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CRIMINOLOGÍA
Filosofía del Derecho
Gpo: 050
Al igual que muchos otros conceptos teorico-juridicos, el de las funciones del derecho
es relevante también para muchas otras disciplinas relacionadas con el derecho. En el
caso que nos ocupa, surgen como preponderantes los aportes de la Sociología Jurídica
para el esclarecimiento de este concepto. No obstante, también es muy relevante el
concepto en estudio para las consideraciones de los abogados, jueces y funcionarios
que se enfrentan a problemas sobre la interpretación y aplicación correcta de normas
jurídicas, para los politólogos que desean explicar la interacción del derecho con otras
instituciones sociales o con el poder político; etc.
Función de organización...........................................................................................................8
El conflicto de intereses..........................................................................................................10
Conlcusión................................................................................................................................20
La necesidad y función del derecho en la sociedad
Para comenzar, explicaremos conceptos base para comprender mejor este tema.
El Derecho es, pues, forma de vida social y ésta, cada vez más compleja, es tan
amplia, mudable y progresiva, de aquí la posibilidad del progreso y desarrollo del
Derecho. A una sociedad cambiante corresponde un Derecho progresivo.
Por ello se deduce que su importancia radica en la necesidad que tienen los hombres
de resolver las situaciones que se le presenten de la forma más equitativa posible.
A través del derecho, se pueden conocer y comprender mejor al pueblo cuyo derecho
se estudia. El derecho en la sociedad analiza los contextos políticos, culturales y
sociales dentro de un determinado territorio y también regula las relaciones
internacionales.
Establece y estructura cuáles son los órganos que pueden hacer cumplir estas normas
y la forma en que deben hacerlas cumplir a través de las decisiones judiciales. Pues no
solo establece la forma de conducta sino además las consecuencias que pudieran
generar esas conductas.
Ya que este tema se trata en una función social, esta se definirá desde la sociología
como la sociedad o el cuerpo social se asimila a un organismo vivo, donde cada
individuo es una pieza que se engrana y se interrelaciona con las demás, y donde cada
cual cumple un papel dentro de la totalidad del sistema, es decir, la sociedad.
Ahora bien, teniendo claros estos conceptos, la función y necesidad del derecho en la
sociedad es de suma importancia para tener un control social. El control social consiste
en la regulación de la conducta de los miembros de un grupo social mediante el
establecimiento de unos valores ideológicos y de unas normas de comportamiento. El
Derecho es básicamente un sistema de control social, lo que quiere decir que,
mediante el Derecho, se dirigen y guían las conductas y se supervisa el funcionamiento
de las instituciones sociales para conseguir la integración, la cohesión y el equilibrio
sociales.
La función del derecho como ordenador o regulador implica defender la vida, la libertad
y la propiedad de las personas.
Otra función principal del derecho es la eliminación de conflictos, esto para facilitar así
la interacción armónica y pacífica de los individuos. En cambio, desde los puntos de
vista del conflicto, el conflicto es permanente en toda estructura social: entre individuos,
clases sociales y comunidades de todo tipo hay intereses diferentes y, con frecuencia,
antagónicos. Así las cosas, lo que puede hacer el Derecho es mantener los conflictos
bajo control, “juridificarlos”, pero no hacerlos desaparecer. La legitimidad de los
actuales sistemas parlamentarios proviene de la conformidad de su origen y su
actuación con el derecho. Esta forma de legitimidad, calificada habitualmente como
formal, se ha realizado históricamente por primera vez en el Estado liberal de Derecho.
La ideología liberal concibe al Estado como mero guardián del orden público: es el
Estado policía que pretende garantizar un marco general y formal de autonomía
individual. Para ello, mantiene coactivamente lo que entiende que son los fundamentos
del orden social; ofrece un marco jurídico para las relaciones económicas y, también,
procedimientos para la solución de los conflictos. El Estado liberal se limita, por tanto, a
tareas de vigilancia y control, sin interferir en la igualdad contractual de los individuos,
forma jurídica que recibe en este sistema la autonomía individual. No se introduce
mediación protectora alguna en la contratación porque se supone que la mecánica de
la sociedad (es decir, el mercado) genera por sí misma la prosperidad de los
ciudadanos y la justicia social.
Organización de la sociedad
Orientación y persuasión,
Estructuración, legitimación y restricción del poder político,
Resolución de conflictos,
Control social,
Seguridad,
Justicia.
Función de organización.
El derecho lleva a cabo esta función organizativa en dos ámbitos, en las relaciones
jurídico públicas y en las relaciones jurídico privadas. En el primero abundan las
normas de organización para establecer las relaciones entre los ciudadanos y los
poderes públicos. El derecho constitucional contiene un apartado, la parte orgánica de
la Constitución, la medida del derecho público constitucional, administrativo, penal,
procesal, financiero es un derecho de organización propiamente dichas. En el ámbito
jurídico privado hay menos normas de organización propiamente dichas, pero el
derecho establece las reglas de las relaciones intersubjetivas, que en su conjunto es un
sistema de organización que evita las situaciones de conflicto y el imperio de la
arbitrariedad.
político.
El derecho cubre la necesidad de organizar el poder político, esto es, el poder del
Estado y de los demás entes públicos que lo integran. El Derecho precisamente
organiza la serie de órganos competentes que hablan y actúan en su nombre. Sucede
que, si bien, por una parte, el Derecho positivo formalmente válido y además vigente es
en realidad tal Derecho positivo de manera efectiva porque y en tanto lo apoya el poder
del Estado; en cambio, por otra parte, acontece también que el poder del Estado está
organizado y ungido por el Derecho, o, dicho con otras palabras, el Derecho es uno de
los ingredientes más importantes del poder del Estado. En efecto, por un lado, el poder
del Estado se apoya sobre una serie de hechos sociales, y es poder estatal
precisamente porque es el resultado de los poderes sociales más fuertes.
Esta idea intuitiva puede recogerse de una manera muy esquemática en una
definición técnica, según la cual se daría seguridad jurídica, siempre que se cumplan
las siguientes condiciones:
El conflicto de intereses
Estos son aquellas situaciones en las que el juicio de un sujeto, en lo relacionado a
un interés primario para él o ella, y la integridad de sus acciones, tienen a estar
indebidamente influenciadas por un interés secundario, el cual frecuentemente es de
tipo económico o personal. Es decir, una persona incurre en un conflicto de intereses
cuando en vez de cumplir con lo debido, podría guiar sus decisiones o actuar en
beneficio propio o de un tercero. Ante tal circunstancia, se tendrán que tomar
decisiones, la ética recomienda es que actuemos con criterio preventivo, y
reconozcamos públicamente que una situación dada puede presentarnos un potencial
conflicto de intereses y lo apropiado es abstenerse de dar un juicio, opinión o
posicionamiento ante tal situación.
Los primeros jusfilósofos en sentido estricto, es decir, los tres grandes del pensamiento
clásico griego, aunque tuvieron conceptos claros sobre la esencia del Derecho positivo,
insistieron de manera muy particular en el carácter del mismo como instrumento
indispensable para la pacífica y fructífera convivencia social. Podemos tomar sus
especulaciones a este respecto como un buen ejemplo de lo que la filosofía jurídica ha
hecho desde sus inicios, por la elaboración de una teoría general o fundamental del
Derecho, empezando por justificar la existencia misma del orden jurídico positivo.
“La ciudad y sus leyes son necesarias y responden a las exigencias de la naturaleza
humana: tal es la convicción que informa las enseñanzas de Sócrates, y sobre todo su
actitud ante la sentencia de muerte de que fuera objeto.”
Platón, por su parte, consideraba que en la sociedad ideal, gobernada por los hombres
más sabios, saldría sobrando por completo el Derecho positivo, sobre todo en su
manifestación de Derecho legislado, pues los jueces estarían perfectamente
capacitados para resolver los casos particulares mediante la adaptación de los
principios generales de la Justicia a las circunstancias concretas, sin verse limitados
por la inevitable rigidez de las leyes escritas de carácter abstracto y general. Sin
embargo, el paso de los años y la amarga experiencia convencieron al ilustre ateniense
de lo irrealizable de su República perfecta, y, en consecuencia, de la necesidad de las
leyes como instrumento de convivencia pacífica entre los imperfectos hombres que
integran la sociedad.
Desde que, en la época contemporánea, surge la filosofía del Derecho como disciplina
de nuevo cuño (pero en sustitución del “Derecho natural”, que ya era naturalmente una
iusfilosofía) esta ha sido cultivada de forma casi exclusiva en las facultades jurídicas y
no en las facultades de filosofía: es decir, por juristas.
Lo cual, unido a la especialización académica, ha incrementado el sesgo endogámico
de la iusfilosofía (así como el aislamiento de la filosofía general respecto del “huerto
cerrado” del Derecho, en palabras del propio Bobbio). Pero lo cierto es que los juristas-
filósofos han seguido echando mano de filosofías generales vigentes o no tan vigentes
(así, no se entendería a Kelsen sin Kant, a Hart sin Wittgenstein, a Finnis sin Tomás de
Aquino, a Alexy sin Habermas, a los hermenéuticos sin Gadamer), filosofías a las
cuales sin embargo dan giros diferentes y novedosos, impulsados por el interés
reflexivo en función del Derecho y los desarrollos de la práctica jurídica (así, Kelsen ha
dicho del deber jurídico muchas más cosas que lo que podría decir los neokantianos, y
lo mismo Hart de las reglas jurídicas o Alexy de la teoría del discurso jurídico respecto
de Wittgenstein y Habermas respectivamente).
La relación entre ambas (filosofía “regional” jurídica y filosofía general) es, pues,
compleja. Si se presenta en términos efectivamente polémicos es sobre todo debido al
hecho siguiente. Que el afianzamiento del positivismo jurídico como corriente central
dominante en el pensamiento jurídico contemporáneo, una vez producido el declive
iusnaturalista, ha ido acompañado de una paralela tendencia a la liquidación de la
sustantividad de la filosofía (rasgo que comparte con el positivismo general, tanto el
decimonónico como el neopositivismo).
Sería un caso más de lo que bueno, se llama “muerte positivista” de la filosofía. Así, la
filosofía del Derecho se reivindica a si misma como un discurso “de y para juristas” y no
“de y para filósofos”: como un discurso técnico-práctico propio de la categoría jurídica.
La preferencia por la filosofía del Derecho de los juristas viene sin duda respaldada por
un argumento sumamente potente: la remisión empírica a la categoría jurídica, a los
conceptos jurídico-positivos, a la práctica real del Derecho. La iusfilosofía ha de ser una
“filosofía del Derecho positivo”, construida sobre los problemas que plantean los
Estados de Derecho contemporáneos y su compleja tecnificación legal-administrativa o
su progresiva constitucionalización, en vez de una reflexión especulativa o improductiva
(metafísica o dogmática).
Pero la cuestión decisiva es si esta proximidad con la experiencia categorial jurídica no
puede constituir también ella misma un obstáculo. Y no necesariamente una ventaja a
la hora de construir un discurso genuinamente filosófico-crítico en torno al Derecho.
Es decir, si la autocomprension de la filosofía del Derecho como “filosofía de juristas”
no puede conducir también a convertirla dogmáticamente en ancilla iurisprudentiae , en
una reflexión indistinguible de la especialización gremial jurídica, una simple
propedéutica profesional, un patchwork o bricolage filosófico adosado a la propia
jurisprudencia , una parte más, en definitiva, de la enciclopedia o la ideología jurídica
entendida en un sentido amplio (y no necesariamente negativo).
La situación podría compararse, mutatis mutandis, con la que supondría conceder sin
más que la filosofía de la religión sólo tiene sentido en cuanto hecha por, y al servicio
de, los cultivadores o teólogos de una confesión particular. Este riesgo de
“dogmatismo” no sólo ha venido propiciado por la ya mencionada especialización y
ubicación institucional de la disciplina, sino también y en buena medida por la
metodología del positivismo jurídico, en la que la priorización del punto de vista
doctrinal (o “interno”) Ha significado la insularización del concepto del Derecho y su
desconexión de otras categorías, tanto científico-sociales como político-morales.
La tesis de la separación entre Derecho y moral, la “pureza” de la teoría del Derecho, el
estudio descriptivo o evaluativamente neutro del “Derecho que es” y no del que “debe
ser”.
No cualquier discurso sobre el Derecho puede llamarse genuinamente filosófico
aunque lleve ese nombre, ni todo discurso filosófico sobre el Derecho puede tildarse,
por serlo, de prescindible o dogmático. La contraposición formulada por Bobbio reposa
en realidad en una falsa disyuntiva.
La desvalorización apriorística de las “filosofías del Derecho de los filósofos” es
gratuita: no va dirigida en realidad contra la “filosofía” sino contra algún afilosofía
particular cuyos supuestos o tesis se estiman dogmáticos, escolásticos o metafísicos
desde alguna otra filosofía particular (en el caso de Bobbio, la iuspositivista).
Del mismo modo, la preferencia por la “filosofía del Derecho de los juristas” puede (y
en mi opinión debe) ser asumida sin que ello signifique, sin embargo, abrazar un
enfoque insular o puramente endojurídico. La iusfilosofía sólo será verdaderamente
filosófica si tiene carácter crítico, y esto exige que sea positiva pero no positivista,
vinculada a los conceptos de la experiencia jurídica pero no dogmática, coextensiva
con el discurso jurídico-práctico pero no meramente “genitiva”: es decir, exige una
perspectiva intercategorial, una “totalización” conducente a poner a la categoría jurídica
en conexión relevante con otras categorías.
Este es el camino que sigue la filosofía del Derecho postpositivista. Pero esa
totalización sólo puede llevarse a cabo en términos de ideas y teorías que
necesariamente han de obtenerse de alguna concepción filosófica general, lo que
significa que toda iusfilosofía (también la positivista) es “aplicación” de filosofemas y en
consecuencia, por parafrasear a Kant, no está claro si la filosofía de los juristas “lleva
por delante la antorcha a su graciosísima dama [la filosofía“ general ”] o le sigue
llevándole la cola”.
La filosofía del Derecho como filosofía práctica
Si la racionalidad jurídica se presenta del modo apuntado a concepciones “filosóficas”
que forman parte interna necesaria del Derecho mismo en cuanto sistema doctrinal,
entonces éste ya cuenta con una filosofía propia o “genitiva” del Derecho. Las
concepciones teóricas que habitualmente se consideran como pertenecientes a la
filosofía académica del Derecho (iuspositivismo, formalismo, iusnaturalismo,
constitucionalismo, realismo, etc.) son también filosofías que la “filosofía profesional” de
los juristas hace suyas, de modo especialmente visible en los estratos de mayor
abstracción doctrinal de la práctica jurídica, que son también los de mayor alcance
(como los tribunales constitucionales). Aquí se halla, entonces, el punto de contacto de
la filosofía jurídica en cuanto disciplina con el Derecho: las concepciones filosóficas del
Derecho son parte de su práctica y las teorías conformadoras de la práctica jurídica
presentan una zona de superposición con la filosofía del Derecho.
Es aquí donde, como hemos dicho, hay que corregir considerablemente la valoración
general que hace Bobbio de la contraposición entre la filosofía del Derecho de juristas y
filósofos. Ella distorsiona el hecho de que toda filosofía del Derecho, sea de filósofos o
de juristas, ha consistido siempre (y no se entiende cómo podría ser de otra forma) en
la aplicación de esquemas filosóficos más o menos sistemáticos al Derecho.
Basta mencionar la idea de “ley” ( lex), cuyo uso práctico es un resultado de la síntesis
de diferentes acepciones categoriales: morales, científicas, jurídicas. Las “cuestiones
persistentes” (Hart 1994: Cap. I) suscitadas por el Derecho plantean problemas
filosóficos generales: como su relación con las ideas de poder, normatividad, sociedad,
justicia, moral o verdad científica. Por otro lado, la preferencia generalpor la filosofía del
Derecho de los juristas resultante injustificada.
Que sean los juristas quienes por razón de su formación se hallan en mejores
condiciones para emprender una reflexión filosófica que parta directamente de las
categorías jurídicas (algo que les viene impuesto por su propia metodología positiva)
explica que la iusfilosofía académica haya sido cultivada fundamentalmente por
“juristas-filósofos”.
Las muestras de filosofía “aplicada” que Bobbio censura son obra tambiénde juristas, y
no sólo de filósofos que descienden “especulativamente” al campo del Derecho. Lo que
demuestra que no es esta “aplicación” de sistemas filosóficos por sí misma la que
merece apriorísticamente el calificativo de metafísica o dogmática, sino las tesis,
conceptos, métodos concretamente aplicados.
Más bien lo que la historia de la iusfilosofía nos muestra es un continuum de ideas que
tienen al Derecho como punto de convergencia y que son moduladas de distinta forma
(pero no de forma mutuamente excluyente) por sistemas filosóficos generales
históricamente dados y por la filosofía académica del Derecho como disciplina
jurídicamente implantada.
Las concepciones filosóficas de los juristas, que son como hemos visto totalizaciones
internas a la propia categoría jurídica, demandadas por el tipo de problemas que
aborda la práctica del Derecho, constituyen la zona de intersección entre ambas.
Dado que el Derecho es una categoría práctica y normativa, los conceptos jurídicos son
conceptos doctrinales. Su función principal como conceptos prácticos es no sólo guiar
la acción (aspecto “técnico”) sino hacerlo justificadamente. Los conceptos jurídicos
están ligados a la práctica de argumentar y razones dar en relación con las decisiones
jurídicas, de justificar la acción (ex post y ex ante). Esto supone que lo que hasta ahora
hemos llamado las ideasque conforman la práctica jurídica son en “ideales” o, en
términos de Kant, “ideas regulativas”.
Todo el complejo técnico-práctico del Derecho formado centralmente por las reglas
como unidades instrumentales básicas del trabajo del jurista es el resultado de
ponderaciones o balances entre valores y por eso la aplicación práctica de los
conceptos en ellas plasmados va inseparablemente unida a los juicios de valor
subyacentes ya la necesidad de fundamentarlos en términos de validez objetiva.
Es necesario entonces “recurrir a una filosofía moral y política que permita articular,
establecer, algún orden entre los diversos tipos de razones justificativas que concurren
en el Derecho”. 24 Esta filosofía comprende combinaciones de ideas acerca del bien
común, del interés general, de los derechos humanos, de fines o metas colectivas, etc.,
y se resuelve en última instancia en algún tipo de fundamentación de los valores éticos-
morales de carácter final (libertad, igualdad, dignidad) y de los valores políticos en cuya
virtud se justifican el poder y la autoridad (una concepción de la democracia, del
Estado, etc.).
Es decir, se resuelve en lo que desde Aristóteles llamamos la justiciacomo esquema
básico articulador de ideas acerca de lo bueno y de lo correcto en la distribución y la
reparación tanto en los asuntos públicos como privados que integran el territorialium de
la praxis humana.
25 De este modo, la dimensión justificativa del Derecho lo conecta internamente ,
desde su propia práctica, con concepciones de calado filosófico-moral y filosófico-
político. Desemboca en sistemas generales u omnicomprensivos de filosofía práctica
(de orientación liberal, utilitarista, comunitarista, deontológica, social, etc.) desde los
cuales, a su vez, tiene lugar la orientación y crítica normativade aquellas concepciones
jurídicas.
Estas funciones normativas corresponden a la filosofía del Derecho académico, punto
natural de intermediación entre el Derecho y la filosofía práctica, que entonces se
revela ella misma igualmente como una empresa práctica. La filosofía del Derecho es
la filosofía práctica que sigue al Derecho como su sombra. Los valores en él presentes
como fundamentos trascendentales y simultáneamente como ideas de la filosofía
práctica forman el puente de ida y vuelta entre ambas.
Cabría incluso sostener que la filosofía jurídica es aquella región (o “parte”) de la
filosofía práctica que goza de un cierto “primado” sobre las demás. Pues el Derecho no
es sólo un lugar de realización y plasmación de los valores político-morales (una
plasmación decisivamente eficaz debido a que la institucionalización jurídica gestióna la
coacción pública) y donde por ello estos valores adquieren una justificación de
carácter definitivo, sino también el lugar en el que por ello vienen a confluir también,
desde su propia perspectiva trascendental, la filosofía moral y la filosofía política en
iguales términos.
En efecto, y de otro modo no se entendería la crítica político-moral del Derecho, las
instituciones jurídicas-prácticas aparecen para aquéllas como un punto de llegada
necesario, como una malla o arquitectónica histórico-cultural que es condición de
posibilidad de la propia moralidad y de la sociedad política, al margen de la cual
simplemente sencillamente no se darían o se desintegrarían.
Conlcusión
El derecho se nos muestra como el conjunto de reglas que dan orden a la sociedad,
regulan la convivencia y resuelven los problemas sociales. Las razones y el sentido del
derecho parecen tener su principal asidero en estas variables. El derecho es, al mismo
tiempo, un factor para lo cohesión social. Posibilitar el orden social es, sin duda, una de
sus principales funciones, pero la medida en que lo haga y la manera en cómo lo
consiga es al final lo verdaderamente digno de analizar. Lo mismo sucede cuando
observamos que el derecho es, y debe ser, factor de cambio social, aun cuando en
realidad el derecho también se ha mostrado como instrumento para la desestabilidad
social y como obstáculo para el cambio.
Para lograr sus fines, el derecho cumple no sólo con la función de resolver los
problemas para la cohesión, el orden y la paz social, sino que además para lograrlo
cumple con la principal función de regular la función pública, cuyo cometido será hacer
posible que el derecho alcance tales expectativas. Sin embargo, si afirmamos que el
derecho resuelve los problemas sociales, podríamos caer en la generalidad y
superficialidad de un argumento que requiere de un análisis más profundo y serio.
Una de las actividades más claras del derecho es la que se observa cuando los jueces
y magistrados deciden, con base en el propio derecho, a quién corresponde el derecho.
Lo que resulta trascendente si reconocemos que la compleja vida social se muestra
cada vez más conflictiva por la contradicción de intereses y la colisión de los derechos;
pero qué tanto el derecho, a través principalmente de los tribunales, resuelve los
problemas sociales y qué tanta certeza podemos tener de ello.