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Proyecto financiado por el Fondo
Nacional de Fomento del Libro y
la Lectura, convocatoria 2020.

El poema acecha en los intervalos


© Nadia Prado
rpi 2021-a-10635
isbn 978-956-6105-01-5
Primera edición
Santiago de Chile, 2021

Colección Ensayo
Editorial Bisturí 10
editorialbisturi10@gmail.com
www.bisturi10.com

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el poema acecha en los intervalos
nadia prado

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Índice

· 13 Leer y velar
· 35 El sabor de las lágrimas: [des]obrar, desbrozar, espigar
· 73 Quiere decir

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Es un error escribir un libro hasta el final. Y el error más
grande para un autor es terminar de escribir un libro.
Thomas Bernhard

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A Maggie, Rossana, Ingrid, Maritza, mis hermanas

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Leer y velar

Ya escribe –muere–.
Yo escribo –moriré–.

Si hay algo que no obedece a ninguna misión ni sucumbe


al anquilosamiento o a la banalidad, es el poema. El poema
escribe sin consentimiento; su destinatario –el otro de sí– es
vacío, resonancia y se introduce desviando. El poema lee,
el poema vela. Se enfrenta al sentido y al sinsentido, a su
ilegibilidad. Leer no es descifrar, escribe Derrida, más bien
«experimentar que el sentido no es accesible, que no hay
un sentido escondido detrás de los signos», por ello, «en la
lectura es donde la ilegibilidad aparece como legible» (3). El
poema es un movimiento, «una actividad, no un producto»
(Meschonnic s/p). (Im)potencia, no poder –o no con el poder–.
Minoritario, disidente1.

***

Leer-velar. El poema lee y vela. Velar: estar –sin dormir– atento,


aunque sin ser un vigía. Atentos ante lo ilegible, lo que puede

1
Sedeo, dice Quignard, «es estar sentado en su banco. Dis-sedeo es
des-sentarse. El di-sidente se desasocia del grupo que no trata de
acompañar y domesticar al solitario más que a partir de su naci-
miento» (26).

· 13

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aparecer, reaparecer, y acogerlo, estar vuelto a la ilegible vigi-
lia de la muerte. El poeta es un espía fracasando en vilo. Sin
embargo, su velar –su velada– es una conversación, un tú a tú,
y también el intermedio de ese tú a tú. En su desvelo, es decir,
en su despertar-se, emprende la vigilia del pensar, soporta el
miedo. Despertarse-dormido. El poema es un dormido-despierto,
despierto-dormido, con breves respuestas al mundo. El poema
piensa y muere por ello. El morir, dice Blanchot, no libera ni
abriga (47). Allí donde pensamos, escribimos y morimos, leemos
y velamos un no poder, lo infinito sin poder (47). El límite nos
hace hambrientos de vigilia, estamos hambrientos del otro,
de su recusación y contingencia, que atiende cada segundo el
unísono en que la aparición y nuestra mirada se rozan. Vela
el pensamiento –apunta Blanchot–, desprovisto de toda inti-
midad, expuesto y prescindiendo de sí mismo, sin que cese lo
incesante (50).

***

Leopoldo María Panero escribió: «Como si la mano de un


muerto me acariciase / así es el poema»; y Van Gogh, en una
carta a su hermano Theo, a propósito de la aparición de una
mariposa nocturna, «para pintarla, habría tenido que matarla»
(Didi-Huberman 31).
Pensar-leer-velar-morir: desobediencia y desacato sin terri-
torio de esa energía visible (Didi-Huberman 15) que es una
imagen, su aparición. Leer y velar un impreciso, sutil y bre-
ve hilo ante la inmensidad del mundo en su oscuro temblor
vuelto a la muerte. Palpitación, cadencia de su azar que gravita

14 ·

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entre nosotros y lo demás. En ese intermedio nos cubrimos y
protegemos de la violencia. Lo que el poema resguarda, lee y
vela, es la posibilidad de recolectar palabras para resistir las
ausencias venideras –no las ya sidas–, para soportar el saber de
que todo siempre vive dirigido hacia su desaparición. El poema
escribe aquello que se nos dona cuando la fiebre nos enajena y
desampara: manifiesta, se manifiesta a nuestra brevedad que
intenta sostenerse e inscribir lo que vive. Solo así, todo cuanto
vive habla su bendito silencio.

***

Algo escribe. No son las palabras las que escriben, quizá algo
bajo el hormigón armado, bajo los escombros del derrumbe. Los
techos y las paredes no han podido evitar esa manifestación.
La ruina se manifiesta y el lenguaje –su tallo– sale de entre
las grietas al encuentro de la página. La poesía no parodia
ni remeda el mundo, lo grita. Es el grito, el grito de Artaud.
Alarido, llanto, espasmo, pulsión, suspensión. No codifica
porque habita lo irresuelto desjerarquizando y trastocando
el sentido que acopia y suspende el tiempo. Esta epojé de
gramática es el propio suspenso, sorpresa e incertidumbre
de la escritura, irrevocable e irrenunciable. No se deja a la
escritura, es ella la que nos abandona, extravía y transgrede.

***

· 15

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El poema es ese quiero al lado del no quiero2. En el horizonte,
nosotros mismos somos un poema en esa lejanía que se nos
acerca. Lejanía cercana en que amamos aquello que no era un
destino. Fisgoneando, permanecemos sin límite y soportamos
nuestro fin, circunscritos, sin embargo, a ese destino. Un lugar
nos espera (hemos velado y seremos velados, expuestos sin
defensa, nos verán sin vernos). Estamos entre sus fauces y no
podemos esquivar. Algo roe, come, suspira en nuestro oído;
pero el poema nos dispensa y arrulla –por momentos– en la
promiscuidad de su palabra. Contraviniendo a Pessoa, que dice
que «el hombre no es un animal: es carne inteligente» (214),
pienso (temo) que somos más carne que inteligencia, es ella la
que teme, no el yo, como le dice Antonius Block a la Muerte
cuando le pregunta en la película El séptimo sello si está preparado
para ella («mi carne teme, pero no yo»). Nuestra inteligencia,
en carne y fuera del cuerpo, destruye lo que ve. Nuestra manía
devoradora y arrogante gravita sobre el espesor de la lengua sin
lograr la feliz confusión con ella. Quiere mantenerse erguida y
protegerse en la inmunización. En cambio, el poema camina
sin penetrar sino rozando.

2
Calveyra escribió: «“¡No quiero ser poeta!”, dicen que grité. Repito
la frase por miedo a que vuelva. La pongo cuidadosamente encima
del papel, el quiero al lado del no: ¡cuánto abismo!… Y ser, la pala-
bra ser: casi un sustantivo, por poco un paisaje. Y no. No estaba en
mi naturaleza ser poeta; contra una opinión difundida nadie nace
poeta, son los otros los que cierran el puño alrededor de algo que
resulta ser el canto de uno, que todo lo ignoraba del tema. No, yo no
creía en el destino: en un mundo construido de golpe el destino nos
habla como desde muy lejos…» (24).

16 ·

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***

Cuando niña tocaba el pelo de mi madre, perdía el tiempo en


ese impulso. Esos eran mis hechos al despertar, y bastaba. Desde
entonces viaja hacia mí una palabra que digo hoy enredada
en ese instante, en esa distracción del deseo. Descanso. Nada
es una verdad más bien una experiencia, algo nos sucede y
por pocos segundos estamos atentos a la abstención de esa
experiencia de realidad, es un golpe. Sin atender responsabi-
lidades fingimos, simulamos, olvidamos y prescindimos del
sentido, cuando el amor nos provoca para arrojarnos a un
sinsentido sin tiempo que, en su intensidad, es incluso no
verbal: «El poema, la palabra que se busca a sí misma, que
habla en el desorden, indagando en las líneas de fuga que lo
salven de la muerte del sentido» (Santa Cruz 131-132). Aún
hoy tiembla bajo mis pies la caricia en el cabello de mi madre.
¿Qué ha ocurrido desde ese tiempo? Ella apenas recuerda lo
que hace durante el día. Su pelo es blanco, pero mi caricia
regresa. Su deterioro no enciende en mí una pasión triste sino
agradecer lo que sigue existiendo en su latido. Mi libertad
es mirar hacia ese sentimiento sin intentar reproducirlo ni
sentirlo de la misma manera de nuevo. Ese descalce porta
mi deseo. El poema libera en el ahora esa luz del tiempo que
lo ha apresado en ese antes sin después cuando ya no puede
volver. No hay privación, no hay arrogancia, no hay solución,
acaso un debatirse en el intermedio que somos.

***

· 17

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Escribir es untar el dedo en nuestra lengua incompleta para que
hable la extrañeza y la imposibilidad del encuentro por venir
entre el sentido y el sinsentido, en la cesura, allí cuando, aún, se
desliza furtiva esa caricia hacia la página. Mientras eso sucede
el poema pierde el conocimiento, se contamina y abre. Esa he-
rida, ese inter-ferir, también es interferencia, acción recíproca,
contracorriente de un golpearse mutuo con el que la lengua
sacude la tranquilidad de la página inmiscuyéndose. El dolor
–se– despierta. El sentimiento vertical sobre la página escribe
en sus poros un simple movimiento, y es este movimiento el
que avizora un borde, el límite inquietante que nos acoge. Lo
definitivo excluye, por esta razón el poema desterritorializa.
No acepta reglas, no legitima ninguna afirmación y, por ello,
no es heroico.

***

La lectura –antes que la escritura– se vela. Nos quedamos le-


yendo mientras un cadáver se acerca, es la espesura en la que
el desterrado entra al lenguaje. Juntar palabras, tratar, fracasar
de nuevo, fracasar mejor (Beckett). Sin embargo, esta manera
de juntar palabras, de pensar, se resiste a la lengua. Me he
dedicado a pensar en esa resistencia, a mirar los resúmenes
que la espectralidad continúa anotando en los papeles, en los
blancos de las páginas de libros ajenos, las marcas y señales del
que se retiró. Comprendo que la palabra y lo leído –antes de
alcanzar su afuera– serán devorados. Recuerdo: cómo llenar los
blancos de la palabra que es un cadáver. Las grietas, los blancos
vacíos del pensamiento que come y teme donde alguien (otro)

18 ·

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ha resguardado un secreto. Se susurra en la hendidura, se
escucha una algarabía. Un himno que nos repite y nos habla,
poemas. Un poema puede costar la vida (Mandelstam), es el
odio al pensamiento, pero el poema no deja de tener hambre.
Su sorpresa promete, desvía, se pierde y es lo perdido. No puede
ser inferido ni deducido, no puede rebajarse –aunque siempre
hay medios capaces de rebajarlo– sin nuestro consentimiento.
No salva, no es sacrificial, no es indiferente, no es ajeno, no es
propio, no es utilitario, no es práctico. Este «es» que afirma –aun
en su negación– ya le sería fastidioso. Somos los poemas de
otros, somos nosotros poemas, hambre de ese impulso atento
que atenta contra la falta de atención; su atopía, su no inmu-
nización abre la reja de lo instrumental y útil para posarse y
saltar al abismo de la lengua. El poema es el primer lenguaje
que nos hace balbucear y hablar hacia nosotros mientras tar-
tamudeamos ante lo(s) demá(s).

***

Mi madre peina mi pelo y mi pelo se ha seguido ramificando.


Escritura, rizoma desde la infancia, que indefinidamente en el
curso de los años, bajo la tierra, emite temblores y reaparece
como una caricia sobre un cuerpo. El poema, es decir, el amor,
pesquisa, sondea, pulsa las teclas del vacío y encuentra las grie-
tas que espolean el cielo de la boca. Paladea con cada palabra
contra la afirmación y la obstrucción. Su dialecto, derivado y
bastardo, encuentra en el alba la noche y hace su propio tiempo.
Es empujado al fragmento, a la deriva y, a la vez, al repliegue.
Huida hacia sí mismo del uno y del otro. Imágenes parpadean-

· 19

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tes, efectos disruptivos, dislocaciones. ¿Qué bota la retina? La
voz orillada por la imagen cuya tumba de signos levanta lo que
alcanzamos a decir apenas.

***

¿Quién sabe qué pensamiento antes de una imagen? La caricia


sin destinatario es el fantasma que nos roza. La inmensidad
hablante, la multitud que se avizora no es más que el silencio
del último esfuerzo y su retraso. El deseo de escuchar aquello
que se impone ante nosotros y ante lo que cerramos los ojos,
intentando que la fiebre no tape los oídos ni nuble la vista.
Pero las imágenes vuelven, entre la neblina de un día frío,
mientras el ruido rompe la cadencia de lo ausente. Allí, en esa
ausencia que sigue velando, leemos antes que el gusano desde
las cuencas mire por nosotros. Es aquello que rompe el acorde
de lo ausente lo que poetiza y vuelve insistentemente en una
frase y en una imagen. Las palabras se desplazan, branquias del
pensar, manía del pensar, estado de coma del pensar, tocar del
pensar. Estado sin lengua, deseo de inhibición del deseo. Quién
sabe qué imagen parpadea en el último suspiro del que muere.

***

Último día, leer y velar, al borde del siguiente, agonizante,


preso en una visión única. Casi sin lenguaje el irreconocible
susurro, murmullo sordo sin percepción ni ceguera, confuso
sonido a punto de su caída. Y cuando toda armonía desaparece,
aletea sobre la sombra un posible claro. Silencio, un muerto,

20 ·

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una letra, son dos cuerpos embalsamados, y cuando la muerte
no quiere escuchar-nos, las cavidades de entre los cuerpos y las
letras se inyectan y colman, de nuevo, de lenguaje. Cavidades,
blancos, absurdo parloteo que intenta un grito. Leer y velar en
espera del día siguiente con el que custodiaremos un dictado
fúnebre –susurrado desde hace mucho–, la palabra de este
verano lleno de cadáveres.

***

La palabra es la discordia, pierde su armonía y su correspon-


dencia, el corazón ya casi ido y, antes del susurro final, vela un
libro y un cuerpo. Se disponen las flores de un jardín, un ramo
entre las manos para quien parte, mientras nosotros –en espera–
podamos el aleteo del fin sobre la cabeza; del cuello a los pies
la cabeza intenta hablar, pero no es más que una sacudida. Los
omóplatos parecen alas, páginas que se mueven por inercia. Las
palabras están aplastadas contra el mundo sin fuerza alguna,
el hueso en su destello intenta llegar al oído y a la página, la
escritura es un último aleteo hacia el que escucha, lee y vela.
El oído atisba primero el brillo y luego el galope, el exceso del
velo en el paladar hace acercar el oído no a la boca sino a la
lengua; cuerdas vocales del pensar, ahora el susurro del que
escucha. Por la boca un latido, ¿poema?, ¿cadáver? Escribir es
velar un cadáver. Y leer, desenterrar un cadáver. Las palabras
latidos espectrales desde donde se dirige el oído y vierte sonido.
La lengua no puede revertir ni cambiar su destino común. Leer
y despegar de su sequedad a la lengua. Velar y desprender del
paladar el deseo inútil de persistir.

· 21

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La boca es una caracola arropando el tímpano que imagina
un diálogo. Florecer en la flor de la pluma, en la pluma de la
flor, aunque el jardín sea borrado de todo mapa. Pero raíces
bajo los libros, bajo la loza del baño, bajo los desagües. Y ahora,
esa casa llena de raíces se ha trasladado a la mía.

***

Desenterrar cadáveres allí donde la palabra se aquietó sin reci-


bir instrucción. Velar allí donde la luz no obedece, leer cuando
el azar del poema niega la sobrevida. Inscribir y errar por las
palabras para resistir el perdón de la imagen, su absolución,
mientras flotan en la página otros tiempos, en que la imagen,
casual y breve, parpadea sin que la garra de la arrogancia la
inmovilice.
Escribir es leer y velar: escuchar en el silencio que estamos
aquí, aún, mientras el vocablo, en su lecho de ceniza, no sabe
quién habla; su merodeo en confusión es la tumba de los signos,
su fosa, hendidura en el blanco. El poema contiene esta grieta:
ausencia, vacío, impulso –ineludible– que, paradójicamente,
toca la inercia de su propio hábito.

***

¿Pensamos el lenguaje o el lenguaje –alteridad primera– tiene


sus propias leyes? El lenguaje, ese extraño, ese intruso, nos ex-
pulsa y confunde. Limita nuestra humildad y deslinda nuestro
recogimiento. Es el deseo hacia de ser conscientes cuando el
discernimiento se afiebra. Pero el poema, su paradoja, también

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es ese recogimiento hacia en que la razón acontece como os-
curidad y suspensión. Lo que se hunde en la mirada cuando el
poema toca la imagen en su intermitencia y pretende hablar
la intensidad de su aparición. El poema toca la intensidad de
la imagen sustrayéndose, toca más allá de lo visible cuando
lo visible desaparece. Escribir es una manera de orientarnos
para sobrevivir y tocar-nos. La grieta en la que permanecemos,
el intervalo que nos deja mirar sin apresar el instante de las
imágenes en su brevedad, cuando el ser se interrumpe y se
puede distinguir algo más allá de sí o de un yo. Imágenes y
gestos que vibran. El poema: lo visible volviéndose invisible
(desapareciendo). Raptado por el pasmo de la vida, infructuosa
ocupación en que el deseo es solo su propio esfuerzo inútil y
errado. Nada nos pertenece cuando escribimos, solo la incer-
tidumbre, aquello que se muestra y dona en y a la ausencia.
Escribir: la tregua que las imágenes dan al pensamiento que
no cesa de horror, cuando es empujado a pensar y hablar en
la indefensión. El límite –que inquieta– no permite dejar de
pensar –no calma– en la zozobra –no satisface–. El mañana se
habrá terminado antes de acontecer. La vacilación constante
del mundo y la palabra que intenta en ese mundo decir-le a
alguien. Escribir-tocar. Empujar-resistir-pulsar. Caer-salvar-nos.
No. La imagen es alevosa y cuando en su alevosía ya no puede
hablar punzo hasta cortar el ojo. Punzo yo; no ella, ella solo
parpadea, si punza muere. Abeja, trazo, pinchazo que hemos
desenterrado y velado, que nos busca, que interrumpe y golpea
al no dar con la palabra. Allí el poema en su azar juega y nos
intercepta, poemas somos, somos poemas, «cajas relucientes,
acuarios de lo lejano y del pasado» (Benjamin 20).

· 23

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***

Barthes escribió: «Estoy loco de lenguaje: nadie me escucha,


nadie me mira, pero (…) continúo hablando, girando mi ma-
nivela» (Fragmentos 172). Locos de lenguaje, en la gravitación
del leer-pensar-hablar, hablar no-hablar, pensar del no-pensar.
Una escritura vela y extrae. No siente, recuerda: «No hay que
expresar como uno siente, sino como uno recuerda» (Joubert
ctdo. en Barthes, Incidentes 17). Hablar lo que se nos dona,
hablarlo, hablarle. Mantenerse en el vaivén de las mareas, de
la resaca para pensar. Pensar es, como el poema, esa incomodi-
dad, aquello que se interpone entre la mirada y el hábito del
horizonte. Vigilo, me canso, duermo, despierto, vigilo, duermo,
velo, leo. Cuando me abstraigo, él y yo nos miramos en nuestras
pesadillas. No hay lenguaje común, lo común no es el lenguaje.
En él nos perdemos, perdemos la razón. Y es (sin afirmación) el
poema el que abre la posibilidad de la gravitación, de la herida
y la risa. Ser lanzado en pedazos. Escribir es la lumbre en la
sombra. ¿Quién podría mantenerse erguido, rígido y seguro
sobre las ramas de un árbol durante un huracán o de pie en
un terremoto?
Una conversación interrumpida, entre dos. Apunto un
dictado agónico. Para tener hay que dejar en la conciencia la
abrupta llegada del último minuto, el ser huele, sabe, su límite.
Cada uno de nosotros, poemas, somos solo la incidencia de un
leve respiro.
Leo, velo y, en ese aliento, los ritmos pueden o no coinci-
dir, produciéndose un efecto disruptivo, una especie de pausa
inconclusa entre dos (que hablan); la unidad de sentido no

24 ·

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cabe dentro de sí y se desborda en el otro, que se retira y por
ello está siempre por-venir. El poema se derrama hacia el/lo
siguiente, hacia una espectralidad radical. Es el ritmo, expec-
tativa, interrupción, cambio de aliento y tiempo del otro en
mí y de mí en el otro, como si la lectura se detuviera para
continuar. Lo ajeno se vuelve propio y lo impropio ya no es
ajeno, espera en el vacío dejado por el que ha partido. Ese
tallo, poema, rizoma –con el que tiene que ver la creación,
diría Chantal Maillard– viaja subterráneamente para crecer y
emerger, siglos más allá, en otro lugar. Leyendo y velando puede
hablar esa vibración. De ese diálogo solo sobreviven nombres
inventados e indentados. Leer, cuando ya no estás, los espacios
que se insertan. Somos distantes, sangrados y sangría de la
palabra, único lugar posible de encuentro de una incisión que
escamotea su origen. En esa cercanía interrumpida podemos
escribir, solo allí, somos textos adyacentes de una vida sida.

***

Escribir es continuar, extenderse más allá de sí. No se trata


de seguir de pie ante la muerte sino de seguir de pie ante la
vida. El poema responde y pregunta ante su propio apremio,
desestabilizado en la pulsión heterónoma que él mismo activa
porque recoge. Sueño y escribo sin tiempo la atopía de cada voz
que dona su vacío. Ya escribe –muere–. Yo escribo –moriré–.
Entrecruzamos las manos y nos despedimos, ella y yo como dos
libros. Espero un mañana que no alcanza a llegar, sin embargo,
deseo esa insistencia.

· 25

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Hasta mañana –escribe–.
Hasta mañana –espero–.

***

El lazo posible de un porvenir se ha cortado en el momento


de su emisión. La imagen sin alfiler hace su pensar sobre el
mañana que sin ser ya se ha cumplido. En la grieta queda un
suspiro expirando que parece sin vida y que, sin embargo,
parpadea. No repite, no corrige, solo pulsa, y de pronto el
corazón se escucha en el oído y sigue hablando cada vez lo
siguiente en su cada vez. No hay expiración sino un vibrar de
notas al margen, una agobiante fiebre que incita a la lengua
desde la infancia hasta ahora en que se regresa a un trazo
furtivo que se oculta en el centinela que somos. Mientras
duermen y mueren o parecen estar muertas estando dormi-
das o parecen estar dormidas las palabras. Desentierro ese
vacío, por las noches, cuando escribir es posible y, por el alba,
cuando leer alivia. Mientras tanto he velado muchos sueños,
subrayando el temor a olvidar que debo leer, sobre todo leer
y velar la lectura. El único hablante es el que lee y vela y que
puede recordar el idioma de su defecto. Partida y parapetada
la lengua empuja: fijo, intento, figuro, vacío el residuo de un
habla cortada, entonces, entre un límite y otro, veo, leo, pienso,
es el estorbo lo que obra. No hay corte ni hueco, hay asfixia.
La voz en su intento ¿se asfixia o tartamudea?
El poema es la interrupción de la continuidad o el antes que
se mantiene aquí sin aquí, porque, en el apremio sin tregua de lo
que viene y de lo que no llega, se hace vocablo. Presentimiento

26 ·

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de lo que no hablo que avizora lo que habla. La frase por venir
reconoce su pulso sin resolverlo. Pedazo a pedazo, interrupción,
agonía y paso hacia lo siguiente. El poema habita en ese paso,
en el pulso entre un silencio y otro.
Somos celosos de lo que no entendemos, pero no entender
es el sobresalto y la posibilidad de la promesa de la conmoción.
La poesía, lengua que toca, lengua visible, sorpresa sin pro-
mesa o acaso su promesa sean el pasmo y la duda, el rapto de
la imagen que quiere mostrarse. Nuestros próximos pasos, lo
siguiente, guardan la espesura del parpadeo incesante de una
imagen en el momento de su aparición cuando la voz enferma
y reitera. Se retira a la soledad en su imprecisa lengua, lengua
celosa, imprecisa, la del poema, en la alegría de su balbuceo.

***

Me acaricia en las pesadillas la mano de mi madre, de pronto


está muerta, pero me acaricia. Cuando despierto, sin amparo,
voy hacia el primer día del habla. La poesía no reconcilia, no
injerta, no encarna, no fusiona; se queda en la gravitación, en
un descanso, no se ata a lo realizado. Es azar, deseo, el azar en
su deseo, hendidura que la palabra posibilita rezumando en
su cadencia, en su carácter discrepante. Allí, donde se pierde
el sentido, lucha por recuperarse del miedo. La poesía es, en su
(im)potencia, la nada bufonesca de un niño que juega, el ritmo
de la posibilidad indefinida e infinita, el ritmo de otro junto a
otros; compás que astilla los muros hasta llegar a la sangre.
Atender al ímpetu de la poesía, entonces, consiste en desnudar
la lengua, volverse celosos de ella, dejarla en una cesta, entre

· 27

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las frutas, podrida o aprisionada por la asfixia como el temblor
asmático que vuelve débil y luctuoso el espacio que se habita.
Poetizar: la posibilidad del pensamiento hambriento que no
puede comer. Solo allí (no es una afirmación), el lenguaje, su
materia, el cuerpo del pensamiento (afiebrado) sofocado en la
boca, vuelve, se pierde, drena y en hoja y tinta adhiere al riesgo,
en ruego. La lengua es la tabula rasa de la herida ejerciendo su
poder sobre nosotros.

***

El fracaso del cada vez en el intento de las palabras por disponer


el azar del poema, el yo, presa expectante del impacto de recor-
dar, cuyo cuerpo se materializa en la repetición de vivir día a
día y hablar en esa duda, en ese intervalo y acontecimiento en
que la imagen parpadea. Ese azar como perentoria posibilidad
de fallar y fracasar siempre. Pulir lo perfecto hasta que el error
estreche y emerja diciendo su sesgo. ¿Qué palabras usamos?
¿Qué día es de esas palabras? El abismo se asemeja a ese intento
por comenzar a hablar lo ajeno que reina empujando lo propio
que cree estar solo. No hay preservación sino alteración, hacer
paso a aquello fuera de nosotros en la ficción de su inmunidad
y de su soledad. El secreto del tiempo en muchos tiempos, de
la voz enferma de otra voz. Se reitera en cada uno, en cada
poema, la huella dejada por otros y por cada uno de nosotros
en ese mismo paso, quizá. Cada pasado yace dormido sobre el
nuestro para despertarnos con su dictado.
Hay que dejar ir las palabras, que surquen el terreno es-
triado por la poesía, ese bien impropio que puede socorrer un

28 ·

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deseo propio. Letras, hojas; es inminente el idioma, los autores
se disipan y multiplican, escribe la disidencia.
No estamos solos, sino vet(e)ados, desamparados en la lengua,
como cuando niños, agitados y afiebrados, esperábamos, incluso
en los cabos del delirio [delirāre: desviarse del surco3], a nuestra
madre. La profunda convicción que contraría todo. Responder,
dejar el habla en el surco o sin curso. Hay que responder, abo-
lidos por todo lo que habla. Esa alteración incoincidente que
busca, sin embargo, fidelidad, es poemática. El poema rompe
lo expedito, lo diligente y posibilita lo irresuelto, provoca al
mundo, al espanto del tiempo. Su deseo: un libro que ha de
ser y desea con el que lee. Sustracción, desliz, dolor, dicha. La
lectura es escarpada, empuja al pensamiento, ese apremio nos
recobra. Miro a alguien leer. Miro a alguien escribir.

***

La página tranquila, su tranquilidad es nuestra «comida».


Traspasados, más allá de ella, queremos tocar, con-tactar un caos
que fuera del campo (de la visión) aúlla hacia nosotros. Luego,
ligero, se aligera y ya demasiado lejos, y demasiado cerca, abre su
boca-sarcófago y comienza a hablarnos. En ese tactar algo crece,
las páginas se salen de sus goznes y los laberintos se alternan.
Algo en mí expulso hacia algo en ti que no alcanzo, pero que

3
En Jacobo Fijman el delirio es algo que siempre está presente. Cuan-
do Vicente Zito Lema le pregunta: «¿Qué es el delirio?», Fijman
contesta: «Hay un delirio poético del que padecen los poetas, los ar-
tistas. Delirio es como salirse del surco. Como si un arado se saliese
del surco» (38).

· 29

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intento tocar para escuchar lo que de mí he desterrado y recibir
lo que de ti has expulsado. El poema dice y se entromete desde
afuera infectando nuestra ingenua inmunidad.

***

Hay tiempo de lecturas. Hay tiempo de muertes. Ambos cabos


esperaban sobre la cama: la rata encerrada, de noche, por la
niña para el experimento del día siguiente ya estaba en su
laberinto y, como todas las ratas, se dirigió, sin saber, hacia la
salida en busca de la trampa. El experimento de Kerplunk no
es excusa, la rata sabe que será aplastada, pero la comida puesta
como cebo es la posibilidad de libertad. Apresados fisgoneamos
(escribimos) hacia la libertad. Deseo de temblar y de cuajar.
Gravitación de la suficiencia al recogimiento. Digo-callo. Mi
palabra no vale; nada de ella ni en sí misma, ensimismada,
puede sacarme y salvarme. Mi, ninguno, origen solo sostiene
un curso, un pasaje de algo que soy y que nunca logro alcanzar
porque las fauces del origen secuestran la lengua. Premura,
retraso que adelanta lo que imagina y en lo que podemos huir
cuando las cosas se confunden en su equilibrio y lo perdido
regresa al curso para retomar camino, perdido nuevamente
y dispuesto a usurparnos el sentido. Escapar hacia la palabra
que no da con nosotros, pero cuyo refugio y alianza es el arribo
a una conversación que fuera de la puerta esperamos. En la
desmesura de la espera, reticente ante la afirmación, continúo
velando y leyendo, inscribiendo los gestos que guardo y que,
sin embargo, se mantienen sin acatar.

30 ·

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***

Es una imagen la que vela la lengua. Vigilamos perdidos en un


interior ciego. No es una conmoción intrínseca, más bien algo
que se fragua en las vías muertas, en los caminos sin paso. La
intencionada dificultad de la salida nos hace estar mitad muertos
y mitad vivos. Leer, velar. Ceguera, sudor, siempre somos la rata
en la encrucijada, como el perro aullando mudo en la portada del
libro que quemó mi madre en tiempos de golpes. En la hoguera
el perro se confundía con las lágrimas apelmazadas de ella. Los
libros no dan brasas, solo cenizas. En el foso de letras se vive
de golpe, pero no se sufre de engaño. Un vocablo desconocido
de pronto se vuelve una pasión. Mi madre, la perra allendista,
se dedicó a coserlo todo, incluso su boca.

***

Nada logró disuadirnos. Sabernos hacia el fin abre el límite


sobre el cual escribimos. Fosas de cuerpos, fosas de letras, nos
mantenemos inciertos sobre la incertidumbre y emitimos al-
gunos ruidos. Mientras leo velo un sueño: su cara está pálida
y la sonrisa parece pegada a las orejas. Florece la flor de la
pluma, caduca la lectura. Los grandes racimos violetas que
cuelgan del cielo se transforman en aleteos y convulsiones.
Todo se poda. El poema es la abreviatura de esa paradoja, lo
que guarda en su cripta los detalles –su piedad– del golpe.
Honda, redes, cepos, guaches, escopetas, perdigones. Trampas.
Un golpe limpio en el cráneo, la fuerza y el ruido del aire atra-
viesa el tímpano desde ahora hasta entonces y desde entonces

· 31

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hasta ahora. El poema intenta la costumbre de la adaptación,
aunque nunca aprende.

***

Vuelvo a sentir –no–, vuelvo a recordar el pelo de mi madre


entrándome en los ojos y vuelvo a decir «huele a quillay». Y
cuando los pequeños dientecillos del recuerdo nos destetan
del sueño comenzamos la reiteración de nuestra duda. Es esa
necesidad en la que la lengua se agota, miles y pequeños dien-
tecillos nos comen la lengua y entonces el idioma cojea. La hoja
que leo cae ligera y sobre el papel lastra. Alguien recoge ese
silencio y también el grito; si escuchamos en la lejanía de ese
silencio, quizá lleguemos a la lengua para vivir en su tensión
y su destreza.

***

¿De qué lado está el pensamiento? ¿De qué lado se escribe? La


infancia colma de abecedarios espectrales la gramática del que
no puede poseer en el mundo material, pero que es capaz en su
incapacidad de interpelar y llamar [calāre: «llamar»; clāmāre:
«gritar»; clangere: «graznar»] a todos los mundos posibles.
En la infancia, la detención visual del que viene adquiere una
premonición, y por eso el que escribe es un tartamudo en des-
velo. ¿Qué no pueden decir las palabras ante el infinito de la
hoja? La tranquilidad de la página es la «comida» que toca el
caos que se aligera, cuando el oído vuelve a rozar la mano que
contempla: una larva, tarde o temprano, será aleteo. El poema

32 ·

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es lo incesante, vela y lee lo ilegible y la rutina del mundo en
su parpadeo.

***

Escribir
amar (escribir)
velar un poema.

Hay que ser acróbata para amar y desafiar las leyes de lo probable
y de lo posible. ¿Qué razón puede haber para amar? Ninguna,
solo la infinita y estremecedora posibilidad de sorprenderse
y que en un hueco el corazón aloje, de regreso, algo de calor.
Es lo extraño del deseo y del amor, de su así y nada más. Es
como la hoja que hemos doblado de un libro, es la posibilidad
de reencontrar aquello que nos deleita, un trazo que queremos
volver a disfrutar y no perder de nuevo.

· 33

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Obras citadas

Barthes, Roland. Fragmentos de un discurso amoroso. Traducción de


Eduardo Molina. Ciudad de México: Siglo Veintiuno Editores, 1987.
    . Incidentes. Traducción de Víctor Goldstein. Buenos Aires:
La Marca Editorial, 2016.
Benjamin, Walter. «Panorama imperial». Infancia en Berlín hacia 1990.
Traducción de Klaus Wagner. Madrid: Alfaguara, 1982.
Blanchot, Maurice. La escritura del desastre. Traducción de Pierre de
Place. Caracas: Monte Ávila Editores, 1990.
Calmels, Daniel. «Jacobo Fijman: el derecho de crear». En Jacobo Fijman,
Poesía completa. Buenos Aires: Ediciones del Dock, 2005. 15-40.
Calveyra, Arnaldo. Novela. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2014.
Derrida, Jacques. «Jacques Derrida: leer lo ilegible. Entrevista con
Carmen González-Marín». Infoamérica. Visitado el 3 de enero del
2017. <http://www.infoamerica.org/documentos_pdf/derrida01.pdf>
Didi-Huberman, Georges. Falenas. Ensayos sobre la aparición 2.
Traducción de Julián Mateo Ballorca. Cantabria: Shangrila, 2015.
Meschonnic, Henri. «Manifiesto por un partido del ritmo». Traducción
de Raquel Heffes. Trazo freudiano. Visitado el 3 de enero del 2017.
<https://trazofreudiano.com/2015/09/17/manifiesto-por-un-parti-
do-del-ritmo/>
Pessoa, Fernando. Pessoa. Obra poética. Tomo I. Traducción de Miguel
Ángel Viqueira. Barcelona: Ediciones 29, 1990.
Quignard, Pascal. Butes. Traducción de Carmen Pardo y Miguel Morey.
Madrid: Sexto Piso, 2011.
Santa Cruz, Guadalupe. Lo que vibra por las superficies. Santiago:
Sangría Editora, 2013.

34 ·

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El sabor de las lágrimas:
[des]obrar, desbrozar, espigar

siempre-todavía

Se hace visible-audible, más auditivo que visual, más incierto


que suficiente. Vuelve, reitera, reincide, resiste a la manera de
las imágenes que tocan nuestros dedos y retornan para perderse.
En él respira la bella curiosidad que nos fuga de la atención y
del tiempo cotidiano al igual que el pensamiento que, cuando
al llorar siendo niños, nos sostenía de nuestro propio desdén
por lo que nos ocurría y nos hacía preguntarnos «¿y cómo es
el sabor de las lágrimas en los labios?» (Nina Simone).

Desperté con miedo de despertar / pensé con miedo de pensar /


escribí con miedo de escribir.

En un instante incesante que no acaba, el poema –su


[des]obrar, desbrozar, espigar– habita rupturas, bifurcaciones,
ramales. Sin avance continuo en su lenguaje, asalta desde su
discontinuidad el presente que se dirige a un tiempo quebrado;
perdura, obra y desobra, «se demora o porfía en espera (…), se
afirma en el borde de sí mismo, se llama y se trae de vuelta,
para poder persistir, incesantemente, desde su Ya-no-más a su
Siempre-todavía» (Celan, El meridiano 20-21).

· 35

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Lejos de la información se consume en su riesgo y devoción
por el extravío en cada despliegue y desdoblamiento contradic-
torio que realiza. «Al que le aconteció nacer, le resta morir; el
intervalo, aunque pequeño, hace la diferencia manifiesta» (Lope
de Vega s/n). Vuelto hacia el fin nos interpela y habla dirigido
hacia su propio descanso. ¿Qué preguntas nos hacemos en
ese camino de ida sin arribo cuando la tristeza nos sobrecoge?
«¿Cuál es la diferencia entre un día y otro? ¿Qué está pasando
contigo entre el lunes y el miércoles? (…) Tienes una vida y
desempeñas tu rutina diaria y día a día pierdes algo» (Tarr).
Tienes una vida, no tienes una vida, desempeñas la rutina,
la pierdes y con ella se pierde lo que siempre estuvo perdido
entre los días que arrastran lo que nos hará zozobrar. Entre
todos los días de los días con su propio sobresalto, enmudece-
mos inclinados hacia el recuerdo que prolonga el balbuceo y la
tartamudez que, sin ser uno y lo mismo, arrullan un lenguaje
extraviado y asustado. Solo queda hablar, seguir hablando, seguir
en camino, romper cabos, cercos, hielos, certezas y evidencias.

Qué es lo que se habla


se pregunta
se piensa
y aparece como escritura
una aparición que se conservará (guarida o tabernáculo, nunca
preservación) constantemente escondida entre lo que va de un
inicio a un fin. Camino o dirección que ignoramos gracias a
su alterna y variable incertidumbre, que se modula una y otra
vez mientras flota sin posarse en cabo alguno, contrapesando

36 ·

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pulsación y desvelo. El oído: primero destello y galope; después
el galope. El oído labra su distancia.
Velar lo desaparecido, leer en sueño y vigilia cuando «se
anda con poemas» (Celan, El meridiano 22). Se anda con lo que
somos, con poemas para encontrar(se) y en vigilia pugnar y
condescender hacia aquello que somos cada uno cada vez, entre
los días y nosotros. Resistir, resistirse, reincidir, reiterar, refutar,
regresar al oído. Separados y unidos en la conjunción disyuntiva
que reúne y libera como cuando en el campo los campesinos,
tras la trilla, lanzan al aire la paja y el grano, aún juntos, para
que la brisa arrastre el bálago de un lado y el grano caiga,
gracias a su peso, en el mismo lugar desde el que fue lanzado.
Posibilidad de reunión y separación del aliento, tomar
aliento, pensar, imaginar, leer, escribir. Lo que vuelve a ser y
deja de ser. Dispares residimos sin coincidir o solo coincidiendo
como intento / tentativa / tanteo. Sin domicilio diversas voces
se dirigen, se aproximan, acoplan o se abren. El sonido plural
incita el encuentro de una llegada que se introduce pese a todo,
que nos ataca, entonces, afán del escondite en que instinto y
desvelo juegan.
«La misma angustia todas las noches. Inerte en mi cama,
como el pez sobre la arena, diciéndome que el tiempo que
se me escapa, nada me proporciona, de nada me sirve. No sé
dónde me encuentro. Reducid[a] a decir, a sentir la inutilidad
de una vida cuya utilidad me ha decepcionado» (Bataille, La
oscuridad 17). Leo, velo un tacto, un sonido, el lenguaje que,
sin ser expulsado, no se detiene. Un tacto velo, leo. El sonido se
desliza, atraviesa las vísceras, me tiendo: a los oídos las palabras
le susurran balbuceando, se acomodan en la turbación. Escribir,

· 37

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piensa Duras, «estaría en el exterior de sí, en una confusión de
los tiempos: entre escribir y haber escrito, entre haber escrito
y haber de escribir aún, entre saber e ignorar lo que es, partir
del sentido pleno, sumergirse en él y llegar hasta el no-senti-
do» (31)1, porque «hay que ir más de prisa que esta parte de
uno mismo que no escribe, que siempre está en las alturas del
pensamiento, siempre bajo la amenaza de desvanecerse» (32).
Cada uno de nosotros, cada vez a-demás lo(s) de más.
Residencia / disidencia / laberinto. Ir más de prisa cuando se
anda [o no se anda con poemas], desandar, perderse –que re-
quiere siempre aprendizaje–2 en esa parte de uno mismo que
no escribe, bajo amenaza de desvanecerse o desaparecer, esa
parte que aloja intermedio / desajuste, y que nos lleva por una

1
Pero no se trata, dice Duras, de algo que se transfiere, de una traduc-
ción, del paso del ser en potencia al ser en acto, ni del paso de un
estado a otro, sino del «desciframiento de lo que ya es y ya ha sido
gracias a uno, en el sueño de su vida, en su repetición orgánica, sin
saberlo» (31), entonces, un instinto que «consistiría en leer, ya antes
de la escritura, lo que todavía es ilegible para los demás» (31), en
que «delante de sí uno tiene una masa entre vida y muerte que es
de su dependencia (…), [la] confrontación entre lo que ya estaba allí
y lo que iba a estar en su lugar» (32).
2
Pienso en el vínculo ineludible entre perderse y aprender desde
Benjamin cuando habla de la ciudad. Para él «importa poco no saber
orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como
quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje» (15). Aprendi-
zaje: aquello que, mientras hacemos el camino, perdidos, mientras
vamos errando, nos habla. Laberintos que encontramos, si seguimos
a Benjamin, en nuestros primeros cuadernos. Esa escritura como
extravío desplaza un sonido que luego, nuevamente, años después,
se transforma en palabra, quizá han sido ya poemas, «versos que (…)
llenaban los intervalos de los latidos de mi corazón» (17).

38 ·

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inscripción por hacer y por-venir en sí misma y [en ella] lo que
se puede inscribir [alcanzar] que no logra ser. Desajuste ante
la desintegración que consume la relación en una no-relación,
avizorando la línea de fractura desde donde surge lo que va
apareciendo o desapareciendo que, sin embargo, difiere y en
su retraso irremediable y discontinuo escribe esa parte que
no escribe.
Siempre-todavía nos desviamos siendo niños en un
pensamiento que nos rapta de las circunstancias, demasiado
prematuras para su acontecimiento, y sin embargo inevita-
bles. ¿Qué preguntas nos hace el dolor? ¿Y el amor? Hay que
ser acróbata y funambulista, caminar sin mirar el vacío para
llegar a amar [¿a amar o al amor?]3. El motivo de nuestra
pena e inquietud acuna un sabor que ha llegado a los labios.

3
Philippe Petit, funambulista francés, cuando tenía diecisiete años,
mientras esperaba en el dentista a que atendieran su dolor de mue-
las, abrió un diario y se topó en una de sus páginas con algo, según
cuenta, magnífico, algo que lo inspiró, dos torres y un artículo que
decía: «Un día estas torres serán construidas (…). Y cuando así sea
se volverán las más altas del mundo». El objeto de su sueño, desper-
tado en ese momento en su espíritu de alambrista, aunque aún no
existía se volvería tangible. Arrancó la página del diario, la guardó
y se fue con el mismo dolor de muelas pero pensó que ese dolor
no era nada en comparación con el sueño que había conseguido
y que llevaba en el bolsillo. Veinticinco años después, la mañana
del 7 de agosto de 1974, cruzó caminando sobre un cable las Torres
Gemelas. En el documental acerca de su proeza Man on Wire, di-
rigido por James Marsh, cuenta que comenzó como alambrista,
autodidacta, para soñar no tanto con conquistar el universo, sino
como poeta, conquistando hermosos escenarios. La poesía se pare-
ce a ese suspenso, a esa conquista en el vacío sobre la página o la
pantalla, verdaderos boquerones. Anne Dufourmantelle, en Elogio

· 39

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«¿Qué comida es esta? Lágrimas solo lágrimas» (Mekas 80).
Las palabras se producen –o piensan– cuando en las alturas
del pensamiento el pensamiento nos pisa. Cuando ellas, las
palabras, en el pensamiento son acechadas por su propia
intermitencia e intermedio: suspensión / desajuste / espera /
tregua. Habitadas entre discordia y dulzura se interrumpen a
sí mismas. El hablar se vuelve confuso y el lenguaje nos jala,
saca de quicio, confunde y pierde. Pero ¿qué se puede hacer

del riesgo, escribe que estar en suspenso es detener el aliento, mirar


lo más atentamente posible lo que simplemente está ahí y lo que
se le ofrece a uno en la presencia de las cosas. Para ella la puesta a
prueba está en este equilibrio conquistado en el vacío, que se puede
romper en cualquier momento porque, además, el funámbulo corre
más riesgo de caer cuando se inmoviliza y se ejercita en mantener-
se allí, casi sin moverse. Desea, disfruta el milagro del suspenso
sobre la cuerda, que no es una espera, porque esta «suspensión no
es un tiempo detenido antes de que ocurra algo, sino que es el su-
ceso mismo; la entrada en ese tiempo íntimo donde en realidad la
decisión ya fue tomada sin que nadie lo sepa aún». Este correr el
riesgo de estar en suspenso, su fuerza y elasticidad, es el riesgo de
los que abren sus brazos en el vacío. Según Dufourmantelle, y en
cuanto a la filosofía, las cualidades esperadas son las mismas, «solo
que no hay toldo, ni trapecio, ni nadie que nos rescate tras la caída;
avanzamos a tientas con una cierta idea de la verdad para delimitar
el ruedo. Suspender el juicio, de Grecia a Descartes, este es el mo-
mento de la crisis, el lugar de la épochè. Del filósofo mismo. Estar
suspendido en un balancín conceptual sin realmente tocar tierra, y
elegir el no… Juzgar, decidir, actuar. Todavía no, no inmediatamente.
Quedarse el máximo tiempo posible en esta postura insostenible
que internamente le ordena a uno estar en espera… Y no fiarse de
ningún concepto prefabricado, predigerido. Estar lo más lejos que
se pueda del pensamiento cuajado en posturas, en respuestas, en
certezas, y no obstante pensar» (34).

40 ·

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con el amor?, nada, «no hay remedio para el amor, excepto
seguir amando» (Thoreau)4.
Intemperie, hacia dentro y afuera, «intemperie sin fin»
la poesía (Ortiz 534). Ineludible dentro la palabra fuera de sí
casi palabra. Contigo que es yo y tú o en ningún caso alguno
de ellos. En el intersticio gira lo que desaparece. Ella (respon-
dió a algo que venía pensando por días y con demora con
una palabra). Una letra como tú como yo, tú y yo, rostro en
que irrumpe el «breve vértigo del entre» (Paz 110), que no es,
de ninguna manera, un tú o un yo ni algo que ocurre entre
la noche o la aurora, sino la apertura, un respiro –resistir,
reincidir, reiterar, refutar, regresar, resistirse– para habitar
lo inhabitable, «lo inhabitable, lo reducido, lo irrespirable,
lo pequeño, lo mezquino, lo estrechado, lo calculado justo a
tope» (Perec 136). El instante de un instante en su inagotable
aún que continúa preguntando o que puede preguntar por lo
siguiente: un tú, un yo, un día, el sabor de las lágrimas, lo que
se pierde cada vez que sucede.
Los espacios en que caben nuestras dudas: la página in-
tranquila o invisible que se escribe o deja de escribir, que se
borra o suprime atestiguando entre cabo y cabo. De la voz en
la boca o fuera de la boca solo las manos saben: abrir o cerrar
una puerta, hacer o deshacer la cama, encender o apagar la luz,
abrir los ojos, cerrarlos, en el oído el último aliento, la mañana
o la noche de la mañana a la noche en que los días se suceden
sin suceder. Imaginar lo que no vemos, ceder al instante que se

4
«There is no remedy for love but to love more», escribe Thoreau en
sus diarios el 25 de julio de 1839.

· 41

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palpa o que no perdura ni se acaba. Escuchar palabras a través
de una puerta y abrir la mano.

Escribir, pausar, templar, desfigurar, desobrar, desbrozar.

Los espacios en que caben nuestras dudas: una pequeña


caja de madera, un cuaderno de ochenta páginas, un cajón
[gaveta, casillero, caja], una planta demasiado grande en un
macetero demasiado pequeño [sobrevive]. Cuánto espacio es
necesario para nuestras preguntas. Las raíces salen de los mu-
ros para buscar o huir del agua, así las palabras se fugan o se
acercan. La sofocación de aquel día, el país imaginario que cae
a goterones desde aquel día. Sangre en las paredes, en el patio,
en el labio destrozado por la mordida, por la culata del fusil.
Leer es velar, mantenerse despierta, leer / nadar5, mantenerse
despierta, dormida despierta otra vez, mantenerse despierta.

5
Escribe Montaigne en «Los medios que Julio César usaba para ha-
cer la guerra» que, «cuando los antiguos griegos querían acusar a
alguien de extrema ineptitud, decían como proverbio común que
no sabía leer ni nadar. Él [César] opinaba también que el arte de
nadar era muy útil en la guerra y le sacó mucho provecho. Si tenía
que ir de prisa, solía atravesar a nado los ríos que encontraba, pues
le gustaba viajar a pie, como el gran Alejandro. En Egipto se vio
obligado, para salvarse, a subir a una frágil embarcación, y tanta
gente se abalanzó sobre ella al mismo tiempo que corría peligro de
irse a pique. Él prefirió lanzarse al mar, y alcanzó a nado su flota,
que se hallaba a más de doscientos pasos de allí, sin dejar de sujetar
con la mano izquierda sus tablillas fuera del agua, ni de arrastrar
con los dientes su cota de armas, para que el enemigo no se hiciera
con ella, y esto a una edad ya muy avanzada» (1111). Abdel Wahab
Yousif, que deseaba huir de Sudán, su país, a través de Libia, se
ahogó –junto con otros inmigrantes africanos– cuando el bote en el

42 ·

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¿Cuántas preguntas caben en nuestro corazón cuando el
pensamiento entra en apnea? ¿Cuántas palabras llenan los
intervalos entre los latidos?
Entonces el polvo / mientras la cal de las paredes / quizá
mi madre regresando de un lugar al que no pudo llegar. Martes,
11:40, sigue estando nublado. «Era martes y estaba nublado»,
no, amaneció nublado en vista de los acontecimientos que se-
guirían [en] nuestras vidas. La imagen se despega o el recuerdo
se repite, una y otra vez otra vez infinitos recuerdos de ese día
quizá entonces mientras lo que hubo fue hoy instante y fiebre.
«No al ver cautivo para oír» (Meschonnic s/p).
Los aviones cruzan el cielo. Vimos, sentimos, afiebramos.
Mi madre se ha levantado y nos prepara ulpo. El campo se abre,
recordamos, despertamos [su lengua –la que aprendimos– vino
del sur]. De una en una a una las palabras. El patio parece un
callejón cuando el ruido le arrebata su ritmo cotidiano al día.
El hogar se busca aún. Y los días siguientes:
Bajo una enclenque parra escucho los gritos en los calabozos
que alcanzamos a ver desde el patio por sobre la pandereta.
El grito está adentro de la boca, pide agua. En ese espacio un
concepto se forma, se fabrica, se crea, se inventa, las lágrimas
no preguntan por su sabor. ¿Es un dolor existencial o lógico?
La pregunta cala hacia el fondo del instante en un instante que
se desplaza en ese aún todavía allí. ¿No es acaso ese desaliento
lo que respira en cada uno de nosotros desde entonces y pausa
la pregunta en el silencio sobre el silencio? Cuando la palabra

que iba se hundió en el Mediterráneo. Seguramente no sabía nadar,


era poeta y no servía para la guerra.

· 43

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se atasca y parece girar en una rueda de ejercicio para ardillas,
respirar, desintegrar el tiempo que se desmorona para dirigir
el oído a su imagen. Pero la escucho6.
Andar con poemas, andar sobre la línea de fractura entre
las cosas que, sin embargo, no cesa en su «instante impalpable»
(Bataille, «El ser indiferente» s/p). La intensidad de alguien en
ese grito. Habla de tartamudos: escribir. Andar con poemas
para liberarse del habla atrofiada, casi habla que en su oír pa-
rece transformada por aquello que ha escuchado [ha vivido]7.
Se parece, solo se parece, a una ventana que se golpea, que va
y vuelve azotada por el aire, brisa o pequeño torbellino que
separa el grano de la paja. Intensidad que se parece, solo se
parece, a una fuerza en que eres llevada por el deseo de inscribir
o recordar o borrar o suprimir / olvidar. Un cuaderno se abre.
Andar con poemas sin volverse profesional ni competente.
Prosternarse ante los poemas y besar con barbarie sus pala-

6
Para Didi-Huberman «en la imagen el ser se disgrega: explota y, al
hacerlo, muestra –pero por muy poco tiempo– el material con que
está hecho», porque «la imagen no es la imitación de las cosas, sino
el intervalo hecho visible, la línea de fractura entre las cosas» (166).
7
Celan se pregunta «¿se anda, entonces, cuando se piensa en poe-
mas, se anda con poemas por tales caminos? ¿Son estos caminos
solo caminos en círculo, rodeos de ti a ti? Pero son también, a la vez,
entre tantos otros caminos, caminos por los cuales el lenguaje ad-
quiere voz, son encuentros, caminos de una voz a un tú que percibe,
caminos creaturales, proyectos de existencia acaso, un anticipado
enviarse hacia sí mismo, en busca de sí mismo… Una suerte de re-
greso al hogar» (El meridiano 26-27), sin embargo, no se trata de un
pathos ensimismado sino de un encuentro.

44 ·

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bras8. Pero todos somos falsos poetas. Andar forma la palabra
nadar, nadar no es leer, leer es nadar.
Intentamos, con mi hermana, darle agua con un cucharón a
uno de los presos que recién han traído. Aún tiene fuerzas para
levantarse y pedir. El sonido es la plegaria que quiere alcanzar
su propio tímpano. La escucha se dedica atenta al sonido o a
la falta de sonido que es siempre sonido. Cuando dejamos de
gritar o balbucear o tartamudear nos damos cuenta de que antes
de oír el sonido engaña. Deseo o no deseo de escuchar. El oído
es preeminente, el pensamiento después. «Apágame los ojos:
puedo verte; / ciérrame los oídos: puedo oírte» (Rilke 123).
El agua cae en charco hasta hoy entre su voz y nuestra
mudez. Veo sin decir, se repite la imagen. El hombre continúa
llorando y grita «por favor». Trozadas las palabras, los gritos, la
súplica. «En el principio estaba la Palabra. Pero estás mudo, mudo
como un pez. ¡Una pequeña cucaracha!» (Tarkovski). Apenas
audible la lluvia cae sobre el charco, que no tiene reflejo, en los
borbotones de espanto que aloja el oído. Esta imposibilidad de
alcanzar, de querer alcanzar, fue encontrada, tiempo después,
como escritura. No alcanzamos, entre el afán –que nunca es
suficiente– y la boca y su grito, nunca. Nunca, no digas nunca
porque la palabra nunca envuelve el instante que vuelve sobre
sí y se aquieta en nuestra fiebre. Las palabras, su rastro, jamás
consiguen evadirse como «huellas de petróleo [que] forman
un rastro semejante al de un caracol maligno» (Bradbury 49).

8
Recordando «La biblioteca de Babel» de Borges: «Yo conozco dis-
tritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con
barbarie las páginas» (470).

· 45

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El deseo se desorienta entre las ramas de la parra, toca
gotas de lluvia, uvas, esferas de sangre. Toca en el vacío entre
las orillas de la fiebre. Escupe pepas, hollejos, se deforma y
demora en la garganta. La fina piel del recuerdo se tropieza
con la necesidad de las palabras que nos mantiene entre
un recuerdo y lo que será un recuerdo. Suspendidas en el
lenguaje lo que entra al corazón, palabras en caída cayendo
en su «interminable todavía» (Paz 110). En ese infinito aún
no es la mirada lo que presenciamos. Nuestra mirada sin
nuestra presencia es lo invisible de una imagen, incluso el
no ver que no es ver lo que se intenta –ver o retener– sino la
distancia entre esos cabos que imagina escuchar o templar
en la imaginación.
El temblor nos arrebata al sueño o somos arrebatados por
sueños dentro de una esfera de carne y huesos. Palabras que
arrebatan y espigan [en] otros tiempos, o contratiempos [mis-
terios del tiempo], otras lenguas o contralenguas, aceleración,
velocidad, verosímil de la quietud que, sin embargo, es propia
intensidad: un sueño es como el mar pero más inquieto, un
sueño es como tu pelo pero más claro. ¿En qué pensar? Toco,
rozo, tomo, no afianzo. Sus manos [que] aún me escuchan,
su voz [que] aún me roza. Vuelve un sueño en sueños, en los
sueños en que sueño una película donde los sueños dentro
de un sueño retornan al cuenco que hacen las manos, un foso
en el que de espaldas miramos un rostro que mira sus manos
sosteniendo el propio cuerpo inmóvil.
Alcanzar el grito luego del susurro. El tartamudo procura
alejar de sí el retraso. A través del preámbulo de su dificultad
alguien puede decir algo en lugar suyo siendo otro.

46 ·

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La mujer pregunta «¿cuál es tu nombre y apellido?». Él
contesta sin alcanzar: «Me… llamo….». Repite sonidos, sílabas,
palabras que se prolongan e interrumpen en el empeño. Bloquea
el paso del aire el aire. Sabe su nombre pero el flujo de su
nombre no llega a puerto. Finalmente logra contestar: «Me…
llamo… Yuri Zha, Zha, Zha, Zhari». La mujer pregunta: «¿De
dónde has llegado?». Yuri contesta: «He llegado de Járkov».
Parpadea nervioso, como si quisiera dejar las palabras que no
puede tocar. «¿Dónde estudias?», «estudio en una escuela pro-
fesional». Ella se levanta y dice: «Ahora llevaremos a cabo una
sesión». ¿Ciencia, magia, hipnosis? «Mírame fijamente. Mírame
a los ojos», dice mientras pone su dedo índice entre los ojos de
Yuri, avanza su dedo hacia él, le pide seguir su dedo mientras
lo acerca y dice «hacia delante». El tartamudo sigue el dedo
con su cabeza, ata cabos en el pensamiento, se inclina, pierde
el equilibrio. Ella le pide que se vuelva de espaldas, acomoda
su cabeza con ambas manos, luego con una mano la sostiene
como si fuese una pelota y dice «concentra tu atención en mi
mano. Mi mano te atrae hacia atrás». Suelta la cabeza de Yuri
y desplaza su mano hacia ella, nuevamente Yuri pierde el equi-
librio. Lo voltea y lo pone frente a sí. Le dice «abre las manos».
Yuri muestra a la altura de sus hombros sus manos abiertas.
Ella las acomoda y las enfrenta. Yuri se mira las manos. Ella las
acomoda de nuevo y también su cabeza. «Concéntrate. Toda
la tensión en las manos. ¡Las manos se ponen tiesas! Toda tu
voluntad, todo tu ardiente deseo de triunfar lo concentras en
las manos. Las manos se tensan más y más. Se ponen rígidas.
Más. Mira tus dedos. Los dedos se tensan. Toda la tensión», dice,
poniendo sus dedos en la sien izquierda de Yuri. «Pasa de aquí a

· 47

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tus dedos. Mira tus manos, Yuri, concéntrate. Cuando diga “tres”
tus manos quedarán inmóviles. ¡Uno, dos, tres! Las manos están
inmóviles. Tú no puedes mover las manos. Intentas moverlas,
pero están inmóviles. Tratas de hacer un leve movimiento y
no puedes». Posa, mirándolo, su mano en su sien izquierda y
dice: «Ahora quitaré tal estado, y tú hablarás nítida, libre y fá-
cilmente». Su mano continúa en la sien de Yuri. «Toda la vida
hablarás en voz alta y con claridad». Acomoda su cabeza, la
sujeta con firmeza: «Mírame. Quito la tensión de tus manos y
de tu habla. ¡Uno, dos tres!», tira la cabeza de Yuri con fuerza
hacia atrás. «Di en voz alta con claridad: “Yo puedo hablar”».
Él dice sin titubear: «Yo puedo hablar».
¿Cuánto tiempo esta falta de palabras que sujeta a las pa-
labras y que expulsa a las palabras de sí mismas y a través de
ellas desde ellas?
Las manos alcanzan la voz y en manos de la lluvia las
lágrimas parecen desaparecer [«hueles a sueño y lágrimas»].
Acerco tu pelo, sobre tu espalda, sobre el tatuaje de tu espalda.
La mejilla acaricia la mano, mi cara roza tu pelo. Un susurro el
sonido. Labios y yemas se deshacen. Acariciar. AV, mirando sus
viejas manos, piensa «el final está cerca». Espigar con un último
aliento cuando al rozar a otro el corazón forma un bosque. Los
latidos ramales. Podar, desbrozar, espigar, [des]obrar en vida
en manos de la muerte. Acomodo tu pelo, las manos besan la
frente, sí, las manos besan, «ansia de manos y ojos», «ansia de
manos y palabras». Lo que se puede olvidar desde la boca a la
mano. «Cogid[a]s de la mano, mud[a]s, sumergid[a]s en nuestros
mundos, cada un[a] en sus mundos, con las manos olvidadas,
una en la otra. Así he resistido, hasta el presente» (Beckett 84).

48 ·

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«Las manos de los pobres a quienes no dimos nada» (Teillier
12), en manos de la lluvia, las manos desgranando, lo que que-
ma en las manos, el lenguaje tropieza, su destino: manos que
esperan sostener la cara entre las manos para tocar la carne
que se conserva, pequeñas perforaciones, mínimas imágenes
de manos que se aprietan, la boca, las manos, el deseo, la pro-
nunciación alargándose en el cerebro, cada palabra la hiel en
su intento, los ojos ciegos esconden las manos que reciben,
no hay manos en la putrefacción de la memoria que acoge el
cadáver en el que se vive, años después, las manos despegaron
los labios y los labios despegaron las manos, la inanición que
las manos sienten cuando el pensamiento distorsiona, a eso no
le llamaría traición, a no ser que «traición, en sentido estricto,
solo puede haber ahí donde hubo y hay amor» (Marchant 37).

espiga la mano

No, las palabras no nos traicionan, las palabras hacen lo suyo


y se caen o no se caen de la boca a las manos.
Vaciada en las manos vulnerables de una imagen que se
parece a alguien qué podría ser yo [¿quién es yo?]. Las letras
son como pequeños trozos [pequeños animales] que vuelven a
las manos, las palabras manos que moran para no tropezarse,
frases con que las manos se comprometen y trazan más allá
de sí acechando los labios para extraer lo que no logran por
sí mismas, las manos esconden un rostro, mi rostro, tu rostro,
nos despiden agitándose, atrapan un poema, escribieron en mí
algo que guardo, un poema: «El poema es un lugar raro donde
se guarda la vida» (Valdés s/p).

· 49

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Guarda, acoge y cuida los sueños en tus manos, apretar
contra las máquinas las manos y desaparecer, hilos de sangre
humedecían sus manos, separa las manos, concéntrate, los
dedos de las manos se tocan a sí mismos, heridas y huellas, las
manos cumplen horarios, «escapar a la fortuna por su propia
mano» (Montaigne 518), el calendario se aloja en tu boca so-
plando palabras que algunas manos empujan, hasta hoy, no es
suficiente el afán, sus manos muertas –de las que los ojos no
se zafaron– ya no llegan hasta mí, ¿podría el viento que nos
cala las manos decirnos qué palabras se desplazaron?, ¿qué
pregunta la tristeza?, el mismo libro entre sus manos, una dos
tres veces, el agua lee en las manos tallos recién cortados, de su
funda caen las manos recién pulidas, las manos se arrastran,
tras de sí el deseo, la incertidumbre penetra lo que toca, las
manos el dedal que la letra punza, un accidente9.
«Se engañan aquellos que piensan que las manos nos per-
tenecen. Nosotros pertenecemos a las manos. Son ellas las que
saben cuándo podar los árboles, cuándo recoger los nísperos,
cuándo arrancar las malas yerbas. Y también son ellas que,
ya cansadas del día, nos sostienen la cabeza mientras veo la
sonrisa de nuestros pájaros. Cuando en casa ya todos duermen,
cuando ya estoy demasiado cansada para contrariarlos las
manos se lanzan a la tarea de recoger la infancia de nuestros
hijos. La guarda en secreto como si se tratase de reliquias. Y
ahí están porque son la prueba de que ellos fueron niños. Me

9
Y «no hay poema sin accidente, no hay poema que no se abra como
una herida, pero que no sea asimismo hiriente. Llamarás poema a
un encantamiento silencioso, la herida áfona que de ti deseo apren-
der par coeur» (Derrida 168-169).

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pregunto algunas veces qué incitará a las manos de las madres
a enfrentar la aventura de preservar la infancia de sus hijos,
será nuestro miedo a reconocer que ya pueden pensar por sí
mismos» (Vasconcelos).
Se engañan aquellos que piensan que las palabras nos
pertenecen. Nosotros pertenecemos a las palabras. Son ellas
las que saben cuándo podar, recoger, arrancar, sostener, lastrar,
desbrozar, [des]obrar, espigar: amar. «Amar: leer a libro abier-
to» (Quignard, Vidas secretas 155). Las manos no sostenían
como ella creyó, las manos ayudaban a los oídos a no escuchar
muertas las palabras de las palabras que se buscan para decir,
las manos ayudaban a los oídos, las manos que ya no cortan
y tejen las horas de descanso se ennegrecen de cuchillos, la
conversación borrada por las manos, tu mano acaricia dentro
de una lágrima una flor, las manos son la boca escúchame, lo
que sostiene para no perderlo, las manos se cierran, los ojos
reposan en las manos y el castigo se deposita lento, una pe-
queña mano abraza el meñique enorme de un padre, aprendió
palabras con sus manos, del jardín un ramo entre las manos de
quien parte, entrecruzamos las manos y nos despedimos, ella
y yo como dos libros, me acaricia en las pesadillas la mano de
mi madre, toma las palabras que me cuesta decir, las manos se
abren: amar, leer, velar, trato de tocar sus manos que imagino
cuando miro el día anterior, «sus manos tan bellas y simples»
(Barthes, Diario de duelo 184).

Lo que no se logra decir la mano acaricia.

· 51

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Solo puedo imaginarte, emprender ejercicios de orienta-
ción, hablar nítida, libre y fácilmente, y otra vez de nuevo obrar
para que el azar retorne a las manos, pasar por las manos y
el corazón para hablar sin tropiezo, para que el obstáculo no
coseche en el umbral de la boca manos palabras pensamiento
pensamientos palabra manos el pensamiento pisa las palabras
que nos llegan a través de las manos tus manos la onomatopeya
alojada en las yemas y desde la yema al labio maniobrar obrar
desobrar lejos de lo humano demasiado cerca demasiada vida
en ellas demasiada muerte.
Palabra y boca en su vida las palabras que apretamos con
las manos cuando el párpado palpa y lleva la imagen en su
vértebra.
Tartajeo / como un gorjeo / entrecortar como un alarido.
Nuestro decir plagado de fisuras. Hendidura, pensé, de un yo
hacia un tú. Aparición-desaparición del habla. Cuencas de las
manos ajustando palabras: «tart», tartalear, moverse sin orden,
tumbarse, temblar; «tartajear», tambalear. «Aún sé esto: no
tiemblo, podría temblar» (Bataille, La oscuridad 24). Hablar
saltar obstáculos repetir sonidos. Quizá / reptar por el sonido,
piedrecitas en la boca, piedras en el pecho; «mu», el sonido de
quien habla con la boca cerrada, «o», exhalación para empren-
der. Despegar los labios y tropezar hacia dentro.
Caer «en el fondo pedregoso de los libros que leo, que puedo
leer, rostro afiebrado que quisiera tomar entre mis manos. Y a
veces casi toco tu frente, tu mirada que pregunta, pero enton-
ces todos esos signos se disipan. Y con ellos, el día y la noche,
y hasta el mundo, hasta el viento» (Bonnefoy 81). El habla se
disipa no se disipa. Reproducir no reproducir distorsión de la

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memoria sonido agudo y prolongado ascendente-descendente.
El balbuceo prueba que fuimos niños.
Esferas opacas o incluso oscuras. Algo como, pero no lo
es, balbucir, entrecortar, oscilar. «Los poetas, como los niños,
producen sonidos por el placer de hacerlo. La poesía es una
forma superior de balbuceo» (Eagleton 73)10. Fisurar, excluir la
obligación comunicativa, liberar el sentido, volver promiscuas las
palabras, las manos, abrazarlas con los dedos sin abochornarse:
onomatopeya del tartamudo, prestar oídos a la alcanta-orilla
del lenguaje11. Abrazar las palabras o el deseo de letra en letra
de piedra en piedra de ribera en ribera. Del río el lenguaje se
libera de su ostentación, sin prescripciones el espacio espera
que una palabra deje de agitarse o respire por sí misma.
Peces fuera del agua, sobre la arena, a punto de ser recha-
zados por el agua. A pesar de sí mismo ir a contrapié, a contra-
pelo, entreverado. «Ir de flor en flor» (Eagleton 73), desactivar

10
Placer por los sonidos que se desvía del interés de una «civilización
obsesionada por lo económicamente rentable (…) tan subyugada al
trabajo, a la coerción y a la obligación», señala Eagleton, en que
«los más elevados ejercicios de la imaginación (…) rayan en las más
regresivas fantasías. Un poema es un recreo semiótico, en el cual el
significante es dispensado de sus adustos esfuerzos comunicativos
y puede divertirse sin abochornarse. Libre ya de un matrimonio sin
amor con un único significado, el significante puede ir de flor en
flor, mostrarse promiscuo, retozar impúdicamente con otros signifi-
cantes también libres de compromiso. Si los guardianes de la moral
convencional comprendieran lo indecente que es la poesía, dejarían
inmediatamente de inscribir poemas en sus tumbas» (73).
Anota Nancy: «Estar a la escucha es siempre estar a orillas del sentido
11

o en un sentido de borde o extremidad, y como si el sonido no fuese


justamente otra cosa que ese borde, esa franja o ese margen» (20).

· 53

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las desgarraduras. En el lenguaje el poema un labio una orilla
canto arcén borde; tartajear en su corriente, en la noche más
noche la palabra brilla, corre, duele, se balancea12. Hay palabras
que se quedan para siempre en las ramas, que se quedan sin
saber si quedarse o irse, que se van por las ramas. Tejido de
los días que no eran aún. Sus manos marchitas restriegan las
imágenes que la palabra avizora y enrama. Detén las palabras
con las manos en tu boca y hazles lugar. No temer, templar,
«manos que, desesperadamente, se cruzan entre sí para no
cruzar el cuerpo amado» (Marchant 30); «si la angustia nos
oprime con violencia, nuestras manos, en posición de presión,
intentan convulsivamente atrapar la nada» (Hermann ctdo. en
Marchant 42). Nada ha quedado para siempre expatriado en el
pasado mientras alimentamos un exilio que regresa y al que nos
asimos en los destellos de un sueño como manos a las palabras.
Manos a las palabras, pérdida, separación. Del tacto una
palabra, tú y yo, el tacto sobre la página, la cascarita sin cor-

12
La siguiente escena de Zama marca la oscilación del pensamiento,
el deseo de irnos o no de un lugar, un desplazamiento temporal y
un deseo y un no deseo al mismo tiempo: «Dijo que hay un pez, en
ese mismo río, que las aguas no quieren y él, el pez, debe pasar la
vida, toda la vida, (…) en vaivén dentro de ellas; aún de un modo
más penoso, porque está vivo y tiene que luchar constantemente
con el flujo líquido que quiere arrojarlo a tierra (…) estos sufridos
peces, tan apegados al elemento que los repele, quizá apegados a
pesar de sí mismos, tienen que emplear casi íntegramente sus ener-
gías en la conquista de la permanencia y aunque siempre están en
peligro de ser arrojados del seno del río, tanto que nunca se los
encuentra en la parte central del cauce sino en los bordes, alcanzan
larga vida, mayor que la normal entre los otros peces. Solo sucum-
ben, dijo también, cuando su empeño les exige demasiado y no pue-
den procurarse alimento» (12-13).

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tarse de la naranja que pusiste en mi boca simula una frase:
entrenamiento de resistencia. Atrapar las iniciales del miedo
y de la nada. La primera palabra la palabra que falta, alcanzar
la voz, la cascarita se corta y cae, el tacto busca lejos de sí,
cuando encuentra sonríe, las palabras sonríen, el amor sonríe.
Espacios no dichos. La página da vueltas sin detenerse para
poder entrar a la boca, si no hay tacto no hay habla13. Órgano
del tacto, «la mano constituye el órgano activo del “agarrarse
a”, ritual de amputación de las manos o, más modestamente,
el acto de morderse las uñas; y si los cabellos constituyen el
órgano pasivo del “agarrarse a”, ritual de su pérdida, de su se-
paración» (Marchant 48). Amar, leer, velar, tactar. «La página
del vacío aparente viene escrita solo hay que tactar. Y tú, al
otro lado del mundo» (Hernández 13).
En el abismo del presente nervios, músculos, tejidos, la
boca se abstiene, traga. El cuerpo se consume y a través de su
deterioro el habla se subleva porque en ese gesto cada cuerpo
reprocha o suplica, pero el tacto vuelve todo a su lugar para
soltarlo. «El último horizonte es el cuerpo y más allá de él solo
hay el deseo de ver qué es eso, qué contiene, qué esconde, en un
acto que es la destrucción del propio cuerpo: es la aniquilación
del mundo, es la pulverización de la realidad» (Rella 31). Leer,
velar, tactar. Dar la mano y amar.

13
Para Berger el tacto «es lo que ocurre naturalmente cuando dos se-
res se aman, en el momento en que se entienden. Las personas se
hieren cuando el tacto ha pasado. El tacto es una forma de meterse
cada uno en el espacio del otro: hay una complicidad, un complot,
una especie de conspiración. Juntos desafiamos la vida» (s/p).

· 55

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Dentro de la boca la onomatopeya vela –o escribe–. Antes
del tacto un tacto, atrapar lo que se deja y en tantos antes des-
alojar aquello en lo que estamos varados, en el vacío o en la
interrupción o desde o con ellos obrar desobrando la posibilidad
[im]posible del encuentro en que las manos hacen deshaciendo.
Allí un habla, un grito por el que ya hemos sido transformados.
«Lleno de boca y de ojos y de manos; durante mucho tiempo
conservé en mis dedos la impresión de sus ojos dormidos y
el palpitar de su corazón» (Rulfo 65). Solo puedo imaginarte
como a las palabras que no pueden salir de la boca, aunque «el
silencio ensordecedor del amor», como escribe Aragon, rasga
el sonido. Párpado del poema, fulcro, tenaza, soporte, amparo,
fórceps, mecanismo de la mano a la boca un movimiento,
pensamiento de la inoperatividad: «Des-obrar (…) escribir un
poema superando la función comunicativa del lenguaje; hablar
o dar un beso desviando la boca de su función, que sirve en
primer lugar para comer» (Agamben s/p)»14.

14
El pensamiento de la inoperatividad (désœuvrement) al que se refie-
re Agamben, contrario a las categorías del capitalismo y la insisten-
cia en el trabajo y la producción, no es «ni atonía ni holgazanería»,
sino que más bien nos notifica que «hace falta des-obrar [dés-œu-
vrer] en el sentido activo del término (…) se trata de una actividad
que consiste en volver inoperantes todas las obras sociales de la
economía, del derecho y la religión para abrirlas a otros usos posi-
bles». Es lo que se pregunta Aristóteles, señala Agamben, en la Ética
nicomáquea, «si existe una obra propia del hombre. La obra del
flautista es tocar la flauta, la obra del zapatero es hacer zapatos, pero
¿existe una obra del hombre en cuanto tal? Aristóteles formula en-
tonces la hipótesis según la cual el hombre habría tal vez nacido sin
obra, pero en seguida la abandona. Sin embargo, esta hipótesis nos
conduce al corazón de lo humano. El hombre es el animal desobra-
do [désoeuvré]; no tiene ninguna tarea biológica asignada, ninguna

56 ·

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Las palabras desde la mano como un beso desde otro len-
guaje llegando a un jardín que las manos hacen y [des]obran.
Espigar, desbrozar, cada vez y más allá del riesgo y el azar.
Nítida, libre y fácilmente desde la mano a la boca el lenguaje
se pregunta a sí mismo. Revuelta o fracaso, [re]pliegue hacia
el fin. «Un poema es un riesgo» (Meschonnic s/p), pensar lo
es, pensarlo15. A las manos llegar. «¿Hasta dónde has llegado? /
No muy lejos / hasta la punta de mis dedos» (Rivera 119).
Manos que se abren son ellas el primer libro. Venida de las
palabras, llegada de las palabras, órgano del tacto, órgano
activo, apoyo en nudillos, juntura de las palabras, entre las
manos velar, tactar, tejer un nido, regar gusanos.
El lenguaje se contradice, las manos abandonan, en ma-
nos de las bestias la palabra grita. Rueda por nuestras manos
la palabra desolación. Leer, amar, velar, tactar, tartajear. La
imagen con una furia poderosa se posa con suavidad entre los
días. Como por arte de magia hablar sin detenerse, trastabillar,
equivocarse, no equivocarse, nos acecha siempre-todavía o
custodia aquello que llevamos en las manos cuando la palabra
toca. «Manos, la herida (…) manos, la nada» (Celan, Obras
completas 131). Espiga la mano adosada a la boca, adosada

función claramente prescrita. Es un ser de potencia que puede su


propia impotencia. El hombre puede todo pero no debe nada («El
pensamiento» s/p).
15
Riesgo, como escribió Dufourmantelle, que «da pie al azar [y nos
remece o] desplaza la existencia hacia esa línea de batalla que es
el deseo (…) un acontecimiento puro, kairos, instante decisivo (…)
nuestro horizonte de espera, en el que se revela una reserva insos-
pechada de libertad» (14-15).

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a la boca la mano recibe un impreciso vocablo. Esplendor
y miseria de las palabras. Siendo niños grandes nos basta
con llevar un pájaro herido a nuestra cabeza para darle ca-
lor, cuando la cabeza se juega y estrella contra sí misma y
picotea en un mentiroso nido el hogar imaginario. No hay
hogar imaginario.
Se echó en mi pelo, aleteando sobre lo irreal; lo real simula
la realidad con la que ya no se cuenta. La simulación baja a
la mano y la palabra alcanza una palabra; «tú enseñas a tus
manos» (Celan, Obras completas 131) a dormir, tú enseñas a
tus manos a amar, tú enseñas a tus manos la voz, tú enseñas
a tus manos a olvidar, tú enseñas a tus manos a templar, tú
enseñas a tus manos a velar, tú enseñas a tus manos a tocar
la voz. Rozar el lenguaje, bastar y no bastar, desde la palma
de tu mano un pequeño huracán busca un lecho en su boca,
folia la mano y la lengua un empalme de locura. La hoja se
abre de par en par. No puede hablar, como el niño, inerme
desde antes a ahora. Hay palabras con las que procuramos
sostenernos, orientarnos, regresar de la leche espesa que no
deja que nos elevemos ni entremos al mundo.
Hablar o resucitar entre el silencio o la palabra, llevar la
voz, la cabeza como un farol regresando a su deseo que no
es más que un riesgo infructuoso, tú enseñas a tus manos a
escuchar, tú enseñas a tus manos a decir. Dicen sin dejar huir
a las palabras. Se detienen, repiten un sonido las palabras,
llegar hasta ti con las yemas en un sueño que no recuerdo
hasta que llegas. Manos que velan manos que hablan nítida,
libre, fácilmente. Opaco señuelo que no escapa de ti a mí,
afanoso es el fango y la leche del cielo que diestra nunca ha

58 ·

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sido, tus manos sobre la tela, mirar las manos y hablar, escribir
a destiempo, a contratiempo. Un gesto del grito que viene del
eriazo y no sabemos a quién pertenece (no es Dios). No hay
justicia en el acecho. Migajas para un pensamiento que en el
futuro ni siquiera podremos balbucear. El habla / migajas /
onomatopeya.
Leo que «la tartamudez es tan antigua como la aparición
del habla». No es un problema en el lenguaje, sino de flujo.
El tartamudo sabe sus palabras, como un beso que se abre a
la espera, besar las palabras, las palabras del otro. Repetición,
prolongación, interrupción. Parpadeo, temblor de labios. Pero
no es una habilidad o no del lenguaje. Demóstenes, el gran
orador griego, era tartamudo. Habla entrecortada, ni siquiera
pensar. Dicen que, para superar o aminorar su tartamudez,
trepaba por colinas con peso sobre el pecho para acrecentar su
capacidad pulmonar y se ejercitaba en la playa hablando con
pequeñas piedras en la boca hasta que su voz se escuchaba
entre el sonido de las olas.
Capacidad pulmonar [sin capacidad pulmonar], allí de-
ben activarse las branquias del pensar, ante las branquias del
pensar está ya la lágrima (Celan, Obras completas 428), en
la lágrima una flor, el sabor de nuestras lágrimas. Pensamos
ahogados. «Un buen pensador es un hombre que ha conocido
su pensamiento en apnea» (43), escribe Quignard recordando
a Ferenczi que, al final de su vida, sostenía «que la capaci-
dad de pensar estaba ligada a un acontecimiento traumático
infantil que rozaba la parálisis psíquica completa» (Morir
por pensar 43). Mirar las manos hablar, guardar las palabras
[hacia] dentro de la boca, guardar las palabras, para ti, a pesar

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de todo, hablar. ¿De qué se esconden las palabras? ¿Somos
invadidos por el aliento o por el desaliento?
Aristóteles sostuvo que la tartamudez ocurría porque se
pensaba más rápido de lo que se podía hablar. No. «El pensa-
miento habla consigo mismo de una forma completamente
distinta de cómo hablan con él las palabras» (Müller 9). Si
la lengua es incapaz de seguir la velocidad de las ideas es
porque su propio afán de velocidad la enlentece y entorpece.
Tratamientos de la propia desolación, ejercicios con hilos
de sangre. Hebras de su pelo sobre las yemas o el hilo o la
sal del miedo que petrifica la mano que recoge o detiene el
lenguaje o un tentáculo de memoria sobre la pantalla parpa-
deante o papel que continúa en el pasado o en el futuro. Pon
un lápiz en tu boca, haz gárgaras, mete la cabeza en agua fría
como hacía Celsus. Cortar el frenillo de la lengua, dar palizas
para evitar el problema del acto de expulsar. Reproducción,
memoria, retención. Hablar y recibir recompensa. Buscar el
gen de la tartamudez. Toda lengua es distorsionada. «¡Estoy
aprendiendo a leer! –exclamó sollozando–. Llega el momen-
to de morir, y yo me pongo a aprender!» (Gorki 118). Es mi
madre la que dice esa frase en el libro de Gorki. Vivo en el
estómago de la infancia, desde allí a hoy han pasado años o
un instante o un parpadeo.
Desde allí a hoy años instante o parpadeo. Sustraerse
del vacío o del país o de la barraca militar o de los rostros
que nos amenazan o de la convicción o del escepticismo no
hay verdad. Entre cabos la nada levita sobre las espaldas de
una colonia de hormigas. Sin fidelidad a nada las palabras
se desatan de su bozal, disonantes en su disidencia atisban

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intersticios. Hablamos en intervalos, hilos de vacío. Cabo a
cabo hondo nítido libre fácilmente, pero vives sobre «la punta
de un cuchillo / Si resbalo hasta el filo, sajado / seré antes de
llegar al cabo hondo» (Escobar 373).
Un cineasta, que vivía como los peces que el río rechaza,
desmiente aquello que relata o cree la gente de que cuando un
gemelo se corta un dedo [manos] el otro también siente dolor.
Uno de sus entrevistados dice que esos son cuentos porque,
cuando a su hermano lo torturaron en el Estadio Nacional,
él no sintió nada, incluso lo vino a saber muchos años des-
pués. El hermano en el sillón de su gemelo no torturado lee
Especies de espacios de Perec, quizá aún no sabe cómo fue el
grito de ese dolor cuando el pensamiento aspira a su propia
remisión y se compensa a sí mismo, se queda detenido pero
en el deseo de avanzar no puede desprender los pies de su
espesa y propia indeterminación porque difícilmente piensa.
Se abandona al aliento se retiene o guarda o paraliza o
dificulta o inmoviliza o se obstruye en el pensamiento o en
el lenguaje. [In]consciencia lingüística.
La tortura su torsión la ceguera de los ojos cubiertos
mientras miramos un paisaje que ya no existe. «Mira[r] por
primera vez el paisaje de un lugar de su memoria donde había
sido llevado con una venda sobre los ojos» (Santa Cruz 130),
dice ella recordando cuando fue vendada por su torturador; tú
enseñas a tus manos a mirar, tú enseñas a tus manos el paisaje
de la memoria. El cuerpo teme volver a caer, las palabras se
entrecortan pero las manos las vuelven a juntar y el mundo
aparece en ese abrir y cerrar, al igual que el actor del teatro nō

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que con un leve gesto de su mano, que abre y detiene, sobre
sus ojos hace aparecer o crea las montañas.
Especies de espacios. Leí, erróneamente, «peces de es-
pacios», corregí con el pensamiento «peces despacios»: «Mi
país natal, la cuna de mi familia» (Perec 139). «El espacio se
deshace como la arena que se desliza entre los dedos. El tiem-
po se lo lleva y solo me deja unos cuantos pedazos informes:
Escribir: tratar de retener algo meticulosamente, de conseguir
que algo sobreviva: arrancar unas migajas precisas al vacío
que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco,
un rastro, una marca o algunos signos» (140).
Escribir: tratar de no retener nada meticulosamente.
Escribir: intentar. Escribir: no intentar. El espacio se deshace,
la lengua se deshace, las palabras se deshacen como se des-
hace en el recuerdo un beso antes de subir al tren al costado
del Urubamba. En el Valle Sagrado de los Incas el beso, aquel
minuto sagrado, la palabra que le dijiste a mi oído se fue por
el techo del tren y tu risa aquel día me consuela. La risa no
balbucea. Tu risa. El oído se entrega al ruido y se perturba
cuando las manchas el ruido lleva en su falta. Hay manchas
en silencio que te hacen hablar y temer hablar.
«Todas las bellas palabras se nos han perdido», dijo una
mujer yagana. «Mi hermana ha muerto, ya no tengo con quien
hablar nuestra lengua», la suya y la mía, la suya que ya no
está y la mía que no tiene con quién ser.
La lengua meridiona el vacío y excava su propio noma-
dismo. La mano se topa con la boca. Si hay un fin el habla
se detiene y solo consigue ser matriz. El fósil parece volver
cuando la piedra recuperada desde milenios recibe la lluvia.

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Peces de espacios. Peces expulsados de su propio elemento.
No hay un fin en el primer beso, no hay un fin en la primera
gota de agua. No hay espacio, solo un soliloquio que se ex-
tiende en el espacio y nunca coagula. Tú enseñas a tus manos
el lenguaje ahora que pierde lugar. Archipiélagos y canales
del confín de América, entre la península de Brecknock y el
cabo de Hornos, mientras intento defenderme escribiendo se
extinguen esos labios que pertenecen a una última lengua.
Susurro. No tener con quién ser. Aunque fuimos demasia-
do ella y yo. Un susurro en mis sueños preserva un recuerdo
contado en otra lengua. Tú enseñas a tus manos el exilio de
la lengua. Utopía, distopía, disfluencia. Trastorno, eczema,
asma. Abre los ojos, cierra los labios, cierra los ojos, abre
los labios, junta las manos, aprieta las manos, ¡suelta! Aún
puedo escribir sin ver, no puedo leer sin ver, puedo imaginar
en las noches de peligro. Aún puedo escribir sin ver y se ha
convertido en un juego. «Pensar el pensamiento», «realiza[r]
su riesgo» (Glissant 56), lo que toca no es lo que se toca qué
se toca. Lo uno lo otro esto y su resto la lengua en su atopía,
no lugar borradura reacción, «autorruptura y reconexión»
(Glissant 67). Fragilidad confuso equívoco. Por la pantalla
un deslizamiento del desvío y de lo inverificable. Opacos,
frágiles, confusos, equívocos, breves, obstinados. «Pensar el
pensamiento consiste la mayoría de las veces en retirarse hacia
un lugar sin dimensión donde solo la idea del pensamiento
se obstina. Pero el pensamiento se espacia realmente en el
mundo. (…) Realiza su riesgo» (Glissant 37).

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El poema [se] abre en su potencia16 de imaginar una es-
critura en que ninguna frase verifica su exactitud. La fiebre
en alarido en abismo como esclavos en una barca sin orillas,
leo en Glissant. El intervalo no cierra el espacio. Escribir no
es un puente unido por dos orillas sino estar sin orillas, a la
intemperie, oscilando en el espacio entrecortado en que se
baraja el tiempo. Entonces, hacer como los pájaros, ir hacia
la línea interrumpida que incita a traspasarla y tartamudear
sobre ella. No traspasar, esperar [porfía], respirar, entrecortar,
objetar, impugnar, «solamente por estas impugnaciones, que
son latidos del pensamiento, para respirar en lo irrespirable,
es que siempre hubo poemas» (Meschonnic s/p). En ese lance
o celada no hay otra manera de decir nuestro nombre. Cuál
es el nombre que puede nombrar-nos y nombrar-se mientras
caemos en el mismo lugar o somos desplazados por la brisa.
Todos los nombres que desconozco de las cosas me alegran.
Todos los nombres que desconozco de las cosas y que llego a
conocer me alegran. Todos los nombres que olvido y renombro
me alegran. Todos los nombres que desobedezco me alegran. Tu
nombre. Así ocurrió cuando junté la palabra ceibo en nombre e
imagen. Lo primero fue escuchar, el espacio sonó en la palabra
y una imagen apareció, dijo sí el corazón despierto y respirando.
«¡En el mundo está la luz, y en la luz está la ceiba» (Mistral 69).
Entrecortados de palabras antes o ahora susurramos nombres o

16
Se pregunta Agamben ¿cómo se tiene una potencia?, responde:
«No se puede tener una potencia, solo se la puede habitar. Habito es
un frecuentativo de habeo [tener]: habitar es un modo especial del
tener, un tener tan intenso como para no poseer nada más. A fuerza
de tener algo, lo habitamos, nos volvemos suyos» (Autorretrato 13).

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palabras que conocemos o hemos conocido o hemos olvidado.
En el intervalo las palabras asoman su carne o su decir lleno
de hendiduras como si algo desconocido fuese creciendo entre
las sílabas que no alcanzan a nombrar y a nombrarnos.
«A sílabas entrecortadas quiso repetir un nombre: (Jxuan de
Dios), ¡Ah, ese si que hubiera sido un verdadero nombre!, mas
como un serrucho trabado en el clavo oculto (que maldice el
carpintero), solo pudo pronunciar, a duras penas, tartamudean-
do –atragantado por el aserrín de sus palabras– las chirriantes
sílabas de su apellido: (Mar - mar -ttí -nnez)» (Martínez 91).
Somos la paja y el grano, aserrín de las palabras. No alejar
el impedimento, no necesariamente, aunque necesario. Dejar
caer la brisa. Dejar volar la tierra. Dejar la mano nombrar la
montaña sobre los ojos. Dejar a las imágenes temblar en la ci-
catriz del sonido que ya no está en el ojo sino en la boca. Dejar
la lejanía de la infancia en surcos o lágrimas o en su sabor o
el pensamiento en apnea o las yemas alrededor de la voz sin
retener ni realizar. Lo aprehensible son las manos, la manera
bestial de aprender la infancia, la voz entrecortada que devuel-
ve la voz que aún no conocemos que nos posee y pierde, nos
tiene, se pierde, se resiste, «la voz introduce en el cuerpo una
distancia, un vacío; todas las voces son blancas, y solo se colo-
rean gracias a lamentables artificios» (Barthes, Lo obvio 217).
Artificio que se desvanece en la intimidad, en la noche espesa
cuando no dormir recibe su fiebre. Perder lo que se desvanece
y vuelve, se desvanece o vuelve, sin tiempo, cae el amor, como
cuando cae el amor, ¿amor o amar?
De pronto una bala cercena un ojo, se van desvaneciendo
las palabras cuando envejecemos y permanecemos minutos en

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el intento de recordarlas, a veces con suerte y otras aceptando
el declive y el hundimiento del lenguaje. Quedarse sin palabras
es una amenaza constante, un sobresalto, un arrebato que se
aloja en las rodillas, produce escalofrío, impotencia por la caída,
como cuando cae el amor, ¿cae el amar o el amor? Una cierta
forma del instante cae, se eleva un sonido más allá de la ima-
gen del sonido, voz y sonido en su afonía buscan en los años
una fuerza no recobrable, entonces, las palabras nos buscan
y hablan, volatilizándose a sí mismas y adelgazando su voz.
Desobrar, desbrozar, espigar. Gravitación incesante e inago-
table del amor, del poema, del amar, espacio inagotable entre
la brisa y la caída de lo siguiente. ¿Queda algo por hacer? El
grito en su ausencia de voz intensifica la necesidad del grito
y su mueca. Descansar la voz, ausencia esfuerzo fracaso por
alejar la ausencia. El ojo recibe la bala, escucho el sonido. ¿Un
susurro en el oído agoniza o es el grito que se ha desplazado?
Herida grito inquietud. La mano traza, manifiesta la mutila-
ción. Acercar nuestro impulso cotidiano, extraño, accidental y
fortuito hacia el mundo. Así las palabras. «El silencio sin grito,
que jamás reduce el machacamiento sin salida del lenguaje,
no es el equivalente a la poesía. La poesía misma nada reduce,
sino que llega» (Bataille, La oscuridad 19).
Hablar sin detenerse, trastabillar, equivocarse no equivocarse
trastabillando sobre un nido imaginario. En la visión se inter-
ponía la visión, en el lenguaje se interponía, siempre-todavía /
el lenguaje / en el sonido el sonido. Después del desgarro o la
caída sobreviven en nosotros los cebos puestos por el sonido
(des)obrando en la (im)potencia de las palabras que (se) diri-
gen hacia nosotros entre fisuras. La lengua se deshace antes

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de llegar a la mano, el sonido abre la imagen y se desliza entre
instantes. Expulsar y retener. Paja y grano. Tregua / intervalo /
las palabras. Persistencia inaprensible, sin embargo, alcanzar
sin alcanzar después del desgarro que se activa incesante. El
cuerpo pierde y toma calor, pensamiento y palabras recorren un
soplo, su propio légamo y, por un instante, pese a todo, el poema
acecha en los intervalos, en la posibilidad sin posibilidad de
alcanzar cada trayecto sin acontecer aún por suceder. Entre una
vida y muchas vidas respirar en la oscilación, seguir amando.

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Obras citadas

Agamben, Giorgio. Autorretrato en el estudio. Traducción de Rodrigo


Molina-Zavalía y María Teresa D’Meza. Buenos Aires: Adriana
Hidalgo, 2018.
    . «El pensamiento es el coraje de la desesperanza. Entrevista
a Giorgio Agamben». El barrio antiguo. Visitado el 1 de julio del
2021. <http://www.elbarrioantiguo.com/el-pensamiento-es-el-co-
raje-de-la-desesperanza/>
Barthes, Roland. Lo obvio y lo obtuso. Imágenes, gestos, voces. Traducción
de C. Fernández Medrano. Barcelona: Paidós, 1986.
    . Diario de duelo. Traducción de Adolfo Castañón. Ciudad
de México: Siglo Veintiuno Editores, 2009.
Bataille, Georges. La oscuridad no miente. Traducción de Ignacio Díaz
de la Serna. Madrid: Taurus, 2002.
    . «El ser indiferente nada es». Traducción de Mario Spachiaro.
Descontexto. Visitado el 1 de julio del 2021. <https://descontexto.
blogspot.com/2015/11/el-ser-indiferente-nada-es-de-georges.html>
Beckett, Samuel. «Textos para nada». Relatos. Traducción de Ana
María Moix. Ciudad de México: Tusquets, 2009. 81-125.
Benjamin, Walter. Infancia en Berlín hacia 1900. Traducción de Klaus
Wagner. Madrid: Alfaguara, 1982.
Berger, John. «Los colores brillantes de John Berger». Pedro Sorela.
Visitado el 3 de marzo del 2021. <http://pedrosorela.com/los-bri-
llantes-colores-de-john-berger/>
Bradbury, Ray. Fahrenheit 451. Traducción de Ángel Crespo Pérez.
Barcelona: Debolsillo, 2012.
Bonnefoy, Yves. La larga cadena del ancla. La hora presente. Traducción
de Enrique Moreno Castillo. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2016.

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Borges, Jorge Luis. «La biblioteca de Babel». Obras completas. Tomo
1. Barcelona: Emecé, 1996.
Celan, Paul. El meridano. Traducción de Pablo Oyarzún. Santiago:
Intemperie, 1997.
    . Obras completas. Traducción de José Luis Reina Palazón.
Madrid: Trotta, 2002.
Derrida, Jacques. «¿Qué es la poesía?». Traducción de Cristina de
Peretti. Er, Revista de Filosofía, Nº 9-10, 1989-1990, 165-170.
Di Benedetto, Antonio. Zama. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2017.
Didi-Huberman, Georges. Ante el tiempo. Historia del arte y anacro-
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Dufourmantelle, Anne. Elogio del riesgo. Traducción de Simone Hazan.
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Duras, Marguerite. «El cuaderno negro». La vida material. Traducción
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Escobar, Ángel. «Hábitat». Poesía completa. La Habana: Ediciones
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Glissant, Édouard. Poética de la relación. Traducción de Senda Inés
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Marchant, Patricio. Sobre árboles y madres. Buenos Aires: La Cebra,
2009.
Martínez, Juan Luis. La nueva novela. Santiago: Ediciones Archivo, 1978.
Mekas, Jonas. Ningún lugar adonde ir. Traducción de Leonel Livchits.
Buenos Aires: Caja Negra, 2017.
Meschonnic, Henri. «Manifiesto por un partido del ritmo». Traducción
de Raquel Heffes. Trazo freudiano. Visitado el 3 de enero del 2017.
<https://trazofreudiano.com/2015/09/17/manifiesto-por-un-parti-
do-del-ritmo/>
Mistral, Gabriela. Ternura. Buenos Aires: Espasa Calpe, 1952.
Montaigne, Michel. «Costumbre de la isla de Ceos». Los ensayos
(según la edición de 1595 de Marie de Gournay). Traducción de J.
Bayod Brau. Barcelona: Acantilado, 2007.
Müller, Herta. El rey se inclina y mata. Traducción de Isabel García
Adánez. Madrid: Siruela, 2011.
Nancy, Jean-Luc. A la escucha. Traducción de Horacio Pons. Buenos
Aires: Amorrortu, 2015.
Ortiz, Juan L. Obra completa. Santa Fe: Universidad Nacional del
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Paz, Octavio. «Intervalo». Obra poética II. Ciudad de México: Fondo
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Perec, Georges. Especies de espacios. Traducción de Jesús Camarero.
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Rella, Franco. En los confines del cuerpo. Traducción de Heber Cardoso.
Buenos Aires: Nueva Visión, 2004.

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Rilke, Rainer Maria. El libro de horas. Traducción de Federico Bermúdez-
Cañete. Barcelona: Lumen, 1999.
Rivera, Ximena. Obra completa. Valparaíso: Libros del Cardo, 2016.
Rulfo, Juan. Pedro Páramo. Santiago: RM, 2015.
Santa Cruz, Guadalupe. Lo que vibra por las superficies. Santiago:
Sangría Editora, 2013.
Tarkovski, Andréi, director. Sacrificio. Argos Svenska Filminstitutet,
Suecia, Francia, Reino Unido, 1986.
Tarr, Béla. «Béla Tarr, sobre la vida diaria y su retiro definitivo».
En filme. Visitado el 3 de enero del 2017. <https://enfilme.com/
entrevista/bela-tarr>
Teillier, Jorge. Para ángeles y gorriones. Santiago: Ediciones Puelche,
1956.
Valdés, Olvido. «“El poema es un lugar raro donde se guarda la vida” /
Conversación entre Olvido García Valdés y Miguel Marinas». Tam
Tam Press. Visitado el 23 de mayo del 2019. <https://tamtampress.
es/2015/03/08/el-poema-es-un-lugar-raro-donde-se-guarda-la-vida-
conversacion-entre-olvido-garcia-valdes-y-miguel-marinas/>
Vasconcelos, Catarina, directora. La metamorfosis de los pájaros.
Primeira Idade, Portugal, 2020.

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Quiere decir

agujerear y cavar

Un cordón invisible el pensamiento, frases o falta de frases,


algo en la cabeza.
El corazón se prepara para pronunciar mientras ella toma
su pelo con los brazos hacia arriba y lo sujeta con un lápiz
grafito en un moño.
Luego baja los brazos, pone las manos en sus mejillas y
asoma una pregunta. En los gestos propios y ajenos, como
en las palabras, habita cierta imposibilidad de alcanzar, de
atrapar algo de algo –diría Rulfo– que nos contrae y que, sin
embargo, a diario aprehendemos y extraviamos cascando la
desesperanza. Nos acostumbramos día a día a perder a quienes
amamos y sabemos también que, quizá antes que nosotros,
tendrán que acostumbrarse a nuestra falta. Sostenemos, pese
a todo, un frágil trazo como la respiración de un recién nacido
que lanzamos contra la desilusión y el desamparo «porque
[hemos aprendido que] los pesimistas no escriben» (Blanchot,
La escritura 98).
En ese aprendizaje ilusorio bebe el solitario, ese solitario,
este solitario, no del todo desesperanzado, que aún busca con-
suelo y derribar el escepticismo con la respiración que dan las
palabras aunque las palabras «pueden acabarse» (Santa Cruz
7). El oído ha de apartarse para reencontrarlas, empastarse tam-

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bién, evitar su consumación, intentándolo también, entregarse
a que nos dejen al descubierto1, crédulos también.
Apartarnos para volver a habitar, escudados en la letra para
comprender lo insuperable: nos encaminamos hacia la desa-
parición. Mientras tanto buscamos, retenemos gestos, frases,
sentidos. Guardamos, recordamos, escuchamos en el sonido
nuestro propio silencio que eleva una oración sin credo y sin
correlato ante el hundimiento. La palabra impide la palabra y
entonces improvisamos para suplir el vacío de la memoria y
de los gestos que nos abandonarán y llevarán, una y otra vez,
a la imposibilidad de hablar. Estorbo, freno, atasco, abandono,
apatía, impotencia, incapacidad, escollo, impoder, deficiencia
irremediable de la palabra que no puede ser escrita ni hablada
y que se hace gesto en una pregunta: «¿Para qué sirve escribir?
Para no vivir muerto» (Quignard, La barca 93).
La forma de un procedimiento, la manera de tu risa, el mo-
vimiento de tus manos, tu pelo cuando sueñas, los gestos que
componen la ausencia me recuerdan lo que se borra y suprime
colmando la página-pantalla: razón, flor, río, cauce. Gestos y
palabras y, tras ellos, la estela de una llegada sin arribo que aún
no ha sido nombrada, la forma de las cosas que conservan su
misterio y hacia lo que nos precipitamos sin entender.

1
«Si la escritura delata siempre al pensamiento y si, a pesar de ello,
la filosofía no puede renunciar a la palabra, entonces en la escritura
el filósofo deberá buscar el punto donde esta desaparece en la voz,
perseguir afanosamente, en todo discurso, la voz que nunca fue es-
crita: la idea. La idea es el punto donde el lenguaje significante se
abole en el nombre. Y es filosófica la escritura que acepta encontrar-
se una y otra vez sin lengua ante la voz, y sin voz, ante la lengua»
(Agamben, Autorretrato 94).

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«Mi razón de escribir es alcanzar» (25), escribió Bataille2,
y la cabeza anidó en su trayecto sin fin en que las palabras,
impredictibles y caóticas, se entrecortaron sin terminar de con-
formarse, sin suponer ni aproximarse siquiera. Lo que vibra es
la posibilidad de alcanzar. ¿Qué alcanzamos? No poder decir
de ningún modo: nos hemos quedado sin gestos. No poder
decir en modo alguno: nos hemos quedado sin palabras. Pero
el gesto, un verso, sale de la cabeza hacia un tiempo sin tiempo;
lo que «el gesto exhibe y expresa no es algo indecible, sino la
palabra misma, el ser-en-el-lenguaje del hombre» (Agamben,
Autorretrato 88)3.

2
Bataille, en «Historia de ratas», cuando dice que su razón de escribir
es alcanzar a B., está aludiendo a un alcanzar lo amado, al amor por
y a escribir como «volver a tener uñas, esperar, aunque en vano, el
momento de la liberación» (25). Sin embargo, dice, «no disponemos
de medios para alcanzar: en verdad alcanzamos; alcanzamos de re-
pente el punto al que había que llegar y pasamos el resto de nues-
tros días buscando un momento perdido; pero cuántas veces se nos
escapa, precisamente porque el mismo buscar nos desvía, y el estar
unidos es sin duda un medio… de no carecer nunca del momento
del retorno» (25). El corazón del otro (de B.) esta en el nuestro.
3
En La potencia del pensamiento Agamben, revisitado en Autorre-
trato en el estudio, se desliza hacia una teoría del gesto que, como
él mismo retoma en esta biografía en que vuelve a sus asun-
tos e inquietudes, ha sido su fascinación por el pensamiento de
Kommerell, que, al igual que el de Benjamin, «tiende a resolverse
en una doctrina del gesto: del gesto como elemento no significativo
sino puramente expresivo, que se manifiesta tanto en el lenguaje
(el verso como “gesto lingüístico”) cuanto en el rostro» (Autorretrato
88). De tal modo que «el gesto no es un elemento absolutamente
no-lingüístico, sino algo que está, respecto del lenguaje, en la re-
lación más íntima y, sobre todo, una fuerza operante en la lengua
misma, más antigua y originaria que la expresión conceptual: gesto

· 75

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***

El pensamiento va y viene, vuelve y se repliega en su pesar,


discernimiento anterior a todo rapto o, tal vez, solo tal vez,
una disputa, un forcejeo antes del habla, antes del lenguaje,
incluso antes del pensamiento, cuyo arrojo se compone desde
su propio arrebato y obsesión en una vida, piel rugosa, delga-
da vena que cuela su azul desgaste hacia el sol y vuelve a un
trozo de pan en el plato y se dice regresa, no te detengas, ven
al plato, insiste, el idioma comienza a(l) comer, el lenguaje en

lingüístico (Sprachgebärde), define Kommerell a esa capa del len-


guaje que no se agota en la comunicación y lo acoge, por así decir,
en sus momentos solitarios» (La potencia 308). Para Kommerell,
«“la palabra es el gesto originario [Urgebärde], del que derivan to-
dos los gestos singulares” y que el verso poético es en esencia gesto»
(La potencia 308). «El gesto, por más capaz que sea de acoger, no
existe nunca únicamente por sí; es más, solo en tanto que también
existe por sí mismo, puede acoger al otro. Incluso un rostro que no
tiene testigos tiene su mímica; y es problemático si los que dejan
sobre su superficie una huella más profunda son los gestos con los
que él se entiende con los otros o los que le son impuestos por la
soledad o por el coloquio consigo mismo. A menudo un rostro pa-
rece contarnos la historia de sus momentos solitarios» (Kommerell
ctdo. en Agamben 308). Por lo tanto, y siguiendo a Agamben, si para
Kommerell «la palabra misma es un gesto o, más aún, el gesto ori-
ginario, ello significa entonces que lo que es esencial al lenguaje es
un momento no comunicativo, un mutismo ínsito en la condición
misma del hombre como hablante, o sea, significa que su habitar en
la lengua no va dirigido solo al intercambio de mensajes, sino que
es sobre todo gestual y expresivo» (Autorretrato 88). Así, «todo gran
texto filosófico es el gag que exhibe el lenguaje mismo, el ser-en-el-
lenguaje del hombre como un gigantesco vacío de memoria, como
un defecto incurable de la palabra» (Autorretrato 89).

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grano, palmo a palmo, obsesión que no cesa constante y cada
vez igual y distinto en el propio espacio en blanco que produce
sin lograr sujetarse ni alcanzar.
Cae, sube una y otra vez, cae y sube una y otra vez, nos
rodea y habita el disturbio y desmembramiento del pensamien-
to y las frases no frases que se van formando y deformando
hasta encontrarse y desbocarse de nuevo. Perturbación, poder
inconmensurable que le da forma a una persistencia que nos
asalta y sobresalta, que no cae bajo el velo pálido y edulcorante
del sentimiento sino del deseo y su indestructible comparecen-
cia. Tú, yo, dos cabos, entre tú y yo un niño gesticula un baile
en que imita un pájaro, mientras el deseo se agita, sobrevuela
y aúlla en lo desconocido de la distancia que no deshace su
cercanía sino que sostiene su dependencia. «La adicción, (…)
en el completo sentido de la palabra, es una condición adulta,
aunque sus semillas se siembran en la infancia» (Josipovici 72).
En la noche espesa avanza el lenguaje se eleva y se hunde la
espesura en la que recordamos. Espesura. Espesura. Despejar es
la faena. En ella caigo ni hacia lo alto ni hacia abajo. Para trepar
las penas, «¿qué cuando faltan las palabras? (…) ¿Qué palabras
para qué entonces? Ninguna para qué entonces. Sin palabras
para qué cuando falten las palabras. Para qué cuando en modo
alguno aún. De algún modo en modo alguno aún» (Beckett 51).
La voz del gesto. «La voz –el gesto– (…) demuestra que todavía
hay algo que decir cuando ya no se puede hablar, (…) todavía
hay algo que hacer cuando toda acción se ha vuelto imposible»
(Agamben, Autorretrato 89). Recordar-recuperar los gestos contra
todo exterminio; el cotidiano de una palabra-gesto-verso en el
aire: constelación singular de movimientos.

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De algún modo en modo alguno aún lo que habla en sueños
no sé lo que ha dicho. Desata su pelo y me dice que digo cosas
nítidas pero incomprensibles. Nada puede ser reapropiado ni
asimilado cuando el asedio. Nada puede ser alcanzado sin per-
derse. «Que una palabra puede perderse quiere decir: la lengua
no es nosotros mismos. Que en nosotros la lengua es adquirida
quiere decir: podemos conocer su abandono. Que podamos
estar expuestos a su abandono quiere decir que el todo del
lenguaje puede refluir en la punta de la lengua. Quiere decir
que podemos regresar al establo o a la jungla o a la preinfan-
cia o a la muerte» (Quignard, El nombre 43). Constantemente
reabastecidas y desabastecidas como si vivieran en su propia
noche y niebla las palabras.
Quiere decir un salto o un sobresalto, quiere decir nada
que lacre en el alarde de nuestras vidas. Quiere decir no llegar
hasta algo o nunca darle alcance, quiere decir no expulsar del
todo, quiere decir nunca pasar totalmente de un lado a otro,
quiere decir alivianar los ojos de la presión, quiere decir no
aliviar, quiere decir fracasar, quiere decir apresurar y, al mismo
tiempo, sofocar, quiere decir un cerco, quiere decir no quiere
decir, quiere decir trasladar y sortear, expulsar, separar y ele-
varse, incorporar huellas, quiere decir tu mano en mi mano,
coger trozos de ti y de mí, alcanzar quiere decir no alcanzar,
quiere decir una imagen pertinaz y un sonido que se alarga,
quiere decir la obsesión que nunca declina, allí donde acontece
la lengua de las imágenes.
Los gestos reverberan inagotables en el pozo del espacio.
De algún modo en modo alguno aún el lenguaje a punto de
salir y de caer y de ser necesario y de ser innecesario y de abrir

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y de cerrar y de faltar y de sobrar y de y de y de y de y de y
de retroceder, y de refluir, volver, rebotar, voltear, desandar, y
es que «no hay futuro en esto. Por desdicha sí» (Beckett 23).

***

No atenerse a fidelidad alguna, alguna es ningún sentido


original, de algún modo en modo alguno aún, quiere decir,
las sombras vuelan sobre las palabras y una hoja de ceniza
es arrasada por el viento, se rompe y se desborda. ¿Qué com-
promete ese desborde? Abolidos y regocijados en la duda:
el que siente, el que es penetrado, no es ni el uno ni lo otro,
anomalía, tristeza, arrebato. «No es ni el uno ni la otra [la
conciencia] sino una bestia, un demonio, una melancolía, un
frenesí» (Nancy 12). Quiere decir –y es muy poco hoy en día
pensar– que hay algo extraño en la falta de dulzura como en
su exceso cuando nos alejamos de los gestos. Nada ni nadie
sin ellos la carne entiende a la carne, quiere decir solo puedo
imaginarte. Dificultamos tanto amar, amarnos. Dificultamos
el amor pero en sí mismo el amor es la dificultad (esta palabra
es literal, dijiste que eras literal). Alguien que ha perdido no
idealiza ni deja de elevar, alguien que ha perdido sabe que todo
desaparece al día siguiente. No hay ideas, nada reapropiable,
no hay respuesta. Nada ante el otro, solo una incerteza cierta
de su azar y su levedad.
Una incerteza cierta de su azar quiere decir una voz que
anida en la garganta, una voz que se inmiscuye en la disposi-
ción destemplada y anacrónica de los días. ¿Y el deseo?, ¿y el
amor?, ¿y alguna vez el hambre? Alguien que ha perdido sabe

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que desaparece un día en el día siguiente y, sin embargo, vuelve
a creer cada día en los días. Cuando llegamos o queremos ir
hacia ese «evento apabullante [que es]: amar» (Dufourmantelle
18) las calles sin rostro vuelven en gestos como si lo que se
entrometiera noche tras noche para la secta de los insomnes
intentara alcanzarnos una y mil veces y tocarnos segundo tras
segundo hasta comenzar de nuevo.
La cantidad de veces en que ella es ella. Tácito y repentino
el amor un sobresalto que sabe de antemano su caída, pero el
deseo no deja, se acumula y pierde, se extravía y amontona.
No perder y al mismo tiempo intentar que cese lo que nunca
cesa. No coincide el mundo con el mundo que no coincide,
nada saciable en el amor, nada saciable en escribir, no ocurre la
realización de alguien por algo que lo vuelva desde sí. El deseo:
una secuela final, una derivación por aquello que deseamos
pese a que no hay posibilidad de prolongación alguna. Y aun
así los gestos regresan.
En la oscuridad cerrar los ojos, ir hacia la fosforescencia de
ese interior que no es propio en la fosforescencia de los huesos
que no sabemos de qué parte son, a qué o a quién correspon-
den, ramificaciones de cuerpos ajenos en uno, un montón de
hormigas que se desplazan entre ellos, pero no es lenguaje, el
lenguaje no es como un montón de hormigas sobre un hueso,
el lenguaje va por dentro del hueso y de pronto se revierte en
esta fosforescencia llena de manchas que no sabemos a qué
parte del cuerpo corresponde. Miro tu boca, los dientes son tan
largos en sus raíces que si damos vuelta la radiografía podrían
ser costillas, los ciento cuarenta y cinco caballos descubiertos
en la tumba del duque Jing de Qi, que a la distancia parecen

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cebras durmiendo. El lenguaje es la médula de los huesos que
con una suave inhalación o succión destruimos por completo
para que nuevamente esa médula se esparza entre los huesos,
entre los dientes que siguen pareciendo costillas o pequeños
pies uno al lado del otro. Son los dientes o las costillas o son
los huesos de los caballos muertos que a la distancia parecen
cebras dormidas, gestos que despiertan con una mirada.
Por herir la incertidumbre y la desesperanza, herir la calma y
la fe, sobre el amor y los gestos derramarnos [en la noche espesa
de nuestras noches], gestos-imágenes duermen y despiertan.

***

M. A. cuando llora mira hacia el cielo; R. separa el pan en cás-


cara y miga y las come por separado; I. no recoge las migas, las
hace volar soplándolas porque le gusta verlas caer al piso; F.
hace sonar sus dedos cuando está nerviosa; M. E. lee siguiendo
las letras de lo que lee con el índice mientras mueve los labios;
H. lleva los cubiertos y platos a la mesa y deja los cubiertos
sobre el primer plato que reparte; Ch. moja las yemas de sus
dedos y adhiere en ellas las migas de pan sobre la mesa para
luego ponerlas en su boca; J. reúne la comida en el centro del
plato y la eleva en una torre que, mientras va comiendo, hace
caer desde abajo hacia arriba; L. revuelve su café y chupa la
cuchara antes de revolver el de los demás; M. se desazona con
la inclemencia, por eso solo sabe habitar en el eufemismo; N.
perfora la primera página de sus libros con un troquel en forma
de trébol; D. pone una cucharada de miel en la bombilla antes
de introducirla en su mate; G. marca los libros que está leyendo

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con tiras de papel blanco de dos centímetros minuciosamente
cortadas en las que hace un resumen de lo leído. Ella duerme
junto a mí, yo junto a ella, toma mi mano levantando la suya por
encima de su cabeza hasta la mía mientras rasca, entre pulgar
e índice, su oreja. Sus brazos son largos y parecen un tapiz:
mariposa, pájaro, libélula, tejido, pez. M.M. –gesto, tic o hábito–
se rasca la cabeza, nariz, espalda, el dorso de las manos antes
de frotarlas. Un ballet múltiple, arborescente e infinito acopio.
«Más que [en] simples “relaciones combinatorias” o simples
“relaciones sintácticas”» en los gestos «estamos en una lengua
(…) de las imágenes. Estamos allí donde hacer un simple gesto,
dar un paso (“faire un pas”), consiste en hacer una imagen»
(Didi-Huberman 143-144)4.

4
Didi-Huberman, leyendo lo que Deleuze ha visto en Quad de Beckett,
vuelve a la cuestión de qué es una imagen, qué puede una imagen
y cómo lo puede. Yo vuelvo a la danza de los gestos, a aquellos
que «carecen de destino objetivo», a aquellos que abren, como
sostiene Didi-Huberman de Beckett. Anota: «El arte de Beckett se
dedica a abrir, a «hacer [como el mismo Beckett dice] agujeros en
la superficie del lenguaje, para que aparezca por fin “lo que está
agazapado detrás”, por lo tanto para que las palabras se aparten
rítmicamente por sí mismas y el lenguaje devenga poesía» (142-
145). Enfatiza algo medular Didi-Huberman y es que «abrir no es
hacer un solo agujero que llegue directamente hasta el centro de
las cosas. No hay un centro de las cosas, puesto que las propias
raíces son múltiples y arborescentes, sin hablar de los rizomas,
claro está. Por lo tanto, hemos de cavar por todas partes, hacer que
proliferen los agujeros, y con ellos, las conexiones, hiatos o empal-
mes. Solo se comprenderá lo que quiere decir hacer una imagen
entrando en esta “iconología de los intervalos”, cuyo proyecto de-
finió Aby Warburg» (145). Se trata de «fragmentar conectando, de
abrir haciendo proliferar (…) hacer una imagen la puesta en prác-
tica del montaje (…). Una recopilación de las disyunciones entre

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¿Cuál es el signo del amor? ¿Qué se aproxima avisando su
llegada, qué reciprocidad y falta respira su implicación. «Digo sí
a todo (cegándome) (…) Mi primer sí está carcomido de dudas»
(Barthes 32). Alcanzar, llegar, idealización y devaluación: ven,
vete. No atar sino rozar. No atar solo rozar. No atar el amor:
ella y yo oscilando, un cenzontle se balancea en una rama, mil
voces escondidas en el follaje incubando en la oscuridad, sin
piso un pingüino rey aúlla al cielo. ¿No aúllan los pingüinos?
El amor, fulcro y árbol de lo diverso. Conexión-disociación.
Escribí y ahora el hogar pende de una rama. Alcanzar
para recordar nuestra finitud. El deseo trenza cada vez que
su tímpano acoge el sonido y un ritmo habla, es escuchado y
él mismo está a la escucha. Esperar para que un beso vuelva
a la boca, pero los gestos se retrasan y diseminan en su inter-
cambio, una mueca vuelve a un rostro, la mano a la palabra.
La felicidad: el vértigo que se desliza sobre las palabras que
siguen intentando. Las marionetas inanimadas y manipuladas
cobran movimiento. La risa activa un elástico sobre las orejas,
hilos y cuerdas accionan un mecanismo que desemboca en un
gesto. No pausar lo que está por venir.

***

las cosas, una reunión de intensidades que atraviesan las cosas,


un emparejamiento de distancias que apartan las cosas, una co-
nexión de movimientos heterogéneos que disocian las cosas, una
incorporación de temporalidades anacrónicas que fragmentan las
cosas» (146).

· 83

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Cada día el recuerdo –esfuerzo de aquello que insiste sin noso-
tros– me inclina atenta: aquella vez abrí la puerta, un beso. La
brisa trajo su aroma: huele a noche, lavanda, piscualis (no es lo
mismo, pero se parecen, el recuerdo se hace gesto en conexiones,
hiatos y empalmes), jazmín común, morisco, blanco, arrayán,
saponarias, flores de Castilla, la gavilana capitana botoncillo
salvia cimarrona retama sepí, clavel del aire, bestia / maraña /
estepa negra blanca / demonio / melancolía / frenesí / aguijones
caducos / espesura / demencia.
«El yo no discurre sino herido» (Barthes 218). El presente
inamovible y asfixiante en un ahora alienado en la cotidiani-
dad sin acontecimiento excede lo próximo luchando contra el
temblor constante de desear. Alterarnos quiere decir ser pasaje
que no deja de derramarse en sí y fuera de sí. No hay principio,
agoniza un gesto ante una partida que se reiniciará. Evocar,
invocar, convocar, revocar. Tus gestos siempre por extinguirse
se disipan: soplo aliento expirante en vías de extinción se apaga
se consume se intensifica cae5.

5
Sin embargo, dice Deleuze comentando Quad de Beckett, «no
es fácil hacer una imagen. No alcanza con pensar en algo o en
alguien (…). Es necesaria una oscura tensión espiritual, una in-
tensio segunda o tercera como decían los autores de la Edad Me-
dia, una evocación silenciosa que sea también una invocación
e incluso una convocación, y una revocación, ya que eleva a la
persona o la cosa al estado de indefinido (…), la imagen respon-
de a las exigencias de Mal visto Mal dicho, Mal visto Mal oído,
que reinan en el reino del espíritu. Y, en tanto que movimiento
espiritual, no se separa del proceso de su propia desaparición,
de su disipación, prematura o no. La imagen es un soplo, un
aliento, pero expirante, en vías de extinción. La imagen es lo que
se apaga, se consume –una caída. Es una intensidad pura, que

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«Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escri-
bir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me
recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y
me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo vién-
dome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que
recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que re-
cordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que
escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo
que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había
escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que
escribo» (Elizondo 6).
Leo. Leo que leo. Mentalmente me veo leer que leo y
también puedo verme ver que leo. Me recuerdo leyendo ya y
también viéndome que leía. Y me veo recordando que me veo
leer y me recuerdo viéndome recordar que leía y leo viéndo-
me leer que recuerdo haberme visto leer que me veía leer que
recordaba haberme visto leer que leía y que leía que leo que
leía. También puedo imaginarme leyendo que ya había leído
que me imaginaría leyendo que había leído que me imaginaba
leyendo que me veo leer que leo.

***

Velo. Leo que velo. Velo un tacto sin que mis labios tiemblen / sin
que mis manos tiemblen / sin temblar –mantenerse leyendo–.

se define por su altura, es decir su nivel por encima de cero, que


solo describe cayendo» (s/p).

· 85

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«Leo aún, si tengo algo que leer, a la luz reverberante.
Luego, cuando me duermo llorando, nacen frases en la noche.
Dan vueltas a mi alrededor, cuchichean, adquieren un ritmo,
riman, cantan, se convierten en poemas» (Kristof 24).

Mantenerse leyendo
mantenerse leyendo
mantenerse leyendo
mantenerse leyendo
mantenerse leyendo.

En la escasez de libros juntar letras, intercambiar frases


impresas en los envases de alimentos. El cuchicheo de las frases,
entre las letras. El abecedario agujerea los ojos acomodándose
en el espacio. Nada de ellas (las palabras) nos parece familiar.
Regresan como ortigas, convulsiona la piel, ellas convulsionan la
piel. Lentamente su líquido ácido y su despiadada y compasiva
soledad constatan cuánto negamos o callamos. En la brutalidad
de ese silencio la insobornable mímica de los días no termina
sino en nosotros. La vida, con ella(s) vale cien veces más que
en cualquier lugar y, al mismo tiempo, se transforma en un
gran cero, como nuestra conducta.
Al igual que entra el aire y el mundo entran las palabras
en la cabeza y se deshacen. Deshacen y destrozan. Se deshacen
y destrozan. Filtrar y absorber. Refluir, procurar la esperanza
hostigada por la desesperanza. Acudir a la propia benevolencia
para elevar el abismo de nuestra vida y de nuestra historia. Un
país un infierno este país. Acribillados de septiembre, mutilados
de octubre, algo sobreviene lo que ha de venir como nuestra

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reacción cuando nos avisan del asesinato de alguien a quien
amamos.

Desintegrarnos y regresar.
Desintegrar y extinguir.
Regresar y desintegrarnos.

***

apnea

Parálisis psíquica de la infancia. Del cerebro y su apnea pen-


samiento e imaginación. «Cada palabra (…) tira inevitable-
mente hacia debajo de[l] pensamiento, cada frase (…) aplasta
contra el suelo, aplastando así siempre todo contra el suelo»
(Bernhard 10).
Un pelícano suelta una turba de letras que se azotan
contra las rocas y como los niños rápidamente se enderezan,
sin rasguño. El saco gular nos captura como presas, drena
y traga la página del recolector que nada encuentra en su
sueño, cada vocablo escapa de un sueño en que nos sentimos
menos solos. Leer velar preguntar / amar: leer a libro abierto.
En la habitación vive un demonio y el techo es un agujero
en medio del espacio donde dicen que no hay ruido. No se
puede comprobar. Pero la soledad es siempre ficticia soledad.
¿Poemas, de que están hechos los poemas?

***

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El astrofísico se sentía solo escarbando en el cielo y pensaba
en ser devorado por el horizonte de eventos en su pequeña
superficie frontera que imaginaba fuera de todo espacio-tiem-
po antes de descubrir la composición de las estrellas. Quería
alcanzar lo que al mismo tiempo quería que permaneciera
inalcanzable, así retiramos las palabras de la mesa. El diablo en
el carnaval de Oruro adentro de su traje se sentía solo, luego se
hizo poeta. De un baile anónimo pasó a un baile ignorado. El
escalador que tenía que dormir en su carpa colgando del aire
se sentía solo. El mago descubriendo que la magia era lo que
amaba y que con ella podía hacer desaparecer a su padre se
sentía solo. Se hacía el tiempo hasta debajo de sus párpados
deslizándose en un sueño.

***

Quizá un acontecimiento sea la avería de una vida que solo


transcurre sin más horizonte que continuar no sabiendo hacia
qué o para qué. Lo parecido en algún momento es lo mismo,
más aún cuando podemos prescindir, no, aunque dimito siempre
el amor no podía prescindir de él, de ella.
Ella come mientras habla por teléfono. Eso/esto me mo-
lestaba y ahora lo extraño, a ella, a eso, como si todo lo que se
revela en su propia paradoja expandiera el deseo en su ausen-
cia. Me conmuevo de su viaje al paraíso y al infierno. La brisa
movió su pelo, levemente cayó sobre sus lentes un rayo de sol
que impidió que memorizara su gesto. Mi mirada no supo de
su mirada, uno, dos, tres, solo segundos. El camino siempre
tiene adherido algo que huye. Es ese vacío el que tratamos de

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guardar en el calor de un tiempo que nunca ha sido nuestro.
La página se escribe a sí misma sin intentar recordar qué día
sino su pelo y esa/esta brisa en él.
El camino sigue los pasos, no al revés. Despertar. El sol
golpea el vidrio, el sol sobre el vapor de la tetera y los cristales
que cuelgan de la ventana me hacen imaginar una acuarela de
Zhang Daqian cuando ya estaba perdiendo la vista. Salta el in-
terruptor de encendido, el pan se ha terminado de tostar, el agua
está hervida. Explota el encendedor dejado al sol el día anterior,
los pedazos de plástico verde parecen un lenguaje entrecortado,
piritas que inician un fuego, el abecedario rompecabezas que
nunca se termina de armar en la casa de la cabeza, de otro
tiempo las palabras que aún no se han pronunciado voltean las
páginas de hoy. Permanezco en un sueño, dormida despierta,
sudo, el efecto se ha ido, analgésico agonista. Morfeo, dios de
los sueños, depresión respiratoria.

***

Recuerdo escuchar a un niño en casa, se agarraba al pelo de su


madre, pulsiones sexuales, un «instinto arcaico», «ese poder ser,
como ser uno, solo cuando se es dos (…). Deseo de complemen-
tabilidad, utopía de la complementabilidad (…). Su recuerdo de
su no haber tenido, ella, madre, así la madre se define también
como hijo sin madre» (Marchant 47). No haber tenido, ella,
madre, así la madre sin hijo en la selva atiborrada pero incom-
pleta del deseo de ser uno con ella. «El estado primitivo en que
la madre y el hijo vivían inseparables en la unidad redoblada
de su completitud mutua» (Hermann ctdo. en Marchant 47).

· 89

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***

¿En qué cabellos posaremos nuestros dedos una vez amputados


del nido? En la fábrica apícola le cortan el pico a las aves para
que no se maten entre sí, extirpar ataque y defensa, nuevo
tiempo que carece de tiempo en su velocidad comprime y ani-
quila el espacio. El espacio no es tan reducido entre las letras,
las letras no son un no lugar, tampoco un lugar, pausa, aliento,
viento, pensamiento. Cuántos hilos y costuras invisibles poda
dentro suyo el animal humano, lo que escapa escupe. Entre
esas costuras un habla, una exhalación, tartamudeo, ahogo,
empezar de nuevo en el lenguaje, los resquicios interiores no
se corresponden con él. Entrecorta la página el abecedario a
pedazos un vocablo. El lenguaje no es más que el aleteo de un
pájaro separado de sus alas. De golpe, caer de golpe. El golpe
una imagen cuyo sonido se asienta en un lugar dentro nuestro.
Μορφεύς, de μορφή morphê, forma. La noche la madre, el sueño
el padre. Nix, Hipnos. Bajo su efecto ir a cualquier rincón de la
infancia y nuevamente todo en silencio.
En una calle de hoy, a través de la ventana de ayer, escucho
a la madre, malhumorada, que camina a diario con su pequeña
hija y la apura con un reto. La niña pregunta y pregunta, yo
pregunto con ella a través del vidrio, me recuerdo intentando
alcanzar los pasos de mi madre cuando se molestaba y cami-
naba más rápido (nunca fui rápida), en ese intento continúo.

***

90 ·

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Por qué someternos a un ritmo ajeno si ni siquiera el propio
acompañamos. Atrapados en sueños ajenos intentamos alcan-
zar. Siempre el intento, cualquier intento es verdadero, como
en las manos las palabras que no alcanzan la frase. Palabras y
frases en su extranjera marcha hacia cada uno desperdigadas
de sus cuerpos no dejan de derramarse sobre sí. No alcanzar
la frase. Olvidé decir antes de que cerrara la puerta, pero qué
decir/le. Alcanzar pero caigo. Me siento caída, «me hundo» dice
Carl Åkerblom encerrado en el psiquiátrico de Upsala, no, me
hundo dice Börje Ahlstedt, no, me hundo dice Franz Schubert.
Me hundo dice Börje Ahlstedt que representa a Carl Åkerblom
que representa a Schubert. No, Bergman se hundía (En presen-
cia de un payaso). «No me estoy hundiendo». «No me estoy
hundiendo, me estoy elevando». «La vida es una sombra tan
solo, que transcurre; un pobre actor que, orgulloso, consume
su turno sobre el escenario para jamás volver a ser oído. Es una
historia contada por un necio, llena de ruido y furia, que nada
significa» (Macbeth).
Qué sonido en la falta de sonido: una sombra se consume,
impregna, ahoga, arrastra, inunda, escalda. Amor, la cabeza es
estridente en el silencio. Al borde de que el día acabe sé que hay
otro día. Escribir una página como si fuese un tratado sobre el
miedo, el olor de la muerte. La oscuridad, fantasía del absoluto
y la ausencia en cada lengua que ilumina y oscurece. La caligra-
fía es una técnica de color que aprendemos con exactitud para
luego falsificar, anoto pensando en Daqian. Copiar, falsificar,
imitar, perfeccionar artificios y técnicas que jamás alcanzan
destreza ni habilidad. Soy una máscara como soy una página,
obsesión en su propia nata. Cuando la promesa se aproxima,

· 91

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temor de cumplir toda promesa. Hundirse, elevarse. No hablar.
Escribir sin palabras. Escribir. Atravesar. Extraer. Acompañar
el no hablar hasta el día de hoy. Hundirse en el descorazonado
corazón de la obsesión y la duda y las formas de alcanzar, atra-
vesar, extraer de lo que se desboca. Empezar de nuevo.

***

En Ayer, Nicole Brossard escribe: «No sé gran cosa del dolor,


pero tengo la certeza de que para escribir es necesario por lo
menos una vez en la vida haber sido atravesada por una energía
devastadora, casi agónica» (13).
Anne Carson, cuando se refiere a lo que hace, dice que «se
trata de la lucha por extraer un pensamiento desde la masa
del inconsciente hacia alguna especie de gramática, sintaxis o
sentido humano; cada intento significa empezar de nuevo con
el lenguaje, disgregarse en él. Empezar de nuevo con exactitud.
Es decir, cada pensamiento vuelve a empezar, por lo tanto,
cada expresión de ese pensamiento debe hacer lo mismo, cada
exactitud debe ser inventada» (s/p).
Herta Müller anota: «No es cierto que existan palabras para
todo. Como tampoco que siempre pensemos con palabras (…).
Los resquicios interiores no se corresponden con el lenguaje,
lo arrastran a uno allí donde no pueden existir palabras (…).
Nunca he sabido cuántas palabras harían falta para acompañar
el galope de la cabeza cuando se desboca» (9).

***

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El lenguaje es un galope que en el camino va creando su
ausencia. Aplacar dudas, dirigir, corregir defectos, no pensar
lejanías, oír-nos a distancia, rehacer límites, pensar la distancia
que intenta alcanzar un diálogo no con otro sino con la propia
privación de su decir, intentar un trazo que no sea sino la sus-
tracción y la falta con la que convive la falta. Entrecortado no
hacerse entender. ¿Qué había antes, anterior a la palabra? Uno
en otro. Tiempo y contratiempo del éxtasis. Hacerse entender
atestados de silencio.

***

¿En quién pensamos cuando pensamos en el amor? El amor


es como las grandes ciudades, Nueva York, Buenos Aires, es-
plendor y miseria. Pedalea y no avanza sobre el papel –que
no es la página en blanco sino su lleno– oculto en la escritura
que pone en juego fuerzas que guardan –ese pensamiento
que nunca podrá desenvolverse del todo– la posibilidad de
obrar, brazadas y brazadas para que las branquias se abran y
el pensamiento enfrente su apnea. Solitarias intrigas que no se
revocan. Conato de una fisura que, sin embargo, hace posible
el secreto del que dice lo que no dice aún y que va habitando
hacia otro y hacia sí en estaciones de palabras, alientos y res-
piraciones entrecortadas. Posibilidad e imposibilidad que nos
atraviesa desde una «energía devastadora» (Brossard), con la
carga inconsciente de lo que se ha extraído del pensamiento
(Carson) o por la falta de palabras o no correspondencia con
el lenguaje (Müller). Hablar por otro para otro en ausencia del
antes de quien habla es la producción de un logos excesivo

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que marcha privado y sobre su falta sin conocerla y por ello se
redobla al infinito, cada vez que la lectura rehabilita incesante-
mente su tejido, lectura y escritura –desdobladas– respiran, es
decir, reiteran, refutan, reinciden, resisten en su ilegibilidad.
Imagen y palabra, voz-escucha transportando el vacío que una
vez alguna vez cada vez será.

***

Rozar las palabras mientras un nombre acoge su imperfección.


Ella habla, yo escucho. Entre esa voz y la página el eco envía a
través del aire un vacío en que la palabra «ven» se confunde.
No atar sino rozar. No atar solo rozar6.
Hasta el día de hoy quiere decir desde antes ven ahora y
entonces en lo que se ha derramado hacia lugares en que el
pensamiento no sabe de sí ni de las palabras que no llegan.
Portentoso sustento y despliegue de los saltos de un tiempo
anterior que ha fijado lo que no adviene, lo que brota escon-
dido y aplazado. Energía devastadora, extracción galope de la
cabeza sin palabras que desde un sueño escribe su reserva sin
revelarse, como una astilla que se siente pero no se deja ver
haciendo intotalizable e inasible toda producción. Lo inasible,
lo intotalizable sigue, desde otro tiempo, su futura y eventual
extracción, posibilidad de asociación que acumula un no saber

6
Tocar es lo contrario a aferrar, si seguimos a Josipovici, como cuan-
do el niño sostiene la mano de su madre y, preso de su inseguridad,
cae en el error de «convertir el tacto en un aferrarse, tratar de con-
trolar y poseer aquello que solo debiera ser sostenido o tocado con
delicadeza» (107).

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cuando aquello de antes acude al ahora en un vano intento
de discernir sin saber lo que fue. Instante (palpita, se contrae,
dilata, vibra) y porvenir un poema, escribe su resto restándose
en el pensamiento que ha entrado en apnea. Desprovistos de
nosotros acontecemos incompletos. Escribir-pensar, hablar,
hablarle a alguien, hablar desde nuestra soledad, atravesados y
devastados sin que esa agonía destelle, una vez y para siempre,
en palabra.

***

Escribir como alcanzar (Georges Bataille), como escupir (Leopoldo


María Panero), como atravesar (Arturo Carrera), como expri-
mir (Guadalupe Santa Cruz), como trasvasar y esquivar (Herta
Müller), como expectorar (Armando Uribe).
Como borrar huellas (Czeslaw Milosz).
Como la falta de una mano en mi mano (Alejandra Pizarnik).
Como rescatar –pedazos de mí mismo– (Mario Levrero).
Como entrecortar.

***

Entre las tumbas, entre las junturas del asfalto, una flor, «la
razón es una flor» (Coccia 107)7, allí donde opera o parece

7
Apunta Coccia que «la razón no es y no podrá ser jamás un ór-
gano con formas definidas, estables. Ella es una corporación de
órganos, una estructura de apéndice que pone en discusión al
organismo entero y su lógica. Principalmente, es una estructu-
ra efímera, estacional, cuya existencia depende del clima, de la

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operar cualquier constricción asoma, aparece como ruptura un
afloramiento, entre intervalos la raíz fulcreante de algo, de un
evento apabullante que no comprendemos. El amor, el hambre,
quizá la filiación no sea más que la máscara de la costumbre
sobre el deseo y la negación de nuestros miedos, o quizá la
imaginación solo sea un vicio que necesita ser entrecortado
una y otra vez de su inmovilidad y pasto sin cerco.
Recorro las páginas cuando leo de la única forma que pue-
do, concernida por lo incesante y cerca de lo breve. Alcanzar,
escupir, atravesar, exprimir, trasvasar, esquivar, expectorar.
La falta de tu mano en mi mano, la falta de manos para las
palabras. Tu mano sigue la música agitando el espacio hacia
dentro. Leer, velar, deletrear un temblor, acaso la muerte y su
raíz. Podría temblar, podría templar la luz, podría nivelar la
porosidad, podría proteger una acción, podría continuar, podría
continuar entrecortada en el lenguaje.

***

–¿Sabes cómo duermen las jirafas?


–Muy poco, como tú.
Una pregunta cualquiera arganea el desliz del juicio y de
la estabilidad. Escasez e incapacidad, entrecortar, no alcanzar,
solo intervalos que se reparten. No toques roza el amor no se
eleva en la afirmación. Pierde el sentido, no te arrimes en las
palabras como el debilitamiento en la secuela del diagnóstico.

atmósfera, del mundo en el que estamos. Es riesgo, invención,


experimentación» (107).

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Poema, no temas si vas a despejar la ruta, paso detente pasa. Lo
que tiembla solo es pasadero, como «lágrimas visibles, que se
puedan secar, que la mano deseada pueda enjugar» (Pizarnik
325). Respira el pensamiento en lo inusual de las palabras
donde el temblor las desaloja.

***

No nos acostumbramos nunca a nada ni a nadie. La impa-


ciencia de una garra por alcanzar los peces aprisionados en
un acuario es el deseo de dejarse asediar por otra respiración
para no recordar la propia. Un amor como el lenguaje, delicado
y fortuito, dos personas oscilando, dos personas titubeando
se sueltan y enlazan, no hay nada que no lo haga. Formas de
hablar quiere decir gravitar e interrumpir, y en cada conver-
sación el imperfecto aliento que nos impulsa, incertidumbre
de los intercambios que solo en su desciframiento compagina
su insistencia: alcanzar, escupir, atravesar, exprimir, trasvasar,
esquivar, expectorar, borrar, faltar, rescatar, entrecortar lo que
no debe cesar y quiere cesar. Un despliegue donde toda y cual-
quier habla que habla y se habla a otro y al otro de sí conserva
su intermitencia y por ello el intervalo de la mudez aloja la
falta que produce y contagia.
La cabeza galopa y se detiene, se detiene y galopa, disiente,
a-firma desde su falta. Materia que esconde en su despliegue
lo que intenta y se intenta alcanzar sin fruto. Alcanzar, razón,
la razón en flor de la escritura, la necesidad siempre necesaria
de olvidar. Alcanzar algo de algo, en estaciones en las que todo
y nada no pueden comprometer ni su ya ni su aún. Lo que se

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escribe tiene y tiende a lo por escribirse, a lo por hablarse, a
las manos.

***

Pienso, temo, discierno, no pienso no temo no discierno, el


recorrido que en el poema espiga y dispersa se dispersa, se
destituye, ausentándose y en su cimbrear el lenguaje no llega
a pensar. Sin palabras todavía y allí, en ese no haber, una es-
critura revive sin poder vivir, aunque en su segunda vez –único
porvenir– se hace carne y astilla en la carne. «Palabra libera-
dora que se encarna precisamente como falta y así se realiza
finalmente» (Blanchot, La palabra 19). No dejamos de hablar
«y toma la palabra lo incesante (…) y habla[mos] a partir de la
imposibilidad de hablar, imposibilidad que ya siempre está en
las palabras» (21 y 33). El pensamiento sin palabras se realiza
en su falta, ahí donde un acontecimiento, una estación, en al-
gún momento, algo, libera fragmentos incompletos, deficientes
e inacabados, tal cual el pensamiento: un ser desmembrado.

***

Imposibilidad, jarcia entre lo ajeno y lo propio del acontecer


y su reserva, incertidumbre de la escritura. No es sino en esta
habla, y en lo que ella escucha, el oído del espacio entre el eco
y su llegada que fuerza su diálogo con la voz que lo llama y
que día a día cobra y recobra su vacío. Un vacío desde el cual
la insuficiencia es la que produce. Desprovistos contra nosotros
algo nos habla, un hecho, un acontecimiento, una imagen, un

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lugar, un verbo, un día, una falta, una fecha, una fecha que se
ha transformado en toda nuestra falta; con esa insuficiencia
persistimos en un deseo que se vuelve no deseo y que sigue,
sin embargo, siendo una escritura, en la que resonancias y
accidentes oscuros del origen ingresan a la página sin agotar
su precedente, fijado en la anterioridad de lo vivido, y de la
cual no sabemos, aún, haber vivido. Esa resonancia conduce
a la escritura no para soltar ni soltarse sino para continuar y
asegurar su tope. En esa adherencia se afianza una manera de
sujetar, de grabar y de incrustar más allá de la lengua que carga
sus precedentes, hechos y fuentes de los que siempre, pese a
todo, nos mantenemos ajenos y próximos, mientras –impre-
visibles e inasibles– rayamos páginas sostenidos en un asomo
del recuerdo como inscripción de una falta anterior a cualquier
propósito retórico, lingüístico e incluso de una escucha que en
su próxima vez respirará ese tramo y sus saltos.
Sustracción, expectoración, desprendimiento. Lo que per-
manece no se queda. Un infinito incesante despoja y protege.
La idea de retener, el eco que va y viene como pelotita de pin-
ball. Ese intento de alcanzar adelanta la fiebre cuando la voz
expulsa y recoge la voz, dos momentos que albergan el empezar
de nuevo cada vez. Cada extracción hacia alguna gramática
se agudiza y mantiene viva su fuerza implícita en lo excluido
que sigue orbitando. Lo sustraído pisa el lugar desde donde
emerge toda emanación y deja salir después-nunca-después.
Cada pensamiento vuelve a empezar.

***

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¿Qué es lo que empieza de nuevo? Lo que habiendo sido no
puede continuar y se yergue, sin embargo, en el propio sesgo
que aloja y exuda desde ese fuera de sí en sí la esencia pensan-
te de la poesía y la poetizante del pensamiento (Agamben, El
final 90). Agamben anota este «sin embargo», este poder decir
pese a todo, esta «experiencia de la potencia», cuando en La
potencia del pensamiento cita un recuerdo que la poeta Anna
Ajmátova usa como prefacio para su libro Réquiem (1935-1940).
Allí relata cómo, frente a la prisión a la que iba para saber de
su hijo, escucha las historias de otras mujeres que, como ella,
esperaban en el frío. Escribe Ajmátova:
«En los terribles años de Yezhov pasé diecisiete años en las
colas de las cárceles de Leningrado. En una ocasión, alguien, de
alguna manera, me reconoció. Entonces una mujer de labios
azules que estaba tras de mí, quien, por supuesto, nunca había
oído mi nombre, despertó del aturdimiento en que estábamos y
me preguntó al oído (allí todas hablábamos en voz muy baja):
–Y esto, ¿puede describirlo?
Y yo dije:
–Puedo.
Entonces algo parecido a una sonrisa asomó por lo que
antes había sido un rostro» (103).

***

Poema cada nuevo comienzo de infinitos comienzos cuya gra-


mática contiene aquello que no fue escuchado: una mariposa, un
tapiz, un pájaro, una libélula, un pez. Escribir, amar, ausentarse
de sí, necesidad de ser siempre en la escucha.

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Lo por decir llena la página y la escritura se ausenta mientras
su intensidad sigue allí arraigada en el recuerdo que desplaza
en el tiempo el tiempo y donde –aquella vez (aquElla)– pulsó
sobre la página, aunque una lengua haya sido aniquilada y
desperdigada en migraciones, transformándose en intervalo
frenético y calmo por la presencia que, sin embargo, se coarta
y arroja desde sí a otro ante algo, algo de algo. La falta invoca
presencia y deseo. El gesto aguarda su reclamo.
Intento observar y retener la mano en su gesto, la forma
de su risa, las palabras proliferando en la distancia entre ella
y ella. Entre lo que se enuncia aun sin palabras y espera en el
silencio que la mano haga su gesto en el vacío sobre el vacío.
Confinado y absuelto, un gesto enarbola y, como en el amor, es
decir en el poema, aquí-allí, vuelve a ti a mí, mientras se hunde
y eleva. Lo que no se expresa en palabras ni en pensamientos
aún sigue allí-aquí, hasta el acaso de un encuentro del que solo
podemos confiarnos a su quizá.
¿Qué hacer entonces con la incurable enfermedad de la
lectura? Nada, no hay remedio, hacer como con el amor: seguir
leyendo.

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Obras citadas

Agamben, Giorgio. La potencia del pensamiento. Traducción de Flavia


Costa y Edgardo Castro. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2007.
    . El final del poema. Traducción de Edgardo Dobry. Buenos
Aires: Adriana Hidalgo, 2016.
    . Autorretrato en el estudio. Traducción de Rodrigo Molina-
Zavalía y María Teresa D’Meza. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2018.
Ajmátova, Anna. Réquiem. Poema sin héroe. Traducción de Jesús
García Gabaldón. Madrid: Cátedra, 1994.
Barthes, Roland. Fragmentos de un discurso amoroso. Traducción de
Eduardo Molina. Ciudad de México: Siglo Veintiuno Editores, 1987.
Bataille, Georges. «Historia de ratas». Lo imposible. Traducción de
Dragana Jelenić. Buenos Aires: Arena Libros, 2001.
Beckett, Samuel. Rumbo a peor. Traducción de Libertad Aguilera, Daniel
Aguirre Oteiza, Gabriel Dols, Robert Falcó y Miguel Martinez-Lage.
Barcelona: Lumen, 2001.
Bergman, Ingmar, director. En presencia de un payaso. Radio
(DR), Nordisk Film, Nordiska TV-Samarbetsfonden, Norsk
Rikskringkasting, Radiotelevisione Italiana (RAI), SVT Drama,
YLE/SARI Volanen, ZDF, Suecia, 1997.
Bernhard, Thomas. Extinción. Traducción de Miguel Sáenz. Buenos
Aires: Alfaguara, 1992.
Blanchot, Maurice. La escritura del desastre. Traducción de Pierre de
Place. Caracas: Monte Ávila Editores, 1990.
    . La palabra analítica. Traducción de Noelia Billi. Buenos
Aires: La Cebra, 2012.
Brossard, Nicole. Ayer. Traducción de Mónica Mansour. Ciudad de
México: Aldus, 2004.

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Carson, Anne. «Una poeta prodigiosa». La Tercera. Visitado el 14 de
enero del 2016. <https://www.latercera.com/paula/una-poeta-pro-
digiosa/>
Coccia, Emanuele. La vida de las plantas. Una metafísica de la mixtu-
ra. Traducción de Gabriela Milone. Buenos Aires: Miño y Dávila
Editores, 2017.
Deleuze, Gilles. «El agotado». Lobo Suelto. Visitado el 22 de noviembre
del 2018. <http://lobosuelto.com/tag/beckett/>
Didi-Huberman, Georges. Falenas. Ensayos sobre la aparición 2.
Traducción de Julián Mateo Ballorca. Cantabria: Shangrila, 2015.
Dufourmantelle, Anne. Elogio del riesgo. Traducción de Simone Hazan.
Ciudad de México: Paradiso Editores, 2015.
Elizondo, Salvador. El grafógrafo. Ciudad de México: Universidad
Nacional Autónoma de México, 2009.
Josipovici, Gabriel. Tacto. Traducción de Cristóbal Carrasco. Santiago:
Roneo, 2021.
Kristof, Agota. La analfabeta. Traducción de Juli Peradejordi. Barcelona:
Obelisco, 2006.
Marchant, Patricio. Sobre árboles y madres. Buenos Aires: La Cebra,
2009.
Müller, Herta. El rey se inclina y mata. Traducción de Isabel García
Adánez. Barcelona: Siruela, 2003.
Nancy, Jean-Luc. Embriaguez. Traducción de Nicolás Gómez. Buenos
Aires: La Cebra, 2014.
Pizarnik, Alejandra. Diarios. Buenos Aires: Lumen, 2016.
Quignard, Pascal. El nombre en la punta de la lengua. Traducción de
Antonia Barreda. Madrid: Arena Libros, 2006.
    . La barca silenciosa. Traducción de Margarita Martínez.
Buenos Aires: El Cuenco de Plata, 2010.
Santa Cruz, Guadalupe. Ojo líquido. Santiago: Palinodia, 2011.

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Ot_42834
§
el
poema
acecha
en los inter-
valos de nadia
prado se imprimió
en diciembre del año
2021 en los talleres de
andros. Para su composición
se utilizaron las tipografías
Celeste pro y Avenir, papel bond
ahuesado de 80 g y cartulina cou-
ché opaco de 300 g. Este título corres-
ponde al número 3 de la colección Ensayo.

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