Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Colección Ensayo
Editorial Bisturí 10
editorialbisturi10@gmail.com
www.bisturi10.com
· 13 Leer y velar
· 35 El sabor de las lágrimas: [des]obrar, desbrozar, espigar
· 73 Quiere decir
Ya escribe –muere–.
Yo escribo –moriré–.
***
1
Sedeo, dice Quignard, «es estar sentado en su banco. Dis-sedeo es
des-sentarse. El di-sidente se desasocia del grupo que no trata de
acompañar y domesticar al solitario más que a partir de su naci-
miento» (26).
· 13
***
14 ·
***
Algo escribe. No son las palabras las que escriben, quizá algo
bajo el hormigón armado, bajo los escombros del derrumbe. Los
techos y las paredes no han podido evitar esa manifestación.
La ruina se manifiesta y el lenguaje –su tallo– sale de entre
las grietas al encuentro de la página. La poesía no parodia
ni remeda el mundo, lo grita. Es el grito, el grito de Artaud.
Alarido, llanto, espasmo, pulsión, suspensión. No codifica
porque habita lo irresuelto desjerarquizando y trastocando
el sentido que acopia y suspende el tiempo. Esta epojé de
gramática es el propio suspenso, sorpresa e incertidumbre
de la escritura, irrevocable e irrenunciable. No se deja a la
escritura, es ella la que nos abandona, extravía y transgrede.
***
· 15
2
Calveyra escribió: «“¡No quiero ser poeta!”, dicen que grité. Repito
la frase por miedo a que vuelva. La pongo cuidadosamente encima
del papel, el quiero al lado del no: ¡cuánto abismo!… Y ser, la pala-
bra ser: casi un sustantivo, por poco un paisaje. Y no. No estaba en
mi naturaleza ser poeta; contra una opinión difundida nadie nace
poeta, son los otros los que cierran el puño alrededor de algo que
resulta ser el canto de uno, que todo lo ignoraba del tema. No, yo no
creía en el destino: en un mundo construido de golpe el destino nos
habla como desde muy lejos…» (24).
16 ·
***
· 17
***
18 ·
***
· 19
***
***
20 ·
***
· 21
***
***
22 ·
· 23
24 ·
***
· 25
***
26 ·
***
· 27
***
28 ·
***
3
En Jacobo Fijman el delirio es algo que siempre está presente. Cuan-
do Vicente Zito Lema le pregunta: «¿Qué es el delirio?», Fijman
contesta: «Hay un delirio poético del que padecen los poetas, los ar-
tistas. Delirio es como salirse del surco. Como si un arado se saliese
del surco» (38).
· 29
***
30 ·
***
· 31
***
***
32 ·
***
Escribir
amar (escribir)
velar un poema.
Hay que ser acróbata para amar y desafiar las leyes de lo probable
y de lo posible. ¿Qué razón puede haber para amar? Ninguna,
solo la infinita y estremecedora posibilidad de sorprenderse
y que en un hueco el corazón aloje, de regreso, algo de calor.
Es lo extraño del deseo y del amor, de su así y nada más. Es
como la hoja que hemos doblado de un libro, es la posibilidad
de reencontrar aquello que nos deleita, un trazo que queremos
volver a disfrutar y no perder de nuevo.
· 33
34 ·
siempre-todavía
· 35
36 ·
· 37
1
Pero no se trata, dice Duras, de algo que se transfiere, de una traduc-
ción, del paso del ser en potencia al ser en acto, ni del paso de un
estado a otro, sino del «desciframiento de lo que ya es y ya ha sido
gracias a uno, en el sueño de su vida, en su repetición orgánica, sin
saberlo» (31), entonces, un instinto que «consistiría en leer, ya antes
de la escritura, lo que todavía es ilegible para los demás» (31), en
que «delante de sí uno tiene una masa entre vida y muerte que es
de su dependencia (…), [la] confrontación entre lo que ya estaba allí
y lo que iba a estar en su lugar» (32).
2
Pienso en el vínculo ineludible entre perderse y aprender desde
Benjamin cuando habla de la ciudad. Para él «importa poco no saber
orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como
quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje» (15). Aprendi-
zaje: aquello que, mientras hacemos el camino, perdidos, mientras
vamos errando, nos habla. Laberintos que encontramos, si seguimos
a Benjamin, en nuestros primeros cuadernos. Esa escritura como
extravío desplaza un sonido que luego, nuevamente, años después,
se transforma en palabra, quizá han sido ya poemas, «versos que (…)
llenaban los intervalos de los latidos de mi corazón» (17).
38 ·
3
Philippe Petit, funambulista francés, cuando tenía diecisiete años,
mientras esperaba en el dentista a que atendieran su dolor de mue-
las, abrió un diario y se topó en una de sus páginas con algo, según
cuenta, magnífico, algo que lo inspiró, dos torres y un artículo que
decía: «Un día estas torres serán construidas (…). Y cuando así sea
se volverán las más altas del mundo». El objeto de su sueño, desper-
tado en ese momento en su espíritu de alambrista, aunque aún no
existía se volvería tangible. Arrancó la página del diario, la guardó
y se fue con el mismo dolor de muelas pero pensó que ese dolor
no era nada en comparación con el sueño que había conseguido
y que llevaba en el bolsillo. Veinticinco años después, la mañana
del 7 de agosto de 1974, cruzó caminando sobre un cable las Torres
Gemelas. En el documental acerca de su proeza Man on Wire, di-
rigido por James Marsh, cuenta que comenzó como alambrista,
autodidacta, para soñar no tanto con conquistar el universo, sino
como poeta, conquistando hermosos escenarios. La poesía se pare-
ce a ese suspenso, a esa conquista en el vacío sobre la página o la
pantalla, verdaderos boquerones. Anne Dufourmantelle, en Elogio
· 39
40 ·
4
«There is no remedy for love but to love more», escribe Thoreau en
sus diarios el 25 de julio de 1839.
· 41
5
Escribe Montaigne en «Los medios que Julio César usaba para ha-
cer la guerra» que, «cuando los antiguos griegos querían acusar a
alguien de extrema ineptitud, decían como proverbio común que
no sabía leer ni nadar. Él [César] opinaba también que el arte de
nadar era muy útil en la guerra y le sacó mucho provecho. Si tenía
que ir de prisa, solía atravesar a nado los ríos que encontraba, pues
le gustaba viajar a pie, como el gran Alejandro. En Egipto se vio
obligado, para salvarse, a subir a una frágil embarcación, y tanta
gente se abalanzó sobre ella al mismo tiempo que corría peligro de
irse a pique. Él prefirió lanzarse al mar, y alcanzó a nado su flota,
que se hallaba a más de doscientos pasos de allí, sin dejar de sujetar
con la mano izquierda sus tablillas fuera del agua, ni de arrastrar
con los dientes su cota de armas, para que el enemigo no se hiciera
con ella, y esto a una edad ya muy avanzada» (1111). Abdel Wahab
Yousif, que deseaba huir de Sudán, su país, a través de Libia, se
ahogó –junto con otros inmigrantes africanos– cuando el bote en el
42 ·
· 43
6
Para Didi-Huberman «en la imagen el ser se disgrega: explota y, al
hacerlo, muestra –pero por muy poco tiempo– el material con que
está hecho», porque «la imagen no es la imitación de las cosas, sino
el intervalo hecho visible, la línea de fractura entre las cosas» (166).
7
Celan se pregunta «¿se anda, entonces, cuando se piensa en poe-
mas, se anda con poemas por tales caminos? ¿Son estos caminos
solo caminos en círculo, rodeos de ti a ti? Pero son también, a la vez,
entre tantos otros caminos, caminos por los cuales el lenguaje ad-
quiere voz, son encuentros, caminos de una voz a un tú que percibe,
caminos creaturales, proyectos de existencia acaso, un anticipado
enviarse hacia sí mismo, en busca de sí mismo… Una suerte de re-
greso al hogar» (El meridiano 26-27), sin embargo, no se trata de un
pathos ensimismado sino de un encuentro.
44 ·
8
Recordando «La biblioteca de Babel» de Borges: «Yo conozco dis-
tritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con
barbarie las páginas» (470).
· 45
46 ·
· 47
48 ·
espiga la mano
· 49
9
Y «no hay poema sin accidente, no hay poema que no se abra como
una herida, pero que no sea asimismo hiriente. Llamarás poema a
un encantamiento silencioso, la herida áfona que de ti deseo apren-
der par coeur» (Derrida 168-169).
50 ·
· 51
52 ·
10
Placer por los sonidos que se desvía del interés de una «civilización
obsesionada por lo económicamente rentable (…) tan subyugada al
trabajo, a la coerción y a la obligación», señala Eagleton, en que
«los más elevados ejercicios de la imaginación (…) rayan en las más
regresivas fantasías. Un poema es un recreo semiótico, en el cual el
significante es dispensado de sus adustos esfuerzos comunicativos
y puede divertirse sin abochornarse. Libre ya de un matrimonio sin
amor con un único significado, el significante puede ir de flor en
flor, mostrarse promiscuo, retozar impúdicamente con otros signifi-
cantes también libres de compromiso. Si los guardianes de la moral
convencional comprendieran lo indecente que es la poesía, dejarían
inmediatamente de inscribir poemas en sus tumbas» (73).
Anota Nancy: «Estar a la escucha es siempre estar a orillas del sentido
11
· 53
12
La siguiente escena de Zama marca la oscilación del pensamiento,
el deseo de irnos o no de un lugar, un desplazamiento temporal y
un deseo y un no deseo al mismo tiempo: «Dijo que hay un pez, en
ese mismo río, que las aguas no quieren y él, el pez, debe pasar la
vida, toda la vida, (…) en vaivén dentro de ellas; aún de un modo
más penoso, porque está vivo y tiene que luchar constantemente
con el flujo líquido que quiere arrojarlo a tierra (…) estos sufridos
peces, tan apegados al elemento que los repele, quizá apegados a
pesar de sí mismos, tienen que emplear casi íntegramente sus ener-
gías en la conquista de la permanencia y aunque siempre están en
peligro de ser arrojados del seno del río, tanto que nunca se los
encuentra en la parte central del cauce sino en los bordes, alcanzan
larga vida, mayor que la normal entre los otros peces. Solo sucum-
ben, dijo también, cuando su empeño les exige demasiado y no pue-
den procurarse alimento» (12-13).
54 ·
13
Para Berger el tacto «es lo que ocurre naturalmente cuando dos se-
res se aman, en el momento en que se entienden. Las personas se
hieren cuando el tacto ha pasado. El tacto es una forma de meterse
cada uno en el espacio del otro: hay una complicidad, un complot,
una especie de conspiración. Juntos desafiamos la vida» (s/p).
· 55
14
El pensamiento de la inoperatividad (désœuvrement) al que se refie-
re Agamben, contrario a las categorías del capitalismo y la insisten-
cia en el trabajo y la producción, no es «ni atonía ni holgazanería»,
sino que más bien nos notifica que «hace falta des-obrar [dés-œu-
vrer] en el sentido activo del término (…) se trata de una actividad
que consiste en volver inoperantes todas las obras sociales de la
economía, del derecho y la religión para abrirlas a otros usos posi-
bles». Es lo que se pregunta Aristóteles, señala Agamben, en la Ética
nicomáquea, «si existe una obra propia del hombre. La obra del
flautista es tocar la flauta, la obra del zapatero es hacer zapatos, pero
¿existe una obra del hombre en cuanto tal? Aristóteles formula en-
tonces la hipótesis según la cual el hombre habría tal vez nacido sin
obra, pero en seguida la abandona. Sin embargo, esta hipótesis nos
conduce al corazón de lo humano. El hombre es el animal desobra-
do [désoeuvré]; no tiene ninguna tarea biológica asignada, ninguna
56 ·
· 57
58 ·
· 59
60 ·
· 61
62 ·
· 63
16
Se pregunta Agamben ¿cómo se tiene una potencia?, responde:
«No se puede tener una potencia, solo se la puede habitar. Habito es
un frecuentativo de habeo [tener]: habitar es un modo especial del
tener, un tener tan intenso como para no poseer nada más. A fuerza
de tener algo, lo habitamos, nos volvemos suyos» (Autorretrato 13).
64 ·
· 65
66 ·
· 67
68 ·
· 69
70 ·
· 71
agujerear y cavar
· 73
1
«Si la escritura delata siempre al pensamiento y si, a pesar de ello,
la filosofía no puede renunciar a la palabra, entonces en la escritura
el filósofo deberá buscar el punto donde esta desaparece en la voz,
perseguir afanosamente, en todo discurso, la voz que nunca fue es-
crita: la idea. La idea es el punto donde el lenguaje significante se
abole en el nombre. Y es filosófica la escritura que acepta encontrar-
se una y otra vez sin lengua ante la voz, y sin voz, ante la lengua»
(Agamben, Autorretrato 94).
74 ·
2
Bataille, en «Historia de ratas», cuando dice que su razón de escribir
es alcanzar a B., está aludiendo a un alcanzar lo amado, al amor por
y a escribir como «volver a tener uñas, esperar, aunque en vano, el
momento de la liberación» (25). Sin embargo, dice, «no disponemos
de medios para alcanzar: en verdad alcanzamos; alcanzamos de re-
pente el punto al que había que llegar y pasamos el resto de nues-
tros días buscando un momento perdido; pero cuántas veces se nos
escapa, precisamente porque el mismo buscar nos desvía, y el estar
unidos es sin duda un medio… de no carecer nunca del momento
del retorno» (25). El corazón del otro (de B.) esta en el nuestro.
3
En La potencia del pensamiento Agamben, revisitado en Autorre-
trato en el estudio, se desliza hacia una teoría del gesto que, como
él mismo retoma en esta biografía en que vuelve a sus asun-
tos e inquietudes, ha sido su fascinación por el pensamiento de
Kommerell, que, al igual que el de Benjamin, «tiende a resolverse
en una doctrina del gesto: del gesto como elemento no significativo
sino puramente expresivo, que se manifiesta tanto en el lenguaje
(el verso como “gesto lingüístico”) cuanto en el rostro» (Autorretrato
88). De tal modo que «el gesto no es un elemento absolutamente
no-lingüístico, sino algo que está, respecto del lenguaje, en la re-
lación más íntima y, sobre todo, una fuerza operante en la lengua
misma, más antigua y originaria que la expresión conceptual: gesto
· 75
76 ·
· 77
78 ·
***
· 79
80 ·
***
· 81
4
Didi-Huberman, leyendo lo que Deleuze ha visto en Quad de Beckett,
vuelve a la cuestión de qué es una imagen, qué puede una imagen
y cómo lo puede. Yo vuelvo a la danza de los gestos, a aquellos
que «carecen de destino objetivo», a aquellos que abren, como
sostiene Didi-Huberman de Beckett. Anota: «El arte de Beckett se
dedica a abrir, a «hacer [como el mismo Beckett dice] agujeros en
la superficie del lenguaje, para que aparezca por fin “lo que está
agazapado detrás”, por lo tanto para que las palabras se aparten
rítmicamente por sí mismas y el lenguaje devenga poesía» (142-
145). Enfatiza algo medular Didi-Huberman y es que «abrir no es
hacer un solo agujero que llegue directamente hasta el centro de
las cosas. No hay un centro de las cosas, puesto que las propias
raíces son múltiples y arborescentes, sin hablar de los rizomas,
claro está. Por lo tanto, hemos de cavar por todas partes, hacer que
proliferen los agujeros, y con ellos, las conexiones, hiatos o empal-
mes. Solo se comprenderá lo que quiere decir hacer una imagen
entrando en esta “iconología de los intervalos”, cuyo proyecto de-
finió Aby Warburg» (145). Se trata de «fragmentar conectando, de
abrir haciendo proliferar (…) hacer una imagen la puesta en prác-
tica del montaje (…). Una recopilación de las disyunciones entre
82 ·
***
· 83
5
Sin embargo, dice Deleuze comentando Quad de Beckett, «no
es fácil hacer una imagen. No alcanza con pensar en algo o en
alguien (…). Es necesaria una oscura tensión espiritual, una in-
tensio segunda o tercera como decían los autores de la Edad Me-
dia, una evocación silenciosa que sea también una invocación
e incluso una convocación, y una revocación, ya que eleva a la
persona o la cosa al estado de indefinido (…), la imagen respon-
de a las exigencias de Mal visto Mal dicho, Mal visto Mal oído,
que reinan en el reino del espíritu. Y, en tanto que movimiento
espiritual, no se separa del proceso de su propia desaparición,
de su disipación, prematura o no. La imagen es un soplo, un
aliento, pero expirante, en vías de extinción. La imagen es lo que
se apaga, se consume –una caída. Es una intensidad pura, que
84 ·
***
Velo. Leo que velo. Velo un tacto sin que mis labios tiemblen / sin
que mis manos tiemblen / sin temblar –mantenerse leyendo–.
· 85
Mantenerse leyendo
mantenerse leyendo
mantenerse leyendo
mantenerse leyendo
mantenerse leyendo.
86 ·
Desintegrarnos y regresar.
Desintegrar y extinguir.
Regresar y desintegrarnos.
***
apnea
***
· 87
***
88 ·
***
· 89
***
90 ·
· 91
***
***
92 ·
***
· 93
***
6
Tocar es lo contrario a aferrar, si seguimos a Josipovici, como cuan-
do el niño sostiene la mano de su madre y, preso de su inseguridad,
cae en el error de «convertir el tacto en un aferrarse, tratar de con-
trolar y poseer aquello que solo debiera ser sostenido o tocado con
delicadeza» (107).
94 ·
***
***
Entre las tumbas, entre las junturas del asfalto, una flor, «la
razón es una flor» (Coccia 107)7, allí donde opera o parece
7
Apunta Coccia que «la razón no es y no podrá ser jamás un ór-
gano con formas definidas, estables. Ella es una corporación de
órganos, una estructura de apéndice que pone en discusión al
organismo entero y su lógica. Principalmente, es una estructu-
ra efímera, estacional, cuya existencia depende del clima, de la
· 95
***
96 ·
***
· 97
***
***
98 ·
***
· 99
***
100 ·
· 101
102 ·
· 103