír a los sádicos
que los infligían, sino también a las víctimas que siempre están tristes y
lamentándose en estos casos.
Estuvieron pensando suplicios capaces de hacer reír a quienes los sufrían, pero
no conseguían el suplicio perfecto. Cuando uno de los niños inventaba una
tortura que él creía podría ser jovial, el otro le convencía de que lo que decía era
imposible. Así estuvieron cerca de una hora y cuando estaban a punto de
abandonar sus investigaciones, el hermano de uno de ellos, que no levantaba
medio palmo del suelo y que les había estado oyendo, intervino y dijo que él
conocía un sistema para que las víctimas de la tortura sonriesen.
—Es muy sencillo —explicó—, se les ponen ganchos en los extremos de la
boca y se les deja colgados hasta que vayan al cielo.
Luego, con los gestos de sus manitas colocadas en las comisuras de su
angelical boquita y empujando de ellas hacia arriba, imitó perfectamente una
sonrisa que a mí me pareció espantosa.
Éstos son los niños que serán hombres en el siglo XXI. Dios nos pille
confesados. Son caso como nosotros.

100
LOS DIOSECILLOS DEL
CÍRCULO DE BELLAS ARTES

HOY voy a hablar en serio sobre un tema miserable. Voy al grano.


Pertenezco desde hace más de veinte años a la “troupe” de artistas que
deambula por los salones y estudios del Círculo de Bellas Artes, por el que han
pasado las herraduras de los caballos (y las de algunos asnos) del antiguo
régimen, de la transición, del centrismo y de nuestra gloriosa contemporaneidad,
cabalgados por los artistas que son tan proclives a la libertad y al anarquismo
destructor.
Pues bien, ahora, ¡por fin!, se ha metido en vereda a tales seres asociales. En el
gran salón del café del Círculo de Bellas Artes se ha establecido una innovación
que expresa perfectamente el correr y la mejoría de los tiempos. En su gran salón
—repito—, ahora, la mejor mesa con sus correspondientes nueve o diez sillones,
la que está situada con las mejores vistas a la calle de Alcalá y Cibeles, está
decorada con un letrero que dice que aquel rincón excepcional del Círculo está
reservado para el señor presidente y la señora (o señorita) Junta de Gobierno del
tal Círculo. Y está reservado a perpetuidad como el balcón que hace esquina con
vistas al mar, o sea, a la citada calle de Alcalá.
El tal espacio reservado está vacío trescientos sesenta días del año esperando
ansiosamente que el señor presidente o algún miembro de la Junta desciendan del
Olimpo para mezclarse con la plebe que anda sin lugar donde sentarse
maldiciendo a los culpables de tal desigualdad social y estética. Los artistas
suelen ser gentes soberbias que no admiten la superioridad de nadie y piensan
que está bien que se reserven los lugares paradisiacos cuando vayan a ser
utilizados, pero no para tenerlos bostezando días, semanas, meses y años enteros.
O sea, que en nombre de los miembros y visitantes del Círculo, solicito a los
exquisitos diosecillos del Parnaso español contemporáneo que liberen la mesa
que es propiedad de todos o que, al menos, para que la ofensa sea menor, tengan
la cortesía de utilizarla de cuando en cuando. No hacerlo es un ultraje a la
mayoría que reduce votos. No lo olviden. Antes no se hacían estos distingos.

101
LA IMPRESCINDIBLE REFORMA ELECTORAL

COMO todo en este mundo, nuestra reforma electoral debe ser mejorada. Es
inconcebible que catorce millones de personas gobiernen con mayoría absoluta
en un país de cuarenta, y que mil votos de diferencia con la oposición den a los
vencedores la capacidad de hacer y deshacer a su capricho.
Por eso voy a proponer un mecanismo electoral más justo y que consiste en lo
siguiente:
Un voto no significará la adhesión inquebrantable a un partido, porque los
votos no serán unitarios, sino fragmentarios. Es decir, en un solo voto se podrá
elegir a varios partidos a la vez, en diversos porcentajes. Hay mucha gente, yo
soy uno de ellos, que está de acuerdo con un partido en algunas cosas y en
desacuerdo con otras. ¿Por qué tengo que conceder mi voto en la parte que no me
complace de mi partido? Por eso, repito, los votos serán fraccionados, y
constarán de diez puntos que el elector podrá repartir libremente entre los
partidos que desee. Por ejemplo, he aquí un modelo de voto según mi sistema
electoral:

Voto del ciudadano fulano de tal: Partido Socialista, 5 puntos. PP, 1 punto.
Izquierda Unida, 1 punto, Partido Regionalista equis, 2 puntos. Abstención, 1
punto.

En total, 10 puntos que se reparten en justicia conforme a las inclinaciones


reales del votante.
Gracias a las modernas ciencias de la informática, el cálculo global de todos los
votos emitidos se hará rápidamente. El partido que más votos tenga tendrá mayor
número de diputados en función del porcentaje alcanzado, y así sucesivamente.
Por patriotismo ofrezco gratuitamente mi idea a esta España mía que tanto
quiero y que tanto me quiere. De nada. Y que las fuerzas políticas reflexionen
sobre esta revolución electoral que puede hacer más justa la representación
política en nuestro Estado. He dicho.

102
LA DESCANSADA VIDA

EL hombre honrado, harto un día de noticias falsas, de informaciones


interesadas, de mentiras, de discursos y de política, decidió huir del engañoso
mundo en que vivía y se escapó al seno de la madre Naturaleza para encontrar la
calma, la verdad y el sosiego.
Como un eremita ateo se hospedó en una fresca y tranquila cueva orientada al
punto del horizonte por donde, suave y alegremente, todos los días nacía el sol,
para vivir allí descansadamente, lejos de los mundanales ruidos, como uno más
de los pocos sabios que en el mundo han sido.
Y empezaron sus sinsabores. Las risueñas florecillas eran ásperos erizos
vegetales, porque las lluvias ácidas habían despojado de frescura y vegetación los
altozanos donde vivía; sólo crecían feroces plantas erizadas de púas
malintencionadas como escorpiones. Las aguas de los arroyos estaban
contaminadas y las de la playa hedían a cacas urbanas e industriales.
La cueva en la que se refugió para huir de las agresiones de la falsa cultura era
también refugio de unos insectos innobles que le atacaban los sobacos y las
ingles despiadadamente día y noche. No había pájaros por los alrededores, ni
flores, ni aires puros, ni fuentes cristalinas, ni mansos céfiros ni sosiegos
venturosos. Y para mayor desdicha y deshonra de su espíritu, padecía
constantemente de dos sonoridades físicas que le llenaban de ansiedad y de
vergüenza: una pertinaz aerofagia que rompía los silencios de la Naturaleza y de
su espíritu, y el estruendo continuo de los latidos de su corazón que les advertían
incansablemente del paso del tiempo que él quería detener en la plenitud del
absoluto que buscaba.
O sea, que un día, más angustiado aún que cuando huyó del estruendo del
mundo, se volvió.
No sé adónde, pero se volvió.
Y aquí estoy de nuevo con ustedes.

103
LOS RICOS Y LOS RESTAURANTES

LOS ricos deben comportarse siempre como ricos. Es decir, no deben perder de
vista ni la última peseta que habite en las más alejadas fronteras de su imperio
económico. A estos ricos se les nota su riqueza sobre todo en los restaurantes.
Los pobres; los pobres no, porque los pobres nunca van a restaurantes lujosos;
los ricos pobres, los recién llegados, se comportan pudorosamente en los
restaurantes y no se atreven a comprobar si la cuenta se ajusta a lo consumido y
la pagan sin mirarla.
Los ricos verdaderos, sin embargo, cuando les traen la cuenta, se calan
tranquilamente las gafas de leer de cerca, sacan parsimoniosamente su bolígrafo
de oro y analizan hasta la última peseta de su factura por si hay algún error que
pueda herir su amor propio y su sensibilidad capitalista.
Esto les decía yo el otro día a unos amigos que por pudor pagaron la factura sin
atreverse a comprobar por qué había costado tan cara aquella cena del cercano
oriente hecha de puré de garbanzos y carnes aromatizadas clavadas en un pincho.
Me acusaron todos de mi proverbial tacañería, comprobaron entre risas la
factura y se cumplieron mis profecías: iban a cobrarnos seis mil pesetas más de
lo que correspondía a nuestra consumición.
Nos había tomado por pobres incapaces de atreverse a comprobar si habían
sido engañados, a pesar de que habíamos pedido vinos del ochenta y langostinos
de Sanlúcar, prueba evidente de que la factura la pagaba el Estado. El perspicaz
libanés o sirio, no lo sé bien, se dio cuenta de que podía tratarnos como lo que
éramos: como a unos pobres “snobs” que presumíamos de tener dinero y que no
nos atrevíamos a demostrarlo. Para los grandes ricos, una peseta nunca es un
objeto vergonzoso. Las únicas pesetas vergonzantes son las que no tienen la
suerte de pertenecer al caudaloso río de su fortuna.
Ya lo saben ustedes: cuando vayan a pagar una factura en un restaurante,
pónganse las gafas, comprueben el precio de cada plato, sumen pacientemente la
cuenta y no tenga rubor, si es larga, de sacar su calculadora de bolsillo. El
“maitre” se sentirá orgulloso de ustedes. Sabrá que está frente a verdaderos
caballeros. Y no olviden dejar después una gran propina. Sed generosos siempre,
pero no imbéciles, que es lo que hacen los ricos de los cien mil millones para
arriba; es decir, que son generosos pero no imbéciles.

104
EL RUIDO

EL ruido no es, como muchos piensan, una plaga de la modernidad. El ruido


siempre ha existido porque el hombre es un animal segregador de estrépitos
desde que fue creado al día siguiente del Big-Bang, explosión de todos conocida
que fue un estruendo estremecedor.
Marco Valerio Marcial, poeta romanocalagurritano, se lamentaba en un
epigrama del fragor insoportable de la circulación rodada de la Roma imperial y
del alboroto de los vendedores ambulantes que no le dejaban dormir.
Miguel de Cervantes me solía decir que todo eso que cuentan de las armonías
pastoriles y de los silbos de sus caramillos él nunca lo vio en sus andanzas por
España y si vio a muchos pastores marcar ritmos desacordes con estacas y
garrotes.
Leonardo de Vinci, cuando inventó las tapaderas de los pucheros, pudo
comprobar la inclinación de los jóvenes al griterío y al escándalo disarmónico de
los ruidos producido por la percusión. Leonardo descubrió un día que las cocinas
del palacio de los Sforza carecían de tapaderas. Naturalmente, las inventó
rápidamente. Cuando las llevó a las cocinas ducales se rieron de él y le
explicaron que tales artilugios ya estaban inventados, pero que no podían
utilizarlas porque los pinches se las llevaban a las murallas para tocar sus danzas
y acompañar sus canciones. O sea, que en aquellos tiempos ya se había inventado
la batería, no la de las cocinas, sino la de los tormentos musicales.
Los jóvenes son proclives al estruendo desde que Eva empezó a parir Caines y
Abeles que, por cierto, no tardaron mucho tiempo en armar gresca, porque lo del
quijadazo, seguro que fue precedido de gritos, insultos y berridos.
Resígnese, caballero sensible que, como yo, añora las paces y las serenidades
de San Bruno. Estamos condenados a oírnos los unos a los otros. No hay
posibilidad de huir de esta plaga universal e histórica. Hasta Emmanuel Kant
habló de la hermosa sonoridad estética de la música tachándola de agresiva y de
la que uno no puede huir sin abandonar los lugares amados. De la pintura —decía
Kant— podemos alejar la mirada, de la música no podemos alejar la oreja
orientándola en otra dirección. Con la música —la mala música— sólo queda la
huida.
Por eso, los ruidosos deberían ser condenados a cadena perpetua en un
monasterio cartujo para que comprendan la grandeza de la serenidad del silencio.
Pero otro día seguiremos hablando de este apasionante tema.

105
UN VICIO URBANO

EL amor a los animalitos y a los árboles es un vicio urbano. Yo también, antes


de venirme a vivir al campo, cantaba la inocencia de los gorriones, la diligencia
de las hormiguitas y la belleza y el candor de las flores y de las plantas.
Ahora es distinto. Los pajarillos que pían alegremente para ahuyentar nuestras
penas cuando los cultivamos en una jaula, en libertad son unos desalmados
marqueses de Sade: saquean, ensucian y destruyen cuanto está al alcance de sus
piquitos de acero y de sus estómagos insaciables. Yo no puedo sembrar nada sin
tener que hacer guardia permanente hasta que germinen las semillas, porque los
repugnantes pajarillos lo devoran todo. Ni siquiera respetan la siembra del césped
al voleo porque se tragan las semillas en el aire.
¿Y los arbolillos? Los arbolillos son unos monstruos voraces que tienden sus
ocultas raíces hasta las mismas patas de nuestra cama, donde esperan paciente
que nos llegue el sueño para cogernos sorprendidos y chuparnos la sangre que
necesitan para crecer y reproducirse. Esos árboles, que parecen inocentes, tienen
una sed inextinguible y penetran en nuestras casas por todos los desagües y
tuberías como vampiros subterráneos dispuestos a lanzarse sobre nuestros cuellos
para sorbernos las savias.
Cuando llegué al campo, yo arrojaba ingenuamente miguitas vitaminadas a los
pajaritos que revoloteaban a mi alrededor, no me atrevía a podar una sola planta
por miedo a mutilar sus delicados cuerpecitos y ponía sus rutas domésticas a los
insectos distraídos o perdidos.
Ahora es distinto, ahora que comprendo que tales criaturas me odian y sólo
desean devorarme, arrojo a los pajaritos granos de trigo envenenados, agujereo
los troncos de los chopos para llenar sus corazones de sal marina y aplasto
cantando bellas canciones caravanas enteras de egoístas y avaras hormigas,
porque si no lo hago todos los días y a todas horas, no podré coger nunca el
sueño, porque sé que están esperando mi indefensión para devorarme los
intestinos.
No me queda más remedio que ser cruel con ellos, como ellos lo son conmigo,
porque si no acaban por perderte el respeto y por llevarte a rastras a las lóbregas
cavernas que habitan en el subsuelo.
Otro día les hablaré de las arañas, seres satánicos que resumen todas las
maldades de la botánica y la zoología en su lucha contra la dignidad del hombre.

106
LA BESTIA QUE NOS HABITA

EN los alrededores del tiempo de hoy a tantos de tantos de mil novecientos


tantos, han ocurrido los siguientes acontecimientos internacionales que afectan a
todos los habitantes de la Tierra:
—Dentro de dos días se celebrarán las elecciones generales españolas de 1989,
que tienen en vilo a la opinión pública mundial: la señora Thatcher declara que
no dimitirá, aunque se hunda el imperio británico y de él sólo queden la abadía
de Westminster y el Peñón de Gibraltar; Israel está construyendo una bomba de
hidrógeno que destruye solamente a los infieles mahometanos; los países
comunistas abjuran de su fe marxista y vuelven a los senderos de la razón y de la
lógica liberal-capitalista; Stalin huye de su sepultura, pero es apresado y
enterrado de nuevo; se espera un inminente terremoto en la ciudad babilónica de
San Francisco de California como castigo a la corrupción moral que ha traído la
plaga del Sida; reina, según dice la Prensa, gran inquietud por el V Centenario en
la Asociación Alcaldes, creada para la mejor y más brillante conmemoración de
la tal efemérides; mi señora huye a sus soledades porque, después de cientos de
años de vida marital común, aún no he contraído matrimonio con ella; Hacienda
ingresará este año por el Impuesto sobre la Renta más de tres billones de pesetas,
de los que una parte considerable, que me pertenece legítimamente, me ha sido
arrebatado por retenciones en contra de mi voluntad; gracias a un Instituto
Internacional de Teología a distancia, los laicos de todo el mundo tendrán acceso
cómodo a tal disciplina; al vandalismo juvenil le da últimamente por profanar
tumbas de parientes y amigos; aumenta de tamaño el agujero de la capa de
ozono; disminuyen las reservas mundiales de oxígeno por la tala asesina de los
bosques del Amazonas; el déficit comercial español ronda ya los tres billones de
pesetas, y la peste equina (rama asnal) puede causar este año estragos entre los
parlamentarios españoles.
Pues bien, lo digo con lágrimas en los ojos: todo eso no es nada comparado con
los dolores que me produce el nacimiento de mis muelas del juicio, que me tiene
al rojo vivo las mandíbulas, las mejillas y la parte exterior de cada uno de los dos
ojos que ornan mi rostro. Esa es mi única preocupación y lo demás son
sinsabores sin importancia. Así somos los animales humanos. No lo nieguen.

107
LA CRUELDAD DE LOS DIOSES

DICE una antigua leyenda lacedornia que un rey beocio era tan lascivo que fue
condenado por los dioses a una pena terrible: a acostarse con todas las mujeres
del mundo, presentes y futuras. Los dioses, dice la leyenda lacedornia, pensaban
que ésa era la mejor manera para que el rey beocio en particular y todos los
hombres en general abandonasen sus libidinosos deseos poligámicos. En caso de
que no cumpliera la condena los dioses, que en el fondo estaban un poco celosos,
le amenazaron con penas mayores.
El pobre beocio no sabía cómo empezar a cumplir su castigo: si por las guapas
y jóvenes o por las feas y viejas. Al fin decidió padecer su tortura como se
degustan los vinos: empezando por los mejores y acabando por los peores,
aunque también acabó por desechar esa idea. “En realidad —se dijo—, es
indiferente la mujer con la que empiece, porque tendré que acostarme con todas,
y estoy seguro de que a la centésima mujer que goce mi castigo estaré tan harto
de todas ellas que me dará lo mismo su aspecto exterior y su aspecto interior (es
decir, el espiritual).”
Lleno de dudas y harto de tanta angustia, temeroso de que durante toda su vida
tuviera que hacer el amor todos los días innumerable número de veces, se postró
ante los dioses, les pidió perdón sinceramente y les rogó que le aliviasen de tan
terrible carga.
—Está bien —le respondieron los dioses al unísono, que es como siempre
responden los dioses— te perdonamos. No tendrás que acostarte con todas las
mujeres del mundo. En el futuro sólo te acostarás con una. —Y se partieron de
risa detrás de sus barbas.
Y así se inventó esa tortura conocida con el nombre de matrimonio
monogámico que aún padecemos todos los habitantes de la Tierra por culpa de
los excesos sentimentales de aquel rey beocio a que se refiere la leyenda
lacedemonia.
Las mujeres, dice también la leyenda, no fueron condenadas a ninguna culpa,
según se puede comprobar con frecuencia.

108
EL HOMBRE QUE BUSCABA DIÓGENES

AQUELLA mañana, como todos los días, Diógenes encendió la lámpara,


abandonó su tonel y salió en busca del hombre que llevaba años buscando, hasta
entonces en vano. Fue el ágora y sólo vio mercachifles; a la Academia, y sólo
oyó a retóricos, al campo de Marte, y se avergonzó de las plumas de los
fanfarrones; al hemiciclo, y sólo contempló tránsfugas y depredadores.
A las doce comió dos aceitunas y siguió buscando al hombre que buscaba. La
tarde fue tan estéril como la mañana. Toda la ciudad, la península entera, eran
una cueva poblada de fantasmas.
Al atardecer, cumplida su jornada laboral-filosófica-moral, volvió a casa
cansado pero no desesperado, a pesar de las mentiras que había escuchado y las
infamias que había visto.
Y entonces ocurrió el milagro: su mujer estaba en la cama con un hombre. Era
un joven fuerte, inteligente, sensible, valiente, honrado, patriota y duro de carnes.
En una palabra: era el hombre que Diógenes estaba buscando.
Dice la historia que, desde entonces, hallado por fin el hombre, como digo,
vivieron los tres muy felices el resto de sus días.

109
Lección de entomología
LOS BESARRABOS

BESARRABOS es el nombre vulgar, como todos ustedes saben, de un famoso


ortóptero que abunda por nuestros prados, montes y despachos. Todos los hemos
visto muchas veces pasar a nuestro lado con el desdén en la solapa como una
condecoración de cuatro tenedores y el pavor oculto en la rabadilla que utilizan,
además de para sus necesidades fisiológicas, para sus ascensiones políticas. A
veces viven cerca de nuestras casas, y al cruzarnos con ellos comprobamos que
tienen las barbas erizadas como esos oradores con halitosis que desmayan
micrófonos televisivos. Portan bandas honoríficas en cuya solemnidad ocultan un
corazón con bragueta.
Se les nota que con un ojo miran con ansiedad el futuro y con el otro el pasado
para que el barro no les salpique la nueva chaqueta. Cruzan lentamente los
pasillos oficiales llenos de angustia por temor a atravesar una puerta que
comunique con el vacío en el que se estrellarán con su alma “light” sin dejar
huellas ni recuerdos, porque esa gente carece de vestigios. A veces los
barrenderos que barren los alrededores de los Ministerios buscan sus restos en las
esquinas, pero siempre es en vano. Todo en ellos se esfuma cuando salen del
taca-taca del cargo oficial para desaparecer con sus obras completas, que constan
de tres artículos y millones de recibos.
Los besarrabos (ortóptero politicus vulgaris) bajitos son los más solemnes y
engreídos y se sabe que llevan ropa interior con gorguera. Dan pena su soledad
poblada de taquicardias y sus inútiles intentos por asirse al rabo de la historia y al
enchufe vitalicio con el nervioso agitar de sus patitas. Los peores son los que se
enmoquetan la suela de los zapatos para imaginarse que pasean siempre por sus
despachos.
Estos insectos, a pesar de su fragilidad, son difíciles de extirpar y suelen
aparecer en nubes de extensión infinita en los momentos de movilidad política.
Parece ser que existen desde los tiempos de las famosas plagas de Egipto. Que el
Señor nos aleje de ellos.

110
CAMBIOS EN EL CINE SOVIÉTICO

LA “perestroika” soviética ha extendido también sus liberales brazos al cine


ruso, que como todo, anda patas arriba aquí en Moscú y sus revueltos
alrededores. Las grandiosas películas de la revolución están siendo revisadas.
Dicen quienes han tenido la fortuna de verlo, que el acorazado “Potemkin” ha
quedado precioso en la nueva versión, rodada exactamente como le habría
gustado hacerla a Eisenstein, si no hubiera vivido bajo la tiranía estética de
Stalin.
“El acorazado “Potemkin” se exhibe ahora en los cines rusos en versión
musical, en la que brillan por su gracia y simpatía las coristas cosacas que
semidesnudas corretean por la cubierta del famoso y heroico acorazado. Los
protagonistas de la nueva versión son Ginger Rogers y Fred Astaire que, vestidos
como Iván el Terrible y Catalina la Grande, también corretean por la cubierta del
citado barco, decorado actualmente con graciosas notas “nouveau style”.
Al parecer, también se está rodando una nueva versión actualizada del heroico
movimiento popular que culminó con el asalto al palacio de Invierno. Una jovial
muchedumbre, dicen quienes han tenido la fortuna de asistir al rodaje de esta
graciosa superproducción perestroikista, asalta el palacio para danzar
alegremente alrededor de la corte de la zarina que enseña las pecas de sus pechos,
en los que están grabados unos emblemas marxistas “light” descafeinados.
Pronto, dicen los citados informados, también serán puestos al día los poetas
que murieron precipitadamente por su anhelo de una “perestroika” romántica que
históricamente era imposible en su tiempo. Nos referimos, naturalmente, a los
suicidas Esenin y Maiakovsky.
Nuevos tiempos corren por Rusia, aunque este corresponsal debe aclarar que
los tiempos climáticos son los mismos de siempre, porque está enviando esta
crónica cultural de la Unión Soviética a treinta grados bajo cero de la escala
Richter.
Desde Moscú, con la nariz al rojo vivo, les saluda
Ch. Ch.

111
LIMPIEZA DE FIN DE AÑO

TODOS los años, cuando llegan las Navidades, conviene, sobre todo en estos
tiempos de consumismo desenfrenado, hacer una limpieza de todos los trastos y
objetos inútiles que poco a poco vamos acumulando a lo largo del año y que
cualquier día pueden devorarnos de improviso con sus fauces antropofágicas.
Hoy yo he encontrado en estas tareas de limpieza por los más inesperados
rincones de mi casa los siguientes objetos:
Un optimismo apenas usado, casi descompuesto y que despedía un hedor
insoportable.
Dos kilos de esperanzas que no pudieron ser utilizadas en su tiempo para los
fines para los que habían sido adquiridas.
Un futuro seminuevo con las mangas ligeramente mordisqueadas por la polilla.
Dos lágrimas de tamaño natural que se me desprendieron un día que reflexioné
sobre los tiempos que nos había tocado vivir.
Un porvenir desteñido, con brillos en los codos y las sillas descosidas.
Un paquete de medio kilo de confianza en el futuro inutilizable por su fecha de
caducidad.
Y lagunas otras chucherías de mi juventud. Como me ha parecido que estas
cosas no hacen más que molestar y llenarnos de melancolía, las he empaquetado
en unas bolsas de basura y se las he dado a un trapero para que las reparta entre
los jóvenes ingenuos a los que todavía pueden ilusionar estas fantasías.
Me he sentido limpio, aunque un poco triste, porque, a pesar de todo, a la
ingenuidad de la juventud acaba uno por tenerle un poco de cariño, aunque esté
marchita y ya no tenga sentido ni utilidad, como digo.

112
PAZ EN EL CAMPO

NO acariciaba más suavemente el céfiro las doradas hojas de los álamos que el
trino de la alondra, la palidez de los cielos, cuando el sol, encendido en cobre,
asomó por el otero.
Las mansas ovejas, los sumisos canes que protegían mi casa, el lejano mugir
del ganado y, a veces, el rápido aleteo de las urracas vivían en paz con los latidos
y los ecos de mi corazón. El día se fue encendiendo poco a poco y una luz más
fría y acerada agrisaba los parados tonos del otoño cuando llegó el correo.
En él se me decía el resultado de la biopsia que acababan de hacerme por mis
fatídicas dolencias, el saldo en rojo de la cuenta de mi Banco, la detención de mi
hijo en una redada de drogadictos, el protesto de todas las letras que había
firmado en los últimos días, la perseverancia de mi esposa en continuar
desparecida desde su abandono del hogar y la orden de que enviase rápidamente
dos millones de pesetas si no quería perder mi piso hipotecado.
Me puse tranquilamente las piernas ortopédicas y salí a dar un paseo por el
campo, cuyas luces se apagaban como se apagaban las del sol en el ocaso. Mi
corazón se llenó de un gozo inexplicable a pesar de que las aguas del río
desbordado ya me llegaban hasta el cuello.
Y seguí feliz. ¡Cómo si unas cartitas y unas inundaciones fuesen suficientes
para angustiar mi corazón con marcapasos! ¡Soy yo demasiado hombre para
dejarme abatir por las pequeñas adversidades!

113
Una historia cruel
YO ME COMÍ UNA AZUCENA

YO me comí una azucena para demostrar la perversidad de los hombres


humanos que, como se sabe, son los menos. Y lo dije en un bonito party donde
jugamos a un juego de sociedad, ligeramente sádico, que procede de la literatura
rusa de antes de la revolución. El juego consiste en relatar a los amigos el acto
más indigno que hayas cometido en tu vida. Los demás deben hacer lo mismo
con sinceridad y sin represiones. No es fácil ser sincero, pero siempre, aunque
tratemos de ocultarlo, aparece el lado abyecto de la personalidad de cada uno de
nosotros. Cuando yo les dije que mi mayor vileza había sido comerme una
azucena no me creyeron.
Pero acabé por convencerles cuando les relaté el hecho gastronómico con todo
detalle. Les expliqué cómo primero la seduje y después le corté la cabeza de un
solo tajo, la paciencia que tuve que tener para que se quedasen apenas cubiertos
de piel los huesos del cráneo, cómo enterré la cabeza de mi amada y cómo tuve
que esperar hasta la primavera del año siguiente a que floreciera una azucena de
aquel detritus formado por ella, los abonos que tuve que utilizar y la tierra
fertilizada que acogió a la bella Lolita que es como se llamaba mi víctima.
Fueron meses de intenso cuidado para que no se estrellara contra las
adversidades climatológicas el trozo de vida que brotaba con la alegría de todo lo
que se asoma a la vida.
Luego les expliqué cómo herví la azucena con los propios huesos de mi amada
(que por cierto dieron un mal caldo) y cómo me la comí una hermosa tarde de
primavera.
Los participantes de la fiesta admitieron que yo era el más vil de todos ellos,
aunque al mismo tiempo, el más emanador de poesía, así que me concedieron el
premio, que consistió en un botellín individual de sidra achampanada que aún
conservo en el anaquel donde guardo mis trofeos más queridos.
Otro día les contaré lo del ojo.

114
POR QUÉ DEBÉIS, QUERIDOS NIÑOS,
AMAR MUCHO A LOS REYES MAGOS

—QUERIDOS niños: Hoy os voy a decir por qué debéis tener mucho respeto y
estimación a los Reyes Magos que vienen todos los años por estas fechas desde
Oriente. No sabéis los esfuerzos que tienen que hacer para llegar hasta vuestros
hogares con esos regalos tan bonitos que anuncian en la televisión. Escuchad
bien. Lo primero que tienen que hacer los pobres Reyes es cruzar varias fronteras
de países árabes y judíos sin ser detenidos como sospechosos de pertenecer a
países enemigos. Después tienen que salir ilesos (ilesos quiere decir lo que pone
en el Diccionario) al atravesar Beirut y parte del Líbano, que, como sabéis,
siempre está en guerra. Luego tienen que cruzar con mucho cuidado Rumanía,
por donde andan a tiros y registrándose los unos a los otros. Más tarde, atravesar
dos o tres países del Mercad Común (éstos son los más peligrosos) donde pueden
ser detenidos por contrabandistas o ser acusados de “dumping” o importación
ilegal, a no ser que sean tomados por japoneses, porque entonces, ya no. Y, por
último, tienen que cruzar la frontera española, pero eso no importa, porque por la
frontera española los españoles importan de todo libremente, hasta naranjas y
castañuelas fabricadas en Groenlandia. ¿Os dais cuenta, queridos niños? Más
tarde tienen que cruzar España por las carreteras que tenemos, en las que todos se
juegan la vida por culpa de los salvajes que van haciendo el animal como si no lo
fueran. Y luego, y éste es el último problema, tienen que aparcar los camellos
frente a vuestras casas con el riesgo de que la grúa municipal se los lleve. ¿Os
dais cuenta, queridos niños, repito, de los peligros que pasan los pobres Reyes
Magos por haceros felices en Navidades?
Por eso debéis ser buenos con ellos y darles las gracias en vez de empujar las
escaleras de mano por las que han subido hasta vuestros balcones, para que se
caigan y así poder robarles los juguetes que llevan a otros niños.
Y nada más por hoy. Hasta el año que viene, en el que, si Dios quiere, os
enviaré de nuevo esta circular, como el año pasado, porque me temo que para
entonces tampoco habrán cambiado mucho las cosas en el mundo.
Un besito, queridos niños, mamonzuelos, que os conozco, que sois unos golfos
y unos drogadictos degenerados.

115
PRESCRIPCIÓN DE LOS ODIOS

EN los últimos cien años los pensadores, ahora llamados intelectuales, han
negado la existencia del pecado. Todas las maldades, todas las infamias, todas las
perversidades —decían— eran sólo el testimonio de las claudicaciones de la
salud.
Ahora hemos progresado en ese tipo de interpretaciones y todas nuestras
conductas, hasta las más miserables e innombrables, se atribuyen a causas
genéticas. La homosexualidad es genética, la envidia es genética y hasta la
pobreza es genética.
Estas opiniones científicas o pseudocientíficas son tentativas inconscientes de
negar el pecado, es decir, la culpa, la caída en las tentaciones del diablo, que
ahora está pasado de moda.
El caso es que no podemos explicar satisfactoriamente el origen de la vileza
humana, que, nos tememos los prudentes, perdurará por los siglos de los siglos
hasta el día del juicio final, si Dios no lo remedia.
Lo que sí podemos hacer es que algunas pasiones de las citadas anteriormente
estén obligadas a prescribir conforme a leyes que lo obliguen.
Los odios, por ejemplo. Los odios tienden a perpetuarse entre las personas, los
grupos económicos y los llamados ahora, con singular indefinición, colectivos
sociales.
¿Por qué no prescriben en España los odios, esos odios viscerales que anidan
en nuestras entrañas, como prescriben los delitos?
Los políticos deberían odiarse durante algún tiempo razonable y luego volver a
la normalidad, aunque esa normalidad les incite, conforme a la tradición, a crear
nuevos odios que nos envilezcan a todos, sujetos activos del odio y sujetos
pasivos.
No pretendo que borremos nuestra historia, sino que la comprendamos y
perdonemos. Es urgente hacerlo antes de que el odio que se está apoderando de
los españoles crezca hasta límites que sean injuriosos a nosotros mismos.
El odio, además de ser feo y de mal gusto, es pegajoso. El odio une más que el
amor sin tener ninguna de sus ventajas. El odio no muere nunca, según demuestra
la historia.
Es, pues, urgente que se regulen los límites de la duración del odio, ya que su
intensidad, por ahora, es difícilmente controlable.
He dicho por el bien de todos. Así sea.

116
CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE POR EL ESTILO

DIGO esto porque el pasado domingo tuve la suerte de encontrar en el Rastro


dos volúmenes de la mítica revista de humor alemana “Simplicissimus”, que
nació hace casi cien años y vivió su madurez en plena República de Weimar,
salchicha del bocadillo de las dos últimas guerras mundiales.
Ahora, las páginas de la revista “Simplicissimus” son piezas anheladas por los
coleccionistas y desgustadores del humor. En todo el mundo, excepto en España,
cuyos lectores y editores no son de este mundo, se están publicando antologías de
la inmortal revista, que en un solo número publicaba los siguientes chistes,
historias, meditaciones o lo que ustedes quieran llamarles, y que reproduzco
verbigraciosamente para que vean ustedes qué poco ha cambiado el humor en el
mundo.
—Unos árabes escuchan a su jefe, que dice: “Podemos hacer la guerra santa
porque Alá lo quiere e Inglaterra no se opone.”
—Un científico explica a un sacerdote: “En realidad, la ciencia y la Biblia están
de acuerdo sobre el origen del hombre. Está claro: al ser expulsados del Paraíso
Adán y Eva, Adán murió y Eva se lió con un gorila.”
—Un matrimonio de ancianos habla. El marido dice: “¿Qué habrá sido de
aquella chatilla tan graciosa que se llamaba Bárbara Hirscht. ¿Te acuerdas de
ella?” Y la esposa le contesta: “Sí, soy yo.”
—Un perro muerde a un pobre niño tercermundista depauperado: “Lulú, ten
cuidado —dice la dueña del perro—, que te puede sentar mal morder una carne
tan sucia.”
Y así sucesivamente. Supongo que mañana, incitados por mis reflexiones sobre
tan importante tema, cientos de editores se lanzarán a la maravillosa y rentable
aventura de editar una gran antología de artículos y dibujos publicados en
“Simplicissimus” que, por encima de modas premodernas, modernas,
posmodernas y galácticas, que suelen fallecer en su propio parto, vive con la
misma frescura que tenía en los días de su nacimiento y de su muerte, producida
por asfixia en la dictadura nazi alemana, que, como todas las dictaduras, a pesar
de que muchos piensen lo contrario, son enemigas del humor y de la vida.

117
LOS CLÁSICOS Y LA HISTORIA,
AL ALCANCE DE LOS NIÑOS

Caperucita de la Mancha

—Caperucita de la Mancha, natural de un lugar de cuyo nombre no quiero


acordarme, salió un día a desfacer entuertos acompañada de su abuelita, pero se
lo impidió el lobo, que acabó por vencerla en singular combate. Al final,
desengañada de los duques de su tiempo, o sea los políticos, se retira al campo de
pastorcita para que todos los niños que dio a luz en sus andanzas pastoreen
alegremente y sean felices lejos del tráfico de las ciudades donde corren el
peligro de ser atropellados por los coches y quedarse manquitos como si hubieran
estado en la batalla de Lepanto con Cervantes.

Blancanieves y los cien mil hijos de San Luis

La madrastra de Blancanieves cree que tiene la mejor constitución del mundo,


hasta que un espejito mágico le dice que no, que la mejor constitución es la de
Fernando VII. La madrastra decide vengarse de Blancanieves, famosa absolutista
que huye por el bosque y se pierde, pero que es salvada por los Cien Mil Hijos de
San Luis, inmortalizados por el genial pincel de Walt Disney. Blancanieves
muere, pero el duque de Angulema la resucita dándole un beso. Posteriormente
da a luz una hermosa Constitución, que es la que actualmente impera en España
para mayor gloria de nuestro ancestral espíritu democrático.

La destrucción de la Armada Invencible

Los ciegos elementos, o sea las tierras volcánicas, el mar y los cielos tienen
celos de la grandeza de Felipe II, a quien derrota con la ayuda de los piratas
ingleses que asolaban las costas británicas.

Kafka

Kafka es un famoso escritor checoslovaco, hijo de un insecto y de la muralla


china. Naturalmente, unos padres tan raros hicieron del joven Kafka un escritor
absurdo, que sólo es conocido, leído y degustado por gentes perversas, o sea los
que vulgarmente se conocen como cultos e inteligentes.
Y colorín, colorado, esta página se ha acabado.

118
UNA TERAPEUTA PERVERSA-POLIMORFA

USTEDES no ignoran que los niños, según dijo Freud en el mejor sentido de la
palabra, son unos perversos polimorfos. Lo que ustedes ignoran seguramente es
que tal condición es contagiosa. Los psicoanalistas que se ocupan de las
angustias y alteraciones de conducta de los jovencitos que caen en sus manos
acaban padeciendo la misma dolencia. Vean si no es cierto lo que les digo. Hace
poco cayó en mis manos un libro de psicoanálisis infantil en el que se relata
cómo la doctora colocó delante de un paciente un columpio para observar sus
juegos. Naturalmente, el joven paciente lo primero que hizo fue menear
suavemente el tal columpio, como hacen todos los niños del mundo.
La psicoanalista excesiva interpretó el balanceo citado y la acción del niño de
la siguiente manera: “Eso que tú haces con el columpio —le dijo— representa las
relaciones sexuales de tus padres por el vaivén que le imprimes.”
“El niño —añade la psicoanalista en su hermoso texto terapéutico— aceptó a
regañadientes la interpretación que le di del susodicho meneo, pero advertí que
en el resto de la sesión disminuyó claramente su angustia” (sic).
Y yo me pregunto: ¿qué es lo que puede hacer un niño con un columpio?
¿Comérselo? ¿Arrojarlo por la ventana? ¿Tirárselo a la cabeza a la terapeuta?
¿Introducírselo en la bragueta? ¿Mantener con él relaciones sexuales
prematrimoniales?
Después de leer el libro me he sumido en un océano de dudas. De momento,
cada vez que vea un columpio a mis alrededores me alejaré rápidamente por
prudencia. Que monte o lo menee su padre. El padre de la psicoanalista, claro. Y
que la tal me perdone todo lo que ha vomitado mi inconsciente. O que me lo
aclare si se toma la molestia de aclarármelo, porque me he preguntado hace un
rato, cuando estaba solo: ¿Qué diría de mí la tal doctora si supiera que a mi edad,
cuando mis padres salen de casa a lo de la recuperación, yo me acerco a su cama
y la balanceo, sin que por eso disminuya claramente mi angustia?
Creo que a mis sesenta años mi infancia está perdida. No tengo remedio. Sigo
siendo un pobre lactante perverso-polimorfo.

119
LAS MANCHAS DEL PECADO

WILLIAM Shakespeare cuenta en una de sus populares y divertidas tragedias


que Lady Macbeth, copartícipe en la muerte de su cuñado, sufrió una extraña
alergia que se manifestaba insistentemente en las palmas de la mano con el
aspecto, forma y color de una mancha de sangre. La pobre “lady” se limpiaba la
mancha con agua fresca, con ungüentos, con lejía y con piedra pómez, pero la
mancha volvía a aparecer como aparece periódicamente la sangre licuada de San
Jenaro, creo. La pobre “lady” no pensó que la única manera de hacer desaparecer
aquellas manchas eran las lágrimas del arrepentimiento, y lo digo yo que conozco
bien esos problemas por historias personales que no vienen a cuento.
Algún psicoanalista ha afirmado que aquellas manchas no eran alérgicas ni
producidas por hongos o eczemas, ni eran tampoco estigmas vergonzosos de
alguna enfermedad venérea. Eran simplemente manifestaciones, la somatización
de los sentimientos de culpabilidad que la pobre “lady” sentía, porque en
aquellos tiempos la gente era mala, sí, pero tenía conciencia de sus pecados y
sufría por temor al castigo de Dios.
Ahora no ocurren esas cosas. Sería espléndido, aunque desgraciadamente
improbable, que todos los que roban viesen aterrados cómo en las palmas de sus
manos o en el dorso, para mayor escarnio y testimonio, apareciesen signos que
denunciasen su conducta social o que, en un caso de abusos deshonestos en la
persona de la secretaria, por ejemplo, brotasen en las manos viciosas dos
pequeños pechos que con voz lastimosa dijeran de cuando en cuando: “Ha sido
él.”
Pero los tiempos han cambiado mucho en los últimos años, y ahora robar,
violar, traficar con influencias, mentir y abusar son acontecimientos banales que
sólo se manifiestan en la Prensa y que sólo provocan la sonrisa irónica de los
impunes y poderosos culpables. Las manos, en nuestros tiempos, ya no se sienten
culpables.

120
NO VIVO POR VIVIR

COMO lo oyen: Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muerto porque
estoy todo el día preocupándome de conservar los pobres vestigios de mi antigua
belleza y lozanía que aún se conservan en mi rostro, en mis vísceras y neuronas.
Tres horas al día las dedico a pasear tranquilamente para tonificar mis músculos
cardíacos, que han empezado a dar de sí y están más fláccidos que mis pobres y
melancólicas nalgas.
Una hora la dedico a hacer yoga para enriquecerme del buen oxígeno que
procuran las respiraciones abdominales y que yo, por coquetería, porque pensaba
que aumentaban el tamaño de mi estómago, nunca practiqué, en detrimento de mi
antigua salud.
Hago dos horas diarias de gimnasia sueca para agilizar los movimientos
peristálticos de mis intestinos y prevenir el estreñimiento y las almorranas que, al
parecer, dice la Prensa internacional, son el peor enemigo de la gente de mi edad.
Una hora diaria estoy mirando objetos lejanos, como gimnasia ocular para
retrasar mi inminente presbicia.
Otra hora en frotarme con aceite de oliva y miel de romero el cuero cabelludo y
detener así la ya ligeramente manifestada alopecia.
Otra hora girando el cuello en todas las direcciones para tonificar los músculos
que impidan el crecimiento de mi artrosis cervical que amenaza el riego
sanguíneo de mi cerebro.
Eso hago todos los días para prevenir la decadencia de mi cuerpo. Tonificar el
espíritu me ocupa las pocas horas que me quedan vivas, porque hago ejercicios
mentales para la memoria, para la voluntad, para mantenerme optimista,
generoso y seguir sintiendo cierta piedad por los niños tiñosos de Bangla Desh y
que últimamente me flaquea.
No tengo tiempo para vivir, porque todo el día, toda mi vida la dedico a mi
cuerpo y mi alma para eso mismo: para vivir. Y eso, como les dije, no es vida.
Eso es vivir sin vivir en mí, y esperando tan alta vida y tan sana, que voy a morir
en la búsqueda angustiosa de mi salud futura. Así son los desiertos.

121
ESCUCHA Y CALLA

ALEJA la vanidad que te tiente a sentirte superior a los demás, porque todos,
absolutamente todos los seres humanos que te rodean son superiores a ti. En
bondad y en maldad, en riqueza y en pobreza, en dignidad y en abyección.
Haz la prueba. Cuenta un día una maravillosa historia de amor que hayas
sufrido y verás cómo no puedes concluir tu relato: diez o doce voces impacientes
te interrumpirán para contarte una aventura mucho más maravillosa que la tuya.
Insiste en explicar que aquella mujer excepcional que encontraste en el ascensor
no sólo poseía unos espléndidos pechos, sino que el par habitual eran tres.
También en este caso te interrumpirán para decirte cómo a ellos se les entregó
apasionadamente una mujer mucho más hermosa y excitante que la tuya y que no
solamente no tenía tres pechos, sino que poseía cuatro deslumbrantes tetas como
el planeta Neptuno.
Sigue sin temor tu relato y miente si es necesario. Di que en aquellos tres
poderosos pechos, al ser acariciados, sonaba dulcemente una sinfonía de Mozart.
Te interrumpirán de nuevo para decirte que los cuatro pechos de su amada
cantaban, ante sus superiores caricias, unos maravillosos motetes del divino
Tomás Luis de Victoria.
No te rindas. Sigue. Di que fuiste parido por tres madres sucesivamente y que
el amor apasionado que sintieron por ti fue la razón de tus excepcionales virtudes
y glorias. Tus amigos te dirán que ellos tuvieron un parto más generoso que el
tuyo y que ellos fueron paridos por un colectivo de abogadas laboralistas. Di que
Apolo es tu padre: Júpiter será el de ellos. Que has amado mil mujeres: ellos
habrán amado a trescientas más. Y así sucesivamente.
Escucha, pues, como te digo y calla. Cuando tengas que decir díselo en silencio
a tu propio corazón. Aunque corras el riesgo de que ese otro yo que nos habita te
interrumpa también para decirte con cierto tono despectivo:
—¡Pues a mí…!
¡Qué le vamos a hacer! Así es la vida.

122
LOS SANDIOS DE LA DEMOCRACIA

RECUERDO que hace muchos años leí en un catecismo dialogado una


pregunta que me dejó perplejo. El diálogo trataba más o menos de la razón y la
fe. El “enemigo” elogiaba el pensamiento racional sobre el intuitivo y entonces el
bueno le preguntaba.
—Sí, pero ¿y los sandios?
Los sandios eran la gente sencilla que encuentra alivio en la fe, en la modestia
y en las demás virtudes de la humildad. Son los que creen sin preguntar y al
parecer viven felices en su ignorancia. Ahora me he dado cuenta de que a muchos
de nosotros se nos trata como a los sandios a que se refería el catecismo. Somos
los sandios de la democracia, de la que nadie duda y cuyos principios son
sagrados como son sagradas las decisiones de quienes usan y manipulan esos
principios sagrados.
Cada día aumentan nuestros deberes y disminuyen nuestros derechos y
debemos aceptarlo con la alegría de neófitos angelicales. Se nos hace participar
en referéndumes (ya sé que el plural es referenda, y así me lo han indicado
reprendiéndome muchas veces, pero me gusta más mi plural) y aceptar mayorías
dudosamente obtenidas sin que nadie se tome la molestia de preguntarnos qué
referéndum nos gustaría que se nos hiciera. A mí, por ejemplo, más que la
votación popular sobre nuestro ingreso en la OTAN me hubiese gustado la que
pidiese nuestra opinión sobre si deseamos o no que disminuyan los impuestos,
sobre si queremos que disminuya el paro, que funcione bien la educación y mil
cosas que me afectan directamente y que se deciden desde arriba sin contar con
mi opinión. Es decir, se nos trata como a sandios, que en unas cosas podemos
opinar y en otras no, según convenga a quienes organizan esos actos de
afirmación democrática.
Somos el inmenso rebaño de sandios ovejiles que vemos y oímos lo que
podemos ver y oír, y callamos casi todo porque nuestras voces carecen de ecos.
Afortunadamente está la Prensa y desgraciadamente está la Prensa.
Afortunadamente, por hablar sin dirigirse a los sandios, y desgraciadamente
porque son millones los sandios que ignoran su existencia (la de la Prensa y la
suya) y oyen otras veces y otras consignas, subliminales o no. Balar es de ovejas;
hablar, de hombres. Ya lo sabes, lector. Luego no te quejes.

123
HUMOR Y PRAXIS

ES de sobre conocido que definir el humor es imposible. Por eso, y porque


apenas puedo contener mis inclinaciones a la pedagogía, voy a intentar que
ustedes comprendan, por medio de un ejemplo, la esencia de tan complejo
problema.
Hagan lo siguiente: cuando estén gozando de la paz serena del hogar, cuando
estén todos juntos en casa viendo la televisión en ese estado de beatitud con que
se contemplan los programas concursos, acérquense a su abuelo y suéltenle una
coz o una bofetada de manera que se le salten todos los dientes o la dentadura
postiza en caso de carecer de tales apéndices. (Si se carece también de abuelo
puede practicarse el ejercicio con una cuñada e incluso con una vecina que esté
de visita.) Después estudie con la mayor objetividad posible las reacciones de
todos los miembros de la familia que estén presentes.
Los niños pequeños, al ver los dientes (o la dentadura postiza) por el suelo,
darán saltos de alegría y decorarán los espacios con sus carcajadas infantiles y
sus gritos. Pues bien: eso no es humor, eso es la forma más directa e instintiva de
manifestar la alegría que les proporciona ver a una instancia objetal superyoica y
castradora echando sangre por la boca. Es una venganza.
Si su esposa le dice a su suegro: “Abuelo, ahora ya tiene usted hueco para que
le salga la muela del juicio”, no está tampoco manifestando cierta capacidad para
el humor. Su señora sólo practica la ironía, porque ella sabe de sobra que a esas
edades no suelen salir las muelas del juicio por grande que sea el boquete que le
haya dejado su coz, o en su lugar, como hemos dicho, la bofetada.
Si la hija del abuelo, o sea su señora madre de usted, exclama: “Ahora ya no
tendrás más remedio que tomarte la papilla y dejar los filetes para los demás”,
tampoco da muestras de saber lo que es humor, porque solamente expresa una
indecorosa forma de sarcasmo impropia de una hija.
Pero si el abuelo exclama con la sonrisa en los labios: “Ahí me las den todas”,
está dándonos una admirable lección de humor.
Y si, para terminar, el abuelo dice la frase en inglés, pues entonces —mejor que
mejor— nos da una culta exhibición de su conocimiento del famoso humor
inglés, tan admirado en el mundo entero.
Y con esto queda aclarado y zanjado definitivamente en enojos asunto de
intentar saber qué cosa es el humor que tantos quebraderos causa a los miembros
de la intelectualidad y a los de la clase pudiente.

124
UNA HERMOSA HISTORIA DE AMOR

HOY voy a contarles una historia de amor, la más bella historia de amor que
haya sido vivida en este mundo y que, además y para mayor dicha, es la historia
de un amor real.
Ella se llamaba María y era de clase humilde, aunque ese defecto no impidió
que estudiase periodismo, como todas las jóvenes virtuosas que quieren llegar a
ser algo el día de mañana. Él se llamaba José y era también honrado a pesar de
que su cojera congénita la impidió llegar a ser el jugador de fútbol que llevaba
oculto en su corazón.
José y María se conocieron en unos cursillos de civismo cultural y desde el
primer momento en que se vieron se amaron con un frenesí que supieron
contener hasta el día de su matrimonio. Se respetaron durante el noviazgo, tanto
él a ella como ella a él, a pesar del furor uterino que padecía desde niña María y
que sólo se desbocó después de la noche de bodas. Tuvieron rápidamente, gracias
al amor de José y a su cojera, que le impedía salir de casa, y al furor uterino
citado, doce hijos, que actualmente practican con grandes capacidades: seis el
periodismo, tres la informática, dos las relaciones públicas y uno, el más listillo,
la beligerancia socialista, donde medra honradamente siguiendo el ejemplo de
sus dios Pablo Iglesias.
José y María fueron felices en su matrimonio y jamás enturbió su felicidad una
duda, una sospecha, una voz más alta que la otra que enfriase la pasión que
sintieron cuando se vieron por primera vez en el cursillo citado. Actualmente,
gracias al furor uterino domado de todas sus hijas, tienen ya veintidós nietos, que
esperan impacientes el día que puedan ingresar en la Facultad de Ciencia de la
Información.
José y María son actualmente unos viejos felices que llevan con ejemplaridad
la salud de hierro (excepto la cojera de José) con que Dios quiso recompensar sus
virtudes y esperan confiados que el más allá sea tan apacible como el más acá
que vivieron.
Y ésta es la historia de amor que prometí contarles, la historia de amor más
bella del mundo, en la que —y lo lamento sinceramente— no habrán podido
encontrar adulterios, incestos, divorcios, odios fratricidas, hijos ilegítimos,
pasiones insatisfechas ni asesinatos por culpa de sucesiones o herencias.
Lo lamento. Ya sé que ustedes esperaban otra cosa más aventurera, pero la
felicidad es así de sencilla. Eso dicen siempre quienes la han padecido.

125
HABLAR DE LO QUE SE SABE

Y escribir. Eso es lo que debemos hacer los intelectuales: hablar y escribir


solamente de lo que sabemos, de lo que conocemos con absoluta certeza y
dejarnos de fantasías y de vidas noveladas de gentes que sólo han existido en
nuestra imaginación. Debemos practicar, en resumen, el arte (o la ciencia si
pretendemos ser rigurosos) de decir la verdad.
Por eso hoy voy a hablar de mi arteriosclerosis, porque yo, querido lector,
tengo arteriosclerosis en acto como usted, quizá, si es joven, la tiene en potencia.
Por culpa de mi arteriosclerosis estoy perdiendo la memoria. Apenas recuerdo
nada de lo que me ha sucedido (la víspera y los nombres, sobre todo de mis
amigos íntimos, yacen, para mí, en la guía telefónica que no puedo usar porque
tampoco recuerdo la primera letra de sus apellidos.
Recuerdo perfectamente, sin embargo, hechos de mi infancia. Sobre todo los de
mi lactancia. Cuando cierro los ojos veo una gigantesca teta que se acerca a mí
ofreciéndome un jugoso pezón enamorado que yo mordisqueo mientras recuerdo
bellos paisajes de mi vida fetal. Los pechos enamorados que me nutren me
recuerdan las carnes de los tres cerditos que son los únicos héroes históricos que
vienen a mi memoria en su suculenta grandeza. Los veo que se acercan cantando
alegremente con sus rabitos ensortijados y siento al ver la sombra del lobo el
mismo temor que sentía cuando de niño veía cómo se les acercaba sigilosamente
canturreando aquello de: “Tres cerditos veo aquí. ¡Qué banquete para mí! A su
puerta llamaré para ver si me los puedo comeeer!”. Me aterra la idea de ese
indigno cerdocidio y aviso a mi familia de los riesgos que están corriendo mis
amigos los cerditos de mi infancia, pero mi hija, que es una bruja carroñosa, me
larga una cuchara llena de no sé qué medicina para las arterias que yo se la
vomito en el rostro para que aprenda a respetar a los niños buenos como yo y me
abalanzo sobre el escote de la nueva asistenta que tiene dos majestuosos pechos
igualitos a los que tenía mi mamá cuando me mecía en sus brazos y me los
ofrecía con la guinda de su pezón en la cima de aquellas semiesferas perfectas
diseñadas por Euclides.
Y así paso las horas muertas de la vejez recordando tiempos mejores y
hablando de ellos.

126
LA DESHUMANIZACIÓN DE LAS ESTADÍSTICAS

TODAS las estadísticas mienten. Operan sobre cifras y porcentajes que nada
tienen que ver con la vida de los sujetos sometidos a esas abstracciones que son
los datos estadísticos. ¿De qué le sirve a un muerto de hambre saber que la media
del consumo de filetes de ternera ha aumentado en España si él, pobre muerto de
hambre, no tiene al alcance de sus dientes el incremento que tan solemnemente
anuncian los políticos del ramo? Las estadísticas informan de todo a todos sin
informar a nadie de nada.
Yo, por ejemplo, me río de las estadísticas modernas que informan
continuamente sobre las nuevas costumbres sexuales de las españolas. Al parecer,
la mayoría de las jovencitas pierden la doncellez antes de cumplir los diez y siete
años con la misma alegría con que la perdían antiguamente las feas y malolientes
cuando eran violadas por un ciego en las montañas brumosas que siempre rodean
esos acontecimientos. Al menos eso decía Valle-Inclán, y si no lo dijo, pues le
obsequio el dato; no voy a ser más preciso que el Instituto Nacional que se ocupa
de esas cosas. Y siguiendo en el tema: ¿De qué me sirve a mí ese consumo
nacional de jovencitas si las doncellas hurtan a mi decrepitud el trozo que me
corresponde para dárselo a un miserable adolescente?
Las estadísticas nos dicen también que se los cuatro mil millones de seres que
poblamos este triste mundo la mitad son mujeres, y que de las tales, el diez por
ciento están en celo continuo dispuestas a dejarse amar, lo que significa (saquen
la calculadora y compruébenlo) que doscientos mil millones de mujeres son seres
aulladores llenas de lascivia o de amor como ellas la llaman a esas cosas. Y yo
me pregunto en los momentos en que me mordisqueo el deseo encelado que me
habita todo el año: “¿Dónde esté, no los doscientos mil millones de enceladas
sino la humilde hembra que me corresponde a mí estadísticamente? ¡No está en
ninguna parte! ¡No existe! ¡Esa mujer es un fantasma de las estadísticas! Está
solamente en un papel que habla que habla de números que representan seres
abstractos, difuntos como yo, que me parece que me he quitado los calzoncillos
para nada y me he asomado en vano a la ventana esperando que aparezca mi
trozo de estadística. O sea, que otro día más me voy a quedar solo, desesperado,
confiando en la generosidad de las embusteras estadísticas que mienten, y
además las cobran.

127
LA VIRTUD NO RECOMPENSADA

MI padre, que era un superyoico del tamaño de un dromedario, cuando yo era


travieso me solía decir que tenía un hijo repugnante y pervertido y que me iba a
meter a martillazos en la cabeza el lema que presidía su, al parecer, irreprochable
conducta moral. El lema era puro catecismo laico para párvulos y decía así: “La
virtud siempre tiene su recompensa.”
Como con la edad uno acaba contagiado de los vicios paternos, por virtuosos
que sean, yo acabé llevando una vida ejemplar que, junto a las bofetadas y
desengaños que me dio la vida honrada, me han mostrado la falsedad de la
sentencia moral de papá, sádico castrador frustrado, según me dijo Freud
personalmente hace unos días.
Pues bien, nunca, hasta que ayer fui a una farmacia a comprarme unas píldoras
para un catarro nasal que me tenía la nariz hecha un grifo, había comprendido
que la virtud jamás es recompensada y que solamente es una flaca figura retórica.
Verán ustedes: me compré unas pastillas, abrí la cajita, cogí una píldora y cuando
la iba a tragar, no sé qué diablo me tentó a leer las instrucciones para el uso de la
bolita. Del pavor que me entró al leer las instrucciones citadas se me puso hasta
alma en carne viva. Lean lo que leí:
“Efectos secundarios: adormecimiento, mareos, sequedad nasal, faríngea y oral,
nerviosismo, insomnio, irritabilidad, cefaleas, incoordinación, temblor,
convulsiones, alteraciones visuales, dolor anginoso, opresión torácica,
palpitaciones, hipertensión, vómitos, epigastralgia, abdominalgias, estreñimiento,
diuria, trombocitopenia, leucopenia, erupción cutánea, acné y parotiditis.”
Naturalmente, tiré el medicamento, dejé que mi catarro siguiera su curso
natural, aun con el riesgo de que acabase en lepra, y me dije: “Estos laboratorios
han salido a mi padre. Creen que su sinceridad será recompensada y se
equivocan. Esos riesgos no los querrá correr ni Rambo acatarrado. He aquí un
caso de virtud, de sinceridad no recompensada.”
¡Cuánto más sabias son las publicidades engañosas! Ésas sí que son
recompensadas por los compradores y no las que cuentan ingenuamente la
verdadera sustancia de sus entrañas!
MORALEJA: Estas reflexiones carecen de moraleja y de efectos secundarios.

128
REGLAS PARA RESOLVER LOS PROBLEMAS
DEL TRÁFICO EN LAS GRANDES CIUDADES
Informe

DESPUÉS de profundas reflexiones he llegado, sin ayuda de nadie, a la


solución del grave problema de la circulación, que solamente se resolverá
jubilando automóviles innecesarios y conductores inoportunos. La solución es la
siguiente:
1.— Las últimas huelgas de los conductores de autobuses nos han demostrado
que tales artefactos son innecesarios puesto que el tráfico ha sido más fluido en
los días de su ausencia. Debemos, pues, suprimir por el bien común la
circulación de tales vehículos contaminantes.
2.— Lo mismo ocurrió hace años en una huelga de taxis que se celebró en
Madrid que nos enseñó que la presencia de tales impertinentes cacharros es
perversa para la circulación, unas veces por la lentitud con que circulan y otras
por su velocidad que siempre dependen de sus conocidas ambiciones
económicas. Fuera también la presencia de los taxis, una vez más por el bien
común.
3.— Por patriotismo debemos impedir que sigan circulando los autobuses
escolares repartidores de niños y que sólo sirven para que las pobres víctimas de
este atentado no desarrollen decentemente sus escuálidos muslitos. Los niños
deben ir a la escuela por su propio pie o con sus dos pies si lo prefieren.
4.— Las mujeres ociosas tampoco podrán circular por nuestra ciudad. Es
conocido por todos que solamente van a ver tiendas sin comprar nada, luego sus
viajes son inútiles y perniciosos para la economía nacional, para la honra de sus
maridos y para el tráfico del que nos estamos ocupando.
5.— Las furgonetas de los recaderos sólo podrán circular, los unos por su
lentitud y torpeza y los otros por su atolondramiento.
6.— Los ancianos y los jóvenes alocados tampoco podrá circular, los unos por
su lentitud y torpeza y los otros por su atolondramiento.
7.— Los hombres que necesariamente tengan que moverse por las calles de las
ciudades lo harán en Metro y en tren, y en caso de ser vicepresidentes podrán
hacerlo en un avión del Estado.
De esta manera el inventor del informe (que está debidamente registrado y
patentado) será el único que circule libre y cómodamente por las calles de
España, que, por otra parte, dado lo reducido del tráfico, apenas necesitarán los
arreglos que precisan periódicamente.
Otro día les explicaré las reglas imprescindibles para aniquilar de nuestras
calles a los peatones que tanto las afean con su aspecto tercermundista indigno de
una España moderna.
Ya lo saben: si tienen algún problema grave escríbanme sin temor. Yo tengo la
solución para todo.

129
POETA MÍSTICO CON IVA

EL poeta místico que vivía alejado de las ordinarieces de la realidad que nos
insulta y nos zahiere cometió el error de enviar uno de sus espirituales poemas a
un periódico que cada quince años publicaba un encarte dedicado a esos insulsos
temas tan álgidos de los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa.
Pues bien, nunca aquel poeta místico debió hacer eso. Quince días después de
publicados sus versos, una emisora de radio pidió permiso para que una de sus
voces sosegadas recitara las citadas misticadeces en una emisión de poesía
titulada: “La oda de las cinco de la mañana”.
El poeta místico, hombre al fin y al cabo, accedió a que cuatro insomnes
oyesen las palpitaciones de su alma (la del poeta).
Y entonces empezó la tragedia del poeta. Diez días después, la emisora le envió
un cheque de dos mil pesetas en pago de su colaboración que, más el 12 por 100
del IVA, se ponía en dos mil doscientas cuarenta. El poeta, informado por los
administrativos de la emisora, se enteró de que su deber patriótico le obligaba a
devolver el importe cobrado por IVA a las cavernas del Estado. Tuvo que ir a la
Delegación de Hacienda, pedir impresos de la declaración trimestral, rellenarlos,
enviar el dinero al Ministerio y al año siguiente, después de estar atento a las
informaciones que le apesadumbraban recordándole sus deberes fiscales, hacer la
declaración anual para dejar reposando en paz su deuda patriótica, su moral
cívica y su responsabilidad de ciudadano democrático contemporáneo.
Para devolver el IVA de su poema escribió muchas más líneas que las que
contenía el verso culpable y perdió medio mes de su vida entre sudores y
angustias.
Quedó, por fin, en paz con el Estado, pero su alma nunca fue la de antes. Vivía
aterrado pensando que ya tenía ficha fiscal en algún ordenador satánico que
desde entonces le perseguía con sus circuitos cejijuntos, y no conciliaba el sueño.
Desde entonces escribe sus versos a mano y los distribuye gratuitamente entre
sus amigos. Como hacía Cavafis. Y como debe hacerse toda la poesía en estos
tiempos. Sin IVA.

130
EL TRIUNFADOR

YO, por mis orígenes y por la voluntad de hierro que he heredado de todos mis
antepasados (que se remontan al siglo XII de la tercera dinastía egipcia), he
conseguido sin excesivo esfuerzo cuanto mis apetitos y mis ambiciones han
deseado.
De niño siempre fui el primero en la clase, de adolescente, el más premiado en
el colegio y el más amado por las alumnas, por sus madres, sus abuelas y
actualmente por sus hijas; de adulto vencí fácilmente a todos los banqueros que
pretendían alcanzar las altísimas cimas en que me habían elevado mi inteligencia,
mi sagacidad, mi astucia y, ¡por qué no decirlo!, mi falta de escrúpulos, que en
nuestra tradición familiar es una virtud y no una infamia.
Ni una sola mujer pudo resistir la tentación ni vencer el deseo de ser amada por
mi belleza, mi fuerza física, mi delicada sensibilidad erótica, mi masculinidad
que complementa admirablemente la sumisa docilidad de las mujeres que son
femeninas, aunque las machistas y varoniles también caen seducidas a mis
encantos como se derrumban a mi esplendor todos los objetos sexuales del
mundo: cabras, gallinas, homosexuales, artificios mecánicos del erotismo
contemporáneo y hasta, y lo digo sinceramente porque conozco la condición
humana, las prohibidas relaciones incestuosas. Pero de esto ya les hablaré otro
día con más detenimiento.
¿Y qué les diré del fulgor de mi ocaso, si ocaso puede llamarse la perfección de
mi edad, mi talento incólume, mis fuerzas aún vivas, si tan sólo Goethe puede
aproximarse, aunque levemente, al clasicismo de mi madurez, que parece una
segunda adolescencia?
Y ahora la última victoria. La he conseguido hace un momento. No ha sido
fácil derrotar a la infame, a la siniestra sombra que debe arrebatarme de este
mundo, pero, aunque no ha sido una victoria total, al menos he sido vencido
imponiendo mi última voluntad, que yo llamo triunfo inigualable.
Voy a morir, sí, pero moriré diez minutos más tarde de la hora en que el destino
había decidido que me alejase del mundo.
Así soy yo. Y ahora tendrán ocasión de comprobarlo los dioses cuando me
tengan a su lado, hablando de tú a Tú.
El de la T mayúscula soy yo, naturalmente.

131
COPROFILIA ESTÉTICA

ME van a perdonar ustedes, pero la ética, la estética y la avidez científica que


siento constantemente me obligan a hablar hoy de una caquita. Espero que
después de leerme sabrán justificar la ordinariez del tema y, por lo tanto, sabrán
también perdonarme.
La culpa de todo la tienen los horteras, o como quiera que se llamen, que
atruenan los espacios con músicas ambientales. Yo soy un exquisito y no las
tolero. Ruego, imploro que no ensucien el silencio tan grato a los dioses, pero
todos se empeñan en ofender los gustos divinos llenando los espacios con esos
ruidos que ahora se llaman música.
Bien, dicho eso, paso a informarles del asunto. El otro día fui a un restaurante
de los que sirven música con las croquetas y cuando de nuevo fue negado mi
deseo de cenar en paz y silencio puse sobre la mesa un paquete que contenía
caquitas. Lo abrí y pronto su aroma se esparció por las mesas que me rodeaban y,
no tan pronto, por todo el restaurante.
Antes de seguir debo aclarar que la citada caquita, que era importada del
Senegal, pesaba aproximadamente un kilo seiscientos. El restaurador vino
alarmado a protestar y yo le dije:
“Sé que no le gusta el olor de este producto. A mí, sin embargo, sí. Tengo el
sentido estético del olfato más desarrollado y más exquisito que usted. Por lo
tanto, como usted tienen derecho a poner esos estruendos por los aires, yo pongo
estos aromas. Como ve, es una cuestión de gustos. Los dos tenemos razón. Yo
estoy dispuesto a prescindir del placer de este aromatizador africano si usted
prescinde de esa ordinariedad sonora que aturde los espacios. ¿Hace?”
No hizo. Fui expulsado por el propietario del antro y por los clientes airados.
Fueron inútiles mis argumentos y mis silogismos lógicos.
Soy un esteta incomprendido.

132
EL INCONSCIENTE FINANCIERO

AQUEL joven financiero era hermoso, culto, inteligente y poseía todos los
dones con que los dioses a veces se complacen en regalar a sus mortales
preferidos. Era casi perfecto, pero tenía un defecto, padecía una neurosis
obsesiva, una fijación que le impedía pensar en cualquier otra cosa que no fuese
su enfermiza inclinación por el dinero.
La vida a su lado era un tormento, decía su esposa, que constantemente repetía:
“La vida al lado de mi marido es un tormento.” Así que, entre el tormento del
uno y el tormento de la otra, decidieron que el financiero visitara a un
psicoanalista.
En la primera sesión el doctor en las ciencias de los abismos de la mente le
explicó que debía abandonarse durante el tratamiento y confesar cuanto le viniese
a la mente, sin barreras éticas o pudores que jamás deben ser inconfesables, sobre
todo en las citadas ciencias de los abismos del alma. De esa confesión, le explicó
el abismólogo, brotarán las claves que delatarán el origen del conflicto que
producía en el financiero tan antipáticos síntomas.
Empezó la primera sesión y el enfermo, si se puede llamar enfermo a un
hombre tan rico, desinhibido de barreras psicológicas, dijo:
—Catorce mil millones setecientos cuarenta mil ochocientos veintidós con
sesenta céntimos. Trescientos mil millones setecientos cuarenta y dos mil
millones catorce con quince céntimos…
Estuvo la hora entera del tratamiento diciendo números que el doctor anotaba
pacientemente en una grabadora, a pesar de que la técnica ortodoxa condena esa
treta. Los días que siguieron al primero fueron iguales en números y letanías.
Durante veinte días el financiero estuvo rectando las cifras que le dictaba su
oscuro inconsciente, y el psicoanalista, anotando los datos que le enviaba su
cliente.
Pues bien. El analista, en casa, con un analizador de datos, averiguó el
contenido profundo de aquellos números y se dedicó a invertir, a comprar, a
vender, a especular, a arruinar prójimos y se enriqueció tanto como su generoso y
rico cliente.
Y ahora, el psicoanalista, en castigo a su acto de apropiación indebida de datos
del inconsciente ajeno, padece la misma enfermedad que su cliente y anda por las
calles loco perdido hablando siempre de números concretos que representan
dinero. Para que aprendan ustedes.
Y mejor que me calle y no siga por el bien de todos.

133
LAS FLORES TAMBIÉN SON PERVERSAS POLIMORFAS

COMPADÉZCAME. Mi actual compañera es psicoanalista. Cada vez que abro


mi inocente y tierno corazón me mira fijamente y me explica el sentido latente de
lo que he dicho y me demuestra en qué abyección está encenegado mi
inconsciente, o sea, mi verdadero yo. Yo acepto envuelto en llanto sus
interpretaciones y así estamos siempre: yo anonadado, ella implacable. Mi vida
es un tormento. No puedo abrir la boca sin que me extraiga una muela del ego.
Ayer le conté un sueño, mi primer sueño infantil, el más dulce recuerdo de mi
infancia. Iba yo —le dije— por el campo de la mano de mi amada mamá. El
campo estaba lleno de flores. Miles de pajaritos alegraban los cielos, el corazón
de mamá y el mío propio con sus bellos y armoniosos trinos. El cielo, radiante de
luz y de esperanza, nos hacía saltar a los dos alegremente como si quisiéramos
volar en aquel gozoso aliento de Dios. Frente a nosotros cruzaba la luz de la
tarde, como destellos divinos, las alegrías cromáticas de las mariposas.
Innumerables rebaños de inmaculadas ovejitas balaban por los prados y yo era
feliz. Recuerdo perfectamente —concluí el relato de mi sueño— que me desperté
sonriendo y vi que mi madre me estaba mirando con la dulzura de una virgencita
pintada por Murillo.
Pues bien, al oírme, mi compañero me miró fijamente y dijo:
—Ningún niño, aunque sea tan imbécil como al parecer tú lo has sido, puede
haber soñado lo que tú me has descrito de una manera tan decadente. Pero la
cursilería de tu estilo, es lo de menos; lo peor es que ignores, después de llevar
viviendo conmigo cuatro días, el valor erótico de las flores, el de los pajaritos, el
del cielo, el de la luz, el de la ovejita inmaculada y eso que tú llamas “las alegrías
cromáticas de las mariposas”. Toda esa estampa de sacristía manifiesta unos
deseos incestuosos hacia la madre que estudiaremos otro día más despacio
porque pueda afectar a nuestra relación sentimental. Ahora sólo quiero
preguntarte una cosa: “¿Dónde estaba tu padre en el sueño?!
Yo me callé y no me atreví a decirle que mi mamá y yo acabábamos de
estrangularlo.
¡Cualquiera le cuenta la verdad a la muy bruja y que, además, años más tarde,
el sueño se hizo realidad en una hermosa tarde de primavera.

134
LA TÉCNICA Y EL HOMBRE

TODOS hemos padecido la moderna costumbre de que cuando llamas a una


gran empresa por teléfono, alguien, sin dejarte decir una sola palabra, canturreé
el “¡Un momento, por favor!”, que precede a minutos interminables de espantosa
música ambiental. Por fin, harto de esperar a que alguien se digne ocuparse de ti,
cuelgas, vuelves a marcar y vuelves a recibir la misma frase impertinente de la
telefonista o del robot computadorizado.
Y eso sucede en los edificios más modernos y en las empresas que presumen de
la contemporaneidad más refinada. Son edificios grandiosos, blancos, refulgentes
al atardecer, que sugieren la perfección administrativa. La realidad, sin embargo,
es distinta.
Cuando usted cruza el umbral de esas maravillas técnicas y estéticas, se
encuentra con el hombre. El portero suele ser un zafio impertinente que sólo se
hinca de riñones ante el consejero delegado o el señor presidente y que se pasa
todo el día llenándolo todo de colillas y rascándose la bragueta en público. No te
hacen caso, te desprecian, y cuando están acompañados de policías privados te
consideran un atracador en potencia. Nadie atiende cuando necesitas
información: la recepción está vacía y las jóvenes secretarias están rascándose al
fondo las axilas inferiores.
Toda la grandeza de aquel edificio de la modernidad se humaniza de pronto y
lo que uno se imaginaba lleno de aceros y mármoles es una caverna de
ordinariez, llena de personajillos que se ocupan de los trabajos inferiores y que
siguen sin curtir, adormecidos en los grandes mostradores de materiales nobles,
con las mismas almas de aquellos viejos empleados que asomaban su agresividad
por las ventanillas de los años cuarenta.
No cambiamos. Esos edificios pueden tener la técnica más avanzada, los
materiales más modernos, los arquitectos más orientales, pero cuando usted
llame por teléfono, alguien en la centralita del siglo XXI le dirá: “¡Un momento,
por favor!”, y le dará con lo que prometía la fachada en las narices. Eso sí,
durante horas podremos oír una música empalagosa, la música ambiental que
adoran dos horteras que la han escogido.

135
DOS TRISTES Y VIEJAS HISTORIAS DE AMOR

UNA de ellas, inglesa, es muy conocida y quizá hasta le haya sucedido lo


mismo a alguno de ustedes. La otra es autobiográfica universal, es decir, que le
ha ocurrido a todo el mundo.

Primera historia triste de amor

El marido anciano empezó a reírse humedeciéndose las barbas con la baba de


su senectud. Su esposa le preguntó de qué se reía. Sólo tras muchos ruegos, el
anciano se atrevió a confesar la verdad. Se reía porque recordaba a cuantas
mujeres casadas había hecho el amor cuando era joven y potente.
—Me río —concluyó— de pensar a cuántos maridos he puesto los cuernos.
Y la anciana esposa, llena de humildad, le contestó un poco celosa:
—¡Qué suerte tienes de haber engañado a tantos maridos! Yo sólo a uno.

Segunda historia triste de amor

Cuando uno reflexiona, después de escuchar esta segunda triste historia de


amor triste, advierte la inutilidad del pasado. Compruébenlo ustedes mismos.
Un caballero anciano acarició las manos de su anciana esposa y le dijo
balbuciente de asma y amor:
—¿Te acuerdas cómo yendo por el Nilo te caíste al río y cómo yo, cuando vi
que se acercaban a ti dos cocodrilos me arrojé al agua, te cogí en mis brazos, te
conduje hasta la orilla alejando a los saurios con mis gritos y patadas y cómo te
deposité en la orilla del río y te hice la respiración artificial y cómo, al
despertarte, osadamente te besé en los labios sin deseos salvadores, con la
ardiente pasión de las arenas del desierto y cómo tú, cerrando los ojos, me
abrazaste y me besaste apasionadamente y cómo todos los que presenciaron
aquella escena de amor súbito compartido aplaudieron y cómo así nos
conocimos, nos enamoramos y nos prometimos la vida en común que hemos
llevado hasta ahora?
La anciana respondió sinceramente:
—Pues no, chico, no me acuerdo.
Lo terrible es que dos minutos más tarde el anciano tampoco recordaba nada.
Ni siquiera la pregunta que acababa de hacerle a su olvidadiza compañera.
Así es la vida de las neuronas envejecidas.

136
LOS LÍMITES DEL HUMOR

EL humor más cruel, el más sarcástico, el más macabro tiene un límite de


tolerancia incluso cuando la víctima y el ofensor (el humor siempre oculta una
ofensa) son las misma persona.
Veamos un ejemplo que aclare lo anteriormente expuesto:
M. G. P. (iniciales que ocultan el nombre de un conocido y popular industrial de
las letras españolas) estaba agonizando. Naturalmente, como es costumbre, todos
sus amigos fueron a contemplar y a saborear su agonía, y todos salían haciéndose
cruces de la entereza y el humor con que el moribundo sobrellevaba tan difíciles
momentos. Algunos, sin embargo, desaprobaron no su tendencia a reírse y a
tomar a broma su desgracia, sino su inclinación a enseñar a los presentes las
llagas purulentas que le cubrían medio tórax y gran parte del muslo derecho. La
verdad es que era gracioso ver cómo había conseguido que los gusanillos que le
roían las carnes saltasen por encima de un hilillo que él les preparaba para que
lucieran sus habilidades.
Pero M. G. P. se fue creciendo en su humor macabro y empezó a comerse con
sal y pimienta sus propias pupas mientras decía: “Lo que no mata, engorda” y
aquello de “Lo de casa, para los de casa”, aunque siempre tenía la cortesía de
invitar al festín a los presentes.
Muchos de sus amigos empezaron a decir que su conducta había dejado de
tener gracia, aunque otros todavía se admiraban de la fortaleza de ánimo de M. G.
P.
Su humor se hizo intolerable el día en que aquel híbrido de vivo y cadáver,
sujetando su falso muslo, lleno de llagas enconadas, con una mano y su roída y
casi inexistente tibia con la otra, empezó a…
Y yo mismo, que sólo escribo estas notas por dinero y por mi inclinación a las
artes y a las ciencias descriptivas, detengo mi pluma porque pienso que las
gracias y las bromas, aunque sean sobre uno mismo, tienen un límite que no se
puede franquear.
No sé si me han comprendido los lectores que han llegado en su lectura hasta
estas últimas líneas. Los curiosos por el final, si lo desean, pueden solicitarme su
envío por correo a cobro revertido.

137
DERROTA DEL HOMBRE

HACE años, durante la guerra del Vietnam, una revista soviética publicó un
informe que analizaba la diferencia que había entre los niños rusos y los
americanos. Los rusos eran unos ángeles; los americanos, unos diablos. A la
pregunta en la que se les pedía que respondiesen a qué es lo que más deseaban en
la vida, los niños rusos pedían la paz y el amor, y los americanos, que ardiese la
escuela o que se muriesen los maestros. De ello deducían que la sociedad
marxista hacía hombres buenos, y la capitalista, malos. Eso confirmaba, decían,
sus ideas de que se estaba fraguando un hombre nuevo.
Toda esa teoría se ha venido abajo con la crueldad de los años. Según los
marxistas, el hombre es bueno de nacimiento y su conocida maldad es fruto de la
civilización burguesa, que los corrompe; según los capitalistas, el hombre es
malo de nacimiento y solamente gracias a la cría y doma a que les somete la
sociedad se transforma en un animal ligeramente humanizado. Eso diferencia las
dos concepciones del mundo más que sus teorías económicas, desde mi modesto
punto de vista.
Ahora, desgraciadamente, se ha comprobado que no ha nacido un hombre
nuevo en las revoluciones comunistas de los últimos años. El pobre Fidel Castro
se mesaba las barbas en Cuba al comprobar que su hombre nuevo, su buen
hombre, no surgía en Cuba con la revolución y que las estadísticas de perversos,
delincuentes y asociales eran parecidas en el mundo capitalista y en el comunista.
Che Guevara, buscando el nuevo hombre bueno primitivo por los montes de
Bolivia, fue denunciado por los campesinos en los que iba a fraguar la nueva
utopía biológica. Y así acabó: fusilado por los hombres malos de toda la vida.
Bien, dirán ustedes, ¿y a qué viene esta monserga? Pues viene, sencillamente,
para decirle a usted, querido lector, que el fracaso —fracaso estrepitoso, como se
suele decir— del marxismo ha sido una derrota del hombre más que la de una
ideología. No debemos alegrarnos por la caída del socialismo comunista, sino
más bien lamentarnos y llorar amargamente al comprobar que una vez más la
utopía nos ha conducido al cataclismo.
Y añado, húmedo de lágrimas: ¿no es terrible que todas las utopías,
generalmente construidas sobre una idea del “hombre originalmente bueno y
luego corrompido”, nos conduzcan de nuevo a la lucha fraticida de las libertades
capitalistas?
No debemos alegrarnos del hundimiento de las utopías marxistas. Debemos,
como los niños que somos, hacer pucheros con el corazón desalentado.

138
MAMONES

Es triste comprobar que un país que se suele conmover por las noticias más
triviales permanece impávido ante la realidad que nos acusa de vivir en el
segundo país del mundo en los vicios del juego y del alcoholismo. Borrachos,
jugadores y Gobierno se quedan tan tranquilos ante esa peste que les afecta tan
directamente. El Gobierno, sin duda, por su pasividad en el caso del alcoholismo
y su participación en el del juego, es el mayor culpable.
Se informa a menudo de esos casos gravísimos que infectan nuestra sociedad,
pero la noticia es siempre recibida como quien se siente acariciado por una suave
brisa enamorada. No pasa nada. Millones de españoles pueden arruinarse física y
económicamente con tal de que esas enfermedades o vicios produzcan ingresos
en las llamadas arcas, mejor cuevas, del Estado.
Y nadie se pregunta: ¿Por qué es España, después de Filipinas, el país que más
confía en la salvación de su futuro por la fría e incierta fortuna? Nadie quiere
saber qué significado profundo tiene ese dato que nos acusa de desfallecimiento.
Porque eso indica la afición al juego de los españoles. Los españoles están
desfallecidos y ven el futuro no como un esfuerzo, como una voluntad, sino
como un don. Juegan y no ganan y, en vez de acusarse a sí mismos o la situación
social que viven, acusan a su mala suerte. Hermosa manera de alienar su pereza,
su indiferencia, su desesperación.
Hay algo terrible en esa conducta de este hermoso país habitado por millones
de mamones o mamadores que siguen buscando la salvación en el pecho
generoso de su mamá en vez de salir a luchar a pecho descubierto, pero el pecho
propio, no el de mamá.
Aquí todo el mundo quiere ser alimentado gratuitamente. Nos estamos
convirtiendo en un país de pasivos mamadores, lo repito, que confiamos más en
las ayudas sociales, en la sonrisa de la Primitiva que en nuestro propio talento o
en nuestras capacidades. Los ricos se asaltan unos a otros para seguir
enriqueciéndose en la especulación y los pobres mendigan la caridad interesada
de los políticos para sobrevivir resignadamente.
En el fondo somos un país poco adulto. Pueden confirmarlo ustedes con alguna
encuesta. Háganla y llorarán desconsoladamente como yo todas las tardes de
cinco a siete, que es cuando pienso en estas cosas. Y luego, seguramente,
comprarán lotería. Como yo.

139
UN DERECHO DEMOCRÁTICO

TODOS hemos sentido alguna vez en nuestra vida el alborozo que causa en
nuestro corazón ver a una muchedumbre de humildes gentes del pueblo
manifestarse a la pata la llana exigiendo sus derechos democráticos a gritar
cuanto y cuando les dé la gana en la vía pública.
Por todas nuestras calles cruzan eso que ahora se llaman colectivos y que antes,
en la época negra de nuestra antigua historia, se conocía como hordas
asilvestradas. Y les aplaudimos y besamos sus manos porque sabemos que son
unos patriotas que ejercitan sus derechos constitucionales a que se les oiga, se les
vea y se les huela.
Pasan en manifestación por nuestras calles profesores, alumnos, taxistas,
ovejas, tractores, policías (bien protestadores, bien represores), violadas,
médicos, ayudantes técnicos sanitarios y cualquier día pasarán también en alegre
camaradería los componentes de Consejo de Ministros para pedir el aumento de
sueldo que les corresponde por los quinquenios. Sin embargo, justo es decirlo,
hay millones de españoles que no pueden manifestarse en la vía pública y que no
ejercitan ese derecho inmaculado al que, como su mismo nombre indica, tienen
derecho.
Para evitar esa injusticia propongo a nuestros gobernantes que a partir de
cuando ellos decidan, todos los españoles se manifiesten por riguroso orden
alfabético y no por grupos gremiales egoístas que sólo piensan en ellos mismos y
no en el bien común.
Las veintisiete letras del alfabeto se dividirá en doce partes, que son en las que
está dividido el año, y cada mes saldrán a la calle los españoles que se apelliden
con la letra correspondiente. Un ejemplo, para que me comprendan los torpes: en
enero saldrán en alegre y saltarina muchedumbre todos los españoles cuyos
apellidos comiencen por A o por B, desde los señores de ABA, que es el primer
apellido que consta en orden alfabético de la guía telefónica, hasta los
CUZURRAIS, que son los últimos. Y así sucesivamente hasta concluir el año.
Naturalmente la participación en la algarabía será obligatoria y los empresarios
deberán conceder las cuatro horas pagadas que indican los reglamentos, las
órdenes ministeriales, los decretos-ley y las sentencias judiciales que hayan
sentado la jurisprudencia correspondiente.
Por fin todos los españoles seremos iguales ante la Ley y ante nosotros mismos.
(Idea patentada en el registro correspondiente con el número 3´1416).

140
TRAGEDIAS BENIGNAS

YA no hay tragedias como aquellas antiguas de la Grecia preclásica, cuando las


familias se destrozaban con adulterios e incestos que ahora no son admitidos por
los juzgados de guardia. Tampoco hay tragedias como las modernas de las
guerras mundiales y civiles donde millones de inocentes o de ingenuos creían
que estaban viviendo momentos heroicos cuando sólo eran víctimas de las
aberraciones de la Historia.
Ahora sólo padecemos tragedias benignas y hasta la suntuosidad que siempre
ha acompañado a las tragedias como Dios manda ha desaparecido. Hoy no se
entierra a nadie con solemnidad y ya no hay lloros. Ante los cadáveres de los
magnos de la tierra desfilan lentamente, bien vigilados para que nadie ponga la
definitiva bomba al cadáver del héroe fallecido —de enfermedades miserables
casi siempre—, unos cuantos miles de curiosos sin pasión que quieren contar a
sus nietos que el difunto estaba tan joven como en los tiempos de sus antiguas
fechorías.
Ya no se llora a los adolescentes con plañideras venidas de los flecos familiares
de provincias, porque casi todos mueren sin heroísmo al intentar adelantar con
sus motos las caravanas domingueras que van lentamente entre bostezos hacia la
segunda residencia. Y los cadáveres de los modernos no-héroes yacen al borde de
las carreteras, tapados por una camiseta con un anuncio de Coca-Cola, y todos, al
pasar, en vez de rezar o clamar a los dioses por su injusticia, maldicen al difunto
porque su muerte podría haber acarreado la de un pobre y sumiso conductor
aterrorizado por las multas de los motorizados ángeles de la guarda de las
carreteras.
Hasta la amenaza de una epidemia de Sida carece de grandeza. Al principio
parecía una maldición caída sobre los pecados de los hombres. Ahora es una
cuestión de infames virus que cualquier día se nos colarán en la sangre, no por
vía rectal como en los primeros tiempos heroicos, sino al comerse uno un bocata
de bonito con tomate, en el límite de las malas condiciones higiénicas que
aceptan los intereses de los gobiernos.
O sea, que ya lo sabe, muérase en silencio, modestamente, que su defunción
carecerá de grandeza. La única que puede tener es la patriótica de haber dejado
los papeles en orden para que sus herederos hagan la declaración de la renta sin
problemas.

141
UNA HISTORIA DE TERROR

Yo sabía que íbamos a acabar mal, que jamás podríamos vivir juntos mucho
tiempo, pero a pesar de todo la llevé a mi casa.
Pronto, demasiado pronto, la convivencia común fue imposible. ¡Éramos tan
distintos! Durante algún tiempo yo fui el dueño de la situación, pero sus encantos
acabaron por seducirme y todas las noches sucumbía a la tentación. Me sentaba
frente a ella y ella, que conocía mi debilidad, me hablaba y me hablaba sin cesar
y yo le escuchaba, desconfiado a veces, crédulo otras, aunque sabía que siempre
me mentía.
Un día busqué la soledad en un rincón de la casa, quise volver a mi antigua
afición a la lectura que ella había casi destruido, pero su egoísmo hizo que
brotara la tragedia. Sola, sin que yo manipulase su interruptor, se encendió de
pronto y empezó a hablarme de no sé qué historia de unas próximas elecciones
municipales. Me di cuenta entonces que la televisión se había apoderado de mi
hogar. La apagué de nuevo y me acosté. Pero a medianoche oí en un semisueño
que algo que chirriaba cruzaba mi dormitorio hasta detenerse frente a la cabecera
de mi cama.
De improviso se encendió su pantalla y de nuevo un señor a quien yo no
conocía, rodeado de otros tan sabios y pedantes como él, empezaron a
informarme de no sé qué en una tertulia.
Intenté apagar a aquella rebelde impertinente, pero fue en vano. Cuando yo me
acercaba, ella huía enviándome a gritos sus inacabables mensajes.
Por fin la silencié de un sillazo. Luego, con prudencia, porque sospechaba de
sus artimañas, la arrojé por la ventana.
Ahora, horas después de mi valiente decisión, me doy cuenta de que lentamente
está trepando por la fachada de la casa y se va acercando poco a poco a mi
ventana.
He intentado llamar a la Policía para pedir socorro, pero mi teléfono no tiene
línea. ¡Ha cortado los cables del teléfono en su ascensión amenazante! He
levantado lentamente la persiana y como una fiera, llena de ira, se ha arrojado
sobre mí y encendida y charlatana me habla y me habla cosas, disparates, que yo
no quiero oír, mientras sujeta mi garganta con las garras de la mesa en que
reposa. ¡Dios mío! ¿Qué va a ser de mí? ¿estaré condenado a vivir eternamente
frente a la pantalla de la televisión, sádica y voraz, que reblandece mi cerebro?
¡No, antes la muerte! Sin embargo, ¿qué puedo hacer yo? Sé que ha vencido. Me
entrego sumiso a su voluntad y me uno mansamente a los millones de víctimas
que tiene en sus garras asesinas. Y aburridas.

142
AQUELLA MUJER

ERA joven todavía, pero tenía los pechos y las nalgas ya medio derrumbadas
por las agresiones de los hidratos de carbono. Tenía una sonrisa dulce, como la de
quien no se resiste a dejarse vencer por el infortunio de la monotonía.
—Seguramente —pensé cuando la vi desnudarse— no es feliz con su marido.
Pero no quise hablar de eso porque pensé que quizás fuese un tema impropio
para aquellos momentos tan íntimos.
Desde la cama, —yo ya estaba desnudo y acostado— vi como iban apareciendo
las crueles señales del tiempo en aquel cuerpo que con sensualidad y pereza me
iba ofreciendo poco a poco la integridad de su descaro.
Quiso apagar la luz, pero yo se lo impedí con un gesto que le llenó de sorpresa.
Aparentó cierta timidez cuando se acercó al lecho —yo ya había aligerado del
peso de las sábanas el lugar donde pronto ella tímidamente quería ocultar sus
partes, digámoslo sinceramente, más grasientas y fofas, y se tumbó a mi lado.
Nos miramos como quienes saben que están callando un secreto que no pueden
ocultar las miradas. Estuvimos así un rato, silenciosos, pero mostrando
constantemente nuestra turbación con pequeños gestos y largos silencios. Yo no
estaba absolutamente seguro de lo que ella pensaba en aquellos momentos. Me
volví y de nuevo se cruzaron nuestras cómplices miradas. Serenamente, como
quien sabe que tiene por delante el infinito, acerqué mis labios a los suyos que no
sé si respondieron mi beso con una sonrisa o con un gesto de lujuria.
Después dejé el periódico en la mesilla de noche, giré mi cuerpo hacia el
extremo opuesto de la cama, apagué la luz y dije:
—Querida, ¿has cerrado la llave de paso del gas de la cocina?
Me dijo que sí, que siempre comprobaba si el gas estaba cerrado, por los niños.
En resumen: era mi señora que en paz descansa, porque lleva ya más de media
roncando como roncan las gordas abandonadas.
Así es la vida y perdonen si he tenido el atrevimiento de señalar a alguno de
ustedes.

143
SAN FRANCISCO ENTRE NOSOTROS

TODOS sabemos cómo San Francisco, con la sola presencia de su


mansedumbre y de su amor, fue capaz de tranquilizar a aquel lobo feroz que
infundía tanto pavor a los ciudadanos de Asís.
Si San Francisco viviera entre nosotros con aquellos modales y aquella paz que
emanaba de su semblante desde niño, no habría pasado de su primera lactancia.
Han cambiado los tiempos. Ahora no hay lobos como antes, pero prolifera la
nueva especie de lobo a cuatro ruedas que llena de pavor a las gentes de paz y de
armonía.
Me gustaría ver un día al humilde San Francisco de Asís en un atasco de tráfico
a 40º a la sombra rodeado de feroces lobos tocadores de bocinas y vomitadores
de improperios. Si San Francisco, en un atasco contemporáneo, saliera de su
coche y se atreviera a dirigirse a los conductores apelotonados, ensuciados en su
ira y su sudor, para pedirles mansedumbre, paciencia y amor, sería devorado,
robado, violado, drogado y descuartizado sin tener tiempo a bendecir a esos
pedazos de bestias.
Ahora es más fácil tratar con animales que con hombres al volante, si se pueden
llamar hombres a esos insectos feroces que caminan a cuatro ruedas en un
retroceso genético que les ha vuelto a los orígenes de la creación, cuando éramos
casi crustáceos y no habíamos inventado todavía los seres invisibles de los cielos.
Estas reflexiones han crecido en mi ente arteriosclerótica porque hoy, un día de
40º a la sombra, en la plaza de Cibeles he sido casi linchado por una
muchedumbre de conductores atrapados como yo en un atasco que duraba ya dos
horas cuando me he permitido sonreír y decir con mi dulce mirada que debemos
amarnos los unos a los otros también en esas circunstancias.
Al ver mi sonrisa de paz, todos me han gritado al mismo tiempo:
—¿De qué te ríes, imbécil?
Yo me he escondido en el caparazón de mi coche como habría hecho
seguramente San Francisco de Asís en mi caso.
Lo dicho: éste no es tiempo para que vivan santos. Al menos, al volante.

144
EL AMOR ES TUERTO

Me miró dramáticamente y me dijo:


—Júrame que no me amas por mi dinero.
Yo se lo juré.
—Te juro —le dije con la menos imperfecta de mis sinceridades— que no te
amo por tu dinero.
Estuvo un rato en silencio y luego me dijo:
—Júrame que no me amas solamente por mi belleza.
También se lo juré.
—Te juro —le dije— que no te amo solamente por tu belleza.
—Ni por mi juventud; júrame que tampoco me amas solamente por mi
juventud.
También se lo juré con el corazón en la mano.
—Ni por mi inteligencia.
Yo sabía que me estaba preparando alguna de sus trampas y que lo mejor era
darle la razón, especialmente porque las dos razones, la suya y la mía, en este
caso coincidían; así que le dije que tampoco la amaba solamente por su
inteligencia.
Estuvo otro rato en silencio. Luego me pidió de nuevo que fuese sincero y que
le dijese la verdad.
—Júrame —me dijo— que no me amas porque soy duquesa.
—Te juro que no te amo porque seas duquesa.
—Ni por mi belleza.
—Ni por tu belleza.
—Ni por mi prudencia y mi castidad.
—Ni por tu prudencia y tu castidad.
Algo brilló en sus bellos ojos azules. Estuvo en silencio —un silencio que yo
respeté como siempre lo hacía— dos horas y pico. Luego, con lágrimas en los
ojos, me dijo:
—Entonces, ¿por qué me amas?
Le cogí sus manos entre las mías y le dije la verdad:
—Te amo porque me recuerdas a ti.
—Eso —me dijo— es poco y además no me lo merezco.
Y se fue de mi lado para siempre. No supe nada de ella hasta que doce años
después alguien me dijo que la pobre había muerto, en plena menopausia, por un
súbito aumento de su vellosidad intestinal. Tanto sufrimiento para nada.

145
UN CADÁVER VIVO

COMO la ciencia moderna era incapaz de curarle, movido por una idea
optimista del progreso humano, ordenó que le congelaran vivo y que conservasen
su vida helada hasta que la acción destructiva de aquellos virus que les estaban
matando pudiera ser vencida.
Y así se hizo. Estuvo doscientos años hibernando, pagando un altísimo precio
por el alquiler de su nicho de medio vivo hasta que, por fin, un día el virus que le
amenazaba fue vencido.
Así que volvió al calor. En diez minutos acabaron con la infección que padecía.
Abrió los ojos y vio a unos cirujanos envueltos en gasas antisépticas que le
miraban con piedad y que al fin le preguntaron:
—Do you speak English?
Afirmó que sí, que hablaba inglés y en pseudoinglés abrumado de
americanismos le dieron la triste noticia: los virus que llevaba en la sangre hacía
años que no existían ya en la tierra, pero, desgraciadamente, otros nuevos virus,
mutados de los anteriores, atacaban a los hombres desprevenidos. Y él era uno de
ellos, le dijeron. O sea, resumiendo, que si no le hibernaban de nuevo, cascaba.
Así lo hicieron y doscientos años más tarde, cuando su nueva infección podía
ser curada, le descongelaron de nuevo y de nuevo fue curado de los ya viejos
virus, aunque en la operación atrapó otra vez de nuevo los virus contemporáneos
que estaban de moda en los quirófanos de aquellos tiempos. Y de nuevo tuvo que
volver a su frío medio enterramiento a esperar los nuevos adelantos de la ciencia.
Todo para él era nuevo.
Vivió así, congelado y descongelado, infectado y desinfectado, mil años más,
hasta que el Banco donde había depositado sus ahorros para pagar los altísimos
costes de su sobrevivencia quebró. Y como no pudo seguir pagando el alquiler de
su nicho, le descongelaron definitivamente y su cuerpo fue abandonado en un
estercolero de Castilla la Nueva, que es donde se amontonaban por aquellos
siglos todos los detritus del mundo entero.
En diez minutos, millones de jóvenes virus evolucionados, que el pobre
cadáver desconocía, dejaron reducido su cuerpo al grotesco testimonio de sus
gigantescos juanetes. Así perecen todos los ambiciosos que se rebelan contra las
leyes divinas de la Naturaleza. Más vale morir a tiempo, que rondar diez siglos.

146
EL COLOR DE HAMLET

GUILLERMO (1) era muy listo y carecía de escrúpulos. Utilizaba a sus


personajes según conviniera o no a sus egoístas intereses dramáticos. Y los
convertía en muñecos articulados que él manejaba a su capricho.
Todo el mundo sabe que el príncipe Hamlet era negro. No vamos a repetir la
historia de todos conocida de aquel embajador de Etiopía que pasó una
temporada en el palacio de Helsinor y lo que ocurrió con la reina. Eso es otra
historia. Vayamos , pues, al grano.
Si Guillermo (1) hubiese teñido de su verdadero color al llamado príncipe de la
duda, es decir, Hamlet, las cosas habrían ocurrido de otra manera.
Hamlet habría matado a su padre, al negro, no al rey blanco, en cuanto hubiese
tenido uso de razón. Su complejo de Edipo le habría compelido a ello. Y,
naturalmente, no podría haber llenado de circunloquios psicológicos que casi
vuelven locos a todos los de palacio, antes de la masacre final, su alma mestiza.
Ofelia no habría muerto ahogada en los arroyos que rodeaban el palacio.
Ofelia, por una tontería de no sé qué pañuelo, habría sido estrangulada por el
príncipe celoso. Y Polonio, Laertes, la reina, el rey, hasta Enrique V habrían sido,
no solamente muertos en violencia, sino devorados posteriormente por el
príncipe en cuyas venas (todos lo saben y todos se lo callan) corría sangre de
antropófagos.
Pero Guillermo (1) en vez de una tragedia prefirió escribir dos. ¿Por qué? Esa
pregunta de los eruditos aún no ha sido contestada. ¿Cómo es posible que un
poeta de la magnitud de Guillermo (1), a quien debe exigírsele, junto a la poesía,
la verdad, deformó tan torpemente la verdadera historia del príncipe danés
Hamlet, descendiente de caníbales del África central?
Alguien ha apuntado que la causa es bien sencilla: Guillermo (1) era también
negro. Pero ésta es también otra historia de la que nos ocuparemos la próxima
semana.

(1) Shakespeare

147
FELICIDAD MATRIMONIAL

HACE exactamente quince días, Herminio y Generosa, matrimonio feliz, tras


la sabática mariscada consuetudinaria, se acostaron, y cuando estaban entregados
en cuerpo y alma al amor lícito y consagrado descubrieron en la penumbra de su
pasión que ambos dos masticaban un lánguido bostezo en el momento
culminante del cariño, que dicen los tanguistas argentinos.
No recordaban si acabaron de consumar la unión matrimonial o no, pero a
pesar de su burrez o de la tontuna que producen los mariscos congelados, se
dieron cuenta de que aquéllo no eran normal.
Al día siguiente, pasada la modorra, se miraron turbiamente y decidieron hablar
con sinceridad de sus relaciones sexuales como habían oído decir en las clases de
educación sexual que impartía la televisión que deben hacer las parejas con
conflictos o con inhibiciones.
Aquella felicidad de veinte años de matrimonio no la salvaba ya ni los
afrodisíacos, ni el segundo premio de la primitiva, ni el zurrarse el cuerpo a
oscuras para que no azorarse por la escena grotesca de dos morcillas jadeantes.
Alentados por las costumbres modernas, decidieron que solamente el vicio
podría salvarles de su culpa de haber asesinado su amor físico. Pero Herminio y
Generosa eran buenos, sencillos y honestos, y no pudieron encontrar un solo
vicio que fertilizase sus decrépitas pasiones.
Por fin, Generosa tuvo la idea salvadora un día en el que estaba preparando una
merluza a la vasca. Generosa se dio cuenta de que muchos platos adquieren
gracia y picardía sencillamente al añadirles un poco de perejil. Y pensó, muy
acertadamente, que quizás ocurriese lo mismo si se aplicase la receta al amor. Se
lo dijo a Herminio, y éste aceptó la proposición. Aquella noche se colocó un
fresco y joven ramillete de perejil donde antes sólo habitaba el pudor, y al grito
de “¡Viva la nueva cocina francesa!” se lanzó sobre Generosa, que le esperaba
entreabierta.
Y fueron felices. Y todos los sábados, en vez de comer los mariscos de toda la
vida, se guisaron platos con las mierditas que sirven los nuevos cocineros,
seleccionaban el adorno más excitante, lo colocaban donde dije y así fueron
felices hasta que la muerte y la dispepsia les unió, por fin, para siempre. ¡Qué
hermoso es el amor con hierbas finas!

148
EXHIBICIONISMOS

SE ha perdido el pudor: vivimos una época de exhibicionistas. A todo el mundo


le ha dado últimamente por mostrar públicamente fragmentos, bien de su cuerpo,
bien de su psiquis, de su espíritu, de su neuma, de su alma o de lo que quieran
ustedes llamar a la parte supuestamente gaseosa de la materia.
Las jovencitas enseñan sus atributos físicos con la destreza con que nos
engañan los publicitarios para despertar nuestra fe compradora. A veces nos
muestran un trozo de teta, otras de nalga o la plenitud de su ombligo y sus
alrededores y a veces, como sorprendidas en un descuidos involuntario, nos
enseñan también la bisagra que articula, abre y cierra las columnas corintias de
sus muslos.
Los caballeros ancianos, que carecen de nada mostrable que no produzca
repugnancia, se atreven también a airear públicamente que a su edad senil aún
son capaces de llevar alegremente lo que ellos se atreven a llamar vida sexual. Y
así sucesivamente.
Cada época tiene su descaro. Hace años la gente solía ser más pudorosa y sólo
contaban como experiencias personales sus fantasías inconscientes. Había
algunos que solían relatar, como aventuras extraordinarias, ciertos viajes que se
hacían entonces al extranjero para contemplar cine pornográfico y presumir más
tarde de audaces, ricos y avanzados de ideas al mismo tiempo. Recuerdo que uno
de aquellos presuntuosos que nos contaba constantemente las películas que había
visto en Perpignan se puso tan pesado que un día un maigo, harto de la
superficialidad de aquellas aventuras eróticas, le dijo:
—¡Qué suerte tienes! ¡Tú te pasas todo el día en Francia viendo películas
guarras mientras que yo, que no puedo viajar, me tengo que conformar con
acostarme con tu mujer mientras tú estás fuera pasándotelo pipa!
Con estas reflexiones no pretendo sugerir que volvamos a los viejos pudores,
pero sí que reflexionemos.
—¿Y sobre qué tenemos que reflexionar? —preguntarán ustedes.
Pues, les respondo, sobre la extraña coincidencia de las mayores guarradas con
los amores más espirituales. Y cosas así. Es decir, de las contradicciones
(aparentes) de la vida: los garbanzos, por ejemplo.

149
CERDOS, HOMBRES, RATAS

HACE dos millones de años, mes más o mes menos, existían dos especies de
homínidos: los “Australopithecus robustus” y los “Homo habilis”, que, entre
otras cosas, se diferenciaban —decía Isaac Asimov en las páginas de ABC hace
un par de semanas— en que los “robustus” eran herbívoros y los “habilis”
comían de todo. Pues bien, el herbívoro se extinguió en un par de milenios de
malas cosechas, y el “habilis” anda tan contento leyendo las páginas de ABC,
gracias a su capacidad de deshacer todo lo que consigue llevar a su estómago.
Los omnívoros —añadía Asimov— poseen esa enorme ventaja. Y concluía con
una información tenebrosa: los principales omnívoros contemporáneos somos
nosotros, los hombres, los cerdos y las ratas. Una de esas tres especies de
glotones será probablemente la dueña del mundo dentro de otros dos millones de
años, mes más o menos, como digo.
Si seguimos reproduciéndonos al ritmo con que lo estamos haciendo en los
últimos años y aniquilando la naturaleza con nuestra voracidad, dentro de unos
años sólo quedaremos digeribles los miles de millones de hombres que
poblaremos la Tierra, los miles de millones de ratas que duplican, dicen, la
población humana y los pobres cerdos, que serán los primeros en ser extinguidos
en la fenomenal batalla que se organizará por la supervivencia.
Nosotros, desde hace milenios, ya nos estamos comiendo a los cerdos, que
hasta ahora, que yo sepa, sólo se han comido un par de docenas de niños de
pecho acostados en cunas mal vigiladas.
Las ratas, hundidas en las alcantarillas, viven de lo que nosotros les ofrecemos
generosamente ya digerido, pero en cualquier ocasión en que el hombre flaquea
salen a la calle a adueñarse de lo que cree seguramente que es suyo. Las ratas son
los únicos proletarios que quedan vivos y con sentido de clase en el mundo
capitalista.
Sin duda vencerá el hombre, que se comerá a las ratas y a los cerdos, y luego,
tras dos o tres nuevos milenios, acabará por comerse a sí mismo, para gloria y
continuación de la especie.
Y si no, al tiempo. Ya están advertidos. Coman ratas y cerdos si quieren ser
algo el día de mañana.

150
LA COCINA CHINA

LA primera vez que fui a un restaurante chino me advirtieron que no me


hiciera muchas ilusiones. “Esto que vamos a comer no tiene nada que ver con los
sabores chinos. Nuestras verduras son diferentes a las orientales y saben, por
tanto, de distinta manera”, me dijeron.
Y me informaron también que para comer verdadera comida china hay que ir al
Soho de Londres.
Meses después fui a Londres y comí, o creí haber comido, manjares chinos en
uno de esos restaurantes del Soho llenos de patos colgados que rezuman grasa
como cochinos. Allí, para mi desconsuelo, me volvieron a advertir que aquella no
era cocina china y que comprobaría la diferencia cuando la probara en el barrio
chino de San Francisco.
Fui a San Francisco y cené en el barrio chino. Una china gordezuela cantaba:
“Si a tu ventana llega una paloma...”, lo que me hizo temer que tampoco había
llegado aquella a la cima de la gastronomía china.
Así era, efectivamente, me informaron una vez más, y al día siguiente me
llevaron a un pequeño restaurante donde dos miniaturas de viejecitas guisaban
para muy pocos clientes. En la mitad de la comida el chino más viejo del grupo
me explicó que aquella comida era comida del exilio, y que para comer la
exquisita y verdadera comida china tenía que ir a cierto restaurante apenas
conocido de Pekín. Me dio su nombre y su dirección.
Otro comensal chino, al oírle, estalló en carcajadas y me dijo que no hiciera
caso de lo que acababa de escuchar. Para degustar la verdadera comida china
había que ir a otro restaurante, casi secreto, de las afueras de Pekín. Me dio
también la dirección y una recomendación para la cocinera.
Lleno de impaciencia salí del comedor cuando todos mis amigos chinos
discutían con pasión sobre el lugar dónde aún se podía saborear la cocina clásica
familiar china.
Estoy escribiendo estas notas en el avión que atraviesa el Pacífico rumbo a
Pekín. Estoy nervioso porque me temo lo peor. Alguien, estoy seguro, me dirá en
Pekín que si quiero comer la comida antigua, aún pura y virgen, de China debo ir
a Cantón o a algún pueblecito perdido de la costa.
Juro que si tal cosa sucede regresaré a España y no volveré a comer otra cosa
china que no sea el flan chino. El Mandarín. Más vale pájaro en mano que ciento
volando, como dice un viejo proverbio de Confucio.

151
LA VUELTA AL EDÉN

DIOS, aunque lo sabe todo, incluso el futuro, y está siempre cargado de buenas
intenciones, cuando por boca del ángel de la espada flamígera dijo a Adán y Eva
aquello de que debían crecer y multiplicarse, no sospechó las funestas
consecuencias que acarrearía a la humanidad su mandato. En el fondo, creo, no
se imaginó que aquellas dos pobres criaturas serían capaces de crear una
progenia que llegara a ser dentro de veinte o treinta años una infecta piara de seis
mil millones de seres humanos. Dios no se tomó la molestia de consultar su
memoria del futuro.
Y ahora nos encontramos que sobramos todos. Para la Tierra somos unos
parásitos depredadores que vamos a acabar por destruir el aire, la flora y la fauna
que el Señor donó a la pareja de fornicadores y qué engendraron, tras su
expulsión del Paraíso, nuevos fornicadores que siguieron con la misma afición de
sus antepasados a reproducirse hasta llegar al límite a que hemos llegado y que,
seguramente, seguirá aumentando en la proporción geométrica que pronosticó
Malthus.
O sea, que si queremos volver al Paraíso perdido, última meta del hombre, no
nos queda más remedio que volver al principio. Debemos pagar nuestras culpas y
empezar de nuevo una vida de amor y adoración a la grandeza de la Creación de
la que somos los reyes.
Pero ¿Cómo podremos exterminar a la piara citada y a quiénes escogeremos
para que formen la única pareja que sobreviva a la hecatombe? ¿Quiénes serán el
Adán y la Eva del futuro, pareja a la que se recomendará que crezcan y se
multipliquen, sí, pero de forma moderada?
Yo, en los ratos de ocio pesimista, ya he arrojado al precipicio a varios cientos
de amigos y compañeros de trabajo. Pero eso no es suficiente. Sé que yo solo no
podré concluir esa esforzada tarea que es una tarea de todos.
Por eso, desde estas páginas solicito una urgente reunión de las Naciones
Unidas para que se escoja una pareja limpia y aseada y el resto del mundo sea
eliminado por el método más placentero posible para las víctimas.
Es triste, pero ése es el único camino para que el día de mañana los hombres
vivamos conforme a la leyes de la naturaleza establecidas por el Señor. Si no,
estamos perdidos.

152
TIEMPO DE AZOTES

NO, no nos referimos, como están ustedes pensando, a estos desdichados años
de amenazas de guerras, de sidas, de inflaciones, de balanzas de pago escoradas y
demás aflicciones que nos han llegado de los cielos y de los hombres, como
nuevas plagas, para anunciar, dicen los pesimistas, la inminencia de las
catástrofes de los milenios.
No; nos referimos a que ha llegado el tiempo de reinstaurar la vieja costumbre
educativa de los azotes.
Las ciudades parecen pocilgas municipales; sus habitantes, raposas y hienas;
sus pastores, aves rapaces y carroñeras, y así no hay quien viva con la suficiente
paz de espíritu para aceptar las calamidades y frustraciones que tenemos que
soportar diariamente. Pocos resistimos a la tentación de delinquir. Algunos, los
más decididos, roban como establecen las leyes o se portan como groseros
caínes, pero el resto, las gentes modestas y pusilánimes, nos dedicamos a delitos
menores que desgraciadamente sufren condenas desproporcionadas. A todas esas
pobres gentes que hurtan, hieren, violan y ofenden por necesidad no hay que
castigarlas a la hipócrita pena de prisión que sólo les alienta a pasar del
amateurismo a la profesionalidad.
Esas gentes, entre las que incluyo su honradez, querido lector, y la mía, no se
merecen la cárcel. Se merecen simplemente los antiguos azotes en sus culitos
expuestos a la vergüenza pública.
Todos los domingos, después de la misa mayor, en todas las plazas mayores de
España se bajarán los calzones de los pequeños delincuentes y se les flagelarán
las nalgas hasta dejarles delicadas cicatrices que delaten sus debilidades. Los
niños, lamiendo sus chupa-chups, aprenderán así a comportarse como supimos
comportarnos nosotros, y el mundo será mejor, más justo, menos cruel y menos
egoísta.
Esta forma de castigo puede deslucirse por dos cosas: porque cree adicción a
los azotes y acabemos todos con cicatrices de defensa, y porque los más
espabilados acaben por imprimir publicidad en sus cicatrices.
Pero eso está también previsto. Se lo explicaremos gustosamente la semana
próxima. No debemos tolerar que se nos llenen los glúteos de mensajes
subliminales.
Un abrazo, sean ustedes buenos y jabónense las partes cloacales, que ustedes,
estoy seguro, también se merecen una de esas azotainas a las que nos estamos
refiriendo. Y es mejor recibirlas bien lavados, enjabonados y repeinados.

153
ESTATUAS EN CALZONCILLOS

PARECE ser que los grandes hombres dejan de serlo cuando sus secretos son
conocidos. Ante la mirada de los mayordomos, dicen también, todas las
grandezas se desmoronan, todas las miserias afloran y todos los calzoncillos y
todas las almas están sucios.
Eso se solía decir cuando la vida privada de los aristócratas, de los banqueros y
de los políticos de otros tiempos ocultaba sus vicios y sus secretos a la curiosidad
del mundo, excepto como hemos dicho que dicen, a la de sus mayordomos.
Hoy tales elegidos de la fortuna ya no pueden seguir viviendo ocultos tras la
máscara de la respetabilidad que les hacía superiores al resto de los mortales.
Hoy se sabe todo de ellos. Miles de periodistas gráficos y supuestamente
literarios persiguen cruelmente la intimidad de los famosos y les han hecho
descender de las alturas de la gloria a las alcantarillas en que vivimos los señores
modestos como usted y como yo. Hoy tales semidioses viven bajo la mirada fría,
escrutadora y despectiva de miles de mayordomos que cuentan las miserias de
sus señores (porque los tales siguen siendo a pesar de todos los señores) para
alimentar a la manada insaciable de los lectores, hienas comedoras de carroña y
otras delicadezas.
¡Qué razón tenían los actores y los autores teatrales del siglo pasado que sólo se
dejaban ver por sus admiradores una vez por semana para que no les perdiesen el
respeto! Hoy ese misterio ha desaparecido, nadie tiene intimidad. La Prensa, los
antecedentes penales y el documento de identificación fiscal han dejado a las
antiguas estatuas en paños menores. Cualquier paseante un poco curioso puede
ver que las gentes gloriosas tienen varices, son impotentes, tienen los pechos
caídos o un abceso en la nalga derecha.
Ya, por fin, todos los hombres somos iguales ante Dios y ante las publicaciones
que se ocupan de los escándalos de los que antes eran estatuas de mármol y hoy
lo son solo de caca.

154
ASÍ SE ENSEÑA LA HISTORIA

AYER en casa de unos amigos de la clase intelectual media, ojeé el enorme


tomo de historia que tiene que estudiar uno de sus hijos y me quedé aterrado al
ver que el tal jovenzuelo tenía que aprenderse tres páginas dedicadas a la
ilustración en Austria. Saqué más tarde tan importantísimo tema de conversación
y nadie, ni anfitriones e invitados, supo decir nada de aquel evento
consuetudinario que aconteció en la Historia.
Salí de la casa de mis amigos con el alma desilustrada porque no solamente no
sabía nada de la tal ilustración, sino que ni siquiera recordaba haberlo sabido. Lo
único que recordaba de mi adolescencia, cuando tenía los mismos años que tiene
actualmente el pobre mártir que debe ocuparse de tan excepcional tema, es que la
perdí estudiando asignaturas de las que nada recuerdo. Me vinieron a la memoria
nombres de monarcas de todos los reinos europeos, cadenas infinitas de dinastías,
cajones enteros llenos de fechas históricas. Intenté recordar la lista de los reyes
godos y sólo vino a mi memoria el hecho de que uno de ellos fue devorado por
un oso o por un burro, aunque tampoco estaba seguro de que el devorado fuese
godo, suevo, vándalo, alano o mormón.
Durante un par de semanas estuve interrogando a mis amigos sobre temas
históricos y el resultado de mis investigaciones fue desolador. La mayoría sólo
recordaba de los Austrias en España lo de “tararí, tararí, Carlos Quinto entra en
París”, con sus claras connotaciones eróticas. De Isabel la Católica sólo sabían lo
de la suciedad de sus camisas. Otro día, en un concurso de la televisión,
comprobé, al ver la cara de perplejidad de los concursantes, que cuando les
preguntaban temas históricos ni siquiera sabían de lo que les estaban hablando. Y
pensé que es casi imposible que el noventa y nueve por ciento de los habitantes
de un país de cuarenta millones sean casi analfabetos totales en esta parcela de la
cultura. Ya nadie recuerda con certeza la fecha de nuestra última Constitución y
su idea del pasado se detiene en la última película histórica que vieron en la
televisión.
La culpa, pensé, es de nuestros educadores. Ellos tienen la culpa. Nos enseñan
pijaditas de los personajillos que naufragaron en el generoso río de la Historia (sí,
tienen razón: debo decir caudaloso), y así estamos pensando que Pericles fue un
escultor persa y no un sobrino de Trajano nacido en Itálica, colina famosa donde
hoy se asienta la gaditana Salamanca.
Otro día me ocuparé de la enseñanza de la geografía.

155
LOS LÍMITES DE LA RENUNCIA

YO, hijo de padres virtuosos, quizá excesivamente virtuosos, si es que la


virtud, como el infinito, puede tener un límite, yo, repito, he vivido hasta hoy una
vida de renuncia, una vida de sacrificio y olvido de mí mismo para consagrarla a
la felicidad de mi prójimo.
De niño renuncié a los esplendorosos pechos de mamá para que se nutriese mi
hermano gemelo que, mientras yo me alimentaba de leche en polvo hasta los
veinte años y de potitos desde esa edad hasta la que ahora padezco, acabó por
fallecer de un empacho de teta materna.
En el colegio siempre fui el niño más inteligente y aplicado, aunque siempre
suspendía porque me sorprendían en los exámenes ayudando a los demás, que, a
cambio de mi sacrificio, aprobaban con nota los ridículos textos que por pudor yo
me negaba a contestar.
Di a mi esposa mi amor, mi dinero y mi intimidad y le di también tres
hermosos hijos, tan inteligentes y robustos como yo, que me sorbieron todos los
jugos de las neuronas y de mis entrañas.
Por ellos renuncié a lo poco que me quedaba después de haber sacrificado mi
vida entera por el bien de los demás, conocidos o desconocidos.
A uno de ellos, el más pequeño, le di uno de mis riñones para cubrir su carencia
de tal artefacto biológico. A otro le di una pierna a la que renuncié gustosamente
para que pudiera jugar al fútbol, que era su pasión favorita. Por el tercero
renuncié a mis tímpanos para que le hicieran un trasplante, porque el suyo se
había destrozado por su desmedida afición a los estruendos modernos.
A mi señora le regalé mi recto. Más tarde, también por ella, renuncié a las tres
cuartas partes de mi intestino grueso y a un par de palmos de intestino delgado.
Al año siguiente le cedí todo mi aparato digestivo y veinte centímetros de
esófago. Yo, lo confieso, con mi generosidad era feliz y estaba contento conmigo
mismo, lo que demuestra, como yo de niño ya supuse, que el demonio del orgullo
se había agazapado en mi corazón.
Pero todo tiene un límite. Hoy, cuando ya sólo me queda mi hermosa dentadura
postiza, he dejado de renunciar. Yo también soy alguien, o quizá algo. Así que
tengo frente a mí, guisados y bien sazonados a mi señora y a mis tres hijos y
ahora mismo los voy a devorar con lo único que me queda vivo, con lo único que
el egoísmo del mundo no ha podido arrebatarme: mi dentadura postiza.
(Fragmento de “Autobiografía de una dentadura postiza”, de próxima
aparición)

156
SUPERSTICIÓN

HACE años soñé el número que iba a ser premiado en la Lotería Nacional
mientras viajaba por el extranjero. Volví rápidamente a España, busqué el
número del sueño y sólo puede conseguir un número cuyas tres últimas cifras
coincidían con el número soñado. Y me tocó, aunque no el primer premio, una
digna y respetable cantidad de dinero. Desde ese momento, espero que lo
comprendan ustedes, tengo una fe absoluta en la capacidad adivinatoria de mi
sueño. Más tarde, durante varias noches consecutivas vi, reluciente en la
oscuridad mientras dormía, un mismo número. Eso ocurrió hace seis años y
desde entonces busco desesperadamente ese número porque estoy convencido de
que el día que lo encuentre será, por fin, el día de mi fortuna.
Meses más tarde, desde Galicia, una amable meiga desconocida me envió la
combinación de la Primitiva que algún día —me dijo— sería la única premiada.
Desde entonces, todas las semanas, con una angustia que no comprendo, escribo
la combinación que me dijo la meiga, y aunque todavía no he ganado un solo
premio, estoy seguro de que se cumplirá tarde o temprano la profecía.
A veces, por causas ajenas a mi voluntad, no puedo jugar a la Primitiva. Esa
semana no vivo por la angustia que me produce pensar que precisamente
entonces pasará a mi lado la fortuna y se irá de mi lado para siempre. No me
atrevo a mirar la combinación premiada con el temor de que sea la mía, la que
olvidé hacer precisamente esa semana. Pero nunca ha ocurrido eso. Tengo, pues,
la esperanza abierta al futuro venturoso que me señaló la meiga, aunque me
maldigo porque no puedo abandonar esta estúpida fe en una bruja que no
conozco.
Por eso, para vencer mis ridículas esperanzas y temores he decidido decirles a
ustedes la cifra soñada y los seis números de la combinación ganadora que hará
ricos, al menos, si no a mí, a mis lectores. Son el 68797 y la 1-4-5-8-34-39. Ahí
los tienen ustedes. Se los regalo. Desde ahora les pertenecen a ustedes. Son ya un
patrimonio de la Humanidad. De nada.
P. D.: Debo decir la verdad. Les he mentido. Ésos no son el número de mi
sueño ni la combinación dictada por la meiga. Son otros. Sin embargo, una nueva
angustia me atenaza el corazón. ¿Y si son estos los números que el destino me ha
destinado y que yo, tonto de mí, les he regalado a ustedes tan ligeramente?
¡Ahora se han duplicado mis dudas y mis temores! ¡Por favor, no utilicen mi
secreto, déjenlo para mí solo! ¡Tengan piedad de un pobre imbécil que aún cree
en estas tonterías! ¡No sean ustedes como yo! ¿Pero qué he hecho, Dios mío?
¡Estoy perdido, perdido para siempre! ¡He regalado mi fortuna a mis lectores!
¡Seré idiota!
Otra P. D.: Les diré la verdad. Todo es mentira, pero no me crean tampoco
ahora cuando les digo que todo es mentira. No me hagan caso. Huyan. Tengan
cuidado, estas cosas son contagiosas.

157
MI ALMA GEMELA

MI alma gemela son las gallinas. Ahora sé que las dulces, las abnegadas
gallinas tienen las mismas, si no visión, audición del mundo que yo. Como yo,
son sensibles a las músicas dulces armónicas y melodiosas y detestan como yo
los estruendos de los advenedizos de la llamada música popular moderna que
sólo suele ser hermosa en boca de negros.
Yo veía a las gallinas girar rápidamente la cabeza como si hubiesen oído un
grito de ultratumba, con sus ojos acribillados de espantos. Ahora he comprendido
que las pobres hacen eso porque no pueden llevarse las manos a los oídos para
escapar del infinito ruido del mundo, porque tienen alas y no brazos. Ahora,
como digo, que yo tengo también los oídos medio e interno delicados como la
mano desfallecida de la duquesa de Guermantes, sé que las gallinas son mis
almas gemelas. Y las comprendo y las acaricio en silencio cuando viajan en el
autobús en su abstraída soledad.
Las gallinas aumentan sus puestas de huevos cuando oyen a Mozart y cierran
sus culitos sensibles, quizás encogidas de pavor, cuando por los cielos atruenan
rocks y pops de tercera. O sea, como yo, que por culpa del ruido tengo los
nervios acústicos y los esfínteres culeros en carne viva.
Las gallinas dejan de ser ponedoras si viven cerca de los aeropuertos o de las
llamadas salas de fiestas. Parece como si se negasen a traer delicados polluelos a
un mundo que les llenará de estupor y que no comprenderán por qué está
decorado con tantos alaridos. Y acabarán por tener cabeza y ojos de gallina y
estarán siempre mirando de reojo a un lado y a otro como un Sherlock Holmes
con tortículis.
Yo, como las gallinas, también ando mirando al mundo esperando siempre el
terrible huracán de los decibelios que producen la vulgaridad y el sadismo de las
personas ruidosas.
Me han dicho que yo no tengo hiperacusia, que no oigo más que ese prójimo
que aguanta feliz la mediocridad y la mala educación de los ruidosos. Yo voy
poco a poco oyendo sólo las voces destempladas sin percibir las armonías que
dicen aún pueblan el mundo.
Por eso, porque sois mis almas gemelas, yo os amo gallinas ponedoras. No os
desalentéis. Me han dicho que el cielo es silencio. Allí nos encontraremos,
queridas gallinas de mi corazón.

158
LO REPITO: SOBRAMOS GENTE

EL otro día, un amigo mío, señalando a una muchedumbre que caminaba al


otro lado de la calle, dijo: “Mira a aquel imbécil.” Yo le pregunté: “¿Cuál?” Y él
respondió con una mirada de odio que me dio miedo: “Da lo mismo: cualquiera.”
esa mirada que brillaba, opaca y turbia, en los ojos de mi amigo la veo
constantemente en los ojos de cuantos se cruzan en mi camino. Son las miradas
de odio, del rencor y del miedo que sienten los que se sienten prisioneros
hacinados en las cárceles y en los campos de concentración; son las miradas de
quienes quisieran todo el espacio del mundo para sí mismos y sólo están
rodeados por el hedor insoportable del prójimo.
Dicho esto, voy al grano: “Debemos matarnos los unos al os otros.” Es
imprescindible y urgente. Si no lo hacemos, acabaremos siendo una hedionda
gusanera llena de larvas amontonadas en sus propias babas y excrementos.
Sigo: para ello es imprescindible que todos vayamos armados con armas de
fuego. Sé que están ustedes pensando que el odio que nos inspiramos los unos a
los otros transformará nuestras tierras civilizadas en un nuevo lejano Oeste
americano. Pues sí, tienen ustedes razón. Precisamente a eso es a lo que iba.
Me explico: nos mataremos los unos a los otros por motivos razonables, para
vengar las ofensas recibidas de particulares, de colectivos o de la sociedad entera.
Quizá desaparezcan de nuestra patria diez millones de personas en un par de días.
Es cierto. Y es triste y hasta penoso. Pero regocijémonos al saber que de esos
diez millones de difuntos, más de seis serán, sin duda, unos degenerados, unos
infames o unos débiles que se merecían ese castigo. La sociedad, como siempre,
saldrá beneficiada grandemente a cambio de una pequeña injusticia.
Es la ley de Darwin. Tarde o temprano tendremos que morir a tiro limpio por
las calles, con cierto heroísmo pequeño burgués, porque morir por culpa de las
epidemias que produzcan nuestra propia degradación es menos digno. Nuestros
descendientes nos lo agradecerán.
La semana próxima estudiaremos con más detenimiento este proyecto. Ahora
tengo que dejarles. Debo guardar debajo de la cama mis reflexiones porque ya se
acerca de nuevo el ATS con la camisa de fuerza. Hoy es sábado y toca camisa
limpia.
Él será uno de los primeros en los que se cumplirá mi anhelo de justicia y de
paz universal. Por eso le consiento lo que le consiento.

159
LLUVIA DE LEYES

UN día, un librero de Nueva York me dijo con lágrimas en los ojos señalando
los infinitos estantes que tenía repletos de infinito número de libros:
—¡Y siguen escribiendo…!
Estamos llegando a la saturación de voces, gritos y palabras. Somos ya seis mil
millones de personas que emitimos una media de cinco mil palabras al día, lo que
conforma una lista de aproximadamente treinta billones de palabras diarias,
aparte las cifras parecidas que vomitan por su cuenta los locutores de las cientos
de miles de emisoras de radio esparcidas por el mundo.
Pues bien, esas cifras aterradoras de asesinos del silencio no son nada
comparadas con las leyes que se promulgan diariamente por las autoridades
civiles y militares de nuestro planeta.
Miles de boletines del Estado anuncian a los ciudadanos de todo el mundo las
nuevas reglas, los nuevos grilletes que nacen para la felicidad de todas las
víctimas de las leyes, las ordenanzas, los decretos y los reglamentos.
¿Cuántos cientos de miles de millones de leyes nos advierten, prohíben,
amenazan, castran con sus fríos e implacables articulados? A veces, en el pavor
que me infunden las leyes vigentes, intento conocerlas y hojeo libros cargados de
jurisprudencia, boletines y órdenes ministeriales, pero es en vano. Salgo del
intento más confundido y temeroso que antes de iniciar la lectura. Cada artículo
de una ley me remite a otro anterior o me amenaza con la promulgación de otro
nuevo. Es como una ristra de salchichas que diera cien mil veces la vuelta, ¡qué
digo al mundo!, al cosmos entero. Se necesitan espacios mensurables de años luz
para cobijar todas las leyes que se han promulgado en este mundo para que la
vida social no chirríe y estalle y nos vuelva, dicen los legisladores, a la barbarie.
Por eso, cuando la portavoz del Gobierno nos tartamudea nuevas leyes para
nuestra felicidad, como el librero de Nueva York gimo mansamente sabiéndome
derrotado:
—¡Y siguen legislando!
Y día a día me voy sintiendo, gracias a los que se ocupan de mi felicidad, más
débil, más diminuto, más vulnerable.

160
EL JUICIO DE SALOMÓN

EN realidad, la historia bíblica del Juicio de Salomón no terminó con la


sentencia del sabio monarca.
El niño se salvó y creció, y veinte años más tarde, parece que ése era su
destino, dos mujeres volvieron a reclamar su cuerpo y, suponemos, su alma. Dos
ardientes y alocadas matronzuelas de treinta años reclamaron, como digo y
repito, de nuevo su cuerpo, y suponemos su alma. Las dos adujeron firmes
razones para que el bello joven fuera de cada una de las demandantes.
Y se tuvo que apelar de nuevo a Salomón, quien, conocida su inclinación a la
tradición, sentenció de nuevo como había sentenciado cuando el joven deseado
era niño.
—Está bien —dijo—, que partan a este bello mancebo en dos trozos y se dé
cada uno de los trozos resultantes de la aplicación de la sentencia a estas dos
apasionadas matronzuelas.
Las matronzuelas, al unísono, exclamaron:
—¿Y cómo nos lo van a trocear? ¿A lo largo o a lo ancho?
—A lo ancho —respondió Salomón—, una tendrá la parte de arriba y otra la de
abajo.
Las ardientes citadas pusieron el grito en el cielo porque las dos deseaban la
parte de las partes propiamente dichas. Negaron aquella solución jurídica, y
Salomón, que era justo y comprensivo, ordenó entonces que se trocease el joven
a lo largo.
Las citadas apasionadas pusieron de nuevo el grito en el cielo.
—¿Cómo? —volvieron a repetir al unísono—. ¿Pretenden ustedes partir en dos
los atributos que nos enloquecen? ¡Ni hablar! Antes que bifurcado, que sea para
ella.
Y se señalaron la una a la otra envueltas en lágrimas. Al ver su dolor, Salomón
propuso una nueva solución: dejar entero el joven y partir su tiempo. Desde el
final del juicio el joven sería, alternativamente, de una y de la otra un mes y otro
no. Las cachondas aceptaron a regañadientes, y así, dice la historia, se inventó la
bigamia para desesperación de quienes siguen esa juiciosa y, al mismo tiempo,
execrable costumbre social que aún perdura entre las gentes civilizadas.

161
¿ESTÁ EL CRIMEN PERFECTO
AL ALCANCE DE LA CLASE MEDIA?

ES triste decirlo: el crimen perfecto no está todavía al alcance de la clase


media. El crimen perfecto es un placer que sólo se pueden permitir los ricos.
Trataré de explicarlo. Dicen los estudiosos que un crimen puede ser perfecto
por sus fines, por la belleza de su ejecución, por sus causas y por su desenlace.
Nosotros, y nos autoriza a decirlo con orgullo nuestra dedicación al estudio de
este apasionante tema desde hace varias décadas, creemos que el crimen perfecto
debe lucir todas las cualidades citadas anteriormente, pero debe destacarse
especialmente por su calidad de impune. Un crimen aclarado, por virtuosa que
haya sido su ejecución, no es un crimen perfecto. Hay, sin embargo, un método
para que no se produzca esa desdichada (desde el punto de vista estética,
naturalmente) circunstancia.
Es fácil, aunque un poco trabajoso. Consiste en lo siguiente: el presunto asesino
debe hacerse una cirugía estética (reversible, por supuesto) que desdibuje los
rasgos de su rostro. Después hará lo mismo con sus huellas dactilares y con su
pasaporte. Y en ese anonimato debe dirigirse a un punto turístico que se halle
situado en las antípodas de la residencia del ejecutante. Llegado al centro elegido
para cometer el crimen, lo hará sin grandes decoraciones que lo distingan de los
crímenes ordinarios que se cometen normalmente en nuestras calles y ciudades,
bien por necesidad económica, bien por odio, bien por venganza o bien por error.
Y a ser posible en un personaje gris, que por ello deja de ser un ser humano, que
viva solitario en las afueras.
Cometido el asesinato se vuelve uno tranquilamente a Madrid vía Honolulú,
San Francisco, Las Vegas, Nueva York, Londres y Logroño. Una vez llegado al
calor del hogar se rehacen de nuevo rostro, huellas dactilares y documentación.
Sinceramente, admítanlo conmigo: un crimen de esta estructura difícilmente
puede ser aclarado. Es un crimen perfecto, que sólo tiene un problema: su costo.
Practicar el lujo del crimen perfecto, ya lo dijimos al principio de nuestro estudio,
es muy caro. Tan caro que no está alcance de la clase media y mucho menos, por
descontado, de la clase obrera, que es seguramente el colectivo más necesitado
de este pequeño placer, que sólo puede ser saboreado por la ociosa clase
pudiente.
Y ya sólo nos queda preguntar: ¿Hasta cuándo va a durar esta injusticia?
Ustedes tienen la palabra, señores diputados.

162
NI SIQUIERA TODOS LOS MUERTOS SON IGUALES

UN día, yendo yo por un cementerio para ponerme al día en eso de que no


somos nada en esta vida, oí a un desarrapado decir cuando contemplaba una
tumba majestuosa con capilla y antesala del Más Allá:
—¡Qué vergüenza! Unos con estos mausoleos de lujo y otros sin morirnos
todavía!
Y pensé: ¡Cuán cierto es lo que dice este desheredado de la fortuna!”, porque
cuando se reflexiona sobre estos temas debemos siempre reflexionar, como
nuestros abuelos, entre exclamaciones.
Bien, dicho esto, estarán ustedes de acuerdo en aceptar que ni somos todos los
hombres iguales en vida, ni morimos de la misma manera, ni la muerte nos
hermana. Todos somos distintos antes de nacer, durante el parto, en la defunción
y en la nada que es lo único que se parece a una utópica igualdad social.
Ahora resulta, dicen esas nuevas gentes que se llaman a sí mismos analistas,
que un niño irakí abrasado con napalm tiene una muerte más humana que un
soldado norteamericano (o español, que también andan metidos en el riesgo)
herido por armas químicas. Y yo me pregunto: ¿Es que mil grados centígrados
son distintos si están producidos por ácidos que si lo están por una bomba
atómica?
Se necesitan cien muertos palestinos para desagraviar a un difunto judío.
Morirán cientos de miles de niños en el Irak (si Dios y Alá no lo remedian) para
vengar a un artillero rubio y blanco o a setenta y tantos marines de origen negro o
puertorriqueño que vienen a valer en el mercado internacional de carne humana
aproximadamente un treinta o un cuarenta por ciento de la carne porcina de un
sajón bien engordado.
Los japoneses han organizado unas solemnes apoteosis propagandísticas por lo
de Hiroshima y Nagasaki, suma de los horrores, según dicen algunos cursis que
olvidan que esos mismos japoneses, en Manchuria, mataron a mano, algunos
días, más víctimas inocentes que los que murieron en las llamadas ciudades
mártires. ¿Por qué? ¿Por qué unos muertos merecen incienso y otros olvido? Por
lo que hemos dicho al principio, es decir, porque ni siquiera todos los muertos
somos iguales. Porque usted y yo, lector, aunque no estemos muertos, hemos
pagado ya muchas letras y muchos plazos para tener el día de mañana una
hermosa fosa común adosada, con gas ciudad y ascensor de subida y bajada.
(Fin de la primera parte).

163
LECTURA Y NUTRICIÓN

HE leído que cada uno de nosotros a lo largo de nuestra vida devoramos


cientos de toneladas de alimentos, de los que extraemos una pequeñísima parte
para nutrirnos y hacernos hombre el día de mañana y cadáveres el de pasado
mañana. Lo demás va no se sabe dónde, aunque el hedor de nuestras ciudades
nos autoriza a sospechar que no lejos de donde vivimos. Podríamos hacer cientos
de consideraciones sobre el valor alimenticio de todo lo que devoramos y de
cuánto de inútil, cuánto de dañino y cuánto de vanidoso hay en el acto biológico
de la deglución, asimilación y expulsión de todo ese colesterol rodeado de otras
cosas con que destrozamos nuestra salud. Podríamos hacer cientos de
consideraciones, repito, sobre este tema, pero prefiero trasladar mis reflexiones a
otro tema también relacionado con la digestión y la nutrición. Es el siguiente:
¿Cuántas toneladas de libros leemos a lo largo de nuestra vida los afortunados (o
los desdichados) que la hemos pasado devorando libros que, como lo que
comemos, se va por los inodoros del espíritu? ¿No pasará con lo que engullimos
en la mente lo mismo que ocurre con lo que engullimos con el abdomen?
Les propongo a ustedes que reflexionen sobre este importantísimo tema y que
lo hagan a ser posible después de una comida ligera y la venturosa lectura de
alguno de los pocos libros útiles que habitan en el mundo. Afortunadamente (y
ésta es una pequeña ayuda que les regalo para hacer menos estreñidas sus
reflexiones), el saber no ocupa lugar. Desgraciadamente, la caca si ocupa lugar.
Quizá sea ésa la gran diferencia entre alimentar el cuerpo y alimentar el espíritu.
Sé que están pensando lo mismo que estoy pensando yo: “¿Y a qué vienen
estas frívolas e inoportunas reflexiones en estas fechas en que tratamos a nuestro
hígado como si fuese el de una oca a medio cebar?” Pues vienen, digo yo, a
darles un consejo: coman menos y lean más. Me refiero, naturalmente, a aquellas
gentes que tienen la fortuna de comer y a los que tienen la desventura de ver los
llamados “culebrones” de la televisión, que es nuestra moderna manera de
hacernos cultos.
No sé si me han entendido. Si no es así, la culpa es sólo mía. El kilo y medio de
caviar que acabo de comerme con migas manchegas me ha dejado desfallecido el
sistema digestivo del cerebro. Otro día será. Otro día les explicaré con más
claridad y detenimiento el sentido de mis meditaciones. Feliz año nuevo.

164
Reflexiones optimistas:

ELOGIO AL CHEQUEO

DOS grandes genios divinos y laicos —Sócrates y Segismundo Freud—


insistieron en decirnos que debemos conocernos a nosotros mismos con la mayor
profundidad posible, hasta los abismos siniestros de nuestra perversidad y de
nuestra ridiculez. Los dos, Sócrates y Freud, desgraciadamente se refirieron
solamente a la psiquis, un subproducto, dicen algunos de nuestra conformación
material. Nosotros debemos dar un paso adelante. O mejor dicho: hacia dentro.
Pero no hacia dentro de nuestras almas o espíritus, sino hacia dentro de nuestros
cuerpos. Dentro de nosotros mismos, donde moran la ordinariez y el milagro,
está también el espejo, desgraciadamente casi siempre oculto, en el que se
reflejan nuestra decadencia y podredumbre.
A veces contemplo a gentes ansiosas que se hurgan un grano, una espinilla con
el recelo de los policías que sospechan un crimen espantoso detrás de una colilla
manchada de rojo —rouge o hematíes— pensando que somos sólo epitelios,
cuando nuestra lozanía y nuestra juventud se manifiesta lo mismo en la piel que
en los entresijos que abrazan las repugnantes materias fecales que fabricamos
incesante para no asfixiarnos en nosotros mismos.
Un día, no hace muchos años, oí decir a un cirujano señalando una espantosa
cicatriz que decoraba el abdomen de un íntimo amigo mío: “Piense que esa
cicatriz es la punta del iceberg y que lo hermoso está debajo.”
Nadie piensa que esa mancha que tanto le afea el cogote es una más de las
infinitas manchas que tiene la parte oculta de nuestra miseria corporal. Nos
damos cremas para disimular en la piel lo que sólo es un testimonio de
degradaciones más profundas en nuestro sistema digestivo. Todos nos vemos
envejecer y pensamos que sólo envejecemos en nuestra parte superficial y
olvidamos que todo envejece: corazón, hígado, recto, retina y hasta el alma, si la
hubiere.
Por eso pensamos el abajo firmante y servidor de ustedes que los chequeos
médicos son una especie de cura preventiva tan necesaria como la visita al
confesor o al psicoanalista.
Por eso no es suficiente. Pronto, si Dios no lo remedia, los hombres irán
periódica y ansiosamente a hacerse autopsias preventivas. Pero también será en
vano. Jamás adivinaremos el futuro con la claridad que lo adivina la muerte que
tiene dos scanners en la siniestra profundidad de las cuencas de sus ojos.

165
ESCRITURA AUTOMÁTICA

ALLÁ por los años veinte, los surrealistas inventaron la escritura automática,
que consiste en escribir, sin ningún tipo de censura ni prejuicios, todo lo que
llega a la mente, que, siempre, aunque parezcan memeces sin sentido, tienen el
sentido oculto de alguna marranada o alguna vileza. Todo ese ingenioso juego
fue inspirado por los estudios de don Segismundo Freud sobre la onmipresencia
del inconsciente.
Freud dejaba vomitar al inconsciente para conocerlo mejor, los surrealistas para
crear su pseudoestética. La práctica de este juego se completó también con
grafismos que sucesivamente dibujaban los surrealistas sin conocer los trazos que
precedían a los que otros habían añadido a otros anteriores hasta formar una
especie de salchicha estética. Lo solían hacer también con frases. A este
sutilísimo juego de sociedad le llamaron “El cadáver exquisito”, que ahora,
pasados los años, parece una acertada definición de los mismos.
Ustedes también saben que hay días en que incluso los más embusteros y
farsantes escritores no se les ocurre nada. Hoy es uno de esos días para mí, así
que me he dicho: “¿Y por qué no dejas que hable tu inconsciente? ¿Por qué no
escribes cuanto se te ocurra? Así diviertes a tus lectores.”
Y me he puesto en trance y vean lo que ha escrito mi mano de notario:
—Me parece que esas sardinas en aceite me han sentado como un tiro. Ahora
sólo falta que se queda embarazada, o peor aún, que tenga Sida. O que ocurran
las dos cosas. Soy un imbécil por no hacer caso a Matilde Fernández. Y a
propósito: ¿a quién se lo pondrá ella? Eso es feo decirlo de una ministra. Te
aguantas. Deja en libertad a tu inconsciente. Y la Prensa, ¿pero qué les ha hecho
la Prensa para que quieran amordazarla? Me aprieta la bragueta. No me lo
explico. El miedo al Sida me he dejado el sexo como a un lactante. Yo quería
mucho a mi madre, pero mi madre ha muerto. Quizá no haya muerto, quizá me
esté esperando. ¡Vaya por Dios! Ahora va y suena el teléfono. ¿Dígame?
Discúlpame si te digo tonterías porque estás hablando con mi inconsciente. Y yo
en la tuya, mamón. Ay, perdón. ¿Eres tú? ¿Que ya te ha venido? No sabes la
alegría que me das, Manolita. ¿Pero no eres Manolita…?
Y ya está, ya he llenado el folio. Hasta la semana que viene.

166
SÓLO SÉ QUE NO SABEMOS NADA

LOS padres han abdicado de su responsabilidad de enseñar a sus hijos la


pequeña sabiduría de lo cotidiano que aprendieron de sus abuelos y que tiene su
origen en aquellos tiempos remotos en los que las gentes miraban a las cosas y no
a la publicidad, como hacen ahora.
Estoy seguro de que a ustedes les habrán sucedido innumerables anécdotas
como las que les voy a contar a continuación y que confirman lo que les he
dicho: Ayer, mi hijo me mostró desolado un par de magníficos zapatos que
presentaban un estado lamentable: estaban torcidos, arrugados, maltrechos y
parecían, con perdón sea dicho, el científico Hawkins ese, conocido por el pueblo
llano por haberse fugado con su enfermera, se ignora para qué. Mi hijo me
explicó cuando le pregunté cómo había conseguido convertir unos zapatos de
veinte mil pesetas en aquel desecho inglés:
—Porque tú nunca me habías dicho que los zapatos no pueden hervirse al
vapor.
—¿Y para qué querías hervirlos al vapor? —le pregunté sorprendido.
—Porque me estaban estrechos y me apretaban.
Pensé que tenía razón y que al próximo hijo que fecunde en mi ancianidad le
colgaré al nacer una medalla en el pecho que diga: “No hiervas zapatos al vapor.
Pregunta antes a tus padres qué debe hacerse.”
Pues bien, cosas así suceden todos los días. Hace poco un amigo me dijo que su
joven esposa le había planchado los pantalones —era la primera vez que hacía
aquella ordinariez— con la raya en los costados, y un médico amigo mío también
me contó otro día que una jovencísima clienta fue con una supuesta sinusitis que
era solamente una imponente acumulación de mocos, porque la joven, explicó la
tal al médico, jamás había sido informada de que había que sonarse de vez en
cuando. Sabía de sinusitis posible y no de mocos ciertos. Así es la vida.
Con razón lloraba amargamente una buena mujer que fue preguntada por su
hija que qué había que hacer al casarse, que ella no sabía nada del matrimonio.
La buena mujer le explicó cómo el amor se realiza dulcemente obedeciendo la
llamada del instinto y que no temiera a la noche de bodas porque, dejándose
hacer, el amor de su esposo cumpliría con los ritos de la naturaleza. La hija, al
oírla, le respondió:
—¡Que no, mamá; que lo de la cama ya lo sé todo! Lo que yo quiero que me
expliques es eso de fregar, de planchar, de lavar la ropa…
La madre me contó entre llantos que al oír aquello rompió en sollozos que aún
le duraban.
O sea, den a sus hijos consejos útiles. Lo malo ya lo aprenden en la calle y en la
escuela.

167
LAS EXAGERADAS EXIGENCIAS
DE MI DIRECTOR ESPIRITUAL

ALENTADO por el sublime ejemplo que nos están dando nuestros políticos
con sus virtuosos y honrados comportamientos políticos, económico y social, la
semana pasada decidí volver a ser honrado como lo fui los tres días que siguieron
a mi natalicio. Y fui a ver a mi director espiritual a quien confesé mis propósitos.
Mi director espiritual, gran conocedor del alma humana y de sus arrebatos y
veleidades, me dijo:
—¿Has visitado primero a tu psicoanalista y a tu endocrinólogo?
Le confesé que no, que no les había visitado, y él, que es un hombre prudente,
me dijo que muchas decisiones como la mía solían ser patológicas y de corta
duración. “Yo aconsejo solamente cuando veo que la decisión es profundamente
moral y firme.”
—¿Cómo la de los políticos contemporáneos?
No me respondió por prudencia y fui a ver cómo andaban mi biología y mi
mente. Los resultados fueron favorables a mi noble propósito. No la patología,
sino la inclinación al bien me aconsejaban tomar la decisión que había tomado.
Mi director espiritual entonces me preguntó si tenía propósito de enmienda. Le
afirmé que sí, que la tenía. “¿Con efecto retroactivo?” —siguió inquiriendo—
“¿Y eso qué es?” “Eso es —me aclaró— que debes estar también limpio de
pasado” “¿Y eso cómo se consigue?” “Es muy sencillo —me explicó de
nuevo—, basta con que devuelvas cuanto has robado y repares todo el mal que
has andado haciendo estos últimos años”.
Tras el diálogo pasado mi valiente decisión sufrió unas inquietantes
taquicardias que se reflejaron en mi corazón. Pedí a mi director espiritual
permiso para pensarlo un par de días, tras los cuales volví de nuevo para solicitar
una rebaja en la pena que él, estricto moralista de los viejos tiempos, me negó y
además añadió que debería estar contento de que no me exigiera devolver
también los intereses devengados.
Hui de su despacho y de su rectitud, y a partir de ahora, en vez de tener un
director espiritual como lo he tenido hasta este fallida conversión a la honradez,
he decidido poner todos mis asuntos del alma en una asesoría. Los hay que tienen
mucha manga y te lo llevan todo por solamente veinte mil pesetas al mes.
O sea, que compensa.

168
¿QUÉ CÓMO LO SÉ?

SÉ que van a preguntarse ustedes cómo es que yo puedo saber que en el


infierno hay música ambiental, si nadie ha vuelto de la muerte ni de su, en la
mayoría de los casos, destino final el infierno.
Pues bien, les diré la verdad: lo sé por pura lógica.
En primer lugar es imposible, lógicamente, que el ser o los seres que
inventaron la música ambiental puedan estar, tras morir, en otro lugar que no sea
aquél, en el que paguen la pena eterna de oír por los siglos de los siglos la misma
repugnante música ambiental que ellos inventaron y propagaron, como una peste
mortífera, cuando estuvieron, para desgracia del mundo, en la tierra.
Sé también que Dante, cuando inventó los castigos del infierno, no habló del
círculo satánico donde sufren eternamente esos malvados inventores de la tortura
a que nos estamos refiriendo, porque en sus tiempos no habría sido comprendido,
pero que ahora que anda preparando, en vista de los próximos fin del mundo y
juicio final, la última edición de su “Divina Comedia”, va a hablar de los castigos
que sufrirán tales violadores del silencio.
Y sé que estarán sepultados en un círculo atronador de músicas cursis lanzadas
al espacio a cien mil decibelios y que ellos tendrán que soportar por las
eternidades de las eternidades, amén. Sus alaridos atravesarán los muros
insonorizados que habrán construido los diabólicos guardianes del Averno, que
también padecerán tan miserable y sutil estruendo.
Sé también que Satanás en persona ha pedido perdón al Altísimo por su orgullo
(el de Satán) y que quiere volver al cielo para gozar de su silencio, pero Dios no
le ha perdonado por una sola razón: “Por haber sido capaz también él (Satán) de
instalar música ambiental en los infiernos”. Sé muchas cosas más sobre este tema
que está volviendo loco a la humanidad entera, pero me callo para no
convertirme yo mismo en un ser tan pesado como la música ambiental que nos
persigue y no cesa ni de día ni de noche en parques, ni en ascensores, ni en
oficinas, ni en esperas telefónicas, ni en trenes, ni en aviones, ni en cuartos de
baño, ni en despachos de ministros y ni en los honrados y ultrajados laberintos de
todos los oídos humanos.
Sé todo eso y lo más triste de todo es que no sé cómo remediarlo. Extirpar la
música ambiental del mundo va a ser más difícil que erradicar el Sida creciente.
Estamos perdidos. Al menos las personas sensibles como usted y como yo,
querido lector amante del silencio.

169
CABEZAS DE RATÓN

CIENTOS de reyezuelos y presidentecitos, desde su engreimiento y su


ingenuidad, prefieren ser cabezas de ratón que colas de león, como aquellos
antiguos jefes de tribu que luchaban contra los imperios y morían orgullosos de
su coronada cabeza ratonil, que casi siempre caía segada, tarde o temprano, por
la cola-guadaña de los verdaderamente poderosos.
Ahora los modernos cabeza de ratón son diferentes de aquellos cabecillas
antiguos que vivían y morían con la lanza y el orgullo en la mano. Ahora los
imperios, los leones, además de cola tienen tentáculos que estrangulan fácilmente
a quienes se enfrentan a su poder. Ahora los cabezas de ratón se despiertan
angustiados y llaman a sus ministros de Asuntos Exteriores para que les
expliquen qué pasa por el mundo; pobres ministros que, no menos angustiados,
consultan a sus embajadores, quienes les informan lo que han podido oír y ver
por la televisión o leer en la Prensa aquella misma mañana. Así se encuentra el
cabeza de ratón de las decisiones que los poderosos ya han tomado por él y que
él deberá obedecer ciegamente si no quiere que la cola del león le aplasta la
rabadilla si se decide a pensar o a actuar por su cuenta.
Los modernos cabezas de ratón, ante la cola de los leones, son ingenuos
lacayos que se inclinan con reverencias, que ellos imaginan cortesías de igual a
igual, cuando el Rey de los Animales, o sea, los Estados Unidos de América, les
tutea con el distante “you” que finge unir esclavos y aliados, finales de cola y
dientecillos de roedores coronados democráticamente o no.
Los pobres cabezas de ratón contemporáneos se suelen enterar por becas ajenas
de lo que creen ser sus propias decisiones y que no son más que órdenes que
brotan en el agujero de la poderosa rabadilla donde nace la cola de león.
Ya no hay, como se habrán dado cuenta ustedes después de leer mis reflexiones
políticas, cabezas de ratón. Ahora todos somos unos pobrecitos mandados,
dueños solamente de una papeleta de voto que además cualquiera sabe cómo va
ser tratada en el democrático recuento.
No somos nada, ni siquiera rabo de ratón, y sólo nos queda el viejo consuelo
que tenían nuestros antepasados cuando imaginaban que todos los hombres
éramos al menos iguales ante la muerte.
O sea, que hoy tengo un mal del día. La culpa, como siempre, la tiene el
aburrimiento del amor.

170
PROBADORES DE SEXO

USTEDES saben que antiguamente los poderosos, los que tenían razones para
temer el odio de quienes les rodeaban, gozaban del lujo de que sus comidas
fuesen probadas por unos gourmets de la muerte que sentenciaban con su
defunción o su salvación la digestibilidad de las comidas.
Pues bien, ese género de exquisitos no ha desaparecido. Aunque ahora son
gentes temerosas de otra clase de muerte existente todavía en algunas fincas de
nuevos ricos gentes que se dedican a probar las comidas que sus señores. Pero no
prueban todos los platos, ahora los magnicidas utilizan poco el veneno porque
prefieren los coches bombas. Esos desgraciados a que me refiero prueban
solamente los platos guisados con setas.
Pero tampoco quiero referirme a estos vestigios de las antiguas grandezas.
Ahora quiero informarles a ustedes que existen los llamados probadores de sexo,
probadores de señoritas que van a ser saboreadas por los poderosos que disponen
de todo, incluso de la capacidad de atrapar una enfermedad venérea si se
descuidan.
La función de estos nuevos probadores consisten, como ustedes se habrán
imaginado, en comprobar el estado de salud de las doncellas o pseudodoncellas
que van a vivir en los harenes temporales de los nuevos ricos. El trabajo es grato,
pero arriesgado porque un altísimo porcentaje de tales trabajadores fallece
escuálido y desfallecido por culpa de los Sida que atrapan en su trabajo, que
debería ser considerado, en su caso, enfermedad profesional.
Los tales fornican como locos y son sometidos más tarde a los análisis
sanguíneos, que corresponden a su riesgo. Si su salud no ha sufrido menoscabo,
la joven probada es usada por los machistas escrupulosamente que han inventado
este nuevo oficio. Sí, sí, las tales son enviadas a los frentes guerreros de Oriente.
Cuento todo esto con cierto desagrado porque creo que hasta el machismo debe
tener un límite. Pero mi deber es informar a los lectores de las nuevas
costumbres. Creo, y concluyo con esta última información, que existe el proyecto
de que la Seguridad Social cree instituciones parecidas para preservar al pueblo
de esa plaga que tan cara resulta al contribuyente que es quien acaba por pagar
los tratamientos de los pacientes con enfermedades venéreas. Para todos ellos
pido a los cielos lo que se suele pedir, y que desgraciadamente, en estos días en
que mi arteriosclerosis está agudizada por los cambios climáticos, bélicos y
militares, lamento no recordar. Se me ha ido al Santo cielo.

171
LOS VOTOS CONTEMPORÁNEOS

AQUELLOS votos de los antiguos santos varones que elegían la senda de la


pobreza, la castidad y la obediencia, han pasado al museo de los objetos y
costumbres curiosas de Boston, donde reposan en una vitrina sin ningún cerrojo
de seguridad porque se tiene la certeza de que nadie se va a llevar esos objetos
inservibles.
Ahora, el pueblo entero, siguiendo la ejemplaridad de sus maestros políticos,
económicos e intelectuales (y señoras, respectivamente), han hecho votos de
lujuria, riqueza y desobediencia. De ahí su angustia y sus desazones inguinales,
inversoras y las propias de su soberbia.
Todas las clínicas, dicen, en las que se aborta o se da a luz, están repletas de
parturientas jovencísimas, hijas de aquellas madres que hace años, cuando eran
jóvenes, iban a los guateques sin braguitas por si lo de guateque significaba lo
que ellas imaginaban y esperaban con impaciencia. De aquellas madres
temerosas han brotado estas nuevas madres prematuras, dicen los sociólogos y yo
lo repito con credulidad, porque desgraciadamente carezco de experiencia
suficiente para opinar sobre las quinceañeras como se las llama ahora. A estas
jóvenes tentaciones las conozco por las estadísticas, no por sus carnes pecadoras.
El voto de riqueza es más difícil de alcanzar. Desbragarse en la adolescencia y
ponerse el “pónselo, póntelo”, es fácil. Hasta las autoridades lo aconsejan, pero
hacerse rico, sobre todo honradamente, es harina de otro costal. La competencia
es dura y los nuevos ricos, advenedizos a las monterías, vuelven del campo con
sus gigantescos zurrones llenos de millones de contratos. La escopeta y los rifles
de mira telescópica la utilizan mas para dejar fuera de combate a la competencia
que abatir piezas menores.
Y el voto de obediencia se ha transformado en un libertinaje de los modos
sociales que deja pasmados a aquellos pseudoizquierdosos (el paso del tiempo lo
ha demostrado) que jugaban a las cuatro esquinas con los grises mientras leían
los versos enanos de Mao. Ahora nadie quiere obedecer a nadie y lo único que se
busca es el olvido de una sociedad que hiede, que si viviera Hamlet entre
nosotros no podría decir, ahogado en arcadas, aquello de lo mal que olía su país y
lo del ser o no ser.
Y esto es todo lo que quería decirles a ustedes en esta tarde de dieciocho mil
toneladas de bombas caídas sobre Bagdad, en la que escribo sin una quinceañera
que me pase la hoja, un duro que alivie mis deudas tributarias y unas
articulaciones ligeras para romper las instituciones de una patada. Vivo, a la
fuerza, lo confieso, en los blandos brazos de la virtud. ¡Ya es mala suerte!

172
LA CONCUPISCENCIA, SATÁN Y LAS MOSCAS

LOS místicos, nuestros amados místicos, temían más a las moscas que al
diablo. Ellos sabían que el diablo huye avergonzado cuando intenta tentar a un
virtuoso en uno de sus éxtasis y que basta una mirada de desprecio, quizás una
mirada de amor compasivo hacia la ingenuidad de Lucifer, para que éste huya
como alma que lleva al diablo a sus despachos del Averno.
Con las moscas es diferente. Una mosca vuela ajena a cualquier intención
malévola, desconoce las tentaciones y no quiere ofrecer a los virtuosos jóvenes
hermosas y lascivas, ni poder, ni glorias vanas, ni placeres en general, es decir,
los que están al alcance de nuestras manos en los grandes almacenes. Una mosca
vuela, va y viene y nos estorba cuando más cerca estamos de la presencia de Dios
o de la inspiración profana. En esos momentos la maldita mosca se acerca a la
comisura de nuestros labios y de allí trepa y corretea por nuestras mejillas hasta
los lagrimales de nuestros ojos para chuparnos el jugo de las pocas lágrimas que
somos capaces de verter los secos y pobre mortales contemporáneos, y de allí
volar, ahuyentada por nuestro manotazo, hasta el limpio folio donde esperábamos
escribir la reflexión que iba a producir la admiración del mundo de los justos y la
consternación de los despreciables.
Así es nuestra vida. Las grandes tentaciones son sólo fantasmas que
desaparecen en cuanto apagamos la televisión y se esfuman las mujeres
esplendorosas que se entregan a los señores clientes abiertas de amor desde las
ingles al entrecejo superior por conseguir la caída en la tentación de la compra de
una lavadora automática, unos espaguetis congelados o un coche con espejo
retrovisor automático.
Las moscas y otros seres infectos, los virus, los hongos, los protozoos nos
distraen más de los grandes pasatiempos que las antiguas tentaciones que, al
parecer, tanto espantaban al virtuoso San Antonio.
Un escozor producido por las cándidas albicans nos alejan más de la
concupiscencia que la voluntad de no caer en los pecados que nos ofrece el
diablo disfrazado de adolescente en pelotas.
Y no digamos el Sida. Pero de eso hablaremos la próxima semana.

173
EL AMOR AMORTIZADO

DON Sigmundo Freud, a quien el autor de estas líneas profesa una admiración
sin límites, escribió una vez a su amigo Fliess:
—Yo ya he amortizado mi matrimonio.
Esta frase la escribió Freud cuando aún estaban en pleno apogeo sus facultades
físicas. Rechazó, pues, la sexualidad con plena conciencia de lo que hacía, casi
con las frías maneras de las costumbres empresariales.
Sus palabras nos conducen a una cuestión importante: “¿Cuándo debemos
considerar necesario amortizar nuestro matrimonio?” “¿Cuándo un matrimonio
debe considerarse ya prescrito de sus antiguas finalidades, bien reproductivas,
bien placenteras?”.
Hemos consultado un libro que trata de estos temas y reproducimos sus sabias
palabras que hablan de la amortización empresarial. Dice así: “La amortización
es la constatación contable de la pérdida de valor de los elementos que se
amortizan”, y que pueden ser, en el tema de nuestro estudio, masculinos o
femeninos. Los fines de la amortización matrimonial serán, pues, los siguientes:
—Reflejar contablemente la pérdida de valor de los bienes que se amortizan, en
este caso el esposo o la esposa.
—Conocer en todo momento el valor neto de los restos que quedan del
matrimonio tras las amortizaciones anteriores.
—Repartir durante los años de vida útil que quedan los despojos matrimoniales
que se amortizan del coste producido por la depreciación de los mismos.
—Detraer de las antiguas satisfacciones conyugales la parte correspondiente de
amortización que, compensando la pérdida del valor erótico ya inmovilizado,
haga que el valor del matrimonio (solamente en caso que no se desee la
separación, el divorcio o el asesinato) haga que el capital de la empresa, por lo
que respecta a esto, permanezca constante (es decir, evitar la descapitalización
del vínculo sagrado).
Creo que hemos actualizado el profético pensamiento de Freud, que en tantas
cosas se adelantó a su tiempo.
Sólo nos resta añadir que es aconsejable para realizar las tablas de amortización
matrimonial anual utilizar los medios informáticos que la ciencia moderna ha
puesto a nuestro alcance. Con un simple ordenador personal (PC) podrá usted
hacerlo cómodamente en su propia casa, al lado de su cónyuge depreciado.
Y sólo nos queda agradecer a ustedes cordialmente el agradecimiento que
leemos en sus rostros tras haber leído las informaciones a las que nos estamos
refiriendo.

INSOMNIO Y CULPA
174
HAY mucha gente, como ustedes saben, con problemas de sueño. Gentes que
no duermen nada, o que duermen poco, que duermen con pesadillas angustiosas,
y gentes que se pasan toda la noche con los ojos abiertos mirando la oscuridad
que frente a ellos no impide que contemplen terribles fantasmas interiores que les
roban al serena paz del sueño de los justos. Son enfermos del sueño, terrible
enfermedad que puede tener un origen físico o un origen psicológico y que deben
ser curados con tratamientos distintos, según sea la etiología de su mal.
Hoy vamos a ocuparnos solamente de aquellos insomnes que no pueden dormir
por su mala conciencia y que pueden dormir por su mala conciencia y que
pueden ser también de dos clases: aquellos cuya conciencia sea exageradamente
escrupulosa y no se merezcan la tortura de sus autorreproches, y aquellos otros
que sí los merecen y no se los hacen porque son unos marranos, unos
prevaricadores y unos hijos de perra. Hoy, matizamos, vamos a ocuparnos
solamente de estos últimos, ofreciendo un método analítico que consiste en un
sencillo test que nos mostrará si el insomnio tiene su origen en la moral o en la
abyección.
El test es muy sencillo. Una mañana, nada más levantarse, el paciente debe
llamar por teléfono a un desconocido y anunciarle que su hijo acaba de fallecer
en un accidente de tráfico; después abofeteará a su santa esposa (o presunta santa
esposa), acusándola de haber cometido adulterio con un enano giboso lleno de
eczemas, es decir, de algo muy improbable (aunque, por supuesto, no imposible):
tras la acusación seguirá golpeando a su esposa hasta que sangre por las narices,
los ojos y los oídos, y después, fingiendo una enajenación que no debe sentir,
puesto que el test debe realizarlo lo más fríamente posible, golpeará también a
sus hijos acusándoles de ser hijos de Satanás.
Si es usted el analizado salga a la calle y atropelle, teniendo cuidado de que
nadie contemple su felonía, a una noble anciana y déjala abandonada al lado de la
boca de una alcantarilla que acabará, seguramente, devorándola. Viole luego a
una menor de edad, excepto en el caso de que ella acceda generosamente a la
violación. En ese caso busque a otra más inocente. Y siga así todo el día sus
perversas inclinaciones.
Pues bien, si aquella noche, después de su sadismo y su vileza, duerme usted
plácidamente podemos afirmar que la etiología de su insomnio no nace de su
mala conciencia.
Siga, pues, durmiendo tranquilo y prosiga las investigaciones por otro camino
cuando pase una noche insomne. De estos nuevos casos nos ocuparemos las
próximas semanas para ayudar a la ciencia a erradicar esta terrible plaga que
azota al mundo. Como nota curiosa informamos al lector que un caso típico del
caso analizado es el general Schwarzkopf que dirige las operaciones para liberar
Kuwait de la tiranía de Sadam Husein quien, por cierto, dice la Prensa yanqui,
toma tranquilizantes todas las noches, y no como los generales americanos, que,
tras contar los muertos de sus bombardeos, duermen luego a pierna suelta como
sus víctimas.

175
SONDEOS

HOY en día, es decir, actualmente, sólo se cometen sondeos políticos para


conocer hacía qué pezuñas se inclina el rebaño sumiso de la ciudadanía.
Esto de los sondeos de la opinión pública es como los refrenda, referéndums,
referéndunes o como se diga, en los que sólo se concede al pueblo el voto
democrático cuando conviene al poder, que sabe que saldrá con la suya, por el
bien de la patria, naturalmente.
—¿Por qué —me pregunto a veces— jamás se interroga al rebaño citado
anteriormente si quiere o no quiere que le reduzcan los impuestos y lo hacen
constantemente, cuando se sabe que se puede contar con su balido afirmativo?
Con los sondeos pasa lo mismo. Se sondea solamente para encontrar lo que se
desea encontrar y, naturalmente, siempre con fines políticos, como si la política
fuera lo único que da sentido a nuestras vidas.
Me ha sumido en estas tontas reflexiones el atropello de una pobre anciana en
un paso de cebra que me puso perdido de sangre y orines. Después de la limpieza
de los desperdicios de la pobre víctima, me quedé en el lugar de autos, en el
doble sentido de la palabra, y comprobé por mi sondeo particular lo siguiente:
Un 65 por 100 de los conductores españoles cruzan los pasos de peatones sin
ocuparse de sus legítimos usuarios.
Un 30 por 100 pasan rozando las nalgas de tales legítimos propietarios de la
calzada, insultándoles al mismo tiempo.
Un 4 por 100 son golpeados por los coches que les siguen, que jamás pudieron
imaginar tal cortesía en los pocos animales civilizados que conducen un coche.
Un 0,7 por 100 frena en seco y se disculpa mientras con un gesto despectivo se
saca un moco.
Solamente un 0,3 por 100 de los conductores se detiene para ceder el paso a los
peatones, derecho legítimo que les concede el Código de la Circulación.
(Este sondeo ha sido realizado en un cruce del Barrio de la Estrella, de Madrid.
Las cifras, según amigos míos que han realizado sondeos parecidos en otras
ciudades, son similares a las del resto de España, excepto, justo es decirlo, en la
ciudad de Santa Cruz de Tenerife, donde los conductores son tan corteses y
amables que parecen londinenses.)
Y en éstas estamos.

176
LA VIDA ES SUEÑO

AYER tuve el siguiente sueño: “Yo dormía tranquilamente cuando me despertó


la inmisericorde puñalada sonora del despertador. Me levanté como un autómata,
y como un autómata me lavé, me afeité y me sorbí el café descafeinado de todos
los días mientras oía la radio. Luego fui a la oficina, donde ocupé mi silla de
siempre, leí la Prensa deportiva y ojeé unos papeles y unas cuartillas durante las
interminables horas de mi aburrimiento ministerial. De repente, en el sueño, la
misma inmisericorde puñalada del despertador me volvió a la vida, en la que
entré sudando de angustia y con una zozobra que no puedo describir.”
A tientas, ya despierto, me levanté como un autómata, y como un autómata me
lavé, me afeité y me sorbí el café descafeinado de todos los días mientras oía la
radio. Luego fui a la oficina, donde ocupé mi silla de siempre, leí la Prensa
deportiva y ojeé unos papeles y unas cuartillas durante las interminables horas de
mi aburrimiento ministerial.
Ahora estoy en casa. Ya he vuelto de la oficina y, como siempre, contemplo las
miserias del mundo a través de la televisión. Pronto me acostaré y volveré a
soñar, estoy seguro, el mismo sueño de todas las noches, el sueño terrible, en el
que al final sonará la citada inmisericorde puñalada que me vuelve al mundo para
que, como un autómata, me lave, me afeite y sorba mi café descafeinado
mientras oigo la radio. Y así será por toda la breve eternidad de mi vida. Ese es
mi destino por ser hombre.
No sé cuándo estoy vivo o cuándo estoy soñando. La psicóloga de la empresa
me ha dicho que no me preocupe, que a ella le pasa lo mismo, que ella también
sueña todas las noches que un timbrazo sobrecogedor le despierta y que también
ella se levanta como una autómata, y como una autómata se lava y se peina y
toma un agrio café descafeinado mientras oye la radio. Y que va a la oficina a ver
gente como yo que tiene ese sueño terrible, porque todos, absolutamente todos
los empleados de la empresa en que me consumo sueñan y viven la dramática
historia de la monotonía.
Me he quedado tranquilo con sus explicaciones y a partir de hoy sabré ser feliz
con el destino que los dioses han elegido para que yo tenga ocasión para ensalzar
su generosidad y su grandeza.

177
EL TACTO DESDEÑADO

ÚLTIMAMENTE he tenido la fortuna de ser invitado a comer en casa de


gentes ricas, muy miradas en las maneras sociales, sobre todo en la de la mesa,
sobre la que organizan en sus banquetes hileras majestuosas de cuchillos,
tenedores y cucharas de mil formas y tamaños, situadas jerárquicamente a los
lados y al frente del plato central.
Yo les suelo mirar atentamente para aprender sus extraños ritos y poder ser algo
el día de mañana, y me sorprende ver con qué cuidados y delicadezas engullen
las viandas sin tocarlas, como si estuviesen llenas de miasmas. “¿Por qué —me
digo a veces— se andan con tantos remilgos y, sin embargo, atrapan el pan con
las manos?” Seguramente —me suelo responder— es algún viejo tabú religioso,
pero luego la razón me dice que se come o no se come con las manos, según el
producto que comemos nos las manche, engrase, avinagre o lo que sea. Y
entonces caigo en la última reflexión: “¿Y por qué no nos manchamos los dedos
si esa cursilería nos priva del placer de saborear uno de nuestros más exquisitos y
dignos sentidos, es decir: el tacto?”
Alabamos el color, el olor, el sabor de todo cuanto deglutimos y nos
prohibimos al mismo tiempo sentir en las yemas de nuestros dedos las caricias
que ofrecen muchos alimentos. Sería horroroso comer las uvas con tenedor y es
triste, desde mi modesto punto de vista, no saborear, por ejemplo, la blandura o la
dureza, la suavidad o la aspereza de un buen queso al que no nos atrevemos a
hincarle las uñas hasta nuestros últimos carpos.
El otro día tuve ante mí unas delicadas codornices y después de contemplarme
a mí mismo y ver con qué asquitos comía los delicados, prietos y diminutos
muslos separándolos con cuchillo y tenedor me dije: “¿Pero por qué voy a ser tan
burro que por tontos melindres deje de saborear a mis dedos, a sus yemas
ansiosas de placeres táctiles, ese contacto de piel que engrandece los sabores?” Y
no fui burro y me comí todo con los dedos, con las palmas de la mano, con mis
labios que llené de grasa y me lamí la boca. ¿Por qué no puedo tocar lo que se va
a deslizar entre las groseras epidermis interiores que va a recorrer la pobre
criatura, es decir, la dulce y tímida codorniz?
Tienen la razón los árabes, aunque ahora no se lleve darles la razón en nada, al
comer con los dedos y lavárselos después en diminutos aguamaniles. Hay que
comer mirando, oliendo, gustando y oyendo crujir los alimentos, pero no
olvidemos que debemos también tocarlos como se toca a una mujer cuando se la
ama, se la huele, se la muerde delicadamente donde más cerca esté de nuestra
boca.
O sea, de nuevo, que resumiendo: coman como guarros, porque es lo que
somos por herencia e inclinación.
No lo duden, pruébenlo una vez y contemplarán con alegría que están perdidos;
se sentirán unos guarros al principio, pero habrán ganado para sus dedos el cielo
de los tactos.
De nada y a guarrear.

178
DEL DIARIO DE UN PADRE

19 de marzo de 1991. Creo que de nuevo estoy siendo violento con mi hijo
porque hace cosas que a mí no me gusta que haga. ¿Tengo yo acaso el derecho,
aunque sea mi propio hijo, aunque le haya criado a los pechos de mi esposa
ausente, aunque él y Hacienda se lleven el ochenta por ciento de mis ingresos,
tengo yo acaso derecho, repito, a reprenderle con la severidad con que lo hago,
porque él tiene un concepto de la vida distinto del mío? ¿Debo oponerme
sistemáticamente, como él me reprocha que hago, a todo lo que hace con plena
libertad en mi casa, sí, en mi propia casa, porque ésta es mi casa a pesar de sus
deseos de ser el rey y el señor de nuestro hogar?
Hoy, por ejemplo, no he podido reprimirme y le he dado una bofetada que le ha
saltado todas las muelas del lado derecho de su cara, excepto las del juicio que
todavía no le han salido. Él me ha amenazado, después del golpe, con acusarme
de sádico ante el Defensor del Pueblo. Pero yo me pregunto: “¿Es que debo
consentir lo que ha hecho él conmigo mientras yo dormía? ¿Puedo consentirle
que me grabe a fuego vivo, como si yo fuese un toro de su ganadería, sus
iniciales en mi nalga derecha?”
Seguramente a veces me esfuerzo cuando debiera comprender a mi hijo, pero él
debe respetarme a mí por mi condición de padre, aunque él, cuando intenta
arrancarme mis masculinidades con unas tenazas, lo niegue.
Ayer, después de los duros reproches que le dirigí por querer estrangularme con
las medias de su madre mientras yo dormía la siesta, en un momento de relativa
calma entre los dos, me dijo:
—He decidido vivir solo e independiente. O sea, que ya puedes ir largándote de
casa.
¿Qué hago? ¿Seguir como siempre complaciendo sus mínimos deseos o
hundirle el cráneo con el busto de bronce con la efigie de Freud que tengo en la
mesa del despacho? Es difícil decidir: él es egoísta, lo sé, pero ¡es tan joven!
También yo a su edad, cuando acababa de cumplir lo once años, arrojé a mi padre
por la ventana.
No sé qué hacer, la verdad, que no sé qué hacer. A veces tengo miedo, como
ahora que le he oído cargar su Remington automática y le veo que se acerca
donde estoy yo sentado en mi sillón favorito frente a la telev…
(Fin del diario de un padre.)

179
CINE Y MONTAJE

USTEDES, queridos lectores, que son tan cultos, saben que se dice que el
montaje cinematográfico fue una invención de los soviéticos y que un plano
cobra distinto significado según sea el plano que le procede o que le sigue. Los
teóricos de provincias españoles, o sea, de todo reino, en aquellos lejanos años
del rojerío intelectual hablaban de aquel plano en que una mujer lloraba y que
colocado después de la muerte de su hijito nos llenaba de tristeza y colocado
después de un resbalón del zar nos llenaba de alegría.
Pues así iban las cosas cuando siguieron explicándonos que gran parte del cine
de los zares, que también hacían cosas, fue aprovechado por los bolcheviques
para montar un cine revolucionario y alentador de las masas para la conquista del
nuevo mundo. Y películas pequeñoburguesas, cambiando el orden de los planos,
se transformaban en hermosos cantos a la confraternidad de los pueblos y de los
hombres, hoy olvidada porque las masas están entontecidas de consumismo,
drogas, alcohol, sexo y deudas.
Pues bien: ha habido que dar marcha atrás, y de nuevo aquellos planos de
comedia frívola aprovechadas en las grandes producciones cinematográficas de
la época de Stalin van a ser montadas en verdadero fin: entontecer a los
muchachos de Gorbachov. Seguramente, pronto veremos una nueva y casi
definitiva versión del acorazado “Potemkin” en la que veremos cómo aquel
capitán del “Acorazado que daba a los marineros carne con gusanos lo que en
realidad les daba eran hamburguesas con caviar, que la plebe inmunda que
tripulaba la Armada zarista no podía comprender ni degustar porque sólo sabían
engullir patatas cocidas con coles fermentadas.
Veremos también “La madre”, montada de nuevo según las modas de los
tiempos que vivimos, en la que la madre no sufre por su hijo revolucionario
perseguido, sino porque el tal hijo es un joven conflictivo que se lanza a la calle
en busca de drogas, “rock” y marranas. La madre quiere impedirlo porque anhela
que su hijo estudie el manejo de los ordenadores para ingresar de auxiliar de
tercera en la sucursal del Banco de Nueva York que acaba de instalarse en su
barrio de Moscú.
Pronto nos llegará el nuevo cine ruos-liberal-zarista y veremos cómo nuestra
educación marxistoide y maoísta no ha podido destruir el brillante camino de la
historia hacia la maravillosa retrocultura que nos empuja hacia vaya usted a saber
dónde.

180
DULCE HISTORIA DE AMOR

¿CÓMO puedo amar —a veces me pregunto— a este ser escuálido y decrépito


que merodea a mi alrededor constantemente vigilando todos mis movimientos,
escudriñando mis disimulados gestos, robándome mi libertad interior con esos
ojos de inquisidora que no me dejan que saboree en paz mi soledad y mi
silencio?
Sé que quiere hacerme su esclavo y sé también que es el amor que siente por
mí lo que le impulsa a poseerme, a hacerme un objeto destripado sin secretos
para su enfermiza curiosidad por mi vida interior. Quizá sea su amor lo que más
me irrita de su constante preocupación por mi persona. A veces, cuando estoy
sumido en las profundas reflexiones en que me suelo sumir para intentar
explicarme el sentido de esta enfermiza relación que nos une, oigo sus pasos y
los crujidos de la tarima del pasillo y me hago el dormido para no ver su rostro de
bruja y cómo su cuerpo macilento se acerca a mis espacios para mirarme
fijamente, para palparme casi con sus manos amarillas y huesudas como dicen
que hacen las invisibles almas del purgatorio que nos rodean en los ocios de sus
fines de semana.
Siento por ella un intenso amor cargado de un odio violento que no puedo
controlar. ¡Es tan fea, tan vieja, tan tambaleante, tan indiscreta! A veces pienso
que lo mejor sería huir de este infierno en el que ella es la mayor satanasa,
abandonar todo, hogar, pasado, objetos dorados por la nostalgia, y empezar una
nueva vida lejos de esta covacha inmunda que antes fuera luminoso palacio, pero
no puedo. ¿Adónde voy a ir yo a mi edad, con este cuerpo semiparalítico que
sólo sabe abrir la boca desdentada para tomar las papillas y las píldoras que aún
me mantienen vivo? Soy esclavo de mi ruina física, no puedo huir de la presencia
de esa mujer que ahora, precisamente ahora que mi cerebro maloliente, porque
estoy seguro de que poseo un cerebro descompuesto y maloliente, que ahora,
repito, se acerca para traerme esa medicina inmunda que tengo que tomar para
que mis esfínteres tengan la piedad de no desabrocharse constantemente.
Y cuando haya tomado la abyecta medicina, me limpiará los labios, me quitará
el sudor que abrillante mi frente para depositarme un beso de esos labios
hundidos en la negrura de su boca desdentada.
¿Cómo puedo amar a un ser así, Dios mío? ¿Por qué, Señor, no me devuelves
la juventud que me robaste tan secretamente?

181
EL TERROR

“YO, Secundino Primero, me prometo formalmente en estas frases que escribo


en mi diario secreto, que jamás volveré a ir al cine a ver películas de terror como
ha sido mi costumbre, hasta que he tomado esta forma decisión el día de hoy
después de reflexionar y descubrir que toda mi vida es una película de terror
continuado y que no necesito de fantasías ni ficciones para que la sangre se hiele
en mis venas.
Esta decisión la he tomado por los siguientes acontecimientos que me han
sucedido hoy, a tantos de tantos y mil novecientos tantos.
Por la mañana, cuando me he despertado y he encendido la lámpara de mi
mesilla de noche, he sufrido un pavor súbito al comprobar que una especie de
morsa blanquecina se agitaba entre las sábanas. Temblando y con el aliento
contenido he levantado las citadas sábanas y he comprobado horrorizado que a
mi lado yacía completamente dormida y jadeante por no sé qué extraños sueños
el cuerpo deforme de mi señora. He huido del lecho conyugal y me he refugiado
en el baño, donde otros monstruo me esperaba escondido detrás del espejo.
Cuando me he visto y he comprobado que yo soy como mi esposa, que en paz
descanse en la cama hasta que yo haya huido de esta cueva de pavores que es
nuestro hogar, he iniciado dicha huida.
Al salir de casa cientos de miles de nuevos monstruos me miraban con sus
luces cegadoras y me amenazaban con su odio y sus deseos destructores.
Amanecía, y en la media luz del día que nacía he visto a todos mis vecinos
agazapados tras el volante de sus coches esperando a la víctima inocente que
deseaban devorar. Era yo. He huido al Metro después de dejar mi coche
abandonado, y la escena de angustia colectiva que he contemplado en las
profundidades de la tierra ha hecho que de nuevo se helase la sangre en mis
venas. He llegado tembloroso a la oficina, donde mi vieja secretaria, con una
mirada aviesa y canallesca, me ha dicho: “Llevo ya seis días de retraso y usted ya
sabe por qué. A estas cosas conducen la borrachera que cogimos el otro día en mi
apartamento.” Cataratas de sudor cruzaban mis mejillas cuando un nuevo torrente
de pavor se añadió a las aguas de la citada catarata: Hacienda me citaba para
explicar algunos conceptos de las últimas declaraciones de mis ingresos.
Mi corazón estaba a punto de estallar. Mis pupilas se habían dilatado y a través
de ellas veía los miserables seres infernales que habitan el mundo dispuestos a
devorarme. Entonces fui…
Y suspendo mi diario porque se acerca mi mujer con ese odioso rictus que finge
una sonrisa. Continuaré otro día. Adiós, querido yo. Que la suerte te acompañe.”
Más detalles del diario de Secundino Primero, la próxima semana.

182
PALABRAS LLENAS

EN mis tiempos, cuando los niños de mi barrio andábamos envueltos en mocos


y moscas buscando tesoros entre las basuras, los trabajadores concienciados se
llamaban a sí mismos “la clase obrera”. Habían pasado los tiempos del fervor
revolucionario en el que las turbas de los que vivían de sus manos eran llamados
proletarios. Después vino la guerra y los vencidos fueron dignificados con el
título de productores que les daba un no sé qué de pieza perdida en los engranajes
de las industrias de la transformación y enriquecimiento que se estaba creando
entre oraciones divinas y operaciones mercantiles.
Los ingleses dicen que la palabra es un don que nos ha dado Dios para ocultar
nuestros pensamientos. Yo, desde mi modestia, sin que pretenda ser tan culto
como dicen que son —o fueron— los ingleses, me atrevo a decir que las
palabras, cuando son aire ocultan los pensamientos, pero cuando son
herramientas ocultan los objetos. Todo ser divino, bicho rastrero, producto
natural o elaborado, político o social, cuando es definido por el hombre para su
intercambio y mercadeo se degrada. Las palabras, como las píldoras
farmacéuticas, ocultan en sus bellos colores unos complejísimos contenidos que
casi siempre son utilizados a tontas y a locas por los señores clientes de palabras,
heridos de la fe de los ingenuos, alejados siempre de la verdad y la razón.
Ahora, los antiguos proletarios y productores y trabajadores son llamados
colectivo de asalariados, magnífico sarcasmo que engloba a un colectivo que
tiene insertado en sus carnes un veinte por ciento de parados, palabra ésta que
pronto definirá a aquellos extensos grupos sociales que antiguamente eran
conocidos con el nombre, hoy infamante, de trabajadores; porque hoy, ser
trabajador parece que deshonra hasta a quienes tienen la suerte de serlo, que cada
día son menos.
Antes se temían las palabras vacías; hoy debemos precavernos de las palabras
llenas de falsos contenidos adulterados que sólo sirven para lo que sirven, es
decir, para lo que no sirven. Y ustedes ya me entienden, aunque me imagino que
no, porque yo tampoco sé muy bien qué he querido decir, aunque vagamente lo
sospecho.
En fin, que todo sea por el bien de España y los entes astronómicos.

183
TU VIDA ES UNA NOVELA

SÍ, querida lectora que me lees y pones en duda mis palabras, tu vida es una
novela porque todas las vidas son una novela y la tuya no va a ser la excepción
que confirme la regla.
No pienses que para vivir una vida intensa es necesario que tus padres, después
de arrojarte al nacer en una alcantarilla llena de ratas, resultasen al final ser los
duques de Gallipollis, ni que tengas que ser violada por un marciano al que diste
tu amor inocente confundiéndole con un ternero, no, repito, tu vida está llena de
sentido aunque no seas como las protagonistas de esas novelas de aventuras y de
amor que lees envuelta en lágrimas y en palpitaciones que te cogen medio
cuerpo. Para vivir una vida de novela no es necesario ser espía de los Zares, ni
bailarina del Bolchoi, ni haber sido amante de todos los Kennedy al mismo
tiempo, ni siquiera haber huido a Benidorm un fin de semana con el repartidor
del supermercado próximo, sidótico y drogadicto (el chico, no el supermercado)
que te dejó también embarazada, como tus padres, en otra alcantarilla llena de
ratas, llenas a su vez de piojos. Esas cosas sólo ocurren en los seriales de la
televisión en los que todo es oro falso, caca y corrupción.
Tu sencilla vida de estudiante, tus esfuerzos para encontrar un empleo honrado
y modesto, tu noviazgo con el auxiliar de tercera que compartía contigo la
centralita telefónica en que consumisteis vuestra juventud hasta que os casasteis
y tuviste los tres niños que criaste a tus pechos hasta la separación matrimonial,
que te condujo de nuevo al triste hogar de tus padres de los que te ocupaste hasta
su muerte, también forman eslabones de la cadena de una vida llena de
sensaciones. Eso, te repito, querida amiga, también puede ser una maravillosa
novela si la sabes vivir con intensidad y con gozo saboreando en su plenitud cada
momento de hastío, cada hora de aburrimiento, cada día de depresión, cada año
lleno de la desesperación de no tener dinero para alejar a tu marido de la droga y
el alcoholismo, cada siglo de nada y vacío.
Debes aprender a darte cuenta de que en esos instantes que te digo está la
felicidad, la plenitud de la existencia si sabes verlas en sus aspectos luminosos,
esperanzadores, de comunión en la alegría que emana de la armonía del cosmos.
Y si no piensas como yo, ni me crees y eres ambiciosa, deja el bingo y
entrégate a la primitiva. Sólo ahí podrás encontrar la ocasión de acceder a la vida
que estás soñando.

184
HUIR DEL MUNDANAL RUIDO

ALENTADO por los versos de Fray Luis de León, harto de las miserias de la
vida social y política en que vivía y que herían mi sensibilidad salpicándome con
sus necesidades, egoísmos e inmundicias, he decidido huir al páramo siguiendo
la “senda de los pocos sabios que en el mundo han sido” en busca del silencio y
la soledad que, por fin, no sin esfuerzo, he encontrado.
Y aquí estoy en plena calma, soledad y silencio, como digo, sólo turbados por
la presencia de quienes me ayudan a que no carezca de los mínimos bienes
imprescindibles para lograr mis delicados deseos.
Sólo recibo a las humildes gentes que me proveen todas las mañanas del caviar,
las anguilas, el jamón y los langostinos que preciso para no abusar de mi virtud
exagerada; a los servidores que lavan mi ropa interior de sea natural, a las
jóvenes y generosas adolescentes que vienen a endulzar los momentos de mi
esforzada soledad; a los mensajeros que me traen la Prensa diaria y semanal con
las aborrecibles informaciones sobre las conductas licenciosas de los poderosos
que se creen felices en la corte, y a los generosos mercaderes que me surten
diariamente de perfumes e insecticidas para alejar de mi mansión a estos puercos
bichos que cercan y alteran mis momentos de bienaventuranza.
He huido de las miserias del poder y la vanidad en las que estuve, como digo,
encenegado. ¡Ay, mísero de mí! ¡Ay, infelice!, en los años en que gocé de los
llamados placeres de las grandes ciudades. Ahora el clima es bueno, mis
servidores discretos y mi salud, la propia de quienes vivimos alejados de las
inquietadas que dan la ambición y la soberbia. No estoy arrepentido de mi
decisión, ni jamás volveré a ensuciar mi corazón en las luchas por el poder y el
dinero.
Ya sólo me queda para conseguir la calma de espíritu que mis renuncias se
merecen que se apaguen los escozores que el Don Perignon produce en mis
almorranas y que mi joven sobrina, que todos los fines de semana alegra con su
presencia mi corazón solitario, le vengan esas cosas que demuestran que las
vírgenes no están embarazadas.
Y eso es todo. Aquí, en mi humildad y en la renuncia, he encontrado, por fin, la
paz que necesitaba mi cansado y sensible corazón. Dios quiera que no se
descubran mis últimos negocios.
(Del diario íntimo de quien ustedes ya saben).

185
UN LADRÓN DE MI DORMITORIO

ESTA noche, mientras dormía, unos desaprensivos han entrado en mi casa y me


han robado lo que yo más quiero y estimo: a mí mismo.
Cuando han cometido el hurto, mi señora y yo debíamos de estar
profundamente dormidos, porque no nos hemos dado cuenta del robo, de la
transformación o de la metamorfosis de mi persona o lo que sea, pero por la
mañana, al mirarme en el espejo del cuarto de baño, me ha sorprendido
comprobar que la imagen que me miraba desde el espejo no era la mía, sino la de
un señor bajito, pelirrojo y con gafas, virtudes que yo no tenía hasta entonces. El
tal sujeto me miraba burlonamente y a veces se tornaba la libertad de no
reproducir mis gestos y mis movimientos como era su obligación de sujeto
reflejado. Le he reprendido por sus burlas, y mi sorpresa ha sido mayúscula al
comprobarse que mi voz tampoco era la que yo tenía antes del robo. Hasta
entonces yo emitía unos bellos tonos profundos y acariciadores, y ahora hablaba
como una cacatúa, y además, esto es lo que más me preocupa del cambio,
perfumada por una espantosa halitosis que hasta a mí mismo se me hace
intolerable.
Mi mujer, al verme, ha dado un grito pavoroso y se ha escondido en su cuarto
de baño hasta que yo, dándole pruebas convincentes de que era el de siempre
quien le hablaba, ha salido de su refugio. Con mis hijos ha pasado lo mismo. Me
creen cuando les digo que soy su padre de siempre, pero sé que lo aceptan por el
respeto que he sabido ganarme a lo largo de nuestra vida en común, aunque en el
fondo piensan que soy un usurpador de la imagen de su padre, solo de la imagen,
porque de mi personalidad psíquica y espiritual nada ha cambiado. Tengo las
mismas inclinaciones, los mismos gustos y las mismas ideas políticas de siempre.
Sigo siendo el mismo, pero con distinto cuerpo, con un cuerpo al que poco a
poco me voy acostumbrando y que, lo admito honradamente, en algunos aspectos
es mejor que el que yo poseía. Me canso menos al andar, han desparecido unas
viejas almorranas, que me traían el alma y el trasero en carne viva y oigo mejor
que antes.
Me he hecho un chequeo y mi médico de toda la vida me ha dicho que los
órganos vitales son los mismos que poseía antes del robo: el mismo bazo, el
mismo hígado, el mismo corazón, los mismos pulmones. Solo mi aspecto
exterior ha cambiado, pero gracias a Dios, poco a poco, todos mis seres queridos
se van acostumbrando a mi nueva imagen.
Y un dato curioso: las huellas dactilares son las mismas. ¿Qué ha podido
sucederme, Dios mío? ¿Qué estarán haciendo con el cuerpo que heredé de mis
padres? ¿Qué dirían si me viesen tan distinto a como ellos me concibieron? No lo
comprendo, de verdad, no lo comprendo.

186
LA RESURRECCIÓN DE DIÓGENES
(Crónica urgente)

USTEDES, sin duda, han oído hablar de Diógenes el Cínico, discípulo del gran
Antístenes, que en Atenas y Corinto recorría las calles reprendiendo a los
antiguos griegos —estamos hablando del siglo V antes de Cristo— por sus vicios
y mostrando con su conducta virtuosa su desprecio a las riquezas y su amor a los
pobres. Diógenes salía con una linterna buscando —decía— a un hombre, a un
hombre honrado y digno. Nunca lo encontró, y sin desesperanza volvía todos los
días a su vivienda, que consistía en un humilde barril que tenía aparcado en las
afueras de la inolvidable Atenas de aquellos años que todos los que la conocimos
no podemos olvidar.
Pues bien, Diógenes ha venido a España. La semana pasada se le pudo ver con
su barril y su linterna atravesar el aeropuerto de Barajas para dirigirse a pie hasta
el centro de Madrid, donde, según él mismo confesó a los infames, miserables y
malnacidos periodistas, su presencia era imprescindible por lo que había oído
contar de la capital de nuestra patria, o sea la antigua España.
Pues bien, repito de nuevo, la misma noche de su llegada, Diógenes se dirigió
al centro de Madrid armado solamente con la luz de la caridad y la esperanza que
surgía de su famosa linterna, y esa misma noche también se produjeron los
siguientes acontecimientos: Diógenes fue robado y despojado de su túnica por un
grupo de salteadores de grandes vías, fue violado repetidas veces por varios
colectivos de travestidos, hermafroditas y homosexuales matriculados en un
máster de sexualidad y erotismo contemporáneo, para más inri le despojaron
también de su linterna, la linterna con la que en la antigua Grecia delataba las
ignominias y cobardías de los hombres, y por último fue detenido por error por la
Policía Municipal, que le confundió, a causa de su habitual suciedad, con un
norteafricano recién llegado a España para perfeccionarse en la venta “leasing”
de alfombras turcas falsas.
Diógenes fue puesto al amanecer en libertad. Más triste y cínico
(filosóficamente hablando) que nunca, se dirigió a su humilde barril, que, para su
desdicha, estaba lleno de okupas que le golpearon por especulador y
revalorizador de solares al confundirle con quienes ustedes saben.
Esta mañana, Diógenes, que no ha querido hacer declaraciones a la infame,
malencarada e hija de mala madre Prensa, se ha alejado de nuestra patria
diciendo en voz baja:
—Esto no hay quien lo aguante. Prefiero volverme al siglo quinto.
Quinto antes de Cristo, como saben bien mis cultos y amables lectores. Desde
la desesperación y el desconsuelo les hablo.

187
HUIR DEL MUNDANAL RUIDO

ALENTADO por los versos de fray Luis de León, harto de las miserias de la
vida social y política en que vivía y que herían mi sensibilidad salpicándome con
sus necesidades, egoísmos e inmundicias, he decidido huir al páramo siguiendo
la “senda de los pocos sabios que en el mundo han sido”, en busca del silencio y
la soledad que por fin, no sin esfuerzo, he encontrado.
Y aquí estoy en plena calma, soledad y silencio, como digo, sólo turbado por la
presencia de quienes me ayudan a que a que no carezca de los mínimos bienes
imprescindibles para lograr mis delicados deseos.
Sólo recibo a las humildes gentes que me proveen todas las mañanas del caviar,
las angulas, el jamón y los langostinos que preciso para no abusar de mi virtud
exagerada; a los servidores que lavan mi ropa interior de seda natural; a las
jóvenes y generosas adolescentes que vienen a endulzar los momentos de mi
esforzada soledad; a los mensajeros que me traen la Prensa diaria y semanal con
las aborrecibles informaciones sobre las conductas licenciosas de los poderosos
que se creen felices en la corte, y a los generosos mercaderes que me surten
diariamente de perfume e insecticidas para alejar de mi mansión a estos puercos
bichos que cercan y alteran mis momentos de bienaventuranza.
He huido de las miserias del poder y la vanidad en las que estuve, como digo,
encenagado, ¡ay mísero de mí!, ¡ay infelice!, en los años en que gocé de los
llamados placeres de las grandes ciudades. Ahora el clima es bueno, mis
servidores discretos y mi salud la propia de quienes vivimos alejados de las
inquietudes que dan la ambición y la soberbia. No estoy arrepentido de mi
decisión ni jamás volveré a ensuciar mi corazón en las luchas por el poder y el
dinero.
Ya sólo me queda para conseguir la calma de espíritu que mis renuncias se
merecen que se apaguen los escozores que el Don Perignon produce en mis
almorranas y que a mi joven sobrina, que todos los fines de semana alegra con su
presencia mi corazón solitario, le vengan esas cosas que demuestran que las
vírgenes no están embarazadas.
Y eso es todo. Aquí, en mi humildad y en la renuncia, he encontrado por fin la
paz que necesitaba mi cansado y sensible corazón. Dios quiera que no se
descubran mis últimos negocios.
(Del diario íntimo de quien ustedes saben)

188
UN PANADIZO PROPIO DUELE MÁS QUE MIL AJENOS

CUANDO contemplé en la televisión las inhumanas inundaciones de


Bangladesh, que al parecer (aunque siempre se exagera un poco los males de los
países mendicantes) han arrastrado en su lodo a cientos de miles de inocentes
criaturas. Repito, cuando contemplé las imágenes de la espantosa tragedia
acuática, sentí un ligero dolor, más bien un cosquilleo, en la piel que rodea la uña
del dedo meñique de mi mano derecha.
—Creo que me está saliendo un panadizo —le dije a mi señora, quien, a gritos
me contestó que lo que tengo en la uña no es un panadizo, sino las consecuencias
de la maldita costumbre que tengo de morderme las uñas.
Hoy, en la pantalla de la televisión aparecen lagos de sangre vertidas por las
pobres víctimas de la ira de un cuñado sádico que ha matado a navajazos a la
mitad de su familia sobre todo niños enfermos.
—¿Por qué salen los panadizos?
—Míralo en tu famosa enciclopedia médico-quirúrgica —me ha vuelto a gritar
mi señora mientras se rascaba, como es su costumbre, alguna parte del cuerpo.
Antes de llegar al panadizo me he entretenido en leer lo que dice la
enciclopedia del vibrión colérico, porque en ese mismo momento en la televisión
daban tristes imágenes de los pobres niños inocentes devorados por la fiebre del
cólera en Perú. Es terrible, sí, pero la enciclopedia ha helado la sangre de mis
venas cuando me ha informado que el panadizo es una inflación séptica
(forunculosa) en el tejido celular de los dedos desde donde puede propagarse con
intensidad variable, que hay varias clases de panadizos: superficiales o
subepidérmicos subcutáneos, de las vainas y osteoperiósticos y que su
tratamiento es quirúrgico.
Angustiado he pedido a mi señora que llame urgentemente a un médico de
guardia y que me prepare la muda para mi inminente hospitalización. Pero ella ha
continuado viendo la televisión, donde unos jóvenes delincuentes de Río de
Janeiro agonizaban después de recibir unas alevosas puñaladas justicieras y
brasileñas. Los tales jóvenes delincuentes estaban atados por las muñecas a unas
estacas y en un primer plano de sus manos se podía ver con ira que ninguno de
ellos tenía panadizos. ¡Los muy puñeteros tienen unos anticuerpos más rollizos y
vigorosos que los míos. ¡Resisten a las infecciones que a mí me pueden matar!
¿Es eso justo? ¿Por qué toda esa gentecilla del Tercer Mundo no tiene
panadizos y yo, cristiano, occidental y demócrata de toda la vida, sí?
¿Es eso justo, Dios mío? ¿es eso justo? ¿Qué va a ser de mí, qué va a ser de
nosotros si esto sigue así?

189
EL “TEST” DE LA DECLARACIÓN DE LA RENTA

YO, todos los años, cuando hago la declaración de la renta, miento: pero,
desgraciadamente, no a Hacienda, que —lo sé— tiene mis huellas dactilares
económicas escondidas en un perverso ordenador que conoce mi vida mejor que
mi psicoanalista, mi director espiritual y mi legítima esposa. Yo miento a mis
amigos.
Como se sabe, todos los días, al atardecer, cuando la ciudad deja de mugir
como un toro en la luna llena, todo el mundo habla de los impuestos y de sus
rigores. Yo escucho pacientemente los sollozos y las angustias de mis amigos
contribuyentes y, cuando todos han vomitado sus lamentaciones, digo:
—Yo también estoy desesperado. Este año he vuelto a pagar a Hacienda treinta
y seis millones.
Y entonces empieza lo más bonito. Cuando lo lógico sería que amigos íntimos,
esos que dicen que darían su vida por mí, los que todo lo suyo es mío, aquellos
que sólo desean mi felicidad, palidecen al oírme y luego, sin poderse contener,
brotándoles la ponzoña de la envidia por los ojos, me gritan:
—¿Pero tú cuánto dinero ganas, pedazo de cabrito?
Nadie tiene piedad de lo que pagan a Hacienda los demás. Todos nos
lamentamos sólo de nuestras propias desdichas. Si Hacienda te ha dejado
semidesnudo, tus amigos queridos se desesperan pensando que aún te queda la
otra mitad, que eres un afortunado por poder pagar lo que pagas, que pagas más a
Hacienda que lo que ellos ganan en su oficina, que no comprenden de qué te
quejas, a ellos precisamente, que todas las liquidaciones les salen negativas, y
que Hacienda debería apretar más todavía el pescuezo de los afortunados que
pueden desprenderse de la mitad de sus ingresos sin caer en la miseria.
Luego, cuando les digo la verdad, se tranquilizan un poco, aunque en sus ojos
enrojecidos aún quedan los peligrosos rescoldos de la duda y de la envidia. La
mayoría de las veces esos envidiosos frustrados acaban por enviar un anónimo a
Hacienda para incitarles a la inspección. Cuidado el prójimo es mucho peor que
Hacienda. Mucho ojo con ese tipo de bromas porque te juegas el futuro.
Di siempre que Hacienda te devuelve todos los años dinero para que, en vez de
ser odiado y envidiado, seas sólo despreciado por pobre, por no ser nadie, por
imbécil.
O mejor aún, di siempre la verdad, a Hacienda y a tus amigos, y que sea lo que
Dios quiera, que suele coincidir con lo que quiere Hacienda.

190
LOCO DE PAGAR

“YO vivo en un océano de dudas porque no tengo la certeza de que el mundo


sea como yo lo veo, en primer lugar porque yo lo veo, en primer lugar porque yo
lo veo según el ojo con que lo miro. Con el derecho veo los colores de un tono
cálido y con el izquierdo de un tono frío. Y además de ver los colores de distinta
gama según el ojo que utilice, oigo también sonidos absolutamente distintos
según estire una oreja u otra para oírlos, porque yo, y perdonen estas
disquisiciones científicas, por un oído no oigo los sonidos agudos y por el otro no
oigo los graves. Es decir, la mitad del mundo sonoro no lo percibo por un oído,
por el que sólo oigo estridencias de chatarra y “rock”, y la otra mitad sólo es para
mí un susurro apagado y grave apenas perceptible. ¿Qué es, pues, lo que yo oigo
por mis pobres orejas, que por cierto tienen también tamaños diferentes? ¿Qué sé
yo de Mozart y sus armonías si por un oído me parecen el rugido de una banda
locos y por otro el gemir dudoso de una adolescente violada?
Estas tontas meditaciones me conducen a reflexiones mayores, a esas que son
casi categorías filosóficas. Por ejemplo: “¿Cómo es mi mujer?” Porque, de
verdad, es impensable que pueda existir un ser como el que yo veo. Sería
demasiado horrible para los seres queridos que nos rodean.
Yo no llego aún al subjetivismo enfermo de aquel personaje de Andreiev que
creía que Moscú sólo existía cuando él paseaba por sus calles. Cuando estaba en
su pueblo, Moscú dejaba de existir, aunque le enseñasen para demostrarlo
fotografías de la hermosa ciudad soviética. “Esas fotografías —decía— fueron
hechas cuando yo estaba en Moscú, es decir, cuando Moscú existía.”
Yo no llego a esas exageraciones, repito; yo soy más modesto. Sé que Moscú
existe, sé que el mundo existe y sé que yo existo, pero tengo grandísimas dudas
de que lo que existe pueda ser tan abominable como a mí se me aparece.
Bien, pero voy a ir al grano, al meollo de estas reflexiones que sólo sirven de
introducción a la cuestión importante:
—¿Existe el Ministerio de Hacienda? ¿Es razonable que exista algo que sólo
sirve para que yo le entregue la mitad de mis ingresos? ¿Quizá sea Hacienda un
fantasma que sólo existe en mi imaginación y que yo...”

(Del diario de un contribuyente internado en el sanatorio psiquiátrico de X. X.


la víspera de hacer la declaración de la renta.)

191
BUSQUEMOS EL PLACER

EN los llamados tiempos idos, siglo más o siglo menos, solían decir aquello,
hoy en desuso, de “busquemos el placer, que el penar viénese sin le buscar”,
sentencia trágica, simple testimonio de grandes carencias.
Aquellos antepasados nuestros que tanto deseaban y buscaban el placer
debieron estar hambrientos de todo, de pitanza, de refocilos y de demás bienes
materiales tranquilizadores de los instintos básicos, o sea el de conservación y el
de reproducción.
Nosotros, gracias a Dios, tenemos satisfechos generosamente tales instintos.
Comemos como cerdos y como cerdos nos revolcamos en el cieno de la gula y la
lujuria con el beneplácito de las autoridades municipales, autonómicas y
estatales, que por un voto son capaces de bailar la danza del vientre con el
trasero. Ahora todos somos glotones y consumistas, y pasa lo que pasa, que
hemos acabado por tener que huir del placer porque tras él viénese el penar, pero
no sin le buscar, sino atraído por nuestra molicie y desenfreno. Ahora, tras los
banquetes llegan las procesiones punitivas de ácidos úricos, de colesteroles, de
transaminasas irritadas que nos obligan a volver a las austeridades bíblicas y
presocráticas. Hemos cambiado. El placer, como decimos, nos trae divertículos y
amenazantes mutaciones del recto. Ya no los dioses ni los moralistas, sino los
intestinos nos inclinan a la austeridad y a ser frugales.
Y lo mismo pasa con el instinto de reproducción, que ahora, en cuanto una
excreción ajena penetra en nuestro cuerpo por alguno de los críticos que
comunican nuestra alma con el mundo, nos desinmunizarnos y se nos salen los
huesos por las órbitas de los ojos.
Hoy, gozar es un riesgo; moderarse, una garantía de supervivencia. Gracias a
ello tenemos la dicha de morir rodeados de enfermeras impacientes por que
desalojemos nuestra cama y por algún bisnieto con coeficiente intelectual
negativo, pero nuestras vísceras están depauperadas por la severidad del tiempo,
no por nuestro abuso vicioso de sus funciones.
En consecuencia, moraleja primera: toda virtud tiene su recompensa. Moraleja
segunda: estas reflexiones carecen de moraleja segunda.

192
LA VENGANZA DE LOS DIOSES

ESTOY seguro de que todos los dioses se han confabulado para que yo no
conozca la felicidad. Todos, absolutamente todos, los verdaderos, los falsos, los
ya fallecidos hace siglos, los que nunca han sido imaginados y esperan en la
sombra que la necedad de los hombres les dé vida y los que ahora mismo no
puedo recordar han decidido que yo sea un desdichado.
Soy feo, viejo, velludo (me salen pelos hasta por el cristalino), deforme y hiedo
por todos los orificios con que mis semidescompuestas vísceras se comunican
con el mundo. Sé que los dioses además de envidia por mi grandeza sienten
también hacia mí el mismo desprecio que sintieron mis padres por aquel feto
maloliente que era yo cuando me trajeron al mundo. No les guardo rencor porque
yo he sentido lo mismo que ellos hacia los cuatro hijos que he enviado a las
alcantarillas al ver que habían salido a sus abuelos. Pero yo, como Prometeo y los
antiguos héroes, me enfrento a ellos, a los dioses, y sigo luchando. Y hasta ahora
siempre he vencido.
Siempre, menos hoy. Hoy, no sé por qué, me he hecho la eterna pregunta que
nos conduce a la nada: “¿Merece la pena seguir viviendo como vivo, envuelto en
la constante ordinariez de la miseria?” Y he respondido que no, que no merece la
pena seguir viviendo en medio de la mediocridad que me rodea y me he
suicidado arrojándome por la ventanuca de la inmunda buhardilla en la que he
malvivido durante toda mi vida, iluminado solamente por la grandeza de Mozart.
Pero hasta la felicidad de la muerte han querido arrebatármela los dioses en los
últimos minutos de mi vida. Cuando descendía por el vacío he oído por una
ventana que la radio anunciaba el número premiado en el sorteo de la lotería
nacional de ese día. Se lo han imaginado ustedes seguramente: ¡Era el mismo
número al que yo durante toda mi vida he jugado, siempre en vano!
Ahora yacemos, yo y el décimo premiado, en el patio de la casa,
ensangrentados como unos perros sarnosos apaleados. Mi fortuna, ya inútil,
asoma por el bolsillo trasero de mi pantalón reventado por el golpe que me los ha
bajado hasta los tobillos.
Cuando vengan a recoger mis tristes escombros descubrirán, al verme
descalzonado, que en la rabadilla tengo rabo.
Así mueren los hombres que se enfrentan a los dioses.
Y yo me pregunto: “¿Dónde está la justicia?”

193
SEÑOR JUEZ: HOY HE ESTRANGULADO
A MI POBRE DE CABECERA

YO, señor juez, soy de manso y piadoso corazón y doy a todos los pobres que
se cruzan en mi camino parte de mis riquezas y de mis lujos: consejos, monedas,
abalorios y direcciones de viejos clubes de suicidas.
Gracias a mi magnanimidad, muchedumbres de elementos individualizados del
colectivo de ciudadanos desfavorecidos por la Primitiva y similares esperan a que
yo aparezca tempranito camino de mis paseos matinales. Yo les arrojo los restos
de mis festines, que ellos atrapan en el aire con sus piquitos abiertos mientras
aletean como locos, como gallináceas de corral.
Un día, a instancia de las autoridades locales que se alarmaron de los alborotos
que se organizaban por mis actos piadosos, abandoné la chusma de infectados y
elegí a unos de ellos como pobre de cabecera, es decir, volví a las antiguas
costumbres de la nobleza a la que pertenezco por parte de mi señorita madre,
rama adúltera.
Pues bien, señor juez, mi pobre de cabecera vivía plácidamente a mis expensas
sin apenas obligaciones: cortarme las uñas de los pies, leerme las esquelas que
aparecen en la Prensa, sajarme mis pupas veneras, acudir a votar en mi nombre y
demás actos sociales de la clase a la que pertenezco, gracias a las costumbres
licenciosas de mi señorita madre, rama adúltera, como le dije.
Otrosi, señor juez. El tal afortunado mendicante poco a poco se ha ido subiendo
a la parra hasta conseguir el título de Ayuda de Cámara y Pobre manumitido de
Cabecera con Seguridad Social, jubilación a los cincuenta años, vacaciones
anuales reglamentarias y derecho social a cohabitar con mis sobrinas los días que
me visitan en las celebraciones de mi fiesta onomástica.
Últimamente, el tal insaciable exigió que cambiásemos de lecho, porque mi
cama es de ciento cincuenta centímetros de anchura y la suya sólo de diecisiete.
Yo me negué en nombre de la nobleza de sangre de mi señorita madre, rama
adúltera, como dije, y él me vejó y me ofendió recordándome mi pasado. Yo, en
defensa propia, le estrangulé con mis propias manos que antes habían separado
de mis intimidades las suyas obscenas, porque también intentó propasarse.
Y eso es todo, señor juez, la semana que viene le informaré de la institución
oficial a la que he enviado los restos del tal insolente disfrazado de
cadáver-bomba.
A estos extremos nos conduce la nueve línea liberal del partido que engolosina
a quienes deberían seguir viendo felizmente como hasta ahora con el maná de las
ayudas sociales.
Consecuencia: no debemos privatizar la caridad.
Nos vemos, señor juez.

194
UN ABUSO A ERRADICAR

LAS feministas, que deberían llamarse por sus conductas sociales y personales
hembristas, protestan por el infame uso que se hace del cuerpo de las mujeres,
exhibiendo sus nalgas y demás aditamentos ornamentales en hebdomadarios del
género puerco-estético en posturas incitantes y provocadoras.
Servidor, humilde machista de toda la vida, piensa que tales damas exageran
sus quejas. Todas las mozas que se despelotan lo suelen hacer voluntariamente,
sin estar empujadas a sus decisiones por imperiosas necesidades económicas. En
España, nuestras jóvenes, maduras y casi ancianas se desnudan solamente
deslumbradas por el hedonismo contemporáneo. Y ha llegado, creo, el momento
de poner fin a este abuso sexual y a este monopolio del sexo débil. ¿Por qué
tenemos que ver constantemente los ombligos y alrededores del ombligos de las
mujeres españolas y no podemos ver los de los gallardos caballeros hispanos?
¿Es que sólo son exhibibles las pelambreras y turgencias de las famosas y no las
de los famosos?
Dicho lo anteriormente dicho, he recapacitado sobre esta cuestión y rectifico.
La cuestión no es del género estético, ni del moral, ni del generacional. El asunto
es simplemente económico y la culpa la tiene la famosa codicia de las mujeres.
Son ellas quienes impiden que los hombres se desnuden también y ganar así unas
perras para el día de mañana cuando sus carnes sean tristes flanes tostados y
amojamados.
¡Los millones que reparten todas las semanas las publicaciones
estético-sentimentales-pornográficas deben repartirse equitativamente entre los
dos sexos! Por decreto-ley u orden similar en autoridad y justicia dichas
publicaciones deben exhibir un desnudo femenino y otro masculino
alternativamente todas las semanas. Eso mandan la decencia y la justicia.
El Gobierno tiene la palabra. Y la obligación de dar ejemplo y salir también en
pelotas para admiración de Europa y demás entes autonómicos del Universo.
He dicho. Por veinte millones pasen a fotografiarme cuando quieran, antes, a
ser posible, de que sea demasiado tarde.

195
EL NUEVO INFIERNO

AQUEL antiguo infierno de las llamaradas y los diablos se ha quedado


obsoleto, como se dice contemporáneamente, o sea ahora. En el infierno de
nuestros días ya no hay calderas de brea humeante o satanases pinchando a los
condenados en los genitales y demás inmundicias corpóreas.
Ahora el infierno es un lugar inhabitable lleno de urbanizaciones baratas y de
fétidas industrias sulfurosas que van ahogando con su suciedad y sus vapores
venenosos a quienes tienen la desgracia de cumplir su condena en un lugar que
cada vez está más lleno de gente.
El drama que pronto será tragedia, se agudiza porque ahora al infierno todos
llegan en coche y es casi imposible trasladarse por el viejo recinto donde antes se
podían dar alaridos cómodamente sin molestarse los unos a los otros. A veces,
dicen, hasta se oían de vez en cuando risas que alegraban los tristes siglos de las
condenas.
Ahora llegan millones y millones de muertos neuróticos y angustiados cuya
presencia es mucho más desagradable que los antiguos tormentos que los viejos
condenados añoran con melancolía.
Para mayor desdicha, Satanás, presionado por la Santa Sede, ha accedido a
mejorar sus infernales habitáculos y, naturalmente, lo primero que ha hecho es
instalar una insoportable música ambiental que a los dos o tres siglos de sonar
monótonamente vuelve locos a los pobres condenados, ya de por sí ruidosos por
su cuenta.
En fin, que ni el Señor del Altísimo, en su infinita misericordia y sabiduría,
pudo imaginar cuando estableció el infierno como última y eterna morada de los
pecadores que las torturas iban a ser tan insoportables.
Parece ser que en las Naciones Unidas piensan establecer una comisión para
que vaya proponiendo en que fecha se podría sugerir la posibilidad de una
reunión urgente para resolver este problema que va contra la Carta Magna de los
derechos de los Difuntos. En España el Defensor del Pueblo ha tomado también
cartas en el asunto, o sea que la cosa va para largo. Lo más aconsejable pues,
para evitar esas aglomeraciones es moderarse en el derecho democrático a pecar.
Si pecan ustedes, pequen solo pecados veniales, En el purgatorio al menos no hay
música ambiental y los coches hay que aparcarlos a la entrada.

196
LA MUERTE DEL MAGNATE JAPONÉS

EL comerciante, industrial, empresario, financiero y mecenas japonés, don


Nasiba Torubo, anunció en su cadena de periódicos que vendía más de doce
millones de ejemplares diariamente, que —¡Por fin!, dijeron sus enemigos— iba
a inmolarse a los dioses.
Una gran curiosidad invadió Japón y el mundo entero. Por fin se iba a saber
qué contenían las cajas herméticamente cerradas que Torubo había ido
acumulando pacientemente en su palacio residencial, tan grande y lujoso como el
del emperador del Japón. Eran unas cajas de treinta centímetros de largo por
veinte de ancho y unos quince de alto que el millonario japonés había ido
colocando en toda la extensión de su residencia, envidia de todos los poderosos
del mundo.
En el gran salón central se había colocado una lujosa tarima en la que Nasiba
Torubo iba a celebrar el ritual de su suicidio. Junto a él, y rodeándole, se sentaron
su esposa y sus amantes y concubinas, sus hijos legítimos y los naturales, los
parientes próximos, sus criados y sus empleados, las autoridades locales y las
imperiales, el cuerpo diplomático, los representantes de los grupos financieros
más ricos del mundo y, ya fuera del palacio, a una distancia respetuosa, vigilada
por las fuerzas armadas que protegían la residencia, una masa incalculable de
ciudadanos que querían saber a quién iba a donar Nasiba Torubo el secreto tesoro
de sus cajas.
Por fin entró Torubo vestido con el atuendo de sus antepasados, subió a la
tarima, se arrodilló y con gran solemnidad pidió que le entregasen la caja más
próxima.
Con un gesto grave, la alzó como ofreciéndola a todos los presentes, la abrió
lentamente y luego, con una mirada perdida en el vacío al que pronto irían sus
restos mortales, apretó un botón que emergía del centro de la caja.
En aquel instante se produjo una terrible explosión que fue contagiándose a
todas las cajas, que fueron explosionando una a una con un estruendo parecido al
de los fuegos de los airados volcanes nipones.
El primero en fallecer fue, naturalmente, Nasiba Torubo que se extinguió
reducido a minúsculos trocitos que se llevaron al más allá el secreto de la
sorprendente decisión del comerciante, industrial, empresario, financiero y
mecenas japonés, don Nasiba Torubo.
El resto de los presentes falleció unos segundos más tarde.

197
EL SUEÑO

EN nuestra más próxima antigüedad había dos clases de respetos: el temeroso


respeto a los superiores y el respeto sencillo y cortés con que las gentes se
trataban los unos a los otros.
Aquellos fantasmones poderosos que gritaban sin ruborizarse: —“¡Me ha
perdido usted el respeto!”, ya no dan esas voces. Ahora del furor de la
amenazante apoplejía han pasado al amarillo hepático de los biliosos y resentidos
que sustituyen la voz con el murmullo que dice: “Aplíquese la ley”.
Pero quizás sea más grave aun la desaparición de los humildes respetos que
hacían que las relaciones humanas fuesen amables y mullidas. Hoy todos
reclaman a gritos, a patadas, a codazos su espacio vital que desgraciadamente
coincide con su egoísmo.
Hoy, por ejemplo, nadie respeta el sueño de los demás, estado del hombre
considerado por los antiguos como sagrado, cuando romperlo era tan grave como
descuartizar un feto en un aborto. Hoy no ocurre lo mismo y debemos cambiar,
hay que velar a los que duermen refrenando hasta los deseos amorosos que nos
incitan a acariciar la piel reposada de los que quizá en ese momento están
soñando con nosotros. Proust, que era tan fino, jamás despertó a su prisionera.
Prefería contemplarla en su reposo y descubrir que su amada Albertina tenía el
cuello y el cogote de Agostinelli, coincidencia que su asistenta Celeste Albaret se
negaba a admitir, como era ciega también a las diferencias de los hirsutos
masculinos que visitaban a Proust y al nácar de las adolescentes, que le visitaban
menos y con fines menos pasionales.
Debemos guardar un respetuoso silencio cuando alguien duerme a nuestro lado.
Recordemos que interrumpir un sueño es como crucificar a una mariposa.
Otro día seguiremos hablando de este tema y de los infames hoteles modernos
y de sus no menos infames clientes, gracias a los cuales, y a sus bullicios, no hay
quien repose en un hotel de España, y no precisamente porque los precios nos
quiten también el sueño.

198
TOMARLO A RISA

MI mejor amigo, harto seguramente de mi carácter pesimista e hipocondríaco,


hoy me ha reprendido seriamente y me ha explicado que las miserias del mundo
sólo pueden ser vencidas con el humor, con la alegría, con la risa. Luego se ha
ido arrastrando los muñones de lo que le queda de sus piernas después de que las
termitas le devorasen las pantorrillas y los muslos mientras dormía borracho
perdido. De lejos, mi amigo se ha despedido agitando alegremente las muletas en
el aire antes de ser engullido por una alcantarilla sin tapadera.
Ahora, ya avanzada la noche, me estoy partiendo de risa los trozos de mi
cuerpo que han quedado ilesos después del derrumbamiento del techo de mi
oficina. Y me río porque en la clínica donde agonizo no se han dado cuenta de
que les estoy viendo cómo introducen discretamente en la habitación de al lado el
ataúd que está destinado a mis restos mortales. ¡Qué barbaridad! Si no fuera
porque sé que la risa es tan sana para la salud quebrada estaría ahora mismo
llorando a lágrima moribunda al ver el adefesio que me han destinado como
última residencia. ¡Qué ataúd, Dios mío! ¡Parece el despacho estilo español de un
notario de la posguerra! De la risa que me ha dado ver que, además, se han
confundido de talla, que han traído un ataúd que me va a dejar los pies al fresco,
se me han saltado los puntos que sujetan mis aplastadas masculinidades a lo que
queda de mi abdomen.
Es necesario que sepan ustedes que yo pertenezco a la asociación española de
ventrílocuos aficionados y que ahora mismo, cuando mi familia ha rodeado el
lecho donde yazgo con un pie en el estribo del más allá, con la profunda y
desgarrada voz que aún puede brotar de mi pobre estómago despanzurrado les he
dicho sin mover los labios:
—Todos vosotros, acabo de verlo aquí en el infierno, estáis en la lista de
espera. En cuanto quede una caldera vacía vendréis al infierno a hacer compañía
a vuestros antepasados.
A mi señora, del susto, le ha cogido la vomitona de siempre y me ha puesto
perdido de pimientos morrones y callos a la madrileña medio fermentados. De
postre ha debido de tomar fresas con nata o de nuevo se le ha abierto la úlcera
gástrica.
La muy puñetera no se priva de nada ni en estos trágicos momentos de mi vida.
Es como para morirse de risa.
Bueno, ¡adiós!, y perdonen que me despida así, tan bruscamente. Es que me
acaba de dar el tránsito definitivo. ¡Adiós!, repito. Y no lo olviden: “Ríanse, que
esa es la única manera de sufrir dignamente las adversidades de esta puñetera
vida.”

199
ALIENAR LA CULPA

EN mis tiempos, las personas mayores solían decirnos que los enemigos del
alma eran el mundo, el demonio y la carne, y a veces, con carácter particular, se
nos acusaba de tener el diablo en el cuerpo, de ser el rabo del demonio y de
alimentar a una solitaria intestinal que se nos había colado en el alma, alma
creada a imagen y semejanza de alguno de los seres celestiales de los cielos
prehistóricos.
Ahora esas acusaciones, o esos perdones, se han extendido también a los
adultos, ahora nadie es culpable de sus indignidades. La culpa de los vicios de los
hombres, dicen, son su incultura, su pobreza, la injusticia social, la educación
familiar, el llamado régimen anterior, los grandes traficantes de drogas y así
sucesivamente. Cualquier racionalización sirve para que sigamos creyendo en la
inocencia que se supone poseíamos antes de ser expulsados del Paraíso por algo
que ahora daría risa seguramente hasta al mismo Señor de los Cielos. Nadie
admite que descendemos de los más viles batracios y que el gran enemigo del
alma lo somos cada uno de nosotros mismos, que todavía continuamos siendo
unos repugnantes bichejos húmedos y fríos, capaces de cualquier cosa por
satisfacer nuestras heladas pasiones de batracios depredadores, egoístas, lascivos,
parricidas, violadores y lo que me callo.
Nadie admite honradamente que la culpa brota de nuestra condición de
hombres, hechos a imagen y semejanza de las amebas, que son, como se sabe,
unas perversas polimorfas hasta que acaban el COU, según escribió atinadamente
don Sigismundo Freud.
O sea, caballerete autopinchador amante del estruendo inarmónico que tú
tomas por música, o sea, señorita de carnes fáciles que quieres ser famosa cueste
lo que cueste, deja de mirar por las ventanas exteriores buscando excusas a tus
lánguidas ambiciones y mírate hacia dentro, hacia tu feo patio interior y
contempla allí tus pobres ropas puestas a secar y júzgate a ti misma por lo
limpias o lo puercas que las tienes.
Deja de culpar a tus pobres padres de lo que sólo depende de ti y tu futuro será
más bello y luminoso: serás una desdichada o un desdichado de pelo en pecho y
no culparás a nadie de tu miseria interior. No existe la mala suerte, salvo en dos
excepciones singulares de las que nos ocuparemos la próxima semana en el
segundo capítulo de este serial, en el que se analizará a partir de esta semana la
desfallecida moral contemporánea.

200
LOS RASCAMIENTOS

LOS historiadores apenas se suelen ocupar de la forma o el arte con que los
grandes hombres de la antigüedad se rascaban la piel de sus cuerpos. Y es una
pena porque el conocimiento de esos rascamientos nos daría una información que
complementaría los pocos datos que poseemos de la compleja psicología de los
poderosos.
Nadie duda actualmente que Wifredo el “Velloso” se rascaba las ingles de muy
diferente manera a como se las rascaban Viriato, Amadeo de Saboya o don
Niceto Alcalá Zamora, famosos en sus tiempos por el furor con que se rascaban,
especialmente en la intimidad de sus hogares, bien por cuestiones patológicas,
bien por motivos de política internacional en general.
Antiguamente casi todo el mundo padecía irritaciones cutáneas y no eran raros
los casos de sarna entre las mejores familias. Al pueblo se le caía la piel a trozos,
bien por la suciedad reinante, bien por las epidemias o bien por las carencias
nutritivas a que suelen ser en general tan aficionados los pobres. Pero este
estudio no va dedicado a las clases humildes, cuyos sufrimientos carecen de
interés para los estudios históricos, sino a los ricos y poderosos que disponían de
agua, aunque generalmente sólo la utilizaban para ahogar a sus enemigos.
La Reconquista se hizo en gran parte por los grandes rascadores astures y
cántabros, que tenían la piel desollada por la aspereza de las pieles de oso con
que se cubrían, generalmente llenas de parásitos que excitaban a tales nobles
caballeros visigodos y los lanzaba en pos de los árabes de Córdoba que se
rascaban con plumas de pavo real o con las yemas de los dedos meñiques de los
eunucos adolescentes que solían conservar en sus palacios en agua de azahar.
Los intelectuales también se rascan de distintas maneras según sean
intelectuales independentistas, asilvestrados o mansos de pesebre. Pero de esta
fauna casi extinguida y de sus ardores epidérmicos nos ocuparemos con más
detenimiento la próxima semana. Los hay, adelantamos la información a nuestros
lectores, que se despellejan con el furor con que solicitan subvenciones a los
ministros, y los hay que no tienen un pelo del trasero en buen estado.
Pero, como dijimos anteriormente, estos estudios corresponden a la semana
próxima.
No se pierdan el culebrón de rascamientos. El saber no ocupa lugar y ayuda a
triunfar en sociedad.

201
LA DEGRADACIÓN DE LOS HÉROES

LOS héroes se han degradado y es una pena. Los héroes de ahora son más
populares, pero carecen de la grandeza de los antiguos héroes, quizá porque no
descienden de dioses o de diosas en celo que sabían escoger entre lo mejorcito de
los mortales y de las mortales.
Ahora nuestros héroes son simples famosillos minúsculos que brillan con luz
opaca unos segundos para apolillarse inmediatamente en los desvanes de las
hemerotecas. Son héroes de pantallas de televisión y de páginas de sucesos que
sorprenden sólo por sus vicios y sus torpezas.
Ahora son envidiados, pero no admirados.
Los héroes fueron primero semi-dioses: luego, hombres excepcionales, y ahora,
desgraciadamente, sólo carne de noticia sensacionalista. La fama ahora se
adquiere con entrepiernas al aire, con perversiones sexuales y con miserias nada
ejemplares. Una gorda obscena que fornica en público con su perro ocupa las
páginas vacías de las virtudes de las virtuosas, que sin duda debe de haberlas. Un
ladrón bizco y espabilado es la admiración de todos los mentecatos que se tragan
con sus fauces desdentadas las perversiones y banalidades nada ejemplares de
esos pícaros héroes de la popularidad. Un niño drogadicto es más famoso que el
amado niño Juanito, al que ahora se desprecia porque ama las plantas, los
animales, las ciencias, las artes y las letras.
Se acabaron los Hércules y los Aquiles que iban ofreciendo su corazón a pecho
descubierto. Hasta los héroes militares son simples matarifes ocultos bajo sus
condecoraciones que afirman que su misión no es contar los muertos que causan,
sino amontonarlos. Los héroes antiguos vencían a unos enemigos que conocían
personalmente en luchas singulares y enterraban a sus enemigos con respeto
honrando la grandeza de haber sido durante algún tiempo casi iguales. Ahora a
los enemigos se les degrada en las fosas comunes, en las que, desgraciadamente,
muchas veces, se les entierra vivos.
O sea, que, resumiendo, los héroes de ahora no tienen padre ni madre en el
monte Olimpo. No vivirán eternamente; sólo existirán en la memoria de los
hombres que miran distraídamente las pantallas de sus tristes televisiones.

202
LA DELINCUENCIA NACIONALIZADA

EL Gobierno ha decidido dar un frenazo a su política de privatización de


empresas públicas, deficitarias y costosas al erario público, con el fin de
equilibrar la angustiosa situación económica que atraviesa España en los últimos
siete siglos.
A cambio, el Consejo de Ministros ordenará el próximo viernes —han filtrado a
este periódico fuentes generalmente bien informadas— la nacionalización de la
delincuencia española, que pasará a ser la primera empresa estatal del país tanto
por el número de obreros empleados como por el monto de producción, que
podría alcanzar, siempre según las fuentes citadas, la cuarta parte del producto
nacional bruto.
Los delincuentes reciclados en el Estado se acogerán naturalmente a los
beneficios de la Seguridad Social y a cuantas leyes e instituciones vigentes se
dedican a proteger a la clase trabajadora, tanto honesta como delictiva.
El colectivo de delincuentes españoles, a través de su rama correspondiente en
UGT y CC.OO., antes, como siempre, de conocer el decreto que dictará el
Consejo de Ministros el próximo viernes, ha declarado a la Prensa que la
privatización es ilegal y que más que pensar en los aspectos laborales de la
cuestión trata de apoderarse de los ingentes beneficios que produce esta actividad
española considerada por los expertos europeos como una de las mejores
organizadas y con mayores beneficios del mundo y que da de comer a cerca de
diez y seis millones de españoles.
Al grito “Lo que produce nuestro honrado trabajo es nuestro” miles de
trabajadores de la delincuencia se han manifestado por las calles de las grandes
ciudades españolas. Ha habido enfrentamientos con las fuerzas de orden público
a quienes les han arrebatado en los violentos encuentros producidos trescientas
mil carteras, doscientas porras eléctricas, seiscientos pares de calzoncillos y
varias tanquetas que han sido transformadas, se supone, en coches de alta
cilindrada después de cambiarles la matrícula y el número del chasis.
Por ahora el clero ha preferido abstenerse en esta delicada cuestión. El ministro
de Trabajo tampoco ha hecho ninguna declaración por hallarse en ese momento,
ha informado el jefe de Prensa del Ministerio, en el servicio. Seguiremos
informando.

203
¿CUÁNDO ODIAR A LOS POBRES
PUEDE SER INTERPRETADO COMO
UN ACTO DE LEGÍTIMA DEFENSA?

CAÍN es conocido porque de un quijadazo redujo a la mitad el número de


habitantes que poblaban en sus tiempos la tierra. Ahora un hombre carece de
importancia, un hombre muerto es solamente algo despanzurrado y
sanguinolento que nos ofrece la televisión a la hora del almuerzo para que los
vegetarianos recordemos el aspecto de la carne desollada. Ahora el hombre es un
diminuto y fugaz no sé qué, que vive un pseudoinstante en el abismo de las
magnitudes descorazanadoras. Ya no interesa la psicología. Ahora para hablar del
hombre sólo sirve la ciencia de la estadística. Cada uno de nosotros ya no somos
ni siquiera el número de nuestro código de identificación fiscal. Hablamos de la
humanidad como hablamos de las galaxias, los cuáseres y los púlsares. Una
estrella es sólo un punto que brilla no se sabe bien dónde; un hombre es una
partícula que nace, vive y muere en su propio vacío para volver a la nada, útero y
sepulcro del hombre.
Pues bien, estas optimistas reflexiones sobre la grandeza de la condición
humana son el preámbulo de una cuestión ética: “¿En qué momento de la curva
estadística de la caridad humana culmina su cénit y se inicia el descenso que nos
conduce de la limosna a la patada en el culo? Porque, y eso lo saben ustedes tan
bien como nosotros, la caridad tiene un límite: al primer pobre del día lo
compadecemos, el segundo nos disgusta, del quinto nos apartamos con
repugnancia y al décimo lo estrangularíamos sin temor a contagiarnos con el
collar de bubones que decora su pescuezo.
Eso es lo que queremos saber: cuándo odiar a los pobres y agredirlos puede ser
interpretado jurídicamente como un acto de legítima defensa. Y para completar
este dato estadístico necesitamos su colaboración, amado lector. Envíe al
Ministerio de Asuntos Sociales sus experiencias con los pobres informando
especialmente cuando su gozo interior de ser caritativo se transforma en odio,
cuando usted dice por fin: “¡Que sea el Estado quien dé las limosnas, que
bastante tengo yo con dejarme la piel y la mitad de mis entrañas en los picos y en
las garras de los buitres de Hacienda!”
Formalizadas con los datos que ustedes nos envíen, queridos lectores, las
estadísticas pertinentes, serán informados puntualmente en estas mismas páginas
por la dirección general correspondiente (sic). España se merece su amor, no lo
olviden.

204
MI ORDENADOR DE CABECERA

DESDE que mi pobreza y mi familia me han obligado a prescindir de mi


médico de cabecera soy muy desdichado. Ya no tengo con quien hablar de mis
enfermedades, me paso horas y horas en mi silla de ruedas solo, medio
agonizante, intentando explicar a mis hijos y a mis nietos que pasan a mi lado
mis desfallecimientos espirituales, pero no me hacen caso. En cuanto ven que
intento abrir la boca huyen despavoridos de mí en dirección al sillón en que se
adormecen viendo la televisión. A veces, desesperado del desdén de esa indigna
familia por cuya felicidad perdí mi vida, aúllo como un perro aterrado para que
se ocupen de mí, pero es inútil, lo único que hacen es amordazarme y atarme
fuertemente a este maldito sillón comunicado con el desagüe del retrete. ¿Qué
culpa tengo yo de mi incontinencia anterior y posterior? ¿Acaso no les limpié yo
el culito a estos degenerados que me desprecian ahora cuando sólo doy una
imitación de su desamparo infantil que yo cuidé con tanto amor y desvelos?
Intento acercarme poco a poco al armario donde tengo escondidos desde hace
años seis kilos de goma-2 para arrojárselos a estas bestias cuando están comiendo
las cigalas que han comprado con mi herencia, pero no puedo. A mi edad, con
mis miembros superiores medio paralizados, soy incapaz de soltar el freno de
seguridad que han colocado en este vehículo hecho con cajas de frutas.
Ayer, tras un esfuerzo sobrehumano (cualquier esfuerzo es sobrehumano para
mí, que tengo la debilidad y la blandura de un feto de cuatro meses), conseguí
huir de mis ataduras, pero desgraciadamente me salvaron de las alcantarillas
públicas cuando estaba a punto de desaparecer por los tubos del retrete.
Hoy parece que por fin han comprendido mi desesperación y han tenido hacia
mí el primer acto de caridad en su vida, me han comprado un ordenador de
cabecera semiusado que se ocupa de mi bienestar corporal y espiritual. Es bueno
conmigo, me da masajes, me cambia la sonda prostática y a veces, medio
dormido, me escucha cuando le hablo de mi heroico comportamiento en la
batalla de Brunete. Por fin, gracias a Dios, se ha acercado a mí, para ayudarme,
un ser humano. Dios le bendiga mil veces.

205
MACHISTAS POR PARTE DE MADRE

EN este turbio asunto del machismo, en el que los hombres reciben los insultos
y las mujeres las bofetadas, hay un dato que pudiéramos llamar, como se solía
decir en los tiempos de la rojez sentimental, objetivo: las mujeres son las
principales de la existencia del machismo.
Los machistas nacen inocentes e incapaces de distinguir sexos, colores, razas o
clases sociales. Esos vicios nos vienen más tarde, cuando nuestras madres y todo
el tropel de seres femeninos que inundan nuestros primeros y frágiles años de
hombres nos tratan como si fuéramos los príncipes del mundo, cuando al
cambiarnos los pañales elogian y acarician nuestras pililas augurándoles
crecimientos desmesurados que serán, dicen, la admiración de las pobres
mujeres, seres incompletos que son desdeñadas desde su nacimiento por las
mismas mujeres.
El niño es el rey de la casa, el favorito de mamá, el preferido de todos, el
receptor de toda clase de caricias y halagos, el supuestamente más inteligente, el
más fuerte, el más alto, el rival de papá a quien vencerá fácilmente gracias a la
mamá que ya le declaró elegido cuando era un náufrago feliz en su vientre
amoroso y nutritivo.
El niño, más tarde, recibirá los consejos de una madre celosa que le dirá que
venza a las mujeres y se burle de ellas, peligrosas harpías succionadoras, contra
las que tendrá que luchar toda la vida. ¡Pobre del niño sentimental y enamoradizo
porque será derrotado por la agresividad de las mujeres. Será despreciado y
escarnecido por ellas, víctimas y verdugos.
Las madres españolas educan a sus hijos para que durante toda su vida siga
siendo el rey, el amado, el único, el elegido y luego, ¡claro! Ocurre lo que ocurre.
Si no, que me lo digan a mí, que cada vez que pasa a mi lado una mujer sin
deslumbrarse por mi virilidad y mi belleza me derramo en llanto vivo.
¿Verdad que es cierto lo que digo, mamita mía querida, que en paz descansas?

206
LA BELLEZA DE NARCISO

LOS narcisos, como el pobre resto de la Humanidad que les rodea,


generalmente son feos, y algunos hasta repugnantes, pero ellos lo ignoran porque
no quieren saberlo.
El Narciso de la mitología debió de ver su imagen en un río embustero,
¡cualquiera sabe lo que reflejó para incitarle a abrazarse a sí mismo! Para ser un
buen Narciso no es imprescindible contemplar la propia imagen, que siempre,
excepto en muy pocos casos de patología masoquista, amamos aunque no haya
espejos que la reflejen. Los niños, cuando se acarician la entrepierna y sonríen,
son ya unos narcisos aun si conocer su triste imagen de cochinillos a punto de ser
asados al horno. Hasta los más feos, la gente como usted y como yo, querido
lector, en la oscuridad de la noche, cuando yace solitaria en la cama, a veces se
despierta gratamente sorprendida por el contacto de sus propias carnes que
parecen siempre dulces en la sensualidad de la somnolencia. Cuando se siente la
propia tibieza en las sábanas templadas, nuestros miembros (también los brazos y
las piernas), tienen unas sensaciones placenteras que son manifestaciones del
constante narcisismo de los llamados seres humanos. Y a los gatos y los gusanos
y, me imagino, hasta a los mismos virus y bacterias, les sucede lo mismo.
En la calle todos cuantos pasan ante un espejo se miran y pocos son los que no
se sienten complacidos de su imagen, aunque admitan que convendría darse un
pequeño retoque. Los ojos de los que se miran en los espejos buscan siempre la
parte de sí mismos, a veces solamente un trozo, que encuentran hermosa como la
encarnación de la pétrea belleza ideal de los antiguos griegos.
Es curioso advertir cómo cuando nos operan de apendicitis y nos muestran el
guiñapo sanguinolento que nos han extirpado lo miramos con arrobo porque es
carne de nuestro cuerpo, como las parturientas miran a sus sietemesinos como si
fueran Apolos redivivos.
Y es bueno que así sea, y así lo proclamo aunque no sea ésta una cuestión que
me afecte particularmente porque yo tengo la dicha de ser perfecto en una
singular unión de lo apolíneo y lo dionisiaco, gracias a Zeus que me otorgó
generosamente su imagen.
(Del diario de un sarnoso gangrenado desconocido.)

207
YA TODO ES POSIBLE

LES informamos que iba Caperucita Roja por el bosque cuando se le apareció
el lobo, que le preguntó lo que todos sabemos:
—¿Adónde vas Caperucita?
Y ella le contestó, como también todos sabemos, que iba a llevarle la cena a la
abuelita que estaba enferma en la cama.
El lobo entonces le indicó a Caperucita un camino más corto para llegar a casa
de la abuelita, antes de que anocheciese, y él voló por un atajo para llegar a casa
de la abuelita antes que su amada nietecita, es decir, Caperucita Roja, y etcétera,
etcétera, etcétera. ¡Qué les voy a contar a ustedes!
Y así, un día y otro día y otro día, hasta que un último día no apareció el lobo
para preguntarle a Caperucita a dónde iba, lo que trastornó la mente infantil de la
pobre niña.
Resumiendo, que había ocurrido lo siguiente: Caperucita era mucho más astuta
de lo que se imaginaba el pobre lobo y al oír sus consejos iba corriendo a casa de
su abuela por un atajo más corto que el que le aconsejaba el ingenuo animalejo, y
llegaba antes que él. Una vez en casa de su abuelita, Caperucita Roja cogía un
hacha enorme con el que cortaba la cabeza al pobre lobo cuando decía lleno de su
ingenua perfidia:
—Abre, abuelita; que soy Caperucita Roja.
Luego, asesinado vilmente el pobre lobo, Caperucita con ayuda de su abuela,
que no estaba enferma ni nada, lo despellejaba, lo descuartizaba, cogía las partes
más blandas y sabrosas del pobre bicho y las guisaban para el cena después de
arrojar el resto a un pozo.
Y así, un día y otro día y otro día Caperucita y su miserable y degenerada
abuela se fueron comiendo todos los lobos del bosque hasta que no quedó ni uno.
Lo que provocó las sospechas del grupo ecologista local que denunció la
desaparición de los lobos a la Guardia Civil, que inmediatamente se puso en
acción y tras derribar todas las puertas de la comarca descubrió la trama criminal
que les hemos narrado.
Y esto es cuanto teníamos que decirles a ustedes, queridos lectores.
P. E. Naturalmente, como ustedes habrán sospechado, Caperucita llevaba
siempre la cesta vacía, lo que aumenta, por su premeditación, la maldad de la
condenada jovencita que además era drogadicta y corruptora de mayores.
Último aviso: No dejen los cuentos infantiles al alcance de los niños.

208
EL HUMOR NUESTRO DE CADA DÍA

A veces, cuando los llamados humoristas se reúnen para practicar las nobles
artes del coloquio cultural, a veces, repito, o sea, siempre, reciben a bocajarro la
pregunta temida y esperada que dice: “¿Qué es el humor?”.
Los humoristas entonces se callan, mostrando así su ignorancia, hasta que uno
de ellos, el más europeo, lo aclara dogmáticamente:
—El humor no se sabe qué cosa es, pero las investigaciones científicas han
aclarado que se manifiesta especialmente cuando alguien se ríe de sí mismo.
Pero uno de los humoristas, ensimismado, reflexiona sobre las siguientes
cuestiones nacidas de la aclaración citada:
—Sí, es cierto el humor se manifiesta especialmente en esa lección de
humildad que es la risa, que tanto nos ayuda a luchar con dignidad de hombres
contra el infortunio; pero ¿en qué grado de infortunio, en qué grado de intensidad
y duración de la desdicha deja uno de reírse de sí mismo para pasar a las
maldiciones y a la ofensa personal a los dioses que permiten, si no han creado,
ese infortunio? Una jaqueca, por ejemplo, una de esas jaquecas que te ocupan el
cerebro entero, la faz, el pescuezo y se difunde hasta medio tórax, a un hombre
con humor puede inspirarle la frase acertada que provocará la admiración de
quienes la escuchan; pero si la jaqueca persiste y dura, no unas horas o un solo
día, sino semanas, meses, años, la vida entera, ¿quién es el imbécil, por muy
humorista que sea, que todavía tiene fuerzas para reírse? Sólo un perverso, un
masoquista, jamás un humorista nacido para gozar de las grandezas de los
placeres de la vida, su pasión secreta.
Otra reflexión: si a alguien, por ejemplo, de improvisto, en una tertulia, al
señalar al cielo con su dedo índice comprueba que de la yema del tal dedo brota
un pequeño chorrito de sangre, seguro que hace comentarios de los llamados
jocosos. De eso no hay duda. Pero si el chorrito sigue en sus trece y poco a poco
va desangrando al supuestamente gracioso, verán ustedes cómo, pálido y
desencajado, se dirige hacia la consulta de urgencia más próxima, rezando, si es
creyente, y blasfemando, si ha dejado de serlo.
(Lección primera del curso que hoy se inicia en estas páginas sobre el
importantísimo tema que dice: “Los límites del humor y su aplicación en las
artes, las ciencias y el comercio”.)
(Se ruega sigan atentos a la pantalla de su televisor.)

209
LOS TENORCITOS

UN jugador de baloncesto norteamericano ha declarado que el que otro tal haya


atrapado un hermoso Sida heterosexual no debe sorprender a nadie, porque ellos
cestean en los dormitorios tan abundantemente como en las pistas, y luego, lleno
de humildad, ha añadido que en sus cincuenta y cinco potentes años se ha
acostado con veinte mil mujeres, “lo que a mi edad —ha declarado también para
envidia del machismo profesional— significa que he estado en la cama con 1,2
mujeres distintas cada día”.
¿Quién puede ya presumir de Don Juan tras las declaraciones del tal Wilt
Chamberlain, que así es como se llama el insigne garañón negro, capaz, como
también confiesa en sus memorias, de acostarse una tarde con catorce de las
quince invitadas a una fiesta de cumpleaños en la que él era el único varón?
Nuestros famosos Don Juanes Tenorios de toda la vida, desde luego no. Ahora
sólo son unos Don Nadie porque sus antiguas técnicas están obsoletas. Ya no hay
que subir a los palacios ni a las cabañas bajar, ya no hay que derramar lágrimas,
escribir versos, recitarlos después, gemir y deambular por Flandes y por Italia al
final acabar contagiado de alguna de las tres grandes enfermedades venéreas que
amenazan a los Don Juanes de aquellos años: el amor, la sífilis o el infierno.
Chamberlain, el día de la hazaña de la batida de las catorce invitadas, dice
también en sus memorias, a la decimoquinta sólo pudo cantarles el “Happy
Birthday to you”, aunque eso sí, completo y sin que le temblase la voz, y
produciendo en la mozuela que contempló el holocausto amoroso de sus
compañeras, seis o siete, suponemos, orgasmos para mayor gloria del pueblo de
color de los Estados Unidos del Norte de América, donde todos los días se
produce algún milagro.
Y nos preguntamos: ¿son los negros americanos más gallos que los españoles
del siglo XVI, o son las mujeres americanas de nuestros días más gallinas que las
damas de nuestro Siglo de Oro?
Nos llena de tristeza decirlo: en España ya no hay hombres capaces de ascender
a las cimas eróticas a las que ascienden del orangután americanos evolucionados,
aunque podamos añadir para nuestro consuelo que algunas mujeres si suelen
conseguir tan abundantes trofeos como los que consiguen los baloncestistas a que
nos estamos refiriendo.
Algo es algo. Todavía podemos llevar la cabeza bien alta. Aunque sea llena de
cuernos.

210
LA FELIZ TRAGEDIA SOVIÉTICA
(Discurso)

EL hundimiento económico de la Unión Soviética ha llenado de una alegre


consternación a todos los hombres llamados libres del mundo, que llenos de
felicidad han celebrado la catástrofe del derrumbamiento de la utopía leninista
con grandes festejos y derroches (grandes aplausos).
Estos celebradores, que todo lo interpretan desde el llamado prisma del
consumismo, han reducido la gran tragedia rusa a un hecho simplemente
económico sin penetrar en las entrañas de la gran desdicha. Porque la muerte del
marxismo no es solamente el fracaso de la aplicación de unas teorías económicas,
sino un trágico fracaso del hombre (silencio y toses).
Todas las utopías imaginadas y no alcanzadas son derrotas de la Humanidad
entera, que, para mayor sarcasmo, siempre las celebra con grandes fiestas y
suntuosidades (silbidos mezclados con carcajadas).
Suponiendo que la historia del marxismo se hayan cometido las maldades que
cuentan sus enemigos, nadie medianamente dotado para la reflexión puede negar
que algunos de sus principios era justos (gritos del ¡Fuera! ¡Fuera!)
Los primeros revolucionarios iluminados, que tenían una fe casi religiosa en la
bondad del hombre a pesar de que negaban su origen divino, eran unos ingenuos
que tras la primera pasión de los gloriosos días de la revolución proletaria sus
mismos teóricos sucumbieron a la tentación de ser distintos al modelo de hombre
que oficialmente proclamaban para el futuro. Nadie debe, sin embargo, alegrarse
de esa desdicha histórica universal. La historia de la incapacidad del hombre para
ser hombre se ha repetido (silbidos, insultos, pataleos mezclados con gritos de
“¿y qué? ¿y qué?”).
Los proletarios del mundo ya no lucharán por la dignidad de su posición social.
A partir de ahora seguirán luchando, como siempre, con pensamiento
pequeño-burgués para conseguir tener una vajilla de plata como la de sus señores
y el beneficio de sus desperdicios (grandes voces y nuevos pataleos y coces que
impiden continuar al conferenciante).
He dicho (¡Fuera! ¡Fuera!).

NOTA.— Este discurso, adornado con las voces citadas, debe ser leído todas
las noches antes de acostarse a los niños para que vayan conociendo las
complejas disciplinas del humor político. En el futuro nos lo agradecerán.

211
SER MOZART

MIS padres me reprendían porque cuando me preguntaban qué es lo que yo


quería ser de mayor, siempre respondía que no lo sabía. Mi padre, por el
contrario, desde muy niño —me lo confesó un día— ya conocía que su destino
era ser mi padre, o sea, padre de Mozart, pero yo me reía al escucharlo.
Yo jamás tuve la vocación de ser mi propio padre ni el padre de Mozart, hasta
que un día, súbitamente, estando en un repugnante concierto de rock organizado
por la Consejería de Cultura del Ayuntamiento donde yo vivía, una
armoniosísima y cegadora nota en fa sostenido mayor precedió a la aparición de
un bello arcángel persa que me anunció:
“Tú serás Mozart”.
Desde ese momento mi vida anterior fue solamente silencio y olvido. Me alejé
de los placeres, de los amigos, de mis padres, de mí mismo, y día a día, hora tras
hora, dediqué todos mis esfuerzos a conseguir la anunciada y bendita orden de
ser Amadeo Wolfgang Mozart.
La semana pasada, concretamente el miércoles a la hora del Angelus, tras
treinta años de inusitados esfuerzos por cumplir el mandato arcangélico, tan
súbitamente como se me había aparecido el primer anunciador, otro nuevo, más
bello y luminoso que el primero, precedió con su presencia a una luz cegadora
que desgarró el cielo en el que pude leer:
“Lo has conseguido, Hilario. Ya eres Mozart.”
Caí desvanecido y así estuve hasta que otro bello arcángel persa, hermoso y
radiante como el sol, susurró en mis oídos:
“Levántate y ve a anunciar al mundo la buena nueva.”
Eso hice y sigo haciendo. Desde entonces ando anunciando al mundo entero el
hecho venturoso, pero nadie me cree, todos me desdeñan y se ríen de mí y me
quieren llevar a la televisión para que toque la flauta, pero yo no caigo en sus
torpes trampas y mentirosos cebos y sigo lanzando el mensaje casi evangélico
que recibí de los cielos.
Yo sé que soy Mozart y lo demostraré a los escépticos el día de mi muerte,
cuando en una tarde lluviosa y triste nadie acompañe a mi fallecido cuerpo, que
hundido en un humilde sudario será sepultado en el húmedo vientre de las fosas
comunes.
Como te ocurrió a ti, Amadeo.
Firmado y rubricado: Mozart GONZÁLEZ

212
ELOGIO DEL SILENCIO Y
VITUPERIO DEL ESTRUENDO

NUESTRO amado Fray Luis de León, entre otras cosas, dijo aquello de la
descansada vida de los que huyen del mundanal ruido y siguen la senda de los
pocos sabios que en el mundo han sido.
Fray Luis de León dijo lo que yo digo que dijo cuando aún había espacios
puros, limpios de la presencia del hombre que todo lo ensucia con sus ruidosas
exudaciones sonoras, porque España, en tiempos de Fray Luis, apenas estaba
poblada y en los campos sólo se oían trinos y rebuznos, pero no voces humanas.
Ahora Fray Luis no tendría a donde ir, porque todo nuestro territorio nacional,
o estatal, es un puro mundanal ruido, una orgía de músicas, voces y chirridos
capaces de aniquilar cuanta flora y cuanta flora trajeron los siglos. Pronto sólo
quedarán vivos los virus del estruendo.
Si Fray Luis viviera ahora con nosotros, ¿adónde podría ir? Los ruidos
metafóricos, los de la vida de la ambición política y económica, con ser ya
intolerables, no alcanzan todavía los límites de la agresión y la desvergüenza
cotidianas, porque en nuestra patria, o Estado, todo ciudadano se cree con el
derecho a emitir decibelios, porque para eso la Constitución democrática que nos
protege se lo autoriza y consiente, porque es un derecho sagrado constitucional.
España vive en gracia de sonoridad. No hay un solo milímetro de tierra española
en el que no broten incansables voces, gritos, anuncios, choques,
derrumbamientos, discursos o músicas de batería que ni el sensible Fray Luis de
León pudo imaginar en aquellos tiempos de mansedumbre decibélica.
Al parecer, a los españoles les espantan el silencio, la meditación, la serenidad,
la contemplación de los paisajes que no padecen algarabías y sólo son felices
destrozándose unos a otros los tímpanos, los nervios acústicos y el amor al
prójimo. Cree en que el silencio es la espantosa nada.
Fray Luis de León, si estuviera con nosotros, usaría tapones de cera aunque
viviera en un convento de trapenses, porque allí también, por encima de sus altos
muros, cruzaría el tronar de la circulación rodada.
Fray Luis, un consejo de amigo: cuando renazcas a la inmortalidad física pídele
al Señor que no te destine a España, que te envíe a un lugar donde se respete al
prójimo. Allí te estaré esperando yo, naturalmente en silencio. Te lo prometo.

213
LOS DÍAS INTERNACIONALES

ESAS ansias que todos sentimos por tener buena salud nos van a llevar al
sepulcro. No hay día en el que la Prensa, la radio la televisión no nos adviertan y
recuerden los graves riesgos que corren nuestras tristes carnes corruptibles por
culpa de nuestras vidas depravadas y de la voracidad de los cientos de miles de
billones de bacterias, virus, hongos y protozoos que habitan en nuestras entrañas
esperando el momento oportuno para aniquilarnos individual y pandémicamente.
Hace poco nos han recordado los peligros del sida, al que las autoridades
sanitarias le han dedicado un día de fiesta como quien celebra la onomástica de
un Santo Patrón. Pronto, si Dios o el Ministerio de Sanidad no lo remedian, cada
día del año recordará alguna amenaza para nuestra salud y habrá día
Internacional de las Enfermedades Cardiovasculares, día del hígado, día de las
enfermedades degenerativas, de las reumáticas, de las intestinales, de las óseas,
de las articulares, de las amorroidales y así hasta completar entero el calendario,
porque en nuestro cuerpo tenemos amenazas de enfermedades suficientes para
desbordar los trescientos sesenta y cinco días del año.
Antes sufríamos terrores de origen teológico y demoníaco; ahora casi es peor:
nosotros mismos, sin la ayuda de Dios ni del diablo somos carne muerta y
asustada, viva solamente durante los breves instantes que dura nuestra existencia.
Y nos lo estamos recordando constantemente como nos lo recordaban aquellos
sermones que nos infundían el pavor de ser polvo al que volveríamos por los
siglos de los siglos.
La voluntad divina ha sido suplantada por la ministerial, que se empeña en que
todos acabemos nuestras vidas en perfecto estado de salud y sin haber producido
ningún gasto a las instituciones sanitarias del Estado. Ya no podemos seguir
muriendo como Dios manda. Y eso es inaceptable, porque todos tenemos el
derecho constitucional a morirnos conforme a las misteriosas leyes de la
naturaleza. Y nadie debe oponerse a ese leyes, o dentro de poco viviremos todos
hacinados como los piojos vivían en los sobacos de los combatientes de las
recientes guerras civiles de triste recuerdo.
Y si no, al tiempo.

214
REFLEXIONES DE UNA LEGAÑA

LENIN, en los momentos difíciles de la revolución que en paz descanse, hizo


una pregunta que se le ha reprochado constantemente y que dice así:
—Libertad, ¿para qué?
Esa pregunta, extraída y aislada de la complejidad y vastedad de su
pensamiento filosófico y político, desarraigada del materialismo dialéctico que la
sustenta, está en la misma situación en que se encontraría una muela careada
exhibida por un dentista en una feria de aldea que dijera:
—Esto es un hombre.
Las palabras huérfanas, aisladas de la riqueza y de la flexibilidad de los
discursos que las arropan, son abstracciones de dudoso contenido, almacenadas
la mayoría de las veces para su alquiler a turbios intereses que prefiero callar por
respeto a mis lectores menores de edad. Un humorista dijo que la libertad
consistía en decir que la libertad consistía en decir que la libertad consistía.
Me hacía yo el otro día estas deshilvanadas reflexiones mientras me miraba al
espejo. Acababa de amanecerme a mí mismo gris, triste, frío, lluvioso. Eran las
siete de la mañana y me estaban ya esperando impacientes el Metro, la fetidez del
prójimo, el sadismo de mi jefe, la inutilidad de mi trabajo administrativo, los
canales de la televisión, la justificada infelicidad de mi señora, el desprecio de
mis hijos y, allá a lo lejos, la enfermedad, la soledad, la vejez y la muerte.
Yo, no lo oculto y lo digo con orgullo, vivo en Occidente cerca ya de sus
suburbios, en una democracia parlamentaria y constitucional y etcétera, etcétera,
etcétera. (Véanse programas de mano.) Osea que fui injusto cuando me pregunté
al ver mi ruina viviente reflejada en mi espejo:
—Libertad, ¿para quién?
Luego, como ustedes comprenderán, me eché a llorar, me lavé los dientes y me
fui una vez más a mi oficina a sentar jurisprudencia y a enriquecer mis
antecedentes penales veniales.
¿A que ustedes también?

215
EL BUEN MORIR

ANTES, no hace mucho tiempo, cuando se sentía que se aproximaba el fin


particular de la existencia, los cristianos se preparaban para lo que entonces se
llamaba “el buen morir”, que consistía en poner en orden nuestra relación con
Dios, quien, Amantísimo Padre, esperaba a sus hijos pródigos para perdonarlos y
amarlos.
Se reunía la familia alrededor del futuro difunto y le cogía de las manos para
darles ánimos mientras se esperaba la llegada del confesor, que con sus consuelos
espirituales y sus perdones abría las puertas del cielo al pobre agonizador. Todos
solían comentar con admiración y envidia las muertes piadosas de quienes
ordenaban sus almas para, tras el tránsito, regresar a la mansión de la que habían
salido a la vida.
Ahora es distinto. Ahora quienes corren el peligro o el riesgo de morir lo que
quieren poner en orden son los papeles. Las UVIS están llenas de pobres gentes
que piden casi sin voz, no al confesor como antes se solía hacer, sino al asesor
fiscal.
Ahora se teme más abandonar este mundo sin hacer un testamento que
desgrave el máximo, sin ocultar a la esposa papeles y cartas comprometedoras,
que llegar a las puertas de la muerte cargados de pecados. Hoy los pobres
amenazados con la extinción del cuerpo, más que preocuparse de lo que van a
encontrar al final del túnel de la muerte se desvelan por dejar en orden sus
papeles. Antes se limpiaban de pecados al emprender el viaje definitivo y ahora
se borran huellas económicas por temor a las inspecciones fiscales a título
póstumo. Los pobres atrapados en ese cruce de fronteras que separan la vida y la
muerte se angustian más por el destino de su dinero que por el destino de sus
almas.
Y es un intento inútil. Las dos ansias tienen el mismo final. Antes, si nos
descuidábamos caíamos en manos del diablo. Ahora caemos en manos del Fisco,
que, según opinan prestigiosos teólogos y moralistas, viene ser lo mismo.
O sea, que ya lo saben. Reflexionen y actúen en consecuencia.
P. D. Se admiten donaciones y herencias de arrepentidos.

UN DÍA MÁS Y PLEGARIA


216
Hoy, a las cinco menos cuarto de la madrugada, un degenerado me ha llamado
por teléfono para decirme: “Tu señora, que en paz descanse, te está poniendo los
cuernos en el infierno con Lucifer.” Confieso que la llamada me ha inquietado y
que por su culpa he comenzado el día con cierto desasosiego.
He desayunado un café infecto y adulterado en la cafetería de la esquina de mi
domicilio y he tenido que coger un taxi porque el Metro estaba cerrado por
razones laborales que ignoro. El conductor del taxi iba oyendo a gritos no sé qué
crónica deportiva y gracias a su mala educación ha impedido que el rugir del
tráfico que nos rodeaba en el paso subterráneo donde estuvimos detenidos media
hora, me destrozase los tímpanos.
Cuando llegué a la oficina los ordenanzas eructaban a las visitas infectas
vaharadas de chorizo importado de Taiwán y pan de molde, pero no dije nada por
temor a sus represalias laborales, aún no había llegado ninguno de mis empleados
así que yo mismo tuve que limpiar los servicios porque las señoritas limpiadoras
que se ocupan de esas cosas estaban resolviendo en la Magistratura un
contencioso en el que exigen vacaciones de mes y medio tras los cuatro partos
anuales a que tienen derecho.
En los talleres de la empresa se celebraba una asamblea en la que se decidía la
conveniencia de invadir a tiros el Mercado Común Europeo tan adverso a los
intereses empresariales españoles. No quise intervenir y esperé a que terminasen
sus deliberaciones leyendo la Prensa. Leí que dieciséis menores de edad habían
sido violadas en un colegio por el Colectivo Nacional de Violadores Psicópatas
(CNVP) acogidos a los beneficios sociales de su patología cuyo origen social es
indudable.
He vuelto a casa, me han vuelto a atracar en el camino y me han tatuado en la
nalga derecha la marca de la empresa que se dedica a esos menesteres en la zona
donde habito. En el ambulatorio adonde me he dirigido me han dicho que el
riesgo de haber sido contagiado de sida es mínimo y que solamente tengo un 30
por 100 de posibilidades de haber sido infectado. Esa es la media de la zona, me
han tranquilizado.
En casa me he tumbado en el sofá del salón, ardiendo en cólera y fiebre porque
en mi dormitorio estaban discutiendo como siempre, entre gritos y suspiros, mi
hija menor y el chulo que la explota a cambio de proporcionarle la droga que
necesita la pobre para serenar las angustias que padece desde su infancia por mi
conducta tolerante y complaciente.
Pues bien, Señor, escúchame, me dirijo a Ti, sabiendo que te van a doler mis
palabras, pero tengo que hacerlo.
A partir de hoy no podré amar a mi prójimo como a mí mismo como Tú me
ordenas. Lo siento, Señor, no puedo, es superior a mis fuerzas.
Compréndelo, Señor, y si crees que lo merezco, añade la cruz de tu ira a la que
llevo todos los días por culpa de este prójimo al que he dejado de amar porque es
una piara de cerdos.
Espero que me comprendas, Señor.
Tú te lo pagues.

217
CHISTE Y METÁFORA

RAMÓN Gómez de la Serna cuenta cómo un día puso el nombre de greguería


a las metáforas más humor, que es como él las llamaba hasta entonces desde
hacía mucho tiempo.
La cosa sucedió en el piso primero de la casa número 11 de la calle de la
Puebla un día aplastado por una tormenta de verano en el que al azar abrió un
diccionario y señaló una palabra a ciegas, que resultó ser la palabra greguería,
que significa algarabía, gritería confusa, que algunos diccionarios anteriores
completaban matizando que es el griterío de los cerditos cuando van detrás de su
mamá.
En otra ocasión, don José Ortega y Gasset dijo que los chistes que leen ustedes
en los periódicos eran metáforas ilustradas.
Modestamente, sin intención de ofender a nadie, nos atrevemos a sugerir que
quizá pudiera, con permiso de las autoridades académicas correspondientes,
añadirse al pensamiento de don José el adjetivo humorísticas.
Un chiste sería, pues, uniendo las opiniones de don José y de Ramón (que
carece de don por motivos que se ignoran), una metáfora ilustrada más humor.
Una especie de greguería gráfica, porque hay cientos de metáforas ilustradas que
se refieren más a la poesía y a la narrativa en general que al chiste, que siempre
sugiere gracia, desgarro, desvergüenza crítica.
¡Qué dulce sería para mi santa madre, que en paz descansa, saber que su hijo,
junto a don José, a Ramón y a don Sindetikóm, ha pasado por fin a la historia de
la literatura española del siglo XX! Don José añadió el grafismo, repetimos para
los alumnos menos aventajados, a la metáfora; Ramón el humor, y servidor de
ustedes, con ayuda de un viejo tubo de pegamento Sindetikón, ha unido las dos
definiciones y las ha completado con la definición perfecta: “Chiste: metáfora
ilustrada más humor” (del Sindetikón puede prescindirse).
Proseguiremos nuestros estudios sobre la metáfora en una dirección hasta ahora
no explorada. La metáfora y la vida serán nuestros próximos objetivos, porque
hace cientos, miles de años, con su comportamiento, Adán y Eva crearon la
primera metáfora viva de que tiene conocimiento la Historia de la Humanidad:
metaforizar el acto sexual en la simple deglución de una manzana.
Pero de eso hablaremos próximamente, quizá otro día. O quizá no. Ya veremos.

218
EL FRACASO DE NARCISO

NARCISO se imaginó siempre que su cuerpo agonizante sería tan bello y


delicado como los de los antiguos amantes que mueren de pasión en los cuadros
románticos alemanes del siglo pasado, abrazados y unidos para siempre en un
beso de amor.
Un día, más enamorado de sí mismo que nunca, decidió abandonar su cadáver
solitario para que el mundo entero admirase la gallardía de su postura de difunto,
el suave reclinar de su cabeza en su hombro semidesnudo y la languidez de su
pálida mano desfallecida en su pecho sobre el lugar donde yacería junto a él,
mudo, su propio corazón. Eligió como método para encontrar la muerte el
suicidio por el veneno al champaña.
Lo organizó todo con música ambiental, luces rojas y perfumes orientales, pero
cuando estuvo preparado para su sacrificio: es decir, bien lavado, afeitado,
aseado, mudado y repeinado, recordó que a veces los venenos producen
descomposiciones de vientre y vómitos, que desmerecen con su repugnante
presencia la grandeza del acontecimiento o celebración.
Quizá, pensó, cuando lo encontraran estaría ya invadido por la podredumbre y
descomposición propias de la triste carne humana: los ojos, devorados por los
gusanos; los cabellos, secos y desprendidos de sus raíces; su bello abdomen,
descarnado, mostrando a quien quisiera verlas las vísceras hediondas, con la
fabada fermentada y maloliente al aire, plagada de glotonas vermes saltarinas;
sus pies, pelados, y sus juanetes, al aire, testimonio de la vulgaridad de su talón
de Aquiles.
El pobre Narciso no pudo soportar la idea de que alguien le viera en tan
deplorable estado y abandonó la idea del suicidio.
Hoy, gracias a sus exigencias estéticas, es un hombre maduro de atractiva
presencia. Es feliz, se ha casado, y profesionalmente se realiza como alto
funcionario en uno de los más exquisitos puestos del Ministerio de Asuntos
Exteriores de su país: visitador de los gabinetes íntimos higiénicos de todas las
Embajadas.
Tardará, gracias a Dios, en yacer con la elegancia que se imaginaba cuando
pensó en matarse, y aparecerá un día descompuesto y sucio cuando ya no
importa: en la ancianidad, edad perfecta para esas desvergüenzas.
Una vez más, el amor a la estética le salvó la vida a Narciso. Una vez más he
vuelto a tener suerte.

219
COME PARA VIVIR Y NO VIVAS PARA EL COLESTEROL

EN mis tiempos los niños éramos alimentados con leche materna sin
descremar, sustanciosa, suficiente y nutritiva, y no como ahora, que de las esas
de mamá sólo manan productos semindustriales, casi siempre adulterados.
Desgraciadamente, tras el destete empezaba la tragedia, y nuestros padres
hacían de nosotros unos marranos gorditos y sonrosados en lugar de niños
delgados y sanos, porque se flaco entonces era testimonio de padecer raquitismo
o tuberculosis, es decir, de ser un escuálido vástago de gentes modestas y
asalariadas. Para que la delgadez no delatase nuestra condición social, más que
alimentarnos, nuestros padres de dedicaban a nuestra cría y engorde y nos daban
café con leche para desayunar, chorizo a media mañana, para la comida platos sin
verduras cargados de grasas porcinas que dejaban nuestro intelecto incapacitado
para recitar el catecismo y la tabla de multiplicar, chocolate en la merienda y un
par de huevos fritos nadando en aceite para la cena.
A veces, de aperitivo, las familias españolas daban a sus hijos ponches
compuestos de vino dulce y varias yemas de huevo, que dejaban a los pobres
niños al borde del desmayo hepático cuando se acostaban. Ahora se ha
descubierto que en aquellos tiempos hasta los niños de pecho rozaban los
fatídicos 230 miligramos de colesterol, culpables de que casi todos los que han
llegado a ser adultos sucumban por culpa de los ateromas de sus arterias, que, si
así puede decirse, es una enfermedad infantil.
No nos debe sorprender que en los años treinta la vida media de los españoles
fuera de treinta y nueve años para los rabudos varones y de cuarenta y tres para
las hembras, que es como entonces se llamaba a las feministas.
Las estadísticas de las enfermedades cardiovasculares de nuestros días son el
testimonio de lo que sufrieron las vísceras de las pobres criaturas, que tenían que
pesar tres arrobas más de las necesarias para parecer niños de derechas.
Por eso debemos tomar conciencia de estos peligros y cuidar a nuestros hijos
con las costumbres alimentarias divulgadas por el doctor Grande Covián, si
queremos llegar a vivir una vejez feliz, devorados por la melancolía y la soledad
en alguna residencia de ancianos, pero con las arterias y el hígado limpios y
relucientes como un escaparate.
O sea, abandonen ustedes los pecados de la guía y la ebriedad, y recuerden que
comer, beber y fumar con exceso puede ser pernicioso para la salud. Y pagar la
cuenta de los restaurantes, también.
No lo olviden: beban, coman y fumen poco y que pague las cuentas de los
restaurantes el Estado o los entes autonómicos, como es su deber de protectores
de la felicidad de la ciudadanía.

¡QUÉ MANERA MÁS TONTA DE HACERSE RICO!

220
Hace muchos años José López Rubio escribió una ingeniosa historia en la que
relataba cómo un conde revisando los viejos papeles de sus antepasados,
descubrió que por merced del rey don Juan II y por legítima herencia era
absoluto propietario de la letra i. Así como suena “único dueño de la letra i”.
Resultó que el alfabeto era de todos menos la letra i, que por ignorancia venía
siendo utilizada por todos los ciudadanos del mundo que tienen esa letra en sus
alfabetos sin pagar los derechos a los que tenía derecho el conde, que luchó como
un longobardo para percibir los beneficios que le correspondía. O sea, repitiendo
de nuevo la palabra “¡Qué no había derecho a no ejercitar su derecho!”.
Confieso que ignoro el final de la historia, aunque me temo lo peor para el señor
conde porque yo nunca he pagado ni me han retenido cantidad alguna por utilizar
la letra i.
Pero vamos a lo nuestro, o sea a lo mío. Reflexionaba yo el otro día sobre esta
historia de López Rubio, cuando de golpe no sé qué Dios me inspiró la magnífica
idea de que probablemente, por descuido de los ricos y los banqueros, el millón
no hubiese sido nunca patentado. Fui rápidamente al registro de la propiedad
intelectual, industrial y mercantil y fingiendo que era uno de esos prohombres
contemporáneos conocidos con el nombre de gacetilleros pregunté fingiendo
cierta indiferencia:
—¿Puede usted indicarme si el millón está patentado?

Descubrí que no, que nadie se había tomado la molestia de patentar el millón,
así que rápidamente, sin perder un sólo segundo patenté el millón a mi nombre,
insistiendo especialmente en que al hablar del millón me refería al millón en
general y al millón de pesetas en particular. Llené unos impresos, los firmé,
pagué las gabelas habituales y salí con un hermoso documento que certificaba
que yo era dueño absoluto por patente, del millón, de la misma manera que el
señor conde lo era de la letra i.
He dado órdenes oportunas a la gente adinerada, a la Banca, al comercio
nacional e internacional, a los mafiosos de la guerra de las drogas, a los corruptos
y a los especuladores para que de cada uno de sus millones me paguen un
pequeño porcentaje de eso que no sé como se dice en español, aunque se diga
“royaltis”. Les he comunicado el número de la cuenta bancaria en la que deben
ingresar el dinero y aquí estoy esperando los miles de millones que serán
ingresados cada día, porque si no lo hacen estoy dispuesto a la prohibición del
millón de las viejas contabilidades y los nuevos ordenadores, y se pueden ustedes
imaginar los líos contables que se pueden armar cuando en sus cálculos tengan
que prescindir del millón y hacer las cuentas pasando del novecientos noventa y
nueve mil novecientos noventa y nueve al mil uno. ¡Un desbarajuste!
¡Qué orgulloso me siento de mi inteligencia! ¡Gracias, señor, por habérmela
concedido! Puede estar seguro, Señor, que por este don singular que me has
concedido donaré los diezmos correspondientes a tu iglesia.

221
LOS PREMIOS LITERARIOS ENGORDAN

HOY hace un año tuve el honor de ser galardonado con un premio literario, si
así puede llamarse a los premios periodísticos. El premio consistía en una
cantidad modesta si la comparamos con la fortuna que heredé de mis padres, que
en paz descansen. La gloria mayor era el honor de haber sido elegido entre los
miles de periodistas que lo merecían tanto como yo.
Por eso no me importó que con una brusquedad inesperada, porque yo no me
imaginaba que tuviera tantos amigos, cientos de personas se apresuraron a
felicitarme y a decirme cordialmente algo que demostraba la antigüedad de
nuestra amistad, siempre era la misma frase:
—Eso tenemos que celebrarlo.
Celebración que consistía en que mi agradecimiento por la felicidad que
causaba a mis amigos la mía propia debía manifestarse siempre con un banquete
que debía pagar yo, naturalmente.
Durante el año entero en que duró la gloria de mi coronación he tenido que
invitar a comer día y noche a cuantos se alegraban de mi merecido, según me
decían, premio. Y así he consumido, gracias a mis admiradores y al Ministerio de
Hacienda, la honra económica que me otorgaron. No me importa que se
diluyeran tan rápidamente las colas económicas que me produjo el premio,
porque, lo repito, soy rico de nacimiento. Lo que me desconsuela es que gracias a
las jubilosas celebraciones gastronómicas soy ahora un hombre obeso, con el
hígado graso y un nivel de colesterol que me encoge el corazón de miedo y las
arterias de grasa.
Escribo esto para aconsejar al afortunado que obtenga este año el mismo
premio con que yo fui honrado el año pasado que lo done a una fundación
benéfica. Cuando se conozca su generosidad le dejarán en paz y nadie le
felicitara al no advertir langostinos a la vista.
Y si es valiente, que no le importe acabar con fama de tacaño, y cuando le
digan: “Me he enterado que te han dado un premio. Esto hay que celebrarlo”, que
conteste:
—Cuando tú quieras, ¿a qué restaurante piensas invitarme?
Y comprobará, alegremente sorprendido, como a todos sus admiradores les
aterroriza el riesgo de que aumenten los índices de colesterol y ácido úrico de su
cuerpo. Por eso, vencedor de este año, sigue mi consejo.
—Acepta solamente las felicitaciones en las que tu engorde no sea a tus
expensas.

CERRADO POR REFORMAS


222
TODO el mundo presume de estar informado de lo que pasa en el mundo día a
día, minuto a minuto, pero lo cierto es que aunque veamos todos los informativos
de la televisión y leamos concienzudamente todos los periódicos del día, lo cierto
es, repito, que las cosas más importantes se nos escapan a nuestro conocimiento,
entre otras cosas porque incluso los periodistas y los políticos, que presumen de
saberlo todo, nunca llegan a conocer los sucesos verdaderamente significativos
que pasan a nuestro lado semiocultos o conocidos solamente por unos cuantos
felices iniciados.
Por ejemplo, que yo sepa, salvo 200 o 300 personas, incluido el clero y los
servicios de información política de todos los países beligerantes en la guerra
fría, nadie ha sabido que el Paraíso Terrenal ha podido ser visitado desde
septiembre de 1987 hasta anteayer, fecha en que fue cerrado por reformas. Así
como suena. Las puertas del Paraíso Terrenal han permanecido abiertas de 9 a 2 y
de 4 a 8 todos los días, excepto los domingos, que sólo se podía visitar de 10 a 1
(los lunes cerraba por descanso del personal).
Lo curioso es que hasta los pocos iniciados que visitábamos con frecuencia
aquel rincón paradisiaco creímos que era cierto, al leer el letrero que han colgado
en la entrada y que dice: “Cerrado por reformas”, que era cierto, repito, que el
Paraíso va a ser reformado. Y no es cierto. El Paraíso Terrenal, por decisión
divina, ha sido clausurado definitivamente. Nunca más volverá a ser abierto ni
podrá ser visitado.
Y la culpa de esa desgracia la tenemos los pocos iniciados que sabíamos que
ese tesoro bíblico y ecológico estaba al alcance de cuentos quisieran visitarlo. La
culpa es nuestra: yo era uno de ellos, porque en menos de cinco años el Paraíso
se había transformado en un basurero lleno de cascos de botellas, de latas de
bebidas espumosas, de papeles, de crines, de restos de comida, de caquitas de
perros, de todas, en fin, las inmundicias que produce el hombre constante e
ineducadamente. Las aguas cristalinas de las fuentes del Paraíso estaban
contaminadas por culpa de los hidrocarburos de los coches de los visitantes (en el
Paraíso estaba permitido aparcar), y el aire, aquel aire puro que respiraron Adán y
Eva, era ya en los últimos días tan irrespirable como el resto de los aires del
mundo.
¡Dios mío! —pienso acongojado—, si hicimos eso solamente los 200
privilegiados que hemos enlodado la belleza del Paraíso, ¿¡qué habría ocurrido si
lo hubiese visitado el mundo entero, como presumiblemente habría ocurrido si
llega a correr la voz de que tenían esa perfecta obra de Dios al alcance de su
capacidad de corrupción y envenenamiento!? No quiero ni pensarlo.
¡Has hecho bien, Señor de los cielos!

LA LÓGICA Y EL INFINITO AL SERVICIO


223
DE LA ALIMENTACIÓN DEL HOMBRE

SI dividimos el sol y un grano de trigo en dos mitades respectivas obtendremos


dos medios soles y dos medios granos de trigo, como es evidente. Si luego
escogemos dos porciones, una de sol y otra de trigo, de las cuatro mitades
obtenidas y las dividimos de nuevo, obtendremos otras dos mitades de las
mitades anteriores. Si continuamos dividiendo constantemente en dos mitades los
fragmentos de sol y los fragmentos de un grano de trigo que hayamos obtenido
en las divisiones anteriores llegaremos a obtener, después de repetir las
operaciones un número infinito de veces, un fragmento infinitamente pequeño de
sol y un fragmento infinitamente pequeño de grano de trigo, como es también
evidente.
No hay duda de que igualados, tras las manipulaciones citadas, lo infinitamente
pequeño del sol y los infinitamente pequeño del grano de trigo, si lo deseamos
podemos realizar la operación inversa, es decir, duplicarlas infinitamente número
de veces.
Hagámoslo. Cojamos lo infinitamente pequeño del sol y lo infinitamente
pequeño del grano de trigo y dupliquemos ambos una y otra vez infinito número
de veces hasta que consigamos obtener, como es lógico (puesto que la materia
inicial y las operaciones realizadas infinitamente son iguales), un sol del tamaño
del sol, y un grano de trigo, si la lógica y las ciencias exactas no mienten,
¡también del tamaño del sol!
He aquí un pensamiento razonable, propio del gran Zenón, articulado
lógicamente que podría resolver los grandes problemas que tendrá el hombre
para alimentarse en un futuro no muy lejano.
Ahora ya solamente falta que la técnica encuentre el mecanismo adecuado para
la reducción y crecimiento explicados anteriormente. No creo que sea difícil.
Articulada científicamente una teoría ya no suele haber obstáculos que impidan
su realización práctica. Los científicos de la técnica tienen, pues, la palabra.
He aquí un reto que desgraciadamente, dada mi edad, no podré alcanzar con
mis solas fuerzas. A las juventudes animosas les corresponde la responsabilidad
de concluir, por el bien de la Humanidad, mis trabajos teóricos.
¿Eres tú, querido lector, uno de esos a quien yo pueda confiadamente transmitir
la antorcha de mi sabiduría?
Eso espero. En tus manos pongo el destino de los hombres.

224
LA FILOSOFÍA EXPLICADA
POR UN ANALFABETO
(Lección primera)

DON Renato Descartes, como ustedes saben, dijo aquello de “Pienso, luego
existo”, tras dedicarse a pensar la mayor parte de su existencia.
Don Renato quiso decir con su famosa frase que existe algo de lo que no
podemos dudar: de que pensamos incluso para dudar que pensemos. A partir de
esa certeza fue reconstruyendo otras muchas con las que explicó cómo eran Dios
y el mundo y se quedó tan contento.
Renato fue un científico y filósofo racionalista que amó las matemáticas y
desdeñó las ciencias empíricas, o sea las de la experiencia.
Ese desdén fue el culpable de su error. Renato se olvidó de hacer el siguiente
experimento:
1º Pensar que pensaba, luego existía.
2º Cortarse una pierna para comprobar que seguía pensando que pensaba que
existía aunque careciese de una pierna (o las dos).
3º Cortarse la cabeza para comprobar si podía seguir pensando que pensaba,
luego existía. Y constatar que no, que no podía.
4º Decir: “Pienso con la cabeza, luego existo.”
Ese sencillo experimento le habría vuelto a la realidad del mundo de la que se
permitía dudar. Podría haberse ido cortando sucesivamente (como probablemente
lo habría hecho un científico amante del empirismo) una oreja, la nariz, el cuero
cabelludo, la lengua y la mandíbula para comprobar que sin esos fragmentos
podía pensar perfectamente que pensaba, luego existía.
Luego debería haber seguido sus mutilaciones hasta que, asombrado, pudiera
comprobar que si se cortaba el cerebro (sin necesidad de cortarse la cabeza
entera) dejaba de poder pensar lo que tantas veces hemos repetido que pensó.
Habría comprobado así que no era un yo abstracto quien pensaba, sino esa parte
física de su persona encargada de pensar que pensaba, luego existía. Él, no
vamos a negarlo, algo intuyó cuando situó el alma en la glándula pineal. Sin
embargo, no fue capaz que completar su frase, y en vez de decir: “Pienso, luego
existo”, decir más acertadamente: “La parte física de mi cerebro piensa, luego
existo.”
Así habría vuelto al antiguo materialismo de los presocráticos y al empirismo
que él desdeñaba, y la historia del pensamiento humano se habría acortado en un
par de siglos, que por su culpa fueron metafísicos e inútiles. He dicho.
Sólo me queda añadir que yo digo cartesianamente: “Pienso tonterías, luego
existo.” O sea, que a pesar de todo su pensamiento ha dejado huellas.
Hasta la próxima semana, queridos alumnos y alumnas, en que hablaremos de
idealismo platónico, si Dios quiere.

225
AL SALTO CUALITATIVO

NADIE medianamente leído ignora aquella tabarra, más antigua que la momia
de Lenin, del famoso salto de lo cuantitativo a lo cualitativo, que con lo de la
dialéctica y la praxis amamantó a las juventudes sentimentalmente marxistas,
cuyos miembros son hoy acomodados concejales de Cultura y similares en los
híbridos Ayuntamientos municipales que nos acontecen.
Pues bien, el salto cualitativo ha resucitado como resucitará cualquier día de
estos la momia de Lenin, que, al parecer, está cogiendo color con la llegada de la
primavera. Pero esa resurrección no es política, sino multitudinaria, como van a
comprender ustedes, queridos lectores, cuando lean lo siguiente.
Nosotros hemos sido educados en el amor (teórico) al prójimo por una ley o
una amonestación que nos indicaba que debíamos amar al próximo como a
nosotros mismos. Hasta ahora la mente humana comprendía la razón divina del
mandato, porque cuando se recibió el consejo de que nos amáramos los unos a
los otros el vecindario que poblaba el mundo cabía perfectamente en el Metro en
una hora punta.
Pero las cosas han cambiado. La Humanidad ha crecido desconsideradamente,
y de cuatro pelagatos ha pasado a cuatro mil millones de pelagatos ha pasado a
cuatro mil millones de pelagatos, que menos uno que somos cada uno de
nosotros, es la ingente muchedumbre que debemos amarnos los unos a los otros
si queremos ser decentes y amar como Dios manda. Y eso es imposible. Es una
abstracción. No se puede amar a tanta gente, ni en bloque ni en uno en uno.
Y volvemos a lo del salto cualitativo. Los cuatro mil millones de habitantes que
tiene la Tierra han dejado de ser hombres y se han transformado, por el famoso
salto cualitativo, en cuatro mil millones (poco más o menos) de virus que están
asolando de infinitas patologías las faces del mundo.
Esos virus son de diferentes cepas, una de las cuales —la cepa de los pobres es
la más virulenta y molesta de cuantas padece el género humano como Dios
manda de toda la vida— debe ser combatida urgentemente con la legión de los
glóbulos blancos, santos cruzados leucocitos, que nos librarán de los peligros
inherentes a la situación, o sea, las fuerzas del orden en general.
¿Qué más puedo decirles, amados lectores? Algo que ustedes habrán pensado al
leerme: la famosa guerra bacteriológica que nos amenazaba la vamos a librar
nosotros mismos contra nosotros mismos. ¡A estas cosas nos conducen la
dialéctica en general, los saltos cualitativos y las leyes de Malthus!
Alguien dice desde la heterodoxia que nunca debimos salir del Paraíso.

226
ZOQUETES EN EL QUINTO CENTENARIO

INFINIDAD de zoquetes, zoquetes ministeriales y zoquetes en rama, han


cometido la infamia de avergonzarse, por no sé qué sentido de culpabilidad, de
las grandes hazañas de los conquistadores españoles, seguramente porque
comparan las guerras mundiales genocidas y asesinas contemporáneas a los
hechos militares de aquellos gloriosos aventureros.
Ignoran que cuando Pizarro y los trece de la fama iniciaban la conquista del
Perú y Cortés quemaba las naces para no retroceder ante el futuro de honor que
les esperaba, en Europa las crueldades que se cometían no eran inferiores a las
que los españoles se vieron obligados a infligir y padecer en sus aventuras de
colonización. En 1525, solamente en los meses de mayo y junio, los nobles
alemanes asesinaron a cien mil campesinos que se enfrentaban con las inútiles
armas de su miseria al poder y a la justicia de aquellos señores, más crueles
seguramente que los conquistadores españoles.
Yo no niego la ferocidad de quienes juegan a la guerra, pero me niego a aceptar
que la de los españoles de la conquista haya sido superior a la de los europeos,
que cuatrocientos años después iniciaron sus campañas de rapiña y aniquilación
en África y en Asia. En el siglo pasado los belgas, cuando conquistaron el Congo
para su Rey, tuvieron que ser advertidos de sus desmanes por los demás países,
que destruían y avasallaban a los pueblos inferiores militarmente a ellos. ¿Es que
acaso los ingleses han llevado a los aborígenes negros de África del Sur una
cultura superior y más justa que la que llevamos los españoles a América? ¿Es
que los ingleses no fueron en la India tan destructores como los españoles en
América? ¿Es que los franceses, no hace ni siquiera medio siglo, fueron mejores
que nosotros cuando en la guerra de la independencia de Argelia asesinaron a un
millón de argelinos, la mayoría de ellos civiles, con las cultas maneras de
abrasarlos con napalm? ¿Es que les deshonrosa victoria americana en Irak,
aniquilando desde su poder militar a cientos de miles de pobres soldados inermes
ante el poder absoluto de la coalición occidental, es un hecho de pacíficos
misioneros?
Vamos a poner las cosas en su sitio y en sus fechas. Muchos imbéciles creen
que en los siglos XV y XVI sólo existían la crueldad y el fanatismo de los
españoles y que el resto del mundo era una catequesis presbiteriana. Y a eso
debemos responder los españoles sin timideces ni sonrojos. Los políticos que se
avergüenzan de nuestra conquista de América son unos necios o unos infames.
Deberían ser condenados a vivir la pax americana de los millones de hambrientos
que viven en todo el mundo agonizantes de democracia. He dicho. Vale.

227
NADIE ENSUCIA MI HONOR

HE vivido casi mi vida entera sospechando que yo era un ser insignificante, un


pobre desgraciado, pero jamás quise admitir lo cierto de mis sospechas. La
culpable fue mi madre, que siempre elogiaba mi talento, mi belleza y hasta mi
simple existencia, hecho, al parecer, extraordinario para ella, y así he vivido
cuarenta y cinco años de mi vida creyendo a mamá, viviendo a sus pechos,
mamando sus continuos elogios hasta que un día no muy lejano, de repente,
como los súbitos rayos destrozan en los campos a los pobres corazones sin
cobijo, se irguió ante mí la verdad con su cruel sinceridad de espejo. Mi madre
murió y me quedé solo y desamparado y la seguridad que su amor me concedía
se me cayó a los tobillos como un pantalón desbraguetado. Entonces me di
cuenta de mi insignificancia al comprobar que nadie se ocupaba de mí, que soy
un don Nadie, o mejor dicho: un don nadie, así, con minúsculas.
Todos los días desde entonces leo la Prensa, oigo la radio, veo la televisión con
la esperanza de encontrarme envuelto en algún escándalo en el que mi persona
aparezca envilecida por la corrupción, acusado de haberme apropiado con engaño
de cientos de miles de millones de pesetas.
Pero es inútil. Mi nombre no aparece mezclado en ningún escándalo ni siquiera
como presunto. Los periodistas difamadores se ocupan de otras personas y no de
mis humildes despojos, porque yo, olvidado y abandonado por todos, sólo soy
eso: un despojo de lo que pude haber sido, porque en realidad, desde que murió
mamá, hasta dejé de ser el fantasma de aquel hombre excepcional que ella creía
(quizás, ni eso. Quizás me amaba solamente por soberbia) que era yo.
Así, admitida mi pequeñez, sólo me queda mendigar a la Prensa, a la abyecta
Prensa goebeliana, que me difame, que me descubra —yo no sé dónde, porque
esa era su labor de periodistas— algunos miles de millones de pesetas que me
acusen de corrupto y que con malas artes me roben fotografías en las que
aparezca corrompiendo a jovencitas millonarias por los mares y las camas del
Caribe.
Sólo así llegaré a ser algo el día de mañana. Por favor, amigos admirados de la
Prensa: haced de mí un héroe, haced de mí alguien, no me olvidéis: difamadme.
Todavía estáis a tiempo. Aún no sé ha promulgado la ley que impida esas obras
de caridad.

228
CUENTO TRÁGICO DE VERANO

TODAS las historias tristes siempre suceden en invierno. Y eso no es justo,


también en verano se pueden desgarrar nuestros corazones al contemplar el dolor
y la injusticia de este mundo.
Todos conocemos la historia de la pobre cerillera que un día de Navidad,
helado y tétrico, vendía sus cerillas en una esquina donde soplaban todos los
cierzos del mundo. Y todos lloramos al recordar tan penoso acontecer sin pensar
que esas historias las podemos contemplar también en los alegres días de verano,
cuando en vez de frío, sentimos el ahogo del calor y la impiedad de los
aterradores rayos infrarrojos.
Yo presencié el año pasado la agonía de una pobre huerfanita que en un
asfixiante y tórrido mediodía vendía helados caseros para comprar unas flores y
llevarlas a la tumba de su madrecita querida, muerta de calor en un jubiloso día
de 50 grados a la sombra de la semana anterior.
—Mamá, mamaita, ven, me muero de calor —decía la pobrecita— ven,
mamaita, a refrescarme un poco con tu alegría y tu amor.
Y mientras lloraba y anhelaba a su madre, los helados se le derretían en sus
manitas que poco a poco eran devorados por los cientos de miles de moscas que
acudían al panal de rica miel de sus deditos indefensos y azucarados.
—Mamá, mamita, ven, ven con tu muñequita que te echa de menos —insistía
la huerfanita.
Pero su mamaita no venía, porque su mamaita (como dijimos en uno de los
renglones anteriores) había muerto. Y todos pasaban a su lado indiferentes a su
dolor, a su soledad y a la insolación que ya atravesaba su cuerpecito y le llegaba
hasta la mismísima riñonada.
Y la pobre niña, llorando a moco tendido de cincuenta grados a la sombra,
falleció en la tórrida esquina, y como había huelga de basureros estuvo allí días y
días y noches y noches sin que nadie se fijara en ella hasta que llegó el invierno y
entonces, entonces sí, la gente, llena de piedad, se apiñó a su lado y dijo:
—Pobre niña, ¡ha muerto de frío!
Y eso, queridos lectores, no es justo. También debemos ser caritativos y
expandir nuestro amor hacia los pobres en los irresponsables días de verano,
cuando la impiedad del sol nos azota con los cincuenta grados a la sombra
citados.
No lo olviden.

229
EL TIMO DE LA ANGULITA

LOS restauradores, o sea, los taberneros de toda la vida, se están pasando de


rosca sin fin y han caído en la espiral de eso que ahora se nombra tontamente
como relación calidad-precio, y para justificar estos últimos, que crecen día a día
desmesuradamente, se inventan también cada día un nuevo timo.
Primero fue decorar su tabernita con un par de visillos de su tíaabuela sin
desinfectar; luego colgar un surtido variado de cuadritos familiares capaces de
ser soportados solamente por hocicos que comen en el pesebre sin gastarse un
duro, y por último, ahora, se han inventado la cursilería del diminutivo, que hace
como muy francés y está al alcance de las economías de los políticos y los
especuladores de moda.
El otro día en una conocida “taberna-snob” habían escrito en la carta lo
siguiente: “La albóndiga casera con langostinos”, plato mezcla de ni carne ni
pescado, que de setecientas pesetas de las de antes había pasado a las dos mil
quinientas de las de ahora. Estamos, pues, ante una nueva moda: la del
marisquito. Ahora en muchos restaurantes las acelgas con patatas de toda la vida
han sido rebautizadas delicadamente con el nombre de “la acelga del Tajo con
angulitas de Aguinaga”, multiplicando su precio por tres.
El restaurante de las cursiladas citadas estaba casi vacío. Los saloncitos
mariquitas para los ejecutivos recién llegados a sus cúpulas bostezaban en
silencio, el servicio andaba malhumorado y al dueño le chirriaban los dientes y
las muelas. Cada vez va menos gente a los restaurantes pretenciosillos y caros.
No sobra el dinero y hasta las empresas están cansadas de pagar cientos de
millones de pesetas para que sus mandos superiores presuman de haber cenado
“la sopa de ajo tradicional a la cococha rebozada”. Los restauradores suben los
precios para cubrir las cortas asistencias de clientes, y los clientes se aprietan el
cinturón y cenan en casa o en sitios más baratos, y así la espiral va creciendo
hasta que se produzca el “crack” gastronómico que nos arrastre a todos a la
meditación y al ayuno.
Las tabernas se han hecho para comer y para que el cliente elija sus platos de
toda la vida sin verse obligado a pagar dos mil pesetas por un plato que autotitula
“al huevo frito de la mamás de siempre a la ostra glaseada”. Lo demás es
silencio, como dijo no sé quién famoso sordo como yo.

230
TRAGEDIAS RIDÍCULAS

HAY tragedias ridículas que son más trágicas que las grandes tragedias de toda
la vida y que nadie las toma en serio por su aparente pequeñez. Nadie que se
queje de un dolor de muelas o de una sordera sin secreciones purulentas
encontrará palabras de caridad o de consuelo. Se reirán de ellos como nos reímos
de los miopes, gafosos o con lentillas, que sufren en silencio sus penosas
carencias.
Recuerdo que en el hospital en que yací medio moribundo unos meses, el
personaje más cómico era el de una pobre mujer que recorría sin cesar todos los
espacios posibles para recuperar su dentadura postiza, que había desaparecido
inexplicablemente de su boca. La pobre desdentada visitaba las habitaciones de
los otros enfermos, las consultar, los despachos, los quirófanos, pidiendo ayuda
para encontrar su precioso don artificial, pero en vano. Todos nos reíamos de su
desdicha, que para ella era una tragedia tan turbadora como la del príncipe
Hamlet.
Un día, tres reconcentradas reflexiones, anunció que ya sabía dónde se había
quedado desdentada. Fue —nos dijo— al hacerle una endoscopia. Lo decía a
gritos, ceceando, mordiéndose los labios con sus encías desnudas y desdentadas.
En la endoscopia negaron la presencia de su artefacto perdido y ella llegó a
amenazar a la dirección del hospital con dirigirse a ministro de Sanidad para que
le indemnizaran con una nueva dentadura.
Pasaron cuatro mese, y cuando yo salí libre de mi celda hospitalaria, ella seguía
buscando su dentadura en un estado de desesperación y de desengaño ante la
crueldad de los hombres que no presagiaba nada bueno. No sé qué fue de ella,
pero comprendo su dolor y desesperación, como comprendo las de mi amada
Angelita cuando me contaba:
—Mire usted: yo aguanto todo de mi padre, pero hay algo que no puedo
soportar, que en medio de las comidas se quite la dentadura postiza y se hurgue
las muelas delante de todos para extraerse trocitos de comida. No puedo, de
verdad; es mi padre, pero le mataría.
Para ella, la historia de los hurgamientos de su padre era una tremenda tragedia.
Perdió el apetito, dejó de comer y acabó anémica por algo que a los demás nos
producía solamente unas carcajadas desvergonzadas.
Hay tragedias mínimas, casi franciscanas, que nos hacen sufrir más que las
aparatosas pasiones de Calderón de la Barca.
No se las cuento porque se reirían. Y estoy cansado de encontrar esa respuesta a
mis dolores más íntimos.

231
LA TRAGEDIA DE LOS AFICIONADOS

ES triste el destino de quienes sintiéndose dispuestos para el ejercicio del


arte-ciencia de la Medicina, su colaboración con los médicos solamente pueda
reducirse a ofrecer valientemente su cuerpo para su investigación y
descuartizamiento. Esas gentes generosas somos incapaces no solamente de curar
y curarnos, sino hasta de comprender los síntomas y las sugerencias que nuestro
propio cuerpo nos ofrece y las confidencias de los cuerpos ajenos (los cuerpos no
solamente hablan por la boca). Y no digamos nada cuando la dolencia es del
alma, del neuma, del espíritu o de las sutiles relaciones de la minúscula materia
orgánica que nos conforma. Los aficionados al psicoanálisis son sujetos
peligrosos cuando se dedican a escudriñar los conflictos y las almas ajenas. Hay
que tener ojo con ellos. Son peores que los curanderos maravillosos de los que
nos hablan los pobres crédulos que acaban siempre en las consultas de las
urgencias, digamos científicas.
Les digo eso porque a través de mis abundantes lecturas he puesto los ojos en
dos casos, supongo que de neurosis, que han caído últimamente en mis manos.
Uno de ellos, el primero, lo he leído en los tratados hipocráticos, libro VII, de
“Las epidemias”, en el que Hipócrates o uno de sus discípulos relata brevemente
el siguiente caso médico. Dice así: “La dolencia de Nicanor: Cuando salía a
beber sentía miedo de la flautista. Cuando en el banquete empezaba a oír la
flauta, el miedo le atormentaba. Decía que si el banquete era por la noche, apenas
podía soportar el miedo de la flauta, pero si era de día, no le turbaba nada el
oírlo. Esto le acompañó por mucho tiempo.”
El segundo caso que me ha llenado de perplejidad lo leí en el “Persiles y
Sigismunda”, en el que Cervantes relata la extraña singularidad de un caballero
que cuando servían aceitunas negras a la mesa, siempre se levantaba y saludaba
respetuosamente al famoso fruto del olivo.
Llevo meses tratando de encontrar una pista para conocer el significado
profundo de estos dos extraños comportamientos, dignos de un análisis de don
Sigmundo Freud, que en paz descanse. Por eso, humildemente y abusando de la
generosidad que ByN me ofrece semanalmente en las páginas de “El Loro”, los
ofrezco a mis lectores psiquiatras y similares para que me digan qué quiere
significar, qué tienen de patológico o normal estos extraños casos de fobia al
sonido de la flauta (quizá a la flauta misma) acaecida en el siglo V antes de
Cristo y el respeto a las aceitunas del digno caballero que conoció Cervantes.
Amados científicos, espero vuestras cartas con las soluciones al enigma. Juro
que no es un truco para analizar fobias propias. Juro que sólo pido su ayuda,
amados lectores, por el bien de la ciencia y sus alrededores. Ayúdenme.

232
LA SOSPECHA

SÚBITAMENTE advertí, en medio de mi animado discurso, que lo sabían. El


terno que había sentido antes de lanzarme a la arriesgada aventura de
contagiarles mi felicidad fue aumentado a medida que cambiaban sus miradas.
Porque sus miradas fueron cambiando poco a poco hasta dejar de ser interesadas,
y el brillo que emanaba de ellas cuando comenzaron a escucharme se fue
apagando hasta transformarse en unas miradas, como digo, opacas, neutras, en
las que también advertí cierto temor a que yo conociese su secreto, que no
pudieron ocultar a pesar de sus esfuerzos.
En esa certeza mi pobre corazón de dudas. “¿Qué hago?” —pensaba mi timidez
mientras yo seguía explicando los pormenores de la historia—. Su falso interés,
sus falsas y artificiales sonrisas me mostraron ya sin duda lo terrible de mis
sospechas: todos los que me escuchaban conocían el chiste que les estaba
contando. A pesar de todo seguí un buen rato todavía, pero ya la angustia inundó
mi pobre corazón y acabé mendigando su caridad:
—¿Ya lo sabéis, verdad?
Todos, con gran vehemencia, me mintieron, negaron que lo supieran y me
pidieron que continuara hasta el final. Así lo hice, en un estado de desaliento y de
vergüenza de los llamados indescriptibles a pesar de que sus mentirosas miradas
y sonrisas mostraban cada vez más sus deseos de que yo no adivinara la piedad
que sentían por el ridículo que estaba haciendo.
Y el condenado chiste no acababa nunca, era de los largos. Yo volví a insistir,
ante la evidencia de sus miradas y sus sonrisas, en que posiblemente conocían el
final, pero ellos lo negaron con una mayor vehemencia todavía. Yo, lo confieso,
hubiera preferido que dijeran la verdad. Todo habría sido más digno para mí,
pero su mentira me obligó a apurar el cáliz de mi ridículo hasta el final, que ellos
premiaron con las grandes risas artificiales, difuntas de espontaneidad, con que se
celebran estos tristes acontecimientos.
El resto ya lo saben ustedes. Pueden pasar días antes de que recobremos la
calma perdida por nuestra osadía y nuestro deshonor.
Casi, pienso, es mucho mejor contar los chistes por escrito. Se ahorrarían
muchas lágrimas y sinsabores, estoy seguro.

233
LAS NUEVAS DOS ESPAÑAS

LA felicidad que me causa contemplar cómo los españoles somos día a día más
dialogantes, más capaces de intercambiar entre otros serenamente diferentes
puntos de vista, opiniones encontradas, me autoriza, creo, a repetir una escena
que contemplé no hace mucho tiempo en una cafetería.
Dos individuos dialogaban a mi lado sobre la condición humana. Uno decía
que el hombre es bueno y el otro afirmaba que no, que el hombre es malo,
representando con sus opiniones las dos corrientes antagónicas que definen,
como ustedes saben, al hombre optimista y al hombre pesimista.
El diálogo proseguía mansamente, como los grandes ríos apacibles, su corriente
dialéctica sin que en ningún momento llegasen a las frases airadas o a las voces
ásperas.
Uno de ellos, el que tenía la visión pesimista del hombre, por fin, para
confirmar sus opiniones le dijo al otro con la misma calma con que había hablado
hasta entonces:
—Para demostrarte que yo tengo razón, es decir, que el hombre es malo, ahora
voy y te saco un ojo.
Y fue y con la cucharilla de café con leche se lo sacó.
Y entonces ocurrió el hecho que me llenó de optimismo porque me mostró que
los españoles ya no somos los españoles ya no somos los españoles airados y
ceñudos de antes de la guerra. El tuerto reciente meditó un instante y contestó:
—¿Sabes lo que te digo? Que me has convencido.
Yo me fui y mi corazón, lleno de confianza en las nuevas dos Españas, también.
En la cafetería se quedaron los mansos dialogadores que siguieron hablando
sosegadamente, matizando sus enredados argumentos, afirmando sus
convicciones, negando las del contrario aceptando unas, rechazando otras, pero
con una calma y un sosiego que sin duda habrían admirado hasta al mismísimo
don Miguel de Cervantes.
Me complazco en describirles una vez más esta ejemplar historia para que
vuelva a ustedes, queridos lectores, la confianza en este pueblo de la nueva
España que ya sabe por fin escuchar y aceptar las razones de sus oponentes con
una sonrisa en los labios y un ojo en la palma de la mano.

234
AMOR

YO, lo digo sin presunción, conozco a mi señora como si la hubiera parido, es


decir, tanto como ella a mí.
¿Por qué, entonces, hoy nos ha ocurrido sin que ninguno de los dos nos
hayamos dado cuenta? No lo comprendo. Acabábamos de comer con la desgana
de siempre, y, como siempre, dormitábamos los dos frente a la televisión,
entontecidos, felices, eructando las lentejas en silencio, con los ojos y los oídos
abiertos sin comprender lo que nos decían los fantasmas que pueblan las
pantallas de las televisiones.
Nuestros hijos hace años que ya no viven con nosotros. La casa está siempre
silenciosa porque nosotros apenas nos hablamos. No lo necesitamos. Con las
miradas éramos capaces de comunicarnos los pensamientos que regían y
ordenaban la sencillez de nuestras vidas. Nos ofrecíamos el pan, el agua, la sal, el
amor sin necesidad de pedírnoslos. Un brillo en los ojos, un parpadeo, un leve
rictus de la boca (hace años que no tenemos sonrisas) bastaban para expresar los
pensamientos más complejos y sutiles repetidos millones de veces en los años de
nuestro matrimonio. Es decir, reventábamos de felicidad.
Hoy, sin embargo, esa comunicación, esa armonía, esa felicidad conyugal ha
sido excesiva, en mi opinión. A las siete de la tarde la televisión continuaba
inundando de gozo nuestro hogar, y los dos, mi esposa y yo, seguíamos sentados
frente a frente con los ojos fijos en algún punto remoto, quizá donde por fin se
encuentran las líneas paralelas: yo, con el periódico en el regazo, ella con su
eterno gesto de estar acariciándose los dedos retorcidos por la artritis.
A las doce de la noche seguíamos los dos con la misma expresión de paz, de
felicidad y de mansedumbre que ya parecía externa.
Ahora, desde el cielo, hemos comprendido la verdad y nuestras almas, cogidas
de la mano, ausentes ya los temblores de las dolencias reumáticas, se han mirado
a los ojos y han dicho con expresión dichosa:
—¡Mira Luis, mira Benita, nos hemos muerto los dos al mismo tiempo!

235
EXHIBICIONISMO

ANTES se solía hablar de las enfermedades en voz baja, como si se tuviera


temor a atraerlas, y ocultábamos nuestras dolencias y nuestros enfermos para no
herir nuestro narcisismo humano. Se fingía tener salud y por cortesía no
aludíamos jamás al repugnante aspecto que solemos ofrecer con frecuencia tanto
al prójimo como nosotros mismos.
Ese exagerado pudor a decir la verdad de la salud ha impedido que millones de
personas llegarán a saber que la razón de su aislamiento social era la
nauseabunda halitosis que brotaba de su boca. Es decir, no se practicaba la virtud
cristiana de decir las verdades, aunque fuesen dolorosas.
Ahora es distinto. Ahora, gracias a Dios, las gentes finas que pensaban que
hablar de enfermedades era un signo de poca distinción han sido derrotadas por
los exhibicionistas de sus propias corrupciones y los escrutadores de las ajenas.
Hoy, después del primer saludo y la primera sonrisa, todos pasamos
directamente a hablar del colesterol, del ácido úrico y de la tensión arterial, para
continuar inmediatamente con el relato de todas las degradaciones con que el
destino nos ha ornado por nuestra condición de humanos. Ya el gran Quevedo
decía que no morimos de enfermedades, sino de ser hombres. Debemos, pues,
aceptar esa condición mortal de nuestras carnes y no tener temor a nuestra
decadencia y corrupción. Debemos enseñar nuestras putrefacciones con la misma
alegría con que vemos las vísceras de los bosnios bombardeados y los trasplantes
de páncreas que nos ofrece la televisión a la hora del almuerzo. Quizá nuestras
miserias puedan impedir que las padezcan otros. Eso es, repito, sano. Nos ayuda
a conocernos mejor a nosotros mismos.
Es curioso que ese exhibicionismo de la degradación de nuestra supuesta
armonía coincida con otro, no menos turbador, que venimos sufriendo desde hace
tiempo: el de las frescas y sanas carnes de nuestras adolescentes, que nos ofrecen
constantemente su salud suculenta y tentadora debajo de la poca ropa con que
cubren sus cuerpos de diosas.
No sé que es más desasosegador: si saber que a la cuñada de nuestro amigo le
está devorando el hígado un tumor o sentir que a nuestro lado pasan las carnes
perfumadas y esplendorosas de las jovencitas, inocentemente lascivas, que nos
dejan el corazón compungido, palpitante de angustia por saber que son platos
suculentos de ajenos festines (tango).
Y en éstas estamos.
(Continuará.)

236
AME A SU HÍGADO

EL hígado es una víscera que se comporta como las mujeres enamoradas y


pacientes que un día, cansadas de que su amor y su fidelidad no sean
correspondidos, expele súbitamente todo el rencor en que se ha transformado con
el tiempo su amor no correspondido.
Todos sabemos que el hígado tiene el tejido celular que se regenera con más
prodigalidad de cuantos tejidos celulares tiene el cuerpo humano. Eso nos dicen
los médicos y las páginas de divulgación médica de los periódicos, malas
orientadoras que sólo sirven para acrecentar las suspicacias y los temores de los
lectores sanos y enfermos.
Y vivimos confiados en que el hígado nos será fiel eternamente y que nunca
nos traicionará, y esa confianza acaba por condenarnos, porque el hígado es una
víscera al parecer sumisa, que no se queja de los infinitos ultrajes que le
infringimos, hasta que un día se cansa de tanta ofensa y sin previo aviso nos
abandona en la perplejidad que nos producen las enfermedades padecidas y
nunca sospechadas.
Entonces tratamos de mimar al hígado enfermo, pero ya es tarde: para el
hígado, herido en su amor propio y en su hepatocito, nosotros ya no somos objeto
de su amor, le somos indiferentes y murmuran como las desenamoradas: “Para
mí, es como si estuviera muerto.” Y el hígado, que tantas infidelidades soportó,
ya es irrecuperable. Ya no sirven para nada las promesas y los arrepentimientos, y
de torturado pasa a ser verdugo ejecutor de una condena inflexible cuya fecha de
ejecución ignora el condenado que ya ha entrado en las cifras de las estadísticas
de la patología social.
O sea que, resumiendo, he aquí la moraleja de estas reflexiones: no beba,
recuerde que cada gota de alcohol que usted ingiere es una lágrima sorbida en el
llanto diario de su hígado, que algún día —la lágrima, no el hígado— brotará de
sus propios ojos al conocer la tozudez de los niveles de las condenadas
transaminasas.
No deje que su hígado, impulsado por su amor ultrajado, se transforme en un
asesino. Recuerde que el hígado es como las mujeres. Hay que tener con él tanto
cuidado como con ellas. Tenemos que mimarlas si no queremos que nos den una
puñalada trapera. Como el hígado.

237
MI VIDA ES UNA OLIMPIADA

UNA Olimpiada que no cesa. No ha habido en mi vida un solo instante de


reposo en el que no tuviera que competir por algo.
Para nacer tuve que correr una desesperada carrera en la que se ganaba el trofeo
de la vida y en la que no había segundo victorioso ni tercero. Sólo había un
vencedor: el espermatozoide más rápido: los rezagados estaban condenados a la
muerte y al olvido.
Fui el último de mis fecundos padres y yo, que para nacer tuve que ser el
primero, tuve que luchar contra todos mis hermanos para dejar de ser el último,
aunque era el preferido por mi madre. Esa competición con mis hermanos duró
hasta que a los treinta y seis años me tocó la lotería. En ella salí victorioso entre
noventa y nueve mil números.
Mis hermanos aún siguen en la miseria, porque yo, educado en la rudeza de las
competiciones, el triunfo o la derrota, no les di ni un duro. A mi padre tampoco.
A mi madre sí, pero para ella sola.
Tuve que luchar como un atleta en mi adolescencia y juventud sin obtener otro
premio que el citado de la lotería. Y tuve que seguir luchando a pesar de mi
fortuna.
Mi último triunfo lo conseguí cuando conocí a la que hoy acarrea a mi lado los
tristes despojos de su juventud. Por ella tuve que luchar como siempre había
tenido que hacerlo. Y de nuevo salí vencedor. Todos los hombres que la amaban
y deseaban como yo fueron derrotados por mí no sé qué, porque, a pesar de todos
mis triunfos, debo reconocer que soy más bien poca cosa y, además ridícula.
Pues bien, este último triunfo me trajo la desgracia. La bella bestia de la que
me enamoré, desaparecida su juvenil belleza, se quedó reducida a bestia en
estado puro, pero no a una bestia majestuosa incluso en la vejez, sino a una bestia
de las de pelo hirsuto y colmillo retorcido. Un jabalí hembra, vamos.
Por eso creo que debemos advertir a los jóvenes que la búsqueda de la verdad
es superior al triunfo en las competiciones, vana gloria en la que puedes cargar
un trofeo para toda la vida.
Por eso, repito, hay que matizar las cosas, que en todas las cosas, como dicen
los orientales, luce el bien y se oculta el mal al mismo tiempo. No sé si me
entienden ustedes. Yo no.

238
DIÁLOGO DE BESUGOS MUSICALES

—BUENOS días, ¿tienen ustedes notas musicales?


—Notas sueltas, no, pero tenemos este magnífico piano en el que puede usted
conseguir todas las notas que quiera.
—Es que yo solamente quiero una.
—Pues llévese entonces un diapasón. Siempre da la misma nota.
—¡Ah, muy bien! Póngame un diapasón que dé la nota fa.
—Lo siento, pero los diapasones sólo dan la nota la.
—Lo malo es que además no necesito la nota completa. Sólo quiero unos
trecientos gramos de nota para un niño pequeño. Y me gustaría, si fuese posible,
azul.
—Todos los diapasones que disponemos actualmente don metálicos.
—Pero yo no le pido un diapasón azul. Lo que quiero es una nota azul.
—Las notas, señora, no tienen colores, son invisibles.
—¿Y entonces cómo las oyen los sordos?
—Por el movimiento de los labios.
—Ah, ¡claro! Bueno, pues póngame un la por si es niña y un “el” por si es
niño.
—Mire, señora, no hay ninguna nota que se llame “el”. Lo mejor, creo yo, es
que se lleve este tambor para el niño, que les gustará mucho. Mire qué fácil es
conseguir de él una nota “pum”. Estoy seguro de que les gustará mucho. Mire
qué fácil es conseguir de él una nota “pum”. Estoy seguro de que le gustará a su
niño más que el diapasón.
—Quizás tenga usted razón, pero me gustaría probarlo antes.
—Con mucho gusto. Oigalo usted: pum, pum, pum.
—El caso es que yo quiero sólo un pum, porque si no luego nos da la murga
toda la tarde. ¿No tiene tambores para niños que no suenen, pero que los niños
crean que suenan?
—Sí, pero sólo para niños sordos.
—No sea usted gafe. ¡Si mi niño todavía no ha nacido! No vaya usted a darle el
mal de oído.
Entonces el vendedor, desesperado, saca de la trastienda un enorme cañón, con
el que apunta a la señora dispuesto a disparar.
—No, no, un cañón tampoco me gusta. Mi esposo es artillero y no sabe usted lo
que es vivir toda la santa vida rodeada de cañones. No hay quien aguante el
ruido. Ande, me decido por el piano.
—Muy bien, señora. ¿Se lo envuelvo o se lo lleva puesto?
Y la señora compra el piano y se lo lleva puesto, pero sólo de cintura para
abajo, porque hace juego con el color beige de la blusa.

239
DON JUAN Y DON LUIS

SI hoy se pudieran reunir Don Juan Tenorio y Don Luis Mejía, su famoso
diálogo de seductores sería completamente distinto al que se supone tuvieron en
La Posada del Laurel en el siglo XVII, según Zorrilla.
Probablemente en su larga lista de seducidas algunos nombres estarían
repetidos y muchas de ellas estarían también en otras listas de otros donjuanes
profesionales y aficionados, porque no todas eran inocentes como suponían los
pobres conquistadores. Lo más probable es que a su recuento amoroso habría que
añadir también un hermoso apéndice patológico.
Don Juan aventajaría a Don Luis en presuntas víctimas, pero también en
enfermedades venéreas, porque en aquellos años en que Don Juan y don Luis
competían sus furores amorosos, la sífilis asolaba Europa. Zorrilla, por pudor
romántico, no citó estos peligros, pero se puede suponer que aquellos
conquistadores de corazones también conquistaron las espiroquetas
correspondientes.
Ahora la cosecha sería más fecunda. Seguro que si se encontraran uno de estos
días de nuevo en La Posada del Laurel los dos vendrían cargados de
espiroquetas, de gonococos blenorrágicos, de cándidas albicans, de herpes
genitales y allá, en el fondo, esperando pacientemente su futuro protagonismo,
los virus del síndrome de la inmunodeficiencia, alojados ya en los códigos
genéticos de los famosos donjuanes. Al llanto de las pobres seducidas habría que
añadir el mayor llanto de las infectadas. Y el de los infectadores.
Ahora no se puede salir al mundo a competir en esas cosas del amor. Y si se
hace hay que viajar con un botiquín repleto de las medicinas preventivas y
curativas que se aconsejan en nuestros tiempos. Y una hermosa colección de
póntelos-pónselos con la garantía del Estado.
Es una pena. Ya no hay exploradores en África. Ya no hay selvas ni jóvenes
vírgenes. Es una pena, repito: ha muerto el romanticismo. Y además en manos de
las llamadas enfermedades vergonzantes.
Es una pena, vuelvo a repetir.

240
CONTRA EL VICIO DE AHORRAR
ESTÁ LA VIRTUD DE LO CONTRARIO

ASÍ es, en efecto. Porque es más digno y más patriota hacer las cosas uno
mismo que cargárselas a la laboriosidad del Estado, que desde hace años anda el
pobre jadeante en constante entrega a recaudar fondos por el bien del pueblo.
Un ejemplo. Usted, por ejemplo como decimos, ha conseguido ahorrar en un
año un dinero llamémosle X. Ese dinero, añadido a sus ahorros anteriores, le
puede producir a usted unos intereses anuales del 11 por 100. Intereses que al
final sufrirán el gran bocado del 50 por 100, a no ser que sea usted un raquítico
económico de solemnidad. O sea, para decirlo claramente: sus beneficios, al 11
por 100, tras el IRPF se habrán transformado en un modesto 5,5 por 100.
Sigamos. Como la inflación media de los últimos años es siempre superior al
6,5 por 100, resulta que a fin de año usted no ha ganado una sola peseta con sus
ahorros, sino que su capital se ha reducido en un 1 por 100, pues, como usted
sabe en sus carnes, 5,5 por 100 – 6,5 por 100 = -1,5 por 100.
Piense usted por añadidura que si tiene usted un piso o cualquier otro bien
disperso por sus alrededores tendrá que pagar también el Impuesto sobre el
Patrimonio, que aumentado (negativamente, claro) al -1,5 por 100 que ha perdido
con su esfuerzo y su laboriosidad y su abnegación y su patriotismo se encontrará
usted más pobre todavía.
Por eso, insistimos, para no hacer el imbécil y, al mismo tiempo, para agilizar
las funciones del Estado (piense usted que por cada mil pesetas que le son
exoneradas se mueven cinco mil impresos y dos millones de dedos apretando
botones en los ordenadores), para, repetimos, agilizar las funciones del Estado es
más práctico no declarar ingresos. Pero eso supondría, naturalmente, una justa
multa que le empobrecería más todavía. Por eso, para ser honrado ante la patria,
lo mejor es: primero, no engañar al Estado, segundo, trabajar lo menos que se
pueda, y tercero, no ahorrar ni una peseta grabable para, justo es decirlo, los
impuestos necesarios para el bien de todos.

241
NO TODOS LOS MUERTOS SON IGUALES

A pesar de que llevamos cientos de siglos oyendo decir que los hombres, si no
en la vida, en la muerte al menos somos iguales, la experiencia demuestra que
esa opinión es falsa. Quizá, tras la muerte, ante Dios, todos seamos iguales, pero
en la tierra un cadáver no es igual a otro cadáver ni tiene los mismos derechos
que las leyes pregonan constantemente en defensa de la democracia. La
democracia no se ocupa de los muertos, seguramente porque ya no tienen ningún
valor práctico: no votan.
La guerra de Yugoslavia demuestran lo que acabamos de decir. Nadie
medianamente objetivo podrá afirmar que las televisiones del mundo están
tratando con el mismo cariño a los despanzurrados bosnios que a los de Irak o de
Vietnam. Los bosnios y los croatas son tratados con especial consideración por
las televisiones, que ofrecen sus cuerpos heridos en medio de unas plazas
solitarias que nadie se atreve a cruzar por miedo a los francotiradores. Son
muertos idílicos que hasta despiertan nuestra simpatía. De los muertos de Irak,
por el contrario, no se ofrecieron esas enternecedoras imágenes. Quizá fuese
porque la violencia militar de los americanos es tan destructora que apenas deja
huellas de sus crímenes. De los cientos de miles de difuntos que fueron
producidos científica y militarmente en Bagdad, apenas pudimos ver cadáveres
infantiles para verter las lágrimas hipócritas oportunas. De aquella guerra sólo se
nos mostró la conmovedora tristeza de algún soldado yanqui que se abrazaba a
un herido lloroso que se daba tintura de yodo en la pantorrilla. Los demás, el
enemigo, no existía. No yacía en plazas solitarias. Estaban todos enterrados en
las arenas del desierto. No quedó testimonio de su martirio.
Por eso insistimos en decir que hay muertos que son ensalzados y muertos que
son desdeñados por las pantallas de la televisión y las primeras páginas de los
periódicos. Y eso no es justo. Si, como dijimos al principio, en nuestra
ingenuidad seguimos pensando que todos los hombres vivos somos iguales,
exijamos que también lo seamos cuando nos extinguen. Todos tenemos derecho a
una fotografía digna cuando morimos en la guerra. Un niño croata no es más que
un niño iraquí. Los dos tienen el mismo derecho a que sus cuerpos desgarrados
por la violencia sean compadecidos entre el mordisco y mordisco que damos al
filete de ternera mientras vemos el telediario de la santa hora del almuerzo.

242
LA DUDA

YO, lo confieso, odio patológicamente el despilfarro del dinero tanto si es mío


como si es ajeno. Es una virtud hereditaria porque a mi padre le pasaba lo mismo.
Los domingos, cuando nos daba a mis hermanos y a mí la paga semanal,
debíamos devolverle en ese mismo instante la mitad de lo recibido “porque
—nos decía— si hemos sido capaces de hacerlo era porque era posible”. Mi
padre jamás dudaba. Era distinto a mí y a todos mis hermanos.
Ayer, por ejemplo, tuve que alojarme por cuenta de la empresa en que trabajo
en un hotel que cuesta cien mil pesetas al día. Al llegar la noche me fui temprano
a la habitación y allí, tumbado en la cama, pensé que sería inmoral permanecer
dormido toda la noche en una habitación que había costado ese precio
desorbitado. Pensé que era un derroche no saborear las bellezas de la habitación
y dormir como lo podría haber hecho en otra habitación de precio más moderado.
Así que decidí permanecer despierto mirando la televisión, los bellos sillones
tapizados de seda, las litografías abstractas numeradas y firmadas y el hermoso
ramo de flores con que había sido obsequiado por el directos del hotel. En fin,
saboreando todo cuanto estaba incluido en el precio de la habitación.
Una hora más tarde la sombra de la duda trepó por la cabecera de la cama. Y
digo “la” duda y no “una” duda porqué yo siempre dudo y la duda que me visita
es la duda de siempre, la duda eterna que se aloja en mi corazón y en mi cerebro
desde niño y en mi cartera desde adulto.
“¿No es un derroche —me dije— pagar un precio tan exagerado por dormir en
un hotel y luego acabar no durmiendo?” Pagar esa fortuna, cien mil pesetas, por
dormir y no dormir es un abuso de confianza hacia mi empresa.
Así que decidí dormirme. Pero inmediatamente trepó de nuevo la duda hasta mi
dubitativa cabeza. “Debes dormir, imbécil —me decía la duda que hace años me
ha perdido el respeto—, que para eso has pagado.”
Al final acepté una solución ecléctica y dormí una hora sí y otra no y se quedó
mi conciencia tranquila.
En la oficina no he querido contar mis remilgos económicos porque son
capaces de enviarme la próxima vez a un hotel más barato. Y eso no, porque uno
será escrupuloso, pero no tonto.

243
GRACIAS, ALFONSO

ALFONSO Ussía ha puesto de moda la afición a las buenas maneras


divulgándolas a través de un breve y selecto librito en el que nos instruye sobre
esos temas a los bárbaros, a los horteras y a los zafios.
Para mí, desgraciadamente, sus enseñanzas llegan tarde. Les diré por qué.
Hace años, cuando mi pobreza, mi suciedad y desvergüenza hacían suponer a
quienes tenían la osadía de tratarme que yo era un bohemio y un artista
desclasado, fui invitado a una cena en una Embajada en la que se observaba
rígidamente la etiqueta de los nobles menores.
En plena cena, la embajadora se dirigió a mí y me contó cariñosamente como
unos años atrás, en Buckingham Palace, en una solemne cena en do mayor y en
presencia de los Reyes de Inglaterra, fue corregida en silencio y con gravedad
por un maestro de ceremonias que le indicó discretamente que se había
equivocado de cubierto. Yo comprendí —y así se lo dije— que el rubor le duraba
todavía y lo sintiese ascender desde la entrepierna al entrecejo, a través de la vía
magna de su hermosísimo escote cada vez que recordaba tan penosa situación.
Sólo años después, un día, de repente, como fulminan los celestes relámpagos a
los impíos no temerosos de Dios, un día, repito, comprendí el sentido del relato
de la embajadora. ¿Qué habría hecho yo para que su caridad mostrase que quería
advertirme de algún imperdonable error de etiqueta que yo acababa de cometer
metiendo los dedos en alguna salsa que requería sin duda otro tipo de cubiertos?
Nunca lo he sabido, pero cada vez que recuerdo la humildad con que me contó su
falta, para corregir las mías, me ruborizo como ella, desde la bragueta al
hipotálamo.
Yo pasé al ataque para defenderme y me decía: “Tú eres un artista y puedes
burlarte de las estúpidas reglas sociales de burgués insaciable y cruel” (entonces
se llevaba mucho a Lenin a “La Internacional”).
Sólo ahora, tras la lectura del citado tomito de Ussía, he comprendido una cosa:
que en aquellos tiempos yo no me burlaba de las buenas maneras, simplemente
las desconocía.
A Alfonso, pues, le debo el haberme encontrado a mí mismo. A partir de ahora
seré maleducado por respeto a mi árbol genealógico, no por ignorancia. Espero
que mis descendientes den ese salto genético que yo ya no puedo dar porque
llevo muchos años levantando el dedo meñique de mi mano derecha para
sacarme los mocos secos de las narices. Así de implacable es nuestro escrito
destino.

244
VICTORIA SOBRE EL ESTRUENDO

HACE años, los políticos halagaban nuestros oídos diciéndonos que, gracias a
su talento, pronto viviríamos la llamada precipitadamente cultura del ocio. La
verdad es que la utópica cultura prometida, alcanzada ya, es sólo una entontecida
y entontecedora cultura del ruido.
Don Immanuel Kant se desesperaba con el ruido, porque ante él (el ruido) y la
música sólo quedaba el consuelo de la huida. Tuvo más suerte que nosotros,
porque ahora la fuga es inútil. El ruido se ha instalado ya hasta en los arroyos
donde jugueteaban con el silencio las ninfas oyendo suspirar a Garcilaso. No hay
un rincón de suelo español, arroyo, fuente o sima de donde no brote exuberante e
insoportable un ruido del diablo, o mejor dicho, un ruido del hombre.
Por eso, para acabar con esa plaga, me he descuadernado el cerebro, del que
han brotado dos esperadas invenciones: un extractor de ruido para uso privado y
un extractor de estruendos para uso general. El primero, el extractor
individualizado, servirá para eliminar esas atronadoras voces que se oyen en
todos los restaurantes del suelo hispano, dejando nuestros oídos malheridos y
nuestras buenas digestiones truncadas. El extractor universal será instalado en el
agujero de la capa de ozono, a través del cual serán enviadas a los espacios
siderales todas las atrocidades sonoras de las coristas y similares, donde se unirán
en espléndida armonía con los rugidos del “big bang” que desde hace millones de
años se acercan a nosotros, quizá para culminar en el encuentro la obra sonora de
los hombres de nuestro tiempo.
Sé que me merezco un premio Nobel por mis útiles inventos, pero prefiero
dejar ese honor para más adelante cuando consiga extraer de mi cabeza mis
propios ruidos, los ruidos que se conocen con el nombre de “tinitus”, si son
saltarines, supongo, y el de “acúfenos”, si tienden más a la normalidad de estas
dolencias.
En inventar este extractor de mí mismo vengo pasando los ocios de mis últimos
y acústicos años. Dios me eche una mano. Él, que desde su divina piedad es el
extractor de todos nuestros desconsuelos.

245
LA LECCIÓN MAGISTRAL

CUANDO la majestuosa gravedad del profesor cruzó la puerta del aula donde
por fin iba a pronunciar su lección magistral se hizo en la sala un silencio,
digámoslo sin titubeos, estremecedor.
Se oyeron limpiamente los pasos del magnífico ponente al cruzar aquel espacio
sagrado de la cultura y los crujidos de los muelles del sillón donde depositó
lentamente sus esplendorosas asentaderas. Estuvo un instante ensimismado y
luego miró hacia la oscuridad de donde osadamente había brotado una tos que
rompió el augusto silencio de la ceremonia.
Hacia años que se esperaban las revelaciones que iban a aclarar, por fin, las
grandes dudas que todos tenían sobre el tema que nadie conocía y sobre el que el
profesor llevaba trabajando más de veinte años.
A punto de iniciar su comunicación el silencio era absoluto. Y de repente, en la
oscuridad de la sala iluminada ligeramente por el reflejo de la pantalla en cuyo
ámbito resplandecía la severa imagen del profesor que ya se había colocado las
gafas para de cerca, se oyó el llanto de un niño, luego unos susurros y los pasos
de una madre que con los pechos al aire llevaba afuera al niño que aún lloraba
medio asfixiado a través de la mano que amordazaba su llanto. Luego se oyó el
ruido seco de un cuerpo infantil al ser arrojado al suelo y el ligero abrir y cerrar
de la puerta cuando volvió a la sala la madre.
Y por fin se hizo el silencio definitivo. El profesor escrutó durante unos
segundos la media oscuridad en la que se cobijaban sus admiradores y extrajo
después de uno de los bolsillos de la chaqueta un solo folio que relampagueó
bajo la luz de la lámpara. Un murmullo apagado trepó hasta los techos del aula
cuando todos comprendieron que el profesor no iba a leer el texto de su lección
como —decían— solía hacerlo en su juventud, cuando aún no tenía la gloria de
las certezas absolutas que jamás pudieron ser refutadas por las jaurías de críticos
y eruditos que merodeaban a su alrededor en constante batida de errores.
El profesor sacó de uno de los bolsillos de su chaleco una cajita de plata de la
que extrajo un diapasón que al ser soplado dio la nota exacta en que estaría
acordado todo su discurso. Luego se sonó en “la” mayor, miró de nuevo a la
expectante concurrencia, bebió un breve sorbo de agua, y dijo:

246
MIRANDO AL FUTURO CON SERENIDAD

SÉ que muchos de mis lectores responderán con voces airadas cuando vean lo
que he escrito por el bien de la Humanidad. No me importa; quizá hoy sea
incomprendido, pero el día de mañana, cuando vivan los bisnietos de quienes
ahora me vituperan, será honrado como un precursor y se erigirán estatuas para
perpetuar mi memoria en las plazas públicas, tanto de los barrios humildes como
de los opulentos.
El caso es que no podemos continuar viviendo como vivimos. La Humanidad
se ha multiplicado desaforadamente y, siento decirlo, no todos los hombres tienen
derecho a vivir, ni como máquinas productoras de riqueza, ni como
representantes de la pregonada, y nunca demostrada, grandeza del género
humano.
Actualmente, la mayoría de los hombres, desde los más tiernos recién nacidos a
los más ancianos (casi ya recogidos para su conservación en frascos de alcohol)
no cumplen con sus obligaciones de seres creados por la grandeza y la
generosidad del Señor. Es imprescindible que nosotros mismos apliquemos a los
superfluos una ley de selección natural. Es imprescindible reducir la ingente
masa de seres humanos que no sirven absolutamente para nada. No todos los
hombres tienen derecho a continuar o iniciar la carrera de la vida. Es
imprescindible una moderna selectividad, como hemos dicho. Para ello lo más
eficaz y justo sería someter a todos los hombres vivos, desde los recién nacidos
hasta los que ya bordean los límites de la existencia, a unas pruebas que se
realizarían cada cinco años. Quienes no alcancen los límites razonables exigidos
en esas pruebas serán castigados con multas de extinción por métodos aún no
determinados y que se dictarán desde las Naciones Unidas.
Las pruebas serán de capacidad física e intelectual. Cada cinco años, como
decimos, quienes ni pasen las pruebas físicas a que sean sometidos (saltos,
marchas, levantamientos de peso, etcétera) serán privados del derecho a ser
hombres. Lo mismo se hará con quienes no alcancen los mínimos intelectuales
exigidos según la edad que tengan en las pruebas a que sean sometidos.
Con este sencillo sistema de selección, el autor de estas líneas calcula que la
población humana se reduciría al 20 por 100 de los que ahora viven, ¡por qué no
decirlo! En la más inmunda de las ilegalidades.
¡El futuro debe ser de quienes se lo merezcan!
Ni qué decir tiene que las fiestas de selección quinquenales se celebrarán con el
esplendor con que se celebraban las antiguas Olimpiadas.
Y, naturalmente, en días no laborables.

247
NEBRIJA Y EL METAPLASMO

CUANDO yo era un jovencito que estudiaba gramática me solía desesperar al


tener que aprender los nombres de lo que mis profesores llamaban figuras de
dicción. Todas aquellas palabras griegas y latinas que no significaban nada para
mí, enredaban mi no muy brillante mollera que se habría desarrollado más
generosamente si hubiera traducido los latinajos al español como Nebrija llamaba
transformación a los pecados de sintaxis que se pueden excusar, es decir a los
llamados metaplasmos que, como ustedes saben, tienen catorce especies, a saber.
Próthesis, aphéresis, epénthesis, síncopa, paragoge, éctasis, systole, diéresis,
sinéresis, sinalepha, antíthesis y metáthesis, que en castellano se pueden decir
perfectamente, como indica Nebrija, por “apostura, contamiento, entreposición,
cortamiento del fin, entendimiento de sílaba, acortamiento, apartamiento,
congregación o ayuntamiento, apretamiento de letras, postura de una letra por
otra y transportación respectivamente”.
Nebrija añade que si el solecismo es un vicio inexcusable de la sintaxis, en la
juntura de las partes de la oración si se pueden excusar por alguna razón las
llamadas figuras, o en la construcción, o en la palabra o en la sentencia, y añade
luego que son tantas esas figuras que no se podrían contar y enumerar las que
están más en uso, y que son las siguientes:
“Prolepsis, zeugma, hypozeusis, sylepsis, apposición, synthesis, antiptosis,
synechdoque, acirología, cacóphaton, pleonasmo, perissología, tautología,
sclipsi, tapinosis, cacosyntheton, anphibología, anadiplosis, anáphora,
epanalepsis, epizeusis, paranomasia, parómeon, homóptoton, polyrtoton, hyrmos,
diályton, metáphora, synchesis, antiphrasis, onomatopeis, períphrasis,
anastropha, metonimia, epitheton, cálepos y entcétera”, que pueden todas ellas
ser traducidad a la hermosa lengua española, como decía Nebrija por el bien del
imperio.
Cálepos, por ejemplo, dice Nebrija, es sentencia de sílabas y palabras que se
pronuncian con dificultad, y pone como ejemplo de cálepos este trabalenguas:
— Cabrón pardo pace en prado / ¡pardiós!, pardas barbas a.
Quintiliano mandaban que se ejercitasen en los cálepos los niños para que
después, cuando grandes, no hubiera cosa difícil que no la pronunciasen sin
alguna ofensión.
Que tomen nota de estas razones muchos de los teóricos de las lenguas clásicas
que nos confunden con sus presunciones lingüísticas y que, hagan el favor de
seguir elaborando el rico idioma español como quería Nebrija y cuantos
seguimos amando la claridad e independencia de nuestro idioma.
Aunque luego algunos la estropeemos, como servidor de ustedes.

248
UN CASO DIFÍCIL

NO fue fácil para mi descubrir la trama oculta de aquel delito que la


superioridad me encargó que esclareciese y del que sólo se conocía lo que se ha
dado en llamar la punta del iceberg.
Yo soy un profesional y como tal me encargué del asunto con la sangre fría que
se necesita en estos casos en los que todos estamos involucrados; los que
vigilamos la salud pública, los que quieren perturbarla y los que sienten
repugnancia porque ocurran este tipo de corrupciones.
Yo, desde que empecé a ocuparme de tan turbio asunto, utilicé todos los
artificios de la ley, y dentro de ella fui deshaciendo poco a poco aquel inmenso
nudo de intereses perversos para el bien común.
Quizá pudiera habérseme reprochado que tanto esfuerzo por esclarecer la
verdad fue en realidad vano porque yo mismo desde el principio podía haber
aclarado todo con la simple confesión de mi culpa, puesto que yo era el principal
organizador de la corrupción que me encargaron investigar. Pero yo no era el
único artífice de aquella obra de arte del mal, había también otros a quienes yo
no podía comprometer por razones obvias, por compañerismo, por amistad,
porque profesaban el mismo amor que yo a la libertad, e incluso por amor, ya que
mi querida esposa también estaba mezclada en el enredo.
Pude, sí, al principio, denunciar aquella trama antipatriótica, pero preferí ir
desvelando poco a poco aquellos turbios manejos con las herramientas que la
legalidad había puesto en mis manos.
Tardé más de cinco años en organizar, podríamos decir, la estructura del
armazón legal que denunciaba con pruebas contundentes los manejos de los
corruptos, pero, desgraciadamente, para entonces tal victoria llegaba tarde, el
delito ya había prescrito. Antes esa circunstancia pensé que si la verdad sería ruin
y desalentadora para el pueblo que se sentiría herido en la extraña sensibilidad
que posee para estas cosas. Así que me callé. ¿Para qué decir nada si nadie podía
ya ser condenado por el delito prescrito? Preferí, pues, insisto en decirlo, callar
para evitar la desazón del pueblo, y hoy, con la conciencia tranquila, cumplido
conforme a la ley mi obligación de investigador, vivo apartado, sereno, rico y
feliz con la satisfacción y el orgullo que producen en un hombre de bien el haber
cumplido honradamente con su deber.
¡Ojalá hubiera en España muchos más tan honrados como yo, dedicados a
denunciar públicamente, conforme a las leyes democráticas elegidas por el
pueblo, los casos de corrupción que tanto ensombrecen la cegadora luz de la
leyes que saboreamos y que quizá no merecemos.

249
LA NUEVA BELLA DURMIENTE DEL BOSQUE

CONSCIENTE el Ministerio de Educación de que los cuentos infantiles que se


relatan a los niños españoles no reflejan ya la realidad de la nueva España, por
decreto-ley se han declarado obligatorias las modificaciones convenientes para
subsanar las aberraciones de los antiguos cuentos ya obsoletos en la nueva patria
que, como se sabe, no la reconoce ya ni la madre que la parió.
Por ejemplo, a partir del citado decreto-ley, el cuento de “La Bella Durmiente
del Bosque” se narrará a los niños obligatoriamente de la siguiente manera.
“La Bella Durmiente del Bosque llevaba muchos años dormida sin que nadie
pudiera despertarla. Un día cruzó el bosque donde la pobre desdichada yacía un
príncipe, quien al verla tan hermosa descendió de su caballo y la besó castamente
en su frente de marfil, pero la Bella Durmiente, a pesar del beso, siguió
profundamente dormida. “¡Qué raro!”, se dijo el príncipe a sí mismo y a su
caballo, y también le besó sus bellos y gordezuelos labios rojos, al principio con
recato y después con claras intenciones libidinosas. Pero también, y a pesar de
esos nuevos besos, la Bella Durmiente continuó dormida, así que el príncipe,
abriéndole el escote, besó el bello esternón de la dormilona y los alrededores del
tal hueso, con la intención de despertarla para decirle con tiernas palabras
amorosas cuánto la amaba. Pero también fueron inútiles los nuevos besos, así que
continuó en ellos y, abriéndola la camisola, le besó el ombligo y sus tiernos
alrededores con, ¡ah, dolor!, los mismos negativos resultados.
El príncipe, locamente enamorado de la bella joven, se desprendió de sus calzas
y de su jubón y la amó con locura como había oído decir que se amaban los
castos esposos en las noches de sus bodas. La tristeza del príncipe fue digna de
compasión al comprobar que tampoco así consiguió despertar a la Bella
Durmiente, a quien dio por difunta. Con el corazón desgarrado por la pena se
vistió, subió a su caballo y se alejó cantando aquello de “y nunca otra noche de
mayo tan bella he vuelto a vivir”.
Entonces, cuando las pisadas del caballo dejaron de oírse, la Bella Durmiente
abrió un ojo, y al ver que no había nadie a su alrededor abrió el otro ojo también,
se levantó e hizo las abluciones que la bruja le aconsejó que hiciese en esos
casos, y percatada de que otro príncipe se acercaba al lecho donde yacía, se
tumbó en él de nuevo, y de nuevo se hizo la dormida. La historia volvió a
repetirse una vez más, y otra, y otra, y dicen que hasta los mismísimos siervos de
gleba intentaron miles de veces despertarla en vano.”
Y colorín colorado este cuento se ha acabado, como ordenan las nuevas normas
ministeriales promulgadas con los fines que ya les hemos informado al principio
por nuestro Gobierno de progreso y modernidad.

250
EL INTÉRPRETE

AQUEL inteligente intérprete tuvo que abandonar su notable carrera de


traductor en las Naciones Unidas porque, aunque traducía más rápida y más
acertadamente que nadie, las tensiones emocionales de su trabajo le conducían a
unas depresiones que hacían de él un hombre incapaz de realizar una labor para
la que estaba tan bien dotado.
Un día me contó llorando el origen de la tragedia:
“Yo —me dijo— fui el único hijo de un matrimonio desgraciado. Mis padres se
pasaban días enteros sin hablarse porque todo diálogo que iniciaban acababa
siempre en violentas discusiones y a veces en agresiones personales. Sin
embargo, siguieron viviendo juntos durante muchos años porque yo desde niño
fui el eslabón que unía sus incomprensiones.
En la mesa, por ejemplo, mi padre, si algún plato que había cocinado mi madre
no le gustaba, se dirigía a mí para decirme: “Dile a tu madre si ha olvidado cómo
se guisan las judías con chorizo”. Aunque mi madre había oído perfectamente la
frase de mi padre, hasta que yo no repetía: “Papá ha dicho que si has olvidado
cómo se guisan las judías con chorizo”, no respondía las groserías que dirigidas a
mi padre yo tenía que encargarme de transmitir.
Fueron años muy penosos para mí, pero aquella labor continua de intérprete del
odio de mis padres desarrolló en mí una inusual vocación de traductor que me
produjo desde muy joven unos ingresos económicos muy importantes.
Yo, por amor a mis padres, viví con ellos hasta que un día en que se enconó
más que nunca su odio escondido durante tantos años, mi padre me dio una
bofetada y me dijo: “Dale esta bofetada a tu madre de mi parte”.
Al principio yo le obedecía y abofeteaba a mi propia madre, que respondía con
otras mayores bofetadas que yo trasladaba a mi padre, pero luego acabé por no
poder tolerar los sufrimientos que me causaba tanta violencia y les abandoné a
los dos. Me vine a Ginebra, donde en seguida me gané la vida con dignidad.
Desgraciadamente, cada vez con más frecuencia, los recuerdos de mi infancia me
impedían realizar mi trabajo con la pulcritud que solía hacerlo y en varias
conferencias internacionales tuve que interrumpir la traducción de un discurso
porque las lágrimas que contuve en mi triste infancia me brotaban de improviso
por culpa de aquel odio que se tuvieron mis padres, hoy, ya por fin, felices y
divorciados. Yo, sin embargo, jamás podré borrar las huellas de aquello terribles
años.”
Y se fue llorando.

251
MATEMÁTICAS NO EXACTAS

NO siempre las matemáticas se comportan como una ciencia exacta; lo son


cuando hablan de números y de abstracciones, pero fallan cuando en sus
operaciones se filtran las pasiones. Es sabido que es muy difícil fijar exactamente
el porcentaje exacto de pecado cuando se vulneran los Mandamientos de la Ley
de Dios, según confirman constantemente desde su magisterio los santos varones
que confiesan a los pecadores. En realidad, si bien se mira suelen poner las
penitencias a ojo.
Reflexionando sobre estas cuestiones observe el otro día que los resultados de
las operaciones elementales clásicas, la suma, la resta, la multiplicación y la
división, pueden a veces ser modificados por las citadas pasiones. ¿Cómo es eso
posible?, se preguntarán ustedes. Pues es posible cuando en las operaciones
matemáticas se entrometen factores psicológicos, pasionales, anímicos y demás
entes no mensurables. Una ira más dos iras pueden bien ser infinidad de números
de iras.
Pero analicemos con detenimiento el caso que me impulsó a estas curiosas
meditaciones. Si escoge usted cuidadosamente diez mil individuos a quienes se
les ha mensurado un coeficiente intelectual de 80 grados, no hay la menor duda
de que el total de coeficientes intelectuales debe ser, tras multiplicar ochenta por
diez mil, ochocientos mil, como decimos. Hasta aquí todo es correcto. Pero
sigamos. Aúne usted, eso sí, diez mil individuos en una manifestación de protesta
contra el Gobierno y verá sorprendido que, si divide ahora la totalidad de los
coeficientes participantes en el acto por su número, o sea diez mil, no obtendrá
ochenta de coeficiente medio, ¡SINO SOLAMENTE CUARENTA! La sencilla
operación de multiplicar un número por otro y dividirlo a continuación por el
mismo número no da un resultado matemáticamente correcto.

¡El coeficiente intelectual medio de los diez mil manifestantes se ha reducido a


la mitad exactamente, y a menos en muchos casos!
Estoy seguro de que habrá interpretaciones que expliquen correctamente este
fenómeno de la reducción intelectual de las masas, en grupo e individualmente,
cuando se excitan. Pero no será una explicación matemática, porque
matemáticamente no se podrá demostrar lo que pretendíamos demostrar en este
breve estudio sobre los números y sus misterios cuando se aplican al alma
humana y a las llamadas cuestiones sociales.
Seguiremos informando.

252
CUESTIONES GRAMATICALES

CREO que la frase: “Ayer no me dolieron las muelas” se enriquece


considerablemente si decimos: “Ayer no me duelen las muelas”, frase, digámoslo
sin rodeos, más cierta y categórica que la citada en primer lugar. Estas formas de
relación entre el presente y el pasado se enriquecen considerablemente
utilizándolas también en el futuro, pues decir, por ejemplo: “Ayer no me dolerán
las muelas” es más breve y conciso que andar dando explicaciones sobre la
imposibilidad de que nos ocurra en el pasado algo que nunca ha sucedido.
Pretendo con estas consideraciones avisar a los señores académicos de la
Española de la necesidad de incluir en nuestra sintaxis los tiempos que yo me
atrevo a sugerir: pueden llamarse “tiempos imposibles”, que podrían matizarse en
los clásicos pretéritos perfecto, imperfecto, pluscuamperfecto e indefinido,
incluyendo en nuestra gramática los tiempos pretérito imposible perfecto,
pretérito imposible imperfecto, pretérito imposible indefinido y pretérito
imposible pluscuamperfecto, con los que podríamos expresar complejísimos
estados anímicos, cuales, por ejemplo: “Ayer no comeré las angulas que he
comprado para cenar mañana (si Dios quiere)”, o “El pasado mes de febrero no
besaré, como es mi ardiente deseo, los labios sensuales de Victoria”, ejemplos
éstos del lenguaje claro, sencillo y significativo como exigía don Miguel de
Cervantes (quien, por cierto, nunca será académico en el pasado glorioso de su
vida) a las palabras, y que seguramente aprobaría entusiásticamente mis
hallazgos lingüísticos.
Sé que se me puede objetar que lo que yo digo es evidente y que no hace sino
expresar la imposibilidad de la ubicuidad en el tiempo, que no es posible por
nuestra mísera condición de humanos, y sólo lo es en la grandeza del Creador. Y
sé que añadirán: “Usted es un necio”.
Pues bien, si usted que me llama necio desea seguir en su ignorancia, lamento
comunicarle que no puedo continuar ofreciéndole las primicias de mis
investigaciones. ¡Hemos roto, caballero! Sólo quiero añadir que su
comportamiento es un ejemplo de cuanto digo, verbigracia: “Ayer usted es un
ignorante, lo habrá sido hoy y lo es, sin duda, mañana”.
No tengo más que decirle.

253
UNA ISLA PARA DOS

HACE nada, mejor dicho, casi nada si así puede decirse, o sea ayer mismo,
hacia las siete de la tarde, un insigne polígrafo y pensador, al ser preguntado a
quién elegiría para vivir en una isla desierta, si recayese sobre él esa obligación,
respondió, dicen, sin pestañear: “A don Leonardo de Vinci”, sin que, al parecer,
se preguntase (o se cuestionase como se dice ahora) si a don Leonardo le
agradaría o no su presencia.
La respuesta del citado polígrafo muestra una soberbia inaudita, puesto que
más que suponer afirma que no hay duda que don Leonardo estaría más contento
que unas pascuas en una isla desierta con la sola presencia del citado polígrafo.
Servidor de ustedes, cuya humildad es conocida universalmente, siempre ha
respondido la misma frase cuando le han hecho esa ingeniosa pregunta, hecho
que ocurre con más frecuencia que lo que ustedes suponen: “Yo elegiría para
vivir solo en una isla desierta a quien desease vivir conmigo en esas
circunstancias, seguramente conflictivas a partir del segundo día de
convivencia.”
Yo no iría a una isla desierta con Leonardo de Vinci porque nuestros fuertes
caracteres chocarían desde le primer instante en que nos viésemos. A mí me
desagradan sus barbas y ciertas circunstancias de sus inclinaciones amorosas, que
no es preciso comentar en estos momentos. Yo sé también que probablemente a
él le desagradaría mi presencia nada esbelta y la penosa e irremediable
circunstancia de que, cosa curiosa, aún no estudiada en profundidad, me huelen
horrorosamente los pies cuando estoy en islas desiertas. Al menos cuando estoy
solo. Supongo que es una cuestión hormonal o nerviosa que empeoraría si
estuviese con Leonardo de Vinci, a quien, a pesar de la repugnancia que me
causan sus barbas, respeto como hombre, como científico de la antigüedad y por
la entereza con que supo enfrentarse a los poderosos y a la muerte acaecida en
1519, concretamente, si no me equivoco. En efecto, murió ese año, según
informa la enciclopedia Espasa, que coincide conmigo, y eso me enorgullece, en
la fecha de la muerte de don Leonardo, aunque no aclara porque debe ignorarlo
como yo, si falleció en una isla desierta o en una isla poblada.
Y nada más. Esto es cuanto tenía hoy que decirles. Reciban ustedes el saludo
más respetuoso y la consideración más distinguida de su afectísimo y seguro
servidor que estrecha sus manos.

254
NO ENGAÑARÁS A HACIENDA

A veces me pregunto por qué los escritores y los periodistas apenas escriben
sobre sus problemas fiscales. Sólo tras profundas reflexiones he llegado a
conocer las razones de tal comportamiento razones que son las siguientes:
Primera. Hay un gran grupo de tales escribidores que no se atreven a hablar de
las profundas heridas que los impuestos producen en su narcisismo económico
por, como se suele decir, no nombrar la soga en casa del ahorcado, y no se dan
cuenta de que su mismo silencio delata la maldad de sus intenciones. “No hay
duda de que su deseo de pasar inadvertidos oculta una mala conciencia fiscal”,
piensan en Hacienda, donde, tras las citadas sospechas, ordenan una inspección
fiscal.
Segunda. Otro grupo lo forman quienes elogian desconsideradamente la
política fiscal del Estado. Su truco tampoco les exime de la inspección, porque en
Hacienda dicen: “Sus elogios muestran claramente la intención de confundirnos
con el halago. Creen ingenuamente que sus palabras muestran una conciencia
inocente. Falso error. No es posible que elogien nuestro trabajo quienes padecen
nuestra labor de sanguijuelas.” Naturalmente, también en este caso la Inspección
ordena la acción correspondiente.
Tercera. Están, por último, quienes braman, mugen y no embisten porque no
pueden hacerlo con la pluma para quejarse de los altísimos descuentos que sufren
sus ingresos y protestan constantemente como quien desde la pureza predica a los
pecadores. Estos mugidores son los más torpes, porque suponen,
equivocadamente, que la Hacienda al oír sus voces pensarán que eso demuestra
una conciencia justamente airada. Profundo error. En Hacienda, al leer sus
ataques furibundos, piensan: “Este sujeto nos quieren engañar con sus mugidos
para hacernos creer que cumple honradamente sus deberes tributarios. ¡Atención,
es un falso predicador! Hágasele la inspección fiscal correspondiente.”
¿Qué hacer, se preguntarán ustedes, que tampoco tienen la conciencia
tranquila? ¿Callar? ¿Protestar? ¿Perfumar al diablo con nuestros elogios?
Nada de eso. La solución es la siguiente:
Pero desgraciadamente se me ha acabado el espacio destinado a mis
reflexiones, insistiremos la próxima semana.
Estén atentos a nuestras próximas informaciones.

255
HABLEMOS HOY DE LA CIENCIA

LA ciencia es para muchos millones de ciudadanos un simple enchufe que pone


en contacto nuestras necesidades energéticas con los centros gigantescos que la
producen. Es como aquel famoso profesor que para explicar qué cosa era la
electricidad, apretaba el interruptor de la luz y cuando se encendía una bombilla,
decía: “Esto es la electricidad.”
Sin embargo, la ciencia no es algo tan sencillo y pueril como digo que
pensamos quienes gozamos de sus virtudes. La ciencia es algo mucho más
complejo y profundo. Es como ese amor que todos se imaginan conocer porque
han amado físicamente a una mujer, en un acto que simboliza y expresa la
alusión que hemos hecho anteriormente al hablar de los enchufes. En el amor
hay, como en la ciencia, algo más que ese simple contacto que produce la luz y
que un profesor ingenuo explicaba diciendo: “Esto es la electricidad”, cuando
todos sabemos que de ese contacto puede surgir un matrimonio, una enfermedad
venérea o una denuncia por estupro o acoso sexual.
Muchos, cuando aprietan un interruptor y nace un niño, dicen: “He aquí el fruto
del amor”, pero eso no explica qué es el amor, cuál su esencia, qué conforma la
complejidad de su ser único e indivisible. En el matrimonio, por ejemplo: ¿Hay
amor o no hay amor? Seguramente muchos de nuestros lectores, para ocultar las
carencias de amor verdadero que sienten con sus respectivas esposas dirán: “Sí,
en el matrimonio hay amor.” Y ahí surge la duda, porque de nuevo hemos llegado
al núcleo primitivo del problema. ¿Qué diferencia hay entre el calor que
recibimos de una estufa de butano, de una de gas natural e incluso de otros
orígenes, incluso, insisto, del calor eléctrico citando ka energía de la que hemos
hablado anteriormente? Nosotros giramos el interruptor, brota el gas que procede
de un lugar para nosotros desconocido y ese gas se transforma en llama al acercar
la chispa que la excita, pero, ¿es eso conocer el calor, la energía, bien de origen
gaseoso, bien líquido o eólico?
Pues lo mismo pasa con el amor y, más aún, con la ciencia, que se atreve a
distinguir entre ciencias exactas y ciencias experimentales como si esa
discriminación se pudiera consentir en una llamada, lo repetimos aun sin haberlo
dicho anteriormente, democrática. ¿Puede decirse que dos y dos son cuatro tiene
menos exactitud que dos billones y dos billones son cuatro billones, a pesar de la
aparente superioridad del billón sobre el sencillo número cuatro?
Hechas estas primeras reflexiones, sólo nos queda apagar la luz y decirnos a
nosotros mismos: ¡Dios mío, haz que hoy coja el sueño en seguida y no me
tengas como ayer toda la noche con los ojos abiertos!
Y el que tiene ojos y sabe oír me comprenderá.

256
EL AMOR AL PRÓJIMO Y LAS MATEMÁTICAS

DURANTE toda nuestra vida, especialmente en la infancia, se nos ha querido


inculcar la idea de que debemos amar al prójimo como a nosotros mismos. Esto
es una sandez que no se la creen ni nuestros propios educadores. Del amor no se
sabe nada, sólo podemos conocer el valor de sus relaciones matemáticas
suponiendo que ese amor teórico, esa palabra vacía que utilizamos
constantemente en nuestras relaciones afectivas tenga algún valor.
Nadie duda de que, según se manifiesta por nuestras hipócritas palabras,
amamos mucho más a los pobres niños de la India que al mendigo que lleno de
harapos pide en la esquina de nuestra casa. Pues bien, aceptado eso, según han
demostrado las ciencias de lo cuantitativo, se puede decir que las leyes de
gravedad y demás leyes mensurables se parecen a las leyes de lo espiritual y lo
anímico y por tanto del amor. Así podemos afirmar que el amor al prójimo
aumenta en proporción directa al cuadrado de la distancia en la que se encuentra
el llamado objeto amado. Podemos llorar como bobos por un pobre niño
hambriento de Somalia mientras permanecemos insensibles al dolor de un
desconocido que nos ha dado un empujón y se ha herido el cogote.
Probémoslo. Si llamamos “a” al amor que sentimos por un compañero de
trabajo y “b” al que se siente por un niño hambriento de Calcuta, nuestra
hipótesis sostiene, si el “b” se encuentra a tres mil quinientos kilómetros de
distancia, que b = “a” x 3.000²
Y si suponemos que amemos a nuestro prójimo, por ejemplo, dentro de un
cálculo bastante aproximado, dos pesetas, al niño de Somalia le amaremos
“b” = 2 x 3.000²
Y ahora viene el problema. ¿Quién de nosotros cuando flota por los aéreos
espacios de la caridad, henchido de amor por el niño, dispone de esa suma
desorbitada? ¡Nadie! Ninguno de nosotros podemos ofrecer ese dinero a un pobre
de Calcuta. Por ello nos queda siempre en el pecho ese dolor de sentir que no
podemos ejercitar la caridad como quisiéramos.
O sea, que no les damos una sola peseta de nuestro bolsillo porque las leyes de
las matemáticas son inexorables, según queríamos demostrar, es decir que la
verdadera caridad, estudiada como ciencia, no puede vivir entre nosotros.

257
Cuento de Navidad
LA CERILLERA

UNA pobre cerillera vendía sus humildes cerillas en la esquina de una calle
donde soplaban los vientos australes, cuyas nieves cubrían casi por completo a la
pobre vendedora, que, temblando de frío, sacaba su manita de entre la nieve y
decía.
“Cómprenme unas cerillas para poder regalarle a mi abuelita turrón del blando
porque del duro no le ha dejado una muela viva. ¡Ayudadme, por caridad!”
Pero nadie hacia caso de la pobre cerillera, que casi helada no tuvo más
remedio que ir encendiendo poco a poco sus cerillas para calentar sus manos
ateridas.
Al rato se acercó a ella un pobre vendedor de lotería, que se acurrucó a su lado
para calentarse con el calor de las cerillas, pero el frío era tan intenso que no le
quedó más remedio que ir quemando poco a poco los décimos de lotería que
vendía, porque la pobre cerillera tiritaba de frío y las lágrimas se le helaban en
los ojos y no podía ver a su abuelita que desde el cielo le mandaba besos y
palabras de consuelo de parte de los angelitos.
Al rato una persona piadosa se acercó a ellos y compadecida le dijo al vendedor
de lotería:
“Esos décimos apenas os dan calor. Ten estos periódicos a cambio de esos
papelitos que casi no dan llama.”
“Muchas gracias, caritativo señor —respondieron los jóvenes al mismo
tiempo—, y les dieron todos los décimos que tenían a cambio de seis kilos de
Prensa atrasada con la que pudieron calentarse mejor que antes.”
Y, ¡oh, caprichos de la fortuna!, entre los décimos que cogió en sus manos el
caballero caritativo estaba el número que acababa de ser premiado con 3.000
millones de pesetas. El caritativo caballero, al conocer su buena fortuna, fue
donde los pobres niños que ya estaban casi congelados porque se les habían
acabado las cerillas, y lleno de generosidad les dio: a él, la Enciclopedia
Completa de Espasa-Calpe, y a ella, un mechero para que tuviera una llamita con
la que poder seguir calentándose, ya que no tenía cerillas.
Moraleja: “Esta historia que acaba de terminar os enseña, queridos lectores,
que no hay virtud sin recompensa, tanto si pertenece al colectivo de los
miserables como al de las clases pudientes. Por eso, dad siempre gracias por los
dones con que os favorece el Señor con su amor y su clemencia.”
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

258
MIME A SU ÁNGEL DE LA GUARDA

HACE poco se ha producido una manifestación multitudinaria de ángeles de la


guarda ante el Ministerio de Trabajo para protestar de las condiciones laborales
en las que están viviendo últimamente. No se les pudo ver porque, como ustedes
saben, los ángeles de la guarda con invisibles, pero su acto simbólico, piensan,
servirá quizá para que en el cielo (donde están prohibidas las manifestaciones)
reduzcan las horas de trabajo que tienen que padecer estos pobres, que ni tienen
vacaciones anuales reglamentarias, ni puentes festivos, ni semana inglesa, ni
nada parecido.
Los ángeles de la guarda se quejan con razón, me han dicho, de que trabajan
día y noche, y de que los riesgos de los que tienen que proteger a sus pupilos han
aumentado tan considerablemente en los últimos años que apenas tienen tiempo
para atender a las abrumadoras cantidades de peligros a los que están sujetos
actualmente los hombres. Antes, cuando la vida era en casi todo el mundo rural y
apacible, sólo se tenían que ocupar de que los niños no se cayesen en los
torrentes cuando cogían flores en sus orillas y de que los adultos no estuviesen al
alcance de las coces de las mulas. Ahora es distinto. Ahora, todo es
potencialmente peligroso: los alimentos, el aire que respiramos, el tráfico, las
nuevas enfermedades, el alcohol, las drogas.
Y los ángeles de la guarda andan jadeantes de un lado para otro, espantando
virus, apartando coches, alejando sidas, quitando malos pensamientos a los
violadores, aumentando nuestra desfallecida autoinmunidad y mil cosas más que
les impiden tener un minuto de reposo.
Los ángeles de la guarda tienen razón, porque son los únicos que trabajan en un
mundo de vagos, de jubilados, de parados, de jóvenes que no han conocido su
primer empleo. Todo el mundo vive en la cultura del ocio involuntario. Todos,
menos los pobres ángeles de la guarda, que corren constantemente el peligro de
que les infeccionemos con nuestras enfermedades y nuestras porquerías, y que, a
veces, por salvarnos, se libran por los pelos de ser atropellados por los locos y
desaprensivos del volante.
Si quiere usted sobrevivir en este mundo de peligros, mime a su ángel de la
guarda. Protéjale. Necesita su ayuda.

259
SÍ-NO

LA carencia de herramientas que les permita expresar sus pensamientos, la


ausencia de lenguaje verbal, hace que los niños sólo puedan comunicar gran parte
de sus opiniones con formas negativas. Los niños cuando niegan están afirmando
algo que no pueden decir de palabra. Los pobres niños sólo pueden decir sí o no.
Ese sencillo lenguaje es también, sorprendentemente, el mecanismo técnico
matemático que calcula, analiza, “reflexiona” en el sistema binario que en los
ordenadores sustituye a nuestro sistema numérico decimal. Es un sistema del uno
o nada, del sí o el no, parecido al lenguaje de los niños.
Pues bien, todos nosotros también escuchamos, pensamos, obedecemos
—desgraciadamente, también votamos— por medio de esos elementales
sistemas, porque todos nosotros carecemos de tiempo para pensar como Dios o la
Razón mandan.
Por las mañanas, cuando millones de españoles pierden su tiempo en los
atascos oyendo las noticias por la radio, se les puede ver que están moviendo la
cabeza haciendo gestos afirmativos o negativos, aprobando o negando lo que
están oyendo porque ese bombardeo de noticias leídas a grandes velocidades no
les da tiempo para la reflexión. Como los niños, sólo pueden responder
aceptando o negando lo que les dicen.
Hasta la publicidad utiliza ese sistema de carencia de libertad para tomar
decisiones meditadas. Los anuncios de la televisión son tan vertiginosos, tan
poco explícitos en el fondo y tan exageradamente infantiles en su forma, que a
quienes los escuchan sólo les quedan dos opciones aceptar lo que les dicen a
ciegas o negarlos por aburrimiento.
Este vicio que desde hace años nos envenena ha llegado también a los
periódicos, en los que se exige una lectura más sosegada y reflexiva, porque casi
todos los lectores sólo leen los titulares en los que los señores periodistas han
acentuado sus opiniones o sus intereses.
Y así, cada día somos más niños sin voz ni voto reales, que debemos aceptar o
negar testarudamente, sin reflexionar, las informaciones, que casi siempre son
órdenes, que nos imponen desde el exterior.
Como, por ejemplo, mis opiniones en este trabajo, que no es necesario que
ustedes tomen en serio ni pierdan el tiempo reflexionando sobre su verdad o su
mentira.
Basta con que ponga su dedo en uno de los recuadros siguientes:

Y así tendrán más tiempo para yo qué sé.

260
MILAGROS ECONÓMICOS

LOS milagros económicos que tantas veces nos anunciaban las autoridades
han demostrado ser unos falsos milagros, unos milagros sin contenido,
fantasmagóricos, simples sábanas infladas por el viento, vacía de la riqueza que,
nos decían, contenían, milagros laicos, sin aliento espiritual, que han acabado
como acaban siempre esas supercherías, en un lamentable fracaso que día a día
se manifiesta con el aumento del paro, el desequilibrio de la balanza de pagos, la
subida incontenida de los precios, el hundimiento de los precios, el hundimiento
de la Bolsa, la depauperación de las masas, la desesperanza en un futuro mejor y
el desconsuelo de los colectivos menos favorecidos, o mejor dicho,
absolutamente nada favorecidos.
Por eso, los milagros económicos van a ser llevados a partir de ahora por los
sistemas clásicos: por la fe y por la esperanza. En los grandes santuarios donde se
producen permanentemente acciones inexplicables para la ciencia, a partir del
año próximo se ocuparán de atender a cuantos menesterosos —que, aunque sanos
de cuerpo, se sienten inválidos económicamente— acudan a sus brazos abiertos.
Ya no asistirán a los lugares de salvación solamente los enfermos que la
Medicina señala como incurables, sino también aquellos a quienes toda
esperanza de tener un par de duros en el bolsillo se les ha negado por culpa de los
gestores de la riqueza nacional, o sea, los señores ministros de Hacienda y de
Economía, que oficialmente han desahuciado de hecho con sus declaraciones
pesimistas la curación de las dolencias de los pobres.
Ya sólo la fe puede salvarles, pero no la fe pagana de los juegos de azar, no una
fe de ludópatas que piensan que la lotería o las quinielas pueden ser su salvación.
La nueva fe de los menesterosos es la fe eterna que nació con los hombres,
quienes, con cánticos de esperanza, acudirán a millares a los santuarios, donde
quizá la gracia de la curación de sus males les ilumine con la luz de la salud
económica, ya perdida la esperanza de otros caminos.
A esto hemos llegado, señores.

261
MUTACIÓN

LOS tenorios han sufrido últimamente una mutación en su comportamiento. Ya


no son los de antes, cuando los había de pensamiento, de palabra y de obra, es
decir: los fantasiosos, los locuaces y los que de verdad eran donjuanes.
Estos grupos han desaparecido y se han unificado en una nueva variedad que
sólo lo es en potencia, pero no en obra. Ahora hay un pavor colectivo a tener
éxito con las mujeres que no tenían los antiguos conquistadores, en primer lugar
porque ya no hay doncellas que seducir y en segundo porque se teme que esa
falta de virtud puede ir unida al complemento de un hermoso síndrome de
autoinmunidad adquirida, adquirida en manos de otros, naturalmente.
Para muchos, ese temor al contagio ha sido una liberación. Ya no tienen que
poner a prueba sus capacidades de seducción.
Su miedo al contagio se lo impide. Antes, los conquistadores, o triunfaban en
sus perversos amorosos fines o volvían con el rabo entre las piernas para contar
hazañas inventadas, heridos en su amor propio de seductores fracasados.
Ahora es distinto, ahora los nuevos donjuanes se conforman con pensar que si
no fuera por su temor a la enfermedad, que les impide lanzarse a enamorar y
seducir a tumba abierta, los donjuanes y donluises clásicos serían unos niños de
teta a su lado, y se conforman con miradas y gestos de entrega, que a su
machismo amedrentado ante el virus que puede llevarles a la tumba, le es
suficiente. Antes había seductores en acto, ahora solamente en potencia.
Y vuelven a casa diciéndose por su valentía para no caer en la peligrosa
tentación: “Hoy he vuelto locas a catorce. Lo he notado en los desfallecimientos
que he adivinado en sus carnes enamoradas, que palpitaban lánguidas de deseos
de mi persona.”
Y se vuelven tranquilos y castos a casa y se acuestan solitos y se duermen y
sueñan orgías eróticas precedidas por las nuevas costumbres amorosas
autosuficientes que nos aconsejan desde el Ministerio de Asuntos Sociales, tan
preocupado siempre por la salud sexual de los españoles. ¡Pobres!

262
PLACERES OLVIDADOS

LOS jóvenes de hoy, entregados de cuerpo entero a la vida disoluta


contemporánea, han olvidado, muchos ni siquiera han oído hablar de ellos, los
placeres que se podían saborear no hace muchos años, placeres sencillos y
delicados como las humildes flores que brotan espontáneamente en los prados
solitarios.
Ahora, los jóvenes andan con sus litronas, sus cocaínas, sus éxtasis, sus orgías
y sus sidas, y creen que por eso son más hombres.
Los jóvenes de hoy viven en el estruendo de sus músicas y las tormentas
interiores de sus vicios, que, además, no les causan remordimientos. Carecen de
vida interior y son incapaces de percibir la delicada presencia de tantas cosas
placenteras, humildes, mínimas, pero de una intensidad y una pasión que llegan a
ser superiores a sus apocalípticas —ellos lo creen— exageraciones.
Los sabañones, por ejemplo, ¿conocen los jóvenes, y los no tan jóvenes, la
humildad, la franciscana humildad de los sabañones de aquellos tiempos que
ellos desprecian? Jamás un joven de los que creen que están viviendo el
“big-bang” de la creación del cosmos podrá conocer la intensidad del amor con
que nos acariciábamos con las yemas de los dedos los brotes de los sabañones
tempranos que nos nacían en los dedos de los pies, en los talones, en los dedos de
las manos, en las orejas, casi de improviso, como nacen un día ante su atónita
mirada los pechos de las adolescentes.
A veces, en las prudentes caricias con que apaciguábamos los primeros
escozores de los sabañones nos heríamos porque una uña atrevida había rasgado
la rosada piel que nos excitaba con una intensidad imposible de alcanzar con los
insensatos desvaríos y atolondramientos de las costumbres modernas.
Otro día continuaremos con este tema, un tema del amor y sus ansiedades, con
más detenimiento. Los sabañones, hoy yacen abandonados y cubiertos de polvo
en los rincones donde habita el olvido.
Los ricos, sólo me queda añadir, se hacían los sabañones a medida como los
anillos nobiliarios cargados de escudos que los circundaban.
Y, además, justo es mostrar su patriotismo, todos eran de producción nacional,
y no como ahora en que todo es importado.

263
LOS TRES FILÓSOFOS

LOS tres filósofos, con la serenidad con que Epicuro y sus alumnos meditaban
sobre la Naturaleza, la felicidad, los dioses y demás preocupaciones propias de su
condición de filósofos, se acercaron a la orilla del mar que mansamente y casi en
silencio lamía los muros del paseo.
La noche, como suele ser aconsejable en estos casos, era espléndida. En la
oscuridad del cielo, las estrellas brillaban con brillos de estrellas y su turbadora
presencia hizo que los tres filósofos exclamaran al mismo tiempo.
—¿Qué somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos?
Y una vez más, no perdida la esperanza de encontrar la respuesta a las
preguntas que durante tantos siglos se ha formulado el hombre a sí mismo, de
nuevo los tres filósofos interrogaron al cielo, a los dioses, a la nada y a sí mismos
sobre el enigma de la existencia de unos seres capaces de preguntarse esas cosas.
Y así estuvieron en un exigente diálogo durante tres horas hasta que por fin, ¡oh
generosidad de la inteligencia!, por fin encontraron las respuestas a sus
preguntas.
Dichas respuestas son las siguientes:
P.—¿Qué somos?
R.—Somos tres profesores de Filosofía del Instituto Local de Enseñanza
Media.
P.—¿De dónde venimos?
R.—Venimos de dar clases de Filosofía para que nuestros alumnos sean en el
futuro profesores de Filosofía y enseñen a sus alumnos a enseñar lo que nosotros
les estamos enseñando.
P.—¿Adónde vamos?
R.—A cenar, que ya se está haciendo un poco tarde.
Lentamente y en silencio volvieron hacia la ciudad dejando atrás el paseo
marítimo, se dirigieron a sus casas y, ¡oh nueva felicidad!, como si sus legítimas
esposas hubieran adivinado su fortuna, las tres habían preparado el mismo menú,
quizá uno de los preferidos de los tres filósofos: salmón ahumado de primero y
albóndigas con tomate de segundo.
Sólo nos queda decir que muy pocas veces se producen hechos como el citado
que inundan de inenarrable felicidad la mansa paz de las capitales de provincia.

264
INFORME

TRAS los accidentes de tráfico, afortunadamente cada día menos frecuentes, se


esconden unos dramas que por imprevisibles no son menos dolorosos que los que
padecen las víctimas con lesiones físicas, sangrientas la mayoría de las veces.
Nos referimos, naturalmente, a los conflictos psicológicos que se crean en los
ángeles de la guarda por quienes por su torpeza o su maldad son responsables de
los accidentes a que nos estamos refiriendo, porque los ángeles, de alguna
manera, en un sentido digamos espiritual, son responsables subsidiarios de las
penosas consecuencias que acarrean siempre tras sí los accidentes a que nos
estamos refiriendo, repito.
Los citados ángeles, seres extremadamente sensibles y bien educados,
repugnan enfrentarse unos con otros, pero las irresponsables conductas de los
humanos a quienes los ángeles protegen les obligan a veces a acusaciones
recíprocas de ligereza en su vigilancia y hasta, como ha ocurrido últimamente en
un caso que no viene a cuento, de ignorancia de las normas de conducir vehículos
automotores, que en estos momentos nadie, y muy especialmente los ángeles de
la guarda, deben desconocer.
Generalmente se acaba siempre por demostrar en los tribunales del Cielo que
los ángeles de la guarda envueltos en accidentes producidos por irresponsables
son inocentes. Todos los esfuerzos por salvar las vidas de los energúmenos que
van al volante de los veloces coches modernos suelen ser muchas veces vanos, y
a muchos ángeles, ante la tozudez y la violencia de sus pupilos, sólo les queda el
consuelo del llanto.
No olvidemos que cientos de miles de veces diariamente hemos salido ilesos de
unos accidentes que hubiesen sido trágicos sin la intervención oportuna y
salvadora de nuestros ángeles de la guarda, que velan en silencio por nosotros en
los cielos de las carreteras.
Conduzcamos con prudencia y evitemos que nuestros ángeles de la guarda se
enzarcen en discusiones que nada tienen que ver con su apacible naturaleza y sus
continuos desvelos por ayudarnos. A veces ni ellos pueden hacer nada por
apaciguar nuestra agresividad, tantas veces causante de graves heridas e incluso
muerte, de los irresponsables conductores citados. Pensemos, pues, cuando
vayamos al volante, en nuestros abnegados ángeles de la guarda. Ellos merecen
que también nosotros les ayudemos con nuestra buena conducta.
(Informe de la Dirección General de Tráfico sobre “Los otros protagonistas de
los accidentes en las carreteras españolas”)

265
DE NUEVO EL COLESTEROL

ANTES, quizá porque se ignoraba su existencia, nadie se preocupaba del


colesterol, y muchos de los que ahora padecemos su presencia no lo conocimos
hasta que nos hicieron el primer análisis de sangre cuando ya éramos
sexagenarios. Antes éramos enfermos inconscientes, ahora la preocupación vive
constante a nuestro lado y nos angustia, y muchos, los más aprensivos, nos
solemos preguntar: “¿Desde cuando corre por mis arterias la condenada grasa del
colesterol?” Y temblamos porque sentimos la amenaza de su acción
retrospectiva.
Los hipocondríacos son los más sensibles a esa ansiedad. Muchos temen, y el
abajo firmante es uno de ellos, que debemos tener colesterol desde la infancia,
porque no es posible que nos brotara súbitamente cuando las informaciones
médicas nos avisaron de su peligrosa existencia.
Porque, ¿cuánto colesterol padecíamos, si así puede decirse, en nuestra
infancia, cuando nuestras madres nos alimentaban con chocolates, churros,
chorizos, morcillas, mantequillas, tocinos, leches sin descremar, filetes de cerdo
ahogados en aceite, y cuando cualquier porquería medianamente digerible era
devorada con la famosa ansiedad de la posguerra?
Esa preocupación por conocer nuestro colesterol retrospectivo nos hace temer
que ya teníamos ateromas en las arterias cuando andábamos con los mocos
colgando y las rodillas llenas de costras, que eran los testimonios de las infancias
felices de aquellos tiempos. Y esos ateromas, nos preguntamos, ¿pueden ser
ahora erradicados de nuestro cuerpo o forman ya parte de la pared estrechada de
nuestras arterias por el colesterol durante toda nuestra vida?
No se detienen ahí las preguntas. ¿No habría también colesterol en la leche con
que nos amamantaron nuestras madres que quizá también lo padecían, pero que
lo ignoraban porque entonces no se practicaba la inquisitorial manía de los
análisis de sangre?
Esas dudas nos incitan a otras nuevas: “¿Es hereditario el colesterol, se nace
con sus excesos en nuestras arterias infantiles?” Y a otras nuevas: “¿No habrá
colesteroles prenatales y fetales? ¿Estará ya presente el colesterol en nuestro
código genético? ¿Empezaron a tener colesterol Adán y Eva cuando por su
concupiscencia fueron arrojados del Paraíso Terrenal en el que sin duda no
existía?”
Y así podríamos seguir hasta el infinito. Nunca, me temo, disiparemos las
angustias que nos producen la existencia del colesterol en el mundo. Del malo
naturalmente, el bueno bienvenido sea.

266
DIOS CASTIGA CON PIEDRAS EN LOS RIÑONES

EN los últimos años los restaurantes de lujo estuvieron llenos de ejecutivos que
devoraban mariscos y demás manjares de las nuevas y las viejas cocinas con el
mismo furor con que hundían sus puñales financieros en los ingenuos que se
enfrentaban a su poder económico.
Sin embargo, no era la gula la que les incitaba a comer y a beber sin razonable
medida los platos más caros de la carta: era la avaricia. La mayoría, en vez de
deglutir ansiosamente platos, devoraban precios, porque las facturas caras de los
restaurantes eran un testimonio de su riqueza. Su avidez por el dinero teñía de la
misma avidez toda su conducta. Todo lo hacían sin moderación, lo mismo comer
que sudar como cerdos jugando al “squash”, ambas inclinaciones, como se sabe,
enemigas irreconciliables del alma.
El despilfarro de calorías y de dinero de aquellos años parece que está
disminuyendo. Los restaurantes están medio vacíos y los antiguos devoradores,
entre los excesos en la ingesta de grasas, proteínas, alcoholes y nicotina, el
pánico por el presente y el pavor por el futuro, están pagando en sus hígados, en
sus riñones y en sus arterias aquellos excesos de los que quieren limpiarse con
ayunos y largas y sudorosas caminatas, intento vano porque la ansiedad que
padecen ahora es tan destructora como el exceso de “foie” y vinos de buenas
añadas engullidos en exceso.
No pretendo moralizar con banales reflexiones ni saborear mezquinamente la
derrota de los antiguos triunfadores. Escribo con envidia, porque sin razón moral
que lo justifique, una vida de renuncia y austeridad me ha conducido a los
mismos males que padecen antiguos triunfadores a los males reumáticos,
arterioscleróticos, cardiopáticos, hepáticos y depresivos sin habérmelo comido ni
bebido. Y eso es injusto. Porque es injusto que las antiguas grandezas de unos y
las antiguas penurias de otros hayan concluido en los mismos resultados. Ya sólo
tenemos frente a nosotros el pasado. Para unos, un pasado glorioso, para otros, un
pasado de perro tiñoso callejero.
En mi próxima reencarnación quiero ser rico, escarabajo boñiguero si es
necesario, pero rico.
Haré todo lo posible por conseguirlo.

267
EL HOMENAJE O NO SOMOS NADA

EL pasado domingo, en un céntrico hotel de una de nuestras más cultas


capitales de provincia, se celebró un solemne acto para honrar al insigne
polígrafo local que se lo merecía.
Fue un homenaje organizado secretamente por el propio insigne polígrafo que,
cansado de todas las glorias autonómicas que había alcanzado, ya sin esperanza
de poder incrementarlas, decidió despedirse del mundo con un banquete de tres
platos, postre, café, copa, puro y discursos.
Cuando llegó la hora de los brindis, el insigne polígrafo se levantó a petición
propia, expuso con breves y sentidas palabras su agradecimiento por el
inmerecido homenaje que estaba recibiendo y brindó por su retirada de las
vanidades del mundo. Alzó su copa y todos hicieron lo mismo, luego todos
bebieron al mismo tiempo. Y cuando iban a estallar los aplausos que se suelen
dar en esta clase de ceremonias, el insigne polígrafo alzó también su brazo,
detuvo los de los homenajeadores que estaban a punto de prorrumpir en los
citados aplausos, y dijo.
—Hoy me despido de todos vosotros no solamente porque me aleje de las
tertulias en las que solíamos anegar nuestros ocios y nuestras inquietudes
culturales, artísticas, científicas y sociales, no. Hoy me alejo también de vosotros
definitivamente y físicamente, os lo puedo asegurar ahora que el acto está
consumado, porque la copa que he bebido y que contenía el alma de esta
asamblea fraterna, estaba envenenada. Dentro de unos instantes expiraré.
Las fuerzas vivas presentes, anonadadas y confusas, no quisieron creerle al
principio, pero convencidas al fin de la fatalidad del hecho, gritaron al unísono:
—¡No, no nos abandones, insigne polígrafo! ¡Te necesitamos! ¡Tú eras la vida
y el aliento de nuestras inquietudes!
Y el insigne polígrafo, antes de expirar, pudo murmurar balbuciendo. —No, si
no os abandono. Vosotros venís conmigo. Vuestras copas también estaban
envenenadas.”
En un rincón, tres comensales suspiraron aliviados creyendo que se habían
salvado, eran abstemios. Dios había recompensado su virtud, pensaron.
Pero no era así, porque el insigne polígrafo, que siempre pensaba en todo, había
envenenado también la copa.
Y así se extinguió en unos minutos el clamor de aquel parnaso. Naturalmente,
la ausencia de tantos intelectuales pasó totalmente desapercibida en los foros
intelectuales de la patria y en los del extranjero.
Ni tan siquiera les sacaron en la televisión autonómica.

268
SUICIDARIUM

AHORA todos hablan de la necesidad de crear instituciones que ayuden a los


enfermos terminales a morir con dignidad. Se puede decir que es el último grito
de las conquistas sociales.
Pero eso no es suficiente. Hay que ayudar también a quienes lo deseen a
suicidarse con dignidad, con cortesía, con higiene y con limpieza porque, hoy por
hoy, un suicidio digno solo está al alcance de unos pocos elegidos. Esa es la triste
verdad.
En la India, cuya cultura milenaria en estos temas nadie puede dejar de admirar,
hay centros donde los necesitados de la paz y la serenidad del Más Allá van a
recogerse y a dejarse morir. Nadie se lo impide.
Aquí se podría hacer algo parecido, pero con los lujos, modestos lujos si se
quiere, propios de occidente. Se podrían crear a bajo precio instituciones sociales
para que la gente pudiera cumplir sus deseos de extinguirse en paz y serenidad, y
que podrían llamarse, utilizando un neologismo de ecos latinos, Suicidarium.
Sé que esas instituciones, como todas las instituciones del Estado, pronto serían
instituciones raquíticas. No hay duda de que tarde o temprano la iniciativa
privada tendría que ocuparse de crear centros limpios y coquetos donde los
clientes podrían alcanzar sus deseos sin necesidad de esperar en las largas listas
de espera que sin duda en el futuro se formarían si el Estado fuese el encargado
de administrar las instituciones a que nos estamos refiriendo.
Pero es el Estado quien debe dar los primeros pasos para ayudar a los
menesterosos a suicidarse con las garantías de eficacia y limpieza que se debe
esperar en países democráticos a los que con todo derecho pertenecemos. Por eso
—nos atrevemos a sugerir—, los políticos deberían ocuparse urgentemente de
esta nueva conquista social, que quizá en un plazo no muy lejano ellos pueden
ser los primeros en necesitar. Dios lo quiera.

269
NO TODA LA CULPA ES DE ELLOS

LA algarabía de la televisión, el estruendo del prójimo, las miserias de la vida


política, la voracidad de los ricos y los poderosos, la tozudez de la publicidad, los
lamentos de las víctimas de la injusticia, la agitación de los aturdidos que sólo se
tranquilizan con el ruido, el chirriar de las mentiras que intentamos en vano
espantar a manotazos como se espantaban antiguamente las invencibles moscar
que pululaban por todos los espacios, la vida, en resumen, que nos ha tocado
vivir me encendió un día el deseo de alejarme de tanta banalidad, de tanto
engaño, de tanto tronar de voces vacías de significado y decidí alejarme del
mundo para refugiarme en el silencio y en la soledad en los que al fin podría
vivir la pureza de la intimidad de mi existencia.
Y así lo hice. Me encerré en mi casa y la vacié de todos los objetos que me
unían a las vanidades, levanté dobles tabiques en todas las paredes, alfombré los
suelos, escayolé los techos, dupliqué los cristales de las ventanas para aislarme
del rumor del mundo y conseguí al fin la quietud y la paz que mi decisión exigía.
Por fin había encontrado, a cambio de placenteras renunciaciones, el silencio
que mi espíritu necesitaba.
Y entonces, entonces —tiembla mi mano al escribirlo— súbitamente, en mi
primer abandono a la paz por fin encontrada, brotó de mí mismo un estruendo
infernal, un aullar de mezquindades y miserias interiores, surgieron tribus enteras
de manías y egoísmos, diminutas, miserables, oscuras y tenaces como los
rebaños de los insectos, casi vegetales, que no alcanzan ni la irracionalidad, y me
encontré ahogado en la impureza y la sordidez que llevaban años escondidas
dentro de mí mismo, contenidas solamente por el atolondramiento que me
producía el fragor del mundo al que acababa de renunciar.
Entonces comprendí que el mundo que yo creía culpable de mi infelicidad
habitaba dentro de mí desde que fui engendrado. Me di cuenta de que era un
miserable incurable. Así que, lleno de humildad, volví al mundo y hasta fui a
votar aquel año, que tocaba.
Y en la armonía de la estupidez estoy volviendo a encontrar la felicidad que yo
creía perdida para siempre.

270
NOSTALGIA

HOY, de madrugada, de repente, sin la presencia de una razón que lo


justificara, he recordado con tristeza que ya no me río de los árboles ni de la
vegetación en general como antes.
Y me he entristecido, porque también he recordado, casi simultáneamente, a
una amiga, aún no fallecida, que un día empezó a llorar colocando una de sus
mejillas sobre mi pecho, y que al preguntarle yo por los motivos de su llanto me
dijo:
—Lloro porque acabo de acordarme que hace mucho tiempo que no me
acuerdo de mi abuela.
Sé muy bien, simplemente porque la evidencia me lo muestra sin necesidad de
acudir al raciocinio, que un árbol no es una abuela, aunque admito que los
árboles, como seres vivos, también tienen abuelas y, con más razón que nosotros,
árboles genealógicos.
Quizás este olvido, el de no reírme de los árboles y de la vegetación en general,
sea debido a que ahora apenas voy al campo y a que aquí, en la monstruosa
ciudad en que resido, los árboles, las plantas, las flores, la vegetación en general
hace tiempo que han huido, desgraciadamente para perecer en los desiertos que
rodean nuestras ciudades.
No me río de los árboles porque casi todos los que yo conocí en mi juventud
han fallecido y porque los pocos que quedan vivos, si vivir puede llamarse a la
pobre vida vegetativa que llevan en los jardines botánicos, están enfermos,
ateridos del frío de la soledad y del olvido.
Recuerdo que en mi adolescencia yo solía ir a reírme de un roble que residía en
un prado cercano a mi casa. El viejo roble, al ver que yo me acercaba estremecía
las hojas que crecían en sus ramas fingiendo ira o temor, nunca llegué a saberlo,
y luego, cuando yo me reía de él, al final él también lanzaba grandes carcajadas
con el vozarrón con que gritaba en las tormentas, y así nos pasábamos los dos
tardes enteras, felices de ser árbol él y yo niño.
El roble fue vilmente asesinado en la guerra civil por sus ideas políticas, por su,
quizás exagerado e injusto, odio al Concilio de Trento y porque hacía frío.
Y yo tengo también muerta mi hermosa dentadura natural de aquellos años de
juventud y la postiza se me escapa de entre los labios y se me cae al suelo donde
intenta reírse para contagiarme su falsa alegría de autobús de jubilados con vídeo
y servicio para las incontinencias de orina. Pero es en vano, ya no sé reírme.
Y lo que es más triste todavía. No sólo no me río, a veces lloro de tristeza como
los sauces.

271
YO QUIERO ESTAR LOCO

ENTRÉ en la sala de espera donde estaban los locos que aparentemente


parecían sanos y normales como yo. Todos estaban ensimismados, con quietud
de estatuas, y sólo el turbio velo de sus miradas mostraba su condición de
semihombres.
Pensé que pronto estaría como ellos, que el psiquiatra que iba a ocuparse de mí
no serían tan cruel que no complaciese mis deseos, o mi deseo, porque yo sólo
tengo un solo deseo ser loco, vivir la feliz irresponsabilidad de los locos.
Aunque prefiero decir la verdad yo, más que loco, lo que quiero ser es gallina
ponedora. Por eso estoy inquieto en esta espera porque temo que el psiquiatra no
va a comprenderme ni ayudarme. Los psiquiatras son excesivamente razonables
y no saben comprender a quienes como yo desean ser locos en general y gallinas
ponedoras en particular. Voy a exponerle con toda sinceridad mi caso no quiero
seguir viviendo en este estado de claridad mental, de lucidez intelectual que sólo
me sirve para vivir atormentado. Esta supuesta vida civilizada que estoy viviendo
puede acabar con mi condición de ser superior. No soporto a mi lado tantos
hombres fragmentados, tantos desperdicios de almas, tanta mediocridad y tanta
codicia. Prefiero, como digo, ser gallina ponedora, vivir felizmente en el campo
(jamás aceptaré vivir en una granja avícola, que a fin de cuentas es igual al
mundo civilizado en que ahora vivo) correteando por la tierra generosa,
atrapando gusanos con mi pico, cacareando alegremente con la hermosísima
inocencia con que los santos místicos viven su soledad de eremitas.
Y en estas reflexiones estaba yo rodeado de aquellos pacíficos locos cuando
una espléndida gallina de uno ochenta de estatura, vestida con una sencilla bata
blanca, se asomó por la puerta que nos comunicaba a los pacientes con el
despacho del doctor y dijo:
—El siguiente.
La gravedad de su prestancia, la serenidad que emanaban todos sus gestos, la
superioridad de aquella majestuosa gallina me hicieron comprender que estaba
ante el psiquiatra.
Me dio tanta alegría saber que mis deseos de ser gallina no eran irrealizables
que, enajenado por una infantil felicidad, me arrojé a sus brazos cacareando
como una gallina clueca, dejando olvidados sobre la silla los huevos que había
puesto durante la espera.
Lo demás pueden ustedes imaginárselo.

272
RENUNCIACIÓN

FRAY Luis de León me mostró la verdad y sus caminos. Gracias a él


comprendí que una vida de pureza y de humildad nos conduce a la paz interior
más dulcemente que los placeres que perversa y constantemente se nos ofrecen
en esta cultura de egoísmos y vanidades.
Así que decidí, gracias a fray Luis renunciar a todos los objetos, a todas las
personas, a todos los pensamientos que me arrastraban hacia lo bajo, a la tierra y
a sus barros. Abandoné mi soberbia, los placeres de la carne, las riquezas en
general y mis ansias de poder para humillar a mi prójimo, para ir en pos (como
decía mi tía Carmela) de la pobreza.
Pronto, sin embargo, empezaron los problemas. Era difícil, casi imposible,
conseguir lo que me proponía. ¿De qué riquezas iba yo a abdicar si jamás una
sola peseta ha florecido en las palmas de mis manos? ¿De qué lujos quería yo
alejarme si llevo tres años parado y sin seguridad social? ¿De qué tentaciones, de
qué placeres podía yo huir si soy halitoso, feo, malformado y las mujeres ignoran
mi existencia? Ni siquiera por culpa de mi impotencia, puedo complacerme a mí
mismo en placeres íntimos y oscuros.
¿Y la soberbia? ¿De qué soberbia puedo yo alejarme si no soy nada ni nadie, si
todos me tratan a patadas aprovechándose de mi decrepitud y mis deformidades
físicas?
Y de repente, cuando reflexionaba sobre estas paradojas de mi vida, una luz
interior me iluminó y me llenó de felicidad, porque ese renuncia que quería
aplicarme a mí mismo, ese alejarme de los placeres, ese vivir en la humildad y en
la pobreza que me ofrecían las palabras de fray Luis las llevaba yo viviendo
desde el día en que nací, si nacimiento puede llamarse al asomarse la cabeza
deforme de un sietemesino que aparentaba muchísima menos edad que es lo que
yo hice.
Me sentí crecer. ¡Yo ya era como quería ser tras las lecciones de fray Luis! Para
agradecer a los cielos estos dones quise inclinarme y besar la tierra, pero ni eso
fue necesario porque mi escoliosis me obliga a tener las encías a tres centímetros
del suelo que beso sin cesar cuando estornudo.
O sea que, resumiendo, escogí el camino de la virtud siguiendo como estaba. A
veces, raras veces, es cierto, el Señor abruma con sus dones a las ovejas más
humildes de su rebaño.

273
LA EXPLOSIÓN

NADIE quiere creerme, nadie, en esta inmunda prisión en la que yazgo y


yaceré a perpetuidad, piensa que digo la verdad, que soy inocente, que las cosas
ocurrieron como lo dije ante el juez que me condenó con la severidad con que
condenan los jueces que creen que se les miente, que se sienten ofendidos porque
sospechan que los acusados quieren burlarse de ellos incurriendo en desacato,
espantosísima culpa difícil de juzgar, y menos aún de perdonar, con el corazón
equilibrado.
Nadie quiere creerme cuando juro por el santo nombre de mi santa madre que
yo no descuarticé a aquella jovencita a la que tanto amaba, y que todo fue un
accidente de amor.
Porque yo la amaba como jamás había amado hasta entonces y porque ella me
amaba a mí con una pasión tan violenta, que si yo lo hubiera sospechado jamás
habría caído en la tentación de hacerla mía mientras yo, en aquel trágico abrazo,
me hacía suyo. Pero la mutua pasión nos forzó a amarnos locamente; ella me
entregó su inocencia y yo le entregué mi corazón, puro por primera vez ante la
carne.
Desgraciadamente nuestro deseo produjo la destrucción de mi amada. Cuando
la inicié en el amor que yo pensé sería eterno en nuestras vidas, de repente, ante
mi perplejidad y mi horror, mi amada estalló en mis brazos. ¡Tan fuerte era su
pasión, tan incontenibles sus deseos enjaulados durante los años en que conservó
para mí su pureza!
Sé que ustedes tampoco me van a creer, pero el encuentro fue como lo digo. Su
dorada cabecita, sus enamorados brazos, sus piernas, sus nalgas, toda entera se
expandió por la habitación como un big-bang que tuviera todo el amor del
cosmos en sus entrañas.
Sólo quedó de ella para mí su delicado ombliguito que quedó pegado al mío. El
resto era sólo una hamburguesa esparcida a mi alrededor, carne cálida y
palpitante que me ennobleció con su sangre enamorada.
Eso fue lo que ocurrió. Lo juro. Si la ciencia admite que del primer y único
big-bang nació el cosmos en que vivimos, ¿por qué no me creen cuando describo
aquella desbandada de carnes enamoradas?
Moriré aquí en la cárcel, lo sé, condenado injustamente. Ya sólo me queda el
consuelo de pensar que fui amado como pocos han sido amados.
Mi único delito fue, y paradójicamente lo desconoce el juez de mi condena, que
me comí su ombliguito, único trozo que quedó limpio de polvo y sangre de su
amor inolvidable.

274
UN RECUERDO DE LA INFANCIA

“YO no creo que el primer recuerdo que tenemos de nuestra infancia viva en
nuestra memoria por la importancia que tuvo cuando se produjo el hecho. Hay
mucha gente que, ya en la senectud, un día se sorprende al ver surgir de repente
ante sí el recuerdo de una experiencia infantil que no había recordado en los años
anteriores.
Las experiencias infantiles están latentes en nosotros esperando que una
vivencia actual las despierte cuando, quizá, acabamos de vivir una escena
parecida a la que estuvo tantos años dormida en nuestra conciencia.
Digo esto porque el otro día, en un momento de sosiego y abandono, recordé
súbitamente que siendo yo niño —mi madre me llevaba semidesnudo en los
brazos—, una vecina que se cruzó en nuestro camino se rió de mi pilila porque
era muy pequeña.
Me he puesto a reflexionar sobre este singular suceso y creo que no hay error si
afirmo que yo no acababa de recordar mi futuro, sino mi presente. Entonces
solamente puede haberme avergonzado de mi desnudez, pero no del tamaño del
ridículo adminículo expuesto a la curiosidad de los paseantes, porque en aquellos
años yo era demasiado niño para percibir esos matices.
Por lo tanto, pensé, este recuerdo había sido producido por una experiencia
reciente. Y, efectivamente, así era.
Hurgando en mis trajines de los días anteriores, que se ocultaban con un tesón
sospechoso, recordé, también de improviso, que la víspera yo había vivido una
parecida situación angustiosa cuando alguien, cuyo nombre no quiero mencionar
por motivos fácilmente comprensibles, hizo unos comentarios nada elogiosos a
mi pilila actual, lo que despertó en mí el recuerdo a que me vengo refiriendo,
para ocultar la ansiedad presente y desplazarla a mi pasado, fecha en la que mi
narcisismo se sentía menos herido.
Naturalmente tengo que profundizar más todavía en este curioso fenómeno de
traslado al pasado de una realidad que preferimos olvidar para no aumentar
nuestras angustias seniles. En semanas próximas les seguiré informando de este
curioso fenómeno del alma y de la pilila.”
(Del “Diario inédito de un jubilado aficionado al psicoanálisis”. Zaragoza.
1993)

275
¡QUÉ PENA!

POR un incomprensible abandono de nuestras autoridades, a los jóvenes ya no


se les enseña cómo deben abofetear a su prójimo, carencia educativa que luego
crea graves problemas en el comportamiento social a los ignorantes de esa vieja
costumbre, que hoy ha dejado de practicarse, como hemos dicho, por la desidia
de quienes desde el Ministerio de Educación y Ciencia deberían ocuparse de este
tipo de enseñanzas.
Hoy la gente se insulta, se apuñala, se estrangula, se mutila y se viola, eso es
cierto, no puede negarse, pero no se abofetea con la elegancia con que lo hacían
nuestros abuelos.
Aquellas sonoras bofetadas que se propinaban con la palma de la mano han
dejado de oírse o se oyen desgraciadamente con poca frecuencia. Pocos son los
afortunados que han presenciado un diálogo razonado y profundo que concluya
con el resonar huesudo de las bofetadas que se solían dar con el dorso de la
mano.
Es cierto, no podemos negarlo, que a cambio de esa —si así se puede
llamarse— renuncia a las bofetadas tenemos la costumbre de contemplar
frecuentemente apuñalamientos en la vía pública. Pero no es lo mismo. Un
apuñalamiento, lo admitimos, es más vistoso, más excitante, más ejemplificador,
más útil si se quiere, pero no tiene el señorío de las bofetadas en las que, aparte
de alguna muela que otra, jamás se vertía públicamente ni sangre ni jugos
gástricos, cosa que ocurre con excesiva frecuencia en estos tiempos en que
prevalece el mal gusto sobre la finura de los buenos modales.
Esta ausencia de bofetadas demuestra que nuestra civilización es más sincera,
más sana, menos inhibida, pero desgraciadamente demuestra también que
estamos viviendo en una cultura en la que los gestos antiguos de nuestros abuelos
se están perdiendo en beneficio de un mal entendido utilitarismo que agiliza,
tampoco podemos negarlo, los trámites administrativos de las defunciones.
Sólo nos queda el consuelo de saber que poco a poco volveremos a las antiguas
costumbres y que pronto, no lo dudamos, los hijos volverán a abofetear a sus
padres y abuelos con el respeto que se merecen.
Si no es así, sería una pena.

276
EL DECORADO

AYER me puso los cuernos mi señora y por culpa de ese vulgar acontecimiento
he pasado una de las temporadas más desdichadas de mi vida. No por mí, que a
mí me da lo mismo que me ponga los cuernos mi señora que me los ponga mi
descapotable, sino por mis amigos, por la angustia que han sentido todos ellos al
conocer la gravedad de mi supuesta desdicha.
Yo podía leer en sus ojos su ansiedad y su tristeza. No podían disimular que
conocían mi secreto. Algunos hacían grandes esfuerzos, vanos, por supuesto,
para fingir que desconocían mi cornudez, si así puede decirse, otros se
sonrojaban al verme, como si fuesen ellos los ofendidos, y otros, los que vivían
angustiados de pensar que yo pudiese saber que ellos conocían lo que
socialmente debe de ser ignorado, otros, repito, a los que se les salía la lengua
por los ojos de ganas de decirme la verdad y compadecerme y consolarme y
darme el abrazo callado que se dan en esos casos, vivían en continua zozobra.
Yo, por piedad hacia sus congojas, les decía:
—Creo que mi mujer me está engañando.
Y todos, con grandes y caritativas afirmaciones, me hablaban de la intachable
moralidad de la ponedora de mis ornamentos y negaban que eso fuera posible.
Sólo uno, mi más querido amigo, que aún sigue siéndolo, fue sincero conmigo y
me dijo:
—Lo siento, quiero que lo sepas si no lo sabes: fui incapaz de no sucumbir a
las tentaciones de la zorra de tu mujer.
Cuando me lo dijo, le di un apretón de manos fuerte y cálido como cuando se
acompaña a un viudo en el sentimiento. Y nos fuimos a tomar unas copas.
Ahora, para que dejen de mirarme mis amigos con la piedad que este tipo de
supuestos secretos aconseja, me he colocado en el testuz unos hermosos cuernos
de plástico, dorados y bruñidos, que me dan un aire satánico que nada tiene que
ver con mis dones apacibles, pero que les ha quitado un peso de encima a todos
los que me quieren.
¡Lo que tiene que hacer uno por los amigos!

277
YO SÓLO SÉ QUE NUNCA SABRÉ NADA

HOY, tranquila, serenamente, he reflexionado sobre lo que yo conozco del


mundo y sus realidades. Los resultados de mis reflexiones han sido
desalentadores. No sé nada, lo ignoro todo, pero no con la soberbia socrática del
“sólo sé que no sé nada”, sino con la triste constatación de la evidencia: no sé
nada del mundo que me rodea ni jamás llegaré a conocer algo más allá de mi
presbicia y de mi sordera. Tengo un analfabetismo integral de espectador de
televisión. Ni eso siquiera, porque hace hace años que ni la escucho ni la veo.
¿De qué puedo, entonces, opinar? ¿Qué puedo decir a mi prójimo que contenga
algo de verdadero? En un grupo que suelo ver con frecuencia me llaman el
autista porque siempre estoy callado, porque pongo toda mi pasión en escuchar lo
que dicen los demás y que olvido inmediatamente.
Yo soy así, los demás, sin embargo, lo saben todo, lo bueno, lo malo, lo bello,
lo feo, la plenitud, la nada, la materia, Dios, y hasta son capaces de explicar los
cambios que se producen en la materia de un huevo cuando se fríe.
Mantengo intacto el estupor de la infancia de los primeros días, cuando los
recién nacidos no pueden distinguir a su madre de la teta que la representa ante
sus ojos.
Igual que esos recién nacidos mamones que bizquean al mirar el pezón que les
nutre, yo también miro los pechos que a veces tengo próximos a mis ojos y a mis
labios y, bizqueando también, me quedo perplejo: “¿Qué es esta esfera coronada?
¿Por qué se hunde y se resiste al mismo tiempo cuando la empujo con mis
narices ansiosas del aroma de ese animal angélico?” Todo me asombra, todo me
consterna porque no puedo explicarme nada con la profundidad que lo deseo.
Una situación parecida la advertí un día en unos niños que andaban angustiados
porque no sabían qué cosa era un marica. Estaban desolados de su ignorancia, de
su incapacidad de comprender algo que para ellos era perturbador. Uno de ellos,
por fin, con gran orgullo, dijo a los demás que él sabía lo que era un marica y lo
explicó magistral y equivocadamente:
—Una marica —dijo— es dos señores que hacen caca al mismo tiempo.
Igual vivo yo, y me temo que ustedes también, queridos lectores.
Abandonen su soberbia y su presunción. Sean humildes. Quizá por ahí les
llegue la sabiduría de la ignorancia.

278
UNA HISTORIA TRÁGICA

LA historia que vas a leer, querido lector, es una historia real. Ocurrió hace
muchos años en un viaje que hizo una famosa compañía de baile español a
América.
Me la contó una de las protagonistas que carecía de pudor, y ocurrió de la
siguiente manera:
Cuando las bailarinas del “ballet” cenaban en el comedor del barco entró,
dejándolas a todas con la cuchara a la altura de la barbilla, un dios vikingo. Se
sentó solo en una mesa y cenó solo. Cuando digo un dios vikingo repito la frase
de la bailarina que así definió a aquel viajero del norte de Europa, alto, bello,
fuerte y con el aire de ser el famoso marinero de la canción “Tatuaje”.
Pues bien, prosiguió la danzarina en su relato, todas, absolutamente todas,
decidimos en el primer instante de la aparición de aquel afortunado vikingo que
sería físicamente nuestro.
Y así ocurrió. El afortunado citado pasó todas las noches de la travesía con
alguna de las apasionadas bailarinas. Luego desapareció de sus vidas y en ellas,
supongo, dejó en recuerdo inolvidable no venéreo, supongo también.
Repito que esta historia es cierta, porque así me lo juró una de las afortunadas
participantes de la gira, que por cierto, fue un éxito, quizá por la felicidad que
habían encontrado todas ellas en aquel amoroso viaje.
Y ahora llega la tragedia. La tragedia del pobre y afortunado seductor que,
estoy seguro, lleva años contando a sus amigos sus noches de pasión con veinte
bailarinas españolas sin que nadie le crea.
¡Es terrible haber vivido una aventura tan venturosa oyendo cuando la cuentas
sólo frases de desdén e incredulidad! Pero ése es el castigo a su pecado.
Yo tengo ganas de encontrarme un día al dios vikingo, no con fines eróticos,
como ustedes se imaginan, que siempre piensan lo peor, sino para decirle,
después de escucharle, y poner mi mano sobre su hombro.
—¡Sé que es cierto lo que usted me ha dicho, rubio Don Juan! Me lo ha
contado mi antigua prometida, la que hoy no es mi señora.
¡Cuesta tan poco completar la felicidad de quienes casi la alcanzan con la punta
de sus dedos y más! Yo soy así de generoso.
Y por última vez repito que la historia es verdadera. Algunas de mis lectoras lo
recordarán y sonreirán con melancolía.
Así son las cosas del amor, aunque sea efímero.

279
INSOMNIO

CUANDO por las noches caemos en brazos del insomnio y reflexionamos


sobre los placeres y las indignidades en las que hemos perdido el día, acabamos
siempre en manos del frágil consuelo del arrepentimiento que nos incita a
cambiar de vida, la vida que vivimos y que como un sueño nos va conduciendo
hacia no sé dónde, hacia la nada quizá y a sus despojos.
Estas meditaciones y estos arrepentimientos nocturnos se extinguen en el
sueño, pero al día siguiente, al despertarnos, volvemos a las viejas costumbres de
siempre, de las que nos arrepentiremos de nuevo.
Pero a veces el arrepentimiento no es tan ligero, a veces, el arrepentimiento es
terrible como un padre sádico, incomprensible, que se improviso surgiera a los
pies de nuestra cuna de adolescentes para estrangular, delante de nuestra madre,
que aprueba en silencio el filicidio, nuestra garganta aún incapaz de entonar con
dignidad el himno nacional. En esos arrepentimientos, en los que percibimos
claramente la inutilidad de nuestra vida, irrecuperable ya y que agoniza a
nuestros pies enferma de aburrimiento, sufro como no puedes imaginarte, porque
veo las cenizas de lo que yo podría haber sido, cenizas ateridas de fríos
desconsuelos y de los arrepentimientos a los que me he referido para explicarte
qué clase de angustias me atenazan donde atenazan las angustias a los
angustiados y que yo, de pura angustia, desconozco.
Eso dije y fui a continuar, pero ella me lo impidió y me dijo:
—Entonces, ¿qué significo yo para ti? ¿Qué soy yo en tu vida?
Y abandonó la cama y ni se vistió delante de mí como otras veces. Oí el suave
roce de las ropas en su cuerpo cuando se vestía en la habitación de al lado, luego
los pasos de sus pies desnudos y por fin, cuando ya calzados se dirigieron a la
puerta de la casa, el portazo de despedida.
Entonces comprobé que astutamente se había olvidado las braguitas entre las
sábanas. “Volverá —me dije—; este olvido es una excusa para volver a mi lado.”
Hacía frío, así que cogí las braguitas, comprobé que encajaban perfectamente
en la circunferencia de mi cabeza, me las puse de gorrito y me dormí
inmediatamente.
¿O lo he soñado?

280
LA BOFETADA

ÉRAMOS cuatro a la mesa y la cena transcurría felizmente, sin incidentes. De


repente, sin ninguna razón que lo justificara, uno de nosotros se levantó y se
dirigió a una mesa donde comía un matrimonio y con gran cortesía le preguntó al
esposo si era (dijo un nombre que no viene a cuento).
El caballero respondió que no era el caballero citado. Entonces,
sorprendentemente, nuestro amigo le propinó la bofetada que habitualmente
suele propinarse en situaciones parecidas, nos dijo más tarde.
El abofeteado palideció, pero no dijo nada. Cogió las gafas, que por culpa del
golpe habían caído en la sopa, las limpió, se las colocó de nuevo y siguió
cenando, no sin hacer un gesto a la esposa para que contuviera el llanto.
Nuestro amigo volvió con nosotros, se sentó en su silla y siguió cenando. No
pude evitarlo y le pregunté quién era el abofeteado. Mi amigo me miró
sorprendido:
—¿Cómo voy a saberlo? Es la primera vez que lo veo.
Y nos explicó que él solamente abofeteaba a desconocidos. Abofetear a
conocidos, con razón o sin ella, es una vulgaridad, un abandonarse a las más viles
pasiones, nos explicó con calma.
El caballero abofeteado se levantó. Su señora y el niño que les acompañaban,
también; cruzaron cerca de nuestra mesa, nos saludaron cortesmente y se fueron.
Los camareros se habían dividido en dos grupos: los que alababan el gesto de
nuestro amigo y los que consideraban que su conducta era injusta, puesto que
carecía de “casus belli”, como dijo uno de ellos que solía leer las crónicas
políticas de los periódicos de principio de siglo que se dejaban olvidados los
clientes viejos, muchos de ellos diplomáticos jubilados.
—En realidad —nos dijo nuestro amigo— me he abofeteado a mí mismo en el
rostro de Cristo.
Seguimos cenando, pero el jovial clima de antes de la bofetada se enturbió y ya
no disfrutamos de la cena como antes del sorprendente acontecimiento.

281
LOS HARENES DE OCCIDENTE

HAY que reconocer que esta conocida institución matrimonial de Oriente hace
siglos ha sido superada en Occidente. No quiero decir que la cristiandad haya
alejado de su seno esta malévola forma de unir al hombre y a las mujeres, sino
que los harenes de Occidente son más abiertos, como se suele decir ahora, más
tolerantes, más humanos.
Tener en casa un harén es un engorro que sólo algunos cándidos
seudodonjuanes poseen. Lo perfecto en nuestro mundo cristiano, repito, es tener
libres del yugo del harén a las huríes terrenales que tanto complacen a los
hombres polígamos.
En realidad esta forma abierta, como dijimos, de la servidumbre de los harenes
es más acorde a las ideas de liberación de la mujer, tan en boga últimamente. Y
más cómoda, desde luego.
Las mujeres, hay que reconocerlo, son unas pejigueras como decían nuestros
abuelos y juntas son inaguantables por los celos, los odios que brotan entre ellas
y sus bulliciosas disputas.
Por eso es más saludable no tener a todas concentradas en un mismo ámbito
especial, sino repartidas en los domicilios de sus legítimos esposos, de sus
padres, de sus amantes o en sus propios pisos.
Naturalmente, de alguna manera esta forma occidental del harén tiene algunos
inconvenientes. Uno de ellos es el de los cuernos. Muchas esposas ajenas que
forman parte de nuestros diseminados harenes a veces se ven obligadas a cumplir
el llamado débito conyugal con sus maridos o amantes legítimos. No es raro que
se dé ese caso, pero, sin duda, es un mal menor. Ya lo dice la sabiduría popular:
“Hoy por mí, mañana por ti.”
Estas reflexiones, naturalmente, pueden ser criticadas por algunos
oscurantistas, especialmente calvinistas, pero debemos admitir sinceramente que
el tipo de harén occidental al que nos estamos refiriendo es más práctico para el
hombre y más moral para las mujeres que pueden gozar en su propia casa del
calor de un hogar cristiano, por un lado, y por otro, no caen en la ostentación de
su alejamiento de la doctrina de la Iglesia, conducta que a muchos puede parecer
reprobable desde el punto de la moral tradicional ya casi afortunadamente, en
desuso.

282
EL ASESOR DE MI MENTE

HOY he soñado que bebía un vaso de agua.


Me he despertado angustiado, sudoroso y con taquicardias. ¿Qué puede
significar ese sueño para que me haya producido un impacto emocional tan
tremendo? Como yo no lo comprendo se lo he preguntado a mi asesor
psiquiátrico, que ha esclarecido mis dudas.
—Es muy sencillo —me ha dicho—. Te has angustiado porque el vaso, con su
concavidad, es el símbolo de la vagina que has visto limpia y transparente porque
es el símbolo de la pureza de tu madre, que niegas, por supuesto, y que la quieres
incorporar oralmente en ti mismo en un acto de dar a luz, de dar vida a tu madre,
como ella te la dio a ti.
—De todas formas —ha continuado—, el vaso también puede representar al
falo de tu padre. Un vaso estrecho y alargado…
—No era alargado —le he aclarado—, era más bien achatado.
—Más a mi favor —ha respondido mi asesor—. Un vaso que debería ser
alargado expresa con la chatez que me dices tu deseo de castrar a tu padre, como
lo indica perfectamente el acto de beberlo, es decir, de aproximarlo a tus dientes,
que en el fondo son también símbolos fálicos. Estabas entablando una lucha…
—Perdone —le he interrumpido—, le estaba tomando el pelo. Yo no he soñado
nada.
—Más a mi favor de nuevo —ha exclamado, lleno de alegría—. Tus instintos
de agresión son tan fuertes, que ni siquiera te atreves a expresarlo en la
formación simbólica de los sueños. No has tenido valor para soñar que bebías un
vaso de agua por temor a la castración por parte de tu padre, que seguiría a ese
sueño que expresa claramente tus conflictos edípicos.
—Le he interrumpido de nuevo y, por fin, le he dicho la verdad.
—He soñado que mataba a mi padre.
—Eso no importa —me ha explicado—. Eso lo soñamos todos los hombres
normales todos los días. Ese es un sueño que expresa el deseo directamente, es
decir, sin conflictos.
Y así ha seguido hasta las diez mil pesetas que le pago por la consulta todos los
días.

283
¡ALLÁ YO!

A mí lo que me pasa es que me he perdido el respeto.


Yo no soy nada para mí, carezco de prestigio ante mis ojos y me burlo de mi
aspecto, y de mis palabras y de mis actos.
Por la mañana, por ejemplo, no hago caso de mis razonables consejos que me
sugieren que debo madrugar para llegar a tiempo a la oficina. Sé que es inútil que
me aconseje nada porque no me hago caso, repito. Así que me quedo en la cama
hasta que mi madre, llorosa y angustiada, me dice que me levante.
A ella sí, a mi madre todavía la respeto, y me levanto de la cama cuando me lo
dice, aunque ya es tarde para llegar a tiempo a la oficina. Afortunadamente ella
siempre encuentra palabras para justificarme ante mi jefe.
Cuando me miro al espejo en el baño me produzco risa y asco. ¿Cómo puedo
yo respetar a un tipejo así, con esa cara de idiota que parece la de mi padre que
en paz descanse? Por eso ni me lavo, ni me peino, ni me afeito, ni me limpio los
dientes ni me quito las legañas.
Un tipejo como ese que tengo delante no se merece ni mi respeto ni mi
consideración. Si fuese alto, esbelto, fuerte, arrogante y seguro de sí mismo quizá
me respetaría. ¿Pero cómo puedo respetar a ese ser, si es que llega a ser ser, que
de humano sólo tienen vestigios?
Al comer me veo comer como un zafio, enseñando entre los labios la comida
medio masticada, metiendo el dedo entre las muelas para sacar los trozos de
carne que se quedan atrapados, cortándome las uñas entre plato y plato. Me veo y
no lo creo.
¿Cómo voy a respetar a un tipo así: grosero, altivo, desdeñoso, que no respeta
ni a la familia, ni a sus mayores, ni a los padres de la patria, ni a la misma patria
ni a los dioses?
Yo ya le he abandonado. Me he cansado de intentar cambiar al tipejo que soy y
le dejo hacer lo que le da la gana.
Allá él. Yo he renunciado a cambiarle, y sigo en mi torre de marfil, donde estoy
libre de las vilezas y las bajas pasiones de mí mismo.
Y así soy ligeramente feliz.

284
LA BROMA

HOY hemos decidido en la oficina gastar una broma a nuestras esposas. Es una
broma muy divertida e inocente. Consiste en decirle cada uno de nosotros a
nuestra mujer al llegar a casa:
—¡Infame!
Y después, sin darle el beso de siempre, dirigirnos al dormitorio, sacar la
maleta grande del armario, llenarla con nuestras cosas imprescindibles para vivir
por nuestra cuenta, besar con tristeza a nuestros hijos y luego dirigirnos a la
puerta, y allí dirigirnos de nuevo a la pobre mujer, que estará asustada sin
entender nada de lo que pasa, para decirle con aire de reproche:
—Y tú sabes por qué lo digo.
El que nos ha propuesto la idea nos ha dicho que esta broma que él ya se la ha
gastado a su mujer sirvió para que aquel día, cuando se aclaró todo, viviesen una
maravillosa noche, con mariscada incluida.
Así que yo, esta tarde, cuando he llegado a casa, sin darle a mi mujer el beso de
todos los días y con un gesto severo y casi compungido le he dicho lo que dice
mi amigo que hay que decir:
—¡Infame!
Luego me he dirigido al dormitorio a coger la maleta grande para meter mis
cosas y seguir fingiendo que abandonaba el hogar. Y entonces se ha producido
algo que yo no esperaba, porque mi señora me ha dicho con un aire severo
superior al que yo había fingido:
—Es mejor que sea así. ¿Te lo ha contado él mismo, no?
Yo me he quedado anonadado de su confesión. He llenado la maleta, he besado
a los niños con lágrimas en los ojos, he ido a la puerta de la casa, he salido, y
ahora estoy en un hotel maldiciendo las bromas que a veces nos proponen
nuestros amigos para excitar a nuestras honradas esposas.
PD. Aquella noche se suicidó el pobre bromista.
Lo más gracioso de todo es que jamás llegó a enterarse de que el “él” a quien
se refería su mujer en su pregunta era el compañero que les propuso el
jueguecito.
Pero no todo son penas. Hoy la esposa y el bromista son felices en el
matrimonio que contrajeron después del suicidio que hemos dicho.
Así son las cosas. No hay mal que por mal no venga.

285
EL ACOSO

DESDE hace varios meses me está acosando sexualmente una gallina.


Todos los días cuando cojo mi coche para ir a la oficina, la gallina me está
esperando, subida al volante, y en cuanto me ve empieza a picotearme la
bragueta mientras cacarea unos cacareos, que yo adivino por el tono con que los
dice que son cacareos nacidos del amor y no del capricho.
Yo procuro no hacerle caso, pero ella se sube en mis rodillas y con el pico me
suelta el nudo de la corbata, los botones de la camisa, la hebilla del cinturón y
pretende bajarme los pantalones mientras conduzco.
Yo hasta ahora he sabido controlarme y no he conseguido que me desnude.
Ella, entonces, se va a un rincón y llora y a mí se me rompe el corazón al ver su
tristeza y su angustia, porque por sus miradas comprendo que me ama
sinceramente y que sus intenciones de quitarme la ropa nacen de una pasión
brotada de un amor puro y verdadero que quiere llegar hasta la posesión física,
cosa que suele ocurrir con mucha frecuencia según las leyes de la Naturaleza.
Yo, no puedo negarlo, me siento halagado por su amor y su deseo. Yo ya no soy
joven y nunca he sido atractivo. Ella es joven, esbelta, con un cuerpo ágil y
sensual y unas plumas tersas y brillantes. En resumen: es atractiva, pero yo no
puedo consentir sus deseos por temor a hacerle daño. No daño físico, porque sé
que ha conocido a otros hombres. Yo tengo miedo a hacerle daño espiritual.
Yo, como digo, no la amo y nuestro amor no pasaría de dos o tres noches de
loca pasión, que yo olvidaría en seguida y ella no. Ella sufriría porque sé que se
entregará a mi de cuerpo y alma, porque su acoso no es un capricho, sino un
amor que no puede vencer con sus pocas fuerzas de joven gallina enamorada.
Tengo miedo, además, y por eso quizá la respeto de que un día venga y me
ponga un huevo en las rodillas y me diga con cacareos de enamorada:
—Este huevo es tuyo. Es fruto de nuestro amor. Comételo si quieres.
Y eso sí que no, yo no quiero ser un Saturno devorando a sus hijos.
Y la he atropellado con el coche. No me ha quedado más remedio. Que Dios
me perdone.

286
LAS ÚLTIMAS DICTADURAS

LAS últimas dictaduras que sobreviven entre las democracias formales que nos
ha tocado gozar últimamente son las dictaduras de los restauradores, en cuyas
repúblicas, o eres un súbdito sumiso o si no lo eres, al final del atraco te
envenenan con un licorcito de la casa, porque, además de fieros, los restauradores
son unos dialécticos cursis que siempre hablan en diminutivo.
Hay restaurantes en los que antes de que abras la boca para pedir la carta ya te
han traído los tres platos típicos del asalto que precede al desvalijamiento final: el
plato de jamón de Jabugo, el de lomo de las mismas tierras y el de los
langostinitos. Eso para empezar y para que no puedas huir cuando veas los
precios de la carta.
Muchos ingenuos creen que esos platos son obsequio de la casa y sufren
digestiones de suspensión de pagos cuando al final de la comida ven el precio de
lo que creían que era un regalo.
Hasta hace poco esos restaurantes atracamesas te asaltaban porque querían
amortizar la inversión del local y la decoración con visillos en dos o tres años.
Ahora arruinan a los pocos clientes que les quedan vivos con unas facturas que se
pagan con manos temblorosas.
Si hay una crisis que muchos celebramos con alegría es la de los restaurantes
“snobs”, que más que restaurantes parecen cuevas de Alibabaes.
Antes no importaban esos robos a plato armado porque generalmente era el
Estado el que corría con los gastos de los señores clientes. Pero ahora, el Estado,
dicen, yo no lo creo, está inapetente para esos lujos y el que quiere comer en un
restaurante caro lo tiene que pagar de su bolsillo. Y eso, incluso para los altos
cargos, ya no es negocio, que no es lo mismo comer invitado que por tu cuenta.
Ahora los enchufados de los presupuestos generales han vuelto a la vieja
costumbre familiar del huevo frito con tomate.
En fin, que continuaremos hablando del tema porque se nos está haciendo tarde
y yo tengo que ir a comer con un subsecretario. ¡A saber en qué tabernucho me
invita en esta nueva legislatura!

287
UN MATRIMONIO EJEMPLAR

HACE años presencié en el domicilio de una familia amiga mía un


comportamiento singular que mostraba las atenciones que prestaban a la
educación de sus hijos.
Los esposos, a pesar de mi presencia, sin ningún pudor empezaron a insultarse.
La manera de insultarse mutuamente parecía como sujeta a unas reglas que
respetaban puntualmente.
Primero le insultaba ella a él y luego él respondía después de reflexionar un
rato. Para insultarse, debo decir, utilizaban unas maneras correctísimas y jamás
empleaban formas retóricas sino que sólo se dirigían epítetos.
—¡Sinvergüenza! —decía ella, por ejemplo, y él respondía:
—¡Marrana!
Ella reflexionaba un rato y luego pasaba al ataque, con infinita cortesía, como
digo:
—¡Cerdo! —le respondía con calma mirándole a los ojos.
—¡Gorda!
Y así se pasaban la tarde. Un día, recuerdo, cuando estaban tan entretenidos en
su juego de insultos se abrió la puerta del saloncito donde jugaban y entró un
pequeñajo de unos cinco años. Ellos al verle dejaron de insultarse, besaron
cariñosamente a su hijo y luego le mandaron a dormir.
Cuando se quedaron solos, con mi presencia naturalmente, el marido se dirigió
atentamente a su esposa y le dijo:
—Vamos a seguir. Te toca a ti.
Y ella, como obedeciendo las ordenanzas de un rito sagrado, dijo:
—¡Cornudo!
—¡Menopáusica! —contestó él.
Y así siguieron toda la tarde jugando serenamente, sin ofenderse ni irritarse, a
tan singular entretenimiento.
Debo decir que en ningún momento me ofendieron a mí con uno de sus
insultos, y eso les define y ennoblece.
Y para que conste lo escribo a tantos de tantos de mil novecientos tantos.

288
LA EXTINCIÓN

Y acaeció que el cosmos entero, en un “big-bang” invertido, se extinguió.

Los planetas chocaron con los planetas, las estrellas se unieron a las estrellas en
un ígneo abrazo, las galaxias se devoraron las unas a las otras y viceversa, y todo
el infinito inexistente, en un estruendo mil veces inenarrable, estalló con el
estruendo que pueden ustedes imaginarse.

El espectáculo fue transmitido en directo. Millones de humanos pudieron


contemplar en la televisión a aquel terror que iba acercándose a la tierra a la
velocidad de la luz elevada a la millonésima potencia.

Se fueron apagando las estrellas poco a poco. Primero las más alejadas, luego
nuestras hermanas de la Vía Láctea, y por fin nuestro sol.

Cuando nuestro planeta fue alcanzado por la hecatombe cósmica lo último que
pudo oírse fue una voz angustiada que gritó:

—¡Vicente, cierra las ventanas!

A continuación todo lo hasta entonces existente, el tiempo incluido, fue


deglutido por la nada, de la que quizá algún día pueda volver a brotar la vida.

Pero nosotros, queridos lectores, ni ustedes ni yo, desgraciadamente, ya no lo


veremos.

A veces hasta la nada también se extingue.

289
EL ALBA Y LA ROSA

EL poeta se despertó con flemas. Mientras regurgitaba los ácidos restos del
cordero de la cena de la víspera contempló alarmado que otra vez le estaba
brotando en el labio superior el herpes del estrés o de las malas costumbres.
Luego, al lavarse los dientes, se le disparó la dentadura postiza, que cayó en la
taza del retrete, de donde la extrajo con dificultad y asco. Al salir del baño se
cruzó con su esposa, que envuelta en una bata japonesa entreabierta mostraba las
ruinas a que el señor conduce nuestra soberbia. Olía al tocino frío del desayuno y
andaba otra vez, al parecer, con sus descomposiciones intestinales.
El poeta que cambiar los pañales a su último hijo, nacido del descuido, del
error o de la monotonía en un encuentro matrimonial acaecido en el sueño y la
penumbra. Su hija adolescente volvió en ese momento a casa después de varios
días de ausencia. Olía a porros y a pacharán. “Yo no tengo que dar explicaciones
de mi vida a nadie”, dijo, y desapareció en su habitación tras un tronar de
portazos.
El poeta notó que el vino de la cena había enconado la virulencia de sus
almorranas crónicas. Se miró en un espejo y notó la zona enrojecida. Llamó a su
señora, que, tras una inspección ocular, confirmó sus sospechas: aquello iba peor
cada día. Progresaba con el mismo tesón y la misma calma con que progresaba
también el adenoma prostático.
El poeta, ya limpio, aseado y con un yogur de fresas desnatado, entró en su
habitación de poeta y escribió:
“El alba y la rosa. Poema”.
Y estuvo escribiendo toda la mañana hasta que su señora, que aún andaba
envuelta en la bala japonesa, le anunció que las fabes ya estaban en la mesa.
El poeta concluyó el poema horas después entre eructo y eructo con sabor a
morcilla y a chorizo asturiano.
A pesar de todo, el exquisito poema está incluido en numerosas antologías de
poesía contemporánea.
Así son la vida y al arte.

290
EL ROBO DEL PERRO DE PAVLOV

TODOS sabemos qué es un reflejo condicionado, término utilizado por el


fisiólogo Pavlov para describir cómo a un perro al que se le abría el apetito con
gran profusión de saliva cuando le enseñaban un filete, si se unía a la exhibición
de tal filete, si se unía a la exhibición de tal filete el sonido de una campanilla y
luego se le hurtaba el filete, cómo repito, el pobre perro seguía produciendo la
misma saliva al escuchar el sonido de la campanilla. Es decir, resumiendo: que al
pobre perro le engañaban miserablemente sustituyendo la realidad del filete por
la imagen sonora del campanillazo.
Pues bien, ahora a nosotros nos pasa lo mismo pero con el dinero. Millones de
ciudadanos vivimos constantemente unos reflejos parecidos a los reflejos
condicionados de los pobre perros despojados de su filete. Experimentan con
nosotros el reflejo condicionado del dinero que nos conduce a uno de los grandes
engaños de la modernidad económica.
Se nos suele ver, por culpa de ese reflejo que digo, sentados en los cafés o
deambulando por las calles con la mirada absorta pensando, razonando, casi
oyendo el ruido de los miles de millones de pesetas de las que nos hablan la
publicidad, las informaciones económicas, las catástrofes financieras, las
corrupciones convictas y flagrantes, las especulaciones escandalosas de los
poderosos, mientras que si nos palpamos los bolsillos apenas encontramos
cuarenta duros, que serán menos dentro de poco tiempo si las predicciones
financieras se confirman.
Todos esos millones ajenos nos hacen deshacernos en ensalivaciones, como al
pobre perro de Pavlov cuando imaginaba un filete en lo que sólo era el agitarse
del badajo de una campanilla.
Y así andamos nosotros, entubados de esperanzas, segregando jugos gástricos
de calderilla, imaginando tener a nuestro alcance los millones que nunca
tendremos y viviendo con los bolsillos y las fauces ensalivadas de deseos y con
el rabo entre las piernas.
Así estamos todos por culpa de los experimentos económicos de nuestros
ministros, como estaba el pobre perro de Pavlov, que en paz descanse.
Y dentro de poco, me temo, no tendremos energía ni para que se nos haga la
boca agua.
Están ustedes avisados.

291
VIDAS PARALELAS CON AMNESIA

EL septuagenario le dijo a su esposa:


—¿Recuerdas cómo nos conocimos?
—Sí.
—Fue maravilloso —suspiró el septuagenario—. Yo no me había fijado en ti
hasta que te caíste de la cubierta del barco al Nilo. En la caída ya me pareciste
hermosa. Luego, al ver que un cocodrilo se acercaba a ti, me arrojé al río, herí de
muerte al monstruo que ya tenía sus fauces abiertas para devorarte, te cogí en mis
brazos, te saqué del río y a la luz de la luna llena africana te hice la respiración
boca a boca que continué cuando ya estabas reanimada. Tú respondiste
apasionadamente a mis besos y así nos enamoramos, ¿recuerdas?
—¡Pero qué tonterías dices —respondió la sexagenaria—.
Nosotros no nos conocimos como dices. Nos conocimos en casa de mi tía
Martina. Recuerdo que nos quedamos solos y sin darme siquiera un beso me
violaste en la moqueta del salón, que, por cierto, era verde.
—Ese fue otro día —le corrigió el septuagenario—. Nos conocimos como te he
dicho. Aún recuerdo cómo se reflejó la luna llena en tus pupilas cuando abriste
los ojos. Yo te besé dulcemente y te pregunté cómo te llamabas. “Lucía”, me
dijiste.
—¡Cómo te voy a decir eso! Yo no me llamo Lucía, me llamo Martina, como
mi tía, que en paz descanse.
—Tú puedes decir ahora lo que quieras, pero allá, en las orillas del Nilo, a un
paso del desierto, donde aullaban los chacales, me dijiste que te llamabas Lucía.
—Tú cada día estás peor de lo del riego, Benito. Y eso te pasa por no tomar las
medicinas, que luego confundes, el culo con las témporas. “Además —añadió la
sexagenaria— yo nunca he estado en Egipto.
—¿Pero, no recuerdas que nos casamos por el rito Kopto en Alejandría?
—Ya estás chocheando otra vez. Tú y yo no estamos casados. Siempre hemos
estado amancebados.
El septuagenario no respondió. Luego se tomó un par de píldoras para la
arteriosclerosis.
—Tómate tú también una —dijo—, las necesitas más que yo.
Y no volvieron a dirigirse la palabra hasta el mes siguiente en que vinieron sus
hijos a visitarles.
¡Qué verdad es que las líneas y las vidas paralelas solo se encuentran, tras la
muerte, en el infinito, si es que existe!

292
UN NIÑO AFORTUNADO

ERA un niño señalado por el dedo de la Fortuna, como suele decirse.


Al nacer —un 1 de enero—, cuando acababan de sonar las doce campanadas
del año anterior, una conocida marca de biberones le concedió el premio “Un
millón para el primer español del año”.
Una semana después sus padres, al comprobar el interés con el que el niño
señalaba un décimo de lotería expuesto en un quiosco, compraron varios décimos
que obtuvieron el primer premio en el sorteo de aquel mismo día.
Y lo mismo ocurrió con la Primitiva, las quinielas, el Bono-Loto y los cupones
de ciegos. Donde el prodigioso niño colocaba se dedito índice, siempre brotaba
un premio extraordinario.
Ganaba a distancia los premios de la ruleta desde su propio domicilio
señalando con su prodigioso dedo los números que iban a ser premiados y que la
esposa informaba a su esposo por teléfono.
En seis meses ganó una considerable fortuna para sus padres, sí, pero aquel don
precioso fue también su ruina.
Es sabido que Dios todos los días 1 de cada mes celebra en el cielo un gran
sorteo en el que concede los premios mensuales de defunción entre los niños del
mundo.
Pues bien, nuestro afortunado niño, rompiendo todas las estadísticas de
mortalidad y supervivencia, cuando cumplió seis mesecitos de edad falleció
inesperadamente de una enfermedad desconocida. Dios, en el sorteo de aquel
mes, le concedió el primer premio de defunciones de niños de seis meses. Fue la
última victoria del prodigioso niño.
Sus padres, abrumados por la pena y el dolor, se entregaron a la bebida, y en
cinco meses dilapidaron toda la fortuna que había ganado para ellos su hijito
querido y acabaron en la miseria.
Rápidamente tuvieron varios hijos más, que desgraciadamente carecieron del
precioso don de su hermano fallecido. Solo a uno de ellos, a la edad de treinta
años, le tocó un reintegro de trescientas pesetas que, envuelto en lágrimas,
depositó en la losa de la tumba de sus amados padres.
Y esto es lo que quería decirles para advertirles del peligro de la soberbia, del
orgullo y de las máquinas tragaperras y similares.

293
LOS TEMIBLES DINOSAURIOS

NO transcurre un solo día sin que se nos cite a los dinosaurios. En la radio, en
la Prensa, en la televisión, en las conversaciones privadas, en todos los medios
imaginables de comunicación se nos habla constantemente de esos monstruos de
su tamaño, de su ferocidad, de las huellas que han quedado de su paso por la
tierra y, sobre todo, de las posibles causas de su extinción.
Hay cientos de teorías para explicar la desaparición de los dinosaurios. Unos
dicen que los cambios climáticos fueron la causa de su muerte, otros la atribuyen
a una fantástica lluvia de cometas que produjo la asfixia de tales pavorosos
reptiles y otros afirman que murieron de hambre cuando ya se habían comido
todo lo que había de digerible en la tierra.
Pero lo cierto es que los dinosaurios no han desaparecido. Así como suena. Los
dinosaurios siguen existiendo a nuestro lado con sus poderosas garras, su
ferocidad de animales sin alma ni piedad, su enorme y peligroso volumen que
todo lo hunde, lo arrasa y destruye.
Es verdad que durante cientos de miles de siglos los dinosaurios habían
aparentemente desaparecido de la tierra, pero ahora han vuelto y viven entre
nosotros después de una sorprendente mutación. Siguen siendo igualmente
poderosos, amenazantes, omnífagos, depredadores, crueles y se extienden por
todos los continentes de la tierra.
Los modernos dinosaurios son las multinacionales que todo lo devoran, lo
digieren, lo absorben, lo trituran en su estómago insaciable y todo lo ensucian
con sus gigantescas defecaciones.
Algunos científicos ingenuos suelen descubrir de vez en cuando huellas de lo
que ellos creen que son dinosaurios y no son más que las gigantescas garras de
los ejecutivos de las multinacionales que, invisibles, recorren día y noche el
mundo entero para chuparnos la sangre que almacenan en sus vientres y que
luego digieren tranquilamente con sus crías en sus covachas de los Estados
Unidos de América y otros centros de multinacionales de occidente.
Yo poseo más de cien números de teléfono que pertenecen a esos dinosaurios
modernos. Algún día los haré públicos para que entre todos luchemos contra esas
fieras hasta que desaparezcan sus bisabuelos hace millones de años.
Les tendré al corriente.

294
Información universitaria de verano
LA SABIDURÍA DE LOS CANÍBALES

AYER, en el aula veraniega de una universidad estival, un conocido


especialista en nutrición elogió la superioridad de las proteínas animales y
rechazó la opinión de otros especialistas del ramo que afirman que uniendo
leguminosas y cereales se consiguen proteínas tan nutritivas y sanas como las de
las carnes más exquisitas.
—Debemos consumir proteínas nobles —añadió el ilustre profesor— es decir,
las más parecidas a nuestras propias proteínas.
Con sus palabras, el prócer citado elogió la antropofagia, porque no existen
proteínas más parecidas a las de los hombres que las de los propios hombres.
He aquí cómo en un modesto curso de verano, casi sin proponérselo, una
autoridad en nutrición resaltó la sabiduría gastronómica de nuestros antepasados
y alentó a los alumnos que asistieron al curso a devorarse los unos a los otros si
desean estar bien nutridos, idea que fue muy bien acogida por todos los
presentes, especialmente entre el grupo mayoritario que está harto de la nueva
cocina y sus insolencias.
Tras la charla hubo coloquio. Alguien, consciente de las consecuencias sociales
que tendrían, si se aplicasen las doctrinas del conferenciante, preguntó:
—¿Y quiénes serán los afortunados que se coman a su prójimo?
Algunos afirmaron en el citado coloquio que la pregunta era superflua, puesto
que no hay duda de que los países ricos serán los que se coman a los pobres
como se ha venido haciendo tradicionalmente hasta ahora. Otros afirmaron que
en el futuro ocurrirá precisamente lo contrario, es decir, que serán los
tercermundistas quienes se comerán a los del norte por necesidad histórica y
porque a los peores no hay quienes les inque (sic, lo pronunció sin hache) el
diente.
—Que todos —añadió— están formados sólo por huesos y despojos y, además,
infectados.
El coloquio duró varias horas y al final del mismo los invitados al curso
decidieron celebrar el próximo verano otro curso sobre tan apasionante tema
cultural. Se decidió por unanimidad que el núcleo de dicho curso será el siguiente
problema moral.
—¿Será lícito en el futuro asar y comer niños lechales?
Les tendremos al corriente.

295
UN PROBLEMA LABORAL

UNA de nuestras grandes tragedias es que los ángeles de la guarda envejecen al


mismo tiempo que nosotros. Cuando nosotros somos niños, nuestros ángeles de
la guarda son jóvenes vigorosos que en un par de brincos nos salvan de caer en
los precipicios que siempre están esperando a los niños con sus fauces de lobos
abiertas.
Los ángeles de la guarda que nos protegen son ángeles ágiles y esbeltos que,
desgraciadamente, también sufren como nosotros el paso del tiempo y, como
nosotros, también envejecen.
Esos ángeles que nos salvan de las garras de los virus y los bacilos y de las
ruedas de los coches imprudentes nos llevan veinte años, y por eso, para nuestra
desdicha, cuando nosotros tenemos sesenta años ellos ya han cumplido los
ochenta. Y a esa edad poco pueden hacer por protegernos. Aunque se conservan
ágiles y fuertes para su edad, ya no son lo que eran y los riesgos que corremos
por culpa de su vista cansada, de su parkinson incipiente y hasta de su desgana
por la vida hacen que todos los peligros inherentes a esa edad los tengamos que
sortear por nuestra cuenta e incluso que nosotros mismos nos veamos obligados a
ayudar a ángeles de la guarda ancianos que no se atreven a cruzar las calles sin
nuestra ayuda.
Y esta situación no puede continuar así. Es necesario que los ángeles de la
guarda se acojan a los beneficios de la Seguridad Social y se jubilen como los
demás trabajadores, porque esos trabajadores abnegados ni están sindicados ni
por humildad se atreven a exigir los lujos sociales que saborean los demás
trabajadores.
El Vaticano, tan severo a la hora de juzgar las injusticias de los hombres, tiene
la última palabra.
De él depende que también se haga justicia con los ángeles de la guarda
ancianos y desvalidos. Por su bien y por el nuestro propio debemos exigir que en
nuestra vejez nos protejan ángeles de la guarda como los que nos protegían en
nuestra infancia, es decir, sanos y robustos.
Una vez más nos atiende la razón. ¿O no?

296
MI SEÑORA ES MI MARIDO

HOY, tras treinta años de guardar el secreto, me atrevo a confesarlo


públicamente: yo soy mi señora.
Sé que va a ser difícil que me crean. Lo comprendo, también a mí me costó
aceptar la evidencia de la metamorfosis que cambió mi vida aquella mañana del
mes de agosto.
Aquel día, al mirarme al espejo, observé sorprendido que me había
desaparecido el bigote y que mi calva se había cubierto de una hermosa cabellera
que descendía suavemente hasta cubrir mis hombros.
Mi primera sorpresa se transformó en espanto al advertir que mis pechos
crecían poco a poco y que mis nalgas estaban alcanzando un tamaño descomunal.
Pero lo que más me aterró fue comprobar que mi sexo viril iba disminuyendo de
tamaño lentamente hasta que desapareció en el bosque de mi pubis.
Huí del baño y acudí al lado de mi señora para que ella confirmara que yo
seguía siendo el mismo de siempre, y al ver lo que vi mi espanto creció y me
hizo perder el sentido: ¡Mi esposa era yo, tenía la misma imagen que yo acababa
de perder, mi bigote, mi calva y toda mi hercúlea y varonil constitución!
Cuando recobré el sentido después de absorber las sales con que me espabiló
mi esposa sólo pude decir con una voz que me salió atiplada:
—¿Pero qué te ha pasado, Margarita?
Y ella, con una voz grave, la misma que había desaparecido de mi garganta, me
dijo:
—Yo no soy Margarita, querido, soy Manolo, tu marido. Descansa un poco,
luego lo verás todo como siempre.
Pero nada volvió a ser cómo siempre. Yo seguí con el cuerpo de mi esposa y
ella con el mío, pero ella no advirtió el cambio quizás porque sufrió la
metamorfosis cuando estaba dormida y no está sorprendida y es feliz con mi
efigie, que quizás haya deseado tener siempre.
Yo, sin embargo, conozco la verdad y no me acostumbro ni me acostumbraré
jamás a este cambio que me obliga, entre otras cosas, a ocuparme todos los
meses de los problemas de mi nuevo sexo.
Esto es lo que ocurrió aquel día de agosto, quizás, pienso yo, porque nos
amábamos demasiado y siempre deseábamos lo mejor el uno para el otro.
Y además, y esto lo digo entre nosotros, el antiguo furor uterino de mi ex
señora, hoy mi esposo, no hay quien lo soporte transformado en furor fálico.

297
QUE EL GOBIERNO NOS PERDONE

EN España se hace crítica con fines generosos, es decir, para señalar el camino
de perfección del objeto o tema criticado. Cuando la crítica consigue que una
actividad sea perfecta, tuerce su rumbo y embiste otras cuestiones.
Ahora los temas favoritos de los críticos son la economía y la política. Cientos,
miles de comentaristas imparten diariamente en la Prensa y en la radio sus
lecciones magistrales como lo hacían los antiguos arbitristas que construían
sistemas descabellados para resolver los problemas de la patria.
Los críticos son gentes honradas y patrióticas que hablan y opinan cuando la
fatalidad ya ha estallado y ha causado los males que suele. Siempre andan
diciendo que ellos decían y mañana dirán que lo habían dicho hoy, y a veces
hasta tienen poder adivinatorio cuando el poder tiene la magnanimidad de
mostrarles las profundas raíces de sus errores (1), errores que suelen ser trágicos,
es decir, obras funestas de la inexorable fatalidad del destino.
Porque los políticos jamás son culpables. Los políticos son los grandes
capitanes que tienen que conducir la patria entre las tormentas, los abismos y los
monstruos que la rodean para que ellos hagan grotescos, y la mayoría de las
veces inútiles, esfuerzos por salvarla. Ese es su destino.
O sea, resumiendo, que la crisis que nos devora es obra de los dioses, y no de
quienes tenían la obligación de haberla impedido.
O sea, volviendo a resumir, que usted y yo somos los culpables de todo lo que
está y seguirá ocurriendo en la economía de la patria y quizás, dentro de poco, de
sus míseros fragmentos.
Y además de culpables somos también tontos. Ya lo saben.
Que el Gobierno nos perdone.

(Del libro “La pobreza de las naciones”, de próxima aparición en Occidente)


(1) Nota anti-anfibológica: errores del Poder, naturalmente.

298
Economía
CONTROL DE LA ABUELIDAD

HACE no muchos años existía un control de la natalidad para vigilar el


desarrollo de la abundancia o escasez demográfica de niños útiles el día de
mañana a la Patria. Ahora, ese control ha desaparecido y los pocos que paren lo
hacen a deshora o fuera del control del Estado. Por fortuna existe un equilibrio
biológico todavía no sometido al control socialista, y este problema no es grave.
Desgraciadamente, no podemos decir que ocurra lo mismo con los abuelos.
Últimamente ha habido una desorbitada oferta de abuelos que apenas tienen
salida en el mercado y las familias productoras de abuelos tienen “stocks”
excesivos en sus hogares.
Antiguamente, las familias solían conservar uno o dos abuelos y jamás hasta las
edades avanzadas que llegan a tener los abuelos actuales, que en los últimos años
de almacenaje suelen estar deteriorados y llenos de humedades. Ahora, casi todas
las familias tienen cuatro abuelos, aparte de las ancianas cuñadas y tías carnales
que también participan en las aglomeraciones que se producen en los pasillos y
en los saloncitos de las modestas casas contemporáneas.
Por eso es conveniente, y en eso coincidimos con la opinión de dignísimos
miembros del actual Gobierno, reducir la producción de abuelos. Lo más
aconsejable, dicen los técnicos ministeriales, sería que cada familia produjese
una media de uno setenta y cinco abuelos, producción media de la Comunidad
Europea, que quizá en un plazo no muy lejano nos imponga un canon y que
también se aplique en España la media comunitaria de abuelos, difícilmente
exportables a los países del tercer Mundo, productor tradicional de abuelos que
intentan a veces exportar a España en régimen de “dumping”, conducta
reprobable que podría conducirnos a una guerra comercial o, lo que es peor, a un
contrabando de abuelos de difícil control, dada la condición abrupta de nuestras
costas.
Por eso, insistimos, el Gobierno debe definirse rápidamente sobre las
decisiones que va a tomar para erradicar de España este incómodo y creciente
problema.
Lo demás son palabras, nos vemos obligados a advertir una vez más,
desgraciadamente.

299
UN ODIO ETERNO

SE conocieron, y seis años más tarde se casaron sin amarse. Y así siguieron
cincuenta años hasta las bodas de oro, él con un odio indiferente que fue
surcando su rostro de arrugas, y ella con uno profundo y continuo que no le daba
sosiego y al que se sumó años más tarde un desprecio que su director espiritual le
perdonaba todos los sábados.
Tuvieron hijos rebeldes y tardíos, nacidos del desamor, que pronto les
abandonaron para irse a sus decibelios y a sus litronas y a vivir unas costumbres
diferentes a las de sus ancianos padres.
Y así vivieron toda su vida sin que nadie llegase a adivinar la terrible pasión
que les devoraba la paz y la armonía del universo.
Y ocurrió lo que tenía que ocurrir. Un día, cada uno por su cuenta, como si el
destino les hubiera señalado ese fin común, decidieron quedarse viudos al mismo
tiempo. Fue un doble asesinato recíproco y secreto.
Los dos utilizaron el mismo sistema: el matarratas, que es lo que tenían más a
mano, y en la misma noche y a la misma hora, él llenó de veneno la sopa de su
esposa y ella el flan con frambuesas.
Al día siguiente la asistenta los encontró muertos y abrazados.
Todos pensaron que había sido un suicidio de amor y que aquel abrazo era el
testimonio de que murieron juntos y más unidos que nunca. Pero la verdad era
distinta; en el último instante de la agonía los dos se dieron cuenta de que morían
envenenados y se arrojaron, ya exánimes y sin fuerzas, a sus respectivos cuellos
y lanzaron sus últimos suspiros y sus últimas maldiciones en un siniestro abrazo
que parecía de amor.
Aunque los vecinos condenaron el suicidio que creían común, todos admiraron
la paz, la felicidad y la armonía en que habían vivido y habían muerto aquellos
ancianos Romeo y Julieta. Así se escriben las historias de amor.

300
LOS CRÍTICOS

LOS críticos, como se sabe, no necesitan pasar por las aulas de la Universidad
ni poseer títulos oficiales para ejercer su trabajo. Los críticos nacen
espontáneamente, como las flores, los hongos y las difamaciones. Quizá sea
mejor así; las escuelas oficiales abortarían la frescura, la osadía y la alegre
irresponsabilidad de esos animalitos, mezcla de mariposa y avispa, que, como
plagas primaverales, invaden todos los rincones de lo que queda de la patria. Hay
cientos, miles de especies, grados y subespecies de críticos. Hoy se critica todo.
Nada es respetado, todo es corregido, aleccionado y reprendido. Tenemos suerte.
Estamos bien aconsejados por esos santos y abnegados críticos que nos señalan
constantemente el camino hacia la luz que ellos jamás podrán alcanzar.

Digo todo esto porque la semana pasada nació una nueva rama de la crítica,
desconocida hasta ahora. Me refiero a la crítica a los dioses. No a las religiones
contaminadas por los humanos, sino a los dioses mismos, que hasta la llegada de
los críticos todos creíamos perfectos, esféricos y esplendorosos.

Estamos de enhorabuena. Gracias a los nuevos críticos, los dioses podrán


mejorar sus obras, corregir sus errores, remodelar sus fragilidades y engrandecer
aún más, si cabe, gracias a los consejos de los críticos, sus eternidades e
infinitudes. Pronto los dioses serán como deberían haber sido cuando nacieron en
aquellos lejanos siglos en que surgieron del caos o de la nada.

Y todo, gracias a la abnegación, a la generosidad y la sabiduría de los críticos.

Dios, con permiso de los críticos los conserve a nuestro lado.

301
SILENCIOS MATRIMONIALES

DESPUÉS de las palabras de amor del noviazgo y del “sí” de la boda sólo se
dirigieron las frases imprescindibles para sobrevivir en el matrimonio. Luego
vinieron largos años de silencio, de un silencio casi absoluto roto solamente en
los últimos años por el fragor de la televisión. No tenían nada que decirse. Su
silencio era la premonición del silencio definitivo que les estaba esperando a la
vuelta de los años.
Pero Dios se compadeció del aburrimiento conyugal de aquel ejemplar
matrimonio y les envió la terapéutica apropiada para tan desdichado mal, hoy
casi endémico: las enfermedades. A ella, varices y artrosis; a él, gastritis y
taquicardias.
Su vida volvió a animarse y cobró sentido. Ya tenían algo de que hablar con
cierta pasión. Las enfermedades les habían salvado del aburrimiento.
Su vida fue enriqueciéndose a medida que aumentaban sus padecimientos. Tras
las varices, la artrosis, la gastritis y las arritmias llegaron las incontinencias de
orina, la presbicia, los reumatismos, las hemorroides, los males prostáticos y de
las trompas, y todas las patologías que animan y unen las vidas de los
matrimonios sin palabras.
Al final, cuando los dos vegetaban en el Alzheimer, volvieron de nuevo a su
condición genética de silentes.
Como no habían tenido hijos, les cuidaron, al principio unos sobrinos, y
después, cuando se acabó el dinero, unas misioneras que acababan de regresar de
Zambeze cuando se dieron cuenta de que también aquí puede ganarse el cielo con
las misiones.
Su silencio, su incomunicación tuvo su premio: murieron sin insultarse.

302
LA INOCENCIA DE LOS CORRUPTOS

POR fin se pueden acallar con firmeza y razón las injustas voces que acusaban
de corrupción a quienes más que insultos necesitan palabras de consuelo.
Los corruptos son inocentes. Así lo ha pregonado la justicia y lo han
demostrado las ciencias biológicas. En sus comportamientos no hay ambición ni
voracidad económica ni antipatriotismo.
Los corruptos no son unos degenerados de la sociedad, sino unos pobres
enfermos atacados por un megavirus que destruye las defensas de su sistema
linfático económico-político. Así de sencillo.
Si de algo se puede acusar a los corruptos es de poseer un sistema
inmunológico débil, quizá por causas genéticas, y de no disponer de los
suficientes leucocitos para combatir su triste sino.
Como nadie ignora, la corrupción se ha extendido por España en los últimos
años como una epidemia que nos amenaza a todos. Sólo los que posean una
fuerza moral a prueba de virus son inmunes a esta peligrosa plaga. Los débiles,
los marranos, los cabritos y los malnacidos sucumben fácilmente al ataque de los
megavirus que destruyen los linfocitos, como hemos dicho y han confirmado los
jueces y biólogos, y son presa fácil de las enfermedades oportunistas
—financieras, económicas y políticas—, que aniquilan fácilmente los pocos
genes de bien nacidos que poseen los citados enfermos.
Desgraciadamente, todavía no hay medios para combatir este peligrosa
infección vírica ni vacuna para evitarla.
Tendremos, pues, que vivir con la infección y soportar su cronicidad hasta que
la decencia aumente las defensas de quienes sufren las tentaciones del virus y del
dinero.
O sea, que la cosa, desgraciadamente, va para largo.

303
UN HOMBRE SIN PASADO

ÉSTA también es una verídica historia, la triste historia de un hombre que


perdió la memoria y que sólo podía recordar unos minutos del presente que se
hundía inmediatamente en las simas del olvido.
Vivía sin historia, de la que sólo conocía las fantasías piadosas que le relataba
su esposa.
—Nosotros somos los legítimos Reyes de Noruega. Fuimos expulsados de
nuestro trono por los trabajadores bolcheviques de las factorías de bacalao de los
fiordos del Norte —le solía mentir en las tardes grises cargadas de amnesia.
Al oírla, el hombre sin historia salía en busca de su escopeta de cinco tiros
dispuesto a recuperar sus derechos dinásticos.
—Volveremos a vivir en nuestro palacio de Oslo.
Pero cuando volvía no recordaba por qué tenía la escopeta en las manos y tenía
que mendigar una explicación a su paciente mujer que de nuevo le mentía y le
halagaba por piedad.
—Esa escopeta es una regalo del zar Alejandro. Tú eres su cuerpo de guardia
antes de que perdieras la memoria. Te la regaló unos días antes de que le
ejecutaran las hordas rojas.
—Yo conseguiré que recupere su trono —gritaba exaltado el pobre amnésico y
luego preguntaba a su paciente esposa—: “¿Tú sabes si el Zar y yo nos
tuteábamos?
—No, si te hubieras atrevido a tutearle te habría fusilado como le fusilaron a él
los revolucionarios.
—Entonces —decía con expresión de tristeza y desengaño— que le den
morcilla.
Poco a poco fue empeorando y llegó un momento en que olvidaba
instantáneamente lo que iba a decir y al final sólo pronunciaba la musicalidad de
las interrogaciones que preceden a la pregunta. Su mujer seguía contándole falsos
pasados hasta que un día el pobre amnésico murió sin saber que había existido.
Algunos teólogos dicen que el desdichado vive ya en las piadosas Celestes
Moradas del Señor, donde ha recuperado por fin la memoria.
Otros, apelando a la sabiduría de Tomás de Aquino, que ya se ocupó de estos
temas, opina que el desmemoriado deambula por las nieblas del limbo donde
yacen, aunque vivos, los niños con pecado original sin detergente y los hombres
inocentes, puros y sin pasado como nuestro pobre amnésico —que, por cierto, no
recuerdo cómo se llamaba.

304
PEDIATRÍA
LAS SEÑORAS DE LOS HUEVOS DE ORO

ES conocida la poca frecuencia con que nacen gallinas de los huevos de oro,
hijas casi siempre de gallinas también de los huevos de oro, que sólo
excepcionalmente ponen huevos normales con su cáscara, su clara y su yema.
Pues bien, si es rarísima la existencia de esas míticas gallinas, más difícil es
todavía que nazcan hijos de madres de los huevos de oro. Por eso, el nacimiento
de uno de esos huevos en Llambrillas (Gerona) nos incita a comentar tan singular
acontecimiento.
Las mujeres de los huevos de oro generan un óvulo de oro mensual, excepto en
el caso de ser fecundadas por un banquero. En esos casos, la mujer de los huevos
de oro tiene un embarazo normal y a los nueve meses, habitualmente en partos
también normales, dan a luz preciosos niños de oro que son muy codiciados por
los millonarios coleccionistas de esos caprichos de la naturaleza, aunque pocas
veces pueden conseguir niños de oro porque sus madres los protegen, cuidan y
miman porque saben que cuando crezcan y se hagan hombres tendrán un precio
mucho más elevado en las bolsas de metales preciosos de Londres y de Amberes.
Afortunadamente las mujeres de los huevos de oro son casi siempre gentes
sencillas, modestas y prolíficas que suelen tener hasta diez criaturas de oro y que
viven de los pelos, las uñas y los tabanillos que les crecen a sus hijos como
florecen las flores en el campo.
Hay mucha gente que egoístamente pretenden adoptar niños de madre de los
huevos de oro, quienes, con loca precipitación, ignorantes del tesoro que han
traído al mundo, los dejan abandonados en las puertas de los hospicios donde
suelen morir de inanición porque el único alimento que pueden tomar hasta los
tres años es el pecho de sus madres, sin el cual mueren inexorablemente dando
espantosos alaridos.
Por eso es aconsejable que nadie abandone a sus hijos nacidos sin comprobar
antes que no se trata de un niño de una madre de los huevos de oro.
Pues bien, resumiendo: esto es cuanto por ahora les podemos decir a las madres
de los huevos de oro y a sus no se sabe si afortunados o desdichados chiquitines.

305
DIVULGACIÓN CIENTÍFICA:
EL INVENTO DE LA MEMORIA

MUCHA gente cree que la memoria es algo que el hombre posee desde los
primeros segundos de su aparición en la Tierra. Esa creencia es un error. Los
hombres primitivos eran, como la lluvia y la fluorita, por citar un par de
ejemplos, amnésicos, y vivieron millones de años sin recuerdos, sin historia y sin
bibliotecas nacionales.
Se supone que tas los oscuros años del Medievo el verdadero inventor de la
memoria fue, como de tantas otras cosas, Leonardo da Vinci. Su invento fue
perfeccionado posteriormente por Newton, Lavoisier y finalmente por Einstein,
quien enunció matemáticamente la estructura de la memoria, que ahora incluso
los más tontos, que son la mayoría, saben que no es ni corpuscular ni ondulatoria,
aunque goza en cierto sentido de ambas cualidades.
La memoria es muy útil al hombre. Gracias a ella sabemos, por ejemplo, que a
las siete de la tarde (con un error despreciable de 0,005 segundos) todos tenemos
que rascarnos la ingle izquierda, excepto, como es sabido, los sábados, domingos
y demás fiestas de guardar, en que los cristianos estamos exentos de esa
obligación casi milenaria.
La patología de la memoria es muy curiosa y ha despertado el interés de los
científicos. ¿Por qué, por ejemplo, recordamos con más facilidad el dinero que
nos deben que el que debemos nosotros? ¿Por qué, también por ejemplo, es casi
imposible olvidar unos cuerpos propios aunque hayan sido extirpados
quirúrgicamente hace años sin dejar señales ni cicatrices?
Podríamos estar horas y horas haciéndonos preguntas sobre la memoria,
preguntas que por ahora carecen de respuesta.
Hawking, el famoso físico inglés sepultado en un sillón de ruedas, ha afirmado
que el hombre no puede recordar el futuro y que jamás, de nuevo por ejemplo,
hombre alguno de los que vivimos ahora podrá saber lo que va a merendar el 14
de febrero del año 2918.
A pesar de todo, el futuro está abierto generosamente a quienes dedican su vida
a estudiar tan singular fenómeno de la mente humana.

FIN DEL FASCÍCULO PRIMERO

306
UN BONITO JUEGO PARA BRILLAR EN SOCIEDAD

HE aquí un ingenioso juego de matemáticas aplicadas al ocio que le hará brillar


en sociedad, querido lector.
Aprovechando uno de esos momentos de silencio en los que bostezan hasta las
alfombras propóngalo usted a sus amigos.
—Parece complicado —advertirá usted antes de explicar el juego—, pero no lo
es. Empiezo: Pensad un número no menor del uno, ni superior al mil diecisiete.
Multiplicadlo por treinta y dos y del resultado de la multiplicación extraed su
propia raíz cuadrada. Restad ahora de ese resultado el número pi y multiplicarlo
de nuevo por treinta y dos.
Sus amigos seguirán sus indicaciones quizá con cierta dificultad. Tenga usted
paciencia y ayúdeles a realizar las operaciones citadas si es necesario. Luego
prosiga.
—Bien —proseguirá usted—, sin el número que ha resultado de la operación es
par añadidle la edad de vuestra madre, y si es impar la de vuestro padre, y restad
a esa suma la cifra que forman el día y el mes en que nos encontramos. ¿O.K.?
Pues bien —y esto lo diréis con la luz de la victoria en vuestros ojos— ¿a que el
número final de todas esas operaciones que os he dicho no es el catorce?
En las expresiones de la faz de sus amigos, advertirá usted, querido lector, los
signos del asombro, de la estupefacción, de la perplejidad y de la incredulidad,
porque, y ésa es la causa de que abran los ojos y la boca, porque el resultado,
efectivamente, no es el catorce, aunque puede ocurrir que excepcionalmente lo
sea como sucedió en Pamplona hace días en una Junta municipal. Pero, repito,
las operaciones están calculadas para que no ocurra ese capricho del azar; puede
usted proponer el juego sin temor a hacer el ridículo.
Bien. Ocurre a veces que esas miradas de asombro y estupefacción son
seguidas por voces airadas entre las que se percibe claramente una que dice:
—¡Pero tú eres imbécil!
No haga usted caso del exabrupto ni se sienta ofendido en lo más mínimo de su
ser. Compréndalo: son cosas de la envidia.

307
OTRA VEZ LOS ÁNGELES DE LA GUARDA

NOSOTROS desconocemos la generosidad y la abnegación con que nos cuidan


nuestros ángeles de la guarda y en nuestro egoísmo humano olvidamos los
esfuerzos y las heridas que sufren por nosotros cuando arriesgan sus vidas por
salvar las nuestras.
Porque cuando un ángel de la guarda evita milagrosamente que en un accidente
nos destrocemos los miembros, casi siempre lo consigue a costa de recibir alguna
herida en su cuerpo delicado de ángel de la guarda, cuerpos que son
infinitamente más sensibles a las agresiones de la materia que los nuestros. Los
ángeles, recordémoslo, son sólo ángeles, no dioses inmortales.
En las salas de urgencia de los hospitales, quienes tienen el don de poder ver
ángeles de la guarda, los pueden contemplar en sus afanes por salvar la vida de
sus pupilos sin dar importancia a las atroces heridas que a veces desgarran sus
cuerpos de medusa y rompen sus alas (una de las partes más vulnerables de sus
cuerpos), que, afortunadamente, por providencia divina, vuelven a crecer con el
tiempo como les crece el rabo a las lagartijas mutiladas por los niños.
Con los ángeles de la guarda somos tan desagradecidos como con nuestras
madres, seres abnegados que nos dan su sangre, sus pechos, su amor, su vida
entera sin pedir nada a cambio y que nosotros recibimos sin sorpresa ni gratitud
porque pensamos que es un derecho que nos confiere la naturaleza.
No somos capaces de comprender que en esa entrega generosa de nuestras
madres hay muchos sufrimientos, muchas renunciaciones y una abnegación sólo
comparables a las de nuestros ángeles de la guarda, que tantas veces se fracturan
sus costillas para evitar que nosotros nos fracturemos las nuestras.
Si supiésemos cuántos ángeles de la guarda vuelan con muletas por nuestra
culpa, seríamos más cuidadosos y conduciríamos con mayor prudencia. ¿Verdad,
mamá? (q. e. p. d.).

308
Economía

DE LA INFLEXIÓN DE LA CURVA DE LA CARIDAD


EN LOS GRÁFICOS ECONÓMICOS

TODOS hemos comprobado complacidos cómo nuestro corazón se enternece


de piedad, impulsándonos a la caridad, cuando contemplamos a un pobre
desdichado que nos pide limosna y cómo con un gesto benevolente ofrecemos al
pobre mendigo algunas de las monedas que con tanto esfuerzo hemos obtenido
con nuestro trabajo, generalmente mal remunerado.
También hemos podido comprobar cómo al advertir a un segundo pobre a
escasos metros del primero, compadecidos también, le damos otra limosna,
aunque de menor cuantía que la que dimos al primero.
Al tercer mendigo, bien lo sabemos todos, le damos una fracción menor de
limosna y casi siempre a regañadientes.
Seguimos así reduciendo nuestra caridad trazando con nuestro comportamiento
una línea descendente en los gráficos hasta que llegamos al punto más bajo del
mismo, punto que expresa que la caridad es mínima, es decir, que estamos hartos
de tanto pobre, y de tanto mendigo, y de tanto vago, y de tanto delincuente.
A partir de ese punto, que llamaremos punto de inflexión de amor al prójimo, la
curva inicia una línea ascendente en veloz progresión geométrica. A partir de ese
punto cero de la curva se observa que ya no damos limosnas a quienes nos la
piden, sino que les damos patadas y les insultamos, hartos de tanto desharrapado
que se lleva las monedas que nosotros hemos ganado con el sudor de nuestra
frente.
Ese punto cero en que dejamos de dar limosnas para pasar a dar bofetadas se
llama en sociometría “punto mínimo de inflexión de la curva de caridad”, que de
una manera científica expresa una ley del comportamiento del corazón humano
que se viene dando constantemente en todos los tiempos y en todas las culturas
que han existido desde la extinción de los dinosaurios y la aparición del hombre.
Esta ley se comenta en los círculos estadísticos y sociológicos; probablemente
tendrá vigencia hasta que se consuman los siglos de los siglos de los siglos, si
Dios no lo remedia.

309
LA CADENA PSICOANALÍTICA

ME contó un sueño tan cargado de símbolos eróticos que delataban claramente


sus ansiedades y sus deseos sexuales, que, con la perversa intención de utilizar en
mi favor sus confidencias, le pedí que me relatara todos sus sueños.
Día a día, me fue contando unos sueños inimaginables en una jovencita virgen
y candorosa, unos sueños que, tras su apariencia poética e ingenua, expresaban la
desvergüenza de unos deseos y unas perversiones tan feroces que hasta a mí, su
confidente, llegaban a avergonzarme.
Un día le dije la verdad y ella me respondió con otra verdad que me dejó
anonadado. Me dijo que jamás había soñado lo que me había dicho y que todo
era mentira. Ella jamás soñaba.
Fui donde Gabriel, mi asesor psicoanalítico, que me explicó después de oírme:
“No te preocupes. Las fantasías de tu amiga tienen el mismo valor que los sueños
y pueden ser interpretadas con la misma técnica freudiana. Nuestro inconsciente
brota por todos los poros de nuestro cuerpo y de nuestra alma. Dime uno de esos
falsos sueños y explícame cómo lo has interpretado.”
Así lo hice. Mientras me oía, el rostro de mi amigo se dilataba con la felicidad
de un “big-bang” psicológico. Cuando terminé mi relato, me dijo que acababa de
descubrir que las interpretaciones que yo había dado a los falsos sueños de mi
amiga mostraban claramente mis propias ansiedades y mis perversiones sexuales.
Al parecer, yo era un baboso, impúdico y libidinoso marrano.
Le pedí a Gabriel que me dijera que había visto en mis investigaciones que
justificara sus ofensivas opiniones. Y así lo hizo dentro de los dogmas. Y al oírle
me di cuenta que sus interpretaciones de aquellos falsos sueños de mi amiga
mostraban claramente sus propias perversiones y la condición amoral de su
inconsciente egoísta, asesino, violador y antidemocrático.
Al día siguiente le conté todo lo sucedido a la jovencita de los falsos sueños.
Me escuchó atentamente y me dijo la verdad definitiva: nada de lo que había
dicho era falso. Sus historias eran unos cuentos de amor que yo le había escrito
cuando era un adolescente y ella sólo tenía siete años.
Y así me enteré de que yo era, sin saberlo, un puerco de nacimiento, como todo
el mundo.

310
PROTOCOLOS RACIONALES

LOS antiguos protocolos oficiales, litúrgicos y sociales deben ser sustituidos


urgentemente por otros nuevos más conformes con la vida moderna y sus
patologías.

Antes, para cumplir los ritos protocolarios nacidos de categorías abusivas o


convencionales, se incurría en grandes arbitrariedades biológicas. Por tradición o
por falsos orgullos se sentaban próximas entre sí gentes que apenas podían
dialogar por su incapacidad para entenderse.

El nuevo protocolo inventado por mí aconseja que en los grandes banquetas las
gentes se sienten según una escala racional: por su capacidad de audición.

Antes solía ser penoso contemplar cómo un arzobispo, por ejemplo, aquejado
de una sordera de las llamadas atronadoras, una sordera de ocho grados de la
escala acústica de Richter, no podía dialogar con su vecino porque los dos
estaban enfrentados por sus oídos malos. Uno no oía por el lado derecho y el otro
por el lado izquierdo. ¡Cuántas veces hemos podido ver a un invitado con
hipoacusia del oído derecho cenar en silencio, porque su oreja izquierda, con la
que podía oír, había sido situada, por culpa de los antiguos protocolos, apuntando
al vacío de la esquina de la mesa.

La mayoría de los banquetes, por culpa de la irracionalidad de las convenciones


sociales y protocolarias siempre acababan en una especie de entropía acústica
que apenaba a los corazones compasivos.

Ahora, gracias a mis reflexiones, será distinto. Ahora a todos los invitados se
les hará una audiometría y serán sentados según su capacidad de audición al lado
de invitados que se complementen con su singularidad fisiológica. Los sordos
totales, los medios sordos, los benignos y los afortunados que no son sordos se
sentarán de tal manera que, como hemos dicho, se complementen auditivas.

Los jefes de protocolo serán, naturalmente, otorrinos y sus decisiones serán


aceptadas por todos con el mismo respeto con que se aceptaba antiguamente el
rigor de las normas protocolarias nacidas de derechos de origen oscuro,
generalmente escandalosos y perversos, que el mundo actual, iluminado por la
brillante antorcha de la democracia universal, ya no puede consentir.

Los buenos demócratas y los buenos sordos están de enhorabuena. Dios me lo


pague.

311
LOS SORDOS DE SÍ MISMOS

LOS sordos, como se sabe, van perdiendo poco a poco el contacto sonoro que
tenían con el mundo cuando no eran sordos.
La claridad de las voces y sus significados se van perdiendo con los
desfallecimientos cocleares y la degeneración del nervio óptico. Poco a poco las
voces se van alejando de los sordos hasta que un día dejan de oírse a sí mismos.
Hojean libros, fríen huevos y resbalan y se caen en silencio. Viven como en las
películas del cine mudo antiguo, sin el consuelo siquiera de la música de piano
que acompañaba los gestos exagerados de aquellos viejos actores.
Un día el sordo descubre que tampoco puede oírse a sí mismo, aunque grite
uniendo con la concavidad de la palma de su mano el grito de la boca con su ya
inútil oreja. Ese día es terrible porque también ese día deja de oírse cuando canta,
cuando ríe, cuando llora.
Ve lleno de lágrimas su rostro cuando se mira en el espejo para que sus gestos
le ayuden a escuchar sus carcajadas. Pero es inútil. Sólo ve la máscara trágica de
la alegría muda, que sin sonidos es como un fantasma asustado que está pidiendo
socorro.
Cuando se llega a esos extremos no se oyen ni las voces de los recuerdos, y de
las canciones infantiles sólo quedan las letras que nos hacen llorar de
desconsuelo. No pueden oírse ni cuando llaman a su madre en la soledad de su
silencio.
Esos sordos tampoco oyen los bombardeos y ven derrumbarse los grandes
edificios lentamente y en silencio hasta que desaparecen tras el polvo de los
hundimientos, porque la realidad sin acompañamiento musical o sonoro parece
que transcurre más despacio, como si los minutos y los segundos se fueran
alargando y el tiempo fuera elástico como cuando se ama.
Quien lo sufre lo conoce.

312
AQUEL NIÑO

AQUEL niño dedicó dieciséis horas del día a ver la televisión con el
consentimiento de sus padres.
Por la mañana contempló veintidós escenas violentas, en las que murieron once
víctimas inocentes, tres policías y seis delincuentes [sacristanes]. Cinco niñas
fueron violadas sádicamente ante los ojos espantados de sus padres que
agonizaban con unas azadas clavadas en el vientre.
Por la tarde aquel niño vio unos dibujos animados en los que unos supuestos
marcianos invadían la Tierra para extinguir toda la vida que existía en ella sin
respetar ni las flores ni las plantas, ni a los niños, ni a las vírgenes ni a las
hacendosas abejas.
Por la noche el niño saboreó en compañía de sus papás una película en la que
se contaba las criminales relaciones incestuosas de una familia de
esquizofrénicos que acababan por pegar fuego a la barriada en el que cientos de
vecinos perecían en una orgía de sangre y llamas que el niño contempló
impasible porque ya estaba acostumbrado a ver películas parecidas todos los
días.
Por último, antes de acostarse, puede ver un documental científico sobre la vida
sexual de unas arañas cuyas hembras devoraban a los machos después de ser
fecundadas.
Luego aquel niño se fue a dormir y soñó que desde un cielo brillante de rayos
de oro unos ángeles descendían a la Tierra y llegaban a un hermoso prado donde
una pastorcita cuidaba un rebaño de ovejitas. Los angelitos saludaron a la
pastorcita y sin decir una sola palabra la degollaron y la violaron y después
descuartizaron con sus dientecitos a todas las ovejitas que con su sangre —veía
en sueños aquel niño— ahogaban a la abuelita de Caperucita que se estaba
bañando desnuda con unos leñadores también desnudos que practicaban actos de
bestialismo con la enloquecida (de alegría) anciana. Entonces llegaba Caperucita
y estrangulaba a la abuelita y a los pastores y repartía su carne entre unos
horribles prisioneros caníbales que fabricaban embutidos con la carne de los
inocentes que eran seducidos por la Bella Durmiente del Bosque. Luego el niño
se durmió.
Al día siguiente su mamá le preguntó qué es lo que había soñado, y el niño,
sonriente, enseñando sus dientes de marfil, dijo:
—Cosas de la vida [tele], mamá.

313
QUIZÁS CONVENGA MORIRSE JOVEN

AÚN no está bien aclarado en qué edad viviremos la vida eterna los mortales.
Unos piensan que por justicia divina todos tendremos la misma edad, otros
piensan que en el Más Allá no tendremos cuerpo y que, por tanto, carece de
sentido esa duda, y otros, los menos fantasiosos, opinan que renaceremos con la
edad que teníamos al morir.
Me falta la fundamentación científica seria necesaria para tener una opinión
responsable. Por eso dudo y mi duda es la siguiente: “¿Qué conviene más: vivir
pocos años en la Tierra y morir joven para seguir siéndolo eternamente, o alargar
nuestra vida con el riesgo de vivir después hasta la consumación de los infinitos
achacoso, arrugado, reumático, impotente, olvidado de todos y hundido en el
triste Alzheimer con qué seguramente llegaremos al cielo?”
Este delicado problema personal tiene una respuesta difícil. Todos pensamos,
estoy seguro, que lo más conveniente es morir en la madurez, cuando aún
estamos fuertes y esbeltos, lejos ya de la inmadurez y la estupidez de la primera
juventud. A esa edad ya hemos gozado de la vida y de la carne con que nos
obsequia y podremos vivir la vida eterna con una imagen decorosa.
Morir joven sería pueril, nunca mejor dicho, porque nos privaríamos de los
grandes placeres y satisfacciones que a esa edad ni se sospechan.
Hay, además, un problema que no olvidan los impíos y los incrédulos: “¿Y si
no hay resurrección después de la muerte?” En ese caso, no hay duda, convendría
morir viejo, después de haber gozado frenéticamente los placeres que nos ofrece
la naturaleza y eso que se lleva uno a la nada por delante.
Hay otras gentes, tristes gentes, que dicen que ese problema se evita fácilmente
no naciendo. Cuando no se ha nacido da lo mismo morir joven que viejo, e
incluso, se sospecha, da lo mismo morir que no morir, puesto que no hemos
nacido.
Son, pues, preguntas metafísicas. Lo único que podemos afirmar con certeza es
que ante el trance de la muerte es conveniente no tener los pies sucios porque
según la iconografía universal en el cielo se anda descalzo. También en el Más
Allá debemos pensar por cortesía en el qué dirán.
(Del libro del profesor García: “¿Hay vida en otros planetas?”, de próxima
aparición en todas las mantequerías de España.)

314
GUERRA AL DECIBELIO

DESESPERADO del ruido sepulcral —sepulcral por los sepulcros abiertos el


día de la resurrección de la carne—, que será, dicen, un día estruendoso;
desesperado, insisto, de soportar el despiadado estrépito con que los españoles
animan sus convites; desesperado, insisto de nuevo, del elevado número de
restaurantes con música ambiental y radios a todo volumen en la cocina, he
decidido proponer al ministro que se ocupa de las patologías acústicas de España
que reflexione y declare epidemia contra la salud pública el ruido que impera en
España, que no todo son epidemias de sida y demás E.T.S.
Pero como sé que no se me va a hacer caso, hoy y aquí, por mi cuenta dicto las
siguientes leyes:
1.º Todos los restaurantes deberán tener micrófonos ocultos en las flores que
decoren las mesas, que atronarán los espacios para avisar alarma cuando las
conversaciones de los comensales hayan alcanzado un límite de ruido superior a
los sesenta decibelios.
2.º Todos los arquitectos que construyan restaurantes y tabernas y las decoren
sin pensar en los ecos de las voces y los gritos de los futuros clientes pasarán al
INEM instantáneamente y a perpetuidad.
3.º Todos los locales públicos estarán obligados a instalar los extractores de
ruidos que en su desesperación y por bien de la Humanidad ha inventado el abajo
firmante. Dichos extractores de ruidos se servirán a domicilio —a los precios
razonables que sean establecidos— a cuantos los soliciten, dirigiéndose al
periódico y al autor de tan importante invento, que es servidor de ustedes.
Quiera Dios que pronto, para poder decir como Gustavo Adolfo Espronceda:

En el ángulo oscuro de un restaurante veíase un harpa.


¡Cuánto griterío dormido…, etcétera!

La paz y el silencio sean con ustedes.

315
LOS INTELECTUALES Y LOS INTELECTUALES

URGE regular el calificativo “intelectual”, porque esa avalancha de


intelectuales que invaden los ámbitos culturales del país nos exige averiguar con
urgencia lo siguiente: “¿Quién otorga el título de intelectual? ¿Qué confirma tal
calidad?”
Hace poco, uno de esos intelectuales afirmó que un intelectual no puede ser
ministro y que por eso a él le había complacido dejar de serlo. Esas frases
despectivas son un insulto para muchos de los ministros españoles que tienen
más méritos para ser llamados intelectuales que el escribidor de guiones y
memorias que afirmó esa frivolidad.
Los llamados intelectuales se conceden ese honor entre ellos mismos. Por esa
razón, en nuestro país abundan los intelectuales tanto como los magos, los
adivinos, los videntes del Más Allá y demás ralea. Hay, insisto, que regular la
concesión de ese título, que ahora sólo es un autotítulo que está al alcance de la
osadía de cualquier personajillo sin pudor.
Lo serio de esta cuestión es que tal título de intelectual lo concederán otros
intelectuales que fueron llamados así anteriormente por otros intelectuales y así
hasta el infinito de los tiempos pasados. La tradición se perpetuará en esos
urgentemente necesarios títulos.
La solución quizá consista en prohibir hablar durante algunos años a esos seres
que se autodenominan intelectuales, y después, al llegar el fin del plazo fijado,
estudiar sus obras, que seguramente no existirán, porque nuestros intelectuales, la
mayoría de las veces, lo son solamente de palabras, palabras vacías casi siempre.
Hay un peligro si se acepta mi propuesta: que nos quedemos sin intelectuales
porque tal titulación no sólo se exigirá a los futuros intelectuales, sino también a
quienes, sin certificación académica que lo demuestre, se vienen llamando así
desde el fin del antiguo régimen, que también tuvo sus intelectuales, hoy ya
obsoletos y con la fecha de caducidad prescrita.
Los peligrosos son los intelectuales de nuevo cuño, los que vivitos y coleantes
andan todos los días a la caza en los cursos de verano.
He dicho.
Firmado: Chumy Chúmez (intelectual contemporáneo sin título oficial).

316
MÁS ALLÁ DEL INCONSCIENTE

TODOS sabemos lo orgulloso que estaba Freud de su amado inconsciente. Era


la niña de sus ojos, el eje de su pensamiento, el axioma en el que apoyó todas sus
conquistas de las profundidades psíquicas en que nos sumergió a todos los
hombres, que sólo somos un magma inmenso de inconsciente, cubierto apenas
por un ligero barniz de conciencia.
Freud, como todos también sabemos, odiaba el término “subconsciente” que
sugiere, decía, que esa instancia es una instancia degradada de la consciente, una
construcción casi religiosa, de religiones de Oriente Medio.
Él amaba el inconsciente puro, con su animalidad y su egoísmo, que, también
decía, está apenas cubierto por un ligero barniz de conciencia, como he dicho.
Pues bien, la llegada del microscopio electrónico ha dado al orgullo del hombre
un nuevo capirotazo en su cresta. Las teorías de Freud que suponían una
organización psíquica han sido superadas. Ya no pensamos con deseos. Ahora
sabemos que nos piensan las moléculas.
Ahora sabemos que sólo somos un conglomerado teóricamente ordenado de
gigantescas moléculas compuestas por átomos de carbono, de hidrógeno, de
oxígeno, de nitrógeno y un par de elementos más. Solo somos materia.
O más profundamente aún: somos un gigantesco puñado de átomos, en los que
no reina el caos de milagro, si es que no reina.
Quizá la Moral, el Arte, la Justicia, las Grandes y Sagradas Palabras, en lugar
de ser palabras con mayúsculas, son solamente partículas subatómicas que nos
corretean por ese vacío que somos y que algunos todavía llaman alma.
En fin, gritemos con tristeza: “¡El inconsciente ha muerto: vivan los neutrinos!”
Bueno, sí, quizá haya exagerado un poco; quizá tengan ustedes razón. Piensen,
de todas formas, en mi descargo, que lo que he escrito me lo han dictado los
electrones melancólicos y desalmados que me habitan. Para ellos, mi culpa y mi
gloria.

317
ESPERANZADOR AUGE DE CRÍTICOS
DE LA NADA EN ESPAÑA

CON los primeros signos de la decadencia de nuestro antiguo imperio brotaron


en España innumerables críticos de la nada en su antigua concepción
judeo-cristiana. Millares de páginas magistrales se escribieron en aquellos años
sobre ese apasionante tema, páginas que ahora yacen casi olvidadas en los
abismos neuronales de los eruditos.
Luego llegaron siglos de penuria en los que los intelectuales sólo hablaban de
las penas del amor y de los tristes despojos de la patria. Ahora, podemos decir
con esperanza, los tiempos están cambiando y nuestros mejores cerebros parece
que de nuevo vuelven a hablar de la nada en esta España nuestra de la
modernidad y la esperanza.
¿Eso es bueno o malo? Eso es triste y es grato al mismo tiempo, podríamos
contestar a la pregunta.
Es triste porque los millares de intelectuales que se dedicaban hasta ahora a la
crítica de la televisión dejan sin su consejo y su palabra a quienes se esfuerzan en
educar al pueblo a través de la pequeña pantalla. Su ausencia, lo comprobaremos
dentro de algunos años, habrá sido un infortunio para la cultura de nuestra amada
España.
Y es grato porque sólo brotarán bienes de ese cambio de rumbo de tales
intelectuales comentaristas de la televisión, de la cultura y el ocio, que a partir de
ahora se dedicarán con la pasión y el talento que ponían en su anterior trabajo a
averiguar qué cosa es la nada, cuál es su estructura, cuál su extensión, cuál su
utilidad, cuál su destino y cuál la razón de que se haya multiplicado tan
ampliamente en los últimos años en nuestra patria.
Pronto, no lo dudemos, para asombro de una Europa que nos envidia y arruina,
aparecerá la nada en todo su esplendor, arrancado el velo que la ocultaba desde
hace siglos.
Y todo se lo deberemos a esos honrados patriotas que hasta ahora nos han
regalado su inteligencia y sus ansias de magisterio para enseñarnos qué es la
televisión, cuál su estructura, cuál su mensaje, cuál su destino y cuáles los
exagerados estipendios que cobran quienes la hacen.
España, una vez más, vibra de alborozada esperanza.

(Del libro “La crítica de televisión y la nada”, de próxima aparición.)

318
PONER LA OTRA MEJILLA

CUANDO supo el diagnóstico de su enfermedad se transformó en una bestia


violenta cargada de odio y resentimiento hacia los sanos. Odió sobre todo a su
mujer por la salud que tenía, a prueba de contagios.
La insultaba, la ofendía, la despreciaba y la vejaba por los motivos más vanos,
no sólo en la intimidad, como es lo habitual y correcto entre la gente de buena
educación, sino en presencia de amigos y hasta de desconocidos.
Todos se admiraban de la paciencia y de la santidad de aquella mujer gorda y
sana que recibía con una sonrisa en los labios los más infames ultrajes del bestia
sádico que tenía por esposo.
—Es una santa —decían todos los que la conocían.
Y nunca nadie supo que en el corazón de aquella aparentemente santa vaca se
alojaba la más podrida hiel del ser más vil, cruel y miserable que habían
conocido los siglos y la vecindad.
El sadismo de la santa era secreto.
Aquella paciencia con que recibía las ofensas de su iracundo esposo ocultaba la
alegría diabólica que le producían los sufrimientos del pobre y eterno agonizante.
Aquella miserable no percibía las ofensas que recibía, sino el sufrimiento que las
provocaban. Y así fue feliz durante muchos años, hasta el día en que el pobre
desgraciado fue llamado para ofrecer su testud en el matadero donde fue
definitivamente sacrificado y alejado de la vida. Porque además de sufridor era
cornudo.
Y nunca tampoco nadie supo que los alaridos que lanzaba la viuda en el
entierro sólo mostraban el dolor de haber perdido la presa que le causaba tantos
gozos, tantas alegrías interiores.
Al lado de aquella arpía, debo decir, su iracundo marido era el ángel de la
guarda de un bebé de siete meses.
La arpía volvió a casarse, pero tuvo la merecida desgracia de unirse a un
marido mansurrón y tranquilo que la trataba como a una reina. La pobre murió de
aburrimiento tres meses después de la boda.
Así de secretas son las hieles de los corazones humanos. Por eso Dios los
castiga, también secretamente, sin piedras ni palos.

319
INFORME DE UNA HISTORIA TRÁGICA
CON FINAL FELIZ

ACAECIÓ un día que la Muerte enfermó gravemente y estuvo a punto de


morir.
Nadie quiso curarla. Los médicos se negaron a salvar la vida de quien tantas
muertes había producido a los hombres. Por culpa de esa maldad de los médicos
—aunque ellos creyeron actuar honradamente—, la Muerte estuvo agonizando
varios años si poder cumplir el mandato divino que había recibido.
La parálisis de la Muerte aumentó la longevidad de los hombres y el mundo
empezó a rebosar de ancianos que había que cuidar, a pesar del odio con que eran
mirados por culpa de sus incapacidades y de la suciedad que brotaba de sus
cuerpos inmortales.
La Humanidad pensó entonces egoístamente que había que salvar a la Muerte,
que se debatía entre la vida y ella misma. Al salvar a la Muerte la Humanidad
pensó salvarse también a sí misma de aquella plaga hedionda de bicentenarios
que hacía del mundo una cloaca inhabitable.
La Muerte fue enviada a las mejores clínicas del mundo, pero siempre en vano.
La Muerte, desengañada y triste, no quería seguir viviendo. Y así continuó la
lucha entre los hombres que querían viva y sana a la Muerte y la Muerte que no
quería seguir viviendo.
Por fin los hombres vencieron y la Muerte fue curada y obligada a volver a su
trabajo.
Esto ocurrió hace cientos de años y nadie nunca lo supo porque los Gobiernos
de todo el mundo prohibieron que se divulgara la trágica situación que estaban
viviendo las naciones.
La Muerte, sana de nuevo, se extendió a través de una terrible pandemia
desconocida hasta entonces en la que murieron millones de ancianos y algunos
lactantes. Y la vida de los hombres volvió a su acostumbrada normalidad.

(De un manuscrito anónimo fechado en el año 2574).

320
HOMO ERECTUS

UN humorista dijo hace mucho tiempo: “La historia no se repita, se eructa”.


Juicio parcialmente equivocado porque la historia se repite y se eructa al mismo
tiempo. Se repite en los hechos y se eructa con la reflexión de las maldades de los
hombres.
En el pasado mes de febrero brotaron, se expusieron o se comunicaron, dos
noticias unidad por parentesco racial. En una de ellas se informaba de que quince
polizones que llegaron en un buque a Barcelona serían repatriados a su África
natal. En la otra se aclaraba que el Homo Erectus, del que derivó directamente el
hombre actual, emigró de África antes de lo que se pensaba.
He aquí un testimonio de que la historia se repite. Dos millones después de
aquellas primeras emigraciones, los africanos siguen huyendo de su tierra en
dirección al norte. Ahora, al parecer, en peores circunstancias porque hace dos
millones de años eran hombres erectus y ahora andan humillados, inclinados y
arrodillados en las bodegas de los barcos y en sus oscuridades.
La noticia también es un testimonio de que la historia también se eructa. Las
desdichas de esos africanos producen náuseas a las personas sensibles y de buen
corazón. A unos, por su triste y errante destino; a otros por la amenazante
presencia de la miseria que traen consigo y el pavor que causa.
Os digo esto, queridos niños, para que no arrojéis piedras a los polizones como
hacen vuestros padres habitualmente, y menos si son negros, porque algún día,
cuando la democracia sea, por fin, universal, quizás los negros sean mayoría
absoluta y estén en los parlamentos del mundo dictando leyes vengativas.
Sed buenos con ellos, queridos niños, no sea que el futuro os oscurezca la piel
llenándola de cardenales. ¡Cuánto mejor es que vuestros descendientes sean
oscuros, no por golpes, sino porque vuestras hermanas se cruzaron con esos
homos erectus que vienen buscando nuestro cariño.
Esta es la lección de hoy, queridos niños. Escribid un cuento sobre este tema e
ilustradlo con amor y con colores brillantes. No olvidéis que el negro también es
un color.
A ver si sacáis nota. Un beso.

321
ÓBITOS Y SEPELIOS GONZÁLEZ, S.L.

POR vocación puso una funeraria que le fue bien hasta que llegó la crisis y la
gente, por ahorrar, empezó a enterrar a sus muertos por su cuenta. No mucho,
porque los viejos se hacían eternos y nadie podía convencerles de su obligación
cívica de fallecer a una edad prudente y patriótica.
Casi se vio obligado a cerrar su empresa, llamada Óbitos y Sepelios González,
S. L., pero tuvo tiempo la inspiración que le salvó del óbito empresarial.
Mintió cuando en su publicidad privada dijo que el nuevo planteamiento de su
negocio era conforme a las disposiciones de la Europa comunitaria y prometió
por el mismo precio, además de las pompas fúnebres de toda la vida, poner
también el difunto al recibir el encargo.
Los meses siguientes fueron los mejores de su vida. Cientos de clientes
preguntaban por el precio de los entierros de alguien de quien daba nombre,
edad, dirección y costumbres habituales.
—Usted ya me entiende —le decían cómplices y temerosos.
Él asentía y se ocupaba de todos los trámites para complacer en todo a los
señores clientes que, solía decir, son el sustento y el alma de la empresa moderna.
Empezaron, por consiguiente, a morir las gentes en circunstancias extrañas,
gentes que eran enterradas con gran pulcritud y profesionalidad por Óbitos y
Sepelios González, S. L.
Años después fue detenido y procesado, acusado de infinitos homicidios. Murió
de un infarto al conocer la sentencia.
Sus últimas palabras, antes de morir, fueron: “Quiero ser enterrado por
Herederos de Óbitos y Sepelios González, S. L.”.
Se cumplió su último deseo y su nombre fue recordado con cariño por los miles
de clientes a quienes había favorecido con sus actividades empresariales.
Se salvó por los pelos de ir a “La Máquina de la Verdad” terrenal. En la divina
no hay duda de que comparecerá el día de su juicio definitivo.
El vecindario quiso colocar una lápida conmemorativa en la fachada donde
había vivido, pero las autoridades municipales lo impidieron alegando los
motivos banales de siempre.

322
LA ENTROPÍA CONYUGAL

LA entropía —dicen los físicos— se define como el grado de uniformidad con


que está distribuida la energía, sea de la clase que sea.
Una brasa de carbón y un cubito de hielo colocados en la salita de estar de la
casa acabarán por tener temperaturas comunes e iguales a la de la habitación. Eso
es la entropía.
En la vida matrimonial hay ejemplos constantes de entropía. Cuando usted,
querido lector, entra en la cama con los pies fríos y tropieza con los pies
calentitos de su esposa, poco a poco irá recibiendo calor hasta que las cuatro
patitas tengan una temperatura común que tan felices hace a los matrimonios
bien avenidos.
Llegará un día en que no habrá temperaturas mayores ni menores. Ese día será
el día de la entropía universal y el fin de la vida. Pero no se preocupe, porque esa
quietud mortal se producirá —dicen también los físicos— dentro de dos billones
de años. Pocos de nosotros viviremos entonces. Es, pues, una alarma remota.
Hay, sin embargo, una amenazante entropía de efectos más rápidos que se
produce constantemente a nuestro lado. Sin duda han conocido ustedes mujeres
vivas, alegres, optimistas y cargadas de energía que después de casarse con un
bragazas (y viceversa) se van poniendo poco a poco mustias, lánguidas, sin
deseos y con una dejadez que los médicos diagnostican como astenia y que
pretenden curar con vitaminas y jalea real. Ese diagnóstico es falso. Lo que les
ocurre a esas pobres señoras (y caballeros) es que están sufriendo los síntomas de
un proceso de entropía matrimonial que llega a su cenit en el yacer desfallecidos
en pijama y bata frente a la tele, saciados de bostezos, sólo interrumpidos por las
discusiones del “zapingueo”. O sea, en la nada de la entropía conyugal.

···

(Haga usted diez copias de este escrito y envíelas a diez matrimonios amigos
que viven esa luctuosa y artificial felicidad, y en menos de un mes, usted, señora,
encontrará en el supermercado o en el bingo a un príncipe encantado, y usted,
caballero, a la guarra de su vida. Y así tendrán ocasión de vivir una nueva
entropía un poco más animada que la anterior y podrían ser felices durante un par
de semanas.)

323
LA SOBERBIA DE UN LOCO HUMILDE

DURANTE muchos años vivo luchando entre el bien y el mal, entre una
soberbia satánica que a veces le inundaba el corazón y una santa humildad no
menos apasionada.
Fue una lucha terrible en la que, al fin, la soberbia fue derrotada. Dejó de
despreciar a su prójimo, dejó de sentirse un Dios con mayúsculas y se inclinó
decididamente hacia la piedad y la mansedumbre.
—Es un santo —llegaron a decir las gentes que tuvieron la fortuna de
conocerle.
Y acaeció lo que desgraciadamente siempre acaece en estos casos: se sintió
diabólico orgulloso de ser tan humilde, tan sencillo, tan generoso, tan piadoso
con los desesperados, los menesterosos y los sandios.
Y tuvo que luchar de nuevo contra la tentación de la soberbia que volvió a
inundarle y a roerle el corazón.
Vivió así durante algún tiempo inquieto y turbado hasta que un día se le
apareció un ángel, que le dijo:
—Sólo te curarás del pecado de tu soberbia y falsa humildad si eres grotesco y
ridículo y te encenagas en la nada de la que sólo eres una mil millonésima parte.
El satánico soberbio comprendió el mensaje y lo aceptó, y fingió desde
entonces ser un pobre imbécil, un necio ridículo, un ser más digno de compasión
que de desprecio.
Y si antes habían elogiado su santidad y sus virtudes aumentando con ello su
perversa vanidad (ya se sabe cómo ensoberbece la virtud cuando es
autocomplaciente), ahora él, en su secreta conducta, volvió a sentirse santificado
por su renunciación y de nuevo fue mordido por el diablo de la soberbia que le
decía: “Pocos han saboreado con tanta fruición como tú los placeres de la
humildad y el desprecio de sí mismos.”
Así fue tentado de nuevo, como digo, pero un día, aciago por más señas, le
ocurrió no se sabe bien qué desdichado accidente y tuvo que ser ingresado en las
urgencias de una alcantarilla en la que falleció, diciendo: “Venciste, humildad
definitiva.”
Nadie, excepto yo, supo de sus luchas interiores. Y nadie las conocerá jamás,
porque no me gusta hablar de mí mismo.

324
INFORME MÉDICO-LEGAL

1. Un paciente de este centro sanitario mental comunica a la dirección que


todas las noches tiene sueños que al día siguiente se reproducen exactamente
como han sido soñados.
2. La dirección del centro confirma la exactitud de lo que dice el paciente quien
relata su sueño al despertarse, sueño que se va realizando puntualmente. Y así ha
sucedido todos los días del presente año.
3. El director de este centro piensa, en una intuición genial, que se podría
obligar al paciente a soñar acciones elegidas a voluntad por el señor director, con
el fin que se repitan realmente al día siguiente.
4. A tal fin (véase 3), el director del centro, mediante hipnosis, ha obligado al
paciente a soñar lo que se le ordena. Al día siguiente se cumplió (véase 2) lo
esperado, y el señor director pudo por fin acostarse con la enfermera de los
hoyitos en las mejillas y pechos de sesenta centímetros de semidiámetro.
5. La CIA se entera de estas realidades científicas e intenta que el paciente
sueñe que un terremoto destruye la ciudad de La Habana.
6. Un visitante que se hace pasar por el padre del paciente, tras una visita
privada, le obliga a que sueñe que va a tocar la lotería al día siguiente al número
que, al parecer, posee el falso padre.
7. La agrupación española para la protección de la intimidad onírica anuncia
acciones legales contra esa manipulación —tan grave como la manipulación
genética en su opinión— de los sueños de los hospitalizados en este centro.
8. El paciente exige cien millones de pesetas por cada sueños que sueñe para
complacer voluntades ajenas.
9. El director de este centro exige al paciente un 80 por 100 de los beneficios
que obtenga por su capacidad para conseguir que se reproduzcan en la vida sus
sueños nocturnos.
10. El paciente, el director del centro, su falso padre, la CIA, la enfermera
seducida y la agrupación española para la protección de la intimidad onírica
ingresaron en celdas individuales, donde recibirán el tratamiento psiquiátrico y
farmacológico más conveniente.
11. Y en tales celdas aún continúan, a tantos de tantos de mil novecientos
tantos.

325
ESPAÑA ENTRE REJAS

No se trata de que España entera esté cumpliendo condenas judiciales. De eso


hablaremos otro día, aunque sé que será en vano.
Los enrejados a que hoy vamos a referirnos somos todos los españoles que
vivimos amenazados por los cientos de miles de ladrones que revolotean a
nuestro alrededor día y noche.
Dicen que el marqués de Sade, cuando estuvo prisionero en la Bastilla,
consiguió que las autoridades carcelarias le instalaran una cerradura que sólo
podía abrirse desde dentro de la celda. Sade mantuvo así durante su cautiverio
eso que los tontuelos llaman privacidad.
Pues eso mismo les pasa ahora a los atemorizados españoles que quieren
conservar su intimidad sin ser molestados por los ladrones.
Toda España está enrejando sus ventanas y balcones. Quizá sea esa pintoresca
singularidad lo que más nos diferencia de las ciudades del norte de Europa, en las
que apenas se ven rejas en los pisos bajos para aislarse de esa epidemia que no ha
llegado allí todavía, parece.
No sé si en España hay tantos ladrones como se teme. Ese enjaulamiento
colectivo y voluntario expresa mejor que las encuestas oficiales la inquietud que
todos sentimos. No sentimos temor: sentimos un pavor que indica que aceptamos
la fatalidad de la existencia de la plaga de ladrones que ha invadido todo el tejido
social de España, como también dicen los tontuelos.
Pronto, si Dios no lo remedia, los ciudadanos que carecemos de la protección
de una escolta oficial acabaremos andando vestidos con armaduras, frágil
defensa. Porque llevar espada al cinto o pistola defensiva es un agravio al
optimismo de nuestras constituciones democráticas que, como se sabe, nos
garantizan en sus articulados el derecho a no ser robados ni violentados por los
colectivos menos favorecidos económicamente, pobres víctimas de su código
genético que justifica sus culpas, sus infecciones y sus desmanes.
¿O no?

326
EL DESTINO

LA humilde caquita de una golondrina fue la culpable de la tragedia.


La caquita, abandonada por la golondrina en su vuelo geométrico, cayó en el
entrecejo de un trabajador que montaba una antena de televisión en el tejado de
su casa. Al trabajador se le escapó de las manos una llave inglesa que rompió la
cuerda en la que estaban tendidas al calor del sol unas sábanas.
Las sábanas volaron unos metros arrastradas por el viento y acabaron
cubriendo unas jaulas de loros que, asustados, despertaron a un sacristán vecino
que salió al balcón con el alma aterida de oír las blasfemias de los pajarracos.
El sacristán arrojó contra las jaulas unas berenjenas que golpearon un tiesto con
geranios que sumiso a las impávidas leyes de la gravedad, descendió en veloz
movimiento acelerado hacia la tierra.
En aquel mismo momento, mi amigo, que miraba el escaparate de una librería,
se inclinó unos centímetros para ver con más detalle los pechos de una joven que
dentro de la librería cogía uno de los libros expuestos. En ese mismo momento,
el tiesto golpeó el occipucio de mi amigo que cayó al suelo moribundo con el
cráneo desencajado y dijo:
“Estaba escrito”
En aquel mismo momento, una duda brotó también en mi corazón. ¿Estaba
escrito que yo no empujaría a mi amigo para evitar aquel golpe, nacido quizá de
la voluntad de Alá?
Porque yo, lo confieso, llevaba un buen rato observando el desarrollo del
proceso que le causó su muerte y no hice nada para evitar el trágico final del
piadoso Alí Ben Asuf.
Ahora, aquí, en mi Fez natal, entre los míos, como un “cus-cus” de cordero y
pienso: “Si estaba escrito, ¿quién escribió que mi amigo muriese como murió
después de salvarse del naufragio de la patera?
Sólo Alá tiene la respuesta.
(Del diario íntimo de un emigrante magrebí de origen andaluz, recientemente
expulsado de España).

327
CUESTIONES FILOSÓFICAS:
INUTILIDAD DE LA HISTORIA DEL HOMBRE

¿CAMBIARÍA nuestra vida si desconociésemos nuestra historia? ¿Cambiaría


nuestra vida si de nuestro pasado sólo tuviésemos el testimonio de las obras de
los hombres y no de sus vidas ni de sus glorias, famas y vilezas?
¿Es que ha sucedido algo perverso a la vida de los hombres el hecho de que
Newton ignorara la futura existencia de Napoleón?
¿Sería distinto “El Quijote” si fuera la obra de un autor desconocido?
¿De qué nos sirve saber que el inventor del pararrayos se llamó Benjamín?
¿Nos sería útil conocer el nombre (y el de su esposa) del homínido que
descubrió el método para mantener la continuidad de las llamas del fuego?
¡Sería grandioso que no existieran nombres de antepasados y que nadie supiera
de qué rama procede! ¡Sería también grandioso que cuando los extranjeros nos
preguntaran quiénes fueron los autores de nuestras obras de arte pudiéramos
contestar: “Son obras del hombre”!
Un hombre individualizado, señalado, conocido, es sólo una burbuja de
vanidad. Debemos borrar las huellas de su presencia que son inútiles para la
historia y para nosotros mismos.
Estoy seguro de que ustedes han comprendido inmediatamente el corazón de
mi mensaje. Lo que yo proclamo y con mis minúsculas fuerzas exijo es que se
suprima inmediatamente el número de identificación fiscal que, en realidad,
aunque halague nuestra vanidad, sólo sirve para crearnos problemas y sufrir
persecuciones que nada tienen que ver con la historia y con el hombre. Así de
sencillo.

328
LOS NUEVOS MENDIGOS

NUESTRAS ciudades se están llenando de mendigos de la clase media. Lo


habrán notado. Son mendigos aseados y silenciosos que sólo piden con sus
miradas tímidas y con sus manos, esbeltas a veces, que tiemblan de vergüenza y
de pudor.
A mí ya no me sorprenden esos mendigos que sonríen amablemente cuando
sólo les ayudo con un “Dios le ampare, buen hombre”.
Otra cosa son los mendigos millonarios, menos numerosos que los anteriores,
pero cada día más frecuentes en nuestras calles. A uno de estos mendigos
—algunos de ellos son aristócratas y presidentes de Consejos de Administración
arruinados— fui a darle unas monedas, pero él me lo impidió con un gesto y me
dijo:
—No sea usted imbécil. Guarde su dinero. Así empecé yo: dando limosnas, y
por ayudar a mi prójimo me veo como me veo.
Al parecer, le caí simpático y me contó su vida. Hacía dos años que había
heredado la fortuna de sus padres, quienes, además de dinero, le dieron una
esmerada educación, un alma noble y corazón piadoso. Y eso, me lo dijo varias
veces, fue su ruina.
Al heredar ayudó a sus hijos, a sus suegros, a sus cuñados, a sus vecinos, al
párroco de la zona residencial donde vivía, al partido conservador, a los
ecologistas, a las prostitutas, a los negros, a sus amigos, a sus enemigos y a
cuantos ablandaban su corazón con sus miserias y con sus lloros.
En esos dos años de desenfreno caritativo se arruinó y fue abandonado por
todos aquellos a quienes protegió cuando era rico.
Eso es lo que me dijo. Luego me abrazó, lloró en mis hombros y me replicó
que nadie, hasta que llegué yo, había querido escuchar sus desconsuelos.
Me despedí de él con lágrimas en los ojos y dos horas después comprobé que
me había robado la cartera, el reloj, mi pluma estilográfica de oro y mi confianza
en el prójimo.
Moraleja: antes de hundirse en la caridad compruebe primero si tiene enfrente
un corrupto de la “beautifull”.
Acorralados, son capaces de todo. Lo llevan en la sangre.

329
SIEMPRE HAY ALGUIEN QUE NOS LO EXIGE

EN el antiguo régimen, el rojerío amateur era muy severo con la jovialidad y el


humor.
Toda nuestra conducta debía ser dialéctica y enlutada. La alegría sólo podía
brotar por motivos políticos, el humor debía ser serio y reflexivo, la poesía
social, el cine y el arte denunciadores, y la vida un acto de voluntad para producir
ansiosa y constantemente los saltos cualitativos adecuados y previstos.
Todos los augurios de aquellos apasionados se volatilizaron en el tiempo. Nada
se cumplió de sus predicciones llamadas científicas.
Eran tiempos en los que los oportunistas y chupones de las tetas del Estado, al
que condenaban en sus cenáculos, le decían a Manolo Summers:
—Manolo, tú, con tu talento, debes hacer un cine distinto al que haces. Deja la
frivolidad y asume tus responsabilidades con el cine.
Manolo era apolítico y entonces ser apolítico era la forma más perversa de ser
político. Un hombre apolítico —decían— era un cómplice del sistema. Para
ellos, la única complicidad admitida era la del chupeteo de las subvenciones. Ser
apolítico era ser anarcoide o fascista.
Últimamente se trata con cierto desdén a quienes en nuestra última guerra civil
huyeron de la patria espantados de aquel genocidio, de macabra grandeza, y
prefirieron la huida a contemplar las matanzas de los energúmenos. Gómez de la
Serna fue especialmente maltratado y acusado porque prefirió, más que no morir,
no verse obligado a matar, don para el que no estaba dotado.
Ahora está ocurriendo algo parecido. Tienes que ser o pertenecer a un partido
político. Si desdeñas a los políticos y a la política eres culpable de ambigüedad y
escapismo. Eso dicen quienes no ven que actualmente todos los partidos políticos
son híbridos y tienen los genes mezclados. Se parecen mucho más que lo que los
exaltados quieren negar. Y eso no es correcto. Puede y debe haber gente para
todo. Fernando Pessoa, quizá el mayor poeta del siglo XX, dijo que un hombre
no es verdaderamente libre hasta que desconoce si vive en una República o en
una Monarquía.
Antes habrían dicho de Pessoa que era de derechas. Ahora, supongo, dirán algo
peor.

330
CUIDAR LA IMAGEN

ME miró de frente y de perfil, de arriba abajo, por delante y por detrás, y me


dijo:
—Tienes que cuidar tu imagen.
Le obedecí, y, desnudo ante el espejo, estudié la imagen de mi cuerpo. Empecé
por los pies y fui tomando nota de todo lo que exigía una mejora urgente.
Jamás hasta entonces me había enfrentado a mi decadencia y al envilecimiento
de mi cuerpo. Los juanetes eran grotescos. De la antigua esbeltez de mis pies
brotaban ahora como dos sabañones con la insolencia con que decoran las
jorobas las espaldas de los enanos retorcidos.
Las rodillas, hinchadas y deformadas por la artrosis, adelgazaban aún más la
flacura de mis pantorrillas y mis muslos, cuyos flácidos músculos vibraban ligera
y blandamente cuando yo intentaba contraerlos en vano.
Mi desmayado abdomen languidecía sobre mis masculinidades con la pereza de
las gelatinas. Al moverme, toda mi tripa se agitaba mansurronamente con la
tristeza con que flamean las banderas de los Ejércitos derrotados.
Me di la vuelta y contemplé horrorizado mis nalgas, antes tersas y relucientes,
y ahora granujosas y sin aquella lozanía de potro impaciente con que se alertaban
cuando yo, adolescente, contraía los músculos glúteos antes de iniciar las
competiciones atléticas de mi juventud.
El tórax estaba hundido, las costillas insolentes, los brazos sólo hueso y
pellejos, el cuello y sus cueros descorazonados, como descorazonada estaba mi
alma después de aquella contemplación.
—¿Y ésta es la imagen que yo tengo que cuidar? —me dije, y una debilidad
súbita me arrojó a la piedad del suelo en el que con mis frágiles uñas intenté
cavar la fosa de mi olvido.
Han pasado ya varios años desde entonces, y ahora añoro aquellos tiempos de
mi madurez en que me atrevía a mirarme al espejo, y sólo me consuela pensar
que quizá en el futuro, ya sin músculos lánguidos e inertes, mis huesos, desnudos
y pelados, tengan una imagen más digna y varonil que cuando estaban cubiertos
de carnes desfallecidas.

331
LA DOBLE EXPLOSIÓN DEMOGRÁFICA

ÚLTIMAMENTE los políticos y los ecologistas están muy preocupados por la


explosión demográfica. “Sobran todos los demás” es el pensamiento oculto de
todos los interesados en este problema.
Esta preocupación, desgraciadamente, es sólo fragmentaria. Hay una explosión
demográfica más peligrosa que la de los vivos: la de los muertos, porque, como
es bien sabido incluso por quienes prefieren ignorarlo, todos los vivos somos
muertos en libertad condicional y todos acabaremos engrosando la imparable
progresión del número de difuntos.
Aunque los muertos acumulados por el paso de la historia se dividan en dos
grandes grupos, el grupo de los que han ido al infierno, el problema no es de
menor gravedad. Esa división del número de muertos es inútil porque los muertos
de los dos grupos serán infinitos como también es infinita la mitad del infinito
real e innumerable. Es un problema de abundancia y excesos de “stocks”.
Muertos estaremos menos solos que vivos.
En el Más Allá estaremos siempre rodeados de muchedumbres, unas pagando
sus culpas, otras saboreando los premios a su virtud.
Y todos harán ruido. Formarán un coro constante y eterno. El recinto de la
muerte debe de ser insoportable. Los pecadores aullarán sus lamentos y sus gritos
(vanos) con los que imploren el perdón de sus pecados no serán oídos por sus
jueces. Por nosotros sí.
Los virtuosos también nos darán la lata constantemente con sus cánticos de
alabanzas a los Dioses y con sus coros y sus polifonías, que no serán perfectas
como las de los frailes de Silos.
Desgraciado del hombre que muere porque, vaya al cielo o vaya al infierno,
entrará en los reinos del estruendo.

(Fragmento del libro “Ruido y Fatalidad, Reflexiones de una víctima de los


acúfenos interiores y los ruidos exteriores”, de próxima aparición.)

332
LA TOZUDEZ DEL EREMITA

POR motivos todavía no aclarados el Creador castigó a un eremita alemán a


pasar en la nada todo el tiempo que faltaba para la consumación de la eternidad.
Algunos influyentes amigos del Creador pensaron que el castigo era superior a
la culpa, pero por motivos tampoco no aclarados todavía prefirieron callar y la
condena empezó a cumplirse.
El hecho sucedió en Nuremberga en las Navidades de mil quinientos doce del
actual calendario cristiano.
El eremita descendió (o ascendió) de su verde y alejada colina a la nada y
desapareció en su inmensidad, de la que inmediatamente empezó a buscar la
salida. El Creador, al parecer, ignoraba la tozudez del eremita que durante años y
años exploró pacientemente las extensiones infinitas de la nada con la intención
de encontrar la salida.
—Seguro que hay una puerta de socorro —decía el eremita en la oscuridad de
la nada palpando todos sus rincones.
Y su tesón fue recompensado con una milagro. Ayer las manos del eremita
tropezaron con algo que cedió blandamente a la presión de sus dedos. Ese algo
era una puerta que comunicaba la nada con el centro de Madrid.
El eremita feliz, se asomó a aquellos espacios para él desconocidos y tras
contemplar no sabemos qué cerró la puerta aterrado.
—¡No! —exclamó—, mientras su corazón, como el mismo eremita nos ha
relatado hace unos instantes, latía locamente, sus pupilas latían no menos
locamente y sus oídos, ultrajados por unos estruendos que el eremita no había
conocido ni en su retiro espiritual en las verdes colinas de Nuremberga ni en el
constante silencio en que había vivido mientras buscaba la salida de la nada, sus
oídos ultrajados, repito como él mismo me lo repitió en su desordenado relato,
sus oídos, vuelvo a repetir, estallaban interiormente con el clamor de los
decibelios de los lamentos del infierno multiplicados por “x” elevado al
cuadrado, siendo “x” la magnitud del número pi elevado a una potencia igual al
número de minutos que había pasado el eremita en la oscuridad de la nada y en
su silencio.
El eremita me ha confesado que prefiere seguir en la nada a gozar de una
libertad que conduce al abismo que acababa de contemplar.
Y yo le comprendo. El ruido de Madrid no hay quien lo aguante.

333
LOS ESFÍNTERES

UN esfínter es un músculo de fibras concéntricas que regula el grado de


amplitud de un orificio.
El hombre tiene en su cuerpo muchos esfínteres, pero el más conocido de todos
es el esfínter anal, que controla la eliminación de las heces acumuladas en el
recto.
Controlar ese esfínter es una de las grandes hazañas que debemos lograr en los
primeros años de nuestra infancia. Cuando vencemos los caprichos del esfínter
anal comienza el camino que nos conduce a la grandeza de ser hombres. Así de
crudo y así de biológico.
Ustedes seguramente se han preguntado en los momentos en que nos
enfrentamos a los enigmas de la existencia:
—¿Existen también esfínteres en el alma?
La respuesta es negativa, más con esperanzas. No se sabe si existen esfínteres
en el alma, pero sabemos que existen unos esfínteres en los ámbitos no
materiales de nuestro ser; es decir, la mente, el espíritu o como quieran ustedes
llamarlo.
Nos referimos, naturalmente, a unos esfínteres que sólo poseen los políticos y
que desgraciadamente casi siempre andan flojos, mansurrones y de patas flojas,
como hemos podido comprobar en la campaña electoral para el Parlamento
Europeo que hemos sufrido en las últimas semanas, en las que miles de palabras,
juicios, amenazas, insultos, promesas vanas, irrespetuosas insolencias y demás
etcéteras se han escapado por los orificios de la comunicación de unos políticos
que tienen lánguidos y deslenguados los esfínteres citados.
Ramón Gómez de la Serna dijo que un orador es un instrumento de viento que
toca solo. Si ampliamos esa metáfora humorística a los ámbitos de la política,
podemos decir: “Un orador político es un recto de esfínteres flácidos que toca
solo y desafinado”, que es lo que queríamos demostrar.

334
REFLEXIONES BIOLÓGICO-METAFÍSICAS PESIMISTAS

NOSOTROS, los que fuimos educados en el monoteísmo duro, en el que la


única complejidad del Ser era la Santa Trinidad; nosotros, que fuimos educados
en una filosofía de nadas, infinitos y hombres absolutos andamos ahora con el
alma agarrada por el pescuezo por culpa de la pluralidad de la existencia, si esa
humilde palabra puede expresar la demoníaca presencia de sus infinitas formas
que puede adoptar la materia para organizar la vida que todos creíamos que había
brotado como en el fresco de Miguel Ángel, en el leve contacto de dos dedos: el
de Dios y el del hombre reciñen creado.
El infinito ha dejado de ser limpio y transparente como nos lo enseñaban en la
escuela. Ahora el infinito lo forman cientos de miles de millones de moléculas,
mezcla de geometría y embutido, que palpitan microscópicaelectrónicamente en
nuestras entrañas como se cuecen las alubias y el tocino a fuego lento en el pote
gallego.
Los ángeles de nuestra infancia han muerto. Ahora los ángeles, si existieran,
tendrían aerofagia y tumores y serían devorados al menor descuido por el virus
asesino de la gangrena.
La llama pura y limpia de Platón se ha apagado y ha sido sustituida por un
sucio magma de vil materia orgánica que ni siquiera es materia.
La sangre, la sangre de las religiones y de los mitos está formada por partículas
sub-atómicas que quizás, en su ------ supuesta pureza, habiten las armoniosas
esferas celestes de nuestra antigua inocencia.
O sea, resumiendo: que no somos nada, especialmente hoy que tengo un
lumbago que me coge toda esta parte de la espalda y me baja por la nalga y la
pierna hasta el dedo gordo del pie donde, cuando me encuentro un poco mejor
que ahora, suele reposar mi gota.
¡Así no hay quien se eleve a las altas esferas y a sus músicas y a sus
transparencias! A ver si se me pasa un poco y me acerco a Platón y me tomo unas
copas con él en su Academia!

335
LOS CIENTOS DE MILES DE MILLONES
DE JINETES DEL APOCALIPSIS

EN el Paraíso Terrenal no había gérmenes, ni virus ni las demás ordinarieces


que ahora nos roen las proteínas del código genético.
Dios expulsó del Paraíso a Adán y Eva hermosos y sanos y sin ETS, y no como
ahora que manzana que comes, manzana que te manda al dermatólogo.
Entonces la Naturaleza era sabia y hermosa. Asomarse al mundo era un festín
para los hombres honrados y para los poetas, y no digamos si además eran poetas
románticos.
San Francisco de Asís, años más tarde de la expulsión del Paraíso, no habría
podido decir “hermana bacteria”, porque las bacterias entonces no habían sido
inventadas todavía por Pasteur. San Francisco hablaba con fieras de carne y
hueso porque ignoraba la existencia de los aminoácidos. En sus tiempos el
mundo era verde, luminoso y vivía alborozado de gratitud hacia los rayos del Sol,
que eran el gran don de los dioses. Ahora el Sol sólo nos envía rayos ultravioletas
y demás vibraciones o corpúsculos que amenazan nuestras pieles, hermosas
pieles que antes servían para las caricias y ahora sólo las usamos para ponernos
pomadas y cremas protectoras.
Las avecillas de los cielos, los pececitos de los arroyuelos, los cerdos de las
piaras que piaban felices y contentos a nuestro alrededor son ahora bacterias,
virus, polipéptidos, carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y otras
aglutinaciones atómicas por el estilo.
Pronto la materia sin alma devorará definitivamente al hombre como esos
estafilococos asilvestrados se están comiendo abdómenes, brazos y piernas en un
abrir y cerrar de ojos por el norte de Europa.
Está a punto de llegar la gran revolución de la materia. Esto no se lo esperaba
ni Lenin, cuyo materialismo puro y cristalino nadie puede poner en duda.
Los nuevos jinetes del Apocalipsis se están acercando. Son cientos de miles de
millones de virus que nos destruirán sin ni siquiera saber que lo están haciendo.
Para ellos no somos nada, como ya intuían los místicos de otros tiempos, ajenos
en sus elevaciones a los oncogenes y demás porquerías que nos habitan.
Están ustedes avisados.

336
LOS ÓRGANOS LLAMADOS HEMATOPOYÉTICOS

AHORA que vivimos la moda de la divulgación médica, es necesario y urgente


que los señores académicos de la Española sustituyan por palabras de uso
cotidiano los helenismos que infectan los discursos científicos en general y los
médicos en particular.
Millones de españoles abandonan el lenguaje culto de los escritos con que se
nos pretende alertar de las enfermedades que nos amenazan porque están llenos
de palabras de origen griego incomprensibles para los profanos.
Ayer diagnosticaron a un sobrino mío una blefarocalasia. El pobrecito vino a mi
casa aterrado por la idea de que sus ideas estaban contados. Yo le tranquilicé
explicándole que sólo tenía el párpado flojo, que es lo que debería haberle dicho
el oculista, que era un culto científico helenista.
Los griegos hablaban llanamente y decían las cosas por su nombre. Al párpado
le llamaban “blefaro” y a la flojera “chalasis”. Por eso —le expliqué a mi
sobrino— lo que tenía era una simple caída de ojos como las de Marlene
Dietrich, pero en patológico, o sea en enfermo, y se quedó más tranquilo.
Del griego hemos heredado la estructura general de la lengua y unos cuantos
helenismos engarzados en la hermosísima corona de nuestro idioma descendiente
del latín, que fue fecundado por el griego como Dios manda y no con una caricia
aquí y un pellizco allá por la nalga como nosotros.
Es una situación parecida a la de aquel español que decía en París viendo un
trozo de Camemberg.
—¿Pero por qué llamarán “fromage” a una cosa que se ve tan claramente que
es queso?
Nosotros, con su misma inocente perplejidad, podríamos decir:
—¿Pero por qué dicen los médicos órganos hematopoyéticos cuando se ve tan
claramente que son los órganos productores de la sangre?
En fin. Otro día seguiremos hablando de este tema.
¡Hasta entonces!, queridas lectoras de lindos blefaros. Y lectores, que ahora en
seguida nos enfadamos por cualquier cosilla.

337
LA DUDA

NUESTRO amigo Sidi Ben Hasmit era un mahometano bueno y honrado, pero
era también un pelmazo. Jamás pudimos convencerle de las verdades del
cristianismo. A todo cuanto le decíamos respondía con un “Estaba escrito” que
nos ofendía a quienes vivíamos en la verdadera fe y en la libertad que nos ha
concedido el Señor para distinguir el bien del mal y obrar en consecuencia.
Un día, Sidi Ben Hasmit nos dijo que la ciencia moderna había confirmado el
pensamiento fatalista de su religión.
—Todo está escrito en nuestro código genético, —nos dijo con orgullo— y
nada, en consecuencia, es ajeno a la voluntad divina. Morimos de lo que quiere y
cuando lo quiere Alá. No podemos cambiar nuestro destino. Sólo nos queda
esperar nuestro final practicando la oración, la limosna, el culto a la belleza de
las mujeres y el desprecio a la violencia de vosotros, que os llamáis cristianos,
que queréis destruir nuestra cultura y nuestra economía.
Eso nos pareció excesivo. Incluir la economía en nuestras discusiones
teológicas no lo podíamos aceptar. Como sabíamos que era imposible
demostrarle nuestras verdades, pasamos de los razonamientos a la acción, y le
cogimos por los pies y le arrojamos por la ventana del décimo piso en que vivía.
—¿Y esto? —le gritamos cuando su cuerpo, aún vivo, descendía por los
abismos urbanos—. ¿Estaba escrito esto también en tu código genético?
—En el mío, no —oímos que respondía antes de estrellarse contra su
destino—; pero en el código genético de Alá, sí.
Y murió, supongo, feliz.
Borramos nuestras huellas, nos apoderamos de todos sus bienes y huimos
maldiciendo las herejías que nos empujan a una justicia no exenta, a nuestro
pesar, de violencia.
Nadie conoció nuestra valerosa acción de cruzados, pero a veces, en estos años
de soledad que estoy viviendo, me pregunto:
—¿Estaba escrito que Sidi Ben Hasmit moriría por culpa de su culpable y
hereje insistencia en decirnos que todo está escrito?
Yo, por si acaso y por respeto a Sidi Ben Hasmit, he dejado de comer jamón
serrano, excepto en los casos en que me invitan, casos, que, por desgracia, cada
vez son menos frecuentes.
De “Las tribulaciones morales de un cristiano”, 1943, Jerusalem.

338
CHANTAJE Y CLAUDICACIÓN

CUANDO España venció a Suiza, las felices hordas futboleras invadieron la


Plaza de la Cibeles y allí manifestaron su patriótico júbilo brincando como niños
inmaduros y arrancándole una de sus manos a la pobre diosa.
Eso es normal y comprensible. Cuando las muchedumbres se exaltan
manifiestan su júbilo con una excitación exagerada. No olvidemos que en el resto
del año sólo sufren derrotas y carencias iluminadas por las sombras de la
corrupción y el desencanto.
Eso es normal, repito, lo que no es normal es que al día siguiente el Sr. Alcalde,
en la televisión, como quien mendiga un favor, no se atreva a criticar duramente
a los hinchas asilvestrados y a advertir que se tomarán medidas para impedir esas
avalanchas destructoras, sino que, casi pidiendo perdón con la mirada y la
sonrisa, justificando casi la pueril alegría de los desaforados, pida, implore,
mendigue, suplique a los vándalos que se comporten como Dios manda.
¿A qué tienen miedo los señores alcaldes y los políticos en general? ¿A que si
cumplen con su deber pierdan votos? Desde hace años se observa una
claudicación de los políticos ante el pueblo soberano, que debe ser soberano, sin
duda, pero responsablemente soberano. No hay que dejar creer al pueblo que
mancar diosas paganas es ser más libres.
Hay, insistimos, una claudicación política ante el chantaje de los números y de
las muchedumbres que se están transformando en niños exigentes, caprichosos y
descerebrados que, teta, chupete o palo untado de caramelo, sólo quieren mamar
algo que sobresalga.
No lo olvidemos: “el pueblo no debe constituirse como una acumulación de
jaurías o rebaños, según convenga, sino como una comunidad racional de
responsabilidades...”
(Fragmento de un discurso que no llegó a concluirse porque el orador fue
arrancado de su tribuna y empalado en la cabeza de la diosa Cibeles de la plaza
del mismo nombre. La conducta de los culpables fue amablemente reprendida
por las autoridades competentes. Luego se repartieron refrescos, chupetes y
pegatinas).

339
SOBERBIA Y HUMILDAD

GOETHE, nadie lo ignora, era altivo. Su gloria es imperecedera por ahora, pero
no más imperecedera que la de los cientos de miles de clónicos de Goethe (o
viceversa) que pueblan los Parnasos de las naciones y sus entes autonómicos.
Goethe, como todos ustedes saben, murió diciendo:
—¡Luz! ¡Más luz!
Y con esos vanos deseos se sumergió en la oscuridad de los siglos, en los que
seguramente fue alojado en las salas VIP, de clase preferente, porque él era de los
que exigían esta clase de cosas.
Bien. Uno de los grandes genios de este siglo, Fernando Pessoa, poeta y
portugués, más modesto, aunque tan genial como Goethe, al morir también pidió
ver, pero no exigiendo luz, sino pidiendo humildemente que le acercarán las
gafas, supongo que las de para cerca.
¿Qué quería iluminar Goethe con la luz que pedía en su agonía y qué quería ver
Pessoa con sus famosas gafas redondas?
Nunca lo sabremos, pero podemos suponer que la soberbia del clásico alemán
pedía que iluminaran su grandeza para asombro del mundo. Ahora Goethe exigía
morir en directo y en la mejor hora de las emisiones televisivas.
Pessoa, más humano y modesto, pidió, podemos suponer, también las gafas
para alcanzar el vaso de vino que tendría en la mesilla de noche, compañero
inseparable de sus días y de la noche eterna que le esperaba. Quería el vino para
apuntillar definitivamente su hígado y para brindar por las glorias de Portugal,
humilde como él y excepcional también, hermana nuestra, casi desconocida en su
profundidad, su gracia y su grandeza, por la turba que habita en la Europa de la
bière y del tocino.
O sea, a lo que íbamos: cuando vaya a Lisboa este verano, procure interesarse
en algo más que en conocer si las toallas son más baratas que en España.
Este año, Lisboa es la capital de Europa. No lo olvide.
De nada.

340
EL SECRETO DE NARCISO

—NARCISO —por fin alguien se atreve a decirlo— era feo, horrorosamente


feo.
Cuando Narciso nació, su madre, la ninfa Liriopea, al ver a aquel feto peludo
que parecía libio sietemesino malformado, sufrió un desmayo y exclamó, tras
recobrar los alientos:
—Que nadie vea ni vivo ni muerto a esta infame criatura del Averno, adonde
debemos reenviarla urgentemente.
Pero su esposo, Cefiso, se opuso a los deseos de la airada ninfa y sólo ordenó
que nadie viese el rostro de su hijo.
Y nunca nadie miró frente a frente a Narciso, ni él pudo conocer su imagen,
porque se destruyeron todos los espejos del palacio, y cuantos tuvieron la osadía
de espiar los juegos del pobre niño fueron ejecutados, tras confesar públicamente
que Narciso poseía la belleza de un Dios.
Así nació la leyenda de su hermosura y así creció la fama de Narciso, leyenda
que duró hasta la semana pasada, en que yo descubrí la falsedad de la historia.
Un día, vagando Narciso por los prados con sus soledades, tuvo la desdicha de
ver su rostro reflejado en las aguas remansadas de un arroyo.
Al ver su fealdad, lanzó un grito desgarrador y quiso estrangular la imagen que
estaba viendo, gesto que su padre propagó diciendo que Narciso quiso acariciar
su belleza reflejada, belleza que nunca existió, como hemos demostrado.
Narciso, en su desesperación, se arrancó a sí mismo a mordiscos su propio
corazón, y de la sangre que manó de la herida brotó la flor que lleva su nombre
con minúsculas.
Al morir desangrado, su rostro adquirió la palidez de las estatuas y la belleza de
Apolo, milagro que jamás volverá a repetirse. Lo digo para que no intenten
salvarse, como Narciso, otros feos.
Aún hoy, millares de feos acuden en peregrinación a bañarse en las aguas del
arroyo de Narciso, pero sus esperanzas son vanas. Hasta ahora, nadie ha
recuperado la belleza que desean y que jamás tuvieron. No es agua milagrosa,
aunque dicen que es buena para espulgarse las legañas.

341
UN SUICIDIO FRUSTRADO

DECIDIÓ morir de un suicidio limpio, sin sangre, inmotivado. Quiso morir por
dignidad, porque su vida ya no era útil para la historia. Abandonaría el mundo en
la plenitud de su felicidad, de su riqueza y de su madurez; como morían los
héroes griegos ante los muros de Troya.
Y se suicidó. Su cuerpo apareció con expresión serena, aseado, sin una gota de
sangre en la camisa, ni un vómito ruin sobre el nudo de la corbata.
Había vivido una vida llena de felicidades: fue rico, atractivo, padre de unos
hijos que repetían todos sus dones y virtudes, deseado por las mujeres, que
enloquecían por su perfil helénico y los aromas que exhalaba su aliento, y esposo
fiel y ejemplar.
—Mi muerte —pensó cuando antes de morir se limpiaba los zapatos— será
paradigmática.
Ése era su único defecto: cierta pedantería verbal, pero los hay peores.
Pues bien. Cuando apareció su paradigmático cadáver, se hizo pública su
desgracia.
—Se ha matado —comentaron las vecinas— por los cuernos que le ponía la
guarra de su mujer.
Así se vengan los dioses envidiosos y mezquinos. El pobre difunto ignoró
durante toda su vida que la compasión que sentían por él sus amigos era la causa
de que le tratasen con lo que él creía respeto.
Al final, su suicidio no fue tan glorioso como esperaba, ni fue un suicidio
ejemplar. Fue un triste suicidio de cornudo que se toma las cosas demasiado a
pecho, como comentó Alfonsita, la portera.
Tan versado en Pericles y su tiempo, murió sin conocer completa la famosa
sentencia de Sócrates:
“Conócete a ti mismo y a tu señora.”
Descanse en paz y que la eternidad borre los estigmas de su aparente desdicha.

342
LAMENTO

LO que la costumbre y los viejos catecismos llaman virtudes son dones que
conceden los cielos, a veces sin que se los merezcan, a las gentes sencillas que
viven en paz, modesta y recatadamente, en continua felicidad, piando
alegremente en busca del alimento de cada día.
Estas gentes elegidas son humildes, resignadas ante las purulentas desdichas
que les acosan día y noche, sencillas, sumisas, muchas veces enfermas y
cubiertas de secas costras y de pústulas exudativas.
Esas gentes, a veces me pregunto: ¿por qué son tan felices en su degradación
física y económica, y yo, a pesar de mis riquezas, no?
¿Por qué yo, que lo poseo todo, cuando a veces veo a esos seres afortunados
arrastrarse por el suelo en busca de un insecto para tostarlo al calor de las aceras
y dárselo a sus hijitos hambrientos como alimento, siento hacia ellos no piedad,
porque la alegría de sus rostros no alienta a la práctica de tal virtud, sino envidia
de ver con qué poca cosa se puede ser feliz en este mundo si el corazón está
limpio de ambiciones?
¿Qué han hecho esas gentes para ser elegidas por el Señor como lo fueron sus
padres y sus abuelos y todas las generaciones que les precedieron, y las que
vendrán, para que siempre brote una canción de alegría de sus bocas laceradas?
¡Qué lección para todos aquellos que, como yo, al menor descenso de las
cotizaciones de la Bolsa sienten volar sobre sus cabezas los negros cuervos del
pesimismo y la desesperanza!
¡Quién pudiera vivir como ellos y como los pajaritos contra los que luchan, sin
rencor y sin ira, por las migajas de pan que decoran las calles de nuestras
ciudades y sus progresos!
Mis únicos pajaritos, ¡ay!, son los cuervos.
¡Qué cruz me ha mandado el Señor, cargándome de riquezas que yo desprecio,
que me persiguen día y noche sin poder desprenderme de ellas, arrojarlas lejos de
mí, porque eso sería ofender la benevolencia con que me han distinguido los
Cielos!
Así es la vida para las pobres gentes sensibles y ricas como yo.

343
LA NUEVA SOLEDAD

EL teléfono se ha transformado en pocos años en la forma más perversa de


incomunicación.
Ya no hay empresas que respondan a nuestras llamadas con una cálida voz
humana. Ahora siempre nos contestan unas cintas grabadas que, después de
decirnos que no pueden atendernos en ese momento y que esperemos, nos dejan
abandonados con unas músicas infames que nos aburren hasta que,
descorazonados, maldiciendo injurias y amenazas, colgamos el teléfono después
de mencionar a sus madres desconocidas, voces inútiles que nadie escucha.
Los amigos también han levantado parecidas barreras. Cuando intentamos
hablar con alguien por teléfono siempre contestan a nuestras llamadas mensajes
fríos y corteses que nos invitan a decir quiénes somos y qué pretendemos,
mensajes en los que se nos ofrece la posible limosna de una posterior respuesta.
Últimamente ya no podemos oír ni voces grabadas. Ahora todos nos piden que
enviemos nuestras antiguas palabras por fax. Hasta las voces se han perdido. Y
los afectos, porque nadie, que yo sepa, nadie envía un fax que diga como en las
cartas antiguas: “Querido amigo: Me alegraré que al recibo de este fax te
encuentres bien de salud. Nosotros bien, gracias a Dios.”
Parece como si todos temiésemos la intimidad y que los íntimos contactos
personales sólo se dan en los vis a vis de los locutorios de las prisiones.
La gente ahora sólo habla cuando conforma multitudes. Ahora se habla con
gritos colectivos, con la brevedad de los ripios de las pancartas, que son como
gruñidos que quieren ser graciosos, reivindicativos y artísticos.
En las casas tampoco se habla. Sólo se escuchan las voces de la televisión que
no admiten el diálogo.
Poco a poco estaremos cada vez más callados, más incomprendidos, más
solitarios con nuestro corazón, que acabará diciéndonos con sus arritmias y sus
fibrilaciones que la hora del silencio definitivo se está acercando.
Afortunados los que sean oídos cuando griten “¡socorro!”.

344
EL NUEVO FATALISMO

TODOS hemos conocido enfermos abrumados por la culpa de haber sido sus
propios verdugos. Se acusan de su pasado, de sus excesos, de lo que antes se
llamaba la vida licenciosa y llenos de amargura comprueban la inutilidad del
arrepentimiento.
Sólo se tranquilizan cuando alguien con autoridad médica responde a su
ansiedad diciendo:
—De lo tuyo es culpable el gen ochenta y cuatro del cromosoma dieciséis.
El enfermo deja de atormentarse. Ya tiene a quien culpar de sus desdichas.
Renace su narcisismo porque se siente inocente, víctima del ultraje del destino,
de lo que estaba escrito.
Y brotan de sus angustias las antiguas palabras de la resignación:
—Alá lo quiere.
Nos ha invadido un nuevo fatalismo, biológico y laico que, sorprendentemente,
nos consuela con las bendiciones de la resignación.
Los genes no son virus intrusos que vaya usted a saber de qué cuerpos zafios y
corruptos proceden. Los genes somos nosotros mismos y la fatalidad de nuestra
muerte. Y eso nos consuela, después de las lógicas maldiciones que preceden a la
resignación, ¡claro!
Quevedo dijo que no morimos de enfermedades sino de ser hombres. Si
hubiera conocido la existencia de los genes habría matizado su pensamiento.
Quizá fue cojo y miope por culpa de algunos genes que don Francisco no pudo
conocer por haber nacido tan temprano.
Pronto, si los genes de Dios no lo remedian, descubriremos que nos matamos
en las carreteras y nos matan en las penumbras de las ciudades porque esas
desgracias palpitaban en la red de nuestro genoma. Quizás existe hasta el gen del
azar.
Si es así, podremos dormir tranquilos en los consoladores brazos de la fatalidad
recobrada.
Una vez más estamos salvados.

345
EL PERRO ABANDONADO

EL perro adivinó en las miradas culpables de sus amos que iba a ser de nuevo
abandonado.
Subió al coche como quien asciende las escaleras del patíbulo y aceptó las
caricias de los niños sin agitar el rabo como otras veces.
Cuando el coche se detuvo en la carretera no esperó a que le echaran con
caricias y falsas lágrimas. Salió con tristeza, y desde la cuneta vio alejarse a sus
dueños. Y también desde la cuneta vio cómo un segundo después el coche giraba
violentamente y se quedaba tambaleante al borde de un precipicio.
Oyó los gritos de la familia y sus lloros, y lentamente se dirigió hacia el coche
en el que todos imploraban su ayuda. Lentamente también, sin prisas, se acercó a
los encerrados implorantes y con la patita empujó el coche que se precipitó por el
abismo. Luego descendió hasta donde las víctimas yacían esparcidas alrededor
del coche, ensangrentadas, incapaces de moverse, moribundas.
El perro se sentó frente a la hecatombe, cruzó sus patitas y esperó
tranquilamente a que se produjera el fallecimiento de todos ellos. El padre fue el
último en morir. Tardó día y medio.
El perro, pacientemente y en silencio, se comió la merienda de los niños. La
jubilosa agitación de su rabo anunció el fin de su venganza.
Alegremente ascendió por la ladera, y con brincos detuvo a unos policías de
Tráfico. Con sus gestos les condujo donde yacían sus antiguos amos, que ya eran
un ecológico festín para las moscas.
Al día siguiente la televisión y la Prensa ofrecieron la imagen de aquel perro
fiel que, aunque en vano, había intentado salvar a sus dueños pidiendo ayuda en
la carretera.
Ahora vive con unos virtuosos ciudadanos que le aceptaron conmovidos por su
fidelidad.
Le tratan con mil mimos y cuidados, pero el perro ya no es el mismo. Antes
temía los viajes de verano. Ahora los espera con impaciencia.
Ya se sabe. Hasta los animales más fieles acaban por tomarles gusto a las
tragedias.

346
EL ESCRITOR Y SU LEGÍTIMA

—“EL “hall” del Casino de Montecarlo se quedó atónito al contemplar la


exuberante belleza de Lucy.” Así escribió el famoso escritor y así nació su
decimoquinto “best-seller”.
Su legítima esposa, con los celos y la ira agitándole las comisuras de los labios,
interrumpió la inspiración del escritor para decirle:
—No sabía que habías estado en Montecarlo. ¡Qué callado te lo tenías!
El escritor bestsélico le explicó con paciente desesperación que sus novelas no
eran autobiográficas, pero su legítima insistió en sus celos:
—Sí, seguro que tú has tenido algo que ver con esa guarra de Lucy. ¿La
conozco yo?
El escritor le explicó con los latidos de las sienes en carne viva que nunca había
estado en Montecarlo y que no conocía a la esplendorosa y apasionada Lucy, y
que le dejase seguir ganando en paz y sosiego en pan de sus hijos, pero la
legítima insistió:
—¿Has vuelto a verla después de casarnos? Seguro que el herpes que me
pasaste la noche de bodas te lo había contagiado la golfa de Lucy o como se
llame.
En los ojos del escritor brillaron los lúgubres fulgores de los espejos de la
muerte, que era la imagen favorita que usaba en sus novelas para describir las
ansias asesinas de los protagonistas. Lentamente atenazó con sus vigorosas
manos el Personal Computer y se lo clavó a su legítima en el mismísimo vértice
de sus lánguidas ingles.
Consumado el acto de justicia, el escritor siguió escribiendo:
“El joven escritor al ver a Lucy comprendió que en aquellos ojos negros estaba
escrita la tragedia de su vida, su felicidad y su epitafio.”
El escritor fue absuelto y pudo seguir su gloriosa trayectoria literaria
libremente y sin temor, escribiendo los eventos consuetudinarios que le
acontecieron en Montecarlo cuando conoció a Lucy.
Ya va por su quincuagésimo segundo “best-seller”.

347
TENDRÁS QUE ACOSTUMBRARTE

LA vida es una sucesión de resignaciones. Poco a poco claudicamos ante todo


la ingenua creencia de que somos libres.
Hoy me he dado cuenta de esa tragedia cuando mi oculista me ha dicho:
—Tendrás que acostumbrarte.
Tendré que acostumbrarme a vivir con unas sombras que acompañan todas mis
miradas, porque el calógeno del humor vítreo es así de caprichoso. Tendré que
acostumbrarme a esta nueva miseria de los sentidos, como acabé por
acostumbrarme a oír día y noche los ruidos que suavemente ronronean por mi
cerebro.
—Tranquilízate —me dijo el otorrino— y te acostumbrarás en seguida, porque
tienes la suerte de que tus acúfenos son mansos y no de los estridentes que se
oyen hasta desde fuera.
Cuando comprendí al mes de haberme casado que la aburrida felicidad de mi
matrimonio era insoportable, también me dijeron:
—Tendrás que acostumbrarte.
Es a lo único que no pude acostumbrarme, así que huí una madrugada por una
puerta, mientras que por la otra huía también mi señora, que no estaba tampoco
dispuesta a acostumbrarse a aquella mansedumbre de vacas en que vivíamos.
Toda mi vida ha sido un “tendrás que acostumbrarte”, que ha alcanzado su
cénit en mi resignada costumbre de vivir la vida política que vivíamos.
Toda mi vida ha sido un “tendrás que acostumbrarte”, que ha alcanzado su
cénit en mi resignada costumbre de vivir la política que vivimos.
Así que, en un ataque de lucidez, hoy he abandonado mi casa y he escondido
mi cobarde y despreciable persona en el fondo del contenedor donde el portero
de mi comunidad arroja las basuras.
El portero, en su última entrega de desechos de felicidad que ha caído sobre mi
cogote, me ha dicho compasivamente:
—Tendrá que acostumbrarse.
Sé que esta noche el camión de la basura me engullirá hasta su panza giratoria,
llena de restos de felicidad biodegradable y me diré:
“Tendrás que acostumbrarte.”
Y así será mi fin del mundo.

348
Información económica:
ESPECTACULAR AUMENTO DE LA OFERTA
DE POBRES EN EL MERCADO NACIONAL

NADIE se sorprenderá de que afirmemos que actualmente existe en el mercado


nacional una excesiva oferta de pobres. Todos lo podemos comprobar
personalmente sin necesidad de consultar las informaciones oficiales. Frente a
nuestras casas, en las puertas de los mercados, en los restaurantes (muchas veces
escondidos bajo las mesas en que comemos), en las parroquias, en el Metro, y así
sucesivamente.
Desgraciadamente debemos también constatar que esa oferta es muy superior a
la demanda de pobres. Nadie quiere pobres. El mercado está saturado.
Esa superproducción debemos también constatar que esa oferta es muy superior
a la demanda de pobres. Nadie quiere pobres. El mercado está saturado.
Esa superproducción de pobres no puede ser absorbida por los clientes y poco a
poco el “stock” de pobres va ahogando la flaca economía nacional.
Antes se exportaban al extranjero pobres ocultos bajo el disfraz de trabajadores
emigrantes, pero ahora eso ya no es posible. Los países ricos producen
actualmente pobres de excelente calidad o importan pobres de razas inferiores a
precios muy asequibles con los que España no puede competir. Esos pobres
tercermundistas suelen ser de baja calidad y de pésima presentación, pero son
muy solicitados en el mercado europeo por las empresas que practican la técnica
laboral de “usar y tirar”.
Los pobres, para más inri (o para menos), a pesar de los malos materiales con
que son fabricados, actualmente duran mucho, lo que agrava la poca estimación
que se tiene por su valor y así se producen las caídas de su cotización en el
mercado de valores de la Bolsa, en la que se han llegado a ofrecer hasta tres
pobres por el tradicional precio de uno.
El Gobierno ha asegurado por boca de su ministro de Trabajo que ya se nota
cierta recuperación en el mercado de pobres, dato dudoso que no se lo cree ni
nuestra tía Felisa [la oposición].
Entretanto, y hasta que llegue la ansiada recuperación, la producción de pobres
depende casi exclusivamente de la errónea política económica del Gobierno, que,
en vano y con nocturnidad y alevosía, quiere privatizar esta industria nacional
pasando la patata caliente a los empresarios, a quienes el Gobierno, astutamente
como siempre, ha prometido ayuda y asesoramiento estadístico, según ha
anunciado el ministro señor Rubarcaraba [Álvarez Cascos], en vano,
naturalmente.

349
FÍSICA RECREATIVA
FABRIQUE EN CASA SU PROPIA BOMBA DE URANIO

EL egoísmo de las naciones poderosas impide que los países y las gentes
modestas puedan tener sus propias bombas atómicas. Esa actitud es intolerable.
¿Por qué Francia posee armas nucleares y España no? ¿Por qué el señor
Mitterrand puede jugar con sus nietos a las guerras atómicas y usted, querido
lector, no?
Esa injusticia nos ha impulsado a divulgar el secreto de la fabricación de
bombas de uranio caseras. La receta, muy sencilla, es la siguiente:
“Se despieza el uranio, se le da vuelta en la olla a presión y se retira.
En la misma olla se rehogan dos núcleos atómicos de tamaño mediano, tres
neutrinos (¡que sean frescos!) y un puñado de cationes.
Cuando estén doraditos se colocan sobre el uranio y se añaden varias partículas
subatómicas según el gusto personal de cada cual y se dejan al fresco toda la
noche. Cuidado con las moscas, que son muy golosas y pueden ionizarse y
propagar enfermedades radiactivas.
Al día siguiente se remueve el guiso y se mantiene a fuego lento hasta que esté
bien ligado y haya soltado un poco de jugo. Se prueba y se sala sin exageración.
Se trocea la masa obtenida y se reboza en harina y huevo como en cualquier
guiso tradicional.
¡Y ya sólo falta espolvorear unos cuantos “Quarts” y una pizca de perejil y así
tenemos el plato preparado para hacerlo estallar en el momento oportuno, que (es
un consejo personal) suele ser cuando los invitados brindan con champán por la
paz y la armonía de las naciones que forman el Club Atómico!
Este guiso tiene, además, la ventaja de que apenas deja restos ni desperdicios.

350
LA MODERNIDAD EN ESPAÑA
NUEVO TEATRO EXPERIMENTAL

LOS autores teatrales, los jóvenes directores de escena, los actores y el público
en general últimamente están mostrando que los esfuerzos de nuestro Gobierno
por modernizar el teatro están dando sus correspondientes frutos.
A los espectadores de ahora ya no les satisfacen las versiones teatrales antiguas,
reaccionarias en su contenido y pusilánimes en sus expresiones formales. En
resumen: todos queremos un nuevo teatro.
Y dentro de la ética y la estética de ese nuevo teatro, ayer se estrenó en Madrid
una modernísima versión de Hamlet.
Cuando al principio del primer acto el espectro del difunto padre de Hamlet se
despoja de la pudorosa nube que le envuelve y se queda en pelota picada, el
público, enardecido y a punto de quitarse también los pantalones, prorrumpió en
aplausos que, puede decirse, duraron casi hasta que Fortumbrás, despojado
también de su armadura y de su ropa interior, ordena que el cuerpo del
desdichado príncipe sea colocado, por supuesto también en pelota picada como el
espectro de su difunto padre, sobre el escudo que le conducirá a la inmortalidad,
en la que, justo es admitirlo, desde hace siglos todos moran desnudos como Adán
y Eva.
El teatro, podemos decir, ha vuelto a su antigua pureza. El diálogo de Hamlet y
su madre, los dos también en porretas, mostró crudamente la verdadera realidad
del conflicto edípico que atormenta al joven príncipe. Ese desnudamiento ayuda,
casi como el desnudamiento mental de una terapia psicoanalítica, a penetrar en
las profundidades de las ingles de los protagonistas.
Ofelia, justo es decirlo, desmereció un poco. No era necesario que apareciese
desnuda, pero sí con un “wonderbras”. Las tragedias, en su esencia y su
densidad, toleran perfectamente unas tetas caídas.
Cuando el director salió a escena, por supuesto también desnudo y sin
“wonderbras”, aunque lo necesitaba, el teatro se vino abajo, y allá abajo estuvo
hasta que al amanecer un grupo musical interpretó un surtido variado de
pasodobles españoles con sonido bacalao.
Un éxito de la modernidad difícil de olvidar.
Por fin se empieza a notar la política dramática que está imponiendo a España
nuestra ministra de Cultura, que, por cierto, todavía no ha acudido desnuda a
ningún Consejo de Ministros en los que desde hace tiempo muchos de ellos
andan con el cinturón desabrochado.

351
ADIÓS A LOS PLACERES

HOY he decidido renunciar a los placeres que han ensuciado la nobleza y la


dignidad de mi vida. Desde hoy voy a ser puro y libre de las bajas pasiones que
me tenían encenegado en las miasmas de la lujuria, de la gula y de la soberbia.
La noble decisión que he tomado me ha reconciliado conmigo mismo y he
recuperado el sueño y el respirar sosegado.
El Maligno, naturalmente, no se ha resignado a la derrota y a medianoche se
me ha aparecido a los pies de mi cama y me ha dicho con esa lengua de víbora
que tiene:
—Tú no has renunciado a nada, imbécil. Somos nosotros, los placeres, los que
te hemos abandonado a ti. Tu hígado, tu artrosis, tu impotencia, la decadencia de
tus sentidos y los decrépitos nucleótidos escritos en tu código genético han hecho
de ti un virtuoso. Ya sólo tienes fuerzas para arrodillarte y rezar, gallineja.
Y la Soberbia, con su fina boca, espejo del desprecio, ha concluido:
—Yo, como la joven que fue ofrecida a Rousseau, te digo en la mitad de la
noche: “Lascia le done, estudia la matemática.” Y lascia también los otros
pecados, que tu cuerpo te ha abandonado.
Luego se han ido en un ofensivo trotar de carcajadas.
La razón me ha convencido de que mis antiguos pecados tenían razón y me he
entregado, con las pocas fuerzas que habitan en mi no sé dónde, a los placeres de
las matemáticas como aconsejó a Rousseau la joven medio putita.
Hoy es ya dos meses después del día en que tomé tan noble decisión. Esta
noche, cuando en sueños intentaba multiplicar la raíz cuadrada de tres por el
número pi, se me ha aparecido, radiante y amable, la diosa de los números y me
ha dicho:
—Lascia la matemática y dedícate a los placeres solitarios.
O sea que a cierta edad se confirma que no somos nada. Que es lo que
queríamos demostrar.

352
Información económica

EL MAGMA

LOS historiadores sólo estudian lo mudable de la Historia y olvidan el magma


pantanoso en el que se asientan los grandes y pequeños acontecimientos que
conforman la vida del hombre y que permanece inalterable al paso del tiempo y
sus cadáveres.
Nacen y mueren imperios y dinastías, van y vienen los invasores —de hordas o
de Fondos Monetarios Internacionales— y parece que el mundo avanza y
progresa, pero en el subsuelo está el mismo magma con su lento latir con
bradicardia.
Ahora, cuando a veces nuestra democracia lanza ligeros crujidos o gemidos, se
suele decir que los culpables son los tics del antiguo régimen que aún perviven
en nosotros. Y eso es falso. Ha cambiado la forma de gobierno, pero no los
hombres que gobiernan y mucho menos los que son gobernados.
Hace años la izquierdosidad rugía contra las “alienaciones”del fútbol y de los
toros que el general utilizaba para aturdir a las masas, decían. Las ambiciones del
general han fallecido, pero el magma sigue idiotizándonos bajo nuestros pies y
dentro de nuestras cabezas, y hay más fútbol y más toros y más estruendo
alienador que en aquellos tiempos nada ejemplares.
Los hombres se agitan y van y vienen, y bailan, y brincan, y discuten, y se
matan unos a otros con distintas armas y distintos ideales, pero bajo esa agitación
y ese ir y venir, y esos brincos, y esas discusiones, y esas muertes, y esas paces
está el mar profundo que no cambia: el reino del magma inalterable que ajeno a
lo que llamamos cultura y democracia hace de todos nosotros unos magmones.
Hay, naturalmente, excepciones a esa patética ley de la gravedad que nos atrae
hacia los abismos del magma. Pero son tan pocas que se pueden contar con un
dedo de la mano.
Y no digo quién está libre de esa magmosidad porque es muy feo que uno se
señale a sí mismo.

353
UN DESCUBRIMIENTO GENIAL

IBA yo por la calle cuando vi que a un caballero se le caía la cartera. Un primer


impulso me sugería que le avisara de la fragmentación de sus activos, pero
preferí callarme, coger la cartera (que arrojé a una alcantarilla para no sucumbir
más tarde a la tentación sentimental del arrepentimiento) y quedarme con las
200.000 pesetas que contenía.
Más tarde vi cómo la víctima de su descuido volvía y buscaba con ansiedad su
tesoro perdido y observé que la felicidad que yo sentía por el dinero ganado con
tanta facilidad coincidía con el disgusto que sentía quien lo había perdido. En
aquel mismo instante me di cuenta de que la ley de las ciencias físicas que
enuncia que la materia y la energía ni se crean ni se destruyen y que sólo se
transforman se puede aplicar también a los hechos afectivos y morales.
Naturalmente, quise demostrar empíricamente que mi hipótesis era cierta y
experimenté casos parecidos a los que había experimentado con las 200.000
pesetas. Cada vez que daba una bofetada a un indigente en vez de darle una
limosna, su ira era exactamente igual al placer que me procuraba comprobar lo
cierto de mis suposiciones. Y lo mismo pasaba en caso contrario (aunque debo
aclarar que este experimento lo repetí muy pocas veces): siempre que daba
dinero a un pobre, los signos de gratitud que mostraba eran de idéntica cuantía a
la repugnancia que me causaba a mí el ejercicio de la caridad.
Repetí miles de veces los experimentos citados, procurando, naturalmente, ser
yo siempre el beneficiado, y hoy puedo enunciar con la seguridad de que
expongo una hipótesis confirmada por la experimentación, que, de la misma
manera que ocurre con la materia y la energía, la felicidad ni se crea ni se
destruye: sólo se modifica, cambia de manos.
Los metafísicos ya tienen materia para reflexionar que quizá no estaban
equivocados quienes en la antigüedad decían que Dios creí el Bien a su imagen y
semejanza y el Mal a imagen y semejanza del diablo que habita en el mundo,
según creencia popular muy extendida en la antigua Babilonia y confirmada
ahora por mis anteriormente expuestas experiencias.

354
HIMNO A LA ESPERANZA SIN FUTURO

ESCRIBO estas notas apresuradas cuando acaban de anunciar la felicísima


nueva de que los aciagos días del pelotazo han concluido.
Ahora que me lee, estimado lector, pasado ya el dolor de aquellos amargos días,
han desaparecido las mangancias millonarias de los oportunistas, y los ilícitos
beneficios de quienes se aprovecharon de las ocasiones que tuvieron para mostrar
su fecunda corrupción, y los súbitos y amorales enriquecimientos de los
financieros y empresarios parapolíticos y viceversa. ¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡Qué suerte tiene usted, amable lector, de no haber vivido aquellos días en los
que en España algunos afortunados pudieron enriquecerse más rápidamente e
impunemente que en ningún otro lugar del mundo, porque quizás usted habría
sido uno de los millones de españoles que se empobrecieron en aquellas fechas
también más rápidamente que en ningún otro lugar del mundo!
Ahora que todos somos de nuevo honrados y vivimos felices y esperanzados
porque sabemos que no se nos engaña, que ya nadie se enriquece a costa de
nuestro dinero y de nuestra ingenuidad, ¡qué hermoso es saber que, por fin, nadie
roba ya en España ni para sí mismo ni para sus ideales políticos!
Miren el pasado y pregúntense sorprendidos: “¿Qué Dios hizo que de las yemas
de sus dedos salieran sin mancha de caca las huellas dactilares de los culpables?”
Es mejor que todo haya sido un sueño, que se haya cubierto el innúmero rebaño
de los defraudadores con el manto del olvido y del perdón. Ya, de nuevo,
arrepentidos, aunque no convictos ni confesos, son como fuimos nosotros (quizá
porque no tuvimos ocasión de caer en la tentación): unos pobres borregos al
servicio de la salvadora democracia, pobres, humildes y honrados.
A ver cuánto la honradez nos dura.

355
Divulgación científica
LA VERDADERA HISTORIA DEL BIG-BANG

POR fin ha sido aclarado por los astrofísicos de Roma que el Big-Bang,
supuesto principio de la creación del cosmos, no está reñido con el Génesis.
Los científicos modernos, herederos de la tradición atea y materialista del siglo
XIX, han recibido una merecida bofetada en los mofletes de su orgullo.
Estos científicos atomistas y ateos como Epicuro y sus secuaces creen que han
descubierto algo y están en un error. ¿Y antes del Big-Bang? ¿Qué había antes
del Big-Bang? ¿Qué es el Big-Bang sino una mísera miga de pan en el fastuoso
festín de lo que “Es en Sí” eternamente?
La respuesta a esos enigmas es ya pública desde hace unas horas. Antes del
Big-Bang, unos segundos antes de su desmesurada aparición, ardían unos fuegos
artificiales. Así de claro, así de simple, así de sencillo.
En el tiempo infinito del Creador se iba a conmemorar la onomástica del
nacimiento de la eternidad, como en años anteriores, con unos fuegos artificiales
que, según dicen los teólogos, nos desmerecen en nada a los que se celebran
todos los años en la Semana Grande de San Sebastián.
Desgraciadamente la imprudencia de unos angelitos produjo la catástrofe que
dio origen al nacimiento del Universo. Los tales angelitos encendieron unos
cohetes y se produjo una sucesión de explosiones en cadena, es decir, el
Big-Bang.
Así surgieron las primeras partículas elementales y subatémicas y sus
inimaginables cargas energéticas, que dieron, como hemos dicho, origen a lo que
los escépticos creen nacido, equivocadamente, de la nada.
Estamos de enhorabuena. Una vez más la verdadera razón (la razón del bien
pensar y de las buenas maneras) se ha impuesto a la modesta razón humana, que
debe escribirse desde ahora con minúsculas como antes de la Revolución
francesa, que tantas desdichas ha granizado sobre los antaños fecundos campos
de Europa, hoy cancerosos de lluvia ácida.
Que es lo que queríamos demostrar.

356
LA IRONÍA

IRONÍA es una palabra que procede del latín ironía, que procede de otra
palabra griega que significa “Interrogación fingiendo ignorancia”.
Ahora, ironía, según el Diccionario de la Lengua Española, quiere decir: “Burla
fina y disimulada” y “Figura retórica que consiste en dar a entender lo contrario
de lo que se dice”.
Bien. Demostrada ya la riqueza de nuestra biblioteca y de nuestra cultura,
vayamos al grano.
Los ironistas generalmente confunden con sus ironías a aquellos a quienes se
dirigen cuando ironizan porque quienes escuchan ironías deben conocer algo de
lo que se les dice dando a entender lo contrario, o conocer lo contrario en sí
mismo.
Veamos un ejemplo: Kafka escribió un texto en el que hablaba de “Bucéfalo”,
el caballo de Alejandro (1), comparando el bracear de sus patas delanteras con
los soberbios (en su doble acepción de espléndidos y altivos) muslos de un
abogado que descendía por unas escaleras.
Ese texto lo publiqué yo hace años en el semanario de humor “Hermano Lobo”
y me quedé asombrado cuando algunos de los colaboradores me preguntaron
quién era el imbécil que escribía aquellas tonterías robándole el pseudónimo (sic)
a Kafka.
A uno de ellos, para que comprendiera la verdad, tuve que explicarle primero
quién era Alejandro (2); luego, quién era “Bucéfalo”; más tarde, quién era Kafka,
y por último, quiénes éramos él y yo.
La ironía exige que los dantes y los donantes del acto irónico tengan una
cultura paralela adquirida a través de conocimientos o ignorancias parecidas. Por
ejemplo: si a alguien excitado sexualmente le decimos que lo que tiene es un
nudo gordiano, no comprenderá que le estamos elogiando aquel necesitar enrollar
sus potencias y aquella necesidad de usar espada para partir tan grande virilidad,
y nos dirá, seguramente sin ironía, que tengamos cuidado con nuestras palabras o
que llama a Alejandro (3).
Que es lo que se quería demostrar, aunque no lo hayamos conseguido.

(1) Magno.
(2) Magno.
(3) Su primo Alejandro.

357
ESTA MAÑANA ME HE MUERTO

ESTA mañana, después de una violenta discusión conmigo mismo, comprendí


que era más sano para mi salud estar muerto que vivo. Y me morí con plena
conciencia de lo que hacía.
No me suicidé. Seguí vivo, pero muerto a la vida de los deseos y de las
pasiones que, bajas o altas, siempre andaban inquietándome con sus burdas
aspiraciones.
Ahora soy feliz. Nada me importa, nada me inquieta, nada me conmueve, nada
me preocupa.
Ni siquiera me angustia la idea de que algún día moriré, porque si estoy ya
muerto, ¿cómo puedo temer que me amenace algo que ya me ha sucedido? ¿Qué
me importan ya los insultos del tiempo, el agravio del opresor, la burla del
orgulloso, las tristezas del amor despreciado, la tardanza de la Justicia, la
insolencia de los poderosos y las ofensas que recibe de los indignos el mérito
paciente? ¿Qué pueden preocuparme las heridas de las enfermedades, el terror de
la agonía que nunca concluye, la soledad y el silencio de la muerte?
Esta primera muerte en la que se han cobijado mis antiguos desalientos me ha
privado del terror de ella misma. Mi decisión me ha hecho inmortal.
Ya nada me importa, ni siquiera ese dolor que siento en el cuello ni el crujir de
vértebras que oigo, a pesar de mi sordera, cuando giro el cuello para ver el manso
agitar de nalgas de los traseros de las jovencitas que, como el mar, hacen que mi
corazón palpite en los atardeceres.
De todas formas voy a ver al traumatólogo por lo de la rodilla y sus secuelas.
No es normal que al subir las escaleras me suba también el dolor hasta las ingles
y tenga que detenerme para recobrar el aliento. Iré también a ver al cardiólogo,
por si acaso. Nunca se sabe, porque este dolor que tengo en el esternón puede ser
un dolor cardíaco o una infección pulmonar.
No me va a quedar más remedio. Mañana mismo resucitaré el tiempo necesario
para no tener que ocuparme de esas tonterías que tanto hieren la sensibilidad de
un difunto inmortal como yo.

358
LA DECADENCIA DEL RETRATO AL ÓLEO

HAY pocos, ninguno, retratos contemporáneos al óleo que tengan la belleza y


el esplendor de los retratos antiguos. Ya no se ven pinturas como la del retrato del
“Cardenal desconocido”, de Rafael o el autorretrato de Durero, que nos miran en
el Museo del Prado.
¿Por qué ocurre este desdichado hecho estético? Pues por culpa de los trajes
gris marengo de chaqueta cruzada con solapas de pico. Así de sencillo. Ni
Velázquez que viviera sería capaz de hacer un buen retrato de Felipe IV sentado
en un sillón de despacho, con un puro entre los dedos, una pierna sobre la otra y
el condenado uniforme del traje cruzado gris marengo a que me estoy refiriendo.
A veces, cuando le saludo, pienso en los hermosos retratos que habrían hecho
Durero o Holbein a nuestros empresarios y panoveros si hubiesen vivido en
aquellos años de esplendor de la pintura. Nuestros ricos tienen hermosas cabezas,
robustas y decididas, que no pueden ser representadas si las sostiene un traje gris
marengo de chaqueta cruzada.
Comparen ustedes las pinturas de los ministerios y las Academias en las que
unos insignes caballeros (ex ministros y difuntos académicos) han sido pintados
con las condenadas chaquetas que tanto irritan a las almas sensibles a las bellas
artes. Comparen, insisto, esos cuadros con los que Tiziano pintó a Carlos V. ¡Qué
espantoso sería el retrato ecuestre del Emperador tras su victoria en Mhulberg
sobre los heréticos protestantes si don Carlos V estuviese vestido con un traje de
franela gris, de chaqueta cruzada con solapas de picos y la raya del pantalón
recién marcada por la plancha.
Por eso —insisto en citarles porque me caen simpáticos— cuando nuestros
banqueros encarguen un retrato deben posar con armadura de acero refulgente y
un puñalito de oro para librarse de los peligros que les acechan. Que la historia
les recuerde así y no con un traje cruzado de color marengo y solapa de pico, que
es como les querrá pintar el artista, que también tendrá probablemente el alma
vestida con un traje gris marengo con chaqueta cruzada de solapas de pico.
Y un clavel en el ojal, me temo.

359
CUENTO DE NAVIDAD

UN día de crudo invierno en el que se oía el horrísono bramar del aquilón, una
pobre cerillera, aterida de frío, con sus deditos llenos de sabañones ulcerados,
decía con lágrimas en los ojos a los viandantes que cargados de juguetes y jamón
en dulce se dirigían a sus lujosas moradas:
—Por favor, cómpreme una cerillita que mis padres están agonizando en una
sórdida cloaca y no tenemos dinero para pagar el alquiler.
Pero nadie hacía caso a la pobre cerillera que de pena lloraba amargas lágrimas
que se helaban y aumentaban sus dioptrías (las de la niña, no las de las lágrimas)
y no podía ver a aquellas gentes miserables que se burlaban de ella con gestos
obscenos y pasaban de largo sin sentir piedad ni compasión por aquella pobre
desgraciadita que sólo les inspiraba unas risas que agitaban sus grandes
abdómenes repletos de grasas insaturadas y colesteroles.
Es más, no solamente no le ayudaban a sobrellevar sus desdichas, sino que
además le robaban las cerillas y hasta le pusieron una multa por impedir la fluida
circulación de la ciudadanía, la acosaron sexualmente levantándole las falditas, le
comunicaron una inminente inspección fiscal y le acusaron de incendiaria por
jugar con cerillas en la vía pública.
Y un día, queridos niños, un día la cerillera murió de frío y de tristeza, y como
Dios es tan bueno se la llevó consigo a los cielos y le regaló un magnífico reloj
de oro marca “Dupont”. Y luego, Dios, que como digo es tan bueno, ofendido
por la impiedad de los hombres, les envió un virus con un ángel exterminador
que era portador y así destruyó el mundo y a sus moradores.
La dulce niña vivió en el cielo muchos años y llegó a casarse con un arcángel
honrado y trabajador que le amaba con locura y le decía en los atardeceres:
—Melina, te querré durante toda la vida y todo el infinito de felicidad que nos
espera.
Una vez más, queridos niños, se demuestra que la virtud siempre es
recompensada.
O sea que dejad inmediatamente de apretar el cuello de vuestros abuelitos,
aunque se lo merezcan.

360
LOS NUEVOS ÁNGELES DE LA GUARDA

LOS antiguos ángeles de la guarda protegían de los peligros del mundo y


evitaban que nos despeñáramos por los precipicios que súbitamente aparecían a
nuestros pies, sustituían con sus alas celestes los puentes derrumbados y
devorados por los abismos y nos apartaban, con riesgo de sus vidas, de los
certeros rayos que a veces caen de los cielos.
Desgraciadamente, esos ángeles de la guarda ya no existen. Están todos
jubilados y ocultos en las guarderías para los habitantes de la tercera edad.
Pero no estamos perdidos. El Señor, que jamás nos abandona, nos ha enviado
unos nuevos salvadores que nos conducen por los rectos caminos de la verdad y
la razón. Son ángeles sin alas ni túnicas rosadas o celestes. Son ángeles civiles de
apariencia humana que nos señalan los senderos del recto pensar político a través
de sus consejos en los periódicos, las radios y las cadenas de las televisiones.
Estos nuevos generosos ángeles de la guarda, día y noche, constantemente y si
descanso, nos enseñan a distinguir el bien y el mal, la luz y las tinieblas, el error
y la verdad y nos indican las perfidias del gobierno y de los lacayos ejecutores de
sus proyectos políticos.
Sin ellos, las hordas, hoy constitucionalmente ciudadanía, vivirían y votarían a
ciegas, en tumultuoso desorden o dirigidas por las consignas subliminales que
también, a otras horas y en otros diálogos, se nos envía día y noche,
constantemente y sin descanso, desde los periódicos, las radios y las televisiones.
Porque nosotros, los que formamos la ciudadanía, hoy constitucionalmente
colectivo de votantes, somos ignorantes y alocados como los niños que se
salvaban de caer por los precipicios gracias al amor de sus viejos ángeles de la
guarda. Por eso necesitamos ser informados por hombres justos y ecuánimes de
los eventos consuetudinarios que acontecen en los antros de la política.
Sin estos nuevos ángeles protectores, nuevos directores espirituales del buen
pensar político, nosotros, los sandios, estaríamos deshuesados en los feroces
picos de los buitres carroñeros.
Gracias, desinteresados talentos, y que Dios nos perdone vuestros errores.

361
REFLEXIÓN MORAL

“JAMÁS podrá el mundo recuperar la justicia aniquiladora por la impiedad de


los hombres. Si por imposición divina todos nosotros tuviéramos que devolver lo
robado, ni con ordenadores de la quinta generación se podrían redistribuir a sus
propietarios los bienes usurpados, porque lo que cada uno de nosotros ha robado
antes había sido también robado a otros y a otros y a otros, hasta alcanzar el gran
robo de Caín a Abel, a quien, por razones todavía no aclaradas, le arrebató la
vida.
¿Quién puede restaurar y contabilizar ese desorden de la riqueza natural que
nos dio el Señor, esas ocultaciones, esos crímenes económicos? Nadie, ni
siquiera los grandes despachos de las auditorías divinas.
El orden sólo puede restaurarse con el fin del mundo y con la aplicación de la
justicia de los cielos, bien sea punitiva o bien generosa en el perdón.”
—¿Qué hago? —pensé después de esas reflexiones. ¿Me quedo con los cien
millones que le he robado a un amigo, que ni siquiera ha advertido mi delito, o
continúo con las viejas costumbres del devenir de la historia de los hombres?
Al fin, pensando que a Dios le complacen más los arrepentidos que los tibios
que no sucumben a las tentaciones, confiando en el perdón que recibirán mis
pecados en el futuro, me quedé con el dinero.
Pero algo me roía el corazón, así que separé tres mil pesetas de lo robado y
compré una corona de flores, que deposité en la fría losa bajo la que yacían los
despojos de mi amigo mientras tentaba ligeramente el trasero de su viuda, que
lloraba a mi lado y le decía palabras de consuelo y conmiseración para sus
lágrimas.
Han pasado ya dos horas desde el transcurrir de los hechos que te he relatado,
querido lector, y, pasadas también las amarguras de estos tristes sucesos, puedo
decir que me voy recuperando poco a poco de tantos sinsabores.

362
CÓMO SALVAR A LOS HOMBRES DE LA FETIDEZ
EN QUE VIVEN ACTUALMENTE ENCENAGADOS
(INFORME CIENTÍFICO)

PARA salvar a los hombres de la fetidez en que viven encenagados sólo hay
una solución: esterilizarlos en compañía de sus esposas y de los animales
domésticos y salvajes que forman la llamada escala zoológica.
Gracias a esa esterilización, poco a poco y de una manera incruenta, irá
desapareciendo todo vestigio de vida en la Tierra y cuando la soledad sea
consumada, el mundo permanecerá libre de esa plaga de fetidez durante los miles
de siglos que hayan sido necesarios para su higienización definitiva.
Ese día, que coincidirá con un fin de semana de primavera, se producirá
automáticamente la fecundación de las células masculina y femenina que habrán
sido programadas para iniciar la vida futura de los hombres.
Naturalmente, las células guardadas para su glorioso renacimiento habrán
sufrido la terapia génica germinal y nacerán sin riesgo de padecer enfermedades
genéticas o degenerativas. Los hombres serán, por fin, como lo fueron cuando
vivían en el primitivo paraíso de los antiguos dioses antes de caer en el pecado.
Los pesimistas dirán seguramente que la nueva pareja, que ahora se llamarán
Adana y Evo en recuerdo de los primeros hombres creados en el mundo, será
devorada inmediatamente por los millones de virus y bacterias que, ávidos de
ADN humanos, estarán esperando ansiosamente este renacimiento para volver a
las andadas.
Esa objeción es falsa. También eso estará previsto en este nuevo plan de
resurrección moral (RPDRM). Esos virus y bacterias habrán sido educados desde
su niñez en las ideas políticas de la izquierda moderada y progresista y serán
bacterias generosas, pacíficas, justas, honradas e incapaces de caer en las
tentaciones de la corrupción o los malos pensamientos.
Adana y Evo irán poco a poco poblando la Tierra y sus fértiles valles, sus
bosques umbrosos, sus costas generosas y soleadas, y sus nuevos Parlamentos,
que estarán libres de víboras y politicópteros.
Renacerá Babilonia de sus ruinas, y casta y pura, sin políticos, sin moralistas,
sin censores, sin corruptos, sin sectas satánicas o beatíficas, sin ministerios
centrales o periféricos, será la ciudad pura de las utopías que todos estamos
deseando.

363
DON FÉLIX

DON Félix era menudo y frágil, y de perfil se parecía a Voltaire y a Erasmo de


Róterdam al mismo tiempo. Posiblemente tenía también su agudeza y su ingenio,
pero yo nunca llegué a saberlo.
Cuando nos conocimos nos hicimos amigos al primer golpe de vista, y después
estuvimos en todo, siempre de acuerdo. Jamás brotó una discusión entre nosotros
y nunca nos dijimos conceptos ambiguos, retóricos o confusos.
Nuestra amistad fue perfecta, quizá porque apenas nos dirigíamos la palabra.
Todos los días fue perfecta, quizá porque apenas nos dirigíamos la palabra.
Todos los días yo le solía invitar a tomar café, y juntos y en silencio íbamos a la
cafetería próxima a donde él trabajaba y yo vivía.
Un día, recuerdo, le dije:
—¡Qué vida esta, don Félix!
Y él me contestó:
—Desde luego.
Después de aquel frenético diálogo tardamos varios meses en volver a
hablarnos.
Don Félix era el portero de la casa en la que yo vivía y todavía vivo. Hace años
que don Félix ha muerto. Cuando estuvo enfermo yo iba al hospital y permanecía
callado a su lado. Él sonreía yo sonreía y yo sonreía cuando él me sonreía.
Un día don Félix dejó de sonreír, y mis sonrisas dejaron de tener sentido.
Han pasado más de treinta años desde entonces y todavía suelo ir a depositar
mi silencio sobre su tumba. Hoy no he podido contenerme y le he dicho en voz
baja:
—¡Qué muerte esta, don Félix!
Y he oído, quizá dentro de mí mismo, que don Félix me respondía:
—Desde luego.
Y, ¡qué tontería!, mi corazón se ha puesto a brincar como un potro asustado,
como dicen los tangos cuando hablan del amor y los engaños y de sus tristezas y
soledades.
Así son la vida y la muerte.

364
DROGADO DE ETERNIDAD

“ESTAR drogado nos aleja de la vida, de esa vida que antes se llamaba la
cruda realidad y ahora la situación socioeconómica. Estar drogado nos aleja del
mundo y de nosotros mismos, hundiéndonos en la triste y temporal sensación de
sentirnos exquisitos y ligeramente estéticos como un tumor de páncreas pintado
por un surrealista.
Drogarse es pueril como toda huida de la realidad. La madurez consiste en
indagar qué es ese mundo en cuyo magma informe flotamos todos nosotros
entontecidos y marisabidillos.
Hoy andamos todos drogados de alcohol, de drogas de pincho como las buenas
merluzas, de anonadamientos televisivos, de esperanzas y ansiedades políticas o
porque todos somos tontos de nacimiento.
Casi nadie se atreve a mirarse la desnudez de dentro del pellejo, donde yacen
los despojos y la casquería de nuestro cuerpo y de nuestra alma. Nadie se detiene
ni se sosiega un instante para preguntarse: “¿Quién soy yo?”, quizá porque todos
intuimos que sólo somos caricaturas de las imágenes fantasmales de nosotros
mismos, que sólo somos nadie en nada, seres incapaces de tener aventuras
generosas y audaces como las que llevaron a Don Quijote hacia los horizontes
cercados por la injusticia.”
Estoy seguro de que usted, querido lector, se habrá ya preguntado: “¿Y a qué
vienen estas tonterías?”.
Se lo voy a explicar: son las seis de la mañana, tengo los pies fríos sin nadie
que me los caliente con su cariño y su juventud, estoy mojado porque me he
hecho pis como en los tristes años de mi adolescencia, no tengo un duro ni
esperanza de tenerlo, llueve y oigo el rumor de los felices, de los que tienen
trabajo, que van blasfemando hacia las bocas del Metro que les conducirán hacia
los salarios insuficientes. No me puedo levantar porque sé que me caeré por
culpa de mi vértigo cervical y matutino, y siento que hoy habré alcanzado la alta
cota del sexto día de estreñimiento.
¿Qué puedo hacer? ¿Qué haría usted de mi caso? Lo mismo que yo,
seguramente: alzar la mano, buscar el libro favorito y leer los dulces versos del
“Cántico Espiritual”, de San Juan de la Cruz, tan consoladores para los
insomnios.
Y, drogado una vez más, esperar a que sea lo que Dios quiera.
Seguiremos informando.

365
¿QUIÉN SOY YO?

DESDE que era niño, en las tristezas y en las alegrías, en los largos días de
llanto y en los cortos de risas, en la indiferencia del amor y en la indiferencia del
odio, siempre me he preguntado: “¿Quién soy yo?”. Y nunca he podido
contestarme. Nunca.
También se lo he preguntado a mi prójimo. Me solía acercar a ellos, a ese
magma que conforma mi llamado prójimo, y les decía: “¿Quién soy yo?”. Y
nadie se tomó la molestia de contestarme. Pasaban de largo, murmuraban
palabras que yo no comprendía, me daban a veces unas monedas que extraían de
sus bolsillos y, a veces, me besaban los ojos. Pero jamás me dijeron quién era yo.
He sido para mí mismo un Freud y un San Agustín, me he hundido en las
oscuras simas donde habito y que me habitan, pero siempre ha sido en vano:
nunca he podido saber de mí más allá de los cuatro insignificantes datos que me
definen en el Documento Nacional de Identidad.
Sin embargo, sé que yo soy alguien porque me veo reflejado en los espejos y
veo también, cuando miro, el marco ovalado de las cuencas de mis ojos y las
manos con que escribo temblorosamente estas líneas que quizá nadie lea. Y sé
también que a veces lloro.
Abatido y cansado, he abandonado mi lucha por conocerme. He desistido de
saber quién soy y sólo me intereso por los movimientos que ejercito
constantemente, y atónito contemplo que hablo, que subo escaleras, que las bajo,
que me detengo cuando se encienden las luces rojas que ordenan que me detenga,
y que estoy rodeado de gigantescos códigos civiles y penales, inaccesibles
cordilleras que ocultan mi horizontes.
A veces, sin embargo, alguien dentro de mí me suele decir: “¿Por qué no
insistes, por qué no intentas de nuevo saber quién eres?”
Y lo intento, pero me canso en seguida y acabo por encogerme de hombros y
me digo:
—¡Qué más da! Otro día lo haré. Quizá lo intente más adelante. ¡Quizá, en
primavera, que es cuando…!

366
EL ABISMO
(Informe de una esposa)

“MI marido es calvo y aficionado a la astronomía. Mide un metro sesenta y


cinco centímetros como yo y no tenemos hijos.
Vivimos en un semisótano de treinta metros cuadrados y la salita de
estar-comedor da a un patio interior. La salita tiene un pequeño balcón desde
donde mi marido contemplaba el cielo por las noches con un pequeño telescopio
de bolsillo que le compré yo el día de nuestras bodas de plata. Mi marido apenas
podía ver el cielo porque el bloque en que vivimos tiene catorce plantas.
Pedimos permiso al presidente de la comunidad para que mi marido pudiera
subir a la azotea para contemplar las estrellas, pero no nos lo concedieron porque,
nos dijeron, podría sentarse un precedente.
Así que mi marido tuvo que estudiar astronomía en los fascículos. A veces,
cuando ya estaba dormida, me solía despertar para hablarme muy excitado de la
grandeza del cosmos, del tamaño casi infinito de las galaxias, de una tal
Andrómeda y de la expansión del universo, que, me solía decir llorando, “jamás
podré contemplar desde el abismo de nuestro patio”.
Hoy, cuando yo ya tenía vencido el insomnio, me ha despertado más excitado
que nunca y me ha dicho que los científicos habían descubierto en los cielos una
nube de hidrógeno diez veces mayor que la Vía Láctea.
Yo le he dicho que sí y me he vuelto a dormir, y esta mañana, cuando me he
despertado, he visto que no estaba en la cama y he salido al saloncito, y allí
estaba dormido con un periódico y un papel entre sus manos. Cuando le he
tocado para despertarle no se ha despertado porque estaba muerto y se ha caído,
tal cual era, al suelo.
En el periódico, mi difunto había subrayado una frase que aparecía debajo de la
nube del hidrógeno diez veces mayor que la Vía Láctea y que decía: “Todo
cuanto se sabe es que esa nube tiene un tamaño descomunal.”
Y debajo de la frase subrayada había escrito: “Pero entonces, ¿de qué tamaño
es Dios, Virgen Santa?” Y firmaba con su nombre, que es Benito.
Esto es cuento puedo declarar, y así lo declaro a petición de las autoridades, por
mi puño y letra. PD: Pueden ir a buscarme si necesitan más información a casa
de mi cuñada.
Firmado: Consuelo.”

367
DESGRACIADO EL HOMBRE QUE SIENTE SUS VÍSCERAS

EL mejor testimonio de la salud de nuestro cuerpo es su discreción y su


silencio. Las vísceras inadvertidas suelen ser vísceras sanas que andan en sus
trabajos, modestas y eficaces, como esos obreros felices que desoyen las voces
de los comités sindicales que les incitan a la huelga.
Desgraciadamente, existen también vísceras perversas que callan mientras en
silencio van preparando los estallidos revolucionarios que conducen a nuestro
cuerpo mortal a las catástrofes súbitas e inesperadas, tan molestas la mayoría de
las veces.
Afortunadamente, esas vísceras hipócritas son las menos. Los trabajadores y
empleados de nuestros cuerpos son honestos y suelen anunciar su descontento
con educación y a su tiempo.
Esto es lo que nos enseñaron los antiguos, que desconocían los chequeos
preventivos y no tenían otras herramientas que su empirismo primitivo y
anti-científico.
Existen, además, unas perversas señales tan amenazantes como las de los
cuerpos heridos: los heraldos de las disfunciones del espíritu, porque, como dijo
Talamecio de Mileto cuando aún no habían nacido Platón ni sus fantasmas:
“Desgraciado el hombre que siente su alma.”
Porque el alma debe vivir sosegada y callada como los cuerpos sanos. Si
empieza a oír rumores de ansiedades, de angustias, de iras, envidias, ambiciones
y demás perversidades llamadas capitales por los antiguos cristianos, está
perdida. Porque esos ruidos y esas advertencias de las vísceras del alma nos
anuncian que pronto careceremos de serenidad y entraremos en el triste rebaño
de los que no son felices.
Pero no se detienen ahí nuestras meditaciones, porque existen unas desdichas
más grandes todavía: las desdichas económicas.
Ya no lo dijo tampoco Talamecio de Mileto: “Desgraciado el hombre que siente
las vísceras de sus acreedores.”
Pero de eso hablaremos otro día.

368
LA HUMILDAD

“DIOS, con la infinita generosidad que siempre ha mostrado hacia mi persona,


me ha colmado de innumerables virtudes y dones, menos la más, quizá, noble y
digna de todas ellas: la humildad.
Parecía como si mi condición humana no pudiera soportar el peso de mi
grandeza y me obligara a aludirme constantemente a mí mismo. Ese fue mi único
defecto: hablar sin cesar de mi inteligencia, de mi hermosura y de mi eterna
juventud, en vez de agradecer con mi silencio esas mercedes que me concedió el
Señor.
Hoy, y quiero pregonarlo a los cuatro vientos, he cambiado. A partir de ahora
no elogiaré, excepto cuando me vea obligado a hacerlo en la intimidad, la noble
musculación de mi cuerpo, que emula la de todos los Hércules estatuarios de la
antigua Grecia.
Ocultaré, sé que es difícil, pero lucharé con todas mis fuerzas para conseguirlo,
ocultaré, repito, mi deslumbrante talento reconocido y envidiado por cuantos me
conocieron.
No ofenderé a mis amigos mostrando mis riquezas, ganadas honradamente y
casi sin esfuerzo gracias a mi ya citada inteligencia.
Mantendré secreto el amor que sienten por mí todas las mujeres que llegan a
conocerme. Nadie podrá sospechar que todas ellas, abrazadas a mis pies, me los
lavan con sus lágrimas y sus besos cuando aún no han caído derrengadas de
placer, que quizá alcancen de nuevo si se ponen en seguida en la cola de las
admiradoras.
Eso es lo que callaré desde ahora. Lo que no conseguiré ocultar, aunque lo
intente, son las virtudes y dones mayores que brotan de mí sin que yo pueda
intervenir para evitarlo. Eso es superior a mi nueva virtud.
Ahora, libre ya del pecado de la soberbia, abrazado con unción a la humildad
como tantas veces yo he sido abrazado en pasiones pecadoras, escribo esta
circular a los cientos de miles de admiradores y admiradoras que me piden desde
su embelesada pasión que me dedique también a la política.
Ya es tarde. No salvaré a mi patria, aunque sé que podría conseguirlo si me lo
propusiera. Ya no soy el de antes.
Ahora soy un hombre humilde, casi un santo.”

369
SOLICITUD DE INDULTO A MÍ MISMO

MUY señor yo mismo mío:


Contesto con cierto retraso su carta del 16 de enero de 1955 porque todos estos
años he estado muy ocupado en destruirme a mí mismo con mi frivolidad y mi
apasionado interés por el pecado.
Ahora, cuarenta años después, me he dado cuenta de que tenía usted razón: las
mujeres, el alcohol, la filosofía y el patriotismo nos alejan de la virtud y del amor
al prójimo y, además, acaban por destruirnos.
Le escribo para pedir perdón a los colectivos biológicos que conforman su
maltratada persona. Pido en primer lugar perdón a su estómago, que es mío, por
los disgustos que le he causado por culpa de mi afición al orujo, a los callos
picantes y a las grasas animales. Haga extensivo la constancia de mi
arrepentimiento al hígado, al intestino delgado y al colon, tanto ascendente como
descendente. Y al bazo, al páncreas, a las arterias, a la próstata y al sistema
linfático, que tanto han sufrido por mi amor a los placeres desmesurados e
indignos del hombre de bien que usted quiso hacer de mí cuando me escribió en
1955 aquella carta que no tuvo respuesta.
Le ruego que transmita especialmente mi petición de perdón a su nobilísimo
cerebro, que por mi culpa no pudo desarrollar sus innatas capacidades
intelectuales. Usted conoce de sobra mi estúpida inclinación hacia la llamada
cultura oficial, vulgar ramera que comercia con su cuerpo y el de los pobres
ingenuos que caen en sus garras, sus sofismas y sus intereses. Bebí con fruición
todos los embustes y todas las necedades que también me ofreció la perversa
cultura llamada del ocio. Fui así de tonto y ahora lloro mis faltas, arrepentido y
avejentado.
Así estoy yo, enfermo, sin futuro, sin pasado —porque no puede llamarse
pasado a la historia de mi vida— y sin presente. Vivo constantemente en vísperas
de nada.
Por eso le solicito humildemente tenga a bien concederme el indulto y el
perdón por todos los daños, ¡ay, casi todos irreparables!, que he causado a su
abyecta persona, que soy yo.
Gracia que espero sea concedida antes de mi próxima defunción.
Dios guarde a usted mucho años.

370
LOS NUEVOS ÁNGELES DE LA GUARDA

EN una vieja disputa, sobre la misión de los ángeles de la guarda en la tierra se


llegó a decir heréticamente que tales seres benéficos solo podían proteger a
quienes creían en su existencia.
El tiempo y la historia han demostrado que tal opinión difamatoria es falsa. Los
ángeles de la guarda responden, naturalmente, al amor con amor, pero hacen
también lo mismo con la indiferencia, e incluso con el odio, bien sea doloso o
bien ignorante.
A pesar de que cientos de miles de testimonios confirman lo dicho
anteriormente, las autoridades laicas que nos gobiernan niegan esa protección y
quieren imponernos unos nuevos ángeles de la guarda con ideas políticas afines a
las suyas. Y por tal motivo han decidido jubilar a tan insustituibles seres
angélicos y cambiarlos por vigilantes-protectores humanos que intentarán
salvarnos a su manera de los peligros y tentaciones del mundo.
¿Y quiénes mejor que los jueces podrían realizar tales funciones? ¿Quiénes
mejor que los jueces para evitar que con nuestra ligereza y nuestra ignorancia
caigamos en sus manos?
Estos jueces de la guarda serán en el futuro nuestros ángeles protectores y
actuarán como jueces de cabecera que estarán a nuestra disposición siempre que
los necesitemos. Naturalmente, mantener a esos más de cuarenta millones de
jueces de cabecera exigirá un enorme desembolso económico que el Estado no
podrá soportar con los misérrimos impuestos que ingresa en sus arcas.
Habrá que crear, pues, un nuevo gravamen parecido al IVA, que todos los
ciudadanos conscientes de la generosidad de tal conquista social debemos pagar
con ahínco y alegría. Y júbilo.
Los Ministerios de Hacienda, Sanidad y Justicia ya se han puesto en marcha.
¡Dios quiera que sus antiguos ángeles de la guarda les guíen por el buen camino!
Así sea.

371
A DAMIS

AFORTUNADOS quienes en su juventud aprenden a escuchar a su prójimo no


por lo que dicen sino por lo que está mintiendo. No olvidemos que Filóstrato
escribió que Apolonio de Tiana dijo en su viaje a Oriente a un sátrapa persa: “La
palabra es un don que nos han dado los dioses para que ocultemos nuestros
pensamientos.”
Eso dijo Apolonio, pero muy pocos han aprendido la lección que
generosamente nos ofreció su sabiduría.
Nunca, quizá, esos consejos han sido tan necesarios como ahora, años difíciles
para la comunicación entre los hombres, años de excesos, de perversas
intencionalidades, de exageradas técnicas de difusión y de desorbitadas
ambiciones de los políticos, que astutamente dicen no lo que piensan, sino lo que
les conviene decir.
Pero se equivocan los políticos. La pasión ofusca a los embusteros porque de su
inconsciente brota la turbiedad de sus corazones mostrando lo que quieren
ocultar, lo que mienten y lo que desean a sus antagonistas, que por respeto a los
ancianos, a los niños y a las madres de tales políticos, prefiero callar, amado
Damis.
Pocos son los que desean con pureza el bien de España si ese bien no coincide
con sus intereses, por los que luchan fingiendo la severidad de los arcángeles.
Pero los arcángeles nunca mientan: siempre sus palabras y sus corazones van
cogidos de la mano por los floridos prados de la sinceridad.
Pero ellos, los políticos, sí mienten para engañar a las gentes sencillas, pero
sólo se engañan a sí mismos.
Todo esto, Damis amado, lo comprenderás mejor con un ejemplo. Un tal
Roldán, prófugo de la Ley, ha sido detenido, se ignora dónde y cómo, y está en
España, conocido gallinero de los mil gritos y cacareos de ponedores de huevos
huecos y vacíos…
(Continuará.)

372
LA CERILLERA
(Cuento de navidad)

EN una fría y tormentosa noche de invierno, una pobre niñita, aterida de frío,
vendía cerillas en una de las esquinas más frías de la ciudad, cuyas calles vacías
testimoniaban la felicidad de sus habitantes, menos de la pobre cerillera, que
vendía cerillas para atender a su anciana abuelita con cariño y abnegación,
porque la pobre viejecita yacía en un triste lecho en una mísera habitación de una
ruinosa casa próxima a las márgenes hediondas del río, cuya humedad congelaba
los huesos de la pobre anciana, que padecía osteoporosis, piorrea, artrosis
cervical y demás enfermedades propias de las gentes que siempre han vivido en
los abismos de la miseria.
En la mesilla de noche, la dentadura de la pobre abuelita tiritaba de frío, y sus
dientes, los de la fila de abajo, castañeteaban impidiendo dormir con su traqueteo
a aquella pobre nonagenaria que gemía de pena y de angustia pensando que quizá
su nietecita estaba peor que ella. Y decía:
—Dios mío, Dios mío. Haz que ella no tenga frío.
Y la verdad es que Graciana, que así se llamaba la pobre cerillera, no tenía frío,
pero no por los ruegos de su abuela, sino porque en un cubo de la basura había
encontrado un libro de Lenin que había arrojado por la ventana el embajador de
Rusia. Y Graciana, que todo lo leía, lo leyó y releyó y va, y fue y cogió las
cerillas que le quedaban y pegó fuego a todos los rascacielos de la ciudad, que al
arder quemaron a todos los ricos que estaban dentro y calentaron a todos los
menesterosos que estaban fuera, que cantaban de alegría al ver que se les
descongelaban las piernecitas y los bracitos.
Y ya calientes y libres como lo estaban los bolcheviques antes de lo de la caída
del muro de Berlín, y como lo estarán en el futuro si la conciencia pública y la
razón vuelven a imponerse en el mundo, los pobres, con la cerillera al frente, se
dirigieron no se sabe dónde, pero se dirigieron entonando bellísimas canciones de
la polifonía medieval laica-gregoriana, que también la hubo, pero que fue
ocultada durante siglos por las fuerzas reaccionarias y antiprogresistas del mundo
entero.
Y, colorín, colorado, este cuento, esponsorizado por don Julio Anguita, se ha
acabado. Fin.

373
NO CONSTAR

AYER, cuando el insomnio me oscurecía las ojeras, se me apareció mi abuelo


paterno y me dijo:
—Escucha atentamente, nieto mío. Tú sabes que yo fui un hombre honrado y
virtuoso que jamás cometí pecado contra el Señor. ¿Lo recuerdas?
—No, abuelo. Yo no te conocí. Cuando nací ya habías muerto.
Estuvo un buen rato callado, pero al fin volvió a hablar para decirme:
—Cuando el Señor me llamó a su lado fui al Cielo y dije quién era. Un ángel
hojeó unos papeles y me dijo secamente:
—Usted, aquí en el Cielo no consta. Deje paso al siguiente, por favor.
Consternado, descendí al Purgatorio, donde, ¡imagina mi dolor, nieto mío!, me
dijeron lo mismo que me habían dicho en el Cielo: que mi nombre allí tampoco
constaba.
—¡Y en el infierno me dijeron lo mismo! ¡Tampoco yo constaba en sus
archivos!
Desesperados, me hundí en un charco de lágrimas, y en ese estado, me dije:
—Aún queda el Limbo. ¡Quizás haya estado toda mi vida en el Limbo sin
haberme dado cuenta!
Y fui y otra vez oí la inexplicable respuesta:
—Usted no consta aquí en el Limbo. Vaya usted a la Nada. Quizás allí le den
una pista para aclarar su caso.
Y fui y tampoco en la Nada sabían ni de mi existencia ni de mi no existencia.
¡Haz algo por mí, por piedad, hazlo por tu abuelo, nieto mío!
Y desapareció. Y entonces comprendí que la tragedia quizás alcanzase también
a mi persona. Si no la existido quien engendró a mi padre, al que tampoco conocí
porque murió en el parto (de mi madre, creo), ¿existo yo?
Yo siempre he sido sencillo y jamás me he mirado a un espejo ni he hablado
con mi prójimo, porque siempre que lo he intentado me han despreciado
dándome la espalda. Un agudo temor se apoderó de mi pobre corazón. Fui a un
espejo que tenía en el trastero, me miré y ¡no constaba! ¡Mi imagen no constaba!
Me palpé el cuerpo —nunca hasta entonces lo había hecho— y mis manos lo
atravesaron sin encontrar resistencia.
—¡Yo no me constaba a mí mismo!
Y entonces me aferré a la ciencia y me dije para consolarme:
—Sí, constas. Todos constamos. Lo que te pasa a ti es que eres un neutrino.
Y en esa piadosa esperanza paso mis días, esperando que alguien me dé un
beso de amor.

374
UN DESAFÍO A LAS CIENCIAS FÍSICAS ESPAÑOLAS

DESGRACIADAMENTE, en España la mayoría de los licenciados en Ciencias


Físicas acaban enseñando lo que ellos aprendieron a unos alumnos que acabarán
haciendo lo mismo que ellos, y así hasta la consumación de los siglos españoles.
También existen, justo es decirlo, jóvenes físicos que con su intuición y un
sacacorchos son capaces de definir las órbitas espirales de algunas partículas
elementales que habitan solamente en las afueras de una ciudad del Norte, que
tiene una de las Facultades de Ciencias Físicas más prestigiosas de Europa.
En dicha Universidad, en completo secreto y con la única ayuda de una famosa
fábrica de aguas gasíficas de la localidad, se está intentando demostrar que dentro
de un agujero es imposible hacer un agujero menor que dicho agujero mayor, sin
resbalar al arco inferior “x” que toca el suelo en que se asienta el agujero mayor.
Esa complejidad física debe ser demostrada matemáticamente y no con
costumbres o vicios de la materia y tendrá como premio una caja de botellas de
dicha agua gaseada y dos días de estancia en Santiago de Compostela en una
pensión de dos estrellas.
La noticia ha causado enorme impresión en los ámbitos científicos de todo el
mundo. Algunos matemáticos han confesado que la demostración de la dificultad
que señalamos puede ser un hito en la historia de las ciencias puras españolas.
Debemos recordar que en la solución del famoso teorema de Fermat, España
sólo ha participado mostrando un binomio usado que don Ramón y Cajal ofreció
a su prometida en su viaje de bodas.
Las puertas de la gloria científica están ya al alcance de las manos de los físicos
y matemáticos españoles que, justo es decirlo, tuvieron que abandonar sus
estudios sobre este apasionante tema por haberse impuesto obligatoriamente las
teorías consideradas ortodoxas tras el Concilio de Trento.
NOTA.— En el momento en que escribo estas líneas me ha llamado una
conocida firma de lavadoras con puerta frontal, que ofrece al vencedor del
problema un jamón y una camiseta de manga corta con el emblema de la firma
esponsorizadora en el pecho.
Ánimo, pues, que todo no va a ser fútbol y Lola Flores en España.

375
VOLVAMOS A LOS ANTIGUOS PECADOS

LA sociedad moderna, encenagada en sus indignas pasiones, desconoce la


riqueza espiritual de los antiguos pecados, que malviven gracias a la generosidad
de los dioses tradicionales.
Mentir, por ejemplo. Ahora, mentir es un hábito, no un pecado. Nadie imagina
que cuando miente, peca. Y por esa penosa ignorancia mentimos todos: políticos,
súbditos, administradores, informadores, desinformados, patriotas,
anarcofuturistas y hasta mienten, sin sonrojarse y descaradamente, las encuestas.
Antes, hasta elogiar las virtudes de nuestros amigos nos llenaba de
remordimientos porque pensábamos que quizá habíamos exagerado nuestros
elogios hasta rozar el también pecado de la adulación, infame mentira interesada.
En el pasado, nuestros educadores, laicos o religiosos, nos obligaban a ser
siempre sinceros y veraces. Si brotaba de nuestros labios alguna palabra que
ofendía la limpia desnudez de la verdad éramos azotados públicamente y en tres
o cuatro mil azotes y una bendición y un perdón volvíamos al redil de los
virtuosos, y no como ahora, que para aclarar una duda pueden malgastar sus
vidas cientos de miles de jueces virtuosos atrapados por los laberintos de las
leyes y de las dudosas certezas. Y todo por querer encontrar la verdad fuera de la
fe.
Grave error que nosotros no cometíamos. Porque nosotros jamás mentíamos,
pero tampoco jamás decíamos la verdad, porque, ¿quién es el soberbio que puede
afirmar que conoce la verdad ni la más escondida de sus partículas elementales?
Nuestros educadores nos alentaban a vivir en la verdad, pero no a decirla
públicamente y a voces, por las evidentes razones que ustedes no desconocen.
La verdad, sobre todo la potable, es incolora, inodora e insípida, lo que anula
todas las refutaciones que hayan podido maquinar en sus mentes enfermas los
lectores.
He dicho.

376
HABLABA DE AMOR

LE dije:
“Yo tengo una disociación de los afectos, sobre todo del amor. Amo mucho a
mi prójimo, pero siempre aplico mi amor equivocadamente.”
Ayer, por ejemplo, introduje una pescadilla congelada en el escote de una
señora madura diciéndola palabras de consuelo para su hambre y recordándole
que nosotros los blancos nunca olvidaremos los sufrimientos de los negros del
África profunda. Sé que no me comprendió.
A veces, sin que me lo pidan, sólo por piedad, ofrezco mi dinero a los
directores de Bancos, y cuando me reciben en sus suntuosos despachos de atrapar
incautos, me ofendo porque advierto que suponen que voy a depositar en sus
cuevas mis ahorros a no sé qué tantos por cientos, cuando lo que yo quiero es
regalárselos a perpetuidad, donarles mis bienes y vivir en la pobreza porque una
voz me lo ha ordenado desde los cielos. Y cuando me dicen “ya veremos, ya
veremos” abriendo sus garras como fauces, les doy todo lo que poseo: las sesenta
pesetas que nadie me acepta porque todos sospechan extrañas maldades en mi
confuso corazón incomprendido.
¿Qué puedo hacer si el infinito amor que me habita se me desborda por los
poros, por las manos, aunque siempre, como te digo, confundiendo la sinceridad
de mis “afectos”?”
Eso le dije, pero ella no quiso comprenderme. Se alejó de mis manos, se
abrochó el escote, cogió el bolso y se marchó sin que el inmenso amor de mi
bragueta pudiese comprender la razón de su abandono.
Y así un día y a otro día y otro y otro y otro...

377
INFORME

ESTA es la historia de Benito Buenaventura Hirst relatada por él mismo en el


destierro del deshonor y la ignominia. Dice así:
“Yo, Benito, desde el perdón de Dios a mi humilde persona, cumplida y
acatada la penitencia que me ha impuesto un muy amado tío materno mío,
declaro:
Me han condenado por un pecado que no he cometido y no me han acusado de
mi verdadera culpa: mi debilidad y mi incapacidad de ser yo mismo, hecho
comprobado por mí, Benito, a lo largo de toda mi vida.
Porque yo siempre he querido ser otro. He amado en rigurosa sucesión
histórica a Plotino, a los Caballeros de la Tabla Redonda, a Sir Isaac newton y su
conocida castidad, a Pablo Iglesias (primera época) y a los fundamentalistas
persas. Siempre he sido un hombre virtuoso habitado por la inocencia y la pureza
que poesía Adán antes de sucumbir al pecado.
Pues bien, voy al grano: Hace días deseé ser, no uno de esos hombres virtuosos
que he citado (quizá porque ya no existen), sino uno de esos apuestos galanes que
salen en los anuncios de las televisiones conduciendo coches y haciendo viriles
piruetas en las piscinas para engañar a las sencillas beatas del consumismo, que
recompensan luego sus monerías golpeándoles cariñosamente sus elásticos
glúteos.
Sí, yo he querido ser uno de esos fantasmas de luces y destellos. Sí, yo he sido
un pobre tonto como las tontas que creen en esos fantasmas, y el otro sía,
aprovechando las grandes intimidades y soledades de los ascensores, mostré mis
bíceps y mis músculos abdominales a mi compañera de viaje y le enseñé mis
calzoncillos y le sonreí con mi vieja dentadura de la adolescencia, hoy ya oscura
y careada.
Y hoy estoy penando mi pecado. Pero debo decir que yo no cometí acoso
sexual, perversidad que ignoro como se practica, como dicen que ha dicho el juez
que dijo aquella joven que no supo verme como lo que yo me imaginaba que era:
un atractivo galán de los anuncios televisivos. Quise deslumbrarla pero me salió
el tiro por la rabadilla, que por cierto ya estaba a punto de salir por la bragueta.
Lo que firmo y rubrico para que conste, a tal día como hoy, que vivo, y lo digo
sin temor a ser tenido por hereje, en gracia de Dios y de inocencia.
(Continuará.)

378
MEMORIA Y SÉPTIMA EDAD
(ENSAYO LITERARIO)

LAS gentes bien educadas sólo pueden perder la memoria en la muerte.


Olvidar es una forma de descortesía a la que, desgraciadamente, son muy
aficionados los jóvenes alocados de la séptima edad, esos que antiguamente eran
conocidos como ancianos.
He recordado hoy una historia, posiblemente autobiográfica, escrita hace años
por un joven autor, hoy senecto a punto de ser reciclado, en la que describía la
melancolía amorosa de uno de esos jóvenes modernos, artríticos y desdentados, a
los que nos estamos refiriendo, que decía a su esposa en trance de
premomificación:
—¿Recuerdas cómo te conocí en aquel viaje por Egipto cuando en una noche
de luna llena, por querer acariciar su reflejo en el río, te caíste al Nilo y fuiste
atacada por unos cocodrilos israelitas y yo me arrojé a aquellas temidas aguas y
luché contra los saurios y te trasladé en mis brazos sana y salva hasta la orilla, y
allí, cuando estabas tendida en las arenas apasionadas de África, te miré a los
ojos y vi en ellos reflejada la culpable luna y no pude contenerme y te besé en la
boca y tú aceptaste y respondiste a mis besos con otros más glotones todavía y
cómo entonces, a borbotones, casi sin separar mis labios de los tuyos, te dije que
le quería, que siempre te había amado y que te amaría eternamente? ¿Recuerdas
que te pedí entonces que fueras mi esposa y que tú me dijiste: “Sí, Chumy mío”?
¿Lo recuerdas?
—No —respondía la maleducadamente desmemoriada, expulsando uno de sus
colmillos postizos por el esfuerzo de la negativa.
Ése es el relato. Pues bien, por el bien de todos, por el bien de una ancianidad
creadora y útil a la sociedad, la memoria debe conservarse siempre ágil y joven
para no ofender a nuestro prójimo con el olvido y menos aún a las personas con
las que durante largos años hemos perdido nuestras vidas.
Y con esto termino este ensayo sobre el cultivo de las alcachofas en la Baja
California, bella tierra boliviana, que visité a mediados de julio del año 2014, en
el que curiosamente se celebraba el tercer aniversario de la muerte de mi amiga
Catalina García de Rusia, inolvidable emperatriz de Zambia, que en paz
descanse.

379
DIOS MÍO, ¿Y QUÉ HAGO YO AHORA?

LENIN escribió un libro a Lenin titulado “¿Qué hacer?”, antorcha que iluminó
y mostró el camino —uno de ellos— a millones de jóvenes henchidos de
religiosidad laica que dejaron de creer en Dios para creer en los hombres, dicho
sea aproximadamente y con permiso de las autoridades vigentes.
Hoy aquellos jóvenes lectores de “¿Qué hacer?” necesitan urgentemente un
nuevo libro que podía titularse: “¡Dios mío! ¿Y qué hago yo ahora?”. Alguien
tiene que ayudarles y mentirles piadosamente para que puedan renacer sus
ideales. Hoy pura ceniza ya sin esperanza.
Aquellos idealistas de la moral social y del materialismo filosófico andan como
sombras en la oscuridad, porque la brasa que aún brilla levemente en sus
corazones ya no la podrán volver a ver transformada en llama. Tendrían que
pasar miles de años para que esas brasas ennegrecidas, exhaustas, yertas,
pudieran renacer.
Todos los que cantaban juntos y pensaban que sabían “qué hacer” andan ahora
melancólicos, artrósicos y balbucientes hablando palabras que nadie comprende
ni escucha porque la prisa por llegar pronto a nuevas prisas les impide perder el
tiempo con nostálgicos derrotados.
Para su reeducación es necesario que alguien les muestre el nuevo camino que
les lleve más allá de la clínica gerontológica. Hay que hacer algo por ellos,
porque no todos pueden sentirse salvados llorando en sus colaboraciones de
Prensa lágrimas yertas y sin los nobles virus de antaño, que ya no pueden
contagiar ansias de revolución a nadie. Y andar por las calles a gritos está
prohibido por las gentes nuevas del nuevo orden democrático.
Y en estas estamos.

380
¿QUIÉN SOY TÚ?

MI vida ha sido, y sigue siendo, un sucesivo encadenamiento de errores que,


uno tras otro, forman la cadena de fatalidades que me han conducido adonde
ahora estoy perplejo y solo.
He decidido desanudar el último eslabón de esa cadena de indignidades y de
azares, y he comprobado que, roto ese último eslabón de mi antigua esclavitud y
conseguida por fin la libertad, me encuentro ante una sima profunda que me
espera con sus fauces oscuras y hambrientas dispuestas a devorarme. Al romper
mis antiguas servidumbres he roto también los placeres del futuro. Asustado, he
vuelto a recomponer la cadena que me ataba a mi indigno pasado, y el abismo, la
amenaza y las fauces oscuras han desaparecido.
Ahora, frente a mí, se extiende la apacible pradera donde pacen los hombres
felices, y con alegre y primaveral trote me he unido al comedido pastar de los
que son, con permiso de la autoridad y si el tiempo no lo impide, lo que se debe
ser según los Boletines Oficiales y Municipales de curso legal.
¡Habéis vencido: ya soy otra vez uno de los vuestros! ¡Mañana voto! ¡Ya no
hay eslabones de cadenas que sujeten mis instintos y mis anhelos de justicia,
porque ya no los necesito! ¡Soy un feliz castrado de testículos, de pezuñas, de
cuernos y de almorranas, y me habéis sumergido en una felicidad donde devoráis
los restos del exterminio particular a que me habéis sometido, viles pirañas!
O sea, que decirle a mi familia, a mis compañeros de oficina, a mis amigos, al
municipio y a las altas autoridades que velan por mi felicidad y por la vuestra,
que ya soy un reciclado social bienaventurado.
He dicho.
Nota: El autor de estas reflexiones fue hospitalizado y curó seis meses más
tarde. Actualmente es feliz en una granja avícola, donde tiene un puesto fijo de
gallina ponedora en el que cobra un sueldo digno y suficiente para poder
mantener sin lujos a sus huevecitos, que ya estudian, con gran aprovechamiento,
ciencias administrativas en la Universidad Laboral del Barrio.
He vuelto a decir.

381
TODOS SOMOS PERFECTOS

DECIR y repetir la simpleza de que nadie es perfecto es enunciar un


pensamiento idealista que sugiere la idea de que existe la perfección
absolutamente inalcanzable.
Esa manera de pensar es platónica y, por lo tanto, errónea, con perdón sea
dicho, perdón que yo ya me he concedido gustosamente.
Todos somos perfectos, incluso yo, Rodrigo Vinateros Cienfuegos, Rintintín
para los amigos, que padezco escoliosis vertebral, juanetes asimétricos, alopecia
inguinal, hidrocele intermitente, hundimiento de la memoria en las vísperas de
luna llena, megalofimosis, artrosis venérea, intolerancia a las ostras y a los
percebes, cuando soy yo quien tienen que pagar la cuenta, e innumerables
defectos, vicios y carencias psíquicas que según mis amigos envilecen y afean al
lado de divinidad que corresponde a mi condición de hombre y que, según yo,
son el testimonio de mi propio paradigma.
Porque yo, Rodrigo Vinateros Cienfuegos, Rintintín para los amigos, soy, en mi
estilo, la perfección de mí mismo.
Sería difícil, por no decir imposible, encontrar a alguien inferior, igual o
superior a mí en la profundidad de mi mismidad, por decirlo estúpidamente para
que los filósofos me comprendan.
Yo soy yo a secas, sin circunstancias ni demás mandangas. Y a ser yo, nadie me
gana.
¿Quién puede atreverse a decirme que yo no soy perfecto? Soy la perfección de
mí mismo y eso me basta. Yo no necesito compararme a otros más inteligentes,
más guapos, más sanos, más ricos y más poderosos para ser perfecto. ¿Quién
reúne las virtudes y los vicios que conforma mi unidad de ser humano? Nadie.
Otros podrán ser más viles que yo, más ruines, más egoístas y más ególatras,
pero esa misma supuesta superioridad les alejará de mi grandeza, que es sólo mía
para lo que ustedes gusten mandar.
O sea, que resumiendo: todos somos perfectos, puesto que todos somos lo que
somos absolutamente: firmes, enteros y sin grietas.
Y a ustedes les pasa lo mismo, queridos lectores: ustedes son perfectos en lo
que son. Sean felices con ustedes mismos y recuerden que la Constitución nos
ampara y nos protege.
Así sea.

382
VIVIR LOS SUEÑOS

YO peno una indescriptible desdicha: todo cuanto sueño se cumple


inexorablemente al día siguiente de haberlo soñado.
Hoy, por ejemplo, he soñado que mientras soñaba sonaría el despertador que
todos los días me vuelve a mi desdichada vida, y que al abrir los ojos vería el
espectáculo de mi mísera vivienda, fría, inhóspita, sin muebles y sin familia,
habitada solamente por este pobre imbécil que soy yo, que no es capaz ni de
soñar que es acariciado con celo bestial por una adolescente en celo bestial, en el
que, dicen los sondeos, viven noche y día.
¿Por qué se cumplen siempre mis sueños? Ayer soñé que viajaba en el Metro
rodeado de sudorosos malolientes que buscaban en sus encías los restos de los
churros del desayuno, y este sueño miserable que me inquieta todas las noches se
cumplió exactamente en la degradación de mi vida y de mis medios de
transporte.
Sueño que me engaña el gobierno, que me persiguen los impuestos, que no
tengo dinero para comprarme mejores sueños y que mis hijos se mofan de mi
fracaso como hombre, como ente impositivo y como ejercitante de mi derecho
constitucional a ser tiñoso. Y todo se cumple.
No puedo seguir viviendo así día y noche en esta triste existencia que me ha
tocado vivir y soñar.
Sólo me queda el consuelo de soñar una noche de estas que al día siguiente se
cumplirá, por fin, mi destino final fatal de suicida desconsolado.
Escribo esto, no por apetito de inmortalidad literaria, sino porque esta noche he
soñado que lo escribiría.
Y Satanás, lo sé, sigue sonriendo.

383
CHEQUEOS
(Ensayo)

VAYAMOS al grano: los chequeos médicos son insuficientes, incompletos y


parciales si consideramos al hombre desde la tradicional visión dicotómica que lo
define como un compuesto de cuerpo y alma.
Los chequeos avizoran solamente el cuerpo en busca de signos que delaten
patologías físicas futuras, con el fin de evitar desenlaces, mortales a veces,
incómodos la mayoría de las veces.
Pero ¿y el alma? ¿Por qué no vigilamos también nuestras almas
periódicamente? ¿Por qué hemos de sufrir las heridas que nos procuran los
pecados mortales cuando la metástasis ya ha invadido nuestro tejido moral?
No basta con ir al confesor una vez al año y con cumplir la penitencia como
quien toma una purga. Debemos hacerlo a menudo aunque nos creamos limpios
de culpa, para quizá descubrir —Dios no lo quiera— los vestigios de ruinas
espirituales futuras.
Debemos “chequear” nuestras almas para alejarlas de inclinaciones y
costumbres que pueden dañar su angélica estructura el día de mañana.
Una pequeña envidia a la que hoy no damos importancia puede crecer y
transformarse en una satánica ambición de poder y de dominio capaces de crear
la ruina de la patria y sus apéndices autonómicos.
He dicho.

NOTA.— Este apasionante tema, que ofrezco al público estudioso y limpio


(aparentemente) de corazón, será tratado en estas mismas páginas con mayor
profundidad en las semanas venideras.

384
ASESINÉ SU PASADO

UN día me trató desconsideradamente y decidí vengarme. Le senté frente a mí


y le dije:
—Crees que tu vida ha sido un inacabable fin de semana en el Olimpo, crees
que has sido Venus y Minerva al mismo tiempo en tu cuerpo de vaca
liposuccionada y que todos los que te conocieron te han amado, y estás
equivocada. Todo lo que has hablado ha sido dicho con palabras sucias, las
sonrisas que respondían a tus falsas sonrisas eran rictus disimulados, tus besos
eran torturas insoportables para quienes los recibían, y yo lo sé mejor que nadie
porque los aguanté con estoicismo pagano y paciencia cristiana durante muchos
años.
Seguí:
—Nunca, desde tu ciego y sordo y desolfatado orgullo, te diste cuenta de que
tus suspiros y tus palabras de amor fueron sólo recibidos con piedad y por
caridad, pero siempre con asco, porque, hasta ahora que te lo voy a decir, siempre
has ignorado algo que debes saber de tu vida, Constanza: te huele el aliento, te
huele con una fetidez que ni Job enamorado habría sido capaz de soportarlo.
Y seguí de nuevo, regocijándome en la desesperación que se reflejaba en su
rostro:
—Nadie nunca te lo dijo para no herir tu vanidad y tu narcisismo, que es quizá
lo que más hiede de ti, Constanza, porque un mal aliento como el tuyo no puede
brotar solamente de una muela careada o de pútridas fermentaciones gástricas.
Por eso todos huían de tu lado. Ahora ya conoces la profundidad de tu tragedia,
Constanza.
Y así destrocé toda su vida pasada y puedo vivir feliz y contento, saboreando
solamente el insoportable hedor de la civilización contemporánea.

NOTA.— Al conocer su desgracia, Constanza huyó y se refugió en la piedad de


un santuario budista, del que cuatro días más tarde huyeron despavoridos todos
los hasta entonces pacientes monjes. Fin.

385
EL HOMBRE Y LA MASA

LOS entendidos en muchedumbres siempre han opinado que en tales magmas


humanos prevalece la irracionalidad sobre el loado sentido común. Las
muchedumbres acaban siempre por comportarse como el más tonto de sus
componentes, dicen.
Esos componentes de las muchedumbres citadas dejan de poseer la poca
lucidez que tenían antes de reunirse en rebaños vociferantes, y de un medio
hombre pasan a ser medias ovejas, dicen también.
Pues bien, eso que informan los teóricos es cierto si se contempla el grupo
desde el desdén aristocrático de los sociólogos y sondeólogos, que en el fondo
desprecian al hombre y sólo se ocupan de ellos cuando forman piras.
Pues bien de nuevo: los hombres que se agrupan, según se ha demostrado tras
unos estudios realizados en Michigan, siguen siendo, a pesar de su irracionalidad
colectiva, hombres individualizados que piensan como tales, aunque estén
enrebañados.
En Michigan se ocultaron en uno de los rebaños citados unos micrófonos y se
comprobó que entre los balidos colectivos surgían también las voces privadas de
los baladores.
Vean ustedes algunas de las frases que fueron grabadas en una manifestación a
favor de los desdichados del tercer mundo:
1.ª “¡Cómo me toque la Primitiva el sábado va a ir a la próxima manifestación su
padre!” (al parecer, se comprobó más tarde, el pensante era español).
2.ª “Serán cerdos: ¡Me han robado la cartera!”
3.ª “Darling, pálpame la otra nalga, que en esa tengo un grano.”
4.ª “Yo soy yo y la circunstancia de todos estos malolientes.”
5.ª “¿Pero quién te has creído tú que eres?”
6.ª “Seguro que la guarra de Daisy se aprovecha de mi amor a las razas
inferiores para ponerme los cuernos con un negro.”
Confirmadas las teorías de Michigan con estos pocos ejemplos —que podrían
ser millares—, nos atrevemos a suponer que el egoísmo y la avaricia de los
hombres siguen vivos, aunque anden pastando a gritos de solidaridad con sus
semejantes.
Que es lo que queríamos demostrar.

386
DIÁLOGO SOBRE LA INCAPACIDAD DE LOS ESPAÑOLES
PARA DAR SU VIDA POR LAS CIENCIAS EMPÍRICAS

Pregunta.—¿Por qué abundan tanto en España los teólogos, los moralistas y los
definidores del sistema linfático de la democracia?
Respuesta.—Se ignora. Sólo se sabe que los españoles siempre han buscado la
explicación del mundo en el cielo y en sus ensueños.
P.—¿Puede usted poner un ejemplo?
R.—Sí, señor. Los españoles son perezosos e impacientes, principales
enemigos de las ciencias empíricas. Son capaces de sentir el cosquilleo de la
curiosidad, pero ahí se detiene su curiosidad. Las respuestas a esos cosquilleos
han sido siempre importadas.
P.—¿Sobre qué se preguntan los españoles?
R.—Preguntan por Dios, su estructuras y sus celestes esencias, por la
sorprendente extensión del infinito, la turbadora duración del tiempo, y, sobre
todo, por la nada y el indescifrable misterio de la democracia, que últimamente es
una de sus más exquisitas obsesiones.
P.—¿Y encuentran la respuesta a esas preguntas?
R.—No. Esas preguntas para los españoles nunca han tenido respuesta.
P.—¿Y por qué preguntan constantemente cuestiones que no tienen respuesta?
R.—Por pereza. Y porque es algo inherente a su idiosincrasia.
P.—¿Qué significa inherente?
R.—Inherente quiere decir que por su naturaleza, alguien o algo está de tal
manera unido a otra cosa, que no se puede separar.
P.—¿Y qué cosa es la idiosincrasia?
R.—Idiosincrasia quiere decir “carácter y temperamento peculiar de cada
individuo”.
P.—¿Tiene el español idiopatía?
R.—¿Y por qué me pregunta esa tontería?
P.—Porque idiopatía es la palabra que precede en el diccionario a la palabra
idiosincrasia, que quizá le sea inherente. La palabra siguiente es idiota.
R.—¿Quiere usted decir que la tal palabra siguiente es idiota o que la palabra
que sigue a la palabra idiosincrasia en el diccionario es la palabra idiota?
P.—¿Quiere decir lo segundo. Y sigo: ¿Qué puede significar esa sorprendente
coincidencia o proximidad?
R.—Se ignora.
(Fin de la primera parte).

387
LA DESOLACIÓN DE LOS HARENES

QUIENES han poseído harenes conocen las desdichas que siempre procuran
esos lujos y esas ostentaciones. No olvidéis que tras los placeres siempre llegan
los arrepentimientos.
Sólo los pobres que no conocieron los viacrucis de los harenes citados los
desean desde una ignorancia que acabará por conducirles a la perdición. Nadie, a
la vista de las hermosas doncellas enclaustradas de los harenes, se imagina que
esas angelicales criaturas acabarán por transformarse con el tiempo en sí mismas
más doce arrobas igual a equis.
Pocos prevén el triste destino de los poseedores de harenes, que según las leyes
democráticas vigentes deben seguir manteniendo cuando llegan las artrosis, los
glúteos desmayados, las osteoporosis, las desolaciones físicas y psicológicas y
los viejos rencores acumulados.
Cuentan que Harum Al Raschid Ibn Mahdi, en su madurez, tuvo que mantener,
alimentar, entretener y consolar a cientos de semiancianas de carnes tan
lánguidas como sus antiguos ocios, rellenas solamente de iras y resentimientos.
Harum las llevaba a las playas en largas caravanas para que allí, en una especie
de Inserso de su tiempo, se entretuvieran bailando boleros y criticando a las
princesas reinantes y a las jóvenes que llegaban de todos los espacios de los
imperios orientales para sustituirlas.
Los harenes, no olvidéis, jóvenes ejecutivos, raza decadente al borde de la
extinción, acaban siempre en desvanes de libidinosas que os harán la vida
imposible.
Volved a la monogamia, lascivos en general, que es siempre un mal menor
como dicen las iglesias de Occidente. Que una loba a nuestro lado siempre es
menos fiera que un rebaño de ovejas desplumadas.
Y a vosotras, locas que coleccionan halterofílicos hipertrofiados, también va
dirigido este mensaje: que los bíceps acaban siempre convertidos en rancias
mantequillas y en relatos que nadie quiere escuchar.

388
ENTREVISTA SOCIOLÓGICA
(Desde una Universidad de Verano)

—NUESTRA adorada Constitución social-liberal-utópica puede por fin unirse


en laico matrimonio al marxismo, derrengado y a sus herrumbres, que aún
subsisten, con un simple cambio formal de uno de los dogmas de la citada y
bienamada Constitución: el dogma del voto personal y universal, que deberá ser
abolido conforme a las instrucciones que daré a continuación.
Me miró fijamente, alzó la vista al cielo, sonrió como suele y se sorbió la baba.
Luego continuó:
—El eslogan social-publicitario que dice “Un hombre, un voto” debe ser
abolido, y si es posible ejecutado y enterrado en el cementerio civil más cercano.
Le interrogué con la mirada mientras disimuladamente me aflojaba el pantalón
que me apretaba las ingles. “¿Y bien?” —le seguí interrogando, ya libre la
entrepierna.
—La ciudadanía debe ejercer su derecho al voto en proporción inversa a su
riqueza personal. Sólo así se equilibrarán las fuerzas económicas. Un rico tendrá
un voto; la clase media, dos; los asalariados, tres; los pobres tradicionales, cuatro;
los de solemnidad, cinco, y así sucesivamente hasta los quince votos a que
tendrán derecho los depauperados físico-químico-morales y económicos.
Me miró fijamente, y continuó de nuevo:
—Sé lo que está pensando, pero ese es otro problema. La consolidación de la
democracia real debe hacerse poco a poco. Firmemente, pero sin traumas. En
política no hay impaciencias absolutas. Por eso, porque sé lo que está usted
pensando, le aclararé sus dudas: dividir, para su reparto equitativo, el monto
democrático que actualmente poseemos entre la suma total de todos los
coeficientes intelectuales de España por ahora es inviable. Nuestro problema
urgente es el de los desdichados, no el de los tontos…
Me levanté ofendido y entonces se produjo el incidente (quizá provocado) de la
bragueta.
Pero eso pertenece a otro tipo de problemas, ajenos, por supuesto, a la
patología electoral a que nos estamos refiriendo.

389
GRITOS DEL MÁS ALLÁ

GENERALMENTE se olvida que los muertos que fueron enterrados con


grandes solemnidades gritan como energúmenos cuando oyen pasos cerca de sus
tumbas.
Pero sus gritos no son oídos por la mayoría de los mortales. Solamente algunos
hiperacúsicos son capaces de recibir las frecuencias de esos difuntos solemnes.
Yo conocí a uno de esos afortunados hiperacúsicos, que me contó cómo,
cuando paseaba por los cementerios, solía oír las voces de la ira de esos
insatisfechos difuntos que reclamaban las palabras de adulación que escuchaban
cuando eran poderosos, cuando sus miradas eran órdenes y sus iras decretos.
A veces, me contó también mi amigo el hiperacúsico, cuando esos insignes
difuntos se cansan de exigir en vano que se les escuche y se les obedezca,
rompen en llanto y se oyen unos tristes gemidos que mendigan que se les saque
de las sombrías moradas donde padecen lo que ellos hicieron padecer a su
prójimo cuando vivían en la soberbia del despotismo.
Por caridad, y olvidando los antiguos ultrajes, mi amigo habla a esos muertos y
les miente que aún les recordamos, que esperamos impacientes su resurrección,
que sin ellos nuestras vidas son el triste baile de San Vito de las democracias
descompuestas por sus inagotables colitis.
Pero ellos no pueden oírnos, son sordos a todas las palabras de consuelo, y a
los dulces rumores de la primavera, y sólo pueden oír sus propios gritos y sus
llantos.
Al final, concluyó el hiperacúsico, me canso de oírles y sigo mis paseos entre
las tumbas donde las gentes sencillas viven sus muertes en la paz del silencio.
Después de hablar él y de yo escucharle nos quedamos en silencio y nuestras
miradas, si así puede decirse, dijeron al unísono: “¡Qué razón tenían los
antiguos!”
Y eso es todo, querido lector, aunque quizá no.

390
REFLEXIÓN MORAL DE UN MISERABLE

A veces, cuando lo recuerdo, bien sea en la soledad de mi retiro espiritual, bien


en los actos culturales a los que asisto para olvidar aquellos momentos terribles,
me palpita el corazón como entonces, y como entonces se me agitan
frenéticamente las mandíbulas, vago eco de las agitaciones de cuando cometí
aquella infamia que no puedo olvidar.
“¿Cómo pude hacer eso? —me pregunto a veces—, ¿y a ellos precisamente?”.
Gracias a Dios nadie sabe que yo fui el único culpable de todo: de lo de los
niños, de lo del páncreas, de lo de la similitud no demostrada, de la entera
magnitud del cataclismo que provocó la furia satánica que se apoderó de mí
cuando comprendí que era imposible otra solución a aquella ofensa.
A veces contemplo el botín, triste recompensa del diablo a mi bajeza, y pienso:
“¿Merecía la pena?”
Y lloro porque sé que hoy volvería a repetir lo que hice, porque sé que aunque
sufro no estoy arrepentido y que mi crimen, aún impune, halaga mi vanidad por
la pulcra habilidad con que fue cometido.
Y lo repetiría esta vez sin odio y sin rencor. Lo volvería a cometer por ese
impulso que tienen los artesanos a embelesarse con los trabajos bien hechos. Si
sé que lo repetiría aunque tuviera que repetir la crueldad de los últimos
momentos, cuando el bazo cayó desparramado en la sopera ya vacía.
Una voz interior me dice que esta obra maestra de la maldad humana debe ser
publicada para que el mundo pueda comprender a dónde puede llegar la
bestialidad de los hombres. Pero desoigo esa voz porque la modestia me impide
alardear de nada. Soy vil, pero no vanidoso.
Y me callo como me callaré también cuando vuelva a hacer de nuevo lo que
hice, sin pensar en la patria ni en sus legítimos representantes, los pobres de
solemnidad, grupo racial al que pertenezco por parte de padre desconocido.

391
ALGUNAS CONSIDERACIONES
SOBRE EL FIN DEL MUNDO

EL hombre es tan obstinado en su soberbia que sigue creyendo, como aquellos


pueriles antiguos helenos, que es la medida de todas las cosas y que los Dioses le
tutean, como nosotros insolentemente les tuteamos a Ellos, porque pertenecemos
a la misma familia biológica. Y eso es un error.
El hombre es tan tonto que cree que el día del Juicio y de las sentencias finales
el cosmos enteros se extinguirá con nosotros cuando definitivamente
abandonemos la tierra para inundar con nuestra presencia los cielos y los
infiernos. Y eso es otro error.
Lo cierto es que nadie, ni siquiera los antropófagos, que también se extinguirán
como los demás mortales, nadie, cuando sólo seamos almas salvadas o
condenadas, nadie, insisto, advertirá nuestra ausencia.
Seguirá saliendo el sol, limpio y puro, sin termómetros que lo alaben o
vituperen con intereses ajenos a su esplendor; seguirán paciendo las vacas,
seguirán brotando las flores y seguirán creciendo los ríos y bramando los mares y
abriéndose la tierra en sus furores sísmicos, y la naturaleza entera irá borrando
poco a poco las huellas, las sucias huellas que habrán dejado los hombres.
Pasarán millones de siglos para que la nueva vida pueda deshacerse de las
basuras no biodegradables con que hemos infectado la tierra.
Y pasarán cientos de miles de millones de años para que los Dioses nos echen
de menos y de nuevo nos devuelvan a la tierra que perdimos por esa soberbia que
digo. Y volveremos a repetir el ciclo de nuestra irresponsabilidad y viviremos
otros cientos de miles de años y otra vez convertiremos el Paraíso Terrenal en la
sucia letrina que volverá a irritar al Creador, que de nuevo nos juzgará y nos
condenará por guarros y desconsiderados, y otra vez la ira y la justicia del Señor
nos anunciarán que ya está bien, que nos estamos pasando y que esperaba otra
cosa de nosotros.
Y otra vez borrará nuestras huellas del mundo y volverá a sentir piedad de
nosotros y nos traerá de nuevo a los placeres de la vida, y de nuevo le
defraudaremos hasta que, harto de nosotros, nos hunda definitivamente en los
grises marengo de la nada.
Y nos lo tendremos merecido por hombres. Y por mujeres.

392
CREYENTES NO PRACTICANTES

DICEN los estudiosos que uno de los signos que anuncian el fin de las
creencias religiosas es que sus piadosos rebaños, quizá inducidos por la
infatigable perversidad del diablo, pasan de ser creyentes como Dios manda a ser
creyentes no practicantes.
¡Cuántas veces hemos oído a cristianos convictos y confesos decir que ellos
son creyentes a su manera y que conservan la fe, pero la administran según sus
personales convicciones!
Pues bien. Algo parecido está ocurriendo con los llamados demócratas de toda
la vida. Se advierte últimamente claros signos que delatan que, al menos en
España, la mayoría de los citados demócratas son sólo creyentes y no
practicantes.
Esas gentes creen que han cumplido sus deberes democráticos con hablar un
par de simplezas en las tertulias no periodísticas y con manifestarse en grupos,
airados a veces, festivos otras y vociferantes siempre.
Y no es eso. Ser demócratas (y se nos llena la boca de libertades controladas y
ensalivadas al oír el nombre de tan virtuosa señora), ser demócratas, lo decimos
con orgullo, nos obliga a cumplir continuamente los mandamientos de la Santa
Madre Constitución: humildemente, los creyentes sandios, simples y sencillos, y
con un alejar de los bienes públicos las garras y las fauces, los demócratas
poderosos.
La democracia es dar y no pedir o apropiarse indebidamente de los escasos
bienes que aún quedan vivos en España. Desgraciadamente, el número de
españoles que tienen la boca llena de grandes palabras a la manera decimonónica
crece peligrosamente, mientras la fe íntima del corazón languidece como nabos
en remojo.
(NOTA. Reflexione sobre este tema y coméntelo con los amigos. Luego, actúe
según su conciencia, si aún le quedan migajas de la tal señora.)

393
EL NUEVO IMPERIO
(Crónica de un discurso)

DIJO: “Contra el creciente pesimismo de la ciudadanía vigente, que vive


encenegada en ansiedades psico-sociales, yo me atrevo a vaticinar a los
moradores de nuestra Patria el advenimiento de unos años cargados de una
grandeza sólo comparable a la de la antigua Roma, cuando en su imperio todos
los ciudadanos romanos vivían ociosos y felices con su pan y con su circo.”
(Murmullos de sorpresa).
No se impacienten que todo será explicado y aclarado. (Suspiros de alivio). El
progreso social de la humanidad se inició cuando los hombres pasaron de su
situación de esclavos a la de súbditos. Y así vivieron cientos de años hasta que se
produjo dialécticamente un nuevo salto cualitativo —como decían los
izquierdosos de antaño— que les permitió alcanzar la óptima cima de una nueva
situación social: la de ciudadano de un Estado Constitucional y Democrático.
(Aplausos y lágrimas de felicidad contenidas).
Pues bien yo me atrevo a decir que esa abrumadora y embriagadora felicidad
puede ser también superada hasta alcanzar de nuevo la grandeza del antiguo
Imperio Romano: Si las lecciones anticipadas no lo remedian pronto, todos los
españoles viviremos sin trabajar. Seremos mendigos del nuevo Imperio y
aullaremos de felicidad con nuestro pan y nuestra televisión frente al hocico,
mientras el Estado —Imperio Padre y Madre— se ocupará de nuestra lactancia.
(Una voz: ¿y los bárbaros?).
Todo está previsto. No hay peligro con los bárbaros. Seguirán en nuestras
costas, como hasta ahora. (Grandes aplausos en la sostenido mayor). Al
conferenciante se le concedieron las dos orejas y el rabo de un disidente que
asistió al acto, y a continuación se ofreció una copa de vino español, que también
fue muy aplaudido.

394
NO ESTÁS SOLO

LOS modernos sociólogos del pesimismo nos atemorizan constantemente con


sus sondeos y sus amenazas.
“Cada uno de vosotros (ellos nunca se incluyen en las hecatombes) es un islote
de soledad —nos dicen—, y el único horizonte de vuestra vida es la pantalla de
la televisión poblada solamente por fantasmas agitados y vociferantes.”
Y vosotros, ingenuos, les creéis porque los sociólogos son ahora el oráculo de
Delfos.
Pues no, ingenuos, les creéis porque los sociólogos son ahora el oráculo de
Delfos.
Pues no, queridos amigos. Los augures se equivocan una vez más: no estáis
solos. La humanidad entera vive pensando en vosotros y en ti, lector,
especialmente.
Mira la calle y contempla esas muchedumbres que brotan de las bocas de los
metros, mira a esas gentes malolientes que viajan apiñadas en los autobuses, a
esos pálidos ejecutivos que cruzan ocultos en las peceras de sus coches, todos
corren, se empujan, se adelantan porque van apresurados a encontrarte a ti,
querido Alfredo.
Todo ese magma ruidoso que conforma el prójimo sale todos los días a buscarte
para robarte, lícita o ilícitamente, tu dinero, para arrebatarte las riquezas que
probablemente también tú has usurpado a otro como tú, que también creía que
estaba solo, sin saber que los mil ojos del mundo son mil ojos de aves de presa
que necesitan sangre ajena para no morir de inanición y de los desconsuelos de la
pobreza.
Nadie está solo, no. Todos vivimos apiñados en nuestra selva dispuestos a
devorarnos unos a otros las vísceras que más amamos: las del dinero.
Anda, pues, con ojo, querido Alfredo, y no seas ingenuo. Nadie está solo; sólo
la humanidad entera yace sola, desvalida y amedrentada, con los colmillos
clavados en la desesperación y, si es posible, en el pescuezo del ingenuo que se
deje cazar la yugular y los ahorros.
Así es la vida, querido Alfredo.

395
LOS ENVASES

HOY he comprado un artilugio culinario y me he encontrado con las siguientes


informaciones o presunciones: el citado artilugio había sido fabricado en China
para unos grandes almacenes españoles con una patente de invención inglesa que
se ofrecía como producto italiano.
El envase o la caja que contenía el exprimidor de naranjas, hijo de tantos
padres y de tantas madres, era lujurioso y daban ganas de exprimirlo y hacer con
él un zumo de envase.
Los modernos envases, la presentación como se llamaba antes, de cualquier
porquería comestible o no, son actualmente obras maestras del diseño de la
tentación.
Todos los modernos botes, cajas, bolsas, paquetes o simples envoltorios de
papel parecen salidos de las exquisitas manos de Leonardo da Vinci. Dan ganas
de comerlos.
Desgraciadamente, no podemos decir lo mismo de sus contenidos, que siguen
siendo los de siempre: como los de aquellos tiempos en que los comerciantes
vendían a granel hasta a su padre.
Yo me suelo quedar con los envases de todo lo que compro, y tiro, tras
probarlas, las jaujas que prometen en sus estéticas armaduras.
Temo que esa organización comercial expresa perfectamente toda nuestra vida
social y política. Todo está lleno de grandes envases y de magníficas portadas
con letras doradas donde se anuncian constituciones o exprimidores de naranjas,
que luego sólo contienen un producto híbrido con sabor a zumo de sabañones en
conserva. Ya me entienden, supongo.
Antiguamente se preocupaban mucho por la llamada relación calidad-precio.
Ahora sólo se ocupan por la armonía contenido-envase, con el majestuoso triunfo
de lo de fuera. Y a lo de dentro y a sus consumidores que les den morcilla
(ricamente envasada, por supuesto).

396
DARWIN Y LAS GALLINAS

HOY, mirando atentamente a una gallina conocida mía, sin que ella lo
advirtiera, me he dado cuenta de que las teorías de Darwin sobre la evolución de
las especies es falsa.
No es posible que, como dice Darwin, la lucha por la supervivencia favorezca a
los mejores, no es posible que ese lento desarrollo de la materia para mejorarse,
esa terrible lucha por sobrevivir haya conducido a la victoria final de las actuales
gallinas ponedoras.
¿Por qué —me pregunto, y probablemente se lo preguntarán también las
gallinas— por qué esas aves, en vez de brazos y manos han desarrollado esas alas
que sólo les sirven para revolotear en vano, como si fuesen mancas de alas?
¿Esa es la perfección que se alcanza, según Darwin, al final de las feroces
luchas que sostienen las especies para lograr la armonía final de los vencedores?
La gallina carece de todo. Tiene una inteligencia menor, aunque no
exageradamente menor, que nosotros los hombres, corre torpemente, vuela como
hemos dicho y canta, si sus cacareos pueden ser llamados cantos, sin gracia ni
armonía.
A la vista de estas observaciones sólo queda enunciar la hipótesis de que las
gallinas no son gallinas, de que no pueden ser gallinas en el sentido estricto de la
palabra. Son otra cosa, una especie truncada y derrotada en esas contiendas a que
se refería Darwin.
Lo más probable, dada su perfección, es que los leopardos sean las verdaderas
gallinas, las gallinas vencedoras si aceptamos las teorías del sabio británico que,
quizás, pensando un poco atrevidamente, también sea una de las gallinas que
perecieron en las luchas fraticidas por las perfección de sus especies.
He dicho.

397
EL ARTISTA DE BROADWAY

UN día en Broadway a un artista negro que pintaba en la calle retratos por un


dólar.
Su paleta era un bote de pintura de las de las puertas, como se decía en mis
tiempos; su pincel un palo pelado y su lienzo unos trozos de papel de estraza.
Posé para el genial artista, que pintó de mí la misma imagen que la de todos sus
clientes: un círculo, y dentro, dos puntos por ojos, una línea vertical por nariz y
una horizontal por boca.
Cuando le advertí que mi retrato era exactamente igual al que acababa de
hacerle a un chino, me dijo:
—You know. Basically all men are the same (1).
Aún conservo el retrato y lo miro a menudo. Día a día aumenta mi admiración
por aquel artista anónimo capaz de sintetizar tan sencillamente la última realidad
de todos nosotros. ¿Es que somos algo más que eso?
Frente a la estética de ese genio está la de los caricaturistas que persiguen
reflejar las singularidades físicas y psicológicas de sus víctimas, con éxito casi
siempre. Pero su triunfo es un triunfo vano. El tiempo aniquila a sus moradores, y
todos, al final, cuando ya hasta los huesos son cenizas esparcidas, sólo somos el
círculo, los puntos y las rayas de aquel magistral artista de Broadway, porque en
todos nosotros lo que nos iguala es superior a lo que nos diferencia.
Interrumpo estas reflexiones porque parece que ya ha llegado mi médico, que
una vez más ha hecho por mí su viaje en vano: tampoco hoy podrá aliviar mi
tristeza, mis angustias, mis desesperanzas.
¡Si estuviera conmigo el negro de Broadway, quizá él pudiera explicarme en
dos palabras, tan simples y claras como sus retratos, tan simples y claras como
sus retratos, qué sentido tiene la vida, mi vida, que para mí es la única vida que
existe!
A ver si mañana me encuentro un poco mejor con el cambio del tiempo. ¡Dios y
el pintor negro lo quieran!

(1) “Sabe usted, básicamente todos los hombres son iguales”. (Artículo no sé
cuál de la Constitución española.)

398
LAS POLILLAS

NO debemos reírnos de las desgracias ajenas, pero sí, incluso preventivamente,


de las propias.
Yo siempre me he reído de las desdichas que me acechaban detrás de los
horizontes del tiempo, y ahora que me han llegado, intento seguir haciéndolo.
Todo lo que queda medio vivo en este derribo en que me estoy convirtiendo me
parece gracioso. Por ejemplo, la amoralidad de las polillas que están destruyendo
mi pata de palo.
Cuando salgo a mis “footings” matutinos es divertido ver la irritación de esos
lepidóteros (creo) que brotan a miles de sus guaridas irritadas por las sacudidas
de mi trotar, y que para vengarse atacan mi pierna buena con la intención de
extender sus conquistas a mis varices.
Es gracioso también ver cómo huyen de mí los otros cojos de la residencia que
temen que les contagie mis polillas, y cómo se defienden de mí, bien con sus
patas de palo, bien con sus muletas.
Pero su defensa es inútil. Cada vez brotan más polillas de mi pata de madera,
de mi cuerpo, de mis antiguas virtudes y de mis pensamientos, todos ellos ya
medio momificados.
Es inútil, digo, y todos mis compañeros de la residencia lo han comprendido y
se han rendido y han aceptado, al oír mis palabras, la grandeza de la
desesperación transformada en alegría.
Vencidos por mi sabiduría y felices en ella, todos hemos decidido traspasar
nuestras polillas a las visitas que nos cansan y nos aburren, a nuestros hijos,
sobrinos, cuñadas, médicos, vigilantes y todos esos tristes sobrevivientes que
ignoran que la alegría aleja de nosotros todas las desdichas, menos las de las
polillas que ahora quieren poner sus hogares en nuestras osteoporosis.
¡Qué poco cuesta hacer el bien, contagiar nuestra felicidad, regalar a nuestro
prójimo nuestras canciones y nuestras polillas! Pero es inútil mi canto de amor.
Sé que muchos no entenderán mi mensaje de paz y armonía. Sólo a la vejez se
pueden comprender estas cosas.

399
NUEVO AVANCE SOCIAL

LAS conquistas sociales sólo lo son plenamente, dicen los sociólogos, cuando
la riqueza no solamente crece, sino que además es repartida equitativamente
entre quienes se lo merecen por su laboriosidad y su aseo personal.
Pues bien: hoy debemos destacar cómo un nuevo bien de consumo ha pasado
de ser un lujo de las clases más favorecidas a ser un bien común al alcance de las
clases más modestas que hasta ahora carecían de los placeres de esa nueva
conquista social y democrática.
Nos referimos, naturalmente, a los pobres. Pero no a los pobres como seres
consumistas, sino a los pobres como objetos de consumo.
Nadie ignora que en la Edad Media unos cuantos señores feudales poseían en
sus dominios cientos de miles de pobres hambrientos para su goce personal.
Nadie ignora tampoco que con la revolución industrial y la expansión imperial de
occidente muchos de los antiguos dominados pasaron a ser dominadores de
quienes siguieron siendo lo que habían sido hasta entonces: unos pobres de nada.
Pues bien: a lo que íbamos. Hoy, gracias a la riqueza que genera la laboriosidad
de los que tienen trabajo, los llamados antiguamente productores pueden ya, ¡por
fin!, poseer, aunque en menor cuantía por supuesto, lo que hasta ahora era un lujo
lejano: los pobres y los mendigos que a miles se aparecen por las calles, las
esquinas y las aceras de nuestras ciudades para provocar la virtud de la caridad
en las nuevas clases de minipudientes.
Antes nos decían que en Navidad pusiésemos un pobre en nuestra mesa. Ahora
nos los sirven a la carta en un variadísimo menú donde podemos escoger lo que
más nos guste. Hoy tenemos millones de pobres aptos para ser consumidos por
quienes han ascendido socialmente gracias a las políticas económicas, laborales y
sociales de quienes tienen la dicha de poder contemplar la profundidad y la
extensión de sus obras políticas.
Hoy hay pobres para todos y a precios asequibles. ¡Hoy ya somos todos señores
feudales! ¡Que la democracia nos los conserve limpios y puros, sin
adulteraciones ni colorantes!
Hoy hay pobres para todos. ¡He dicho!

400
AMAR AL PRÓJIMO

MIENTRAS contemplaba cómo un airado elefante pisoteaba a un indigente en


legítima defensa, advertí con sorpresa que yo nunca había amado a mi prójimo
como a mí mismo, según mandan las ordenanzas morales aún vigentes, creo y
dicen.
Para que no se me olvidara esa curiosa reflexión, escribí en mi agenda:
“URGENTE. Recordar de cuando en cuando, a ser posible en días festivos, que
debo amar a mi prójimo como a mí mismo.”
Desde entonces, por lo menos dos domingos al mes, después de tomar el
laxante que tomo desde el día en que celebramos mi esposa y yo nuestro
vinculante matrimonio, siempre recuerdo el deber citado y lo cumplo, ora a
regañadientes, ora a regañamuelas, como me dice burlonamente mi director
espiritual, que casa día está más pesado con eso del bien y del mal.
Hoy, de improviso, ha brotado de mi corazón la discordia de la duda: “¿No
debería también amar a mi patria como a mí mismo, como me contaba mi abuelo
que hacían los antiguos?”
Sin dudarlo —y en esa decisión no estuvo ausente la antigüedad y la grandeza
de mi alcurnia—, sin dudarlo, repito, asumí, como se dice ahora, la
responsabilidad —la grata responsabilidad— de amar a mi prójimo y a mi patria
como a mí mismo, y así lo hago con creciente frecuencia, aunque, debo
reconocerlo, a veces pasan años de impiadosa amnesia.
Y otra vez, cuando ocurren esos olvidos, vuelvo a ordenarme con un renovado
imperativo cívico y moral: “¡Debes amar a tu prójimo como a ti mismo si quieres
que tu prójimo ame a tu ti mismo!”
Pero es inútil. Mis desfallecimientos seniles impiden que recuerde que debo
amar a mi prójimo como a mí mismo. Por eso he decidido hacerme un nudo en la
corbata para que su presencia avive esos piadosos sentimientos de amor a que me
estoy refiriendo.
¿Pero de dónde saco yo una corbata aquí, en medio del desierto, donde sufro la
soledad y los calores del sol ecuatorial que me he impuesto para castigarme por
no recordar más a menudo que debo amar a mi prójimo como a mí mismo?
¿Dónde puedo obtener esa corbata si nadie se acuerda de mí ni me ama, ni sabe
que carezco de la imprescindible corbata para estos casos?
(De las “Memorias y tribulaciones de un eremita”, de próxima aparición en las
librerías y en los premios literarios que se ocupan del amor al prójimo y de sus
alrededores.)
NOTA: Se ruega que, a pesar de todo, permanezcan atentos a esta página.

401
¿A QUÉ HORA ALMORZABAN LOS TROGLODITAS?

LOS niños que tienen hambre a las once de la mañana son obligados a
contenerla y a chuparse la lengua hasta la hora que Dios y la costumbre han
señalado para comer.
Los niños trogloditas era más afortunados. Comían cuando lo deseaban, sin que
las horas de oficina de sus papás fueran verdugos de sus apetitos naturales,
cuando eran libres y no sufrían la dictadura de los horarios oficiales.
Nuestras costumbres gastronómicas son arbitrarias, injustas y pecan contra las
leyes de la Naturaleza. Sólo la servidumbre al trabajo y a sus ritmos oficiales han
creado esa perversa imposición que nos obliga a comer cuando conviene a
nuestros señores. Tenemos el deber de rebelarnos contra esa cruel dictadura de la
civilización industrial y mercantil que coarta nuestra condición de ciudadanos de
la libertad.
Nuestra Constitución debe promulgar urgentemente un anexo legal declarando
el derecho democrático a comer cuando nos lo pida el cuerpo y no a las horas
impuestas desde la irracionalidad.
Las vacas comen libremente porque son afortunadas, libres y no tienen horarios
que las esclavicen. Los pajaritos picotean alegremente, sin mirar sus relojes de
pulsera, los granos que Dios les manda para su manutención desde los cielos.
¿Vamos nosotros a ser menos? El alimento no consiste solamente en proteínas,
lípidos y glúcidos. La libertad de elección de la hora de ? También alimenta,
nutre y deleita. Las costumbres actuales, reaccionarias y conservadoras, deben
ser abolidas.
¡Vivan las bocas libres que no son obligadas a comer al unísono!
¡Para esto, para que la represión de los horarios gastronómicos continúe, no
hicimos una democracia!
(Fragmento del “Manifiesto por la libertad de los juegos gástricos”, que pronto
se repartirá gratuitamente entre los que todavía tienen algo que comer.)

402
LA NUEVA NARRATIVA INFANTIL

EL Ministerio de Educación y Ciencia, en su vigoroso esfuerzo por actualizar


todas las formas de expresión de nuestra cultura, ha consumado por fin el acto
pedagógico que el pueblo español esperaba con ansia desde hace muchos años: la
modernización de la narrativa infantil, caduca y obsoleta, que alejaba a la
infancia de esa realidad en la que desde niños debemos sumergirnos sin miedo ni
temores, y que luego sea lo que Dios quiera.
Como se sabe, un ejemplo vale más que mil palabras. Pues he aquí el ejemplo
que nos muestra cómo el cuento de Caperucita Roja debe ser narrado para que
los niños y las niñas lo comprendan desde la nueva mentalidad, abierta, por fin, a
la verdad y a sus generosos frutos. Helo aquí:

CAPERUCITA ROJA

Iba Caperucita Roja por la ruta del bacalao cuando se le apareció el Lobo
Feroz, y le dijo:
—Tú, tía. ¿Adónde vas con esa cesta?
—Voy a llevarle un cuarto de kilo de éxtasis a mi abuelita, que está con el
mono y que me lo ha pedido por fax.
—Pues vete por ese atajo, no vaya a cascar la vieja si llegas demasiado tarde.
Caperucita obedeció, y el lobo galopó por un atajo más corto que le condujo
rápidamente a la casa de la abuelita, a la que se comió tan ricamente con el mono
y la tiritona de la abstinencia.
Al rato llegó Caperucita, entró y le dijo a la falsa abuelita:
—Abuelita, ¡qué orejas más largas tienes!
—Para oír mi single rock duro mejor.
—Abuelita, ¡qué narices más grandes tienes!
—Para oler la droga que me traes mejor.
Y luego la abuelita dijo a su vez:
—Caperucita, ¡qué tripa más grande tienes!
Y Caperucita respondió:
—¡Cómo que estoy embarazada de seis meses, mujer!
Y así sucesivamente, para mayor grandeza de nuestra España y de sus hijuelos
los niños españoles, que son el futuro prometedor de nuestra futura patria y de
sus fragmentos futuros, si el futuro no lo remedia.

403
VERTIGINOSO CRECIMIENTO
DE LA DEMANDA DE CARIDADES

LAS gentes de buen corazón están de enhorabuena. Jamás habían tenido como
ahora tantas ocasiones de ayudar a ese prójimo desdichado que debemos amar
como a nosotros mismos.
Antes, con dos perras gordas y una cena de Navidad al pobre del barrio se
cumplía con el impulso patológico de amar a nuestros hipotéticos semejantes.
Ahora es distinto. Ahora tenemos una oferta abundante de pobres de buena
calidad a precios asequibles, y no como antes, cuando los menesterosos estaban
lejos y sólo eran visitados por los exploradores con salakof.
Ahora, repito, afortunadamente es distinto. Ahora, en cualquier oficina del
ramo se encuentra a disposición del público, casi a precios de saldo, género
variado, abundante y semi-nuevo.
Ya no cuesta, como costaba antes, encontrar un pobre para sentarlo a nuestra
mesa por Navidades. Hoy están al alcance de nuestra mano y de cualquier
economía los siguientes colectivos: Pobres de toda la vida en relativo buen
estado, pobres de solemnidad de cosechas importantes y pobres coyunturales,
parados, jubilados, huérfanos, drogadictos, niños de Ruanda, viudas serbias y una
riquísima variedad de polacos y otras víctimas del derrumbamiento del muro de
Berlín (sic).
Sólo nos queda, pues, informar, como es nuestro deber, de estos eventos que
acontecen en la rúa —como tan acertadamente escribió don Antonio Machado—:
sólo nos queda, repito, informar también a nuestros lectores que el Ministerio del
ramo ha prohibido las ofertas y los saldos de pobres hasta el primer día del
próximo años.
A los caritativos que quieran adquirir desdichados antes de esas fechas
debemos recomendarles paciencia y comprensión hacia nuestros dirigentes
políticos y económicos, a muchos de los cuales, después de las próximas
elecciones, quizá tengamos que sentar también a nuestras mesas.

404
CONFESIONES DE UN HOMBRE INVISIBLE

NO sé por qué cuando los hombres se refieren a nuestro colectivo nos llaman
“el hombre invisible” en singular, como si sólo viviese en el mundo uno de
nosotros, cuando es sabido entre las gentes cultas que somos cientos de miles los
que vivimos en la Tierra, sobre todo en Occidente, según dicen ustedes, y no un
ente nacido de la imaginación de los cineastas.
Es cierto que hay cientos de millones de seres invisibles que se ocultan a los
ojos de los Ministerios de Hacienda y de Justicia, pero esos son invisibles por los
motivos económicos que todos conocemos. Son falsos hombres invisibles que
usan de su falsa invisibilidad con fines antipatrióticos y deshonestos.
Nosotros, los hombres invisibles de verdad, somos honrados y jamás se ha
dado un solo caso en que uno de nosotros se haya aprovechado de nuestra
singularidad física por motivos innobles o antipatrióticos.
Nosotros somos como ustedes, ni altos ni bajos, y si se me admite esta libertad
casi blasfema, somos casi almas incorpóreas a pesar de tener brazos, páncreas,
hígados y juanetes como los demás hombres creados por Dios a su imagen y
semejanza.
Nuestro problema, y ésta es la primera vez que un hombre invisible se atreve a
hacer esta atroz confesión, nuestro problema, repito, es que los hombres
invisibles olemos como los cerdos de las pocilgas más un no sé qué de hediondo
y repugnante, cuya causa se pierde en el aroma de los tiempos.
Ese infecto hedor nos hace huir de los hombres visibles por quienes sentimos
respeto, envidia y admiración por el exquisito olor que desprenden sus cuerpos,
excepto los abundantes casos por todos conocidos, cuyos nombres preferimos
callar para no humillar a sus familiares y herederos.
Pero esa es otra cuestión. Los hombres invisibles, por el pudor que les he
confesado, somos pobres seres que vagamos por los vertederos de basuras para
no llamar la atención ni sembrar alarma social entre la población trabajadora que
ya anda bastante alarmada por las últimas noticias económicas y políticas que
nos tienen a todos con el alma y el futuro en carne viva.
(Continuará).

405
CUENTOS INFANTILES PARA LA TERCERA EDAD

DICEN los gerontósofos que en la tercera edad se vuelve a la infancia y que


renacen los temores y las indefensiones de aquellos años lejanos en los que
nuestros padres y nuestros pedagogos nos contaban cuentos.
¿Por qué, piensan los citados gerontósofos, no escribimos cuentos que nuestros
ancianos puedan comprender desde sus lejanos horizontes y perspectivas
mentales?
¿Por qué nuestros ancianos deben oír solamente los cuentos que les cuentan los
políticos en la “tele” y no los bellos cuentos que oyeron en su infancia, ya casi
olvidados?
Sería hermoso que escuchasen hablar a Caperucita Roja y al lobo, y a la
abuelita y a los pastores de la siguiente manera, por ejemplo:
“Iba Caperucita por el bosque cuando se le apareció el lobo que le dijo con
sibilantes ceceos de desdentado:
—¿Onfe fa Capefufita Roja?
—¿Qué dices? —respondió Caperucita, que tenía una hipoacusia de muro de
lamentaciones.
—¿Fe? —respondió el lobo, que también andaba duro de oído.
Caperucita se encogió de hombros y siguió su camino apoyada en su bastón
temiendo que de un momento a otro le estallase la osteoporosis. Tres días
después llegó a casa de la abuelita, adonde todavía no había llegado el lobo por
culpa de su artrosis y la amnesia senil que padecía entre otros males menores.
—¡Huy, abuelita —dijo Caperucita Roja—, qué orejas más largas tienes!
Y la abuela respondió:
—Ya te has olvidado otra vez de las gafas para cerca, Caperucita. No estoy en
la cama, estoy en el baño. Y a propósito, ¿me has traído el purgante que te dije?
Y así sucesivamente.
He dicho.
Fin.

406
DARWIN Y LAS MATEMÁTICAS

A quienes amamos el conocimiento sin prejuicios ni obscenos intereses


políticos siempre nos ha sorprendido la indiferencia —casi animadversión— que
existe entre las ciencias exactas del número y las ciencias empíricas de la
Naturaleza.
Darwin, por ejemplo, jamás se interesó por la famosa regla de tres, que tan útil
fue para el desarrollo industrial de la Inglaterra de su tiempo.
Darwin pasó su vida estudiando la evolución de las especies con observaciones
empíricas desdeñando las matemáticas y el cálculo mercantil, sin imaginar
cuánto tiempo habría ganado —o dejado perder— con la ayuda de la sencilla
regla de tres citada, y que para ayuda de los amnésicos obcecados expresó a
continuación con un ejemplo sencillo: “cuatro es a dos como seis es a equis”.
Basta, como todos sabemos —o sabíamos—, con multiplicar dos por seis y
dividir el producto de la multiplicación por cuatro para conseguir el resultado
final, que es tres.
Pues bien, es sencilla herramienta jamás fue utilizada por Darwin para ayudarse
a comprender la compleja evolución de los seres vivos.
Podría haber calculado, por ejemplo, lo siguiente:
—“Un conejo es a una gallina como un cocodrilo es a equis.”
Con multiplicar una gallina por un cocodrilo y dividir el resultado por un
conejo, habría resuelto fácilmente este problema de la evolución, que con la
simple ayuda del empirismo no pudo obtener hasta varias décadas más tarde.
Y concluimos por hoy (aunque más adelante insistiremos en este singular vacío
cultural) dando el siguiente consejo:
“Reflexionen serenamente los jóvenes sobre estas cuestiones y pronto verán
sorprendidos cómo todos los misterios de la Naturaleza ofrecen gustosamente sus
encantos a cuantos tienen el deseo de virtuosamente degustarlos, dentro de la
jurisprudencia y el decoro.”

407
EL HIJO DE DON JUAN TENORIO

DON Juan Tenorio, a quien nunca perdonaron las mujeres que presuntamente
sedujo sus trampas y sus embustes, acabó casándose con su vieja sirvienta, con la
que tuvo un hijo, que muchos decían había sido concebido con la ayuda de un
astuto buhonero que dejó embarazadas en uno de sus viajes comerciales a más de
siete ancianas doncellas con las que se prometió en matrimonio.
Don Juan Tenorio, medio sordo y cegato por la edad y por su vida disoluta,
jamás se enteró de las habladurías del pueblo y fue feliz al ver que por fin nacía
un robusto niño del único amor sincero y desinteresado que había tenido en su
vida. ¡Cuántas veces se sonrojaba de improviso al recordar cómo sus doncellas
seducidas habían sido antes de conocerle, como lo supo más tarde, unas locas
desvergonzadas que fingían casi profesionalmente su inocencia y su virtud!
A pesar de todo, a pesar de que sabía que no era el único que había gozado de
los favores de las presuntas engañadas, Don Juan Tenorio prefería pensar que
había sido así y muchas veces, demasiadas para la paciencia de su hijo Ernesto,
relataba a la luz del la lumbre cómo habían caído en sus brazos, en las orillas de
las mansas curvas de los ríos y a la luz de la luna, cientos de mujeres
enamoradas.
El hijo aguantaba el rollo, como les decía a sus amigos, hasta que un día,
cansado de la petulancia de su padre, le dijo:
—Papá, quiero que sepas una cosa. A pesar de los errores que cometes con
frecuencia, quizá por tu incipiente esclerosis múltiple (Ernesto estudiaba
Medicina), he calculado que de verdad de verdad sólo te acostaste en tu famosa
vida disoluta con sesenta mujeres, cuarenta de las cuales repitieron la hazaña de
ser seducidas también con tu amigo y rival son Luis Mejía. Pues bien —continuó
Ernesto, el hijo de Don Juan Tenorio, harto ya de las presunciones de su padre—,
pues bien —repitió con su léxico, incomprensible para el viejo Don Juan—, esas
que tú dices con tanto orgullo me las cepillo yo sin esfuerzo todos los cursos en
la Universidad.
Dicen que Don Juan Tenorio disimuló perfectamente las lágrimas que le
produjeron las confesiones de su hijo gracias a las generosas rijas que desde
hacía tiempo le manaban abundantemente todos los años por las épocas de los
pólenes.
A estas cosas conducen los vicios y sus presunciones.
Es conveniente que se sepa.

408
DON QUIJOTE DESCORAZONADO

DICEN que Don Quijote alcanzó una lanza del astillero, llamó a Sancho,
montó a Rocinante y se dispuso a cabalgar de nuevo por las secas tierras que aún
quedan del antiguo Imperio, y que cuando se disponía a partir a la del alba de un
día reciente, una autoridad indeterminada le detuvo para rogarle que mostrase los
papeles y licencias imprescindibles, según las leyes vigentes, para partir a sus
aventuras.
Don Quijote, dicen, le mostró su corazón lleno de buenas intenciones, pero no
pudo partir porque carecía de los siguientes documentos y licencias:
—Permiso de conducir jamelgos y recibo de haber satisfecho las cuotas
correspondientes.
—Certificado de que Sancho había sido dado de alta en la Seguridad Social.
—Recibo de haber satisfecho en su plazo las cuotas catastrales y las de la
contribución urbana.
—Licencia fiscal para trabajar en actividades liberales.
—Copia de la declaración trimestral del IRPF y la anual del año anterior, así
como certificado de que había ingresado en sus fechas las percepciones recibidas
en concepto del Impuesto sobre el Valor Añadido.
—Certificado de estar al día en el pago de los importes de la seguridad social
como caballero andante autónomo en los tres años anteriores a su salida hacia los
agravios de los malandrines autorizados por las leyes en curso.
—Permiso de utilizar lanzas y adargas antiguas.
—Certificado médico de estar en buenas condiciones físicas para el ejercicio
profesional de la caballería andante.
—Certificado de vacunación de Rocinante y Rucio.
—Y declaración jurada de todos sus bienes por si hubiese reclamaciones
legales por destrozos y daños, con copia de haber abonado la última cuota del
seguro por daños a terceros.
Dicen que Don Quijote oyó con gravedad y sosiego cuando le dijeron y que
mansamente volvió a su casa donde murió meses más tarde enloquecido de leer
leyes nacionales, comunitarias, autonómicas y municipales.
Descanse en paz, si las leyes vigentes lo consienten.

409
DESCRIPCIÓN DE JUANITA

“LA belleza de Juanita es singular. Podríamos decir que es indescriptible,


porque ¿cómo describir el color de sus ojos, el aroma de sus cabellos y de su piel
y el del dulce aliento que exhala su boca, aliento que nace en su delicado
estómago y que tras recoger el tubo esofágico y cruzar las bóvedas paladiales
brota de su boquita de rubí, del rubí apagado, mate, tirando al rosa, también
indescriptible, de los rincones secretos de su cuerpo de diosa adolescente?
Es difícil describir a Juanita. Quizás su descripción debería encomendarse a la
audacia de los poetas aventureros. Si, sólo los poetas y sus metáforas, esos tropos
tornasolados que dan gato, no por liebre, sino por el eco de otro gato que ivbre en
nuestro ser como un sonido de violines escondidos y lejanos que llorasen los
dulces maullidos de los gatos cautivos de sus pasiones no correspondidas… Pero
¿por dónde iba yo? ¡Ah, sí!, por el eco del gato metafórico, y sus maullidos
enamorados que me ayudarían a describir a mi amada Juanita. Sigo.
Aunque, bien mirado, será mejor huir de símiles y metagoges y volver al
mundo de las realidades de Juanita, que es para que ustedes me comprendan, así:

Altura: 1´65.
Diámetro craneal: 0´51.
Contenido del cráneo: se ignora.
Pecho: En inspiración: 0´90.
Tras la espiración: 0´77.
Cintura: En ayunas: 0´55. Después de comer las fabadas a que es tan
aficionada: 0´92.
Ombligo: Diámetro del cráter umbilical: 1 centímetro. Profundidad: 0´55
centímetros. Contenido del hoyo umbilical: pelusillas varias aún sin analizar.

··············

(Fragmento del informe sentimental que Anselmo G. de P. escribió del 14 de


septiembre de 1987 para anotar en su diario íntimo que Juanita le había
abandonado sin, al parecer, causa razonable que lo justificase).

Continuará.

410
EL NUEVO SANTORAL

“NUESTROS abuelos reconocían las fechas significativas fijando en el


calendario hechos religiosos o agrícolas que desgraciadamente, yo, que no soy mi
abuela, soy incapaz de reconocer ni recordar.
Eran fechas de siembras, de recolecciones, de centenarias amenazas o
esperanzas metereológicas siempre referidas a la naturaleza y a su generosa
fecundidad, y de aniversarios de las vidas de los santos, de sus nacimientos, de
sus milagros, de sus martirios y de las glorias que alcanzaba al ascender a los
cielos.
Ahora los placeres y las angustias de la agricultura nos son desconocidos y la
santidad vive casi tan olvidada como los viejos ritos paganos. Ahora los jóvenes
se bautizan con nombres de estruendos musicales, de artistas de cine o de
jugadores de baloncesto, aunque esa vil moda ya está pasando, afortunadamente.
Nuestros días son señalados ahora por extraños mojones temporales formados
por un número y una letra que nos indican hechos históricos que es conveniente
recordar para no olvidar los grandiosos sucesos que hemos vivido en los últimos
años.
Ahora los aniversarios sociales son sólo siglas histórico-temporales y todo está
lleno de 23-F, 14-A, 17-O, 23-N y el novísimo 3-M de las próximas elecciones.
Nadie sabe quién fue San Fulgencio, pero reconocen perfectamente el 18-S.
Pronto, si la sensatez no lo remedia, bautizaremos a nuestros hijos en la
Academia de Historia, por ejemplo, con el nombre de 28-O (29 si el año fue
bisiesto).
Si yo naciese ahora, me llamaría probablemente 8-M y si llegase a ser lo que
mis padres esperaban de mí, quizás podría analizar el honor de ser Excelentísimo
Señor Don 8-M.
Pero no debemos desalentarnos. Cosas más ridículas van a suceder todavía en
cualquier próximo 9-O, si Dios no lo remedia.

411
EL CADÁVER DE NUESTRO ENEMIGO

“HASTA el más hábil de los aficionados a matar enemigos sabe que ese trabajo
produce muchas veces más incomodidades que beneficios, porque generalmente
las víctimas se resisten a nuestros deseos y ocurre lo que ocurre: que lo que
debería ser un arte se transforma en una chapuza irrepresentable.
Por eso, a veces es preferible sosegar nuestra impaciencia y esperar
tranquilamente a que sea el propio difunto el que pase por delante de la puerta de
nuestra casa.
Eso pensaba mi cuñado y lo puso en práctica hace seis años.
Se compró una hermosa mecedora, instaló a su lado un mueble bar y una
pequeña biblioteca y dedicó su ocio de jubilado a esperar sin impaciencia que
pasase el coche fúnebre con el odiado y esperado cadáver de su enemigo dentro.
Pues bien, quiso el destino que mi cuñado muriese antes de que se cumpliesen
sus esperanzas, porque, ¡oh cruel venganza del destino adverso!, el odiado
enemigo también murió de la terrible enfermedad que padecía mi cuñado: el
odio.
La víctima también había estado esperando, con su mecedora, su biblioteca y
su mueble bar, que el cadáver de mi cuñado, frío y tieso, pasara frente a la puerta
de su casa.
Y en esa mutua esperanza fallecieron los dos el mismo años, el mismo mes, la
misma semana y el mismo día para mayor gloria de la voluntad divina que sabe
castigar nuestros pecados sin piedra, ni palo, ni impaciencias, ni arbitrariedades.
¡Qué gran lección moral encierra esta verídica historia! ¡Cómo coinciden en
sus muertes los odios irracionales! ¡Qué maravillosas armas utiliza el Señor para
castigar nuestra soberbia, nuestra ira, nuestra envidia, nuestra pereza, nuestra
guía y nuestros demás pecados capitales!
He dicho. Firmado: Teofasto, discípulo de Aristóteles.

···

Nota: (Texto, hasta ahora desconocido que apareció antes de ayer, de


improviso, en la Biblioteca Bávara del Estado de Munich. Publicado con el
permiso de los arqueólogos, bibliotecarios, empresas funerarias y agentes
literarios que intervinieron en el hallazgo). Vale.

412
INFORME DE LAS NIÑAS MARCIANAS

“NOSOTRAS las niñas marcianas, jamás aceptaríamos vivir en las penosas


circunstancias en que viven las niñas de la tierra. Sus conductas sorprenden por
su irracionalidad, impuestas seguramente por los adultos o heredadas de ellos,
víctimas también de sus abuelos.
Todos los días del año, haga frío o haga calor, las niñas de la tierra, vestidas
con capas rojas, deben llevar la cena a sus abuelitas que viven solas en el campo,
abandonadas por sus familias y expuestas a grandes peligros.
La rutina de esos viajes hace que las pobres entontezcan y crean que las
mentiras de los lobos que les indican falsos atajos. Los lobos también son tontos
porque podrían comerse tranquilamente a la abuela antes de que llegase
Caperucita y así se ahorrarían el trabajo de ir a hacerse los encontradizos en los
bosques.
Las carreteras deben de estar en un estado lamentable (los atajos lo están con
certeza) porque todas las niñas pierden sus gafas antes de llegar donde sus
abuelitas. Si no fuera así, sería incomprensible que nunca sean capaces de
distinguir un lobo de una abuela, por muy peluca que sea.
Estas conductas irracionales de los terrestres hacen que los lobos, que son los
más perjudicados al final, apenas tengan jugos gástricos y sean incapaces de
digerir a las abuelas que, a pesar de la dureza de sus carnes, cualquier lobo de
Marte las digería el tiempo que ordenan los reglamentos oficiales en esa materia.
Podríamos seguir denunciando más conductas sorprendentes y arbitrarias, pero
nos detenemos para decir:
—Niñas de la Tierra: ¡Decid basta a esas tonterías! ¡No os dejéis engañar por
los turbios manejos de los mayores y sus cómplices las autoridades competentes!
¡Podéis contar con nosotras! Escribidnos a La Liga Infantil Marciana Pro
Ayuda de las Niñas de la Tierra. Lista de correos. N.º 314. (30857) Marte.
Os estamos esperando con los brazos abiertos.

413
EL SILENCIO DE LOS DIOSES

“LOS dioses, por motivos que se ignora, suelen permanecer cientos de miles de
siglos en silencio, en esos pavorosos silencios que aterran y confunden a los
hombres. ¿Qué quieren decirnos los dioses con sus silencios? Algo, sin duda, que
nosotros no sabemos comprender; algo sencillo, claro y evidente como todos sus
mensajes.
Habitualmente los dioses nos hablan a todos en voz baja, pero sus palabras se
pierden a pesar de la intimidad del diálogo, porque los hombres sólo escuchamos
y atendemos los grandes gritos, los grandes estruendos.
Algún día, dicen los oráculos, se oirá un grito gigantesco que nos aterrorizará
por su volumen y su tono casi publicitario aunque sólo sea uno de esos mensajes
de amor que a veces nos mandan los dioses cuando se sienten solos y nos
necesitan. Quizás ese terrorífico grito de advertencia lo oigamos de noche,
cuando nos palpitan en la soledad las ansiedades.
Pues bien, dicen los eruditos, a pesar de que todos oiremos el aviso, nadie se
dará por aludido. Después del terror y de los sudores fríos saldremos de nuevo a
la calle y nadie hablará de las palabras que se han oído de los dioses. Y diremos
otra vez hipócritamente: “¿Por qué nos hablan los dioses? ¿Por qué nos tienen tan
olvidados?”.
Y seguiremos viviendo en la mentira y el secreto. Y las palabras de los dioses,
después de atravesarnos en vano, continuarán su camino hacia los grandes
espacios donde languidece el infinito.
Y un día estallarán de aburrimiento en el vacío. Y tomaremos por las luchas
galácticas lo que sólo son sencillas palabras de los dioses.
“Y tú —me preguntó el amigo a quien describí lo que había oído la noche de la
víspera— ¿Cómo puedes haber oído ese grito de los dioses si eres sordo?”.
“Porque los dioses, por su exquisita educación, siempre gritan en voz baja”
—le dije.
No me creyó. Y por eso lo escribo ahora para ustedes.

414
COSAS DE LA VIDA Y DE LA MUERTE

CUANDO se produzca la resurrección de los muertos y Dios nos juzgue para


decidir nuestra condena o nuestra absolución definitiva, durante estos juicios
oiremos cosas inimaginables por su perversidad o por su heroísmo.
Entonces, en los siglos que duren esos juicios de Dios —algunos serán
sumarísimos— comprenderemos la severidad de la ira divina que siempre pensó
que nos había hecho a su imagen y semejanza.
Yo conozco una de esas historias que nos helará la sangre en nuestro corazón y
que dice así, según me relató un amigo mío que consiguió un permiso, por
infamia familiar grave, para salir del infierno durante unos días. Es la siguiente:
—Aquel sujeto tenía terror al oscuro túnel que nos conduce de la muerte a la
nada. La asustaba caminar solo hacia el Más Allá y ese temor retrasó durante
algunos años su viejo y enfermizo anhelo de quitarse la vida.
Pero un día se suicidó y, naturalmente —me dijo mi amigo— salió disparado
hacia el infierno. Pero su temor era tan grande que no se atrevió a hacer sólo
aquel tétrico viaje y en vez de llevarse con él a su señora, cuya muerte había
deseado tantas veces, prefirió llevarse a su hijo, niño débil y enfermizo que no
sería capaz de sobrevivir a su ausencia —pensaba— me dijo también mi amigo.
Y así iban los dos cogidos de la mano tanteando con cuidado los muros del
infinito.
—No tengas miedo —le decía a su hijo— que pronto llegaremos.
Su voz y sus pasos fueron extinguiéndose poco a poco, a medida que
penetraban en el no ser. Lo último que se pudo oír fue la voz del niño que
preguntaba a su papá:
—Papá, ¿y qué me vas a comprar cuando lleguemos al Más Allá?
Y dicen en el infierno, me ha contado mi amigo, que el padre abofeteó
cruelmente a la pobre criatura por pensar siempre en lo mismo: en los juguetes.
La condena a ese padre cruel que fue capaz de hacer lo que hizo va a ser
sonada el día del Juicio Final —me comentó mi amigo antes de volver a su
eterno y merecido destino.
Luego supe que ¡él fue el protagonista de esta historia que no va a tener perdón
de Dios ni de los hombres, que son más severos todavía! Se lo merece.

415
NO HAY QUE MATAR LOS SILENCIOS

DICEN los estudiosos de esas cosas de las letras que todos los escritos
literarios son autobiográficos. Opinan como los psicólogos que dicen que hasta
los sonidos de los bostezos expresan las ansiedades edípicas de los bostezadores
o bostezantes.
Al conocer esa desnudez de nuestros frágiles escudos he recordado un cuento
que escribí en mi adolescencia en el que un psicótico sádico, sin árbol
genealógico, se dedica a destripar mujeres, como Jack el Destripador, con el
deseo de conocer la secreta cuna de donde procedía. Es decir, cosas de locos.
Al final del relato, el sádico demente es detenido, juzgado, absuelto y ocultado
en un sanatorio en un triste estado edípico-demencial del que no saldrá jamás. La
historia concluye cuando su verdadera madre le visita y le comunica que le ha
tocado el primer premio de la Primitiva, y que libre de las pesadumbres de la
pobreza, ya puede amamantarle. Pues bien, este cuento, fallecido, prescrito,
inscrito ya en el registro oficial de los olvidos, ha brotado ante mí con la
severidad de los espejos.
Y me pregunto: “Si es verdad que todo lo escrito es autobiográfico, ¿quién soy
yo en esta repugnante historia que escribí de joven y que ahora en mi madurez
me avergüenza? ¿Soy yo mi madre anhelada? ¿Soy uno de los intestinos
escrutados? ¿Soy don Sigmundo Freud? ¿Soy el inconsciente colectivo de los
niños que fuimos desventurados? ¿Soy mi madre, la pobre madre del relato? ¿Por
qué, para quién, para qué escribí ese cuento que quizás tiene la clave que
interprete todas mis angustias presentes? ¿Y por qué no aparece ni una sola vez la
fugaz sombra que dejó en el mundo mi padre desconocido?
En este estado de angustia yacía mi alma cuando mi médico de cabecera, el del
interior secreto de mi cráneo, me dijo: —¡Pero si ese cuento no lo has podido
escribir tú! ¡Ese cuento es un cuento oriental del siglo XVII!
Ha sido un golpe terrible. He caído en otra sima más profunda todavía. ¿Cómo
he podido recordar algo que ignoraba?
Y así sucesivamente entretengo mis ocios de jubilado anticipado que sólo tiene
ante sí unos breves días del pasado y unos más breves días de futuro, aquí en el
manicomio donde yazgo.

416
UNA TRADICIÓN ESPARTANA

LOS espartanos tenían la singular costumbre de utilizar su ejército de hoplitas


para castigar a los ciudadanos sospechosos de desear la caída del gobierno, y una
noche al año, siempre imprevisible, se celebraba la fiesta nacional de asesinar a
tales sospechosos, casi siempre, dicen los cronistas de la época, inocentes de tan
injustas acusaciones.
Esa costumbre, cruel pero eficaz para mantener el orden en las ciudades, fue
imitada por algunos pueblos bárbaros que también prescindieron por ese sistema
de los ciudadanos sospechosos de traición y conjura.
Pues bien, esa criminal costumbre se mantuvo en algunos pueblos durante
miles de años y las ejecuciones anuales continuaron aunque no existiese ya el
riesgo de rebelión. Los nuevos hoplitas salían a limpiar las ciudades de los
inexistentes sospechosos y volvían a sus cuarteles orgullosos de haber cumplido
el sagrado deber de perpetuar las leyes establecidas por la tradición.
Un día un filósofo denunció tan bárbara costumbre y explicó al pueblo los
orígenes y la inutilidad de aquellas leyes crueles, innecesarias e inútiles.
Pues bien de nuevo, el filósofo fue acusado por los jueces, procesado por
alentar al pueblo a despreciar la legalidad y condenado a muerte por impiedad y
traición a la patria.
El pueblo entero asistió a la ejecución del filósofo y continuó viviendo feliz
conforme a aquellas leyes de origen oscuro que todavía, dicen los estudiosos,
siguen vigentes en muchas naciones, aunque embellecidas por las hermosas
palabras de las nuevas legalidades.
¡Así se practica la historia!

417
EL FILÓSOFO DIJO
(CRÓNICA DE UNA POLÉMICA)

DIJO:
— “El filósofo que dijo que el hombre es la medida de todas las cosas utilizó,
para sus mediciones, un metro estándar de los sastres de sus tiempos.
Esa visión optimista se fue oscureciendo cuando siglos más tarde de lo que él
sabía de la vastedad de los espacios celestes y de las dimensiones de los
microcosmos que conforman nuestro cuerpo, que, hoy se sabe, está sólo formado
por partículas subatómicas”.
Y siguió diciendo el filósofo:
— “Esas nuevas certezas entristecieron a los hombres que sólo después de que
transcurrieran varios miles de años advirtieron que aunque su percepción del
cosmos crecía hasta tamaños no menos inauditos (sic también) él, el hombre,
permanecía siempre en el centro, a mitad de todos los extremos del cosmos, lo
que le hizo exclamar lleno de alegría: “Si no soy la medida de todas las cosas,
soy su centro, su ombligo, como si dijéramos”. Y así volvió de nuevo el hombre
a las alegrías y al optimismo de los jónicos”.
Y concluyó el filósofo:
— “Pues bien, su nuevo optimismo se ha quedado perplejo cuando ha sabido
por fuentes fidedignas, que ese orgullo que siente por ser equidistante entre lo
absolutamente grande y lo absolutamente pequeño, lo sienten también los
hipopótamos, las ladillas, la torre de Pisa y este pisapapeles”. (Mostró uno de
tamaño medio).
Sus declaraciones fueron aplaudidas por los pesimistas destructores de las
esperanzas de los hombres y silbadas por un enano que se sintió herido por aquel
desprecio a su talla, precisamente ahora —dijo— que “gracias a una
multitudinaria manifestación de protesta de las minorías que se sienten
discriminadas por su estatura, había llegado a sentirse tan jónico como Tales de
Mileto”.
El filósofo abandonó la sala, tras decir:
— “He dicho”.

418
UNA NUEVA AMENAZA PARA LOS HOMBRES

AL parecer, aunque todavía no se ha confirmado la certeza del rumor, pronto se


abatirá sobre la Tierra un nuevo peligro que amenazará a los hombres en sus
horas de ocio, en sus fines de semana y en sus vacaciones anuales reglamentarias.
Se trata, dicen, de una nueva conquista social y laboral gravemente lesiva para
la clase trabajadora, que no dispone de suficientes medio económicos para
enfrentarse a la nueva epidemia que les amenaza.
Parece ser, aunque por ahora, insistimos, sólo se trata de un rumor, que los
ángeles de la guarda, nuestros queridos ángeles de la guarda, han decidido
trabajar solamente las siete horas laborales que trabaja todo el mundo.
—“Llevamos siglos —han declarado en una rueda de Prensa— haciendo el
primo. Y ha llegado el momento de exigir nuestros derechos. Es injusto que los
hombres, que fueron expulsados del Paraíso, y precisamente por uno de los
nuestros, anden haraganeando toda su vida, corriendo constantemente riesgos
inútiles que crecen y crecen sigo a siglo, es injusto, repitieron, que ellos tengan
día y noche un ángel de la guarda personal con la dedicación plena para librarles
de las desgracias que ellos mismos se buscan en su desaforado amor por los
placeres. Esta situación no pueden continuar”.
Sus exigencias, piensan los grupos más políticos más concienciados
socialmente, son justas, pero precipitadas. Creen que lo peor que puede ocurrir al
hombre en estos momentos de incertidumbre es quedarse repentinamente sin
ángel de la guarda.
Habrá diálogo, sin duda, diálogo del que nacerá un acuerdo justo para todos.
Casi se tiene la certeza de que si los ángeles de la guarda toman alguna medida,
esta medida no será ni inhumana ni precipitada.
De todas formas, las compañías internacionales de seguros ya están preparando
algunas primas individuales para cubrir estos riesgos, primas que, se dicen, serán
altísimas.
Nos tememos que, una vez más, saldrán perjudicados los más estropajosos
económicamente hablando si Dios no lo remedia. ¡Dios no lo quiera!
(De varias agencias de Prensa)

419
LAMENTO

“AHORA, después de haber surgido casi del azar y de haber caminado


distancias infinitas para mi diminuta persona;
Ahora, que he sobrevivido a mil dificultades, a mil trampas, a mil engaños, a
mil combates y a mil villanías, surgidas para aniquilarme;
Ahora, que he obedecido las leyes de la naturaleza y he crecido conforme a sus
designios hasta alcanzar mi forma y mi esperanza;
Ahora, que vivía sereno, tranquilo, sin angustias ni preocupaciones;
Ahora, en que, por fin, mi futuro era mío;
Ahora, en que las plenitudes de mi desarrollo físico, intelectual y espiritual se
habían cumplido;
Ahora, ¡Ay mísero de mí! ¡Ay, infelice!
Ahora, ¡Voy y nazco!
Estos tristes llantos son entonados por todos los seres que al nacer se asomen
a la vida. Esta es la letra de su canto. La melodía de sus lamentos es su música”.
(Texto aparecido en la sala de partos, en una Santa Casa de maternidad de
Dublín, en fecha imprecisa que aún no ha sido determinada por los estudiosos).

Fin

420
LA ECONOMÍA DE MERCADO Y LA MENDICIDAD

“EL problema de la mendicidad —me dijo mi amigo el economista— radica en


que se ha contemplado siempre como un acto de praxis moral y no como un acto
empresarial sujeto a las variaciones y a las tensiones propias de su especificidad
económica”.
Y continuó:
—“Jamás se ha tenido en cuenta que ese acto contractual que es el dar y el
recibir una limosna está en función de la situación real del mercado, de la
compleja flexibilidad de la oferta y de la demanda y de la atracción-repulsión de
las líneas tensionales de la relación calidad-precio”.
Y volvió a continuar:
—“Esa relación económica, en la que intervienen a veces, no lo puedo negar,
factores humanos difíciles de cuantificar, no ha sido estudiada todavía en
profundidad. Vivimos este problema como se vivía en el pasado siglo XIX, a ojo,
como cuando se daban las limosnas a golpes de corazón, no con el frío
conocimiento de la situación del mercado; y no creas que hablo del mercado
nacional, sino también del internacional.
¿Pueden los demandantes de limosnas exigir la misma generosidad a los
activos de los hipotéticos donantes en épocas de economía expansiva que en
épocas de expansión inversa, es decir, deprimida, como la que desgraciadamente
estamos viviendo ahora?”
“Hay gente —continuó continuando— que sólo puede invertir en limosnas un
capital de generosidad llamémosle “equis”, con el que puede ayudar a dos
solicitantes con su excedente caritativo. ¿A quién debe dárselo? ¿A los dos
primeros que le enseñan el muñón de la pantorrilla o debe esperar a que se le
aparezca uno que empresarialmente esté más necesitado que los que manejan con
mayor habilidad el marketing de sus productos?”
Yo le dije: “Ya no cabe más en el folio”, y él me respondió: “Bueno, pues
seguiremos la semana próxima. No podemos dejar al aire un tema de tan
envenenada actualidad”.
O sea, queridos amigos, que hasta la semana que viene.

421
ENSAYO SOBRE LA TONTERÍA HUMANA

“LAS tonterías pueden ser dichas voluntariamente, involuntariamente o con


solemnidad. Estas últimas son las más ridículas y peligrosas porque generalmente
son proferidas por autoridades de reconocida simpleza mental como dogmas
obligatorios para mantener la paz social y similares.
Las tonterías más generosas y menos dañinas son las que se dicen
voluntariamente y sin ánimo de lucro. Desgraciadamente, siempre hay
escuchadores solemnes, que lo que es solo un simple juego lo interpretan como
una ofensa personal e intransferible.
A esos sandios malpensados debemos, pues, ofender lo imprescindible, quizá
incluso menos todavía, excepto en casos de urgencia.
Quedan, por último, las tonterías dichas involuntariamente aunque sin la
solemnidad de las tonterías citadas “Up-Supra”, que suelen ser enunciadas con la
llamada seriedad del burro y que ya se pueden adquirir a granel en los
supermercados a precios asequibles a cualquier economía.
De las tres clases de tonterías estudiadas, la primera suele ser la más jovial, y
no contiene, o no debe contener, burlas ni ofensas a quienes las escuchan, aunque
los tales las interpretan torcidamente con demasiada frecuencia.
Las otras dos formas de decir tonterías, según opinión de algunos estudiosos
que pierden el tiempo con estas simplezas, jamás podrán ser erradicadas por los
hombres, en quienes parasitan y crecen hasta postrarles en una merecida y mansa
felicidad.
Las tonterías, afirman los sociólogos, en general son beneficiosas para la salud
mental, impiden que se produzcan malformaciones en la cultura heredada de
nuestros superiores, quienes a pesar de padecer esta enfermedad, suelen alcanzar
edades a las que a ustedes ya les gustaría llegar, queridos lectores.
Y con estas reflexiones, que sólo deben servir de introducción al tema, nos
despedimos de ustedes murmurando con lágrimas en los ojos:
—“Fin de la primera parte”.

422
LOS ODIOS LUCRATIVOS

EL admirado intelectual por su fiel clientela escribió: “Cuando se conocieron


los dos sintieron al unísono (sic) que habían nacido para odiarse.
Fue una desazón espiritual, una especie de repugnancia mutua, una incómoda
sensación de rechazo y de asco que se acentuó cuando estrecharon sus manos en
un tibio y protocolario saludo, un odio sordo que les conduciría a la tumba
abrazados con el abrazo de los asesinados recíprocamente por orden de los
terribles dioses del rencor y del desprecio.
Pero también fue su salvación. Hasta aquel día en que su vida cobró sentido,
los dos habían escrito para su fiel clientela tontas subjetividades líricas que no
acaban de complacer del todo a sus lectores, ávidos de sangre, de venganzas, de
traiciones, de mentiras, de acusaciones falsas, de deseos de ver los cadáveres de
sus enemigos esparcidos por el suelo y arrastrados por las aguas de las tormentas
hacia las bocas de las alcantarillas”.
El admirado intelectual tuvo un éxito tremendo con su nueva interpretación del
amor. Miles de enloquecidos y fieles clientes le escribieron, le llamaron, le
detuvieron en la calle para preguntarle:
—¿Quiénes son los que tan acertadamente describió usted el otro día? ¿Es
usted uno de ellos?
Y lo que había sido una confesión inconsciente del asesino que todos llevamos
dentro, se transformó para él en un género literario: el del odio. Género que,
desdichadamente, se propagó como una epidemia entre todos aquellos que
sentían su inspiración tan vacía como las cuartillas que debían llenar para llevar a
casa el pan y las chucherías que necesitaban sus hijos para crecer y hacerse el día
de mañana tan desdichados como su padre.
Y así, dicen los envidiosos y los tibios de corazón que no saben amar ni odiar a
quienes se lo merecen, así, queridos lectores, dicen, se inventó la prensa amarilla.
Que Dios les conserve el odio.

423
AMNESIA

TODOS compadecemos a los pobres desdichados que padecen amnesia,


excepto, naturalmente, a aquellos que no recuerdan que les debemos dinero.
Se les suele ver por las esquinas, absortos y ensimismados, esperando que se
les aparezca la palabra huida de sus neuronas, como esperan los ciegos que un
alma bondadosa les ayude a cruzar las calles desconocidas.
Los amnésicos olvidan todo: rostros, fechas, sonrisas, paisajes en los que
fueron felices y que han huido para siempre de su lado para vivir con las gentes
que no han perdido la memoria y pueden recordarlos. Las llaves, los paraguas,
los conejos, las fechas de sus nacimientos desaparecen para siempre en los
cajones que los amnésicos tienen siempre a su lado para dejar las cosas que
huyen de ellos como esas locas que huyen de su pasado y que guardan en sus
remordimientos las cartas de amor que fueron su perdición y su desdicha.
Los pobres amnésicos parece como si mordiesen las palabras que no recuerdan,
transformándolas en bisílabas incapaces de alcanzar la longitud que tienen en el
diccionario de la Real Academia y las rumian constantemente como vacas que
paciesen en prados de letras recién segadas.
Sus palabras, mutiladas como si hubiesen sido atrapadas por puertas de salida,
tienen algo de recordadas por tartamudos de la memoria, si los hubiese.
A veces los amnésicos brincan de improviso porque acaban de recordar la
palabra que tenían desde hacía horas que la punta de la lengua, pero ya es tarde:
han olvidado ahora para qué buscaban la palabra que está frente a ellos como una
palabra sin antecedentes, huérfana y sola. Y lloran de desesperación sin saber
porqué lloran, porque muchos, los más desdichados, ni siquiera saben que no
tienen memoria. A ellos el recuerdo, nuestro recuerdo: “los futuros amnésicos no
os olvidamos”.

424
¿QUIÉN NO?

AHORA reprochamos a los jóvenes su desenfrenada inclinación a las


actividades lúdicas y degradantes en que el fango y la tristeza hieden y su
despego a la práctica de aquellas antiguas virtudes de los romanos republicanos
que tanto animan las conversaciones de los viejos derrotados. Y por eso, por esas
inclinaciones perversas de los jóvenes nos llevamos las manos a la cabeza y nos
mesamos las calvas y los eczemas solares. Pero digamos con sinceridad:
¿Quién de nosotros, los que ya no somos jóvenes, no han deseado los pechos de
una vecina cuando nuestras escuálidas madres intentaban amamantamos en
vano? ¿Quién de nosotros no ha deseado hundir en los océanos los yates en que
navegaban los niños ricos para que ambos, niños y yates, fuesen devorados por
los tiburones pobres, tan pobres y hambrientos como nosotros lo fuimos en
aquella famosa post-guerra de aquella contienda?
¿Quién de nosotros, ya adultos, con nuestra impotente virilidad erguida en el
mástil de la desesperanza, no ha deseado la mujer del prójimo y su legítima
esposa? ¿Quién de nosotros no deseó, ya con bigote y gafas para cerca y para
lejos, ser el Excelentísimo Delegado de Hacienda en la triste ciudad de
provincias donde llorábamos nuestra estéril madurez? ¿Quién de nosotros no
aplaudió a Stalin o a Hitler en los luminosos atardeceres en que se desea
cualquier cosa para embellecer los sepulcros de nuestros aburrimientos de
entonces? ¿Quién no ha soñado que era Dios y que perdonaba a los culpables de
nuestras elefantiásicas esperanzas jamás alcanzadas?
¿Quién no se ha sentido tan solo y desdichado como se sienten los jóvenes de
ahora al ver cerradas las puertas de los horizontes que —ignoran los tales
desdichados— yacen muertos a cien metros de sus deseos como yacían también
los nuestros?
¡Eh! ¿Quién? Y quien diga que él, miente, según consta en infinidad de
informes y sentencias judiciales, a tantos de tantos de mil novecientos y tantos.
He dicho.

425
VIDAS PARALELAS

PLUTARCO, insigne historiador griego, residente en Roma, amigo y maestro


del Emperador Trajano (gloria de la itálica Sevilla), escribió unas “Vidas
Paralelas” que todos, antiguamente, teníamos la obligación de saber que existían,
aunque gozábamos de la exención eterna de leerlas.
En aquel enfrentar, comparar y elogiar griegos y romanos, Plutarco, historiador
y amigo de emperador, olvidó, por motivos conscientes o inconscientes que se
ignoran, que todos, emperadores, asnos bípedos, demócratas modélicos, fascistas
reciclados, honestas madres de familia, revolucionarias jóvenes “sans-culotte” de
la revolución sexual, usted, yo y todos los etcéteras que pueblan el mundo, todos,
absolutamente todos, tenemos dos vidas paralelas: la falsa y la secreta, es decir,
la verdadera.
En un extremo, la vida de la máscara, la frondosa, la de los creadores de
imagen, la impoluta, y en el otro, la de sin afeites ni imágenes compradas, la
raquítica, es decir, la oculta, la de los secretos y debilidades.
Todos somos una forma y mil secretos sin un Plutarco que lo airee, aunque
pronto, dados los precios que se pagan por ventosearlos y ofrecerlos a la
voracidad del aburrimiento, cada vez son menos secretos.
¿Cuál de esas dos vidas que nos habitan es la verdadera, eh, querido Plutarco,
consejero de emperadores y convidado a sus festines?
La respuesta es la siguiente: “No se sabe. Ni Freud lo supo”. Y si lo supo se lo
calló, porque al analizar sus sueños, cuando llegaba a su pozo personal, corría el
tupido velo que a sus pacientes descubría.
La segunda vida, la negra, la profunda, la sometida, la que sólo alienta en
nuestros deseos, la de la resignación y de la ira, la del consuelo a los goles, la de
los culos televisivos al aire, la de la nada cargada de generosos ocios oficiales, la
de los pequeños y rudimentarios placeres, ésa es la verdadera vida de casi todos
nosotros; vidas secretas, tumbas secretas.
Y el que no esté de acuerdo que levante el dedo.

426
EXISTE EL MÁS ALLÁ,
PERO ES DE REDUCIDAS DIMENSIONES

MURIÓ dando alaridos de terror. Luego se hizo el silencio. Acababa de vivir el


amargo tránsito que tanto le angustiaba. Por fin se iban a disipar sus dudas. Y
estaba en el más allá.
De momento nadie salió a recibirle. Se encontró en una pequeña habitación
muy parecida a la salita de estar de su casa. Sobre un sofá vio la prensa con la
esquela que había publicado su familia. Estuvo esperando varias horas y, al fin,
harto de dar vueltas y de leer su esquela, se durmió.
Se despertó sobresaltado al oír los latidos de su propio corazón. Miró el reloj.
Había estado dormido doce horas.
Empezó a impacientarse. Golpeó las paredes de la habitación -la habitación
carecía de puertas-, pero en vano: nadie acudió a su llamada. Dio cuerda al reloj
que se le había parado y se durmió de nuevo.
Cuando se volvió a despertar comprendió que había perdido la noción del
tiempo. Se sorprendió de no tener hambre. Golpeó de nuevo las paredes, hojeó
una vez más lo periódicos donde se publicó su esquela y se volvió a dormir.
Así pasaron cien mil millones de años en el silencio y en la soledad. Él creyó
que sólo habían pasado ochenta mil.
Pues bien. Si durante todo ese tiempo una paloma hubiese rozado la Tierra con
el extremo de sus alas, apenas quedaría un trocito de paloma. Millones de
palomas tendrían que rozar la Tierra durante cientos de billones de millones de
siglos para desgastar su materia. A pesar de todo, quedarían aún todos los
planetas de todas las galaxias para ser desgastados por palomas —muchos dicen
no palomas, sino Espíritus Santos— puntuales en demostrarnos la banalidad de
nuestras pasiones.
Pensó en todo eso mientras hojeaba el periódico con su esquela. Luego sintió
un angustioso deseo de saber si en aquel momento era martes.
Bostezó y acabó por dormirse mientras lleno de tristeza pensaba que qué habría
sido de sus hijos y si se acordarían de él.

427
EL CINISMO DE SHAKESPEARE

WILLIAM Shakespeare no solamente falseó la historia, sino que,


arbitrariamente, manipuló muchos personajes, reales unos, ficticios otros, de su
tiempo.
Otelo, por ejemplo, no era negro. La negra era Desdémona, pero cierta
tendencia del famoso trágico hacia los hombres morenos fue razón suficiente
para cambiar de color a los desdichados amantes. Hamlet nunca estuvo
enamorado de Ofelia, sino de su madre que, por cierto, en contra de lo que afirma
Shakespeare, no se casó con su cuñado —el padre de Hamlet—, sino con
Macbeth. Las manchas de la sangre que la tal señora veía en sus manos tenían,
pues, otro origen fácil de comprender después de conocer lo que hemos dicho.
Julieta no murió ahogada, sino que se fugó con el mercader de Venecia. Lo hizo
por dinero.
Y así sucesivamente.
¿Cuál es —se pregunta mucha gente (incluso algunos ingleses)— la razón de
tanta falsedad y desvarío?
La respuesta están en Gibraltar. Los ingleses tergiversan la historia. Llevan
siglos haciéndolo. Y una mentira arrastra a mentiras mayores. De ahí viene todo.
Pero ellos no quieren reconocerlo. Y por no devolver lo que no es suyo están
dispuestos a hundirse en los abismos a los que la mentira conduce.
¡Qué lección de objetividad, de ciencia literaria casi, da nuestro Miguel de
Cervantes a sus contemporáneos Guillermo! ¡Qué realidad, qué verdad en sus
creaciones! Cervantes dibuja a don Quijote como fue. Y a Dulcinea. Y a
Clavileño. Y a España entera.
Dicho lo cual, ruego encarecidamente a mis sirvientes que me sea servida una
copa de Jerez seco de la casa González Díaz.
Seguiré teniéndoles al tanto.

428
NO DIGAS NUNCA “DE ESTA SANGRE NO BEBERÉ”

LA manifestación se organizó por manos femeninas y apasionadas. Nada se


olvidó: ni las canciones, ni las pancartas, ni la muralla de hombres justos
abrazados en la primera fila, ni los niños con flores, ni las sonrisas de felicidad.
Se pedía —se exigía, según decían los más esperanzados— que se instaurase la
armonía universal, la justicia, la igualdad, el amor fraterno y la nueva
comunicación mística de los hombres con los hombres.
Todo iba saliendo a pedir de boca. La fuerza pública se apartaba
respetuosamente en homenaje a tan altos ideales. El hombre nuevo, la mujer
nueva y el niño nuevo estaban naciendo en ese momento de amor universal.
Un anciano que se tambaleó agitando fatídicamente una bandera dio la señal
primera. Luego cayeron más. La primera fila desapareció comida por la tierra.
Los niños gritaban asustados. Las madres, como hienas, se arrojaron unas sobre
otras para salvar a los hijos de sus entrañas.
Había empezado el terremoto.
Toda la manifestación se transformó en una orgía de egoísmos. Para salvar sus
miserables vidas los padres arrastraban a sus hijos a los abismos de las fauces de
la tierra. Se golpeaban con los estandartes, con las pancartas, se desgarraban unos
a otros con tal de sobrevivir.
Cuando terminó todo, los supervivientes huyeron despavoridos, avergonzados
de su comportamiento.
Siglos después, otro grupo de hombres esperanzados volvió a manifestar su fe
en el hombre de la misma manera.
Esa vez tuvieron más suerte. No hubo terremoto. Sólo fueron diezmados por
los agentes de la autoridad establecida.

429
UN MILAGRO DUDOSO

ERA un ateo decimonónico. Un día, como a todos, le llegó su hora. El médico


acababa de decir aquello de que la ciencia ha hecho cuanto podía y que ahora
sólo se debe confiar en la mano milagrosa del Señor.
El agonizante levantó la cabeza para negar esa posibilidad, pero ignoraba el
tesón de su enamorada esposa, que al día siguiente vino con agua bendita para
hacer el último intento de salvar su cuerpo.
El enfermo se resistió como un diablo a ser rociado con el agua milagrosa. Casi
llegó a las manos con su paciente esposa, que se retiró lloriqueando.
¿Pero existe acaso algo más terco que una mujer enamorada y catecúmena? Así
que la tal volvió a las andadas. Mintió piadosamente diciendo que aquel agua
caliente para los pies era del grifo, pero era de la fontana sagrada. Quiso incluso
inyectarle el elixir curativo.
Pero el ateo recalcitrante se lo olía todo y se negaba con el tesón del que ya
nada espera en la vida ni en la muerte.
Un día llegaron a las manos. La esposa, enfurecida —la ira era su único
pecado—, golpeó con una garrafa llena de líquido salvador el cráneo de su
desfallecido agonizante.
Y lo que son las cosas. El enfermo sanó. Sanó de la fractura de cráneo que le
produjo el frascazo y de la dolencia que le tenía al borde del sepulcro.
Él, por descreído, y ella, por humilde, no han contado esta historia a nadie. O
sea, que el milagro se ignora. Y pasarán los años y los siglos y se hundirá el
mundo y se extinguirán las galaxias, pero en el aire fresco de Soria (ahora
sumergido en la nada) siempre flotará una duda.
¿Fue milagro o no fue milagro la extraña consecuencia de aquel garrafazo con
agua Bendita?

430
UN TEMA SOCIAL

NECESIDAD DE LA PENA DE MUERTE PREVENTIVA

“EN muchos países —dijo el conferenciante— se han dado cuenta de que más
vale prevenir que lamentar. En Suecia y Dinamarca, por ejemplo, la socialización
de la medicina preventiva, instaurada con carácter obligatorio tanto para los
ciudadanos como para los médicos y funcionarios, está dando óptimos
resultados. Puede decirse que el porcentaje de escandinavos que mueren
completamente sanos ha aumentado en los últimos años en un 87 por ciento,
alcanzando cifras de muertes naturales notoriamente superiores a las de los
habitantes de los países ribereños del Mediterráneo, que suelen morir, como se
sabe, cuando no enfermos, asesinados.”
“Creo —continuó— que esas técnicas deben ampliarse a otras ciencias
sociales. Me refiero, por supuesto, a la aplicación de la pena de muerte. ¡Cuántas
ejecuciones de reos culpables condenados en la madurez de su vida podrían
haberse evitado sencillamente habiéndoles ejecutado a tiempo en su juventud!
¿Para qué esperan a que los ciudadanos delincan para aplicarles la pena que se
merecen? ¡Cuántos gastos y cuántos ríos de tinta podrían evitarse con mi técnica,
que es la técnica sencilla del “¡más vale prevenir que lamentar!”.
“Por eso —volvió a continuar— propongo que todos los años, en las tardes
soleadas de enero, se ejecuten en el país a algunos jóvenes para aviso y
escarmiento de los demás. Estas ejecuciones, que podríamos llamar
paradigmáticas, contendrán los instintos criminales y evitarán males futuros de la
misma manera que un chequeo a tiempo advierte y evita enfermedades más
graves el día de mañana.”
El orador fue muy aplaudido, tanto al término de su conferencia como al de su
vida, cuando, horas después, fue ejecutado preventivamente en evitación de
males mayores, como tan acertadamente...

431
HISTORIA TRISTE

SE levantó con la misma idea de siempre: destruir el mundo. Empezaría por su


propia familia. Luego asesinaría a todos los funcionarios del Ministerio donde
trabajaba. Después seguiría con el sindicato, la familia, el municipio, el Vaticano,
el Estado, la Constitución americana y el mausoleo de Lenin en la Plaza Roja.
Lo estuvo rumiando todo el día. Volvió a su casa tarde. Cenó y vio la
televisión. Luego se fue a dormir.
Al día siguiente, camino de la oficina, iba pensando en lo mismo.
Y así hasta que se murió de aburrimiento.

432
LO LLEVABA ESCRITO

SU madre murió al darle a luz. Y su hermano gemelo murió también en el


parto, estrangulado por el cordón umbilical del predestinado. A partir de entonces
su vida fue una cadena de homicidios. Todo lo que tocaba se encendía con la
lúgubre llamarada de la muerte. Su padre se ahogó en una playa por salvarle la
vida y varios amigos suyos se estrellaron hasta la defunción por no atropellarle
cuando cruzaba la calle. Sus hijos murieron víctimas de una extraña enfermedad
hereditaria que en él, su padre, no producía ningún efecto.
Mató a su propio ángel de la guarda porque quería impedir que se suicidara.
Cuando lo hizo, su esposa fue acusada de asesinato. Y condenada.
Ahora, de dice, Lucifer quiere expulsarle del infierno porque ya ha reducido a
la nada a varios cientos de condenados al fuego eterno, que es una manera de
seguir vivo. Si el mundo fuese mortal, él apagaría la última vela.

433
SIEMPRE LOS ASESINOS COMETEN ALGÚN ERROR

ERRORES leves, pero errores al fin y al cabo. Como le ocurrió a Manolo.


Mató de un tiro a su esposa porque hablaba mucho. Incansable, constante,
infinitamente.
Pudo justificar ante los vecinos el estruendo del disparo, la sangre que salió al
descansillo por debajo de la puerta, el olor putrefacto que despedía el cadáver dos
semanas después de crimen.
Pero nunca pudo justificar el silencio de la muerta. Los vecinos, alarmados de
no oírla hablar incansable, constante, agobiadoramente, sospecharon algo raro.
Avisaron a la Policía, que descubrió el cadáver de la víctima.
Mató a la charlatana, pero ella se vengó con su silencio.

434
HISTORIA DE AMOR Y DE DESENGAÑOS

EL anciano matrimonio languidecía de aburrimiento al calor de la chimenea. Se


hicieron confidencias. El viejo había sido un don Juan anónimo.
—Cuando pienso —dijo sonriente— en todos los hombres a los que he
engañado acostándome con sus mujeres…
—Tienes suerte —le interrumpió su esposa—. Tienes suerte de haber engañado
a tantos maridos. Yo sólo he engañado a uno.
Las amarillentas mejillas del viejo palidecieron lo poco que podían.
—No temas —le tranquilizó su esposa—. No es a ti a quien he engañado. Al
hombre que engañé fue al amante que tuve toda mi vida. Le engañaba contigo.
En un leño que ardía en la chimenea crepitó una lágrima.
Luego, otra.

435
MÁS VALE MORIR A TIEMPO QUE RONDAR UN AÑO

SÓLO se casó para no tener la triste muerte de los solteros. Vivió desgraciado
toda su vida, pero aguantó los sufrimientos del matrimonio pensando que, al
menos, no moriría sin el consuelo de la presencia de una familia.
Cuando le llegó la hora del tránsito se pasó un poco en la duración del mismo y
duró agónico varias semanas. Ese fue su error. Fue atendido, casi mimado, los
primeros días, pero al final, hartos todos en casa de aquel viejo, medio hombre
medio vegetal, acabaron casi por olvidarlo.
Entregó su alma al Señor mientras sus hijos estaban de vacaciones en la Costa
del Sol y su señora charlaba con una vecina en la panadería.
Sólo tuvo el consuelo de la compañía de una joven sonriente que en la pantalla
de la televisión le recomendaba que usara aquel detergente que limpiaba tan
blanco y que además traía regalos en cada caja.

436
SIEMPRE OCURRE ALGO PEOR QUE LO PEOR

EL solitario decía siempre en bromas que él moriría en su casa solo y que


tardarían varias semanas en descubrir su cadáver.
“Un día leeréis en la Prensa que mis vecinos, en vista del olor putrefacto que
salía de mi casa, avisaron a la Policía que después de forzar la puerta descubrió
mi cadáver en avanzado estado de descomposición” —solía decir en bromas.
Efectivamente, su muerte ocurrió como lo había anunciado, pero con una sola
diferencia: nadie, absolutamente nadie, le echó de menos, porque su cuerpo, que
permaneció incorrupto, no exhaló ningún olor, ni fétido ni agradable, como
ocurre con los mortales o los que mueren en excepcional e inodoro don de
beatitud.
Así que el solitario permaneció muerto en su casa hasta que miles de millones
de años después, Dios, en su memoria infinita, se acordó de él y la llamó para
que prestara declaración el día del juicio final.
Todavía no se sabe si fue absuelto.

437
LA CERILLERA HUÉRFANA

EL hielo crujía bajo las botas y el alma de los viandantes y la pobre cerillera se
moría de frío. Tenía sus helados deditos llenos de sabañones. También tenía un
poco de psoriasis detrás de la oreja, pero ése es otro cantar. Como lo de los
juanetes y la escoliosis. Hay cosas que se heredan y ya está. Bueno. La pobre
cerillera encendió una cerilla para calentarse los sabañones. Y luego otra y otra y
otra. Estaba embalada. Cuando acabó de consumir todas las cerillas pensó en su
madrastra y en la paliza que recibiría por volver a casa sin dinero.
—¡Gracias, Dios mío! —sollozó educadamente.
Volvió a casa. En medio de los azotes, la pobrecita sonreía. Su cuerpecito se fue
amoratando por los golpes que le propinaba su citada madrastra. La paliza fue
tremenda, pero al menos aquella Nochebuena la pobrecita no pasó frío. Había
dado con el truco.

438
CUENTO DE NAVIDAD

TODO estaba previsto. Se mataría voluntariamente y conscientemente, es decir,


se suicidaría, pero podría engañar a San Pedro y entrar en el cielo.
El plan era sencillo. Se suicidaría con algún método que le diese tiempo, antes
de que llegase la muerte, a arrepentirse.
Escogió un 25 de diciembre. Hacía un frío mortal sin amnistía. Se desnudó y
salió de noche en busca de la pulmonía definitiva.
Y la cogió. La enfermedad duró varios meses. En ese tiempo tuvo tiempo para
arrepentirse sinceramente de su decisión, como quería, pero sanó. Sus ruegos, en
el último momento, fueron sinceros y escuchados en el cielo.
Desde aquel día llevó una existencia miserable, lleno de toses y esputos,
secuela de la bronquitis crónica que atrapó aquella noche.
Me han dicho que hace unos años murió de otra cosa y que no pudo entrar en el
cielo por causas que se desconocen.
Hay gentes, como puede verse, que no son dueños de su destino.

439
RELATO DE CIENCIA FICCIÓN

LA nave especial, después de tres mil años luz de vuelo, llegó a un planeta de
una galaxia desconocida.
El viaje había sido técnica y humanamente perfecto. El aterrizaje también. El
planeta era parecido a la Tierra. Ni siquiera tuvieron que descender de la
aeronave con protección especial. El aire era completamente respirable y la
temperatura, primaveral.
Anduvieron unos metros y se quedaron aterrados al ver lo que vieron. Un
hombre mataba a otro a golpes de quijada de burro. No pudieron impedir el
crimen. Llegaron tarde. El asesinato había sido consumado.
—¿Cómo te llamas? —le preguntaron.
—Caín —respondió el fraticida.
Los astronautas huyeron despavoridos en busca de algún planeta habitable pero
sin la presencia de lo hombres todavía.

440
LA SANTA MADRE

TENÍA fama de cruel. Decían que azotaba a sus hijos para que llorasen a moco
tendido. Algunas veces las vecinas podían oír el llanto de las pobres criaturas,
llanto que no cesaba hasta altas horas de la noche. Cuando murió se llevó el
secreto a la tumba. Nunca supo nadie la verdad. Pero yo sí la sé y ahora la cuento
para lavar el mal nombre de mi santa madre.
Mamá nos pegaba todas las noches porque ella no podía llorar. Y con gran
dolor nos hacía llorar a nosotros para que pudiéramos ablandar los mendrugos de
pan que solía buscar en los basureros.
Mojad, hijos míos —nos decía—, mojad bien el pan hasta que al morderlo no
os haga daño en los dientecitos.
Y nosotros así lo hacíamos. Y gracias a ellos hemos crecido sanos, hermosos y
de derechas.

441
EL JUICIO DE SALOMÓN

SUPÓNGASE usted, como yo lo supongo a mi vez, que es usted Salomón y


que tiene delante de usted a las dos madres que luchaban por el mismo hijo.
Imagínese que en vez de dos madres son cuatro y que las cuatro prefieren la
muerte del niño a que cualquiera de las otras se quede con él. Suponga usted que,
harto de toda aquella algarabía, va usted y manda trinchar al niño en cuatro
hermosos trozos para que las cuatro madres se queden contentas. Bien. Ya está.
Pero ahora viene el problema. Ante las protestas de dos de las madres usted
tendrá que decidir para quién de ellas van a ser los cuartos traseros del niño.
Encontrar una solución justa y moderna al viejo problema de Salomón es una
obligación de todos nosotros. Esa es la verdad. Lo demás son consensos.

442
UN CASO DE VOCACIÓN

SE estaba poniendo pesado con la idea de matar a su padre. Cuando de niño le


habían preguntado qué es lo que quería ser de mayor, siempre contestó:
“Parricida”.
Aunque siguió teniendo la misma vocación, su padre nunca se irritó con él,
porque poseía una sólida formación psicoanalítica. “Son cosas de Edipo”, decía.
El niño, ya crecido, estudió en la Escuela Superior de Parricidas de Princeton.
Eso le preocupó un poco a su progenitor que, además, pagó todos los gastos de la
carrera. Ya doctorado, siguió anunciando que un día mataría a su padre. Por eso,
quizá con cierta perdonable estrategia, su padre, para evitar males mayores, una
noche, mientras dormía le partió a su hijo el corazón de una puñalada.
“Tantos estudios y gastos para nada”, murmuró mientras limpiaba el cómplice
cuchillo.
Así que, hijos todos del mundo, guardad silencio hasta el último momento.
Recordad que por la boca muere el pez. Estáis advertidos.

443
HARTO DE FREGAR

UN día, harto de fregar cucharas, cuchillos y tenedores, tuvo la idea


maravillosa: los cubiertos comestibles.
Y los inventó. Eran unos cubiertos como los demás, consistentes, plateados,
resistentes al calor, irrompibles, pero que tenían la virtud de ser, además de
comestibles, digestibles y digestivos.
Así que, cuando usted acababa de tomar la sopa, se comía la cuchara; cuando
terminaba de ingerir su filete, se comía el tenedor, y cuando concluía la comida,
remataba el festín comiéndose todos los utensilios sin dejar rastro. Porque,
añadamos, también acabó por inventar, días después, los platos comestibles, las
copas comestibles y hasta las servilletas comestibles.
Fue galardonado con varios premio Nobel. Sin embargo, dicen sus amigos más
íntimos, murió con la amargura del fracaso.
Jamás pudo hacer lo mismo con la comida. Fracasó en todos sus intentos de
conseguir una comida comestible, digestible y digestiva. Sus amigos íntimos
también dicen que murió maldiciendo a las multinacionales del ramo.

444
DIOS CASTIGA SIN PIEDRA NI PALO

ERA un ser perfecto. Nunca, ni de niño, cometió un solo pecado. Su alma,


tranquila como una puesta de sol tranquila, desconocía la tentación y sus
turbadores encantos. No conoció la lujuria, ni la gula, ni la ira, ni la avaricia, ni la
pereza, ni la envidia. Ni siquiera era soberbio de su virtud, que no le era
desconocida. Era al mismo tiempo bello, amable, magnánimo, paciente, sobrio,
casto. Y de izquierdas. Es decir, inmaculado.
Pero el inconsciente no perdona. Un día, en medio de la calle, explosionó de
improviso, víctima de un violentísimo ataque de perfección.
No quedó de él ni rastro. Su delicadeza le impidió dejar despojos, para aliviar
el trabajo de los basureros.

445
NO ES BUENO RECORDAR
A LOS SERES QUERIDOS MUERTOS

SE quedó solo, frente a la chimenea, pensando en todos los momentos que


había pasado junto a su esposa. Las pequeñas discusiones y las grandes; los
momentos en que ella se agitaba en la cama para recordarle que debía dejar de
leer y cumplir el débito conyugal; el noviazgo, la boda, la luna de miel, los seis
meses que habían vivido juntos y también su muerte.
Este último recuerdo fue el más vivo. Se le iluminaron los ojos, atizó el fuego
que languidecía junto a sus pies, se levantó, fue al jardín, cogió una pala y con
cuidado desenterró la cabeza de la muerta.
Luego le pegó una bofetada y volvió al salón a ensimismarse de nuevo con sus
pensamientos.

446
SUCEDIÓ DE OTRA MANERA

HASTA lo cuentan en las escuelas para que los niños se admiren de la grandeza
del hombre. Un pobre obrero sin trabajo, exhausto de desalientos, un día, dicen a
los niños, vio que un rico se estaba ahogando en el río. Sin dudarlo se despojó de
las pobres ropas que cubrían sus miembros escuálidos, se arrojó al río, salvó al
rico y murió ahogado, agotadas en el noble empeño las pocas fuerzas que tenía.
La viuda del pobre obrero fue recompensada con un trabajo nocturno y cerca del
río existe desde entonces una calle con el nombre del héroe.
Los niños, al oír la historia, como son hijos de pobres tienen que aplaudir. Y así
lo hacen.
Pero, la realidad, sucedió de otra manera. El pobre obrero resbaló y cayó al río
sin saber lo que pasaba. Cuando el rico vio que por el aire volaba hacia él un
harapiento, de puro pavor recobró el vigor de sus antepasados y de dos
dentelladas degolló al intruso que desapareció en los remolinos de la corriente.
Esta es la pura verdad queridos niños.
Nunca, pues, salvéis la vida de un rico sin cobrar antes la recompensa. FIN.

447
DIOS QUIERA QUE NO SEA SU HIJO

PARECE increíble, pero ocurrió como se lo cuento a ustedes. En contra de


todas las esperanzas humanas el mundo se extinguió conforme a las leyes
naturales determinadas por el creador. Y llegaron la resurrección de los muertos,
el juicio final, los ayes, los lamentos y el reparto de premios y castigos.
Desapareció el hombre de la Tierra y los planetas siguieron su armonioso vuelo
por las esferas celestes sin su presencia. El cielo y el infierno, en cambio, se
llenaron de nuevos y perpetuos inquilinos. O sea, que todo iba a pedir de boca
hasta entonces. Pero ocurrió lo imprevisible. Días después de la ceremonia
descrita apareció un niño al que todos habían olvidado. Se quedó en la Tierra solo
buscando a sus padres y a sus amigos, pero en vano. Dos días después murió
ignorado de todos.
Dicen que las lágrimas que lloró el niño hicieron brotar unas flores en la
desolación aquella. Había nacido de nuevo la esperanza.
Millones de años después, de acuerdo con las teorías de Darwin, vivieron unos
hombres felices nacidos sin temor a los cielos y a los infiernos, sin ángeles ni
demonios, puros y limpios hasta en el asesinato. Pero lo de sus crímenes es otra
historia.
Doy fe.

448
UN CASO DE BONDAD DE CORAZÓN

ERA un santo. Por eso, cuando iba a ser fusilado, le largó una patada en los
mismísimos al oficial que mandaba el pelotón que le ajustició.
—Lo hice —explicó en el más allá— para que el día de mañana aquel pobre
oficial, que era una buena persona, no tuviera remordimientos por haber fusilado
a un inocente. Le di la patada, le insulté, me dediqué a blasfemar, a hundir la
reputación de su santa madre.
Y añadió.
—Sé que ahora él cree que hizo un acto de justicia. Hice lo posible para
merecerme la muerte —la injusta muerte que me dieron— en el último momento.
Es lo único bueno que podía hacer entonces. No se me ocurrió una cosa mejor.

449
SE DEBE AHORRAR PARA QUE EL DÍA DE MAÑANA
NO TE FALTEN MOTIVOS DE ARREPENTIRTE
DE HABER AHORRADO

EMPEZÓ a ahorrar tarde porque le dijeron que la vejez sin dinero es como un
páramo helado lleno de lobos. Como no se fiaba ni de la banca, ni de la Bolsa, ni
de los ejecutivos de las compañías de inversión, ni de nada que no fuese el dinero
contante y sonante, escondió sus ahorros debajo de un ladrillo en el patio de la
casa.
Reunió un hermoso capital que pudo haberle salvado de la miseria en que le
hundió la enfermedad. Pero el destino, que es insaciable y cruel, como la antigua
burguesía le curó de todo menos de la amnesia que le produjo la infección.
Ahora, el pobre viejo vive de las limosnas que le dan los vecinos, si poder
recordar dónde escondió el dinero que ahorró durante toda su vida. Lo único que
recuerda, para mayor desgracia suya, es que lo tiene escondido en algún sitio.
—“Mucho dinero” —dice.
Pero nadie le cree.

450
DON QUIJOTE NO CONOCIÓ A HAMLET

CUANDO Hamlet se batía con Laertes, don Quijote y Sancho Panza se estaban
aproximando al castillo de Helsinford. El hidalgo sabía de las disputas familiares
y se acercó a Dinamarca, unos dice que por salvar el reino y otros que guiado por
el olor a podrido.
El caso es que por cuestión de segundos no llegó a tiempo para evitar la
matanza.
Llamó a la puerta, le abrieron, se anunció y esperó a que llegase Polonio, que
sólo pudo decirle:
—Hamlet ha muerto.
Don Quijote volvió grupas y tomó el rumbo de España. Algunos daneses, que
hablaban español, cuentan que el Caballero Andante no contestaba a Sancho
Panza cuando éste preguntaba por la ínsula que esperaba encontrar en aquellas
tierras.
Años después, don Quijote también murió de la manera que nadie ignora.

451
SUCEDIDOS

A Matilde Fernández le ha sobrado un montón de carteles de la campaña


“Póntelo, pónselo” y no sabía qué hacer con ellos. Y los han llevado al Golfo, y
está todo lleno de carteles, pero en lugar de un preservativo han puesto un ataúd.

Estaba yo en casa y me viene mu hijita y me dice: “Papá, ya no soy virgen”, y


le dije: “Pero ¿cómo?, ¿a los seis años?” Le pegué una bofetada, le di una paliza,
y me aclaró: “Es que ahora me han puesto de pastorcita.”

La llevé, por el día de San Jordi, una rosa a mi mujer, y, oye, como si nada, y
venga decirle: “Oye, que te traigo una rosa”, y nada, ni caso; hasta que al final ya
me harté tanto que me marché y le dejé la rosa en la lápida.

Le preguntaron a un alto funcionario del Ministerio de Defensa qué le parecía


la postura de Irak, y él dijo: “A mí me gusta, a mí me gusta, pero a mi mujer le da
unos calambrazos...”

Ya sabéis que han dicho todos los periódicos que la torre de Pisa se ha
levantado tres milímetros. Y eso son cosas de la naturaleza, cosas inexplicables,
que como vienen se van. A mí me ocurrió lo mismo, hace años, cuando era joven,
se irguió tres milímetros, bueno, no llegó a tres, un poco menos; se levantó, la
torre de pis, y luego se bajó como se había subido, y no ha vuelto a pasar ya nada
desde entonces.

Ahora se ha advertido cómo el pueblo se anticipa a la ciencia. Cuando el


pueblo dice -por ejemplo, cuando algo es dudoso- que no se debe confundir la
velocidad con el tocino, nunca se sabe por qué se dice. Pues ahora, con las
nuevas técnicas, se ha comprendido. Tú vas por una carretera y pasa un coche a
toda velocidad, pues hay tocino, porque siempre va conducido por un cerdo.

Al pasar por un paso de peatones subterráneo he visto a un pobre, y una señora


piadosa le estaba dando dinero y le decía: “Tenga usted, caballero, y no se lo
gaste en droga, porque esto es para el ataúd.” La piedad de la humanidad es una
maravilla.

452
El día del estreno de una obra, hay una mujer en escena y se asoma el amante y
le dice: “¿Estamos solos?”, y contesta el público: “Hoy no, pero mañana sí.”

En un hospital había una señora que le habían dado una radiografía; la estaba
mirando y enfadada, enfadada, decía: “Pero bueno, cuatro mil pesetas por esto,
pero si es todo hueso.”

Dos banqueros muy importantes, españoles, están en una fiesta y uno le dice al
otro:
-De verdad, sólo hay una forma de hacerse rico honradamente.
-¿Sí, cuál es?
-Ya me imaginaba que en tu banco tampoco lo sabíais.

El otro día le pregunté a mi sobrino: “A ver, Luisito, ¿cuáles son las cinco
partes del mundo?” Y, fíjate qué listos son los niños de ahora, me dijo: “Las
cuatro partes del mundo son tres: Europa y Asia, y ahora sólo los Estados
Unidos.”

453
454
ÍNDICE

PRÓLOGO………………………………………………………………………………3

EL “TEST” DE LA CARIDAD…………..…………………………………...………...5
MILLONES DE ESPAÑOLES VULNERAN IMPUNEMENTE
LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA…..…....…………..……..………………….……...6
DE LA FELICIDAD CONYUGAL………………………………………….………….7
CÓMO HACERNOS TODOS MILLONARIOS EN VEINTICUATRO HORAS……...8
VIDA TRÁGICA DE “X”……………………………………………………………….9
TIEMPO SIN HÉROES………………………………………………………….…….10
LA METAMORFOSIS…………………………………………………………….…...11
LA INSEMINACIÓN “IN VITRO”……………………………………………...…….12
EL TIMO DE LA ESTAMPITA………………………………………………….…….13
CONSOLAR A LOS ENFERMOS…………………………………………………….14
IRRITAR EL ECO DE MARGUNCIA…………………………………….…………..15
LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD CONTADA POR UN SÁDICO……………...16
TAMBIÉN LOS PRECIOS DESORBITADOS TIENEN SUS VENTAJAS…………..17
EL FLECHAZO…………………………………………………………………….….18
MI VIDA ES UNA NOVELA………………………………………………...………..19
NO ESTOY SOLO……………………………………………………………….…….20
VENDER EL ALMA AL DIABLO………………………………………………..…..21
EL DINERO DA LA FELICIDAD, PERO NO TODA………………………….…….22
LAS GUERRAS ÚTILES………………………………………………………….…..23
CINCO MIL MILLONES DE DIFUNTOS……………………………………...…….24
¿VOLUNTAD O DESTINO?………………………………………………………......25
DON QUIJOTE EN ELSINOR……………………………………………………..….26
EL SILENCIO IMPOSIBLE………………………………………………………..….27
EL EJEMPLO DE LA NATURALEZA………………………………………...……...28
YO ME VOY A COMPRAR UN BURRO Y UNAS CASTAÑUELAS…………...….29
HISTORIAS DEL MÁS ACÁ………………………………………………………….30
UNA HISTORIA MACABRA…………………………………………………….…...31
HE DECIDIDO SIMPLIFICAR MI VIDA……………………………………...…….32
LAS MAYORÍAS INSOLENTES……………………………………………………..33
YO QUIERD SER DUEJO DE MIW OVRAS…………………………………….…..34
PATERNIDAD Y LASCIVIA, RESPONSABLES……………………………...……..35
LOS RICOS ME DESPRECIAN, LOS POBRES ME ENVIDIAN………………..….36
PARA NUESTRAS MAMÁS Y PARA LA TELEVISIÓN, NOSOTROS SOMOS LOS
MÁS GUAPOS DEL MUNDO……………………………………………………..….37
EL AMOR ES ETERNO MIENTRAS DURA………………………………………...38
MÉTODO INÉDITO Y UNIVERSAL PARA QUE TODOS SALVEMOS NUESTRAS
ALMAS Y VAYAMOS AL CIELO A GOZAR DE LA ETERNIDAD………………..39

455
¡CÓMO HE PODIDO CAER TAN ALTO!……………………………………...……..40
IMPUESTOS Y PSICOANÁLISIS…………………………………………………….41
EL HIMALAYA Y YO………………………………………………………………....42
ME ACABAN DE ROBAR MI LEJANA JUVENTUD……………………………….43
MIS ABUELOS NO SE COMPRENDEN……………………………………………..44
ES DIFÍCIL DECIR TONTERÍAS EN VANO………………………………………...45
FILIPICA A ALFONSO USSÍA………………………….………………………..…...46
TRÁFICO ILEGAL DE JUBILACIONES……………………………………...……..47
DEL AMOR AL ODIO HAY UNA HERMOSA PATADA EN LOS RIÑONES……....48
AVISO A MIS RODEADORES………………………………………………………..49
LA DICTADURA DEL VULGOTARIADO…………………………………………...50
¿ES EL OCIO LA MADRE DE TODAS LAS VIRTUDES?
ROTUNDAMENTE NO……………………..………..………….…………..………..51
UTILIDAD SOCIAL DEL HAMBRE DE LOS POBRES…………………………….52
HABLAR ES MORIR UN POCO…………………………………………...………...53
¿MNEMOQUE?…………………………………………………………………….….54
CADA UNO DE NOSOTROS ES EL MÁS FELIZ DE LOS MORTALES…………..55
TARZÁN HA MUERTO, ¡VIVAN LOS ANTROPÓFAGOS!…………………….…..56
HE MATADO…………………….…………………………………………………….57
PELIGROS DE LA VIRTUD EXAGERADA………………………………………....58
LOS MUERTOS SE TUTEAN………………………………………………………...59
LA FELICIDAD NO DA LA FELICIDAD………………………………………...….60
NO LO SÉ……………………………………………………………………………...61
¿EL HOMBRE ES MALO O PEOR?………………………………………………….62
SAN ISIDRO EN LOS CIELOS…………………………………………………….....63
NADIE ME COMPRENDE…………………………………………………………....64
NO DIGAS JAMÁS “SÍ”……………………………………………………………....65
EL DÍA QUE NO FUI NADA……………………………………………………..…...66
SONREÍR ES MORIR UN POCO……………………………………………………..67
YO NO SOY ABYECTO…………………………………………………………...….68
INUTILIDAD SOCIAL DEL HAMBRE………………………………………….…...69
EL ESTOICISMO AL SERVICIO DEL ESTADO…………………………………….70
YO TAMBIÉN FUI HIPPY……………………………………………………...……..71
LA BELLEZA DE LA MUERTE………………………………………………..……..72
EL COMPLEJO DE EDIPO NO EXISTE…………………………………...………...73
LA “OPERACIÓN RETORNO” DEFINITIVA……………………………...………...74
LA PRIMAVERA Y EL ESTERNO-CLEIDOMASTOIDEO………………………....75
SEVILLA, REGLA SIN EXCEPCIÓN…………………………………………….….76
DETERGE, FIJA Y DA ESPLENDOR………………………………………………...77
FRENESÍ EQUINO………………………………………………………………….....78
MI PERESTROIKA PARTICULAR………………………………………………..….79
FLACA PARECE, QUE NO ES, LA CARNE……………………………………...….80
LAS MASAS…………………………………………………………………………...81
HUMOR Y FRONTERAS……………………………………………….…………….82
YO ME ADELANTÉ A LAS COMPUTADORAS……………………………….…...83
CONCENTRADO DE SHAKESPEARE…………………………………………...…84

456
UN TEMA ECONÓMICO VIDRIOSO…………………………………………...…...85
DE NOCHE SOY UN MONSTRUO…………………………………………...……...86
DON QUIJOTE DEL ESCAÑO…………………………………………………….....87
FUTURO DE DOS SABORES…………………………………………………..…….88
ESPAÑA, VENCEDORA ABSOLUTA EN EL FESTIVAL EUROPEO DEL
DECIBELIO……………………………………………………….…………………...89
POR FIN TODOS SOMOS PROGRESISTAS………………………………………...90
EL DÍA QUE COGÍ LA SORNA…………………………………………………...….91
SE ACABARON LOS EXPLORADORES……………………..……………….…….92
LA UTILIDAD DEL HUMOR………………………………………………………...93
MIS MILLONES……………………………………………………………………….94
FEO IS BEAUTIFULL………………………………………………………………...95
NO COMPENSA SER PERVERSO…………………………………………………...96
CONTABILIDADES SECRETAS……………………………………………………..97
LA ATOMIZACIÓN DE LA MORAL………………………………………………....98
LA MOSCA…………………………………………………………………………….99
UN CUENTO CRUEL…………………………………………………………….….100
LOS DIOSECILLOS DEL CÍRCULO DE BELLAS ARTES………………………..101
LA IMPRESCINDIBLE REFORMA ELECTORAL…………………………….…...102
LA DESCANSADA VIDA………………………………………………………..….103
LOS RICOS Y LOS RESTAURANTES……………………………………………...104
EL RUIDO………………………………………………………………………...…..105
UN VICIO URBANO…………………………………………………………..…….106
LA BESTIA QUE NOS HABITA………………………………………………...…..107
LA CRUELDAD DE LOS DIOSES………………………………..……..………….108
EL HOMBRE QUE BUSCABA DIÓGENES…………………………………...…...109
LOS BESARRABOS………………………………….………………..………….....110
CAMBIOS EN EL CINE SOVIÉTICO…………………………………………...….111
LIMPIEZA DE FIN DE AÑO………………………………………………………...112
PAZ EN EL CAMPO……………………………………………………………….....113
YO ME COMÍ UNA AZUCENA……………………………………………….…….114
POR QUÉ DEBÉIS, QUERIDOS NIÑOS, AMAR MUCHO A LOS REYES
MAGOS………………………..……………………………………………………...115
PRESCRIPCIÓN DE LOS ODIOS……………………………………………….…..116
CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE POR EL ESTILO……………………….….117
LOS CLÁSICOS Y LA HISTORIA, AL ALCANCE DE LOS NIÑOS………….…..118
UNA TERAPEUTA PERVERSA-POLIMORFA……………………………………..119
LAS MANCHAS DEL PECADO…..………………………………………………...120
NO VIVO POR VIVIR…………………………………………………………...…...121
ESCUCHA Y CALLA………………………………………………………………...122
LOS SANDIOS DE LA DEMOCRACIA……………………………………...……..123
HUMOR Y PRAXIS……………………………………………………………….....124
UNA HERMOSA HISTORIA DE AMOR………………………………………..…..125
HABLAR DE LO QUE SE SABE………………………………………………...….126
LA DESHUMANIZACIÓN DE LAS ESTADÍSTICAS………………………...…...127
LA VIRTUD NO RECOMPENSADA…………………………………………….….128

457
REGLAS PARA RESOLVER LOS PROBLEMAS DEL TRÁFICO EN LAS
GRANDES CIUDADES……………………….……………………………………..129
POETA MÍSTICO CON IVA…………………………………………………...…….130
EL TRIUNFADOR…………………………………………………………………....131
COPROFILIA ESTÉTICA…………………………………………………...……….132
EL INCONSCIENTE FINANCIERO………………………………………..…….....133
LAS FLORES TAMBIÉN SON PERVERSAS POLIMORFAS……………………..134
LA TÉCNICA Y EL HOMBRE……………………………………………………....135
DOS TRISTES Y VIEJAS HISTORIAS DE AMOR……………..……………….….136
LOS LÍMITES DEL HUMOR……..………………..……..…………………..……..137
DERROTA DEL HOMBRE…………………………………………………………..138
MAMONES…………………………………………………………………………...139
UN DERECHO DEMOCRÁTICO…………………..………………………...……..140
TRAGEDIAS BENIGNAS………………………………………………………..….141
UNA HISTORIA DE TERROR…………………………………………………..…..142
AQUELLA MUJER……………………………………………………………...…...143
SAN FRANCISCO ENTRE NOSOTROS…………………….……………...……...144
EL AMOR ES TUERTO…………………………………………………………...….145
UN CADÁVER VIVO………………………………………………………………..146
EL COLOR DE HAMLET…………………………………………………..………..147
FELICIDAD MATRIMONIAL……………………………………………..………...148
EXHIBICIONISMOS……………………………………………………………...….149
CERDOS, HOMBRES, RATAS………………………………………………….…...150
LA COCINA CHINA……………………………………………………………...….151
LA VUELTA AL EDÉN…………………………………………………………...….152
TIEMPO DE AZOTES…………………………………………………………….....153
ESTATUAS EN CALZONCILLOS……………………………………….………….154
ASÍ SE ENSEÑA LA HISTORIA……………………………………………...……..155
LOS LÍMITES DE LA RENUNCIA……………………………………………...…..156
SUPERSTICIÓN……………………………………………………………………...157
MI ALMA GEMELA………………………………………………………………....158
LO REPITO: SOBRAMOS GENTE……………………………………………..…...159
LLUVIA DE LEYES………………………………………………………………….160
EL JUICIO DE SALOMÓN……………………………………………………...…...161
¿ESTÁ EL CRIMEN PERFECTO AL ALCANCE DE LA CLASE MEDIA?…...…..162
NI SIQUIERA TODOS LOS MUERTOS SON IGUALES……………………….….163
LECTURA Y NUTRICIÓN…………………………………………………………..164
ELOGIO AL CHEQUEO……………………………………………………………..165
ESCRITURA AUTOMÁTICA………………………………………………...……..166
SÓLO SÉ QUE NO SABEMOS NADA………………………………………….…..167
LAS EXAGERADAS EXIGENCIAS DE MI DIRECTOR ESPIRITUAL………….168
¿QUÉ CÓMO LO SÉ?………………………………………………………………..169
CABEZAS DE RATÓN…………………………………………….…………..…….170
PROBADORES DE SEXO…………………………………………………….……..171
LOS VOTOS CONTEMPORÁNEOS………………………………………...……...172
LA CONCUPISCENCIA, SATÁN Y LAS MOSCAS……………………………..…173

458
EL AMOR AMORTIZADO…………………………………………………………..174
INSOMNIO Y CULPA………………………………………………………………..175
SONDEOS………………………………………………………………………..…...176
LA VIDA ES SUEÑO…………………………………………………………..…….177
EL TACTO DESDEÑADO…………………………………………………………...178
DEL DIARIO DE UN PADRE………………………………………………….…….179
CINE Y MONTAJE………………………………………………………………..….180
DULCE HISTORIA DE AMOR……………………………………………………...181
EL TERROR……………………………………………………………………...…..182
PALABRAS LLENAS…………………………………………………………...…..183
TU VIDA ES UNA NOVELA………………………………………………..…..…..184
HUIR DEL MUNDANAL RUIDO……………………….………………..………...185
UN LADRÓN DE MI DORMITORIO…………………………………..…………..186
LA RESURRECCIÓN DE DIÓGENES………………………………….………….187
HUIR DEL MUNDANAL RUIDO……………………….…………………….…...188
UN PANADIZO PROPIO DUELE MÁS QUE MIL AJENOS………………..…….189
EL “TEST” DE LA DECLARACIÓN DE LA RENTA……………………………...190
LOCO DE PAGAR……………………………………………………………….…...191
BUSQUEMOS EL PLACER…………………………………………………….…...192
LA VENGANZA DE LOS DIOSES…….…..…..…….…….………………………..193
SEÑOR JUEZ: HOY HE ESTRANGULADO A MI POBRE DE CABECERA….....194
UN ABUSO A ERRADICAR………………………………………………………...195
EL NUEVO INFIERNO……………………………………………………………...196
LA MUERTE DEL MAGNATE JAPONÉS……………………………………..…...197
EL SUEÑO………………………………………………………………………..…..198
TOMARLO A RISA…………………………………………………………………..199
ALIENAR LA CULPA…………………………………………………………..……200
LOS RASCAMIENTOS……………………………………………………...……….201
LA DEGRADACIÓN DE LOS HÉROES……………………………………….…...202
LA DELINCUENCIA NACIONALIZADA……………………………………….....203
¿CUÁNDO ODIAR A LOS POBRES PUEDE SER INTERPRETADO COMO UN
ACTO DE LEGÍTIMA DEFENSA?………………………………………………….204
MI ORDENADOR DE CABECERA…………………………………………..…….205
MACHISTAS POR PARTE DE MADRE…………………………………………....206
LA BELLEZA DE NARCISO………………………………………………………...207
YA TODO ES POSIBLE…………………………………………………………..….208
EL HUMOR NUESTRO DE CADA DÍA…………………………………….……...209
LOS TENORCITOS……………………………………………………………….….210
LA FELIZ TRAGEDIA SOVIÉTICA…………………………………………..…….211
SER MOZART……………………………………………………………………......212
ELOGIO DEL SILENCIO Y VITUPERIO DEL ESTRUENDO………………...…..213
LOS DÍAS INTERNACIONALES…………………………………………….……..214
REFLEXIONES DE UNA LEGAÑA………………………………………..……….215
EL BUEN MORIR………………………………………………………………..…..216
UN DÍA MÁS Y PLEGARIA………………………………………………………...217
CHISTE Y METÁFORA………………………………………………………….….218

459
EL FRACASO DE NARCISO…………………………………………………...…...219
COME PARA VIVIR Y NO VIVAS PARA EL COLESTEROL……………………..220
¡QUÉ MANERA MÁS TONTA DE HACERSE RICO!……………………………...221
LOS PREMIOS LITERARIOS ENGORDAN…………………………………...…..222
CERRADO POR REFORMAS…………………………………………………..…...223
LA LÓGICA Y EL INFINITO AL SERVICIO DE LA ALIMENTACIÓN DEL
HOMBRE………………………………….……………………………………...…..224
LA FILOSOFÍA EXPLICADA POR UN ANALFABETO…………………………...225
AL SALTO CUALITATIVO…………………………………………………..……...226
ZOQUETES EN EL QUINTO CENTENARIO…………………………..………….227
NADIE ENSUCIA MI HONOR…………………………………..……………….….228
CUENTO TRÁGICO DE VERANO………………………..………………………..229
EL TIMO DE LA ANGULITA…………………………………………………….....230
TRAGEDIAS RIDÍCULAS………………………………………………………......231
LA TRAGEDIA DE LOS AFICIONADOS…………………………………...……...232
LA SOSPECHA……………………………………………………………………….233
LAS NUEVAS DOS ESPAÑAS……………………………………………………...234
AMOR………………………………………………………………………………...235
EXHIBICIONISMO……………………………………………………………..…...236
AME A SU HÍGADO…………………………………………………………….…...237
MI VIDA ES UNA OLIMPIADA…………………………………………………….238
DIÁLOGO DE BESUGOS MUSICALES……………………………………….…..239
DON JUAN Y DON LUIS…………………………..………………………………..240
CONTRA EL VICIO DE AHORRAR ESTÁ LA VIRTUD DE LO CONTRARIO....241
NO TODOS LOS MUERTOS SON IGUALES……………………………………....242
LA DUDA……………………………………………………………………………..243
GRACIAS, ALFONSO…………………………………………………………...…..244
VICTORIA SOBRE EL ESTRUENDO…………………………………….………...245
LA LECCIÓN MAGISTRAL………………………………………………………...246
MIRANDO AL FUTURO CON SERENIDAD………………………………….…..247
NEBRIJA Y EL METAPLASMO………………………………………………...…..248
UN CASO DIFÍCIL………………………..………………..…………...…………...249
LA NUEVA BELLA DURMIENTE DEL BOSQUE………………………………....250
EL INTÉRPRETE……………………..……….…………..…………………….…...251
MATEMÁTICAS NO EXACTAS…………………………………………………....252
CUESTIONES GRAMATICALES…………………………………………………...253
UNA ISLA PARA DOS…………………………………………………………….....254
NO ENGAÑARÁS A HACIENDA…………………………………………………..255
HABLEMOS HOY DE LA CIENCIA………………………………………...……...256
EL AMOR AL PRÓJIMO Y LAS MATEMÁTICAS……………………………..…..257
LA CERILLERA………………………………………………………..…………….258
MIME A SU ÁNGEL DE LA GUARDA……………………………………...……...259
SÍ-NO………………………………………………………………………………….260
MILAGROS ECONÓMICOS………………………………………………..……….261
MUTACIÓN……………………………………………………………………….….262
PLACERES OLVIDADOS…………………………………………….……………..263

460
LOS TRES FILÓSOFOS………………………………………………………….…..264
INFORME…………………………………………………………………………….265
DE NUEVO EL COLESTEROL………………………………..………...………….266
DIOS CASTIGA CON PIEDRAS EN LOS RIÑONES……………………………...267
EL HOMENAJE O NO SOMOS NADA……………………..……………………....268
SUICIDARIUM…………………………………….…………………………..….....269
NO TODA LA CULPA ES DE ELLOS……………………………………………….270
NOSTALGIA………………………………………………………………………....271
YO QUIERO ESTAR LOCO……………………………………………………..….272
RENUNCIACIÓN………………………………………………………………..…..273
LA EXPLOSIÓN……………………………………………………………………...274
UN RECUERDO DE LA INFANCIA……………………………………….………..275
¡QUÉ PENA!……………………………………………………………………….....276
EL DECORADO………………………………………………..…………………….277
YO SÓLO SÉ QUE NUNCA SABRÉ NADA………………………………...……...278
UNA HISTORIA TRÁGICA……………………………………………………...…..279
INSOMNIO…………………………………………………………………………...280
LA BOFETADA……………………………………………………………...……….281
LOS HARENES DE OCCIDENTE…………………………………………………..282
EL ASESOR DE MI MENTE………………………………………………….……..283
¡ALLÁ YO!………………………………………………………………………..….284
LA BROMA………………………………………………………………………......285
EL ACOSO………………………………………………………………….………..286
LAS ÚLTIMAS DICTADURAS……………………………………………………...287
UN MATRIMONIO EJEMPLAR…………………………………………………….288
LA EXTINCIÓN………………………………………………………………….…..289
EL ALBA Y LA ROSA………………………………………………...……………..290
EL ROBO DEL PERRO DE PAVLOV……………………………………………….291
VIDAS PARALELAS CON AMNESIA……………………………………………...292
UN NIÑO AFORTUNADO……………………………………..………………..…..293
LOS TEMIBLES DINOSAURIOS………………………………………..………….294
LA SABIDURÍA DE LOS CANÍBALES…………………………………………….295
UN PROBLEMA LABORAL………………………..……………………………....296
MI SEÑORA ES MI MARIDO…………………………………………………...….297
QUE EL GOBIERNO NOS PERDONE……………………………………..……….298
CONTROL DE LA ABUELIDAD……………………………………………….…...299
UN ODIO ETERNO……………………………………….………………………….300
LOS CRÍTICOS………………………………………………………………...…….301
SILENCIOS MATRIMONIALES……………………………………………….…...302
LA INOCENCIA DE LOS CORRUPTOS…………………………………….……...303
UN HOMBRE SIN PASADO………………………………………………………...304
LAS SEÑORAS DE LOS HUEVOS DE ORO………………………………...…….305
EL INVENTO DE LA MEMORIA…………………………………………………..306
UN BONITO JUEGO PARA BRILLAR EN SOCIEDAD…………………….…….307
OTRA VEZ LOS ÁNGELES DE LA GUARDA………………………………...….308

461
DE LA INFLEXIÓN DE LA CURVA DE LA CARIDAD EN LOS GRÁFICOS
ECONÓMICOS…………………..…………………………………………….……..309
LA CADENA PSICOANALÍTICA…………………………………………...….…..310
PROTOCOLOS RACIONALES…………………………………………….………..311
LOS SORDOS DE SÍ MISMOS………………………………………………..…….312
AQUEL NIÑO………………………………..……………………..……..………....313
QUIZÁS CONVENGA MORIRSE JOVEN…………………………………..……...314
GUERRA AL DECIBELIO……………………………………………………….…..315
LOS INTELECTUALES Y LOS INTELECTUALES…………………………….....316
MÁS ALLÁ DEL INCONSCIENTE……..……..……..……..…………………...….317
ESPERANZADOR AUGE DE CRÍTICOS DE LA NADA EN ESPAÑA…………...318
PONER LA OTRA MEJILLA……..…….…..…..…..………….………………….....319
INFORME DE UNA HISTORIA TRÁGICA CON FINAL FELIZ………………......320
HOMO ERECTUS……..………..……..……..………..….………..……………..….321
ÓBITOS Y SEPELIOS GONZÁLEZ, S.L……………………………………….…...322
LA ENTROPÍA CONYUGAL…………….………………………..………………...323
LA SOBERBIA DE UN LOCO HUMILDE………………………………………….324
INFORME MÉDICO-LEGAL………………………………………………………..325
ESPAÑA ENTRE REJAS………………………………………………………….….326
EL DESTINO……………………………………………………………………...….327
INUTILIDAD DE LA HISTORIA DEL HOMBRE……………………………...…..328
LOS NUEVOS MENDIGOS………………………………………..…………...…...329
SIEMPRE HAY ALGUIEN QUE NOS LO EXIGE……………………………...…..330
CUIDAR LA IMAGEN……………………………………………………………….331
LA DOBLE EXPLOSIÓN DEMOGRÁFICA………………………………………..332
LA TOZUDEZ DEL EREMITA……………………………….………………….…..333
LOS ESFÍNTERES…………………..……..….……………………….…………….334
REFLEXIONES BIOLÓGICO-METAFÍSICAS PESIMISTAS……………….…….335
LOS CIENTOS DE MILES DE MILLONES DE JINETES DEL APOCALIPSIS….336
LOS ÓRGANOS LLAMADOS HEMATOPOYÉTICOS………………………...….337
LA DUDA…………………………..………………………………………………....338
CHANTAJE Y CLAUDICACIÓN………………………………………………...….339
SOBERBIA Y HUMILDAD……………………………………………………...…..340
EL SECRETO DE NARCISO…………………………….…………………….…….341
UN SUICIDIO FRUSTRADO…………………………………………………….….342
LAMENTO………………………………………………………………………...….343
LA NUEVA SOLEDAD………………………………………………………..……..344
EL NUEVO FATALISMO…………………………………………………………….345
EL PERRO ABANDONADO…………………………..……………..……………...346
EL ESCRITOR Y SU LEGÍTIMA……………………………………………….…...347
TENDRÁS QUE ACOSTUMBRARTE……………………………………..……….348
ESPECTACULAR AUMENTO DE LA OFERTA DE POBRES EN EL MERCADO
NACIONAL…..……….……….………..………..………….………..…………..….349
FABRIQUE EN CASA SU PROPIA BOMBA DE URANIO…………………...…...350
NUEVO TEATRO EXPERIMENTAL………………………..………………….…...351
ADIÓS A LOS PLACERES…………………………………………………….…….352

462
EL MAGMA………………………………………………………………………......353
UN DESCUBRIMIENTO GENIAL……………………………………………..…...354
HIMNO A LA ESPERANZA SIN FUTURO………………………………………...355
LA VERDADERA HISTORIA DEL BIG-BANG…………………………………....356
LA IRONÍA………………………..……………..……………..……..……………...357
ESTA MAÑANA ME HE MUERTO……………………………………………..…..358
LA DECADENCIA DEL RETRATO AL ÓLEO……………………………….…….359
CUENTO DE NAVIDAD………………………………..…………………………....360
LOS NUEVOS ÁNGELES DE LA GUARDA……………………..………..……….361
REFLEXIÓN MORAL……………..……….……..……..……….……..……….…...362
CÓMO SALVAR A LOS HOMBRES DE LA FETIDEZ EN QUE VIVEN
ACTUALMENTE ENCENAGADOS…………..………………………………...….363
DON FÉLIX……………………….……………………………………………...…..364
DROGADO DE ETERNIDAD…………………………………………………….....365
¿QUIÉN SOY YO?…………………………………………………………………....366
EL ABISMO……………………………..………………………..…………………..367
DESGRACIADO EL HOMBRE QUE SIENTE SUS VÍSCERAS………………......368
LA HUMILDAD……………………….………………….………………..………...369
SOLICITUD DE INDULTO A MÍ MISMO……………………………………..…...370
LOS NUEVOS ÁNGELES DE LA GUARDA…………………………….………...371
A DAMIS………………………………………………………………………….….372
LA CERILLERA……………………………………………………………….……..373
NO CONSTAR……………………………………………………..………..………..374
UN DESAFÍO A LAS CIENCIAS FÍSICAS ESPAÑOLAS…………………..……..375
VOLVAMOS A LOS ANTIGUOS PECADOS…………………………………..…...376
HABLABA DE AMOR…………………………………………………………….....377
INFORME………………………………………..………………………………..….378
MEMORIA Y SÉPTIMA EDAD………………………..……………………..……..379
DIOS MÍO, ¿Y QUÉ HAGO YO AHORA?………………………………………….380
¿QUIÉN SOY TÚ?…………………………….…………….………………………..381
TODOS SOMOS PERFECTOS…………………………..……………………….….382
VIVIR LOS SUEÑOS………………………………………………………………...383
CHEQUEOS…………………………………………………………………………..384
ASESINÉ SU PASADO…………………….…………………………….…………..385
EL HOMBRE Y LA MASA…………………..……………………………….……...386
DIÁLOGO SOBRE LA INCAPACIDAD DE LOS ESPAÑOLES PARA DAR SU
VIDA POR LAS CIENCIAS EMPÍRICAS……………………………………...…...387
LA DESOLACIÓN DE LOS HARENES………………………………………...….388
ENTREVISTA SOCIOLÓGICA………………………..…………………………....389
GRITOS DEL MÁS ALLÁ……………………………………..………………...….390
REFLEXIÓN MORAL DE UN MISERABLE……..…………………….………......391
ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL FIN DEL MUNDO………...……..392
CREYENTES NO PRACTICANTES…………..………….………………………...393
EL NUEVO IMPERIO……………………………………..……………………..…..394
NO ESTÁS SOLO…………………………………………..…………………..…….395
LOS ENVASES……………………………………………………………………….396

463
DARWIN Y LAS GALLINAS………………………………………………………..397
EL ARTISTA DE BROADWAY……………………………………………………...398
LAS POLILLAS…………………………………………………..………………......399
NUEVO AVANCE SOCIAL………………………..………………………………...400
AMAR AL PRÓJIMO…………………………………………………..………….....401
¿A QUÉ HORA ALMORZABAN LOS TROGLODITAS?………………………….402
LA NUEVA NARRATIVA INFANTIL….…………..………..………..………..…....403
VERTIGINOSO CRECIMIENTO DE LA DEMANDA DE CARIDADES……..…..404
CONFESIONES DE UN HOMBRE INVISIBLE…………..………………….….....405
CUENTOS INFANTILES PARA LA TERCERA EDAD…………………………….406
DARWIN Y LAS MATEMÁTICAS………………….………………………..…......407
EL HIJO DE DON JUAN TENORIO…………………………………….…………..408
DON QUIJOTE DESCORAZONADO…………………………..…………...……...409
DESCRIPCIÓN DE JUANITA………………..…………..……………………...….410
EL NUEVO SANTORAL…………………….…………………………..……….....411
EL CADÁVER DE NUESTRO ENEMIGO……………………………….………...412
INFORME DE LAS NIÑAS MARCIANAS…………………………..………….....413
EL SILENCIO DE LOS DIOSES………………………………………………..…..414
COSAS DE LA VIDA Y DE LA MUERTE……………………………………..…..415
NO HAY QUE MATAR LOS SILENCIOS……………..…………………….……..416
UNA TRADICIÓN ESPARTANA…………………………….…………………..….417
EL FILÓSOFO DIJO………………………………………………………….…..…..418
UNA NUEVA AMENAZA PARA LOS HOMBRES……………………………...….419
LAMENTO……………..…..……………………………………………………..…..420
LA ECONOMÍA DE MERCADO Y LA MENDICIDAD…………….……………...421
ENSAYO SOBRE LA TONTERÍA HUMANA……………………………………....422
LOS ODIOS LUCRATIVOS…………………………………………………….…...423
AMNESIA………………………….………………………………………………....424
¿QUIÉN NO?………………………………………………………………………....425
VIDAS PARALELAS……….…..…..…….……….……………………..……...…...426
EXISTE EL MÁS ALLÁ, PERO ES DE REDUCIDAS DIMENSIONES……….….427
EL CINISMO DE SHAKESPEARE……………………………………………...…..428
NO DIGAS NUNCA “DE ESTA SANGRE NO BEBERÉ”…………………...……..429
UN MILAGRO DUDOSO……………………………..………………………...…...430
NECESIDAD DE LA PENA DE MUERTE PREVENTIVA……………….………...431
HISTORIA TRISTE………………………………..………………………………....432
LO LLEVABA ESCRITO…………………………….…………………………..…..433
SIEMPRE LOS ASESINOS COMETEN ALGÚN ERROR……………………...….434
HISTORIA DE AMOR Y DE DESENGAÑOS…………………………….…….…..435
MÁS VALE MORIR A TIEMPO QUE RONDAR UN AÑO………………….……..436
SIEMPRE OCURRE ALGO PEOR QUE LO PEOR…………………………….…..437
LA CERILLERA HUÉRFANA……………………..……………………………..….438
CUENTO DE NAVIDAD…………………………..……………………………..….439
RELATO DE CIENCIA FICCIÓN…………………………………………….……..440
LA SANTA MADRE………………………………………………………………....441
EL JUICIO DE SALOMÓN……………………………………………………..……442

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UN CASO DE VOCACIÓN…………………………………………………...……..443
HARTO DE FREGAR………………………………………..………………….…...444
DIOS CASTIGA SIN PIEDRA NI PALO……..……………….………………..…...445
NO ES BUENO RECORDAR A LOS SERES QUERIDOS MUERTOS……….…...446
SUCEDIÓ DE OTRA MANERA…..……….……….…………….....………….…...447
DIOS QUIERA QUE NO SEA SU HIJO…………………..……………...………….448
UN CASO DE BONDAD DE CORAZÓN…………..……………..………………...449
SE DEBE AHORRAR PARA QUE EL DÍA DE MAÑANA NO TE FALTEN
MOTIVOS DE ARREPENTIRTE DE HABER AHORRADO…………..……….….450
DON QUIJOTE NO CONOCIÓ A HAMLET………………………………………..451
SUCEDIDOS.................................................................................................................452

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