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Nadia Prado

Un origen donde podría


sostenerse el curso
de las aguas
COLECCION ENTRE MARES
L O M palabra de la lengua yámana que significa SOL

Prado, Nadia
Un origen donde podría sostenerse el curso de las aguas
[texto impreso] / Nadia Prado.– 1ª ed. – Santiago:
LOM Ediciones; 2010. 100 p.: 16x21 cm.
(Colección Entre Mares)

I.S.B.N.: 978-956-00-0214-3
R.P.I.: 198.510

1. Poesías Chilenas I. Título. II. Serie.

Dewey : Ch861 .– cdd 21


Cuer : P896o

Fuente: Agencia Catalográfica Chilena

© LOM Ediciones
Primera edición, 2010

I.S.B.N.: 978-956-00-0214-3
R.P.I.: 198.510

Diseño, Composición y Diagramación:


LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago
Fono: (56-2) 688 52 73 Fax: (56-2) 696 63 88
web: www.lom.cl
e-mail: lom@lom.cl

Fotografía Portada: José Moreno Fabbri

Impreso en los talleres de LOM


Miguel de Atero 2888, Quinta Normal
Fonos: 716 96 84 - 716 96 95 / Fax: 716 83 04

Impreso en Santiago de Chile


Con amor a Guadalupe Santa Cruz,
la letra.
Buscar mi hogar… fue buscarme ahogar…
¿Dónde está mi hogar? Por él pregunto y busco y busqué,
y no lo encontré.

Friedrich Nietzsche
Por las letras
la mano
desde el rincón
entre la madera de la mesa
y la madera de la silla.
Entre palabras de carne
teme que el desierto de papel pierda su velocidad.
Al contrario de mí la lección escribe el sonido de antes.

9
¿Por qué alguien querría apisonar la tierra?

10
Poemas somos que otros escribieron en este callejón sin salida
[por fin nos espera el insignificante orgulloso infierno sin embargo]
en el que nunca creímos mientras aullamos, bufamos, graznamos, no canta.

11
Los neones dibujan sobre el vapor pájaros que vuelan a esta altura
cinco pisos y la lengua de los pájaros no se comprende
durante seis días
la ciudad llama con la misma desesperación que lleva
la nieve sobre los ojos
los ojos de hielo
nada se habita sino inquietud
la ventana intenta unir las divisiones del cuerpo
mi rostro se refleja inconforme
el vidrio sostiene
el agujero dejado por el rostro
la oscura profundidad en que se reconoce
el domingo en que se puede hablar con los pájaros.

12
Abrir los ojos en el bajo, rozar los párpados
en la insistencia. Desabrochar.

Recortada la mano que traza el pañuelo que esconde el cuello


el respiro ante la asfixia el pulmón lleno.
La voz dirá ven donde se azotan los árboles
que tiran sobre mí sus hojas.
Ciega cruzo la tierra que entra por los dientes
polvo la vida muerta
los árboles serpientes rascan el pecho
la uña más aguda a pedazos saca el hueso
y desgarra la inercia del respiro.

En la sombra este hilo de voz se va quedando atrás


tendida, evitando latir la mano no puede preguntarse
la ausencia es la boca que grazna entre los dientes
tantos puentes que conducen a ningún desierto.

Se azotan los árboles que sobre mí tiran sus hojas.

13
Pájaros de cuatro estaciones en los techos. Escucho sus cráneos, el reino recita en
la ventana de la insignificancia algo que nadie escucha. Solo las palabras piden
calmar su hambre. Una mano abre infiernos momentáneos, en ese ejercicio dejo
de ser quien he sido, en el borde los objetos se mueven y hablan. En la cercanía de
mi rostro la cercanía de los golpes en la cercanía del oído. Espejos son arropados
por el pecho de tiro entre húmedas plumas. Las alas se vuelven contra mí. Sobre
el trigo es mi cuerpo la casa de las palabras que se detienen. El que escribe lava
su soledad dejada en los ropajes. Retrasada el alma da vueltas a la velocidad del
agua y la espuma. Aun así puedo mirar los pájaros, en ruinas puertas y ventanas
abiertas hacia mí erosionan a la que camina. Un animal con el lomo abierto se
une a la grasa de los hornos. Los techos se quedan.

14
Las puertas son de la mano que las abre y allí se queda la mano sin abrir.

Láminas cosidas al párpado, cambio el carrete de madera por el carrete de metal


de la máquina Wertheim para arrojarte lejos de mi ternura. No puedo cizallar
esta lámina de acero que quedó en mi cabeza y que cercena con su dedo para
evitar tu falta. Me acostumbro bien. Las paredes desde las que te escribo tienen
las palabras: esa lámina que hacia el otro lado está impregnada de devociones,
marcas de amor y asesinato, petitorios y rezos: si el instinto no se enlazara a una
idea ni se manifestase como un estado afectivo, nada podríamos saber de él. Nada
podrías saber de mí si no extendiera el carrete de mi mente. Como si la cabeza
se me hubiera descosido a través de mí espero que leas lo que te envío. El día no
deja de volverse noche, nunca ha dejado de acechar estos párpados que como
aceros prensan las palabras.

Se queda la mano sin cruzar.

15
No hay pájaros
el cielo inmóvil
el agua vuela
pequeñas oleadas
los pasajeros leen
duermen
comen
algunos hablan por obligación
no veo un solo pájaro, me pregunto por qué.

16
La madre lee un cuento a su hijo. El hijo pequeño o con edad para estropear tal
dedicación, dice a su madre que llueve de este lado y no de este otro. La madre le
contesta que está lloviendo en todo lugar. El niño tiene razón. El agua corre por
el vidrio y escribe una x, el viento en dos direcciones. El viento escribe el agua.
El viento borra las letras que escribió, piensa que se ha equivocado. La lluvia
cae convincente sobre el barco. El agua se agita. Baja. La lluvia es el pálpito del
enamorado, agita su miedo, ansiedad leve y tenaz. El viento esparce el agua por el
cristal, cientos de gusanos se dirigen hacia el aire, en la parte inferior son lentos,
en la parte superior voraces, el cardumen huye. Miles de peces recién salidos de
sus huevos caen sobre el vidrio. Cuando amaina las lombrices gigantes se van al
fondo. El agua es una cortina entre la lámina y yo. Tres horas y media después de
zarpar, casi sin mí, en un descuido, un pájaro nada a ras.
Quizá porque recuerdo. Aparece.
Uno solo.

Aunque llueve el cielo aclara y se abre


algo de luz retorna
escribo lo que leeré vieja en invierno
tendida en la cama tibia
quizá no pensaré con nitidez para no dar más dificultad a esos ojos.

[El curso del agua donde podría sostenerse el origen del curso de las aguas]

17
Tierra. El pájaro nada cerca y el pez vuela al fondo.
La distancia confunde las operaciones.
El viento hace aparecer algunas ramas.

Las amapolas cimbran


la pared blanca apenas sostiene el cielo
desde lejos la ciudad se posa en el agua
pájaros
aislados
dos pájaros o el mismo
quizá el mismo.

Cierro los ojos, si pudiera tocar tu rostro sería suficiente. He venido hasta acá para
negarme la necesidad torpe de buscar. Un ángel en descomposición acompaña
cojeando al tiempo, alguien como nosotros piensa que existe. Si el vacío dibujara
desde siempre nuestros deseos la ausencia se arrojaría sobre las cosas.

En su ardiente anhelo se podría acortar la distancia a la que la distancia espera.


Devueltos a la realidad la lluvia vuelve a suceder.

18
Apropiarse el miedo de la extraña abertura por donde escapa lo descompuesto,
qué estructura esta vez y aquella vez que no deja al terror pasar inadvertido.
[Un curso de agua donde podría sostenerse cualquier origen]
Extender la mano nadar hasta la orilla aminorar el aliento. Zarpar oscura y
continua el agua, en el cielo afianzo el afán del viaje, mantengo en la monotonía
del agua los sobresaltos.
Es el ser o su intermedio que se dirige perdido.

19
En la casa de las fieras se aúlla y se ríe. La escoria de letras
oscurece de ocio y madrugada.

Tras las puertas, tras las ventanas los objetos esperan el día que sigue. Soy lo
siguiente, lo propio y lo extraño, desbordados los ojos, atemorizados en el cartón
antiguo parecen otros años. Ya no estás, a mi lado siguen tus ojos y un terror
cuyo recuerdo no aparece. Este oficio no puede saber no adivina, intenta bajo la
incerteza sostenerse.
Se revuelca en la ciudad el oficio y el oficiante como un Dios loco o un autor
múltiple con apuro y desgano.
El alma y su ajetreo describen hacia atrás, me resguardo en mi labor, distinta a
quien soy el relato imagino.

20
En el desierto escampé, desolaciones arroparon huesos y ramas.
No habido el deseo la consolación se enreda.

La calavera es el árbol bajo la cáscara, huesos como ramas arrojan la sangre que
no escampa, destellos de fósforo en los últimos cigarros desatan la algarabía de
la lengua que se debate. Un cadáver tibio de amapolas suspira en la boca.

La pupila, como si fuese una lengua, si fuese una lengua hablaría en celo.

Qué bota la retina. Y de babel y espejismos hacer el mundo, a la orilla voces.


Afuera nunca duerme, nuevamente nadie duerme, los paraísos sin consuelo
a distancia permanecen, la madrugada es certera. Desatendido el paraíso y el
infierno sobreviene la compasión.

21
Los campos de trigo que esta memoria en su dolor desactivado ve como paisaje
abren más allá del bosque.

En su Hégira hacia el infierno existe el alma. El fuego se apaga con el hielo de la


mano que ya no quiero. El alma –pensé– reposa su levedad en la arena. Los ojos
cerrados porque el sol obliga encontraron el pajarístico junto al anillo del rey
Salomón.

Qué podría entonces el idioma de los pájaros si existe el alma que vuela y entiende
el pajarístico. En el fuego que se apaga con el hielo de la mano que ya no quiero,
el hielo no apaga lo que se altera. Anónimos insensatos cadáveres deslizan sobre
su abdomen el agua de los ríos.
Infiernos han despertado hielos y letras
la uña pretende en la garganta
los años perdidos intentan sacar la dureza sobre las llagas
el vocablo no sabe quién anda dentro
un solitario con sus solitarios ojos ve distintas soledades.

En el cercano horizonte tú abres la boca y escucho apenas un suspiro.

Tú abres la boca y escucho apenas un suspiro


de labios apenas pegados
en mi oído que apenas odia
nadie responde
el pelo crecido
puente de fantasmas
cremados ante mis ojos.

El reflejo del ciego no duda y en el hambre y la soledad anterior


se vuelve ciego y seco el pozo, se cargan cadáveres de flores recién abiertas.
En las playas anteriores solo los ojos rodean el infinito perímetro
el monstruo ríe con un propósito anónimo
hacia mí
precipitada en la desolación
en playas y mares

22
la bóveda es un trozo de vidrio en mi mano
allí las olas sacuden y devuelven a la orilla.

Bañaban los ojos cuchillos y metales


del mediocre que se agita
para escapar de la monotonía
como si al aburrimiento no perteneciera.

Del cielo una brizna negra


un chal de ungüento para saborear la lengua inaugurada fuera de su túnel.

Caen de su funda las manos recién pulidas


credos puñales para retirar el mal olor de las cosas.

En su lecho de ceniza el vocablo no sabe quién anda dentro.

23
A qué llegar, a la ficción de una compañía, fantasmeo por las calles sin precipitación,
resignada a abrir una puerta. Esperar el día que sigue. Yo soy lo siguiente.

24
Él se hace cielo. Llueven fantasmas y en los espejismos cada totalidad se ha dividido,
colman de estertores las voces dóciles. En la vereda más estrecha ambición y rosas
coronan cabezas ausentes, se agitan sueños y carencias, quemantes pechos sin
temor, de amapolas se cubre el día y las cuencas no tienen ojos ni giran buscando
reliquias. Y de espejismos se hace el salar. Sin flores, árboles y calaveras unen el
cuerpo a la soga que se desata de lo pleno. En el incierto abismo el sostenerse de
la cabeza. Desaparecida se agita en mi mano. Son esponja los ríos, área expropiada
del festín es lo que soy, un gesto sustraído a la realidad troquela el cisne de aquel
loco, la tajada que falta duele. El vacío se hace cielo.

25
Ardía la ignorancia en la tierra
siendo niña el temblor se precipitaba en la pequeñez.

Este alfeñique aparato absorbe los gritos


y en el río veo
a veces simplemente
cuando yazgo caminando
puedo ver fuera de su área esta que soy.

Recuerdo a mi padre, la imagen de éste donde habito, cada fina nube mustia cada
cordillera leve. En dos lloriquean sobre el río grácil, sobre el hielo el aire el humo,
sobre el ocultamiento del cuadrante despierto sobresaltado ante la lluvia.

26
El parásito desborda el cuerpo marcado en tiza, múltiples cielos tejen hilos de
los que me favorezco, cuerdas que llevo, límite que ha comenzado a desgastarse,
alrededor los ojos secos siguen leyendo.

27
Otra voz y la misma inconclusa es
y con menos vida su misericordia duda.

Más allá del fin de estos pastos, más allá [esfuerzo del dolor en su follaje] se
consume sin proteger. Las manos se arrastran, tras de sí pareciera ir quedando el
deseo, pareciera la incertidumbre penetrar lo que toca. El agua deja ir el fracaso.
Un llano en el que muchas flores encienden las velas acá cuando me he dormido
despierta. Tras quemarse la sangre y la piel rechazo. Más allá de estos bordes un
huerto crece. El follaje desprende el viento.

28
Ruinas, ventanas, caballos, tras las ventanas en ruinas corriendo caballos,
ventanas y ruinas de la ruina se levantan en el falso relato de la imagen que corre
en el ojo.

29
Dirás que no digo yo sé que no digo
un exceso que no pudo frenarse se hace relieve
dibujo y calculo
para demostrar que se respira
que se lleva en sí
la extensa manera del abecedario y su relave
que arrastra la certeza y el miedo.

30
Todo acaba siendo real sin razón. Miro el combate del tigre y del
búfalo, no es la selva, miro otros combates, es el jardín botánico.

La premura adelanta el viaje o imagina en qué imágenes quisiéramos huir. El


equilibrio confunde las cosas y las cosas perdidas regresan sofocadas al origen.
[El curso de las aguas entra en la boca]
Se espanta la furia, las fauces del origen secuestran la lengua. La tierra se mueve,
los pájaros llegan a sus nidos, a los oídos la pena [la tierra es inmóvil]. El que ha
ofendido es disculpado y vuelve a ser digno. Podrías cuando bajo la cabeza de
vergüenza tomar mi mentón y decir no lo sientas, de todo la mitad es equivocarse.
Somos la parte que nunca encuentra su empalme. Habiéndose dividido en tantas
palabras se es repartido en otras que se han de pensar. Los labios ante el estanque
que guarda los libros callan. La luz oscura aparece. Deslizamiento de tierra y agua.
Tantos jardines, nada se podrá guardar. Un temblor, un solo temblor. Cuando
un hombre cuelga de los pies la cabeza se amorata, la boca babea y los ojos se
vuelven hacia atrás, las manos intentan rígidas. Cuando un hombre va a morir le
sobreviene un espasmo ante la espera, la boca se abre con esfuerzo, con tirantez
la vida intenta quedarse. El sepulcro le presenta ante los ojos el origen en su
decadencia [al curso de las aguas vuelve]. Cuando un hombre cuelga de los pies
sus ojos se vuelven hacia atrás, las manos intentan.

31
Sofocadas al origen.

32
El mensaje no es del rapsoda Ion, el infierno es quien trae este hablar.
Sin corona, sin oro, con casa prestada y una inmerecida confianza
recito a mano.

33
Resopla el hablar.

34
Los efectos de un sentido tiemblan. Es nuevo cada viejo temblor meciéndose.
Cambiar de nombre para no determinar el tiempo antiguo.

35
Los contratiempos que pudieran perturbarme en el consuelo duermen. El agua
sobre la cabeza mitiga lo que quiere prevalecer. Tanteo en la oscuridad obstáculos,
el silencio se consume, soy huésped de la puerta que atesora el espacio. La
debilidad siempre ha derrotado la distancia que nos separa de la inocencia.
Qué discordia distribuye tanta habla cuando las cosas no se muestran, cuando
pertenecen a ratos. Y cuando sus ojos se elevan más allá de la cerca. Desde allí
fui mirada por mi padre que sin poder caminar su propia extensión pidió en sus
palabras que casi no podía tolerar:

36
Perdón padre perdón madre
el autor de los hechos
el jardinero mató a su mujer
el hogar se asustó
yo albedríaba por el cielo
tras la noche entonces el hogar se asustó
un cuaderno de quince milígramos
escribe alguien la vida vivirla es demasiado
tras los vidrios
la calle la gente la lengua de la labor
y en este silencio de ocio
aprendo a entrar de nuevo
el cuaderno por donde se desliza mi tu
corazón ya no late por lo real
late dormido despierto
jadea y es una ilusión
creer lo real la sordera
los anónimos nombres sin fechorías inmaculados
singulares indeseables herederos de la lepra
pensar de antes
partir de algo habitar
el visitante anónimo sinónimo de mi tu
decide que soy el señor del lugar
mi corazón albedría y anfitronea
soledad y silencio
señorea el mundo en cemento frío y engomado
pega los zapatos atrapado a la vida
sin dejar de ser huésped ni extranjero
pero te entrego quien soy y me guardo de mí a ti
quien no soy se presenta soslaya al parásito
que va de mi anónimo nombre al bautizo por tu mirada
se enfrenta y me derrota como tus ojos
también ocurre si la inmunidad no es certera

37
entonces lato dormida despierta
jadeando en la ilusión de creer se hace lo real
mis oídos sordos y nuevos anonimizan
nombres pulcros e inmaculados
mientras los puercos exhiben quiénes son
la sordera hace al silencio y no la lógica contraria
arcontes y custodios del vacío imperativo presente
sorda y ciega rodeando la cáscara impenetrable de mí y tú
quien no se debate es un cadáver
reservo el silencio en el ruido
en el bullicio dentro de aquí
lugar dado antes de saber quién era
antes de mi cara en el humo y la ceniza
anunciando la muerte de mí en tu mirada
tu mirada muerta por el saqueo de las letras de ti
por la errancia ansiada siempre
en que se muere y despierta en el camino muriendo
entre los pasos y agitándose en la vagabunda estela
desechado desde la omnipotencia y la insignificancia
vuelve a avanzar la mano hacia un trozo de madera
alguien que arrojó su pluma en la cenagosa
clava el mar se clava la arena que lleva el mar
esa faena irrepetible y no estrenada por nadie
hace desaparecer y aparecer la desidia
letrada y analfabeta la arena está allí
combinando granos y siglos que el mar toma
el primero que lee lanza la mano
coge la espuma de su boca
lo extraño que ha escrito
no coincide en la tinta
no con el silencio
no más que un ciego
esquivando su ser adelante

38
en el incierto de la posible equivocación
escapa el objeto que ha quedado atrás
ante sus ojos ciegos
fantasma que no se presenta ni se ausenta
en el asedio espectral de tú en el futuro
y de mí aquí arraigada a las cosas detenidas de la vida y veloces
antes pared blanca sobre los hombros y después
guardo el secreto en el féretro abanico
que el viento ondea con mi cuerpo dentro
y deseo llamarte cuando te has ido
bajo el volumen de la voz para padecer el mal
de esperar el mal del secreto heredo el deseo
que nunca está más allá de mi fiel asombro
heredo para guardar pero siempre todo se extravía
mi poco ser por escaso ser obliga a esperar
retardando mi propia venida
heredo el silencio en el ruido
en el bullicio dentro de aquí
mi cara en el humo y la ceniza
anunciando la muerte de mí en tu mirada
tu mirada muerta por el saqueo de las letras de ti
por la errancia ansiada no en el final
sino en el camino que obliga
y cautela la detención del divagador
en el camino se excede la vida
en la demasía del propósito
y en este ir al encuentro del quién era
en lugar del quién soy
heredo en ese cumplimiento la incertidumbre
lazos de sangre en papel
marcas de trabajo en las manos
obligan a sacarse la corona a este príncipe asalariado
la aureola en llamas vuelve escoria mi trabajo

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el cincel se clava en la piedra y en el estómago
la letra leva la letra no es siamesa de mí
lo escrito está a distancia y quema
se quemó el bosque por fuego y por frío
al agua arrojada sin sosiego
mi cara ardiendo la hizo estallar el murmullo de Dios
no se escucha pero se sabe por otros que dicen haberlo escuchado
antes que lo que arda se apague y antes de despedazarlo con los dientes
Dios está mutilado
cubo de estrellas son miles de ojos
seres deformes
por los que somos guiados
[ahora amigo salió ya el cobre de su molde en el crisol del herrero;
en dos horas se calienta y en dos se enfría]
si mí mismo escribe se pulveriza
tengo en las manos las letras
quedo fuera de la esfera
se parece a una serpiente que ha metido la cola en su cabeza
el círculo fustiga el infinito
entonces despierta dormida allí
el lugar en el quien era
tapé mi ojo y segundos más tarde el otro
han pasado más de dos mil años
yo que inventé a mi familia
descuido la habitación del monstruo
el bosque se incendió por frío
el silencio ardía en bullicio
y se podía amar toda la ausencia
ahora llegarás a ser quien eras y serías
la memoria se asfixia
en el quien el lugar se ha perdido
hoy un hombre será despojado de lo que él despojó
y dice el autor de los hechos:

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el hogar no existió porque mientras
albedríaba por el cielo
tras la noche entonces
el hogar se asustó pero no fue el hogar era yo temblando
ante la ausencia
el principio y el fin dado para sí
en arenas movedizas
por coincidencia o premeditación
la vida me da la espalda y la crueldad queda abierta
como el cráneo perforado de la mujer del jardinero.
Perdón padre perdón madre
el autor de los hechos.

41
Me declaro negligente del cuidado en el empleo y uso
de las palabras leves y sagradas en su desconfianza.

Calas penetran más allá de lo que prevalece. Quizá si cada palabra puede ser
sopesada, cada vez y en su cada vez de su peso total y si ella, la palabra sopesada
en su peso total y en su cada vez, permanece en secreto y no puede por sí sola a
la imagen ni una vez en su cada vez alivianarla.
Ligereza, soplo, peso, alma una noche en que el silencio me da la espalda.

42
Las cosas que se escuchan detrás de la puerta, del ojo de un pez,
me defiendo en el agujero. Estaba oyendo la escucha de un relato.
Una mujer ha muerto de su propia intención.

No había corrido una suerte cualquiera aunque ahora en la adultez comprende que
ciertos relatos son subterfugios o una modalidad familiar para alejar el que una
muerte así es una muerte cualquiera. Un disparo. Ella se había dado una suerte
común. Pensé en esa frase. Día a día oí sus relatos. Dispuse mi habla al silencio,
postergué los juegos infantiles, me aislé de los pasatiempos, alejada de la verdad
fui vehemente en una vida frágil. Tras la puerta del comedor blanco de cal y roído
de años horas tras la puerta, en el lugar reservado para grandes ocasiones [que no
encontré] las mujeres repetían tragedias de sangre, limpiarse la boca y salir de esa
cueva donde se ha pintado tras la puerta un espeso aroma imagina la oscuridad.

[El coro de la cruel certeza puesto allí imaginario y a oscuras]

43
Las palabras cavan ambos lados de mi área,
no escucho la tierra caer.

44
Bajo la transparencia que aprisiona las imágenes contra el cartón engomado
hablamos de un libro que ella sostiene, fue inútil sostener nada aquel día, sé cuál
libro. El gesto en la imagen más enérgico que el mío, mi intensidad aminorada,
recuerdo, pensaba en otra cosa.

Cómo hablarle del odio a las palabras a ella que leía esas letras que relataban
la búsqueda de las palabras precisas que se buscan. Las palabras que pueden
derrumbarte, lo que ellas dicen no se callan cuando deben callar.

En la higuera de la infancia en la que mecíamos los sueños de infancia yacía


ahorcado nuestro héroe de infancia. El con más sueños, los nuestros protegidos
por los suyos. El más vigoroso, el más ostensible, el más crédulo se mecía con los
sueños en la lengua que colgaba [me pareció y sé que solo me pareció] más allá
de la soga.

Aquel día no dije nada del poema leído, miré su boca y su lengua emocionada. El
lenguaje muerto hizo el ruido de su boca un zumbido. Me cubrí los oídos, simulé
poner atención, cerré los ojos. Las manos no sostenían mis mejillas como ella
creía, las manos ayudaban a los oídos a no escuchar muertas las palabras de las
palabras que se buscan para decir.

45
El silencio otra vez nos habita. Nunca mis días han experimentado un sobresalto,
siempre han ido de aquí allá, estar vivo, muerto o apartado de mí, no hay diferencia,
apartado del nido.

El ángel en descomposición ha sucumbido y ve derrumbarse el cuerpo que lo


trajo. Toda perfección se ha ido.

46
Antes. Duermes mientras el cuchillo divaga. Tijeras microdentadas pasean en
ocho por el pelo, de atrás hacia delante cae la seda sobre el sable. Y el niño se hizo
hombre imaginando que la navaja podría vaciar sus vísceras.

Hablas mientras cierras los ojos. Cada vez que ella cortaba sus cabellos para evitar
la preocupación por él, él recordaba la tenaza del fórceps, sus redondeadas puntas.

Escribir es así, mirar al revés y errado, como amor y roma, de punta roma, un lugar
distante ahora o un alma despuntada, la aguja que te perforaba los dedos y perdía
su punta, si la abeja se defiende, ¿conocerá su finitud?

Las manos que ya no cortan y tejen las horas de descanso se ennegrecen de


cuchillos que como barba de Castilla incrustan las manos, el hombre del que me
ocupo [de niño] de cansancio duerme en el sillón giratorio. No sé lo que observa
su mirada ciega.

47
El que sostiene los senderos camina dentro como si caminara fuera. Se ocupan
horas en el atrevimiento. No se puede lograr el deseo en otro lugar al que no llegan
sus ansias. El candente absorberse en el mundo fuera del hogar.

48
Lenguas repujadas asoman en el relieve de las letras y su lento destino. Desde las
palmas el largo porvenir del deseo, la lengua que no se habla hierve hacia los ojos.
El espejo corta el día inexistente, no lava ni calma el canto.

[Bajé a los infiernos y regresé al mundo de los vivos]

Despierto para esquivar la vigilia. El esfuerzo calma y lava. La rabia sacude la boca
llena de espinas, la espuma rebana la sombra.

En este cuarto habita la inmunidad, este cuarto es el barquero que me guía.

Ser un remedo en las páginas de este cuarto oasis donde busco para beber. El
madero rema en dos y reemplaza los huesos a los costados.

Si la ceniza ha venido desde ellos de un sabor el rocío vuelve a las ramas. A penetrar
la carne esta vez hacia dentro esta vez y en el cuarto de grasa se azota el follaje
la saliva riega los huesos esta vez, las raíces batallan contra el viento, el viento
las ramas y los huesos astillan el cuarto y la conversación borrada por las manos
esta vez. El elástico entre el pulgar y el índice las arroja como cáscaras. Ante lo
infinito el límite borda más allá. Un jardín, un remedo de páginas agita el bosque.

49
Vacío el tallo subterráneo
hace fuerza sobre las aguas
la piedad fuera de sí
respira su deforme compasión.

50
Desde los árboles las palabras alejan a los depredadores
arrancan a los ilusos del tiempo
congelan sus ansias a través de la mano.

Todas estas rocas que no saben escriben en la noche como si hablaran y dijeran
al agua. Sobre los pies evadir el oscilante y contradictorio, oscuro soplar agita
estas rocas que no saben.

[¿Por qué juntar la oscuridad con la luz del día?]

51
En el corredor de ungüento la espalda piensa, el yo se guarda. Despierta dormida,
dormida despierta. Los cristales me hacen sonreír ante la desgracia. Expulsada de
la vida y de la muerte el mirar se quema. Quemante el ver, el respirar quemante
hacer quemante, exacta y precisa ante la dificultad despierta dormida sin saber
cuánto tiempo pasa sin ser en la espesa neblina [en los resquicios donde] las cosas
pierden las cosas, alojadas en el fraseo mortuorio que desgasta el avejentado
cuerpo mayor que su edad.
En el consumado desastre los ojos
en la cadencia el negro día
en su finita miseria lo que se quiere
el desenlace es lo que no se ha tenido
el arrecife aloja tantas palabras
y las piedras riñen entre ellas
desviados versos azotan susurrando:

Para atacar… recuerda:


Uno solo,
solo se queda…
En terreno resbaloso, uno solo resbala;
[dos pueden pasarlo].
Dos son
como si fueran tres…
Dos triples [cuerdas
pueden más] que una sola cuerda triple.
Dos cachorros son más fuertes
que un solo león…

Los ojos se linchan y limpian, la furia se apacigua. Los ojos queman el pensar,
aquí en medio de la necesidad de definirse, cuando la cabeza se debate tras de sí
a punto de apagarse el fuego llamas rozan impalpables regiones.

En las tormentas que concurren se extingue lo insurgente entre perlas. Se extingue


entre palabras de agua la lírica universal de la muerte, en su habitáculo las fieras
compaginan atlas con los dientes. Mundos cercenados recogen el nombre.

52
En medio de la bruma pronunciar la fe
no es más que manoteo en el desierto.

En medio de la bruma dirigir las voces


abreviar la razón
en su exhalar la mano abandona la letra
en el calor derrite la mano
en el frío escribe y se escabulle
entre los huesos que han sido arrojados.
La neblina se ha llevado las siluetas
lo único permanece extraído.

53
Ciega la noche en humo de agua golpea la ventana contra sí. El sol inconcluso
de la mañana no alcanza a quemar los párpados de sal. El día abrocha su celda,
los cercos hacen invisible el cansancio que el corazón persigue. Las frases se
componen una a una, la mano articulada vuelve al retraso, a la piel que la ajusta
[es solo un momento del miedo].

En la neblina espesa las cosas pierden las cosas.

54
Hasta apartar la vista de los ojos de la madre no puedo explicar que te quedes.
Piensa la hija. No puedo esperar que te quedes. Piensa el hijo. Prefiero que te
vayas. Quiero que te quedes.

55
A la par hemos escuchado sin hablar de nuevo.

56
En el rupestre aroma del encierro y de las sombras certezas no vistas imaginé.
De niña la escasez de libros juntaba letras, intercambiaba frases impresas en los
comestibles, en la adultez, junté autores. La niñez es más precisa porque solo
sueña. Jugar, juntar, azar: un día hay vida y sí yo dije quiero sí. En el juego extendía
lo poco que tuve. Cuando se acaban libros y letras el azar acude a dejar su aliento.
A veces cuajaba la combinación que me llenaba.

Escaseando las palabras fotografié en mi pared blanca la familia que deseaba. En su


bautizo mi hermana cuenta dos meses sobre sí. Mi madre todavía en la inocencia.
De la parte deseada en la imagen y no deseada en la vida se ve a mi padre de pie
junto a mi madre. Mira al vacío. Mi madre delgada hasta los huesos observa de reojo
mientras sostiene el pie de mi hermana desconfiada de los brazos de mi padre.
La protección y la cacería en los brazos de mi padre que nunca me sostuvieron.
La lámina repercute la necesidad de fijar en la inmediatez su vida antes que se
derrumbe. Me dolió al comienzo solo al comienzo, inventé mi voluntad.

Primer día: una gota de lluvia en la mejilla, no es una lágrima. Segundo día: una
niña con sus hermanas. Otro día: una lágrima en la mejilla, no es la lluvia.

Frases al azar: sí yo dije quiero sí, un día hay vida, cierta vez en la triste medianoche,
mientras yo reflexionaba débil y cansado mientras me hablaba de mi extraña
habilidad para observar sobre varios volúmenes raros y curiosos de una ciencia
olvidada.

[Las frases ya no son escasas].


Solo cuando lo eran jugaba a extender lo leído
cuando se acababan de no leer me sentía solo.

Luces parpadeantes [ataques infantiles] convulsionan esperando que acabe su


faena la mujer que ahora desfiguro en la imagen.
Fraude de hombres, obreros en fila eternizados en el cansancio hacia la Alfa
Romeo de Roco y sus hermanos.

Hombres en las grúas


el Dios crucificado entre la medianía del cielo

57
maniobra siempre a punto de caer
un bloque sobre sus intermitencias.

Mi suerte común
la ajena intención
de no leer me sentía solo
perder la escasez empañó el encierro
en su envoltorio el sonido supo de la soledad
la tierra no habitada iba a dar a los ríos
la ranura del lenguaje va a la lengua que vuelve al agua
la grieta al agua vuelve el sonido desalojado
y éste lleva su encargo
seca retorna la grieta a humedecer
[vuelve a extraer el vacío en la cavidad de mis costillas la llanura].
Mi suerte común
la ajena intención
el hábito por mirar lo que se está apagando
la inclinación por sostenerla
el apetito de escuchar aún
en el silencio vuelve a buscar
enmudecer tras la desaparición.

58
Vacío marca la llanura, un golpe cerró los ojos [no es cierto que habitas
desértica y monstruosa la provincia]. Nada que nos antecede se nos
parece y nada después.

Lápidas enloquecen el encierro del mundo y las cosas, imaginarios candados


estacan los pies y su convencido deseo. El hablar del además humano desiste
en lo alto con el índice trazar. La yema deshace las letras al contrario. Cortados
paisajes, oscuro el día en el cielo escucha su silencio, desde lo alto un brazo
arruga los rostros como si fuesen papeles. En los abismos que se abren las letras
juegan al sol. La bailarina que una niña ha visto girar en la caja de música traída
desde otro mundo por su padre. Las palabras brillan en la oscuridad iluminan los
rostros de papel. Qué señales esas que la mano en busca de cebo puede recoger
y en cambio deja.

[Hay enfermedades extravagantes que consisten en querer lo que no se tiene]

La demasía del propósito nada atesora y a cambio deja su lugar vacío en la mesa.
Entre la taza y mi mano me pregunto ¿dónde fue ese pedazo de tiempo? ¿de dónde
sacaste ese tiempo presente?

59
Se apresta a ser devorada esta palabra
con la que ni siquiera alcanzo a nombrar
cómo llenar los blancos de la palabra que es un cadáver
escucha la algarabía el azar claro y voltea la lengua
hacia dentro un himno repite.

60
Quién se alegra de recibir un despojo,
el que quiere haber vivido mientras vivía.

61
Qué es esto que viene a mí, esta voz que sonido en mano desplaza al silencio y
demora a la otra voz que deambula y merodea.

Qué divide extiende y vibra en estos paisajes que los ojos reposan y enferman.

Faltar en el silencio y la distancia, oír lo que volverá, auscultar y sondear el cuerpo,


aprender a leer sin cubrir la ignorancia, volver y rechazar.

Traer la sepultura para vivir sin ahora, mirar el tiempo, esconderlo en algún tiempo
alguna vez traerlo a la luz.

En este callejón dejar de enloquecer por escuchar al instante.

62
En el umbral la comida, en celdas diurnas criaturas resurgen. Los túneles se
entibian para estirar el tiempo. Al final se recogen los cuerpos. En su desempeño
los dedos guardan el enjambre de letras, desolación en mi espalda. El frío se ha
vuelto cuerpo, alojado al borde y temeroso aminora su agresión, lo que habla es
aleteo alrededor de la comida, el delirio agónico de la oscuridad, la cucaracha que
me atrapa entre sus patas en mi oído esconde las ramas, el llanto expulsado sobre
la arena. Desde el agua el sol traspasa su intimidad. Las cosas en su cripta, el sonido
recibe al agua, el agua recibe al sonido. El predio de la lírica universal en su campo
muerto escucha. El cielo no puede hablar ni las nubes destilar posibilidad alguna.
Las manos son la boca escúchame: no tendrá piedad la falta en el descampado.
Lo causante de tu dolor salva al silencio que abre su boca hacia mí.

63
Lo que veo es invisible
secuencias que viran su verdad
en la disputa enajenante de la naturaleza
a lengüetazos se limpia la vida
en el filo del utensilio brilla el quehacer
una sombra deforma el presente.

[El compás transformado en letra inmóvil]

64
Dedales de oro he mirado desde lejos.

A mi mano vinieron de ti
más allá del territorio al que fui para encontrar
cunas de follajes vuelven a la tumba mi cuerpo.

[En su fin comienza mi hablar]

65
La mano de 1992 apuntó a su amor
la mano de mi padre se posó en mi pelo
un gesto olvidado en su ardua tarea
solo toco el decir.

66
Espero, madre tu compañía [serán sus lágrimas un bosque acuoso con que se
mata el tiempo]. Cuerpos y bultos desconocen sus caminos. Las caras deformes
pasan. Confundí el tiempo. No esperaban pasar, si no hubiesen pasado hubiese
ocurrido ya. Confundí el tiempo. El pasar no hubiera ocurrido si no hubiesen
esperado. Sigo esperando, el tren pasa, ella despierta, me parece, así es la rutina.
Ha despertado o su paso es la llegada esperada del tren. Confundo el tiempo,
tantas detenciones. No se movía, la madre tampoco, mira las cabezas, el compás
de los pacientes agónicos transformado en letra inmóvil. Si he estado aquí desde
antes por qué mi espíritu oscila. En la inestabilidad pienso. Vislumbro el tiempo
en que abría los ojos para cerrarlos como ella, inmóvil, su rutina, su intentar, su
paso débil, mi temor cerrado en su intermitencia.

67
Tras las puertas se adhieren a mí como al espejo. Esa actividad de
mirar el encierro apabulla en su límite a la boca digerida por cada
letra en su cada vez incesante.

La madre sostiene al hijo muerto, el hijo yace sobre la madre y es toda la vida
de la madre enredada en su límite. Partida y unida, el corte que entre ellos se ha
borrado el duelo que los une y separa. Los dedos distanciados de sus palmas son
una serpiente de dos cabezas por la hoja lisa. La cruel tristeza de la madre encalla
en el caucásico desierto.

[Temblando mecen sus hijos las mujeres]

Nadie sabe por qué ella posa tan triste. Su tristeza narra una variación incesante
de causas injustas. Su verdadero dolor mezclado con el presentimiento de la
mirada. No su mirada desencadena, deriva y destila de sus ojos una mortaja que
cubre su corazonado gesto. Ya no acontece sino imaginar, fuera de ella, fuera de
sí, el hijo que quiere fuera de sí. El desierto de papel es el regazo del lamento del
que quiere sostenerse. El destino de sus ojos más allá del laberinto de la lámina. El
espectro del hijo aún busca a la madre, ella busca la palabra del hijo, se buscan las
palabras. ¿Cuál es su nombre? ¿Cuál es su nombre? El regazo me dice el nombre
de la madre, yo preguntaba por el ausente, por él, cuerpo del hijo. La madre olvida
que el hijo está en otro lugar imaginando que ella existe. Los intervalos sacuden
la intención de olvido de uno por el otro, los contornos y sombras en las noches
y días intervienen el olvido. En el punto exacto de la unión y de la perforación.
Nunca hubo cielo entre ambos solo un pliegue, tersura entre amor y odio.
Dos turbulentos deseos derivando en la mezcla. Nada puede desovillarlos.
Consuetudinario [desacostumbrado] quererse. No puedo ver el cielo ni horizonte
seguro.
[Qué concede una contaminación precisa entre el pasado y hoy]
Unidos en la metamorfosis indestructible de la naturaleza. Confundidos en el
consuelo.

68
La palabra introduce en la abertura, la mano abre y cierra.
El silencio permanece. Ante lo previsible del miedo
amagar el ruido sin deseo en sombras sobre la pared.

Qué eternidad ese agujero y qué hospitalidad la nieve de aquel año. La nieve de
aquel año es hermosa, mi madre [su rostro era el desierto blanco donde esparcía el
alfabeto] acercaba la oscuridad de la calle y de la casa, sus labios rotos por el frío,
verticales senderos, cómo no amar sus labios desde entonces. Ese suave tabique
que separa de vivir arraiga la cotidianidad que nos mantiene en la mesura. Hacia
la ruina, hacia la costumbre, el espíritu tiembla ante la ejecución de lo previsto.
Afuera las marionetas parlotean con sus brazos.

69
Un triángulo recojo del piso en ruinas, viajar y esconderse para otra
costumbre. Un involuntario reflejo atrapo en la respiración de ese
hombre distante que andaba en mí en preguntas.

En el sanatorio asfixiados hombres hablan del regreso a la muerte. Estuvo muerto


hombre mi padre hombre. Pregunté a su mujer en qué fecha me llevaba en su
vientre. Ella y yo en relación a ese hombre solo intercambiamos información.
Baldosas, ruinas, ventanas, caballos, tras las ventanas en ruinas corriendo
caballos. Más ventanas en el futuro, la cantidad varía en lo tupido del recuerdo. A
través de ventanas puertas en muros caídos tras los que otras lágrimas hicieron su
imagen un hombre a medio respirar se entierra en muros, con el madero intenta
sostenerse en el agua. Sin piernas este Dios sedentario mira a los que desean
caminar. El deseo es otro lugar al que no llegan. ¿Qué caminos habrá caminado
mi padre tan cojo y escuálido esperando algo que nunca se podría esperar? Madre
¿mi padre hombre me tomó en brazos al nacer? Su pecho apretado por la flema
la flema apretada por su pecho quería respirar el ingenuo. No se puede lograr el
deseo por otro lugar al que no llegan sus ansias. Dicen que algunos seres todavía
sienten dolor en las extremidades amputadas. Es el deseo inservible e imaginario.
Qué caminos camina la derrota cuál meta podría el cuerpo en medio del camino
que quiere caminar el deseo de un cadáver. Tres infiernos tres reinos no han
bastado para juzgar y ser verdugo. Antes de nacer muerto el deseo de un cadáver
respirando su propia flema troquela los órganos de la infecciosa masa que intenta
respirar. Las imágenes ciertas y falsas, en opuestos caminos, cuentan hasta veinte
cuando recién llego a diez.

70
Soy lo siguiente es lo que debo recordar y debo ahora que mi madre y su memoria
se separan se distancian y se estrechan. La descomedida confianza de la letra a
su poca instrucción no obedece.

71
[Se dirige a una oscuridad que cada día la calla a pedazos]

72
Tiempo presente de atrás
no volvería al origen
solo abandono
la tierra natal
la tierra prometida
la provincia impalpable
la sabiduría de lo que conozco
mi espalda se aleja sin saber.

73
Desde hace más de treinta años
del siglo pasado cien años idos
que nunca más pude encontrar.

74
No temo a nada más que a la furia de Dios
aunque una clara pena de mi herencia llama al infierno.

75
La mujer en el silencio años atrás deseando haber recibido al hijo
muerto. Lo carga entre sus piernas. Lo sostiene entre sus brazos.
Para no perderlo las manos se cierran. Él deja caer su mano recién
nacida. La pared blanca sostiene su baldío desierto.

[¿Por qué amortiguar con la memoria los efectos de un sentido, de un concepto o


de un objeto nuevo?]

La cara del hijo hacia lo alto [¿el abismo?]. La cara de la madre caída.
La mano del sin saber escribe y además humana piensa.
En lo grandioso piensa. El sentido de su deseada muerte, te digo amor mío, que
el carácter destructivo no vive del sentimiento de que la vida es valiosa.

Del amor del hijo ella no sabe. Solo Dios. El hijo descubre que ella nunca quiso
tener al hijo que es él. El hijo tras la puerta en silencio de por vida piensa. Tras la
puerta encuentra el hijo su lugar. La vigilia de sus largavistas soviéticos observa
todavía las ventanas a diferencia de las puertas.

No cierran. Las ventanas llenas de implacable vacío.

76
Este lugar ya no existe, temo a la herencia,
al abrazo que me deshace.

Cómo atrapar la respiración de ese hombre distante que andaba en mí en


preguntas. Andaba en mí en preguntas ese cuerpo caído ese ausente que deseaba
mi amor ese ausente que nunca me dio nada deseaba mi amor y a ti que te entregan
orlas y coronas ni una mano te acarició.

[Evadir lo que pertenece y lo que cae]

77
Soy un entre, permanezco, entre lo uno y lo otro seduzco las calles,
comparto mi muerte, desuno el aliento de lo que me expulsa.
Indiferente hacia mí la provincia intercambiable. Rehén de la nostalgia
se arrastra un dedal hasta mi yema. Tantas lluvias han pasado.

Yo no podría dejar esa imagen aunque no puedo verla pero no puedo dejar las
palabras.

Madre,
defiendo en este encierro el que Tú me adores. Eso que soy, volumen, área, este
pedazo de ser. Éste que no puede sostener dignidad alguna ha sido despojado y en
el recinto en que habita la ley de la más predilecta minusvalía una gran farra es la
decisión del hombre. Ese hombre que rondaba en mí en preguntas no ha muerto
en su villanía. Me dijo ese Tú: ¿por qué lloras si no había amor en ti? Y el odio se
volvió amor el amor odio el odio se volvió amor el amor odio el odio amor. Se
volvió la ausencia y dejó la presa que había tomado. Perturba hasta hoy. Expira al
final cuando cree que la ha dejado atrás. En mí, en el circundante trozo que soy,
ronda en mí en preguntas. [Convertida en su fantasma soy perseguida por él, la
imagen que no tuve descansa en cajones, allí mi encierro]. En el cuarto del fondo
su padre muerto mirándome a los ojos hasta hoy. Los años cortos interminables
con sus ojos sobre los míos como tijeras me ciegan, los ojos, su acabar, quedó fijo
en ese infante, en la trampa de ratas, en el cuerpo de otro, sin destino, en la puerta
abierta por donde el oído entró, en la ventana encuadrando los besos de tu madre
con un hombre desconocido, en la trampa de ratas, en el cuerpo de otro. Azules
cataratas en la vida se volvieron muerte. Retiradas cataratas dejan al silencio su
sombra. Ojos abiertos detuvieron las cataratas de espanto. En el ingenuo y en el
furioso dos caras la misma.
Los ojos reposan en las manos y el castigo se deposita lento. En el espejo roto
el vacío se queda frente a la soledad. Entre el ingenuo y el furioso una isla de
indisolubles páramos [el ingenuo y el furioso] en el siniestro acontecimiento de
la sangre llevan otra innecesaria razón.
El silencio de la sombra devora el muro en que vivo.

78
El oído, el papel el oído, la hija, unidos y borrados por la raíz que los enlaza. Y
en el silencio la mano piensa, los ojos piensan, el oído piensa, el olfato piensa,
la boca sin hablar piensa. Los otros quedamos ataviados al destino que señala la
cabeza enferma de Dios, la mujer más joven [la hija] acude al silencio, es lo único
que tiene para sostener la mano de la madre que la suelta al separarse. Fuera del
alcance de los ojos que se van apoya la cabeza en un hombro.

79
El rincón
desierto
del sonido
escribe
la mano
la carne
la lección
de antes.

80
No hagas caso sobre lo que te dije del vuelo de los pájaros,
hoy han pasado volando más bajo.

81
Teme a la herencia que allí hubo, al abrazo que lo vuelve ceniza.
El hombre que merodeaba en preguntas acecha al hijo de la hija
del hombre que merodeaba en preguntas.

Antes que las anteriores se secaran trajo nuevas palabras que preguntan. Observa
con quietud la desesperación. Necesita preguntarse más allá del pensamiento
sobre la quietud. Él, que ha perdido su nombre y su dignidad, decía “solo tengo
que esperar”. La mesa lo devuelve a su sitio, aquí donde estábamos y podíamos
hablar en silencio. Desnudo ante su curso no logra descifrar por qué mientras
estuvo en el encierro ella ponía flores en la mesa. Nada le falta ahora, la falta es
la precariedad de antes, de muchos antes que no se podrían llenar hoy.
Trae flores para traerlo a casa.
Observa con quietud la necesidad de preguntarse más allá del pensamiento sobre
la quietud en el vaivén del horizonte, en la quietud de los ojos que tocan los ojos
con otros ojos la insegura mirada del cielo.

82
Las cosas perdidas regresan sofocadas.

83
Me disculpo por repetir la falta que te faltará hasta tu fin [a ella, la hija]. Me disculpo
de antemano por traicionar con estas palabras el no fiarse de vivir [a él, el hijo].

84
El lugar grita noches enteras, la audición es suya las voces de ellos, las espaldas de
ellos, tras las cortinas de él los ojos en la calle rebotan hacia sí. Suyos los delirios
de otros.
Se admite solo a sí, escapa de la madre que no quiso compañía. La mirada sube
por la hendidura que dejaron las palabras. La historia se pierde cuando ella baja la
cabeza. Su cabeza inclinada guarda al hijo muerto [su deseo anterior]. El dolor se
desplaza hacia afuera. Cuando la impaciencia limita la madre pide. En el devenir
posa los ojos de antes. El hijo muerto no abandonó la mirada materna. Toda su
pena se aloja en el borde del tiempo. En la pared garras y patas se vuelven demonios
que prolongan la desesperación. La imagen es parcial ante el despliegue de la
ausencia. El escaso residuo de sus ojos anegados despliega lo previo, el desafío de
olvidar en su fracaso acude a la falta. El fin en sus ojos abiertos ahora desde ayer se
desvanece. En el retrato un gran sombrero cubre su cabeza, prendida en la solapa
una rosa sin color [nunca]. Un broche en medio del pecho recibe su tierna mirada,
su mirar despojado de ira [está posando de nuevo]. La mirada se suspende en un
tiempo del siglo pasado, un espacio sin sospecha. La imagen despega los labios,
en su voz una nota disonante entre mis dedos produce la crueldad.
Alguien sin lugar agitándose en vilo.

85
Aparto de la memoria lo que ella ha dejado de retener en la suya. El pasado al borde
de la ciudad. Alguien azota su cabeza. El canto estéril de las estrellas comienza
y acaba un día, una noche rebana esta cripta de deseos que mantengo. Desde la
infancia [a veces] por no haber tenido los hechos los repito, memorizo los ángulos
que giran entre la saciedad de la mirada y el anhelo de hablar.
Los ojos revolotean, ¿hojas o mariposas?
Hablar en celo como si fuese la pupila el ahora de esta inquietud, no hay vida
ni deseo que se quiera en mí masificar. Desde la ventana neones penan entre
las ramas. Otro día. Así. Fue. Y hablamos de un libro. Y hablamos de un libro
cualquiera. Y hablamos porque somos sentimentales. He tratado de estar
resucitando mientras palabras que no son mías podrían serlo. El vidrio familiar:
un hombre [el padre], una madre [mujer cualquiera] y varias hijas [reproducciones
de niñas que han sido disociadas], intenté lograr parecido entre ellas. Me divido
entre el lado informe y la perfección del acabado, un poema grita a Dios me has
sacado de la vida me sacarás también de la muerte, entonces, antes de construir
la imagen mi mano habló de la sangre. Mi mano y yo y con ella la historia relato
a los que miran al hombre y a la madre y a las niñas sobre el revelado, la madre
sostiene entre sus brazos los ojos del hijo.
Los ropajes no alcanzan a cubrir la mirada.
Sosteniéndome y dejándome sostener como si fuese real, sin cariño, sin posibilidad
de resistirme ni ella de botarme para que mi cabeza se azote.
Entre sus brazos fabrico el amor para disputar al odio su empuñadura. Oído,
papel, árbol. Unidos los extremos por la raíz que se disuelve antes de tocarlos,
se suspende la caída sobre algo tan frágil como una confianza [como si estuviese
muerta duermo entre sus brazos, qué palabra, qué luz]. Discípula de la manía que
me aborda [recuerdo]. Es ella recibiendo en sus brazos un hijo muerto en los brazos
de su madre. Me mira con amor, he llegado a dibujar mecánicamente el amor en
sus ojos. La verdad carga en sus piernas los pesados brazos de la historia en sus
brazos. Mi madre pide que yo sostenga sus ojos que he retocado [de intimidad o
voluntad sus ojos]. Las manos de mi falsa madre nunca me detendrán. Alguien que
soy, adulterada y alzada, alguien que soy teme de no temer. Obediente me tiene
entre sus brazos, en su reverso [justo en su espalda] agrego una fecha verdadera,
la fecha de la tortuga que murió de vieja el día que nació mi real madre: 5 de mayo,

86
el día que nació el pájaro verde de Diez y, por ello sé, el día que murió Napoleón I.
Ante el azar me inclino atenta y escucho el agujero que nos hizo la vara mágica
de Dios.
Con el extremo del arbusto borro mi nombre del desierto.

87
Ínfimo, grandioso, cotidiano, hostil. Nada reproduce el dolor del que fue
rechazado. Vuelve para sí las mejores infancias y no añora los hechos. Todo vuelve
a ser como se desea lejos de las cabezas. Ilusos sin ilusiones. No hay frontera no
hay confusión solo una larga peste de insensatos tras la verdad que aquí nunca
realizada ordena la imagen.

[Delicado el perfume
de lo que no es
tenue la mirada de una promesa
en la correcta muerte reposo
depositada en la innecesidad]

88
Me levanto y salgo a la calle. Un minuto y no distingo nada de mí. En la deshonra
del llanto juego, como de infante hago letras. Se pueden juntar dos bocas.

89
Para el niño vagabundo hubiese sido menos perturbador haber honrado el
estado de naturaleza y la acostumbrada intemperie que lo persiguió en vida. En
las imágenes que le fueron entregadas después de su muerte, cae en cuenta que
además de vagabundo a ella, mi madre, la necesitaba.
El pintor de muros diría que era eso y nada. Después de su muerte dirá que no tiene
una sola fotografía junto a él. Conservó las que le fueron concedidas, la herencia
que no quiso y que guarda.

[Si para traerlo al mundo hubo amor y deseo, no fue amor y deseo de él, y que, a
fin de cuentas, el sentido de su existencia individual no será otro que el sentido
que él mismo alcance a darse]

El deseo es otro lugar al que no llega. No se puede lograr el deseo en otro lugar
al que no llegan sus ansias. Camina en ascenso aunque antes de subir el cuerpo
rueda. Siempre rueda y sonríe con su imagen en el semblante. Se parecen. La
irresponsabilidad es la forma de autosegregarse. Sobre la tumba el padre le habla
al padre de las flores, del huerto con romero, menta, orégano, tomillo, de la viña
que podaba cada junio y cada primavera [sus dedos eran grandes, lo sabía porque
su pequeña mano podía abrazarse al meñique] por la segunda yema, su abuelo
[tenía manos pequeñas] lo hacía a la tercera o cuarta yema a partir de la base o
pitón. Aprendió esa palabra cuando él la imaginó.

90
Son lavadas las rocas de su ira, en el espacio un manto de ceniza sobre el agua. En
el espanto su padre había sido esa cavidad entre superficie y corteza. Y el barro
surgió de la ira y del barro nació la madre. Mira ahora en la uva de esos cerros.
Ese hombre desconocido tenía una belleza negra, facinerosa, gastada y sucia.
En las imágenes el bigote pequeño se inclina sobre su sonrisa cínica. La primera
reproducción que asoma al abrir la caja es su familia. De pie, al centro, el padre y
el hermano. El abuelo se emborrachaba de felicidad cuando daba nombre a los
hijos varones, así fue como el segundo ya tenía su nombre en otro. Cargar con la
reiteración y la duda. Al centro, sentados, la hermana menor, la madre, su padre y
la hermana mayor. Los del mismo nombre depositan en los que están sentados los
brazos sobre los hombros. Bajo las viñas que su padre cortaba el perro mordió a la
hija pequeña. Hasta hoy es la huella de esa existencia, la cicatriz al lado izquierdo
del labio tantea su sonrisa cínica. Las flores plásticas todavía se conservan.
Cargar con la reiteración y la duda, titubear en la cavidad.

91
El día ha dejado de ser inesperado, ha dejado de ser día.

92
Te veo yacer sin domicilio
la cripta de tus deseos crece y juzga
a la madurez ceñirse
a los objetos
a la memoria sin cerrar los ojos
imploro que no dejes atrás las cosas inútiles
no reenvíes las criaturas incompletas que te rondan.

93
Cunas de follajes vuelven a la tumba.

94
Por qué alguien querría apisonar la tierra,
un origen donde podría sostenerse el curso de las aguas.

95
En el tiempo de tantas aguas, en mi pensamiento:

Soledad Yáñez
Cynthia Rimsky
Lara Hübner González
Chantal de Rementería
Pía Barros
Raquel Olea
Sonia Cienfuegos
Carolina Silva
Javier Norambuena
Rosario Concha
Elvira Hernández
René Baeza
Margarita Pisano
Andrea Franulic
Andi Nachón
Claudia Varas
Marcela Rivera

[Julieta Marchant]
Este libro ha sido posible
por el trabajo de
Comité Editorial Silvia Aguilera, Mauricio Ahumada, Mario Garcés, Luis Alberto Mansilla, Tomás Moulian, Naín
Nómez, Jorge Guzmán, Julio Pinto, Paulo Slachevsky, Hernán Soto, José Leandro Urbina, Verónica Zondek, Ximena
Valdés, Paulina Gutiérrez Secretaria Editorial Sylvia Morales Responsable de Edición Florencia Velasco Prensa Irma
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