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Hay una literatura divergente a la hora de fijar el comienzo y las motivaciones del proceso de integración
regional en el Cono Sur. Unos pocos, como Pastor o Silva Gonçalves, señalan que el inicio de esta última ola
de regionalismo -teniendo en cuenta las diversas olas tal y como la tipifican Mansfield y Milner (1999)61 - se
remontaría al Acuerdo Tripartido entre Brasil, Paraguay y Argentina de 1979, que zanja el conflicto emanado
por las represas hidroeléctricas de Corpus-Itaipú. De este modo, el acercamiento entre los dos grandes
países del sur del continente americano, se habría dado en el marco de sistemas políticos autoritarios con el
ánimo de reducir la beligerancia entre ellos en un contexto realista y geoestratégico característico de la
Guerra Fría. Sin embargo, la narrativa dominante, apunta al reestablecimiento de la democracia en Argentina
(1983) y Brasil (1985) como el detonante de un clima de buena vecindad simbolizada en la cumbre de Foz de
Iguazú. En ella los presidentes Alfonsín y Sarney firmaron los primeros documentos tendientes a la
integración económica y a la desaparición de la hipótesis de conflicto regional, especialmente en materia de
control nuclear. En todo caso, los acuerdos de cooperación entre Brasil y Argentina en 1985-86 se ven
inmersos en dos procesos distintos, pero convergentes. Por un lado, ambos países acometen la tarea de
consolidación democrática hacia dentro tras el fin de sus regímenes militares. Por otro lado, se procede a
construir relaciones de buena vecindad hacia fuera, sentando las bases para desterrar por fin la posibilidad de
resolver sus diferencias de manera violenta. En esta tarea, la cooperación técnica en el campo nuclear se
presenta como un caso central de construcción de confianza recíproca.