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EL CONCEPTO DE COMUNIDAD
Existen diversas definiciones que aluden a la comunidad y en cada una de ellas, podremos
apreciar determinados marcos teóricos y enfoques de trabajo, por lo cual, el concepto de
comunidad no es unívoco y lineal.
“se podría definir a la Comunidad como un: Sistema o grupo social de raíz local, diferenciable
en el seno de la sociedad de que es parte en base a características e intereses compartidos por
sus miembros y subsistemas que incluyen: Localidad geográfica –vecindad–, interdependencia
e interacción psicosocial estable y sentido de pertenecía a la comunidad e identificación con
sus símbolos e instituciones.” (Sánchez Vidal, 1991: 84)
También Maritza Montero define un nivel de abordaje posible, al concebir la comunidad como:
“un grupo social dinámico, histórico y culturalmente constituido y desarrollado, […] que
comparte intereses, objetivos, necesidades y problemas, en un espacio y un tiempo
determinado y que genera colectivamente una identidad, así como formas organizativas,
desarrolladas y empleando recursos para lograr sus fines.” (Montero, 1998: 212)
Al operar como un sistema complejo constituido por múltiples niveles jerárquicos, procesos y
movimientos, el concepto de territorio permite visibilizar, estudiar y analizar las dimensiones
de inequidad y opresión –de clase, de género, étnicas y otras– constituyéndose en una vía para
integrar acciones de disminución de riesgos, prevención y promoción de salud colectiva.
Tomar en cuenta la dimensión histórica es fundamental para conocer con mayor profundidad a
la comunidad, rescatar los valores, aportes, así como también los errores de experiencias
anteriores para no volverlos a repetir. En otras palabras, para fortalecer las actuales prácticas
reflexionando en qué contexto histórico se realizan.
En este sentido, es importante tener en cuenta también los sentimientos, sueños y fortalezas
que la comunidad posee. Cuando los sujetos que están inmersos en determinada comunidad
tienen la posibilidad de rescatar, poner en palabras y tomar conciencia de estos aspectos, los
mismos enriquecen el sentido de pertenencia, autoestima, y fortalecimiento y pueden incidir
positivamente en lograr un protagonismo y una participación real por parte de la comunidad.
Ese territorio cerrado, amurallado y defendido por servicios de seguridad, lugar en donde
todos se conocen y se dan lazos mutuos de buena voluntad, implica la dación de seguridad a
cambio de un valor individual, como la libertad (ibíd.).
Sería interesante debatir las razones por las cuales el “mundo globalizado” “conspira por
destruir” “el sentimiento de seguridad”. Nos podría ayudar a trabajar en el campo de la Salud
Mental Comunitaria, develando estas cuestiones que destruyen lazos solidarios y afectan al
bienestar social. Podríamos considerar, tomando algunas palabras de Bauman, que el
sentimiento de inseguridad, dificulta la búsqueda de recursos para una verdadera vida
comunitaria:
1. Historia,
2. Cultura,
Y luego agrega:
- Relaciones sociales habituales, frecuentes, muchas veces cara a cara (Montero, 1998a;
Sánchez, 2000).
- Interinfluencia entre individuos y entre el colectivo y los individuos (McMillan y Chavis, 1986).
- Límites borrosos.
propuestas de reforma del sistema psiquiátrico clásico o asilar, Sara Ardila y Emiliano
Un autor que ha trabajado mucho sobre el concepto de participación social rastreando sus
diferentes perspectivas en distintos momentos históricos y relacionándolo con las teorías
socioculturales hegemónicas, ha sido Eduardo Ménendez. Nos vamos a referir a continuación a
su artículo “Participación social en salud como realidad técnica y como imaginario social”
(Menéndez, 1998a: 8-22).
En los años ‘60 primó en los procesos de participación social el rescate de la diferencia y
particularidades de los grupos –grupos unidos por un rasgo diferencial: cuestiones culturales,
ideológicas, étnicas, identidades estigmatizadas–. Estos grupos presentaban formas de vida
particulares y muchos de ellos expresaban propuestas contrahegemónicas importantes.
Por otro lado, en las décadas de los ‘60 y los ’70, la corriente institucionalista analiza los
micropoderes que se establecen en las distintas instituciones y cómo éstas reproducen ciertas
formas de dominación, a través de diversas prácticas que en muchos casos eran cuestionadas y
hasta incluso despreciadas. Pero algunos ven a la participación social como un factor
importante para oponerse a lo ya instituido y se intenta demostrar cómo los sectores más
pobres económicamente o desfavorecidos en sus derechos humanos, eran más susceptibles de
quedar por fuera de determinadas decisiones o estaban limitados en el ejercicio del poder y de
la correspondiente participación.
“En consecuencia uno de los problemas a resolver tanto en dicho período como en la
actualidad, es qué se entiende por sujeto y qué por estructura y la relación entre ambos.”
(ibíd.: 9)
En los años `70 y `90 se produce una de crisis en la participación, se debe señalar que
fundamentalmente, en esos años América Latina se encontraba subsumida bajo gobiernos
dictatoriales, sumamente represivos, los cuales repercutieron en la participación social y en su
continuidad, discontinuidad y heterogeneidad.
Durante la década de los ‘90, todo un marco de autores y corrientes que defienden y
responden a los intereses neoliberales, utilizan el concepto de participación social, pero
haciendo hincapié en el individuo, en la responsabilidad de éste y convalidan la posible
ausencia o desresponsabilización por parte del Estado, colocando el eje en la sociedad civil.
Por otro lado, se ubicaban aquellos que pensaban la participación social sólo desde la óptica de
clases sociales dejando de lado su especificidad étnica, religiosa, etaria, de género, etcétera.
La discusión teórica acerca de: a qué llamar participación social y cuáles son sus objetivos y
sentidos, es muy amplia. Abarca desde fenómenos microgrupales a masivos, en este caso, los
recitales. Nuestra perspectiva focaliza a la participación social como derecho propiciador de
procesos democráticos y de garantía y defensa de derechos ciudadanos.
A partir de la conferencia de Alma Ata la participación social ha sido considerada como una de
las actividades básicas de las políticas de atención primaria de la salud. Los organismos
internacionales (OPS) consideran que campañas de vacunación, la formación de agentes de
salud, los comités de salud o la constitución de sistemas locales de salud (SILOS) constituyen
fenómenos de participación social. Para Menéndez estas actividades “no constituyen
expresiones sustantivas de PS” (op.cit 1998a:13) son solo un medio, un instrumento para la
realización de objetivos que si bien apuntan a problemáticas de salud, no implican una
verdadera participación social-comunitaria.
Esto pone en evidencia que existen distintas posturas en relación a la participación social. Una
de ellas apuntaría y focalizaría la participación en lo local e inmediato, sin cuestionar aspectos
macrosociales que pudieran repercutir en el proceso saludenfermedad- atención y en la vida
cotidiana de los diferentes actores. Y por otro lado, se presenta la mirada que propone una
participación social en relación con el proceso salud-enfermedad-atención que insta a una
transformación social desde lo local. Así cómo también hay quienes ven en la participación
social un medio para que los/as actores o la comunidad desde lo local, desarrolle cierta
autonomía y resuelva sus problemas. Y otros que ven a la participación social como un factor
importante, no solo para expresar sus problemas, sus necesidades y tratar de solucionarlos,
sino también como un factor de desarrollo de contrahegemonía.
Los aspectos cotidianos están atravesados por los estructurales y viceversa. Un camino posible
sería aquel en el cual, comunidad y profesional o agente externo, solucionaran los problemas
cotidianos, pero teniendo conciencia de cómo los mismos están relacionados con los
estructurales. Y en ese mismo proceso, ir analizando y profundizando sobre la existencia de las
diversas causas para que colectivamente se vayan creando desde prácticas concretas
alternativas que presionen y modifiquen, aquello que va más allá de lo inmediato o cotidiano.
Por otro lado, motoriza los procesos de transformación de las condiciones de vida por parte de
los miembros de la comunidad y puede constituirse en la base de la continuidad de la
participación a través del tiempo (Montero, 1994), que apunte a procesos que promueven lo
que se denomina participación real.
Este proceso de participación tiende a transformar a los colectivos, grupos y/o comunidades
cuando se inicia un proceso de conocimiento de la propia realidad que desnaturaliza la visión,
muchas veces desesperanzada, en torno a las posibilidades de transformación. Tener en
cuenta estos aspectos favorece el proceso de participación colectiva, ya que desde el rastreo
de información y acercamiento a la comunidad se tiene que estar atento/a a que la misma esté
interesada, comprometida y dispuesta a trabajar en el proceso que conjuntamente se va a
iniciar.
Todo proceso de trabajo comunitario requiere responsabilidad, coherencia, es decir, amor por
la práctica que se realiza. Trabajar con la comunidad y escucharla es tener en cuenta sus
necesidades, sus deseos y sus sueños, ya que estos aspectos son el motor de toda la acción
colectiva que emprenderemos en el trabajo con la comunidad.
En relación a las necesidades humanas tenemos que considerar los múltiples aspectos y
dimensiones que éstas implican, por lo tanto debemos analizar y visualizar las necesidades
específicas que tiene la comunidad con la que trabajamos. No podemos generalizar
necesidades, éstas estarán relacionadas con el contexto histórico-social en el que se asienta la
comunidad. Las necesidades se presentan no solo desde su carencia, sino también como
potencialidades que poseen los sujetos. Es imprescindible comprenderlas no únicamente como
carencia que conlleva a remitirlas al plano de lo fisiológico, que es donde la necesidad asume
con mayor fuerza y claridad la sensación de “falta de algo”. Debemos entender que las
necesidades también movilizan, comprometen y motivan a los sujetos y a la comunidad a la
búsqueda de situaciones y relaciones más confortantes y liberadoras (Max Neef, 1993).
Para ello se tiene que rescatar desde un principio, la importancia de generar espacios de
diálogos y reflexión sobre las distintas situaciones que viven cotidianamente los sujetos,
buscando que dichos espacios sean utilizados para la reflexión y la generación de distintas
estrategias en las que los protagonistas –la comunidad– se reconozcan, se asuman y se
revaloricen como actores que a través de sus prácticas y conocimientos, pueden generar
cambios y acciones transformadoras.
Desde este punto de vista la premisa fundamental del trabajo de los Equipos de Salud
Comunitaria es colaborar en la generación de un verdadero protagonismo de la comunidad,
para que de esta manera la misma se fortalezca y asuma un papel activo que trascienda el
proceso de trabajo del equipo de salud con la comunidad y permita la autonomía y la fortaleza
de la comunidad.
El trabajo colectivo debe hacerse entre todos/as. Cada participante debe ser parte interesada.
Cada participante debe sentirse parte interesada. Nadie puede ser excluido. El trabajo
comunitario no puede ser paternalista o maternalista, no debe caer en la dependencia del
trabajador de Salud Mental Comunitaria. La comunidad tiene que participar de todo el
proceso, tiene que sentirse sujeto del proceso. El trabajo realizado tiene que tender al
fortalecimiento de la comunidad. El fortalecimiento tendrá que responder al desarrollo
conjunto de la comunidad en sus capacidades y recursos acentuando en dimensiones tales
como el compromiso, la conciencia y la criticidad para lograr la transformación de su entorno
según sus necesidades y aspiraciones, transformándose al mismo tiempo a sí mismos
(Montero, 2003).
Éste es un trabajo que exhorta rigurosidad, que requiere que los Equipos de Salud puedan
partir de los problemas y las preguntas que se hace la comunidad porque tiene confianza en
las potencialidades; y a la capacidad para enfrentarse a la contradicción (Urbilla, 2000).
Esta posición propone procesos y abordajes contextualizados, interroga los actos técnicos y
promueve la apropiación de saberes y prácticas potenciadoras de autonomías creadoras,
facilitando la identificación y transformación de situaciones de marginación, dependencia y
sufrimiento (Zaldúa, 2000).
Conocer a la comunidad nos permite generar estrategias más efectivas para garantizar la
apropiación del proyecto que conjuntamente se realizara.
“La Psicología Social Comunitaria desde la perspectiva crítica y de la liberación interroga las
dimensiones de la participación y el compromiso comunitario, en sus efectos de satisfacción de
necesidades, de promoción de ciudadanía y de la sociedad civil. Desde el dominio de los
valores puede promover la autodeterminación, el empoderamiento en la diversidad y la
justicia distributiva para el bienestar subjetivo y comunitario.” (Zaldúa, Sopransi y Veloso,
2010: 65)
En cuanto al ámbito más macrosocial, las políticas económicas, sociales y culturales, tienen un
impacto básico sobre la Salud Mental Comunitaria. En ese sentido todas las políticas que en
forma efectiva, y no meramente declarativa, garanticen los derechos ciudadanos, propicien la
democracia, la ciudadanía, la equidad, la solidaridad, la no discriminación, colaboran en el
logro del bienestar social y por ende de la salud colectiva.
Las modalidades son diversas y responden a la creatividad de los participantes, de los recursos
y de la problemática a encarar. Hemos mencionado en otro momento, la investigación-acción-
participativa, procedimiento con el que se ha trabajado mucho desde la universidad2 a través
de Equipos de Investigación en instituciones de salud, educativas y en comunidades diversas
atendiendo a problemáticas específicas.
Otras estrategias que se emplean son los grupos de reflexión, los talleres. Los recursos que se
utilizan están en función de las capacidades de los equipos, de los instrumentos y
herramientas que posean: el diálogo, la palabra, técnicas gráficas, psicodramáticas, teatrales,
artísticas diversas –musicales, cerámica, pintura–, deportivas.
Las temáticas recubren una amplia gama de problemáticas: estrés laboral, conflictos laborales,
violencias, género, modalidades de crianza, abuso de sustancias, enfermedades específicas,
etc.
Los procesos de inclusión social nos remiten a la necesidad de revertir estos procesos de
exclusión social y vulneración de derechos.
Si bien podemos asociar lo comunitario con ambas dimensiones, la mayor potencialidad de la
comunidad reside en ser una red social –o un conjunto de redes sociales– dinámica que
potencialmente puede albergar paulatinamente al otro excluido, desafiliado.
Por otro lado, para pensar procesos inclusivos, se requieren abordajes integrales desde el nivel
de las políticas públicas, especialmente, las políticas sociales. Es decir, la voluntad política de
promover, en primer lugar, leyes que respeten las diversidades de las personas y que
promuevan los derechos de las minorías –étni cas, genéricas, viviendo con VIH, con
sufrimiento mental, con discapacidades, etc.–, y en segundo término, el consecuente diseño e
implementación de programas acordes a estas políticas sociales en los niveles nacional,
provinciales y municipales.
También cabe señalar que contamos con legislación progresista en lo relativo a derechos de
minorías, especialmente en lo que respecta a la suscripción de declaraciones, tratados y pactos
internacionales con rango constitucional. Pero aún es largo el camino por recorrer para su
efectiva implementación. Aquí es donde juegan un papel importante los movimientos o
colectivos en defensa de los derechos de algún grupo particular –por los derechos de los
usuarios del sistema de salud mental, por los derechos reproductivos de las mujeres, por los
derechos de las diversidades sexuales, etc.–. Muchas veces son estos colectivos los principales
responsables de propiciar procesos inclusivos concretos, y es por ello que resultan ser actores
clave en la comunidad, para emprender intervenciones comunitarias en co-gestión o iniciar un
proceso de investigación-acción-participativa.
A modo de conclusión