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LODIEU. TEMA 7.

EL CONCEPTO DE COMUNIDAD

Existen diversas definiciones que aluden a la comunidad y en cada una de ellas, podremos
apreciar determinados marcos teóricos y enfoques de trabajo, por lo cual, el concepto de
comunidad no es unívoco y lineal.

Según Sánchez Vidal,

“se podría definir a la Comunidad como un: Sistema o grupo social de raíz local, diferenciable
en el seno de la sociedad de que es parte en base a características e intereses compartidos por
sus miembros y subsistemas que incluyen: Localidad geográfica –vecindad–, interdependencia
e interacción psicosocial estable y sentido de pertenecía a la comunidad e identificación con
sus símbolos e instituciones.” (Sánchez Vidal, 1991: 84)

También Maritza Montero define un nivel de abordaje posible, al concebir la comunidad como:

“un grupo social dinámico, histórico y culturalmente constituido y desarrollado, […] que
comparte intereses, objetivos, necesidades y problemas, en un espacio y un tiempo
determinado y que genera colectivamente una identidad, así como formas organizativas,
desarrolladas y empleando recursos para lograr sus fines.” (Montero, 1998: 212)

1. Territorio-comunidad y dimensión histórica

El territorio no es un nicho, un espacio cerrado y defendido celosamente, que posee un acceso


restringido y en el que conviven personas con una misma identidad, operación de
homogenización que impide la praxis en un espacio polifónico.

Al operar como un sistema complejo constituido por múltiples niveles jerárquicos, procesos y
movimientos, el concepto de territorio permite visibilizar, estudiar y analizar las dimensiones
de inequidad y opresión –de clase, de género, étnicas y otras– constituyéndose en una vía para
integrar acciones de disminución de riesgos, prevención y promoción de salud colectiva.

Esta manera de pensar a la comunidad, rescata la dimensión histórica, la construcción y


producción colectiva de lazos sociales identitarios. Alude a la comunidad como una instancia
activa, como campo de acción en el que intervienen diversos aspectos. En este sentido, en
toda comunidad circulan producciones ideológicas que trascienden al grupo mismo con el que
estamos trabajando y lo sitúan en un determinado contexto y período histórico. La dimensión
histórica nos permite reconstruir el camino ya recorrido.

Tomar en cuenta la dimensión histórica es fundamental para conocer con mayor profundidad a
la comunidad, rescatar los valores, aportes, así como también los errores de experiencias
anteriores para no volverlos a repetir. En otras palabras, para fortalecer las actuales prácticas
reflexionando en qué contexto histórico se realizan.

Se hace necesario entender a la historia de una manera crítica, rescatando recursos y


conocimientos que pertenecen a la comunidad, ya que ella los ha generado y les pertenece
(Montero, 1994).

La dimensión histórica permite comprender los orígenes y las transformaciones que se


producen en la comunidad, como también favorece la recuperación y consolidación de la
memoria social, fortaleciendo a su vez, la identidad y la pertenencia de los sujetos. La historia y
la comunidad deben ser analizadas como instancias dinámicas en permanente transformación.
Recuperar la historia y la memoria de la comunidad es un aspecto esencial para fortalecer la
identidad colectiva de los habitantes de un barrio, de un grupo o colectivo. Permite aprender
de las experiencias pasadas, de sus límites, enriqueciendo así las prácticas actuales y futuras.

En relación a la historia y a la memoria es interesante conocer y reflexionar sobre un


movimiento comunitario particular que creció, se fue reproduciendo y extendiendo hacia
distintas localidades del país: el Teatro Comunitario.

2. Los sentidos comunitarios y la cotidianeidad

El hecho de rescatar el proceso histórico de la comunidad nos permite visualizar, cómo se


inscriben determinadas prácticas y representaciones sociales, qué prácticas se llevan a cabo en
cierto momento y cómo se van produciendo modificaciones en ellas; entendiendo que todo
acto, todo proceso de interacción entre las personas, implica no solo relaciones sociales que se
dan en un momento histórico, sino un proceso de construcción y al mismo tiempo de disputa
de sentidos (Grimberg, 2003).

Maritza Montero considera que:

“una comunidad es un grupo en constante transformación y evolución (su tamaño puede


variar), que en su relación genera un sentido de pertenencia e identidad social, tomando sus
integrantes conciencia de sí como grupo, y fortaleciéndose como unidad y potencialidad
social.” (Montero, 2004: 207)

En este sentido, es importante tener en cuenta también los sentimientos, sueños y fortalezas
que la comunidad posee. Cuando los sujetos que están inmersos en determinada comunidad
tienen la posibilidad de rescatar, poner en palabras y tomar conciencia de estos aspectos, los
mismos enriquecen el sentido de pertenencia, autoestima, y fortalecimiento y pueden incidir
positivamente en lograr un protagonismo y una participación real por parte de la comunidad.

Es substancial estudiar y analizar la vida cotidiana, lo local, lo territorial, lo grupal y lo personal


que incide más sobre lo específico y lo propio, que sobre la generalidad, pues se intenta
recuperar la diversidad y riqueza de las comunidades, las cuales son poseedoras de
aprendizajes sociales, que sin negar las influencias globales, conducen a observar las
especificidades locales, pues es allí donde se concentra y mantiene la diversidad de lo
cualitativo (Palma, 1984).

Habíamos mencionado al comienzo de este texto, la relación comunidad-territorio, pensando


desde nuestra perspectiva en un territorio polifónico, Bauman nos presenta otra cara:

“Quizás la comunidad, la comunidad físicamente tangible, ‘material’, una comunidad


encarnada en un territorio habitado por sus miembros y por nadie más –nadie que ‘no
pertenezca’ a ella–, provea el sentimiento de ‘seguridad’ que el mundo globalizado, en sentido
amplio, evidentemente conspira por destruir.” (ibíd. 134)

Ese territorio cerrado, amurallado y defendido por servicios de seguridad, lugar en donde
todos se conocen y se dan lazos mutuos de buena voluntad, implica la dación de seguridad a
cambio de un valor individual, como la libertad (ibíd.).

Sería interesante debatir las razones por las cuales el “mundo globalizado” “conspira por
destruir” “el sentimiento de seguridad”. Nos podría ayudar a trabajar en el campo de la Salud
Mental Comunitaria, develando estas cuestiones que destruyen lazos solidarios y afectan al
bienestar social. Podríamos considerar, tomando algunas palabras de Bauman, que el
sentimiento de inseguridad, dificulta la búsqueda de recursos para una verdadera vida
comunitaria:

Reflexionar y analizar sobre los sentidos y significados que se construyen acerca de la


comunidad, nos permite apreciar los saberes construidos, los desacuerdos, desencuentros, las
tensiones sociales, y confrontarlos con la realidad que vivimos en nuestras prácticas como
profesionales y/o equipos comunitarios de salud.

El trabajo en comunidad constituye un proceso de constantes aprendizajes y desaprendizajes,


de interrelación entre teoría y práctica. Proceso que conlleva a la reflexión crítica de nuestro
marco teórico, al estar atentos/as y conjugar nuestras prácticas con la reflexión que
inevitablemente se necesita para la deconstrucción y análisis de las experiencias comunitarias
de los participantes.

2.1. Elementos que abarca el concepto comunidad


2.3. Cuadro sobre los aspectos constitutivos del concepto de comunidad:

Montero (2004), apoyándose en la conceptualización de diferentes autores, presenta un


cuadro en el que resume los componentes básicos de concepto de comunidad.

En primer término señala tres elementos comunes, compartidos:

1. Historia,

2. Cultura,

3. Intereses, necesidades, problemas, expectativas, socialmente construidos por los miembros


del grupo.

Y luego agrega:

Aspectos comunes, compartidos:

- Un espacio y un tiempo (Montero, 1998a; Chasis y Wandersman, 1990).

- Relaciones sociales habituales, frecuentes, muchas veces cara a cara (Montero, 1998a;
Sánchez, 2000).

- Interinfluencia entre individuos y entre el colectivo y los individuos (McMillan y Chavis, 1986).

- Una identidad social construida a partir de los aspectos anteriores.

- Sentido de pertenencia a la comunidad.

- Desarrollo de un sentido de comunidad derivado de todo lo anterior.

- Un nivel de integración mucho más concreto que el de otras formas colectivas de


organización social, tales como la clase social, la etnia, la religión o la nación (Montero 1998a).

- Vinculación emocional compartida (McMillan y Chavis, 1986; León y Montenegro, 1993).

- Formas de poder producidas dentro del ámbito de relaciones compartidas (Chasis y


Wandersman, 1990).

- Límites borrosos.

Salud Mental y Comunidad

En relación al tratamiento de las personas con “trastorno mental” y referido a las

propuestas de reforma del sistema psiquiátrico clásico o asilar, Sara Ardila y Emiliano

Galende (2011) consideran que:

“Salud Mental en la Comunidad es un proyecto en construcción. Es un giro de la atención


psiquiátrica en tres dimensiones:

a) pasar de la hospitalización psiquiátrica asilar a servicios próximos a la comunidad y al


territorio de vida del paciente, esto es lo que denominamos servicios comunitarios.

b) pasar de una práctica de prescripción basada en la autoridad del profesional a una


consideración del sujeto en toda su dimensión y complejidad, esto hace a una ética en las
prácticas comunitarias de salud mental. […] El paciente debe ser tratado como un semejante,
respetando su dignidad y reconociendo sus derechos.
c) pasar de un enfermo como sujeto pasivo de su tratamiento a un sujeto activo, partícipe y
protagonista de su tratamiento, lo cual además de contar con su consentimiento informado
para toda decisión de tratamiento se trata de incluir a su familia, y en lo posible a miembros
significativos de su comunidad, en el proceso de atención.” (Ardila y Galende, 2011: 47)

4. Procesos de participación social y Comunidad

Retomando la conceptualización que realizamos en el Tema 3. Construcción del campo de la


Salud Mental Comunitaria, en lo referido a la Psicología Social Comunitaria, desde la PSC se
enfatiza en la participación y en la autogestión como fórmulas para incentivar la autonomía en
las comunidades, lo que implica reconocer que ellas poseen los medios para obtener los
recursos que necesitan, así como respetar el saber que han acumulado. Estos conceptos
condicionan una visión que reivindica la diversidad cultural y que pueden guiarnos hacia una
perspectiva estimulante (Sánchez, Wiesenfeld y López Blanco, 1998).

Desde esta perspectiva también es necesario un reconocimiento de la capacidad que tiene


potencialmente toda comunidad para auto-repararse y auto-organizarse, de manera que en
lugar de crear una dependencia, con los técnicos y profesionales se debe buscar el desarrollo o
fortalecimiento de su auto-estima y auto-confianza, así como la potenciación de sus
mecanismos de auto-superación (Wilches- Chaux, 2008, Srikantia y Fry, 2000, Cendales, 1998,
Galtung, 1980 y Friere, 1972, en Contreras Arias).

Un autor que ha trabajado mucho sobre el concepto de participación social rastreando sus
diferentes perspectivas en distintos momentos históricos y relacionándolo con las teorías
socioculturales hegemónicas, ha sido Eduardo Ménendez. Nos vamos a referir a continuación a
su artículo “Participación social en salud como realidad técnica y como imaginario social”
(Menéndez, 1998a: 8-22).

En los años ‘60 primó en los procesos de participación social el rescate de la diferencia y
particularidades de los grupos –grupos unidos por un rasgo diferencial: cuestiones culturales,
ideológicas, étnicas, identidades estigmatizadas–. Estos grupos presentaban formas de vida
particulares y muchos de ellos expresaban propuestas contrahegemónicas importantes.

Para las corrientes estructuralistas la participación social es un instrumento al servicio de la


reproducción del sistema dominante.

Por otro lado, en las décadas de los ‘60 y los ’70, la corriente institucionalista analiza los
micropoderes que se establecen en las distintas instituciones y cómo éstas reproducen ciertas
formas de dominación, a través de diversas prácticas que en muchos casos eran cuestionadas y
hasta incluso despreciadas. Pero algunos ven a la participación social como un factor
importante para oponerse a lo ya instituido y se intenta demostrar cómo los sectores más
pobres económicamente o desfavorecidos en sus derechos humanos, eran más susceptibles de
quedar por fuera de determinadas decisiones o estaban limitados en el ejercicio del poder y de
la correspondiente participación.

El concepto de participación social supone cuestionar aquello que estaba naturalizado y se


encontraba jerarquizado y controlado no por la comunidad, sino por alguien ajeno a la misma
y que en muchos casos respondía a intereses, incluso antagónicos a la comunidad, colectivo o
grupo. Por ello, la participación social cuestionaba y denunciaba los aspectos negativos de las
sociedades capitalistas y cómo determinadas instituciones, escuelas, hospitales, familias, y los
roles que se daban dentro de las mismas, reproducían y perpetuaban determinados aspectos
afines a la cultura dominante encarnada por el capitalismo.

Podemos decir, que el concepto de participación social acarreó y continúa acarreando la


dificultad de ciertos marcos teóricos que se centraron en la estructura negando al sujeto o de
aquellos teóricos que se centraron sólo en un sujeto transformador, poniendo el énfasis
exclusivamente en el sujeto. Al decir de Menéndez:

“En consecuencia uno de los problemas a resolver tanto en dicho período como en la
actualidad, es qué se entiende por sujeto y qué por estructura y la relación entre ambos.”
(ibíd.: 9)

En los años `70 y `90 se produce una de crisis en la participación, se debe señalar que
fundamentalmente, en esos años América Latina se encontraba subsumida bajo gobiernos
dictatoriales, sumamente represivos, los cuales repercutieron en la participación social y en su
continuidad, discontinuidad y heterogeneidad.

Durante la década de los ‘90, todo un marco de autores y corrientes que defienden y
responden a los intereses neoliberales, utilizan el concepto de participación social, pero
haciendo hincapié en el individuo, en la responsabilidad de éste y convalidan la posible
ausencia o desresponsabilización por parte del Estado, colocando el eje en la sociedad civil.

La participación social está ligada a procesos de transformación socio-política, a formas de


organización social, al diseño de políticas públicas e implementación de programas sociales.
Según sea quien la defina y con qué objetivos será empleada, asume diferentes características,
diversos nombres, según tendencias y movimientos políticos (Zaldúa, Sopransi, y Veloso,
2010).

Por otro lado, se ubicaban aquellos que pensaban la participación social sólo desde la óptica de
clases sociales dejando de lado su especificidad étnica, religiosa, etaria, de género, etcétera.

La discusión teórica acerca de: a qué llamar participación social y cuáles son sus objetivos y
sentidos, es muy amplia. Abarca desde fenómenos microgrupales a masivos, en este caso, los
recitales. Nuestra perspectiva focaliza a la participación social como derecho propiciador de
procesos democráticos y de garantía y defensa de derechos ciudadanos.

La participación social en salud

En lo relacionado al proceso de salud-enfermedad-atención, el concepto de participación


social tuvo y tiene diversas consonancias técnicas y sobre todo políticasideológicas, lo cual
implica diferentes concepciones y prácticas enmarcadas en lo que sería la participación social.

El concepto de participación social en salud está cargado de presupuestos ideológicos-


técnicos generalmente no explicitados, que sin embargo orientan su uso. Al igual que otros
conceptos, la PS ha sido producida y aplicada por las Ciencias Sociales y posteriormente
apropiada por las Ciencias de la Salud sin un análisis crítico del proceso de producción y
aplicación previa, generando una distorsión en su significado (Menéndez, 1998b).

A partir de la conferencia de Alma Ata la participación social ha sido considerada como una de
las actividades básicas de las políticas de atención primaria de la salud. Los organismos
internacionales (OPS) consideran que campañas de vacunación, la formación de agentes de
salud, los comités de salud o la constitución de sistemas locales de salud (SILOS) constituyen
fenómenos de participación social. Para Menéndez estas actividades “no constituyen
expresiones sustantivas de PS” (op.cit 1998a:13) son solo un medio, un instrumento para la
realización de objetivos que si bien apuntan a problemáticas de salud, no implican una
verdadera participación social-comunitaria.

Menéndez consigna que algunos integrantes o consultores de la OPS proponían procesos de


participación social que implicaban políticas que rebalsaban el marco de la salud, en la medida
que significaban ejercicio del poder, fortalecimiento de la sociedad civil, democratización y que
podrían conducir a la “reapropiación por la población, del conjunto de las instituciones que
regulan la vida social y de los servicios que prestan” (Paganini y Rice s/f y OPS 1994, citados
por Menéndez, 1998a: 15). El problema, afirma Menéndez, es saber si realmente esta
propuesta se lleva a cabo en los medios sanitarios de América Latina.

En lo que refiere al proceso salud-enfermedad-atención y la participación social, nos


encontramos con una participación social referida específicamente al nivel local. Un factor de
crítica es aquel que sostiene que si bien existe la participación social en el proceso salud-
enfermedad-atención, la misma solo apunta a niveles de acción locales dejando por fuera
aquellos problemas que se relacionan con un nivel más general o macro.

Esto pone en evidencia que existen distintas posturas en relación a la participación social. Una
de ellas apuntaría y focalizaría la participación en lo local e inmediato, sin cuestionar aspectos
macrosociales que pudieran repercutir en el proceso saludenfermedad- atención y en la vida
cotidiana de los diferentes actores. Y por otro lado, se presenta la mirada que propone una
participación social en relación con el proceso salud-enfermedad-atención que insta a una
transformación social desde lo local. Así cómo también hay quienes ven en la participación
social un medio para que los/as actores o la comunidad desde lo local, desarrolle cierta
autonomía y resuelva sus problemas. Y otros que ven a la participación social como un factor
importante, no solo para expresar sus problemas, sus necesidades y tratar de solucionarlos,
sino también como un factor de desarrollo de contrahegemonía.

Desde nuestro punto de vista, el proceso salud-enfermedad-atención abarca tanto aspectos


cotidianos como estructurales.

Los aspectos cotidianos están atravesados por los estructurales y viceversa. Un camino posible
sería aquel en el cual, comunidad y profesional o agente externo, solucionaran los problemas
cotidianos, pero teniendo conciencia de cómo los mismos están relacionados con los
estructurales. Y en ese mismo proceso, ir analizando y profundizando sobre la existencia de las
diversas causas para que colectivamente se vayan creando desde prácticas concretas
alternativas que presionen y modifiquen, aquello que va más allá de lo inmediato o cotidiano.

La participación de las poblaciones, colectivos y grupos en la evaluación de sus condiciones de


vida y de salud, permite la construcción de indicadores más sensibles, que pueden ser una vía
importante para apreciar más ajustadamente los cambios que se operan en la situación de
salud (Castellanos, 1994).

Por otro lado, motoriza los procesos de transformación de las condiciones de vida por parte de
los miembros de la comunidad y puede constituirse en la base de la continuidad de la
participación a través del tiempo (Montero, 1994), que apunte a procesos que promueven lo
que se denomina participación real.

La participación real supone un proceso de aprendizaje, un proceso de ruptura de prácticas


sociales aprendidas que obstaculizan la participación, como la verticalidad, la no dialogicidad,
el clientelismo. La participación real implica modificaciones en las estructuras de poder,
caracterizadas por la concentración de las decisiones en manos de unos pocos. La real
participación tiene lugar cuando los y las sujetos influyen efectivamente sobre todos los
procesos de la vida institucional, social, personal y política, y sobre la naturaleza de sus
decisiones (Sirvent, 1998).

Este proceso de participación tiende a transformar a los colectivos, grupos y/o comunidades
cuando se inicia un proceso de conocimiento de la propia realidad que desnaturaliza la visión,
muchas veces desesperanzada, en torno a las posibilidades de transformación. Tener en
cuenta estos aspectos favorece el proceso de participación colectiva, ya que desde el rastreo
de información y acercamiento a la comunidad se tiene que estar atento/a a que la misma esté
interesada, comprometida y dispuesta a trabajar en el proceso que conjuntamente se va a
iniciar.

Abrir el juego a la participación posibilita que la comunidad se implique en sus problemáticas y


necesidades, y busque colectivamente estrategias para solucionarlas. La participación trae
beneficios a la comunidad y también a cada persona que se involucra con un colectivo para
transformar determinada situación. Los beneficios pueden ser económicos, culturales,
políticos, sociales y subjetivos.

Comunidad, participación y equipos de salud comunitaria

La participación es un proceso y en este sentido tenemos que ser cuidadosos/as y


respetuosos/as de la comunidad. Tampoco se trata de imponer la participación, sino que la
misma debe ser sentida como necesaria por parte de la comunidad. Nosotros podemos
ayudar, más aún facilitar este proceso, nunca obligar, ni imponerlo. El respeto a los tiempos y
procesos comunitarios es fundamental cuando trabajamos con la comunidad.

Todo proceso de trabajo comunitario requiere responsabilidad, coherencia, es decir, amor por
la práctica que se realiza. Trabajar con la comunidad y escucharla es tener en cuenta sus
necesidades, sus deseos y sus sueños, ya que estos aspectos son el motor de toda la acción
colectiva que emprenderemos en el trabajo con la comunidad.

En relación a las necesidades humanas tenemos que considerar los múltiples aspectos y
dimensiones que éstas implican, por lo tanto debemos analizar y visualizar las necesidades
específicas que tiene la comunidad con la que trabajamos. No podemos generalizar
necesidades, éstas estarán relacionadas con el contexto histórico-social en el que se asienta la
comunidad. Las necesidades se presentan no solo desde su carencia, sino también como
potencialidades que poseen los sujetos. Es imprescindible comprenderlas no únicamente como
carencia que conlleva a remitirlas al plano de lo fisiológico, que es donde la necesidad asume
con mayor fuerza y claridad la sensación de “falta de algo”. Debemos entender que las
necesidades también movilizan, comprometen y motivan a los sujetos y a la comunidad a la
búsqueda de situaciones y relaciones más confortantes y liberadoras (Max Neef, 1993).

Para ello se tiene que rescatar desde un principio, la importancia de generar espacios de
diálogos y reflexión sobre las distintas situaciones que viven cotidianamente los sujetos,
buscando que dichos espacios sean utilizados para la reflexión y la generación de distintas
estrategias en las que los protagonistas –la comunidad– se reconozcan, se asuman y se
revaloricen como actores que a través de sus prácticas y conocimientos, pueden generar
cambios y acciones transformadoras.
Desde este punto de vista la premisa fundamental del trabajo de los Equipos de Salud
Comunitaria es colaborar en la generación de un verdadero protagonismo de la comunidad,
para que de esta manera la misma se fortalezca y asuma un papel activo que trascienda el
proceso de trabajo del equipo de salud con la comunidad y permita la autonomía y la fortaleza
de la comunidad.

El trabajo colectivo debe hacerse entre todos/as. Cada participante debe ser parte interesada.
Cada participante debe sentirse parte interesada. Nadie puede ser excluido. El trabajo
comunitario no puede ser paternalista o maternalista, no debe caer en la dependencia del
trabajador de Salud Mental Comunitaria. La comunidad tiene que participar de todo el
proceso, tiene que sentirse sujeto del proceso. El trabajo realizado tiene que tender al
fortalecimiento de la comunidad. El fortalecimiento tendrá que responder al desarrollo
conjunto de la comunidad en sus capacidades y recursos acentuando en dimensiones tales
como el compromiso, la conciencia y la criticidad para lograr la transformación de su entorno
según sus necesidades y aspiraciones, transformándose al mismo tiempo a sí mismos
(Montero, 2003).

Éste es un trabajo que exhorta rigurosidad, que requiere que los Equipos de Salud puedan
partir de los problemas y las preguntas que se hace la comunidad porque tiene confianza en
las potencialidades; y a la capacidad para enfrentarse a la contradicción (Urbilla, 2000).

Resulta imprescindible y enriquecedor producir un verdadero diálogo entre distintos saberes,


rescatar el saber acumulado por la experiencia de la misma comunidad e intercambiar con el
saber que porta el Equipo de Salud.

Cuando trabajamos con la comunidad debemos contextualizarla; reconstituir la trama general


de relaciones sociales, culturales, generacionales, de géneros presentes que invita a pensar
desde la complejidad. En este sentido, entendemos que la perspectiva de la complejidad
generó un nuevo espacio que abre la necesidad de superar los paradigmas rígidos, cerrados
para intentar construir “nuevas figuras del pensar” y del intervenir científicamente
(Najmanovich, 2005: 21).

Esta posición propone procesos y abordajes contextualizados, interroga los actos técnicos y
promueve la apropiación de saberes y prácticas potenciadoras de autonomías creadoras,
facilitando la identificación y transformación de situaciones de marginación, dependencia y
sufrimiento (Zaldúa, 2000).

Conocer a la comunidad nos permite generar estrategias más efectivas para garantizar la
apropiación del proyecto que conjuntamente se realizara.

Si bien la frase que incluimos a continuación refiere a la Psicología Social Comunitaria, es


absolutamente pertinente para el campo de la Salud Mental Comunitaria:

“La Psicología Social Comunitaria desde la perspectiva crítica y de la liberación interroga las
dimensiones de la participación y el compromiso comunitario, en sus efectos de satisfacción de
necesidades, de promoción de ciudadanía y de la sociedad civil. Desde el dominio de los
valores puede promover la autodeterminación, el empoderamiento en la diversidad y la
justicia distributiva para el bienestar subjetivo y comunitario.” (Zaldúa, Sopransi y Veloso,
2010: 65)

6.1. Estrategias comunitarias en salud


Diversos son los espacios institucionales y las modalidades para desarrollar el trabajo
comunitario en salud y si bien retomaremos este tema en las próximas clases, mencionaremos
algunos de ellos.

En cuanto al ámbito más macrosocial, las políticas económicas, sociales y culturales, tienen un
impacto básico sobre la Salud Mental Comunitaria. En ese sentido todas las políticas que en
forma efectiva, y no meramente declarativa, garanticen los derechos ciudadanos, propicien la
democracia, la ciudadanía, la equidad, la solidaridad, la no discriminación, colaboran en el
logro del bienestar social y por ende de la salud colectiva.

A nivel de los espacios institucionales se trabaja, o se puede trabajar, en el medio laboral, en


las instituciones de salud, educativas, carcelarias, recreativas, familiares, en los medios de
comunicación, y en todo tipo de espacio social –medios de transporte, la calle, plazas, etc.–.

Las modalidades son diversas y responden a la creatividad de los participantes, de los recursos
y de la problemática a encarar. Hemos mencionado en otro momento, la investigación-acción-
participativa, procedimiento con el que se ha trabajado mucho desde la universidad2 a través
de Equipos de Investigación en instituciones de salud, educativas y en comunidades diversas
atendiendo a problemáticas específicas.

Otras estrategias que se emplean son los grupos de reflexión, los talleres. Los recursos que se
utilizan están en función de las capacidades de los equipos, de los instrumentos y
herramientas que posean: el diálogo, la palabra, técnicas gráficas, psicodramáticas, teatrales,
artísticas diversas –musicales, cerámica, pintura–, deportivas.

Las temáticas recubren una amplia gama de problemáticas: estrés laboral, conflictos laborales,
violencias, género, modalidades de crianza, abuso de sustancias, enfermedades específicas,
etc.

7. Comunidad e inclusión social

La exclusión social se entiende como un proceso social de negación y privación de alguna o


varias de las dimensiones –económica, política, social y cultural– que garantizan la inclusión de
los individuos, grupos, colectivos y poblaciones a una comunidad socio-política, en donde se
constituyen en sujetos de su propio proceso social al participar tanto en las relaciones
económicas predominantes, es decir al acceso a la riqueza nacional producida, como en las
relaciones políticas vigentes o sea al acceso y ejercicio de los derechos de ciudadanía (Fanon,
1979).

En general la discriminación se anuda a procesos de exclusión social, este proceso se


manifiesta en prácticas y representaciones sociales que se sostienen acerca de los otros,
aquellos considerados diferentes. Se trata de una mirada en que la diferencia se expresa en
inferioridad, irracionalidad, oposición, disconformidad, disparidad, etcétera. No se valoriza la
importancia de la diferencia, de la diversidad para el intercambio, el crecimiento y el
fortalecimiento cultural. Históricamente las diferencias establecidas por razones étnicas,
religiosas, culturales, lejos de hablar de aquellos a quienes se hace referencia, habla mucho
más claramente de aquellos que marcan esta diferencia.

Los procesos de inclusión social nos remiten a la necesidad de revertir estos procesos de
exclusión social y vulneración de derechos.
Si bien podemos asociar lo comunitario con ambas dimensiones, la mayor potencialidad de la
comunidad reside en ser una red social –o un conjunto de redes sociales– dinámica que
potencialmente puede albergar paulatinamente al otro excluido, desafiliado.

Por otro lado, para pensar procesos inclusivos, se requieren abordajes integrales desde el nivel
de las políticas públicas, especialmente, las políticas sociales. Es decir, la voluntad política de
promover, en primer lugar, leyes que respeten las diversidades de las personas y que
promuevan los derechos de las minorías –étni cas, genéricas, viviendo con VIH, con
sufrimiento mental, con discapacidades, etc.–, y en segundo término, el consecuente diseño e
implementación de programas acordes a estas políticas sociales en los niveles nacional,
provinciales y municipales.

También cabe señalar que contamos con legislación progresista en lo relativo a derechos de
minorías, especialmente en lo que respecta a la suscripción de declaraciones, tratados y pactos
internacionales con rango constitucional. Pero aún es largo el camino por recorrer para su
efectiva implementación. Aquí es donde juegan un papel importante los movimientos o
colectivos en defensa de los derechos de algún grupo particular –por los derechos de los
usuarios del sistema de salud mental, por los derechos reproductivos de las mujeres, por los
derechos de las diversidades sexuales, etc.–. Muchas veces son estos colectivos los principales
responsables de propiciar procesos inclusivos concretos, y es por ello que resultan ser actores
clave en la comunidad, para emprender intervenciones comunitarias en co-gestión o iniciar un
proceso de investigación-acción-participativa.

A modo de conclusión

Desde la dimensión comunitaria es posible avanzar en la inclusión social, en la medida en que


se logren identificar los obstáculos materiales y simbólicos asociados a la exclusión, y a la vez
diseñar propuestas colectivas que promuevan su solución. En este sentido, se establece el
acompañamiento fundamental en estos procesos de cambio, pero a la vez se reclama por un
trabajo centrado en un paradigma más abarcador, en el que el interés por comprender a la
persona en su interacción con el entorno incluya el análisis de los diversos componentes.

La comunidad se constituye en una oportunidad para la inclusión, en la medida en que desde


ella se promueven y estimulan las micropolíticas que dan sentido y permean las vidas de los
individuos, para garantizar que las barreras que la sociedad ha creado alrededor de la
discapacidad –u otras diversidades– sean eliminadas (Moreno y Rodríguez, 2009).

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