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I. INTRODUCCIÓN
En este artículo se desarrollará una tesis en torno a la construcción del régimen
democrático en Ecuador en un periodo reciente de su historia en el que se confrontaron
dos paradigmas. De un lado, el mantenimiento del estatus quo, esto es, de la forma
tradicional de Estado y su relación con la sociedad, posición mantenida y representada
por algunos partidos políticos y grupos de presión, actores usufructuarios de la
subordinación social. Complejo alimentado por patrones tradicionales de pensamiento
que trasladan al campo de la sociedad, visiones e imaginarios ideológicamente
conservadores. De otro lado, las fuerzas políticas y tendencias que propugnan el cambio
de estructuras económicas y sociales, así como la reforma de la institucionalidad del
Estado. Paradigma expresado mediante programas e idearios políticos, elevados a la
condición de necesidad histórica de la sociedad en general, un todo revestido con la
ideología de la modernización integral que abarca la economía, la política, la cultura,
hasta las prácticas consuetudinarias y rituales de la vida de las personas. Complejo que
comprende el funcionamiento de la economía, el entramado jurídico-político del Estado
y la vinculación del país al sistema mundial del capital, que —desde este enfoque— es la
representación idónea y supina de la modernidad.
Proyectando en el tiempo dicha construcción del régimen democrático en Ecuador —lo
que abarcaría un periodo largo de más de cuarenta años— distinguimos cuatro momentos
que se traslapan sin solución de continuidad. En este artículo hablamos de un tiempo de
despegue de la democracia ubicado entre 1978 y 1984; de un lapso de transición de 1984
a 1997; de un intervalo de gran inestabilidad entre 1998 y 2006; y de un periodo de
reconfiguración del régimen democrático, que va de 2007 a 2017. Nosotros abordaremos
tan sólo el tiempo de transición: 1984 -1997, teniendo presente —eso sí— que se trata de
un gozne entre el despegue de la democracia y la gran inestabilidad del régimen
democrático, dos momentos claves de nuestra historia reciente.
A modo de hipótesis sostenemos que en el proceso de construcción del régimen político
del Ecuador contemporáneo se pusieron en juego tres fenómenos tendenciales y uno
ubicuo. Como tendencias objetivas hablamos del progresismo en lo social, la
modernización de la economía capitalista y la institucionalización jurídico-política del
Estado. Como sombra perenne, le vemos al populismo.
En dicho proceso de construcción, al sucederse un crónico desencaje de las tres tendencias
en juego, el régimen político vive una circunstancia crítica permanente. La inestabilidad
política, económica y social es una constante, en medio de lo cual el populismo sobrevive
y crece como una mancha de aceite sobre las aguas encontradas de una periódica disputa
electoral. Si nuestra hipótesis es real, el populismo haría el rol funcional de salvavidas.
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Para los apologistas del régimen formal de partidos políticos, el populismo es un mal
necesario, una endemia viral que de tiempo en tiempo aviva la calentura de la democracia
representativa, lo que le lleva a vivir al régimen político en permanente impasse, que es
sinónimo de ingobernabilidad.
Peor aún: al alimentar la adhesión del “pueblo” en los momentos electorales, el fenómeno
complejo del populismo gesta un estado emocional de paroxismo, gracias al cual, en el
clímax de los procesos electorales la gente aliena su justa necesidad de buen vivir a
cambio de un ramo de esperanzas. El final del drama es tragicómico: el salvavidas termina
ahogándose agarrado de la mano del salvado. Esa es nuestra metáfora de la democracia
en el Ecuador en el periodo posterior a 1978.
En este artículo asumimos la definición de Flavia Freidenberg (2007) sobre el populismo:
“Es un estilo de liderazgo, caracterizado por la relación directa, carismática, personalista
y paternalista entre líder y seguidor, que no reconoce mediaciones organizativas o
institucionales, que habla en nombre del pueblo y potencia la oposición de este a los
‘otros’, donde los seguidores están convencidos de las cualidades extraordinarias del líder
y creen que gracias a ellas, a los métodos redistributivos y/o al intercambio clientelar que
tienen con el líder (tanto material como simbólico), conseguirán mejorar su situación
personal o la de su entorno.”
En general, la democracia es al régimen político lo que la argamasa de arena, agua y
cemento es a la necesidad de juntar las partes de un edificio en construcción. Con esta
premisa, ¿cómo entenderle al régimen político? Francisco Muñoz (2014) ensaya esta
comprensión:
“… en esta línea se diferencia la forma del estado y el régimen político, entendiéndose por
forma de estado a la articulación de intereses de clases, fracciones, grupos económicos,
poderes de facto, entrelazados y conducidos todos ellos por el grupo o fracción que domina
a las otras y las conduce de modo hegemónico, desde una perspectiva estratégica del
domino político; y por régimen político (entendemos) a las formas y mecanismos jurídicos
o consuetudinarios que expresan y regulan los vínculos entre el estado, la sociedad y la
economía. (…) En este nivel se encontrará el entramado institucional que norma las
relaciones entre las principales funciones del estado y la sociedad, los partidos y
movimientos políticos, los movimientos sociales, las organizaciones de facto, los medios
de comunicación, las formas y mecanismos electorales, etc.”
Objetivo de este análisis será identificar los alcances y limitaciones de la democracia en
Ecuador durante el periodo señalado, en su interrelación con el proceso de construcción
de un régimen político opuesto a los afanes dictatoriales. Por lo tanto, el análisis
reconocerá cuatro visiones sobre la democracia:
• El modelo clásico que sostiene que la democracia se realiza gracias a la separación de
las tres funciones del Estado y el ejercicio de los procesos electorales, de cuyos resultados
emana la autoridad de los mandatarios.
• El modelo que plantea que la democracia —además de lo anterior— se afirma en el
funcionamiento de mecanismos de control entre las funciones del Estado, para evitar los
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abusos del poder mediante el juego normado de “pesos y contrapesos”, más indispensable
aún en un sistema de gobierno presidencialista como el nuestro.
• La visión que enfatiza que la democracia debe sostenerse en la realización de reformas
sociales y económicas que modifiquen las relaciones asimétricas entre las clases y
sectores, gracias a la intervención del Estado garantista de los derechos. Considerando
que al hacer aquello se puede limitar las libertades, en cuyo caso, la paradoja de la
democracia sería que más justicia social conlleva el riesgo de menos libertades.
• La cuarta visión valora todo lo anterior y lo enmarca en el ejercicio real del derecho a
la participación directa de la sociedad. Sostiene que la democracia representativa —aún
con todo lo expuesto— es insuficiente si le cosifica al pueblo. El paradigma de la
democracia participativa y directa sostiene que los mandatarios son delegados del poder
del pueblo, quien, gracias a su organización, movilización y acción directa, puede in
summa causa revocar el poder delegado por el soberano.
Mientras las dos primeras visiones equiparan a la democracia con el funcionamiento de
las formas y los procedimientos racionales del sistema, las visiones tercera y cuarta ponen
sobre la mesa la estabilidad de los andamios de los poderes instituidos, afirmándose en
las necesarias reformas estructurales y la participación real de los actores sociales. Desde
la plataforma de este enfoque tenemos la oportunidad de ver críticamente a los actores
conservadores del estatus quo y a los reformadores, sin descuidar que entre ambas
posiciones se filtra cierto pensamiento paradigmático que cree que la modernización es
el resultado de los cambios institucionales en el Estado, que pueden implementarse al
margen de la disputa por la repartición de las cuotas de poder económico y político, que
es lo que encarnan los conservadores del estatus quo y los reformistas.
Tiempo histórico el de nuestro análisis, en el que se pusieron a prueba de fuego aquellas
cuatro visiones de la democracia, en contextos de intensa lucha social y disputa política.
En efecto, en 1978 se inició un proceso de construcción del régimen democrático que aún
se muestra inacabado y luce como fallido. Empero, proceso positivo, como lo demuestran
los avances en los campos de la consagración de los derechos sociales, políticos,
económicos y culturales (DESC). Marco en el que se obtuvo logros significativos en la
defensa de los derechos humanos. La conformación de la Comisión Ecuménica de
Derechos Humanos (CEDHU) es un buen ejemplo. Igualmente, los avances en el
reconocimiento de los derechos de la Niñez y la igualdad jurídica de la Mujer. El avance
más notable de este tiempo histórico es la aceptación de la plurinacionalidad del Estado,
lo que empezó a florecer en los 80’ y maduró en la Constitución de 2008.
Avances que no fueron otorgados graciosamente, sino ganados mediante la movilización
y lucha de los movimientos sociales y políticos progresistas y reformadores. En el caso
específico de la conquista sobre el Estado plurinacional, ésta fue el resultado de la
movilización legendaria de los pueblos ancestrales que, particularmente durante los 80’
y 90’ lograron algo extraordinario: alinear a la sociedad ecuatoriana con su gran
paradigma.
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Siguiendo el pensamiento de Agustín Cueva, el Ancien Régime en Ecuador corresponde al largo periodo
republicano de hegemonía de los grupos locales y regionales de poder económico, a los que se ha llamado
oligarquías, que han protagonizado una histórica disputa del control del poder político con las burguesías
bancaria y exportadora principalmente. Proceso histórico de lucha y resistencia, con altibajos y casos
notables como fue la reforma institucional modernizadora del Estado ecuatoriano (1925-1931) llamada
revolución Juliana.
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Proceso de construcción del régimen político en el que sobre la mesa se jugaron cuatro
barajas: tres ases de corazón negro y un as de corazón rojo. A modo de tendencias
generales del pensamiento y la acción política, en el periodo largo estuvieron en juego el
progresismo en lo social, la modernización del capitalismo en lo económico y la
institucionalización jurídico-política del Estado. ¿Y la cuarta baraja? El as de corazón
rojo fue el populismo, no como pensamiento en disputa por la hegemonía ideológica, sino
como práctica consuetudinaria en la lucha política, actor constante del drama (¿tragedia
o comedia?) de la democracia puesto en la escena. El populismo como fenómeno, no
como caricatura, ha sido (es) el consorte necesario de la boda en escena, el invitado a la
mesa de juego indispensable a la hora de ganar las elecciones, aunque luego cause
arcadas.
Resumiendo, sostenemos que el desencaje de esas tres tendencias explica a modo de
condición sine qua non el estado inacabado de la democracia ecuatoriana, falencia que
alimenta al populismo como fenómeno político que, siendo permanente, es una constante
que exacerba los momentos electorales, suspensus coitus que enerva y luego lastima el
gollete de un régimen democrático en construcción, que siendo en sí mismo frágil,
deviene un proyecto inconcluso.
Comprensión de conjunto sobre el régimen político que tiene un elemento que adiciona
dificultad. Un algo ecuatoriano que visto desde afuera de la vitrina poco se lo entiende:
la incidencia de lo regional en la contradicción. Años atrás hablábamos del regionalismo
como una exacerbación “natural” de ciertas pasiones, condicionada por el origen
geográfico de las personas y los influjos del paisaje. Mono, serrano, guayaco, quiteño,
costeño, paisano… entre otros, eran vocablos cargados de significado generalmente
peyorativo. Nacer en la Costa o en la Sierra, al filo del mar o en el páramo parecía
determinar el comportamiento y —por ende— el modo personal y gregario de
relacionarnos, variable que incidía —inexorablemente— en la política, poniéndole patas
arriba a la explicación sociológica racional y weberiana del comportamiento societal.
En efecto, en el periodo que enmarca nuestra reflexión vimos como actores en escena, a
los bancos y las financieras, los diarios y las revistas, los movimientos sociales y
movimientos políticos, vimos a intelectuales e influencer, a obispos y militares, amén de
los partidos, cada cual con un ADN grabado en su sangre por su origen regional. Peor aún:
el regionalismo fue (es) una constante jugando a péndulo en la sociedad en su conjunto,
no obstante, concentrando sus energías más que todo en los sucesos políticos que ocurren
en los polos de un país que se parece a un espécimen bicéfalo, con dos “capitales”: Quito
y Guayaquil. Sobre las connotaciones políticas del regionalismo, ahora adelantamos un
criterio: los dos más importantes partidos que han gobernado el Ecuador a su turno,
gozaron de aceptación regional concentrada. El Social Cristiano nunca tuvo gran
aceptación en Quito y la Izquierda Democrática la careció siempre en Guayaquil. Se
puede afirmar algo similar de sus líderes históricos principales: Febres Cordero y Jaime
Nebot, de un lado, y Rodrigo Borja, de otro. Pero esto no es más que la cabeza del iceberg.
El regionalismo en la política ecuatoriana tiene raíces tan entrañadas en nuestra historia,
que al menos nacen con la fundación de la república.
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Régimen dictatorial que en 1972 fue bautizado en la pila del “excremento del diablo”, como le llamó al
petróleo el venezolano Juan Pablo Pérez Alfonso, el “padre de la OPEP”. Originalmente, los indígenas
llaneros llamaban a esa brea que manaba del subsuelo “la mierda del diablo”.
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La comisión que preparó el proyecto de Ley Electoral y de Partidos Políticos fue presidida por Osvaldo
Hurtado, quien imprimió al texto una visión modernizadora del régimen jurídico-político del Estado.
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En el FNC (Frente Nacional Constitucionalista) estuvieron los partidos Social Cristiano, Conservador,
CID, PNR, ARNE y la Federación Nacional Velasquista. En la primera vuelta esta coalición de derecha
obtuvo el 23.9 % contra el 27.7 % de Jaime Roldós. En el ballotage Roldós saltó al 68.5 % y Sixto Durán
se estancó en el 31.5 %.
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Para inscribir su nombre en la papeleta como candidato a la Vicepresidencia, Osvaldo Hurtado (DC) tuvo
que afiliarse a CFP pues su partido no era reconocido por el TSE.
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las bases de las organizaciones sociales del FUT, de la UNE, del estudiantado, de las
organizaciones nacionales y locales campesinas, de los pobladores y empleados públicos,
entre otras. Bases más bien alineadas con la izquierda (FADI) que optaban con sobrado
realismo por una fórmula centrista que se disputaba la primacía del control del Estado en
la arena electoral. Por eso dijimos (Borja N., 2020) que el apoyo a Jaime Roldós era más
que todo una apuesta a favor de la expectativa social mayoritaria:
“La mayoría del pueblo se inclinaba a favor de Jaime Roldós de manera intuitiva, actitud
que acertaba al distinguir entre el joven líder político que hacía renacer ciertas esperanzas
de cambio social largamente aplazadas, y el viejo político, Sixto Durán, que se mostraba
a los electores como la experiencia encarnada en un hombre de franca derecha ideológica,
además de haber sido aliado de los dictadores militares desde 1972.”
A favor del nuevo líder estuvo un gran contingente de profesionales de carreras
universitarias, tecnócratas, juristas, embajadores de carrera y muchas personas de clase
media que apostaban por un cambio ordenado del andamiaje jurídico del Estado. Ancho
cause social que se conformó para ganarle en franca lid democrática al candidato de la
derecha, Sixto Durán. La mayoría del pueblo vivía en los suburbios y arrabales costeños,
entonces, era indispensable que Don Buca —el líder carismático del populismo— ponga
en juego su potencia electoral. Don Buca hizo con éxito el rol de caballo percherón a
favor de la consolidación del régimen jurídico democrático que se asemejaba a un infante
aprendiendo a caminar.
Una breve digresión: al referirse a Luis Bonaparte (quien se hizo coronar emperador de
Francia) Marx sostuvo que “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y
personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se
olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa.” (Marx, K.,1852) Si
aplicamos esa afirmación al Ecuador de 1978 veríamos que se cumplió de modo cabal,
pero al revés. Es que lo que comenzó ese año como un non sancto matrimonio entre CFP
y DC —solemnizado con el acuerdo político entre Asaad Bucaram, Julio César Trujillo
(conservador progresista) y Osvaldo Hurtado para ganarle en las urnas a la derecha y
hacer un gobierno social-populista— terminó en 1981 en un magnicidio, en una tragedia
que trascendió ese momento.
Hecho que gravitó en adelante pues a partir del magnicidio empezó un tiempo durante el
cual se fue cayendo el telón del proyecto de construir un régimen democrático que
ensamble las tres tendencias mencionadas. Empero, el populismo subsistió pues no era
una variable dependiente de aquellos tres fenómenos tendenciales, o precisamente por su
debilidad para constituirse en los andamios que, ensamblados, sostengan un régimen de
tales signos. Como veremos adelante, el populismo de los 80’ retomará el discurso de
pueblo versus oligarquía, en un contexto de convivencia con el estatus quo. Esto es, con
la muerte de Jaime Roldós, el populismo perdió el carácter social-reformista y se tornó
una plataforma exitosa para ganar elecciones, aun tranzando con los gobiernos centristas
posteriores y sus reformas gatoparduzcas. En suma, el fenómeno populista —cuyas raíces
son profundas en el subsuelo de la realidad socio-cultural y política del Ecuador— halló
en dicha carencia de ensamble de las tendencias del progresismo social, la modernización
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inauguraron el uso del kichua al aplicar “la ley de los mestizos”. En otra memorable
medida, Jaime Roldós dispuso la realización de la Campaña Nacional de Alfabetización,
que debía ser en Castellano y la lengua ancestral de la localidad.
Amparado en la Constitución aprobada en referéndum, Jaime Roldós anunció que
convocaría a una consulta popular sobre una reforma constitucional por la cual se
disolvería el Congreso y se convocaría a nuevas elecciones de diputados. Él pretendía así
poder gobernar sin la trampa de la tradicional pugna de poderes, una suerte de oclusión
intestinal crónica del sistema político o —si se quiere— una estratagema de zancadilla
permanente de la oligarquía a la democracia.
El Ancien Régime no podía soportar aquello. Atravesada por el miedo a perder sus viejos
privilegios políticos, el FRN y las cámaras de la producción contraatacaron, torpedeando
el plebiscito anunciado por Jaime Roldós, que no amenazaba las estructuras económicas
del capitalismo premoderno del Ecuador, aunque sí reformaba de la mano del
presidencialismo reforzado y la democracia participativa, las estructuras caducas del viejo
sistema que servían de parapeto para la acción legal o factual de los grupos oligárquicos.
La derechización flagrante de CFP y su entente en el Congreso con “los patriarcas de la
componenda” (palabras de Jaime Roldós), condujo a la formación de un nuevo partido
social-populista: Pueblo - Cambio y Democracia (PCD). Liderado por el mandatario, en
el PCD se cobijaron León Roldós, Aquiles Rigail, Alejandro Román Armendáriz y una
pléyade de políticos progresistas guayaquileños, unos hechos en las aulas universitarias,
otros forjados en los burós de abogados del Puerto. Un partido de buenos pensadores,
algunos diletantes, muchos profesionales, toda una amalgama carente de ligazón cultural
con el pueblo.
Jaime Roldós fue vencido por las presiones de los grupos oligárquicos y las maniobras
congresales de la derecha, que le condujeron a capitular su iniciativa plebiscitaria. De
nada le valió aquello, su suerte estaba echada. Junto a su esposa y compañera, al staff
presidencial y una élite de militares de su confianza, murió en aquel accidente del avión
presidencial recién inaugurado. Sostuvimos que se trató de un magnicidio que
representaba un retroceso al sentido progresivo que se intentó dar al proceso de
construcción del régimen político democrático.
Un golpe regresivo que no debía habernos sorprendido. En octubre de 1977 Osvaldo
Hurtado había advertido en una memorable entrevista a la revista Nueva, que “Ecuador
marcha hacia la derecha…” (Nueva, 40) Sobrada razón tenía el máximo dirigente
democristiano, pues en América Latina el neoliberalismo había comenzado a marchar
primero al paso de las botas y al son de los sables militares que sellaron con sangre los
sangrientos golpes en Chile (1973) y Argentina (1976), escarmentando los proyectos de
la Unidad Popular y del Peronismo progresista. A escala planetaria, los gobiernos de
Margaret Thatcher (1979) y Ronald Reagan (1981) habían inaugurado la regresión
neoliberal en Gran Bretaña y Estados Unidos, a comienzos de los 80’.
Fallecido Jaime Roldós, nació del vientre de CFP (Concentración de Fuerzas Populares)
un Enfant terrible, el PRE (Partido Roldosista Ecuatoriano) liderado por Abdalá
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Bucaram, alineado desde entonces con la fracción guayaquileña del gran capital mercantil
vinculado al contrabando. Más tarde, el PRE iría más lejos: sellaría una alianza con el
poderoso grupo del capital agro-exportador liderado por Álvaro Noboa Pontón. Esto es
algo interesante: Luis Noboa Naranjo fue el padre de la oligarquía de la segunda mitad
del siglo XX y le patrocinó a León Febres Cordero, primero como gerente de la Industrial
Molinera, luego como Senador Funcional por la Industria y finalmente como dirigente
socialcristiano. Más adelante, Álvaro Noboa Pontón, su hijo, se alió con Abdalá Bucaram
cuando éste necesitó acopiar recursos para enfrentar a León Febres Cordero. Argumento
digno para una fábula: el mismo lobo con variadas pieles de cordero.
En periodo 1984–1988 los remanentes del roldosismo sumaron sus fuerzas al bloque
progresista, no sólo en el Congreso, sino en las plazas y calles, las arenas de la disputa
electoral. El PRE era la infantería que enfrentaba a León Febres Cordero y sus huestes,
ahí donde más le ardía: en el suburbio de Guayaquil y en otros lugares populares de la
provincia del Guayas. En esa bataola política fueron asesinados dos dirigentes del PRE:
Merlín Arce y Germán Zambrano, en los que intervino Jaime Toral Zalamea,
lugarteniente de Febres Cordero. (Arboleda, V, et.al, 1985)
Abdalá Bucaram fue elegido alcalde del Puerto en 1984 venciendo a otras dos
candidaturas de carácter populista: Cecilia Calderón (FRA) y a la viuda de Don Buca,
Doña Olfa Záccida. Sin duda, el pueblo guayaquileño era la redoma del populismo, aun
vistiendo el día de ir a las urnas, variopintas camisetas.
obsecuentes) que —salvo alguna excepción— ignoran el ABC de las doctrinas políticas
y carecen de ideologías, de tal modo que para la sociedad “todos son lo mismo...”.
Cambiar tanto como fuese posible dicha situación; cortar de raíz el zarzal jurídico que
velaba esa realidad; eliminar las reformas sobre reformas (parche sobre parche); podar
la maraña de privilegios estamentales y prácticas consuetudinarias de los partidos;
renovarle la fachada a una democracia representativa anclada en el ritual del voto. Tal era
la necesidad histórica puesta sobre la mesa en 1978, al plantearse el retorno a la
constitucionalidad.
Con una mirada de carácter racionalista surgió la idea de cambiar dos leyes: la de Partidos
Políticos y la de Elecciones, con el propósito de que mejore la calidad del régimen
democrático, aprovechando la coyuntura del retorno, formalmente llamado
Restructuración Jurídica del Estado. Sobre la mesa fueron puestas esas leyes promovidas
por Osvaldo Hurtado y el constitucionalista Gil Barragán Romero, los personajes más
notables de la Democracia Cristiana en dicho proceso de retorno. Leyes que formaban
parte de un proyecto aún más estratégico y de mediano plazo: modernizar la forma
jurídico-política del Estado sobre la base de un tinglado de nuevas leyes y decretos. Por
ende, pensándose en crear nuevos organismos del poder público.
Detrás del discurso modernizador sobre “las caducas estructuras institucionales del
Estado” estaba el paradigma de que los cambios políticos son imposibles si no hay
reformas institucionales que “aseguren la legitimidad y eficiencia de las acciones
gubernamentales.” (Vargas H, 2012). Se consideraba que:
“... el Estado —más que una unidad monolítica y homogénea— está formado y
organizado por una compleja red de grupos de interés u organizaciones
diferenciadas con dotaciones asimétricas de poder e influencia. El
institucionalismo histórico analiza las estructuras y procesos políticos de largo
plazo en donde las instituciones y las ideas que las sustentan son arenas de lucha
y materias de disputa entre los diversos actores.”
Así fue como las leyes de Elecciones y Partidos Políticos fueron aprobadas en el
referéndum del 16 de enero de 1978 junto con la Constitución, confiando de buena fe en
un sofisma: la legitimidad de una reforma al régimen democrático está sacralizada por la
ganancia en las urnas. Además, los cambios de reglas de juego garantizan per se los
ámbitos de la democracia. Abstracción sobre abstracción que —empero— no consideraba
que todo tejido democrático tiene una urdimbre: la lucha de intereses concretos de las
clases sociales.
Modernización del andamiaje electoral y de los partidos políticos que se implantó en las
formas jurídicas del Estado, mas no en la mente y las costumbres de la gente. Non civitas,
non polis, sólo razón puramente kantiana, frío institucionalismo aunque asentado en
realidades históricas.
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Las prácticas de los partidos, movimientos y grupos de presión siguieron iguales a pesar
de tan loables reformas. No de todos, en realidad. Nos estamos refiriendo a esos actores
en escena que olían a Old Spice.
Loable forma de renovar un sistema político y partidario anacrónico que hacía parte de
una democracia anémica en su sangre, que, por lo tanto, no soportó el embate del Ancien
Régime, cuyos prohombres (los patriarcas de la componenda, les llamó Jaime Roldós)
tenían escuela y sabían deshuesar los andamios de los sistemas jurídicos que —por ser
renovadores— afectaban su estatus quo.
Sentada en el Congreso de 1983 la crème de la crème de la derecha política: León Febres
Cordero, Carlos Julio Arosemena, Otto Arosemena Gómez, Rafael Armijos Valdivieso,
Raúl Clemente Huerta, Asaad Bucaram... el plato de fondo se sirvió enseguida. Primero
dieron batalla a través de ciertos medios de comunicación masiva, recuperando el espacio
de la hegemonía ideológica perdido en la coyuntura electoral de 1979. Con derroche de
retórica, le pusieron sambenito a la Ley de Partidos: mamotreto, malthusiana,
antidemocrática, ajena a la idiosincrasia ecuatoriana... Finalmente transformaron la
esencia de aquellas dos leyes modernizadoras del sistema político de representación en
los actos congresales de 1983 y 1986.
Mientras los partidos de centro, centro izquierda e izquierda pataleaban en el Congreso,
Vox populi se decía que los partidos jamás se harían el harakiri manteniendo una ley que
sacralice la selección “natural” de esas excrecencias de la democracia. Que a nadie le
interesaba que los partidos sean fuertes como árboles en un bosque de robles, donde los
más altos y frondosos hacen sombra a los pequeños hasta volverlos raquíticos arbustos.
Que el Ecuador necesitaba partidos livianos como hechos de balsa y porosos como un
queso Gruyere. Se dijo —así mismo— que la función clásica de los partidos, de hacer de
arterias de comunicación entre la ciudadanía (la sociedad civil) y el Estado, no era un
asunto de interés general en el Ecuador, el producto de una consulta directa al pueblo
semianalfabeto. Es que dicha función de facilitadores del diálogo cívico y la cohesión
social, de facto la hacen los caudillos y los agentes operadores del clientelismo político.
En suma, la modernización del sistema político agonizó sin que al funeral vengan al
menos las plañideras.
Flavia Freidenberg (2016) sintetiza el camino de la modernización del sistema político y
electoral ecuatoriano en el periodo de nuestro interés:
“En 1978 se preveía un umbral del cinco por ciento de los votos válidos a escala nacional,
con el objeto de restringir las opciones y fortalecer las tres o cuatro tendencias que dieran
estabilidad al sistema de partidos. Esa barrera legal para eliminar a los partidos poco
representativos fue declarada inconstitucional e inaplicable en 1983; restablecida en 1992
al 4 por ciento y derogada una vez más en 1996. En 1997 se volvió a establecer la barrera
del 5 por ciento de los votos válidos a escala nacional, la que fue confirmada por la
Asamblea Constituyente en 1998...”
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Categoría propia del enfoque institucionalista de la sociología política norteamericana, a la que izquierda
no recurría. Nosotros hablábamos de “pugna de poderes” o de “luchas internas de las clases dominantes”.
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El FRN estuvo integrado por los partidos Social Cristiano, Conservador, Liberal Radical, Nacionalista
Revolucionario, Coalición Institucionalista Democrática y Movimiento Nacional Velasquista. Su staff se
conformó con León Febres Cordero, Rafael Armijos Valdivieso, Carlos Julio Arosemena y Otto Arosemena
Gómez, contumaces opositores al presidente Osvaldo Hurtado desde sus curules del Congreso. El FRN fue
una continuación del FNC que en 1978 le apoyó a Sixto Durán. En 1981 había muerto Assad Bucaram y
su hijo Averroes se sumó a dicha oposición en el Congreso.
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base eran los Nueve Puntos del FUT, aunque elevando las primeras voces contra las
medidas neoliberales que empezaban a perfilarse. Por último, el naciente bloque
progresista también “le tiró sal” al presidente Hurtado. La Izquierda Democrática le
declaró la oposición a Hurtado no por dicha política económica, sino por sus errores de
gestión.
Por aquellos días Osvaldo Hurtado se desembarazaba de su ideología bautismal, la
Doctrina Social de la Iglesia. Como tal, en el transcurso de su gestión de gobierno (mayo
1981 - agosto 1984) tomó varias medidas de política económica que abrieron trocha a la
implantación del modelo neoliberal, aunque él decía entonces, no suscribir el
pensamiento de Milton Friedman y George Stigler, los gurús de la Escuela de Chicago.
Durante el gobierno de Hurtado hubo tres “paquetazos económicos”, modo popular de
graficar las medidas de ajuste dispuestas por el FMI. En el tercero (marzo 1983) se
sucretizó la deuda privada, dicho de modo directo, el Estado absorbió una deuda privada
de US $ 1500 millones. Sobre la restructuración de la deuda externa en tal ocasión señala
un analista (Mafla M., 2021):
“... con los resultados de la sucretización, el gobierno de Hurtado terminó beneficiando a
un pequeño grupo de empresarios ecuatorianos, que mal utilizaron la deuda en dólares
para comprarse, incluso, propiedades en Miami, mientras la población veía disminuida su
capacidad de consumo por la presión de tributos, incremento del costo de servicios
básicos, depreciación del sucre, reducción de la obra social y encarecimiento de la vida
en general. Los cálculos señalan que la deuda inicial de US $ 1650 millones se convirtió
en US $ 7500 millones producto de la sucretización de la deuda privada. En este episodio
de contracción económica, el FMI fue el actor principal.”
También se tomaron drásticas medidas cambiarias, fiscales y tributarias. Se liberó los
precios del mercado interno y de los combustibles. Se aprobaron subsidios a favor de los
agro-exportadores y del comercio. Las alzas salariales aprobadas no compensaban la
pérdida crónica del poder adquisitivo, lo que motivó las huelgas nacionales. (Revista
Nueva, 98)
La política de ajustes económicos aplicadas sin excepción por los gobiernos desde 1981
en adelante tuvieron estas pautas: eran dictadas por el FMI en Washington, haciéndose
un sainete previo de discusión con los representantes del gobierno de Ecuador.
Conversaciones que tenían dos marcas de agua: eran de carácter economicista y
tecnocrático, por lo tanto, no consideraban lo social y peor lo político del país. De otro
lado, eran asimétricas, pues los delegados del gobierno hablaban en condiciones de
desigualdad con quienes tenían “el sartén por el mango”. A la postre, los acuerdos
cargaban el peso mayor de los planes económicos sobre la espalda de los sectores y clases
sociales en camino de empobrecimiento, mientras tiraban “boyas de salvación” a los
grupos con poder económico. (Grindle, Merilee, 1992)
Todo era coherente con la premonición de Osvaldo Hurtado sobre el camino del Ecuador
hacia la derecha. Empezando por su gestión: durante su gobierno, la política financiera
14
15
objetivo: ganar en las urnas para copar el gobierno central y los gobiernos seccionales, el
Congreso y la Corte Suprema de Justicia, controlar el Tribunal Supremo Electoral y el
Tribunal de Garantías Constitucionales, así como la Contraloría General, la Procuraduría,
la Fiscalía, las superintendencias de Bancos y Compañías. Y todo eso ¿para qué? La
pregunta cabía pues a pesar del calor que generaba la confrontación parlamentaria entre
el bloque progresista y el FRN, una parte de la sociedad constataba con sorpresa que la
brújula de los cambios estructurales que constaban en los programas políticos del centro
izquierda, se había extraviado en el camino.
Escrito el guión del drama electoral sin incorporar la partitura de las reformas
estructurales, en las elecciones de 1984 el reparto en la escena fue así: el Partido Social
Cristiano con León Febres Cordero como actor estelar ocupando el lado derecho del plató.
Personaje sinigual que vestía como macho y tenía fama de ser buen tirador de armas de
fuego, aunque no podía esconder su mal genio de oligarca y su sonrisa de patriarca. El
personaje impostó en la campaña de 1984 un discurso cuasi populista para ganarse el
favor electoral del pueblo llano. ¡Y bien que lo logró! Farsa burlesca que atrajo la simpatía
de millones de votantes populares gracias al efecto embriagador de la publicidad política
resumida en tres palabras: Pan-Techo-Empleo. ¡Genial! Mas, el populismo no puede ser
impostado. Es “… un estilo de liderazgo caracterizado por la relación directa,
carismática, personalista y paternalista entre líder y seguidor…” Y Febres Cordero era
un oligarca de cepa.
En la otra esquina del plató electoral estaba la Izquierda Democrática con Rodrigo Borja
como actor estelar, opción electoral que legaba a su favor las simpatías de los remanentes
de la tendencia progresista del periodo anterior de lucha contra la dictadura militar.
Alrededor de esa candidatura se aglutinaban movimientos políticos y grupos de personas
de pensamiento democrático y progresista, identificadas y activas dentro de las tendencias
de centroizquierda e izquierda, algunas de ellas forjadas con “espada y adarga” en los días
de la oposición a las dictaduras civiles y militares anteriores, con exilios y carcelazos en
su espalda. 8 Si en esos días se hablaba en la calle de la izquierda, mucha gente pensaba
en la ID, que era un partido donde cohabitaban remanentes del liberalismo y del
socialismo. El debate entre Socialismo Democrático y Socialdemocracia como opciones
doctrinarias se dio en la fase inicial de la ID y se decantó a favor de la definición
socialdemócrata liderada por Rodrigo Borja.9
La derecha, el centro izquierda y la izquierda hicieron del Congreso el escenario de la
oposición a la gestión de Osvaldo Hurtado. Antes se había conformado el bloque
8
El personaje más emblemático era Alfredo “Cachito” Vera Arrata, quien a finales de los 50’ fue fundador
de URJE (Unión Revolucionaria de Juventudes Ecuatorianas). Más tarde integró la elite de la ID. Muy
cercano a Rodrigo Borja, Alfredo Vera hizo de “puente” entre el gobierno y sectores no-ortodoxos del
Partido Comunista y con el movimiento AVC.
9
Históricamente, el Socialismo Democrático era anticapitalista, en cambio la Socialdemocracia promovía
el capitalismo regulado por el Estado, de modo que se aproximaba a las tesis de Keynes y se alejaba de las
de Marx.
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10
Entre 1984 y 1988 el Bloque Progresista en el Congreso tuvo la mayoría de 42 sobre 71 diputados.
Conformado por la ID, DP, PD, PCD, FADI, MPD, PSE y PRE, el objetivo de la coalición era oponerse al
presidente Febres Cordero desde el Congreso, dejando lo programático en la gaveta.
11
El Bloque Progresista comenzó a fraguarse al socaire de la socialdemocracia alemana. El ILDIS (Instituto
Latinoamericano de Investigaciones Sociales) organizó en 1982 el seminario “Política, Democracia y
Desarrollo”, que reunió a decenas de personalidades representativas del centro, centro-izquierda, izquierda,
el sindicalismo, organizaciones campesinas, personalidades latinoamericanas, etc. El propósito era
conjugar voces políticas diversas buscando un consenso ante dos hechos: el eco vacío dejado por la muerte
de Roldós y las elecciones de 1984, coyuntura en la que la derecha iba a correr con Febres Cordero a la
cabeza.
12
La muerte de Don Buca merecía al menos un ensayo biográfico. Editorial El Conejo tomó el reto y le
encargó a Pedro Saad Herrería, quien, en un tiempo récord de diez días entregó su original, que entró de
inmediato a la producción gráfica, y en la tercera semana de noviembre de 1981 ya estaba el libro
17
18
Volvamos la mirada al bloque progresista, que al iniciarse los 80’ vestía aún pantalones
cortos. Por su forma, se parecía más a una redoma que a un filtro de laboratorio. Por su
contenido, anunciaba ser una pócima de efectos revitalizantes.
En agosto de 1984 el Movimiento Mujeres por la Democracia gestionó en el Congreso
Nacional un proyecto de ley sobre los derechos de la mujer en la sociedad. Sus delegadas
juntaron fuerzas con otras mujeres feministas de variada ideología política, verbi gracia,
con la doctora Luzmila Rodríguez de Troya (DP) y un grupo de abogadas independientes
que habían redactado el texto de un anteproyecto sobre el mismo asunto, que a su vez lo
juntaron a otro elaborado por el diputado constitucionalista Gil Barragán Romero (DP).
Hecha la pócima, llevaron sus ideas a los curules de las diputadas Floripa Mejía (DP) y
Elsa Bucaram (PRE). ¡Es que eran tiempos de democracia en movimiento, de unidad de
causas y suma de esfuerzos!
También eran tiempos de prevalencia de la política coyuntural que al tomar cuerpo
evidenció los primeros síntomas de un cambio en retroceso. Es que la estrategia anterior,
de hacer converger en lo programático las tres corrientes ya mencionadas —el
progresismo en lo social, la modernización del capitalismo en lo económico y la
institucionalización jurídico-política del Estado— estaba cediendo paso al quehacer
electoral, táctico y contingente, que privilegiaba en escena al parlamentarismo como eje
de rotación de la disputa política y a la subordinación de los intereses de clase y de sector
social —que tenían visos programáticos— al firme y legítimo propósito de la Izquierda
Democrática, de ganar la Presidencia de la República en las elecciones de 1984.
Figurativamente, diríamos que los platos de la balanza encontraron un centro, un punto
donde la pérdida de los contenidos programáticos se compensaba con la ganancia de la
eficacia electoral.
En 1984 al quererse armar la fuerza electoral de centro-izquierda para afrontar la primera
vuelta prevalecieron los intereses partidarios, grupales y personales. Mientras la derecha
tuvo dos candidatos, la izquierda dos, la centro-izquierda presentó cuatro. (Nueva, 97) El
telón de fondo de aquel escenario de dispersión era color oscuro, pues anunciaba un
entierro: el pensamiento económico ortodoxo de la Escuela de Chicago le había puesto
una “llave mortal” al pensamiento cepalino, que era promotor de reformas económicas y
sociales.
En 1984 la ID diseñó una estrategia en la que ya no se privilegiaba lo programático, como
había sido en 1978 cuando en la arena hubo seis candidatos, cada cual con un perfil
doctrinario y programático definido.13 De su parte, la izquierda se presentó con tres
candidatos: René Maugé por el FADI, Jaime Hurtado por el MPD y Manuel Salgado por
el PSE y una estrategia electoral similar que consistía en hacer abundante propaganda,
“Bucaram. Historia de una lucha” vendiéndose en los kioskos de revistas en todo el país. Por temor a
represalias aparecía como autor Ignacio Romero.
13
En 1978 hubo seis candidatos: por la derecha (FNC) Sixto Durán Ballén, por el liberalismo Raúl
Clemente Huerta (PLR) y Abdón Calderón (FRA), por la centro-izquierda Jaime Roldós (CFP-DC) y
Rodrigo Borja. René Maugé representó a la izquierda (FADI).
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flamear las banderas ideológicas tal cual dictaba la tradición, elevar el tono del discurso
de oposición al gobierno de Hurtado. Juntando todo su respaldo popular las tres opciones
de izquierda sumaron el 12.4 % de los votos.
1984: no todo era apoyo electoral plano, adscripción sin beneficio de inventario al bloque
de oposición a León Febres Cordero. Hubo intentos de poner hitos programáticos e
ideológicos, verbi gracia, el Movimiento Mujeres por la Democracia que en abril de 1984
planteó de modo público su apoyo a Rodrigo Borja (El Comercio, 13.02.84) y propuso
que en su gobierno:
“Se aplique el principio constitucional de igualdad de derechos de la mujer en la familia
y en la sociedad, reformando las leyes que incumplan este principio. Se reforme el sistema
educativo que asigna roles diferenciados al hombre y a la mujer, y se desarrolle programas
de capacitación para promover la integración de la mujer a la sociedad. Se atienda y
proteja a la mujer como madre y trabajadora, con la realización de programas
nutricionales, de salud y saneamiento ambiental… Se cree guarderías a nivel barrial con
participación comunitaria. Se reconozca el trabajo de la mujer en el hogar como una
actividad productiva. Se mejore los sistemas de abastecimiento de artículos de primera
necesidad con participación comunitaria…” 14
El Movimiento Mujeres por la Democracia nació en medio de una coyuntura de disputa
electoral, cual si fuese una crisálida. Al inicio fue un conglomerado de mujeres de
diversas clases sociales y posición política e ideológica, que se unieron de manera
espontánea para responder a una exigencia coyuntural, no como comité de mujeres, sino
como proyecto político programático. Una vez que triunfó en las urnas el candidato de la
derecha, el Movimiento Mujeres por la Democracia se incorporó a la oposición, al inicio,
no tanto por las políticas económicas de Febres Cordero de franco carácter neoliberal,
cuanto por la vocación del presidente al abuso del poder.
El Movimiento Mujeres por la Democracia jamás fue el frente femenino de la tendencia
de centro-izquierda, una suerte de alianza de mujeres para respaldar a los hombres que
lideraban la puesta en escena de la oposición. De cara a la luz pública, en su cuerpo de
crisálida se produjo la eclosión natural por lo que devino mariposa, especie que sólo
puede volar en libertad. Entonces vimos algo insólito: un grupo de mujeres con posiciones
políticas e ideológicas diversas, que se cohesionaban entre sí por la democracia, dándole
un sentido ético, político y estético a la política de la tendencia de centro-izquierda. Todo
esto habría sido por su voluntad acrecentada de mujeres libres, o por su personalidad de
constructoras de puentes y abridoras de picas. ¿O ambas cosas?
Entre ellas había mujeres críticas al sistema capitalista hegemónico; otras, mujeres que
aun estando dentro del entramado de la clase media y alta, no se alineaban con la violencia
instituida ni con las asimetrías sociales. Había mujeres ateas y creyentes. Unas eran
14
El Manifiesto de Mujeres por la Democracia está suscrito por más de 80 mujeres de varias clases y
sectores sociales. La lista encabeza Cecilia Pérez de Falconí, y constan Mónica Bustamante, María
Arboleda, Lola de Espinosa, entre otras mujeres. Lo electoral fue un “disparador” para la organización de
este movimiento.
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En esos días se ensayó sin éxito la conformación de una alianza estratégica entre la izquierda y la
centroizquierda, llamada “el ancho cauce democrático”. Su mentor era Alejandro Román Armendáriz, el
ideólogo socialdemócrata más cercano de Jaime Roldós. Él soñaba en un proceso para “los próximos 20 o
30 años”, sostenido sobre la base de reformas estructurales al capitalismo atrasado del Ecuador, proceso
alimentado con el pan de cada día de la democracia participativa que atienda el hambre de justicia social
de las clases sociales históricamente empobrecidas y marginadas de las decisiones políticas.
20
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También había fisuras entre las fracciones del capital, que se evidenciaban al momento
de gobernar bajo la égida de un personaje de carácter. En campaña, al furibundo candidato
le respaldaron más que todo las cámaras de la producción de la Costa, a quienes él les
había representado antaño con buen performance. De su parte, las cámaras de empresarios
de la Sierra —apostadores por la modernización del capital agrario e industrial—
apoyaron de soslayo a Febres Cordero. Por último, hubo sectores y grupos serranos del
capital, concentrados más que todo en Quito y Cuenca, que tenían su “corazón partido”.
Simpatizaban sea con la Democracia Cristiana, con la ID o con el Partido Demócrata,
pero le temían al enérgico presidente. Mientras tanto, los gremios de pequeños
industriales se alineaban cerca de la centro-izquierda, aunque lejos de la izquierda, pues
nunca aceptaron las demandas del FUT de elevaciones salariales bastante moderadas.
Abanico de posiciones de los sectores del capital que se amalgamaban relativamente al
influjo del modelo de economía social de mercado, la formulación eufemística de los
nuevos paradigmas idealizados por la Escuela de Chicago.
Lo más dinámico del capital era el sector bancario y financiero que también se mostró
fraccionado en la coyuntura de 1984-1988, actuando con cautela a la hora de alinearse
con tal o cual bloque en la disputa por la hegemonía en el poder. Estando sobre la mesa
importantes temas de política monetaria como la devaluación del sucre, la fijación de
tasas de interés, el encaje bancario, el sostenimiento de la sucretización de la deuda
privada, entre otras. Los grupos del capital bancario y financiero repartidos más que todo
en Guayaquil y Quito hicieron gala de su experiencia en activar maniobras difusas. El
sensum communem decía en las calles: los bancos nunca ponen sus huevos en una sola
canasta… y la banca siempre gana….
Opacidad que se aclaró cuando Febres Cordero gobernó con su contumaz estilo
personalista y confirmó su vocación bipolar: acaparar el poder económico y abusar del
poder político. Un par de bancos de Quito y Guayaquil mostraron entonces
¡públicamente! su preocupación, una forma velada de criticarle al presidente. Con cautela
—enfatizamos— pues el mandatario infundía miedo. Jugando a ser grupos de presión, las
apuestas de cada poder fáctico de signo financiero se hacían de modo solapado. Sin querer
queriendo, sus simpatías se filtraban a la luz pública gracias —acaso— a que varios de
esos clanes del capital tenían bancos y financieras, medios de comunicación (canales de
TV, periódicos locales y nacionales, revistas, emisoras de radio) y ¡como yapa! unos
influyentes personajes que en la calle se les llamaba libres opinadores a sueldo. 16
Antes de Febres Cordero, la derecha había gobernado en Ecuador un cuarto de siglo atrás.
El fundador del Partido Social Cristiano, Camilo Ponce Enríquez fue presidente de la
República entre 1956 y 1960. Posteriormente, en el ínterin de esos 25 años, el país cambió
de modo marcado, asunto que no es analizado aquí. Prominentes nombres del
conservadurismo, socialcristianismo y democracia cristiana (ramas del mismo tronco de
16
Cuando se analizaba la publicidad pautada por bancos y financieras en los diarios, revistas, canales de
TV y radio emisoras, se develaban las simpatías de los medios por tal o cual opción política. También se
identificaba aquello viendo quiénes eran sus columnistas y analizando su opinión.
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matriz católica e ideología conservadora) estuvieron siempre adornando los cortinajes del
palacio de Gobierno, durante los años referidos. (Alfredo Pinoargote C., 1982) 17
En aquel cuarto de siglo, el capitalismo dio trancos largos sin implementar cambios que
representen mejoras reales en las condiciones de vida de la mayoría del pueblo. Desarrollo
capitalista socialmente regresivo, diríamos. Tal fue el escenario al instalarse el régimen
democrático en 1978, tal el motivo de fondo del sueño social-populista de Jaime Roldós.
Proceso fallido que empezó a expresarse de modo aún más dramático durante el gobierno
de Osvaldo Hurtado, que metió en tierra los primeros hitos de la política económica
neoliberal. En consecuencia, con una agenda económica delineada en sus objetivos más
generales por el FMI durante el gobierno de Hurtado, llegó al gobierno León Febres
Cordero en 1984.
Gobierno que se caracterizó por el estilo autoritario de su titular, lo que motivó respuestas
en cuatro órdenes. En primer lugar, la ya analizada oposición del bloque progresista desde
el Congreso, marco de referencia de la confrontación coyunturalista que desplazó a
segundo plano las manifestaciones de oposición más bien estructurales y programáticas.
En segundo lugar, las siete huelgas nacionales lideradas por el FUT contra el gobierno de
Febres Cordero, además de los paros y movilizaciones de los empleados públicos y
estudiantes. En tercero, los dos actos de insubordinación de sectores militares (en Manta
y Taura) sucedidos en el transcurso de 1986. Finalmente, la insurgencia del grupo armado
Alfaro Vive Carajo (AVC), lo que será analizado más adelante. Sin duda, ese gobierno
ha sido el más combatido y criticado desde que el Ecuador “se bautizó” en democracia.
La política económica neoliberal en marcha, aunque fue leit motiv de todas las
manifestaciones de oposición del frente social y popular a Febres Cordero, tuvo un peso
relativo menor al lado del reclamo motivado por el carácter autoritario y represivo del
gobierno. En suma, la defensa de los derechos humanos y civiles, incluyendo la libertad
de libre expresión, fue un fenómeno que cobró mayor relevancia que la oposición a las
medidas económicas neoliberales en curso.
En tales condiciones, los hechos mencionados fueron sucesos relevantes que —
ratificando lo afirmado— se presentaron más bien en el marco de la defensa de los
derechos humanos, los derechos políticos y civiles y el respeto al “equilibrio” de las
funciones del Estado. En esto último se incluyeron los dos eventos militares en los que
los insubordinados reclamaron por los espacios instituidos vulnerados de modo repetido
por el primer mandatario, dada su inclinación al abuso del poder político y su pulsión de
carácter que devenía utilización de los bienes públicos por medios corruptos.
Como presidente, León Febres Cordero hizo otros aportes al socavamiento de la
estructura institucional del Estado. A inicios de octubre de 1984 desconoció de facto a los
17
Mariano Suárez Veintimilla, Sixto Durán Ballén, Gonzalo Cordero Crespo, José G. Terán Varea,
Benjamín Terán Varea, Aurelio Dávila Cajas, Paco Salazar Alvarado, Fausto Cordovez Chiriboga, Agustín
Febres Cordero, entre otros, eran las sombras conservadoras y socialcristianas enquistadas en todos los
gobiernos civiles y militares que se sucedieron entre 1960 y 1978. Desde un enfoque de “las familias”,
Alfredo Pinoargote C., demostró la malla de “notables” que siempre han estado detrás del poder político.
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El documento de María Arboleda que hemos citado forma parte de este libro.
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otra reflexión crítica de algún militante de AVC que, habiendo conocido por adentro la
organización, hacen valiosos aportes. (Terán J., 1994. Rodríguez J., 1994)
En este análisis procuraremos no volver a esos tópicos. Más bien relacionaremos al
movimiento con la transición del régimen democrático del Ecuador en los años 80’.
Siguiendo nuestro enfoque de los procesos sociales como sucesos sin solución de
continuidad, analizaremos al movimiento AVC en el marco de una reflexión de la
sociedad ecuatoriana que en 1978 entró al “aula magna” de la democracia representativa
y que a inicios de los 90’ dejó ver jirones en su vestido.
Comprenderle a AVC como otro de los factores catalizadores del proceso de lucha social
y disputa ideológica y política que sucedía en la sociedad ecuatoriana los años 80’, nos
obliga a partir ratificando la tesis expuesta en este documento: la construcción del
andamiaje del régimen político fue un proceso que desde su inicio tuvo un ADN que le
convirtió “sin querer queriendo” en un ritual electoral donde los partidos hacían las veces
de engranajes imperfectos de una máquina trabada por las consabidas pugnas de poderes.
Así fue desde el principio, mejor dicho, desde que Jaime Roldós amagó ejercitar una
forma de democracia consultiva llamada plebiscito y capituló en su intento, cediendo ante
el Ancien Régime. Maquinaria trabada al mismo tiempo por la lucha irresuelta de intereses
económicos entre los sectores del capital, pesada herencia que Ecuador arrastra desde la
temprana república. Todo agravado por la enfermedad endémica del regionalismo, un
parapeto precisamente de aquella disputa irresuelta de los grupos y sectores de poder
económico. Compleja urdimbre haciendo de límite estructural a un régimen democrático
en ciernes, al que lo hemos caricaturizado ya con colores gatoparduzcos, dada su cualidad
genética de hallar solaz haciéndose repetidas reformas constitucionales y jurídicas que
generan cambios para que todo siga igual.
Como sostuvo la crítica expuesta por AVC, el sistema político democrático funcionó
desde el principio morigerando las reformas estructurales pretendidas, aspiración ¿o
sueño? de que se alcance un acuerdo nacional interclasista para poner las bases de una
sociedad con indicios de justicia social. Pretensión que en los días de Jaime Roldós se
llamó “un ancho cauce democrático”. Nosotros le denominaremos aquí un New Deal a la
ecuatoriana, una formulación estratégica soñada a fin de salir de un impasse en proceso,
conforme al cual “lo viejo” (Ancien Régime) no muere y “lo nuevo” (el progresismo) no
termina de nacer. ¡Ese es el asunto!
También es verdad que desde 1978 aquello nunca pasó de ser un propósito loable.
Entonces, la izquierda (sin contar a los movimientos de izquierda radical) y la centro
izquierda ensayaron desde su diversidad, construir un bloque progresista, a lo que se
añadió el coitus interruptus del social-populismo. En ese contexto fue parido AVC con su
apuesta insurgente, un niño terrible que vistiendo pantalones cortos le retó a duelo abierto
a la derecha socialcristiana. Pero no solamente a ellos. También a los dreamers del
reformismo, entre quienes estaba la izquierda que había apostado en 1978 por caminar
con muletas por la “vía democrática”. AVC pateó el tablero de ajedrez, donde la partida
era entre las tendencias mencionadas, incluyéndole al social-populismo que proyectaba
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La frase original es atribuida al emperador romano Julio César: “Mientras me quede algo por hacer, no
habré hecho nada”.
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innata que posee una persona para atraer a otros con sólo su presencia, acciones o
palabras”.
Alrededor de 1982 hubo signos públicos del proceso en gestación. En las paredes de
ciertos edificios de Quito aparecieron de modo repetido grafitis que concitaban la mirada
de los transeúntes, donde se podía leer consignas de carácter épico escritas con pintura
rojo-magenta, junto a un perfil de Eloy Alfaro y un fusil cruzado por un machete
montubio. Los medios de comunicación presentaron éstas como evidencias de “grupos
armados”, “células subversivas” que, supuestamente, actuaban como entes fantasmales,
noctámbulos, en un país solazado en las pugnas de poderes y las disputas electorales
marcadas con crayón en el calendario del TSE. Aportando a la confusión general, el
ministro de Defensa de Osvaldo Hurtado declaró: “No existe brote de guerrilla en el
país… sin embargo, hay un nivel de insurgencia que preocupa a toda la ciudadanía y
naturalmente a las FFAA”. (Villamizar H., 1990) 20
El alumbramiento de la nueva organización insurgente fue un proceso lento, que demoró
más de nueve meses. El parto tardó tanto pues los partners eran diversos. A la fecha se
reconoce a seis o siete agrupaciones “con vocación insurgente”, que venían acopiando
experiencias de acciones militares en los años pasados, en ciertos casos desde finales de
los 60’. Decir que el propósito de impulsar un proceso subversivo les identificaba a todos,
no bastaba para amalgamar agrupaciones con diferencias de origen, experiencia, edad,
lugar de incidencia y más. Así se llegó a la I. Conferencia Nacional, donde alrededor de
veinte personas discutieron asuntos de “estrategia, programa y estatutos” durante dos
días, en Tonsupa, en la costa de Esmeraldas, a unos 200 kilómetros de Quito. Entonces
vio la luz una organización subversiva nueva y diferente de todas las que habíamos
conocido antes, que por cierto eran pocas. Se aprobó los documentos fundacionales del
movimiento: Estrategia, Programa y Estatutos que —por desgracia— se perdieron en
medio de la represión que advino luego. Sobre esas bases, Arturo Jarrín escribió el
documento fundacional de AVC, con el mismo título de la declaración de 1980 de “los
chapulos”, aunque con diferente contenido. El mensaje épico se repitió: “Mientras haya
que hacer no hemos hecho nada...” La organización, que entonces tomó el nombre de
“Fuerzas Revolucionarias del Pueblo — Eloy Alfaro” declaró ser Nacionalista,
Democrática, Antiimperialista, Internacionalista.
El movimiento optó por la insurgencia militar, no por la democracia. Desde esa trinchera
discursiva, AVC cavó una zanja y deslindó campos con todos los partidos y movimientos
de izquierda existentes en el Ecuador. Unos, que habían tomado el sendero democrático
queriendo alcanzar la cima de unas reformas estructurales que cada día se parecían más a
paños tibios, pues, al tenor de lo previsto por Osvaldo Hurtado en 1976, Ecuador
caminaba hacia la derecha. Otros, que aun cuando seguían suscribiendo como propósito
20
Publicamos ese libro cuando el acuerdo entre el gobierno de Rodrigo Borja y AVC estaba en su punto de
caramelo. Entonces la derecha nos señaló como si fuésemos parte de los alfaros.
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La propaganda armada es una categoría estratégica desarrollada por Regis Debray y expuesta en su
ensayo Revolución en la revolución publicado en la revista del MIR chileno Punto final (marzo 1967) para
explicar la implantación de la guerrilla del Che en Bolivia. Desde su enunciado, el resultado sería lo que en
psicología se llama rapport, no un recurso de propaganda.
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por el Movimiento Mujeres por la Democracia, entre otros similares. Es que “la
propaganda armada” usada como palo de ciego es una zoquetada.
Una necesaria digresión: AVC fue una amalgama de tres “generaciones” de personas.
Siguiendo un sentido cronológico, entre 1980 y 1982 se juntaron militantes “viejos” que
traían en su raída mochila una experiencia de acciones militares de finales de los años
60’. También estaban otros, que se iniciaron en los 70’, la mayoría de ellos despechados
de la diletancia de sus movimientos revolucionarios de origen. Arturo Jarrín tenía
entonces 23 años y junto a él había militantes que bordeaban los 40 y piquito. Dos grupos
generacionales que conformaron la matriz fundacional de AVC, una organización con
denominación única y varias visiones tácticas y estratégicas sobre “la guerra
subversiva”. Luego de la I. Conferencia Nacional de 1983, como efecto refractario de las
acciones militares desplegadas a continuación, algunas espectaculares, hubo un “chiflón”
de gente joven que ingresó a AVC casi en tropel, con lo que se conformó un tercer
segmento generacional. Evento contradictorio que coincidió con el momento de apogeo
de la “propaganda armada” y de la apología del “aprender en caliente”. Un bumerang
que marcó el colapso de la organización, no por el fenómeno en sí mismo, sino por efecto
de la guerra de exterminio “a los subversivos” que lideró en persona el mandatario.
Si al inicio de la historia el gobierno socialcristiano de Febres Cordero le asestó golpes
mortales a AVC hasta llevarle casi al exterminio, al final de la misma el gobierno
socialdemócrata de Rodrigo Borja le tiró una boya para que los-alfaro-vive que habían
sobrevivido al naufragio, salvaran sus vidas. Analogía del salvamento de Eloy Alfaro, “El
Viejo Luchador”, que aferrado a un barril (pues no sabía nadar) se salvó de morir ahogado
frente a las costas de Jaramijó, en Manabí.
Corría 1988 y se aproximaba el fin del gobierno de Febres Cordero. Las elecciones
presidenciales a las puertas del calendario volvían a reverdecer las ilusiones de que era
posible combinar los cuatro fenómenos tendenciales que estuvieron en juego desde el
retorno a la democracia diez años atrás: el progresismo en lo social, la modernización de
la economía capitalista, la institucionalización jurídico-política del Estado y el populismo,
ese coro que desde la fosa del escenario dejaba oír una cantata que incomodaba a muchos
y alegraba a muchos más.
En tales circunstancias, AVC —que había perdido fatalmente la mayoría de sus dirigentes
fundadores— incursionó en la coyuntura con definiciones relevantes. Nada fue sencillo.
A su interior había tres posiciones claras. Una, de apoyo a Rodrigo Borja. Otra, de
integración a un espacio electoral de unidad de izquierda y centro izquierda debajo del
paraguas del general Frank Vargas. Y la tercera, una posición de rechazo total a la
democracia electoral y de repliegue estratégico hacia las áreas rurales donde bullía un
campesinado empobrecido que traía a cuestas una demanda de elemental sentido de
justicia social: que el Estado social de derecho resuelva las decenas de reclamos de tierras
represados en el ex IERAC. Dentro de AVC la tercera posición planteó operar un
repliegue estratégico a las áreas donde el movimiento indígena maduraba un
levantamiento nacional, lo que sucedería en 1990.
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Parafraseando a José Ortega y Gasset: “Yo soy yo y las circunstancias. Y si no las salvo, ellas se
convierten en mi destino...” El destino de AVC estuvo marcado por el vértigo de la propaganda armada
sin enmienda como retorno, lo que le condujo a vaciar de sentido histórico concreto a su propuesta política
insurreccional, por lo tanto, a quedarse bajo el aguacero de las balas enemigas sin paraguas.
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El término “narcoguerrilla” se lo atribuye al embajador gringo en Colombia, Lewis Tamb. Él lo utilizó
por primera vez en 1982. Tres años después, el mismo diplomático fue implicado en el narcotráfico
destinado a financiar desde Costa Rica a la guerrilla de los “contra” nicaragüense.
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Históricamente, el Socialismo Democrático es anticapitalista, en cambio, la Socialdemocracia fue
siempre defensora de cierto capitalismo regulado por el Estado. Debate ideológico y programático que tuvo
su epicentro en Europa occidental.
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España, Suecia, entre otros. La ID ingresó a la III. Internacional Socialista, con beneficio
de inventario. Por último, como insinuamos, bautizarse como Izquierda Democrática fue
un acierto, pues deslindaba campos con la derecha, el centro y la izquierda.
Desde 1984 la ID creció en número y presencia en territorio, liderando además la
oposición al presidente León Febres Cordero y al Bloque Progresista en el Congreso. Eran
tiempos de florecimiento de la imagen del “partido naranja” y de esperanzas sembradas
en una parte significativa de la sociedad, que creía que —al llegar la ID a ser gobierno—
se pondría en marcha las reformas aplazadas a consecuencia de la muerte de Jaime
Roldós. Eran también tiempos de confrontación a dos bandas: con la derecha del PSC y
con el populismo del PRE, posiciones antagónicas, atrincheradas en Guayaquil y en la
Costa. Mientras tanto, la ID se expandía en Quito y Cuenca, más que en otras partes del
país.
Nada era en blanco y negro. La crónica de esos días nos demuestra que durante el periodo
de lanzamiento, apogeo y ejercicio de gobierno de León Febres Cordero, Abdalá Bucaram
formó parte del bloque progresista en el Congreso, aún más, se posicionó así en el
imaginario colectivo. Ecuador vivía una polarización que no dejaba margen a las dudas,
incluyendo las dudas existenciales de la izquierda revolucionaria. El enemigo principal
en la arena política era el presidente en funciones. El líder populista —a su vez— peleaba
en la línea de avanzada de algo que se parecía más a un enfrentamiento fiero y hasta
mortal entre los dos líderes que representaban en escena las dos fuerzas del capital en el
puerto, algo que ya aludimos antes. Guayaquil era la arena donde luchaban esos
“gladiadores”, no como héroes bastardos sino como adalides de fracciones rezagadas del
capital, siendo que, el capital financiero había tomado la delantera de la troupe
hegemonizando frente (y sobre) el capital agro-exportador y mercantil. Disputa que se
arropaba con el manto de los liderazgos visibles.
Todo esto era parte de un intríngulis complejo, ante el cual no cabía optar entre las
posiciones maniqueas y estereotipadas, sino discernir cuál era el carácter real de la bronca
por la hegemonía.
Recordemos que en enero de 1984 el Puerto principal decidió otra vez el giro de tuerca
de la política ecuatoriana: la Presidencia de la República la ganó Febres Cordero y Abdalá
Bucaram triunfó para la Alcaldía de Guayaquil. 25 Ganancia “pelo a pelo” la del líder
populista, que elevó a nivel de eslogan político el vocabulario del suburbio: Jama, Caleta
y Camello.
No obstante, en noviembre de 1984 Bucaram fue condenado a cuatro días de prisión como
“infractor a la ley”, pero al no presentarse a las puertas de la Penitenciaría del Litoral por
temor a ser asesinado, se ausentó sesenta días del país, término legal para el caso. ¿Cuál
25
El PRE fundado en 1982 no tuvo candidato propio en 1984 y en Guayaquil Abdalá Bucaram le apoyó
con todo su arsenal a Rodrigo Borja a la Presidencia.
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35
fue la infracción? Bucaram habría declarado al diario La Prensa (NY, EEUU) “una frase
ofensiva a las Fuerzas Armadas...” (Tamayo, G. s/f)
Estando Bucaram fuera del país, el Contralor Marcelo Merlo Jaramillo depuso su
personalidad ante el ímpetu del presidente Febres Cordero y tramitó una orden de
detención provisional contra el susodicho, por supuesto peculado. (Borja N., 1985)
Acosado por la mejor estratagema de Febres Cordero —judicializar la política— Abdalá
Bucaram se exilió en Panamá, país gobernado entonces por el coronel Manuel Antonio
Noriega, agente doble de inteligencia, progresista por un costado izquierdo y agente al
servicio del Departamento de Estado yanqui, por el derecho. Noriega le tramó a Bucaram
un delito grave: poseer un paquete de cocaína. ¿Estuvo detrás del complot León Febres
Cordero?
Era un tiempo de mucha violencia, una con faz política, otra con carácter de ejecuciones
extrajudiciales. Guayaquil y la provincia del Guayas eran el epicentro de estas últimas,
cuando Jaime Nebot S. era su gobernador. En el rango de la violencia política destacaban
los hechos contra AVC, pero también había muertes a dirigentes campesinos que seguían
luchando por la aplicación del artículo 25 de la Ley de Reforma Agraria. Dos dirigentes
del PRE cayeron en esos días. Para enfrentar con desventaja esa turbulencia se puso al
orden del día la denuncia documentada de los graves hechos de violación a los derechos
humanos, campo minado en el que se movían “jugándose el pellejo” al menos el diario
HOY, la revista NUEVA, el boletín de las CEDHU —Derechos del Pueblo— y la Editorial
El Conejo con sus libros de coyuntura política.
1988: en la campaña electoral de ese año la Izquierda Democrática bajó el perfil de lo
programático, pues el mandato era ganar en las urnas, no elevar el nivel de la cultura
política del pueblo. En ese momento la ID contaba con una significativa simpatía entre la
izquierda y los movimientos sociales, v.gr., la dirigencia del Frente Unitario de
Trabajadores. 26 Precisamente aquel cambio de lo programático a lo meramente retórico
fue un tema de debate en los sectores progresistas y de izquierda, que se preguntaban si
aquello se trataba sólo de un estratagema en tiempos electorales o de una declinación
estratégica de la ID que, en honor al pragmatismo político estaba abandonando sus
posturas reformistas fundacionales.
Enfrentar al populismo para ganarle en las urnas era un cantar de gallo jalisco. El PRE
era un “hueso duro de roer” pues se hizo en el suburbio guayaquileño. No obstante, traía
en sí mismo una contradicción: si bien le ponía pecho a Febres Cordero en la plaza
electoral más fuerte y emblemática del Ecuador, Guayaquil; en cambio, apenas
conservaba el legado progresista de Jaime Roldós. El PRE se llamaba Roldosista, un
predicado vacío de contenido.
26
En ese periodo los dirigentes nacionales del FUT eran José Pepe Chávez (CEOSL), Fausto Dután y
Froilán Asanza (CEDOC-CUT), Edgar Ponce (CTE). Sólo Edgar Ponce ocupó más adelante un lugar
relevante en el aparato estatal, siendo nombrado presidente del TGC (Tribunal de Garantías
Constitucionales) por el Congreso de mayoría progresista (1986).
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En la campaña de 1988 Bucaram le tendió una celada a Borja: hacerle partícipe de una
feria de agravios. El líder de la ID se equivocó al pisar la trampa pues siendo buen
luchador político en foros ciudadanos, era pésimo para “pelear en clinch”. ¿Por qué la
ID no forzó un debate sobre lo programático? nos preguntábamos en la izquierda y los
sindicatos. ¿Lo programático? ¿Confrontar las tesis keynesianas de la ID y las social-
populistas del PRE? Ni modo. En ese ámbito, tanto a la ID como al PRE “ya se les había
cortado la leche...”
Rodrigo Borja creía además que en el ballotage se las vería con el candidato
socialcristiano, que suscribía ideas neoliberales sobre el modo de manejar la economía
del país. Sucedió lo no esperado: el candidato socialcristiano no pasó a la segunda vuelta.
Entonces, para el ballotage la disputa electoral tomó el callejón de los agravios.27
Fue una campaña llena de ocurrencias. Se agitó el cotorro y se puso en primer plano el
antagonismo entre Civilización versus Barbarie, reviviéndole a Domingo Faustino
Sarmiento después de cien años de que el pensador argentino hubo elevado a condición
de paradigma esa falsa contradicción (1880). En Quito, la “moral pública” (sensum
communem) resintió sus tímpanos ante la feria de agravios. Pero con el tradicional humor
quiteño, un ocurrido escribió a medianoche este grafiti: “Te odio Bucaram, me obligas a
votar por Borja”. Más allá de lo pintoresco, se estaba fraguando la arcilla del voto
negativo, que generaría más tarde (2005) el emblemático ¡Fuera todos! 28
A pesar de todo Borja ganó la Presidencia (53 % contra 47 % en el ballotage). A la tercera
es la vencida, habría dicho el líder de la ID. Pero ¿a qué precio? Esta vez le ganó el póker
la eficiencia electoralista a la necesidad de elevar la conciencia política de la sociedad. El
triunfo en esta ocasión no fue a pesar del abandono de lo programático, sino precisamente
por aquello.
¿O la mayoría de la sociedad ecuatoriana optó por un líder contra otro líder? Cuestión que
convocó a una reflexión de tipo sociológico. La democracia ecuatoriana nutrida con
periódicas viandas electorales no necesita de debate de ideas o de confrontaciones
programáticas, sino de protagonismos personales, pues “somos una sociedad que sigue a
los líderes”. ¿Una herencia de los tiempos hacendatarios, patriarcalistas y neocoloniales?
¿Un bautizo de la política ecuatoriana en las aguas del postmodernismo? Quizá ambas
cosas. Un tema para la reflexión sobre el barroquismo de la cultura política en la Línea
Equinoccial.
Flavia Freidenberg hace una reflexión al respecto y sostiene con regios argumentos de la
sociología política que, mientras Abdalá Bucaram representaba en escena al “líder
carismático”, Rodrigo Borja retrató al “líder de situación”. (Freidenberg, F., 2003)
Interesante asunto, pues lo que parecía culminar en 1988 continuó en 1998 y luego en
27
En la primera vuelta Borja obtuvo el 24,7 %, Bucaram el 17,7 % y Sixto Durán el 14,7 %.
28
En 2005 se pintó en Quito: “Muchos años de la misma mierda. Fuera todos”.
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El líder de situación (Rodrigo Borja) se caracteriza por no gozar de componentes mesiánicos, encarnando
un liderazgo que se percibe como el recurso de salvación en situaciones de malestar o impasse de ciertas
sociedades. El líder carismático (Abalá Bucaram) tendría una mayor capacidad para imponer a su arbitrio,
sin necesidad de negociar con otros actores, las características de la organización, mientras que ante el líder
de situación la organización partidaria tiene un margen de autonomía.
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como medio para alcanzar la justicia social una economía regulada por el Estado en asocio
con la empresa privada (economía mixta), fue engavetada en 1988 al tenor de la
hegemonía del neoliberalismo en el mundo.
Se ha dicho que todo comenzó en marzo de 1983 y abril de 1984 cuando el reloj de arena
neoliberal comenzó a correr en el Ecuador, mejor dicho, a ejecutarse a modo de programa
macroeconómico. Los planes elaborados por los tecnócratas del FMI en Washington
(funcionarios invisibles del capital financiero mundial) son de una lógica elemental,
aunque implacable, tal si fueran partes de un juego de abscisas y coordenadas de un plano
cartesiano.
De un lado, la política monetaria del Ecuador en el periodo de régimen constitucional
debía consistir en la vigencia sostenible de regulaciones cambiarias (en esos años, la tasa
de cambio del sucre respecto al dólar), para abaratar las ventas del sector exportador
insuflador de divisas y —al mismo tiempo— restringir las importaciones para equilibrar
la balanza comercial. Las políticas se llamaban devaluación del sucre y control de divisas.
De otro lado, la política de ajuste del gasto fiscal para achicar el déficit de la balanza de
pagos en relación con el PIB, mediante el recorte de las inversiones públicas y los gastos
corrientes, que agobiaban al presupuesto del fisco. Se había instalado el demoledor
discurso ideológico del “Estado obeso” y del “exceso de inversiones públicas en campos
que son de la empresa privada”. El llamado “gasto social” (no inversión social) era el
primer sacrificado por la maquinaria podadora del Ministerio de Finanzas.
Ahorro de caja que obviamente no servía para mejorar las condiciones de la producción
nacional, sino para disponer de fondos para el pago de la deuda externa. Alivio de presión
de esa cuenta pasiva en el balance fiscal para cumplir con los pagos a los acreedores
externos: la banca privada y las entidades multilaterales.
Para mejorar el escenario de esas negociaciones, el FMI y el Banco Mundial accedían a
darle al Ecuador unos créditos llamados de “estabilización económica” o “stand by”, que
mejoraban en libros la contabilidad del fisco, firmados bajo condición, pues en las cartas
de compromiso se determinaba que servían para cubrir tramos del pago la deuda externa.
Simple: más deuda para pagar la deuda. Papeles que se quedaban en las oficinas del FMI
en Washington, como garantías reales, giros financieros que podían inhabilitarse si el
Ecuador incumplía los compromisos asumidos. ¿Dogal en nuestro gollete? ¿Chantaje a
los mandatarios? ¿Espada de Damocles? Simplemente agiotismo postmoderno.
Flavia Freidenberg (2003) al analizar la gestión de la economía durante el mandato de
Rodrigo Borja sostiene que:
“... pretendió implantar un modelo de desarrollo basado en el incremento del consumo
interno, a partir de una sostenida política de caracter social que presionara sobre el
aparato productivo, mediante políticas monetaristas. Se pretendía generar un círculo
virtuoso de reactivación económica consistente en fortalecer desde abajo la demanda,
aumentando el poder adquisitivo de la población, a consecuencia de lo cual el aparato
productivo tendría que ampliarse, invertir, crear empleos, pagar salarios.”
38
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Como dijimos, la ruta de los gobiernos estaba señalada en Washington. Rodrigo Borja
firmó tres acuerdos con el FMI a lo largo de su mandato: en agosto de 1989, febrero de
1990 y diciembre de 1991. (Oleas M., 2017). Su gobierno:
“... tardó un año en preparar su primera carta de intención, buscando un crédito stand-
by... En ella evidenció los profundos desequilibrios fiscal y externo, así como la grave
situación inflacionaria heredados del gobierno socialcristiano... En general, la línea del
ajuste ofrecía los mismos hitos de las cinco cartas anteriores, pero en esta ocasión se
propuso reducir el capital de la deuda, para lo cual se ofreció destinar una cuarta parte
del convenio stand by y, mientras tanto, pagar un tercio de los vencimientos de 1989...
Entre 1989 y 1991 Ecuador recibió desembolsos por US $ 3.301 millones y contabilizó
amortizaciones por US $ 3.304 millones. En realidad, sólo se pagaron US $ 2.239 millones,
lo que provocó una acumulación de atrasos por intereses de US $ 5.815 millones. El
gobierno de Borja nunca pudo renegociar la deuda externa y para diciembre de 1991 esta
alcanzó un saldo de US $ 12.802 millones, equivalente a 111 % del PIB. A pesar de las dos
negociaciones concretadas durante la década (de los 80’), mientras en 1981 el saldo inicial
de la deuda fue de US $ 4.651.7 millones, 1990 terminó con un saldo de US $ 12.222
millones, es decir, casi tres veces más alto.
Mientras el gobierno aplicaba una política económica acorde con el Consenso de
Washington, 30 ¿qué pasaba con la conflictividad social? Si en los 80’ fueron represados
un poco más de setenta conflictos de tierras en los meandros del INDA (ex IERAC), ¿cuál
fue la respuesta de los movimientos sociales?
La lucha sindical liderada por el FUT durante el periodo de Borja fue en extremo
defensista. Hubo cuatro y media huelgas nacionales, todas débiles, al margen de los
motivos justos que las motivaban: los impactos de las medidas económicas del gobierno
y la inflación que deterioraban los ingresos de la población pobre en general. Además, las
reformas al Código de Trabajo para flexibilizar la contratación de obreros en ciertos
sectores de la producción, para mejorar el estado de las cuentas de los exportadores de
flores y verduras. Súmese el ajuste del gasto fiscal, que les puso a los empleados de la
burocracia pública a caminar en la cuerda floja. Cuatro y media huelgas nacionales que
apenas le hicieron cosquillas al gobierno de Borja, que además sabía lisonjear a ciertos
dirigentes sindicales.
Por el contrario, o haciendo la diferencia, en las áreas periféricas de Quito se
multiplicaban las tomas de terrenos extensos de haciendas abandonadas por sus
propietarios rentistas (y ausentistas), con el sueño de construir planes de vivienda popular.
Los pobladores pobres eran por lo general familias indígenas y campesinas emigradas a
la capital desde las provincias de la Sierra central. Todo habría comenzado en 1983
cuando se operó la primera invasión en el sur-este de Quito y se constituyó la organización
“Lucha de los Pobres”. Durante toda la década de los 80’ el Partido Socialista Popular y
30
Se le denomina así al esquema diseñado por el FMI y el BM (1980) sobre las políticas macro económicas
que debían ejecutarse sine quanon en países de la órbita de influencia de Estados Unidos. Tenía cuatro ejes:
estabilización macroeconómica, liberalización del comercio externo, reducción del tamaño del Estado y del
gasto fiscal, por último, primacía de las fuerzas del mercado en toda la economía interna.
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la CEDOC lideraron esos movimientos, una vez que el Comité del Pueblo había caído
con soponcio y su dirigente legendario se convertía en un concejal más del Municipio de
Quito. En 1990 el alcalde capitalino Rodrigo Paz entró en apuros. Él era de la Democracia
Popular por una ocurrencia, era más que todo aliado y amigo del presidente Borja. Más
que todo, “el negro Paz” mantenía viva su vocación clientelar y arrimado a ese bastón
soñaba con ser presidente de la República. Para eso alagaba al pueblo quiteño mientras
mantenía estrechos vínculos con el capital financiero y con los grandes empresarios del
acaparamiento del suelo urbano.
En tales condiciones, Rodrigo Borja dispuso tres ámbitos para la negociación: el
Ministerio de Gobierno para convenir con los AVC su dejación de armas; el de Trabajo
para tratar con los dirigentes del FUT las demandas defensivas expuestas en las huelgas
nacionales; y el Ministerio de Bienestar Social, donde Raúl Baca negociaba con los
pobladores y algunas ONG, poniendo sobre la mesa “paños tibios”.
Mientras tanto, la conflictividad en el área rural había quedado represada en las
polvorientas oficinas del INDA, desde 1979 cuando se aprobó la Ley de Desarrollo y
Fomento Agropecuario. No obstante, un remanente del maltrecho programa DRI
(Desarrollo Rural Integral) fue puesto por Rodrigo Borja en manos de Diego Bonifaz
Andrade, un “culto aristócrata capitalista de izquierda” para que ayude a bajar la
temperatura. ¡Ni modo!
Desde el ascenso de Rodrigo Borja en agosto de 1988, la CONAIE preparaba
movilizaciones hacia la capital, coyuntura en la que se combinaban varios factores. Sin
duda, el clima no-represivo posterior al gobierno de Febres Cordero y el carácter
democrático de Borja incidieron positivamente en el proceso de movilizaciones indígenas
en ciernes. Toda la década de los 80’ fue de maduración de las tesis y propuestas
programáticas de la CONAIE y sus organizaciones regionales. Por lo demás, diferentes
estructuras de izquierda estaban permeando el movimiento indígena, en buena medida a
consecuencia de la constatación de que el movimiento sindical y sus huelgas nacionales
no daban para más. Así fue como se preparó el levantamiento nacional para junio de 1990,
un torbellino que desde el campo sople las calles y plazas de algunas ciudades: Quito,
Latacunga, Otavalo, Riobamba... El preámbulo fue la toma de la Iglesia de Santo
Domingo, en la capital, por activistas de organizaciones campesinas y populares,
militantes de CEB y el naciente movimiento ecologista.
El 31 de agosto de 1988 falleció Leonidas Proaño. La provincia de Chimborazo y su
capital Riobamba se convirtieron en un espacio geográfico y social de intensa reflexión
política sobre el legado del Obispo de los Indios y los derechos que motivaban el
levantamiento proyectado para junio de 1990. La dirigente popular riobambeña Mariana
Guambo reseñó este acontecimiento así (Borja N., 2014):
“… el trabajo de Monseñor Proaño empezó a dar sus frutos, se hablaba de los 500 años
de Descubrimiento de América, como una alabanza, cuando ese hecho histórico fue algo
terrible, cómo los pueblos indígenas de América sufrieron la imposición española y
criolla… Entonces el MICH (Movimiento Indígena de Chimborazo) y la CONAIE nos
40
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convocaron a los dirigentes sociales de Chimborazo a una reunión para rechazar esa
celebración y ahí surgió el consenso de que debíamos reanimar la lucha por la tierra.
Entonces se dijo que se está preparando un gran levantamiento indígena y empezaron a
llegar los compañeros de toda la provincia, de todas las comunidades indígenas, en
Riobamba nos movilizamos las organizaciones sindicales y la UNE, para dar recibimiento
a los indígenas, las compañeras de la economía informal dieron alimentos, las tiendas nos
daban azúcar, arroz, avena, para que puedan abastecerse los marchantes, porque era un
número indeterminado, venían con sus familias, con sus niños, era para nosotros algo
maravilloso, era un despertar de nuestros compañeros y compañeras indígenas… Ahí
vimos la gran obra de Monseñor Leonidas Proaño, que iba dando resultado, junto con el
trabajo de Pedro Morales, del Padre Bravo, de los sacerdotes Arrieta, Estuardo Gallegos,
Pedro Torres, Hernández, y de las monjitas Lauritas también, de Escuelas Radiofónicas,
de los seglares, que era un grupo maravilloso, todos ellos prepararon el recibimiento a los
indígenas, todo aquello fue un ejemplo, una luz que se abrió no solo para nuestros
compañeros del campo, sino también para los mestizos y los pobres de Riobamba, porque
empezaron a tomar mayor conciencia, de que todos tenemos un derecho a una vida digna.
¡Fue algo maravilloso todo aquello!”
Recordemos algunos hitos de este proceso: el 3 de mayo de 1989 se efectuó en Sarayacu
(Pastaza) una importante reunión entre representantes del gobierno de Rodrigo Borja y
de la OPIP, para hallar soluciones a los conflictos de territorios y tierras que se venían
acumulando en esa región del centro Oriente. (Juncosa, J., 1991) Por desgracia, las
respuestas del gobierno a los acuerdos de Sarayacu no fluyeron como correspondía a la
gravedad de la situación, acicateada por la penetración aún más impetuosa de las
empresas petroleras en los territorios de los pueblos kichua y waorani. Por eso, en junio
de 1990, las organizaciones indígenas elevaron al gobierno un documento programático
que sintetiza sus objetivos generales y concretos. El documento “Propuesta para poner
en marcha el acuerdo de Sarayacu – Ecuador 1990” fue suscrito por los dirigentes
Cristóbal Tapuy, Manuel Imbaquingo, Luis Vargas y Adolfo Chapiro, en representación
de la CONAIE, ECUARUNARI, CONFENIAE y de la Coordinadora de la Costa,
respectivamente. Extraemos un párrafo tan sólo como muestra del alcance de las
expectativas del movimiento:
“Nuestra aspiración central es que seamos reconocidos constitucionalmente como lo que
somos: Nacionalidades Indígenas al interior de un Estado plurinacional. Esto implica un
reordenamiento jurídico constitucional que propicie la creación de leyes y procedimientos
jurídicos que aseguren nuestros derechos como pueblos y como seres humanos con
legítima aspiración de trato igualitario y justo.”
El levantamiento de junio de 1990 sucedió a pocas semanas de que haya elecciones de
gobiernos locales, un buen motivo para que se agite el cotorro partidario. Levantamiento
que juntó en una misma plataforma tres causas: la demanda de resolución de los setenta
y dos conflictos campesinos, la exigencia del reconocimiento del derecho de los pueblos
indígenas a sus territorios ancestrales. Y el cambio de significado de la “Celebración de
los 500 Años de Descubrimiento de América”, por el de “Celebración de 500 Años de
Resistencia India”. Entonces la CONAIE aprobó su Programa Nacional, una propuesta
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En Ecuador no aplica de modo cabal la Ley del Péndulo. La pesa oscila desde la derecha
hasta el centro, pero no avanza hacia la izquierda. ¿Será a consecuencia de que somos un
país atravesado por la línea imaginaria en el Paralelo Cero? Sin duda, aquel raro fenómeno
nada tiene que ver con alguna causa telúrica o magnética.
El asunto que nos trae a buena cuenta esta lucubración es consecuencia de lo que
experimentamos en la disputa política desde 1978 en adelante. Comenzamos con un
gobierno social-populista que por eso mismo tendía a la centroizquierda. Del magnicidio
a Jaime Roldós pasamos a un gobierno centrista que se inclinó a la derecha. A declaración
de parte relevo de prueba, podría decir Osvaldo Hurtado. De allí nos encaminamos hacia
una derecha autoritaria desembozada, gobierno al que la izquierda le hizo la oposición
con siete huelgas nacionales y un amague de guerrilla. En la siguiente elección ganó la
ID, cuyo gobierno liderado por Rodrigo Borja, siendo de origen socialdemócrata, escindió
su gestión, pues fue democrático en lo político, pero en lo social —cuya base es lo
económico— fue de centro, aplicando con disciplina el guión diseñado por el FMI en
Washington, algo que nada tiene que ver con el programa progresista de origen
keynesiano de los fundadores del partido, ni con la ideología de sus cuadros más
relevantes, algunos de ellos, de formación académica en economía clásica y marxista.
1992: cerca de culminar el periodo de Rodrigo Borja, la calentura electoral subió a 38.5°
Celsius. Las fuerzas del estatus quo —cámaras de la producción, partidos de la derecha,
fuerzas armadas, mass media y la institución eclesial católica— se confrontaron alrededor
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de dos motivos relevantes. De una parte, las personas que integrarían la papeleta
presidencial; y de otra, los alcances del programa económico a ejecutar desde el gobierno.
Bajo el manto de tan buenas razones estaba la disputa de dos (o más) fracciones del
capital.
León Febres Cordero dio por sentado que si él corría para la Alcaldía de Guayaquil
arrasaría con la votación, que la endosaría a su “delfín” —Jaime Nebot— compitiendo
éste para la Presidencia. Otras fracciones socialcristianas y el Partido Conservador
(desempolvado para el caso) pusieron a Sixto Durán como precandidato a la Presidencia,
valorando su posicionamiento político larvado durante tres décadas de desempeño
público, además de su ascendiente en Quito, donde fue alcalde por disposición de la
dictadura militar.
El tema de fondo de la discrepancia era la visión sobre el programa de gobierno. Si bien
Febres Cordero suscribía el Consenso de Washington, con su mirada de político
pragmático de origen oligárquico, él creía que la aplicación de ese “modelo” debía ser
gradual o limitada por las circunstancias, mejor dicho, las complejas condiciones de
gobernabilidad del Ecuador. En cambio, Alberto Dahik era un neoliberal fundamentalista
que propuso la aplicación plena de las políticas neoliberales del Consenso de Washington.
Sin arribar a un acuerdo sobre el modo de aplicar las políticas neoliberales, en 1992 la
derecha se lanzó a la arena electoral con los dos candidatos prenombrados.
En el seno de la izquierda el proceso fue similar, pero a la inversa: hubo meses de
discusión de los asuntos del programa político, llegándose a un acuerdo inicial, no
obstante, cuando se puso sobre la mesa los nombres de la papeleta electoral, el proceso
falló y hubo cuatro candidaturas.
En suma, en esa ocasión se presentaron doce candidatos a la Presidencia: seis de la
derecha donde Jaime Nebot y Sixto Durán (acompañado por Alberto Dahik en la papeleta)
representaban respectivamente al PSC y al PUR-PC. La izquierda tuvo cuatro binomios,
por el FADI, PSE, MPD, APRE. El centro izquierda se presentó con Raúl Baca Carbo,
un social demócrata que le tocó cargar el lastre de un gobierno que dejó a muchos
desengañados. 31 Finalmente, el populismo tuvo una sola papeleta: Abdalá Bucaram. A
pesar de la profunda división, en 1992 ganó la derecha con Sixto Durán representando al
conjunto del capital.32
Aquella división de la izquierda merece atención particular. Sus cuatro candidaturas en
1992 sumaron el 8.2 % de la votación, la más baja cuota de la historia a partir del retorno
de 1978. El FADI desapareció al cumplir diez años de vida y sus remanentes más
31
Raúl Baca fue ministro de Bienestar Social durante el gobierno de Borja. Ejecutó una política clientelar
con programas sociales cercanos a la visión del BM-BID sobre “la pobreza”. Cuando Baca se candidatizó
queriendo cosechar reciprocidad electoral, fracasó. Obtuvo 8,4 % de votos.
32
Sixto Durán obtuvo 32 %, Jaime Nebot 25 % y Abdalá Bucaram 22 %. En el ballotage, Sixto Durán
subió al 58 % y Jaime Nebot al 42 %. Bucaram fue “el gran elector”. Él inclinó la balanza a favor de la
opción que aparentaba ser “menos mala” de la derecha. Otra vez se evidenció el “voto negativo”.
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de la sociedad con síntomas de emesis. No podía faltar a la cita donde se daría el desenlace
la Iglesia católica: el secretario general de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana y
miembro del Opus Dei, arzobispo Antonio Arregui, fue quien le pidió la renuncia a
Alberto Dahik, poniendo en claro la ubicuidad de la autoridad eclesial en el régimen
político ecuatoriano. Para colmo de la comedia de mal gusto, los socialcristianos
encabezaron el degüelle de Dahik en las Cortes y el Congreso, instancias del Estado
controladas por ellos, como de costumbre. El ex alumno del Colegio Salesiano Cristóbal
Colón de Guayaquil tuvo que huir a Costa Rica. ¡Bon voyage Albert¡
Para contrarrestar la decreciente confianza en su gobierno, Sixto Durán Ballén convocó
a una segunda consulta popular, con preguntas engañosas sobre un nuevo paquete de
reformas para “modernizar el Estado”. La mayoría de la sociedad no mordió la carnada y
el presidente perdió la batalla plebiscitaria. No obstante, hay que dejar en claro que si
Durán Ballén no logró aplicar todo lo que el modelo neoliberal le puso sobre la mesa, fue
por la resistencia activa del movimiento indígena en particular, en cuyo seno actuaban
diversas personas, grupos y sectores sociales que creían que en las filas del nuevo
movimiento se había abierto un extraordinario espacio de organización y lucha.
Otra vez la izquierda hizo el papel de cerebro gris del drama en curso. El Movimiento de
Unidad Plurinacional Pachakutik salió a la luz en noviembre de 1995, cohabitando en su
seno tres corrientes de acción política y un solo programa. En el nuevo movimiento se
juntaron, en primer lugar, quienes creían que la CONAIE debía tener una expresión
partidaria propia para participar en los comicios electorales locales y nacionales. En
segundo lugar, estaban dirigentes indígenas y mestizos (por primera vez la cuestión étnica
se ponía en juego) que se aproximaban a una visión insurreccional desde una mirada
heterodoxa, esto es, no de lucha de clases ni de foquismo armado, sino de pueblos que
desafiaban al poder estatuido mediante grandes movilizaciones, paros y tomas de
instancias del Estado. Por último, estaban quienes buscaban sólo tener un paraguas
electoralista —ni más ni menos— para ganar espacios de poder dentro del Estado, una vez
que las opciones de izquierda y centro izquierda habían agotado su artillería democrática.
El tiempo pondrá a cada una de esas corrientes en su lugar, particularmente cuando en
enero del año 2000 el movimiento indígena liderado por la CONAIE y Pachakutik
intervengan de modo determinante en la revocatoria del mandato al presidente Jamil
Mahuad, logrando fraguar una fugaz alianza con otras fuerzas actuantes en el sismo del
régimen democrático en esa coyuntura, a saber, las Fuerzas Armadas y la sombra del
PRE.
Pero antes debió consumarse la elección presidencial de 1996, en la que la disputa por la
Presidencia de la República fue entre la derecha socialcristiana y el PRE, esto es, el
populismo que desde una posición de centro se proyectaba hacia la derecha. Además, los
dos candidatos finalistas eran del Puerto: Jaime Nebot y Abdalá Bucaram.
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Corresponde hacer ahora una suerte de elipsis cinematográfico, para tratar el tema de los
militares como grupo de presión en el proceso de conformación del régimen democrático.
Decir que las Fuerzas Armadas han sido el factótum en las vicisitudes en el proceso de
construcción del régimen político en el Ecuador, es un lugar común. Parte constitutiva
del régimen político, los militares llegaron al retorno de la democracia en 1977-78 con
fortalezas y debilidades a modo de blasones en su pecho, para continuar ejerciendo en la
siguiente etapa su influencia dentro del Estado. Antes de aquel momento habían jugado
su partida a dos bandas: la una, revestidos de un reformismo nacionalista, pretendiendo
sentar las bases de un capitalismo moderno, ejecutando un modelo de desarrollo que
aplicaba el principio estratégico de la “autonomía relativa del Estado”. Un estatismo
tecnocrático-militar que políticamente devenía desarrollismo, que fue apoyado por buena
parte de la izquierda.
Más tarde (1976), capitulado el reformismo nacionalista, los militares optaron por el
modelo desarrollista del capital, sin haber operado una reforma estructural, sosteniendo
un tibio nacionalismo petrolero que le dejaba al fisco ingentes márgenes de renta. De país
con escasos ingresos originados en el sector agro-exportador, Ecuador pasó a disponer
una economía fiscal que se parecía a lo que se apodó entonces como “la enfermedad
holandesa”, un síndrome de nuevos ricos que usufructúan de la renta originada en el
extractivismo. Se creyó que el Estado rico subsidiaría al soñado cambio de modelo que
favorezca la “industrialización por substitución de importaciones”, lo que también se
frustró apenas iniciado el ensayo. Sin una burguesía que se haga cargo del proyecto
histórico de modernizar la economía, los militares y tecnócratas desarrollistas apenas
pudieron balbucear al pie de unos mamotretos llamados “Planes de Desarrollo Nacional”.
La política extractivista era la antesala para el endeudamiento externo, o el petróleo y sus
reservas en el subsuelo eran la garantía de que el país terminará pagando a los acreedores
internacionales. Dice un analista ya citado: “En 1982 la exportación de petróleo y
derivados produjo US $ 1.524 millones, que representó 68% de las exportaciones totales,
mientras que el servicio de la deuda externa de ese año (amortizaciones de capital más
pago de intereses) llegó a representar 89% de las exportaciones totales.” (Oleas M.,
2017)
Históricamente los militares fueron actores de primera línea durante toda la vida
republicana del Ecuador en ese caminar plagado de vicisitudes del régimen político en
conformación. Ellos intervinieron unas veces como dictadores; otras, promovieron
importantes reformas sociales; algunas ocasiones participaron como candidatos y se
sometieron al escrutinio popular; y en 1977-78 arreglaron las cartas que ellos mismos
pusieron en juego para que el proceso de retorno a la democracia constitucional se
viabilice ¡eso sí! cuidando sus conveniencias institucionales.
En la coyuntura del retorno, el triunvirato militar garantizó a sus conmilitones la vigencia
de leyes importantes para asegurar su retirada estratégica. Básicamente, dejaron
implantados dos pilotes: la Ley de Seguridad Nacional y la Ley Orgánica de
Administración Pública. La una, a fin de resguardar al Estado de conformidad con la
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doctrina del mismo nombre, de alcance continental, que consideraba a la protesta social
radicalizada como “el enemigo interno”. La otra, para garantizar la permanencia de altos
oficiales militares en los directorios de las empresas públicas: petróleo, comunicaciones,
eléctricas, superintendencias de control, flotas navieras y aérea y un sinnúmero de
empresas creadas por el mando militar durante su gobierno. Por supuesto, quedaron en
pie como torres de granito los decretos anti-obreros para contento de los grandes dueños
del capital. Así, salga pato o gallareta de abajo las alas de la democracia ad portas, el
capital concentrado y acumulado quedaba a buen recaudo.
Durante los dos gobiernos militares de los años 70’, con una visión estatista, desarrollista
y de seguridad nacional, las Fuerzas Armadas crearon un conjunto de empresas mixtas
para controlar administrativamente los sectores estratégicos de la economía. Como
hongos aparecieron las empresas mixtas donde los hombres de uniforme tenían
hegemonía: CEPE, INECEL, FLOPEC, DINEC, EMETEL, CFN, TAME, etc. Engranaje
militar para controlar al Estado y demostración de poder para incidir en la sociedad en su
conjunto, que continuó “yira que yira”, como dice el tango con letra de Santos Discépolo
cantado por Gardel.33
En contra suya los militares tenían tres cartas de corazones negros: una, el desgaste
interior tras seis años de gobierno dictatorial, agravado por la falta de liderazgo, asunto
pesaroso en una institución tan jerárquica. De otro lado, la división interna por pinches
competencias entre las tres ramas militares. Y ¡como para variar! la corrupción conocida
mas no vista, haciendo el papel de recurso privado de acumulación de capital gracias a
los ingresos por la renta del petróleo que el fisco destinaba generoso a los presupuestos
de Fuerzas Armadas, que no siempre llegaban a meta para cumplir los propósitos
planificados. No obstante —o precisamente por aquello— los militares impusieron las
reglas de juego del retorno constitucional, unas veces obstruyendo el proceso para sacar
pingues ventaja, otras bogando tomados del remo de los poderes fácticos de la derecha y
la oligarquía.
Salvando la excepción de ciertos militares, entre los que se destacaba el general Richelieu
Levoyer Artieda —militar progresista, democrático y ético— escribimos al respecto:
(Borja N., 2020)
“En la comprensión militar de que el fin justifica los medios, el retorno a la
constitucionalidad controlado por los militares, buscaba a toda costa desactivar las
espoletas de una gestión fiscalizadora de los civiles al manejo económico del erario
público y/o de sanción a las acciones coercitivas que los elementos castrenses habían
tomado desde el control supremo del Estado, todo esto acorde con la naturaleza de un
régimen de facto que per se abusa del poder.”
33
En el 2007 soplaron nuevos vientos, lo que hemos denominado “periodo de reconfiguración del régimen
democrático”. Hasta tanto, con leves cambios se mantuvo ese engranaje donde los militares actuaban como
grupo de presión política sobre el régimen en su conjunto. En 2008 se aprobó la Constitución de Montecristi
y en 2009 se expidió la Ley Orgánica de Empresas Públicas. Entonces los hombres de uniforme dijeron
adiós a los directorios de las empresas del Estado.
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El control exclusivo de las armas les confirió a los militares el poder y el derecho para
actuar como “garantes del orden constitucional” y “guardianes del ordenamiento
jurídico”, versículo de rigor en todas las Cartas Magnas del Ecuador que recordamos,
sólo retirado en la Constitución de 2008. Aquello incidía de modo directo en las
vicisitudes de la construcción del andamiaje del régimen democrático, no siendo tanto un
asunto del derecho constitucional, cuanto de cierto derecho consuetudinario tomado por
los militares.
En el crono de este análisis, alrededor de la estructuración del régimen político fue
evidente que en el seno de las Fuerzas Armadas se discutían y confrontaban las posiciones
de las clases y sectores sociales que forcejeaban en la escena política por ganar el poder
del Estado. Nunca los cuarteles y el Ministerio de Defensa ¡cómo no! fueron espacios
aislados de la disputa del poder político, en tanto proyección de la lucha social
exacerbada. Así, en el periodo 1984-1998 de nuestro particular interés hubo militares
identificados ya con la tendencia progresista, ya con la conservadora. Hubo militares de
izquierda, de centro y de derecha, cada cual manteniendo como blasón los principales
asuntos que se debatían en la sociedad, inclusive atentos a los procesos políticos que se
sucedían en el continente, sea las dictaduras militares fascistoides del Cono Sur, o los
regímenes militares progresistas a su turno, de Perú y Panamá.
En todo el continente se manifestaron escenarios de alta tensión política donde esas
corrientes políticas se confrontaban, haciendo de marco, en algunos casos, de gobiernos
militares de derecha, y en otros, de gobiernos militares progresistas. Los casos más
paradigmáticos eran las dictaduras en el Cono Sur, neoliberales y fascistas. En el bando
opuesto, el gobierno del general Omar Torrijos (1968-1981) en el Ismo, exigiendo a
Estados Unidos la devolución del Canal de Panamá, en una emblemática lucha por la
soberanía, que involucraba a toda América Latina y El Caribe. En Centroamérica
destacaba el proceso de Nicaragua, donde en 1978 tomó el poder el FSLN, a la cabeza de
un ejército popular que había derrocado con la fuerza revolucionaria a la dinastía de los
Somoza. En ese contexto, ¿cómo olvidar las demostraciones de solidaridad de Jaime
Roldós con los procesos de Nicaragua y Bolivia, o el reinicio de relaciones con Cuba
suspendidas 17 años antes? ¿Cómo no evocar la apertura de relaciones del Ecuador con
Vietnam y la República Popular China decretada por Jaime Roldós? Temas candentes y
focos de tensión regional que formaban parte de la reflexión política de los militares en
sus cuarteles. La política eran en los cuarteles el pan de cada día...
En aquel contexto de cambio de polaridad, cuando la aguja de la brújula se movió desde
la disputa en función de lo programático (orgánico) hacia la confrontación puntual por
asuntos coyunturales y a veces venales, entre marzo de 1986 y enero de 1987 se
sucedieron dos hechos graves de insubordinación militar en los que los uniformados
fueron los protagonistas, cual gladiadores en la arena enfrentándose a un león, a León
Febres Cordero, mas no por sus políticas económicas y sociales de corte neoliberal, sino
por su estilo autoritario de gobernar y su inclinación a los abusos del poder. Oligarca
impenitente, de cabo a rabo, el mandatario enfrentó dos eventos de insubordinación
militar sin propósito golpista, actos de rebeldía que salieron por los fueros del honor y la
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vergüenza, sin interés de instaurar un régimen dictatorial que altere el guión del drama
iniciado en 1978-1979. Aquellos graves tremores en la estructura del Estado no quebraron
los pilares del modelo hegemónico de desarrollo del capital puesto en marcha.
El primer hecho de insubordinación militar empezó el 7 de marzo de 1986 en el Ministerio
de Defensa en Quito, inflamando primero a la Base Aérea de Manta y luego a la Base
Aérea de la capital. El insubordinado fue el general Frank Vargas Pazzos, primer
comandante de la FAE, quien demostró con documentos y justificó su actitud rebelde por
los actos de corrupción que se escurrían como práctica regular en los pasillos de las más
altas esferas de la Función Ejecutiva y que comprometían los intereses de las Fuerzas
Armadas —según él sostuvo— al socaire del presidente de la República. En el acto de
rebeldía fueron develados los compromisos de otros altos mandos militares en la
repartición de prebendas ilegales de no poca monta. Consumado el hecho, Frank Vargas
fue dado de baja, apresado y enjuiciado por insubordinación al presidente, con lo que la
mecha quedó prendida y la detonación del fulminante sólo fue aplazada.
El segundo hecho, secuela del anterior, empezó el 16 de enero de 1987 en la Base de
Taura, cerca de Guayaquil, el principal asiento de aeronaves de guerra de la FAE. Los
insubordinados eran al momento un grupo de élite de comandos de la Fuerza Aérea,
indignados contra el presidente de la República por haberle engañado al país en el caso
de Frank Vargas. El reclamo tenía visos violentos de venganza. Poco más tarde, Febres
Cordero narró así un episodio que parecía ser más bien el pasaje de una comedia de lo
grotesco: (Artieda, F., 1987)
“Sentí vergüenza de lo que estaba ocurriendo y como yo soy un hombre de reacciones
violentas, les grité: ¡No me empujen carajo yo soy el presidente de la República! Pero me
siguieron empujando con las armas, me patearon por la espalda y al subir al bus, me
dieron un trompón en la mejilla, No vi al que me pegó, pero si me viré y le dije ¡hijo de
puta!”
Para alcanzar su reivindicación los aviadores y comandos de Taura liderados por el
capitán John Maldonado tomaron como rehén al presidente Febres Cordero durante unas
tensas doce horas. El reclamo de los insubordinados era la liberación de Frank Vargas,
quien, meses antes había recibido una amnistía política del Congreso, resolución que a
pesar de tener un carácter vinculante, fue desacatada por el mandatario. Hacia la noche
de aquel 16 de enero de 1987 el presidente-rehén firmó un acta comprometiéndose a
cumplir dicha exigencia y a no tomar represalias contra sus captores. Sin embargo,
terminado el incidente, los insubordinados fueron capturados, dados de baja, apresados y
más tarde condenados a penas largas de prisión. Posteriormente, durante el gobierno de
Rodrigo Borja los sublevados de Taura salieron libres mediante un indulto dictado por el
Congreso y recuperaron sus derechos políticos gracias a una amnistía política.
En ambos casos, buena parte de la población civil simpatizó de modo espontáneo con los
militares insubordinados. Es que latía un descontento por el estilo autoritario de gobernar
de León Febres Cordero, como también por las consecuencias de su política económica.
Los dos actos de los militares que hemos referido pusieron a todo Ecuador en vilo
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En los años 80’ la Editorial El Conejo se constituyó en una instancia de la intelectualidad orgánica de
centro, izquierda y centro-izquierda. En los días de Febres Cordero publicamos cuatro libros de gran éxito
en ventas y abundante controversia, sobre los hechos coyunturales de Quito, Manta y Taura: “La hora del
general. Informe urgente sobre el conflicto protagonizado por el teniente general Frank Vargas Pazzos”,
Gonzalo Ortiz C., Quito, marzo, 1986. “El secuestro del poder”, Artieda, Borja, Steinsleger, Pareja
Diezcanseco, Quito, marzo, 1987. “Taura. Lo que no se ha dicho”, Capitán John Maldonado, Quito, 1988.
“El viernes negro. Antes y después de Taura”, Blasco Peñaherrera Padilla, Quito, 1988.
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al llamado a votar NO en dicha consulta, que derrotó las aspiraciones del presidente
autoritario con un 57 % contra un 25 % por el SI. 35
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La pregunta que la oposición consideró mañosa, decía: “Compatriota ¿Quiere usted que los ciudadanos
independientes tengan pleno derecho a ser elegidos sin necesidad de estar afiliados a partido político
alguno, confirmando así la igualdad de todos los ecuatorianos ante la ley?”
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que la Iglesia católica y el Estado son los pilares de la mantención del poder político y
social, con las variaciones impuestas por las circunstancias históricas. En este sentido, la
Iglesia católica tuvo la función de poder de facto.
Durante los años 80’ los fenómenos políticos que sucedían en la sociedad ecuatoriana se
filtraban y procesaban en los pasillos de la institución eclesial y se canalizaban luego por
diversos medios hacia la feligresía. Labor política que no tenía sine quanon una relación
mecánica con las opciones electorales del momento o con similares gestiones del “poder
público”. Muchas veces más bien se buscaba la conservación de valores morales o la
reproducción de estereotipos ideológicos vinculados ¡eso sí! con el ejercicio vertical del
poder político y la mantención del poder social.
Según una encuesta nacional del INEC, el 92 % de la población ecuatoriana profesa una
religión, el 80 % es católica, el 30 % asiste una vez por semana a la iglesia... ¿Cómo no
hacer política con ese target? ¿Cómo desperdiciar esa oportunidad para hacer política
desde los púlpitos y confesionarios?
Por lo advertido, sostenemos que desde diversas prácticas y no de modo unívoco, la
Iglesia católica ha sido en el conjunto de los poderes fácticos, el actor más potente y sutil.
No decimos que se haya parecido a un partido político, sino a un movimiento en el que
las ideas, acciones, maniobras y determinaciones creaban en suma un vórtice político
actuando como acicate desagregador o aglutinante de las fuerzas sociales en lucha. En el
periodo de nuestro análisis, en las décadas de los 80’ y 90’ —con sus arenas movedizas
y terrenos pantanosos— eso fue así.
Si en la tradición la política conservadora aquello se lo hizo desde el púlpito, el atril y el
confesionario, en los tiempos recientes los medios de comunicación de masas tomaron
aquel lugar. Gestión con sentido de eficiencia. Los obispos se parecían a veces a gerentes
de una multinacional, v.gr., monseñor Bernardino Echeverría, arzobispo de Guayaquil, la
capital económica del Ecuador. Con esos medios, la palabra oral y escrita de los
personajes eclesiales influyentes se dirigió con primacía a las clases altas, dada su
condición de multiplicadores de opinión mientras hacen su cotidiana “vida social”. A la
gente común jamás se la descuidó en esta labor, aunque los templos católicos cada vez se
parecían más a museos de obras de arte religioso antes que a lugares de oración y ejercicio
de la fe. La relativa secularización de la sociedad ecuatoriana en los años más recientes
no fue motivo suficiente para que la institución eclesial (y dentro de su estructura, los
obispos, curas, monjas y seglares) operase una retirada estratégica de su misión política
implícita, otras veces explícita. Eso sí hubo cambios tácticos y operativos. 36
De otro lado, sea con mensajes directos o con recursos de resonancia, el flujo ideológico
de la Iglesia católica llegaba a los mandatarios de turno, legisladores, jueces, comensales
de palacio, tecnócratas, militares y policías de rangos medio y alto, empresarios y
36
Para un análisis comparativo con Ecuador ver: “La Iglesia católica como actor de la gobernanza en
Colombia” en Fernán González, Poderes enfrentados, Iglesia y Estado en Colombia, CINEP, Bogotá,
1997.
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Desde los tiempos de García Moreno (1860) hasta el presente, las Fuerzas Armadas le veneran a la Virgen
de La Merced como su patrona, a pesar de los progresos del Estado laico. El 24 de septiembre hay toques
de corneta, izada de bandera, visita a la Virgen en sus capillas y almuerzo especial, donde no faltaban los
obispos y capellanes militares.
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A México y Brasil el Internet llegó a finales de los 70’. Al Ecuador tardó al menos cinco años en arribar.
Cuando el Papa nos visitó apenas estábamos iniciando su uso. El pionero fue un programa del CONACYT
auspiciado por el Banco del Pacífico. Las organizaciones sociales dimos los primeros pasos con un proyecto
alternativo llamado ECUANET (Chaski-Net).
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antropología para hacer trabajo eclesial de base, en los ranchos campesinos y los
suburbios de las ciudades colombianas. (Pérez, R, 1999)
Aquel afán de disputar hegemonía y ganar terreno a las sectas religiosas se desenvolvió
en el contexto de la lucha de clases, donde los asuntos de la fe eran como la punta del
iceberg. En la base de esas sociedades rurales, urbanas y suburbanas, la bronca era
política, con motivos sociales como su principal ingrediente. En tal sentido, la estrategia
comunicacional de la Iglesia católica fue acaso la modalidad más importante de
intervención en la conformación del régimen democrático, al menos si consideramos a
éste como un proceso que incluye las luchas por la conquista de los derechos sociales. Es
que la fe religiosa sin un pan sobre la mesa es una entelequia desabrida.
Aquí conviene hacer un alcance. No sólo las sectas tenían una finalidad política, también
en su origen, la FEINE (Federación Ecuatoriana de Indígenas Evangélicos), que se
constituyó en 1980 con el propósito de morigerar el ímpetu de la lucha social por la tierra.
Escribimos al respecto: (Borja N., 2011)
“En 1980, en la comunidad Colta Majipampa (Chimborazo) se fundó la FEINE como
producto de la necesidad de organizarse para defenderse de la persecución que sufrían
(los indígenas) como Iglesia Evangélica. En el fondo, no era un asunto de religiones en
pugna, sino una confrontación política sobre la base del problema de la tierra. Si el
Movimiento Indígena de Chimborazo (MICH) le había desplazado a la FEI, la FEINE se
creó para neutralizar la lucha por la tierra a las comunas indígenas afiliadas a
ECUARUNARI. La FEINE agrupa (más tarde) a las Asociaciones Indígenas Evangélicas
de Chimborazo, Tungurahua, Cotopaxi, Bolívar, Pichincha, Azuay, Cañar, Loja,
Imbabura, Napo, Orellana, Pastaza, Morona Santiago.”
En el periodo 1984-1998 al menos dos fenómenos confrontativos caracterizaban a la
sociedad rural ecuatoriana. De un lado, los impactos de las pugnas políticas coyunturales
ya referidas, en un contexto caracterizado por el abandono del Estado a la política de
redistribución de la riqueza. En ese contexto, junto a la orfandad de la tibia reforma
agraria se impuso la modernización del capital agro-industrial, proceso que representó la
expulsión sin reparo de miles de campesinos pobres a las ciudades, convirtiéndose en los
modernos parias en su propio país, los pobladores hacinados en las áreas suburbanas o en
los tugurios de las grandes urbes. Espacios territoriales donde se materializaba la disputa
por la feligresía entre la Iglesia católica y las sectas de diversa denominación, una lucha
lote por lote, rancho por rancho, familia por familia. En tales circunstancias, la
confrontación entre la feligresía católica y las personas ganadas por las sectas religiosas
tomó visos de violencia verbal y física, con una apariencia de disputa por “asuntos de la
fe” y un trasfondo de lucha social y política no advertido.
De otro lado, en los años 80’ estaba a punto de eclosionar un fenómeno que sorprendió a
la sociedad ecuatoriana en general y a la sociedad rural en particular. Alumbró la
organización de los pueblos y nacionalidades indígenas, la CONAIE (1986), con
múltiples y nuevas connotaciones, entre ellas, la comprensión de “la nacionalidad” como
una constelación de territorio, cultura ancestral y formas propias de gobierno ligadas al
ejercicio de los derechos consuetudinarios de los pueblos indígenas. Entonces, el eje de
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programático, que lo sintetizó en el Plan Pastoral Indígena, con tres asuntos centrales: el
compromiso con la lucha por la tierra (reforma agraria campesina e integral), la
autodeterminación de los pueblos indígenas y el respeto a su identidad cultural.
En sus homilías semanales y en sus regulares intervenciones en encuentros con miembros
de las comunidades eclesiales de base, Proaño enfocaba sin rodeos las demandas
programáticas y las luchas concretas del pueblo, sean los indígenas, los campesinos y sus
luchas por la tierra, los obreros de fábricas y de construcciones, los sectores populares y
poblacionales, los movimientos democráticos de mujeres por sus derechos. Fueron
paradigmáticas sus homilías por la solidaridad internacional con los procesos de pueblos
latinoamericanos hermanos, en resistencia contra las dictaduras, las dinastías (Somoza y
Stroessner) y las invasiones de los marines yanquis. Él y otros sacerdotes progresistas
tomaron partido en contra de las intervenciones militares del gobierno de Estados Unidos
en Panamá, Granada, Nicaragua (apoyando a la contrainsurgencia), cuando no en la
guerra iniciada por Gran Bretaña en las islas argentinas Malvinas (1982).
En oposición a la palabra y la praxis de Leonidas Proaño estaba la derecha eclesial.
Recordamos a Bernardino Echeverría, arzobispo de Guayaquil, cercano a León Febres
Cordero. Al Obispo de Ambato, Vicente Cisneros Durán. En Quito, al Cardenal Pablo
Muñoz Vega, cercano a Osvaldo Hurtado.
En el centro había jerarcas progresistas en el pensamiento y moderados en la acción,
destacándose José Mario Ruiz Navas y Antonio González Zumárraga. También el obispo
de Aguarico, Alejandro Labaca; de Guaranda, Cándido Rada; de Santo Domingo de los
Tsáchilas, Emilio L. Stehle. El obispo de Machala, Néstor Herrera; de Esmeraldas, Enrico
Bartolucci; de Sucumbíos, Gonzalo López Marañón, entre otros. Todos eran artífices de
opiniones políticas bien seguidas por la feligresía de las respectivas circunscripciones
eclesiásticas.
Las homilías dominicales de cada uno de ellos y su Palabra expuesta regularmente en los
medios de comunicación de masas, pesaban más que las opiniones de los partidos
políticos (algunos parecidos a manicomios) y las pendencias de los políticos locales. El
asunto se volvía crucial cuando se trataba de opinar, unas veces con sentido apologético,
otras con carácter admonitorio en relación con los mandatarios de turno.
Había obispos que regularmente escribían en medios de comunicación de amplia difusión
como El Comercio, Hoy, El Universo, el Mercurio, El Tiempo... El pueblo llano no solía
leer los sesudos editoriales escritos por esos personajes, en cambio esperaba cada semana
con expectativa las prédicas dominicales en las catedrales de Quito, Ambato, Cuenca,
Portoviejo, etc. Leonidas Proaño prefería hablar en el templo de Santa Faz antes que en
la catedral de Riobamba. Alberto Luna Tobar lo hizo un tiempo en la Catedral Nueva de
Cuenca y más tarde en Santa Teresita, en Quito, donde acudía la élite social capitalina a
escuchar al “padre Alberto”, que a su vez era atacado por voceros y aduladores del
presidente, supuestamente por ser “miembro de AVC”. José Mario Ruiz Navas hizo
retumbar los pilares de la Catedral de Portoviejo. Pablo Muñoz Vega en la Catedral
Metropolitana de Quito. Así, otros tantos. Opiniones sobre temas terrenales, asuntos de
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la tradición, sea con los partidos socialcristianos originales o con los partidos
democratacristianos, ambos hijos del mismo tronco. 39
La Doctrina Social de la Iglesia tuvo en su origen un propósito político inequívoco: en
Europa —su cuna— se pretendió que sea para la clase obrera la alternativa ideológica al
marxismo. En América Latina se buscó un impacto multiplicador más amplio:
proporcionar al conjunto de la población católica un contrapeso a lo que se tildaba como
“ideas comunistas” que estaban viento en popa en la primera mitad del siglo XX.
Aquel salto de los cristianos al terreno del pensamiento de izquierda significó un tajo
profundo y definitivo en el tronco de la Doctrina Social de la Iglesia, en un contexto
histórico donde la cuestión central no era un asunto de fe, sino de lucha de clases. Desde
Río Grande hasta la Patagonia las sociedades caminaban por una senda bifurcada, donde
el dilema parecía ser Reforma o Revolución. Dilema que generaba un vórtice en los
sectores sociales organizados, aunque también una reflexión intelectual de gran
relevancia sobre dicha dicotomía. La izquierda se ponía entonces al día en una discusión
que la inició Rosa Luxemburgo en 1900.
El referido parteaguas de los cristianos se consumó en las conferencias episcopales de
Medellín (1968) y Puebla (1979), donde la Iglesia católica de este continente tomó en sus
manos el acompañar a los procesos de cambio de las estructuras del Ancien Régime.
La Conferencia de Medellín fue emblemática: se realizó semanas después de la rebelión
de los estudiantes en París, donde todo se puso en cuestión. En Ecuador estuvimos atentos
a esos hechos, pues creíamos que Europa dormía dopada por el Plan Marshal. De otro
lado, nos sorprendió el discurso de Papa Pablo VI en la inauguración de ágape católico,
cuando...
“... invitó a profundizar en la Doctrina Social de la Iglesia animando a encontrar los
caminos necesarios para su realización práctica: «Las testificaciones, por parte de la
Iglesia, de las verdades en el terreno social no faltan: procuremos que a las palabras sigan
los hechos». Pablo VI insistió en promover la justicia y la paz, pero alertó ante la violencia
y el odio del marxismo ateo y de la rebelión sistemática”. (Mesa P., 1996)
Una saga de sucesos que marcaron la línea de horizonte político de millones de personas
católicas, muchas de las cuales habían empezado antes de Medellín a practicar el
compromiso con los pobres, siendo catequistas unas, aspirando a la beatitud otras. A raíz
de aquella ruptura epistemológica hubo quienes pasaron a militar en causas sociales y
políticas que —desde la narrativa conservadora—los llevaban al filo del infierno (“el
comunismo”). En la izquierda —en cambio— creíamos que el fenómeno respondía a lo
que llamábamos “las condiciones objetivas dadas” para la revolución, que —
suponíamos— habría llegado a un punto de no-retorno.
39
También hubo una rama del activismo católico que tomó el atajo del falangismo anticomunista y del
Opus Dei. En Ecuador hubo un partido falangista, ARNE (1949-1979).
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El iniciador del quiebre epistemológico fue el cura Camilo Torres Restrepo, en Colombia,
justamente hace sesenta años (1962). Su trayecto fue paradigmático. Caminó desde el
compromiso asistencialista con los pobres hacia el estudio teológico para hacerse
sacerdote. Desde allí tomó la senda de la academia, se fue a Lovaina a estudiar Sociología
y encontró las herramientas de la praxis del cambio social. Entonces se produjo el salto
dialéctico: con la guía de otros jesuitas retornó a Colombia, optó por la revolución y se
vinculó a la guerrilla. Poco antes se había hecho marxista.
Parteaguas que en todo el continente nada tuvo de diletancia, pues estuvo teñido con los
colores de la praxis a partir de la revisión crítica de los compromisos anteriores,
recargados de buenas intenciones, que les conducían a miles de católicos al
asistencialismo y la caridad, conducta de personas que vivían con entusiasmo la
experiencia de modo misional, dando ayudas a los más pobres, a los campesinos que
habitaban en las áreas rurales y al “subproletariado” que se hacinaba en los extramuros
de las ciudades. La praxis, en su lugar, tuvo un carácter político que se resumía en pocas
palabras: lucha de liberación de la injusticia social acá en la Tierra.
Corte epistemológico que devino una concientización con rupturas profundas que se
parecían a las trizas de un espejo. Es que entonces todo se puso en cuestión: la fe religiosa
católica, la filosofía idealista, la ideología política, la práctica asistencialista, las opciones
personales de existencia, los valores morales, los sentimientos, hasta los afectos. ¿No era
eso una revolución subyacente? Hasta las raíces de los árboles familiares retumbaron y
las ramas de las jerarquías de estirpe se sacudieron. Se cayeron ciertos legados de linaje
que en algunos casos tenían olor a incienso y, en otros, eran títulos conservados en la sala
como demostraciones del culto al liberalismo laico familiar forjado durante la primera
mitad del siglo XX.
Las distintas muestras de radicalización de los grupos y personas provenientes de aquel
“tronco común” del catolicismo implosionaron a finales de los 60’, esparciendo semillas
que al momento advertían el adviento de la revolución más que de la reforma. El marco
de ese proceso político fue la Teología de la Liberación, concebida por el sacerdote
peruano Gustavo Gutiérrez en 1968 como un blasón de los nuevos tiempos que estaban
viniendo. Trayecto en el que se conformaron organizaciones políticas de raíz cristiana
que proponían alcanzar el poder del Estado para hacer realidad los cambios estructurales.
No obstante, la democracia como camino apenas era pensada por unos pocos en el seno
de esos grupos cristianos. Es que la democracia traía consigo demasiado descrédito.
¡Tantas barbaridades se habían hecho en tu nombre!
En el continente, la excepción maduró en Chile en los años 70’. Los motivos no vienen
al caso exponerlos aquí, sólo recordar que los cristianos de izquierda y los cristianos por
el socialismo chilenos si le tomaron bien en serio al asunto de construir democracia
ganando el gobierno en las urnas, lo cual era una forma de abrirle pica al socialismo, para
lo cual se incorporaron a la Unidad Popular (UP), proceso liderado por Salvador Allende.
Haciendo contrapeso político a la izquierda, en medio de un intenso debate ideológico, la
Democracia Cristiana chilena se alineó con el golpe de Augusto Pinochet en 1973.
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Para el caso de Ecuador, una investigación académica reciente dice que: (Ospina, P. 2021)
“La Izquierda Cristiana se constituye como núcleo político organizado en 1972-1973 en
la Universidad Central (de Quito) como representación política de la tendencia cristiana
radical, lo que determina la disolución de la tendencia de cristianos progresistas y el
desligamiento del núcleo organizado de la base social campesina. Su constitución
orgánico partidaria es posible porque concentra y representa la corriente de Cristianos
por el Socialismo, que representa a los sectores pequeñoburgueses urbanos de la tendencia
de cristianos progresistas en contradicción con los sectores ligados al movimiento
campesino que pasan a ser controlados directamente por la Iglesia y otros aparatos
estatales…”.
El MRIC es un tema para la reflexión. Nació como resultado de un matrimonio temprano
entre —de una parte— una pléyade intelectual nacida en cuna católica, que primero
atravesó los terrenos de la Teología de la Liberación aún en ciernes y luego dio el salto
dialéctico desde el cristianismo liberacionista al marxismo. Y —de otra parte— algunos
dirigentes del movimiento indígena de los 70’. En 1972 se había constituido
ECUARUNARI en la comunidad de Tepeyac (Chimborazo), con una significativa
incidencia de Monseñor Leonidas Proaño. Movimiento indígena en el que militaron
sacerdotes, monjas y seglares que suscribían la Teología de la Liberación, como también
intelectuales marxistas que suscribían la Teoría de la Dependencia. En su tejido más
corporal, ECUARUNARI estaba conformado por los delegados de cabildos y
comunidades (unas indígenas, otras socialmente más bien campesinas) que traían sobre
su espalda la lucha por la tierra y como bandera que el Estado reconozca los territorios de
los pueblos ancestrales.
Por cuerda separada, durante los 80’ confluyeron otros grupos cristianos de base en un
proyecto de organización política situada en la izquierda. Hablamos del “Movimiento por
la Paz Monseñor Leonidas Proaño”, ensayo que no se gestó en las universidades ni en el
mundo sindical, campesino o indígena, sino en las comunidades católicas de base de
parroquias eclesiales. Organización seglar que se identificó con el pensamiento y la praxis
de Monseñor Leonidas Proaño y —por supuesto— con la Teología de la Liberación.
Como antecedente histórico vale la pena mencionar que la primera comunidad eclesial de
base (CEB) del Ecuador se fundó en la comunidad de Tepeyac (Chimborazo) en 1967,
con el auspicio de Monseñor Proaño. Él estaba participando por esos días en la
preparación de la Conferencia Episcopal de Medellín donde sostuvo que el método de
trabajo de los agentes pastorales no tenía tres, sino cuatro puntos cardinales: Ver–Juzgar–
Actuar... En comunidad. (Proaño V., 1967) Para este sacerdote extraordinario, el don
cristiano provenía de la comunidad, no del individuo. Mejor dicho, el carisma en el
sentido religioso tenía necesariamente carácter comunitario.
Con ese espíritu de comunidad se fundó el “Movimiento por la Paz Monseñor Leonidas
Proaño” para intervenir desde la izquierda en la disputa política, sin poner la mira en la
democracia representativa hegemónica entonces, sino ensayando acciones sui generis de
democracia directa que sus miembros la definieron como “resistencia activa no-violenta”,
tomando referencia al pensamiento de Mahatma Gandhi. (MPP-MLP, 1990)
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achicarse su original espacio de acción, misma que cada vez se realizaba más lejos de los
locales de las parroquias eclesiales, pero cerca de los movimientos sociales, en particular
del indígena, que estaba en apogeo.
Sus militantes —entre quienes había numerosas mujeres— se juntaban en casas
parroquiales emulando a las primeras comunidades cristianas. Las reuniones comenzaban
con un cántico o una oración no extractada del catecismo católico, sino improvisada por
quien libremente tomaba la Palabra. Se continuaba con una reflexión sobre un
pensamiento de Leonidas Proaño o de Gustavo Gutiérrez que se lo leía ese momento. Se
exponía a continuación el tema central agendado, quizá expuesto por algún invitado
especial a la reunión. Entonces se iniciaba la reflexión a modo de asamblea general. Se
tomaban decisiones, se repartían tareas, etc. Esa era la democracia asamblearia que fue
instalándose como una cultura militante.
Más tarde se compartía la comida servida en una pambamesa, todo en medio de un
ambiente de camaradería y jolgorio. Para finalizar, se organizaba colectivamente la
repartición de tareas y responsabilidades. Forma singular de organizar la praxis, que
fraguó identidad colectiva. En algún momento se habló de una estrategia de
“construcción de contrapoder”, en lugar de “luchar por el poder”, concepto que quedó
como traje demasiado grande en un cuerpo que apenas estaba creciendo.
En octubre de 1989, militantes de este movimiento hicieron un political performance. Se
tomaron pacíficamente el atrio de la Catedral Metropolitana de Quito y delante de los
presidentes de Francia y Brasil (que ese momento visitaban la capital para solemnizar
negocios inter estatales) hicieron un mitin en el que denunciaron (con movimientos en
escena recargados de ingenio y bulla juvenil) las acciones de las empresas CGS y
PETROBRAS, comprometidas en la explotación del petróleo en la Amazonía, que
causaba la destrucción de la selva prístina y afectaba la sobrevivencia del pueblo Waorani.
El efecto mediático de la acción fue notable, la gente curiosa les respaldó y hubo voces
de reclamo por la represión policial, los medios de comunicación enfocaron sus cámaras,
“hasta los chapas se sorprendieron...” dice una dirigente mujer de este movimiento. En
un reporte de la organización leemos un versículo bíblico que viene al caso: “Fíjense que
los envío como ovejas en medio de lobos. Tienen que ser astutos como serpientes y
sencillos como palomas”. (Mateo 10:16)
En mayo de 1990, vísperas de la llegada a Quito de la Marcha Indígena de la OPIP,
militantes de este movimiento y de CEB del sur de Quito participaron en la toma del
templo de Santo Domingo. Sumaron esfuerzos a la demanda de entrega de los territorios
de la nacionalidad Huaorani en la Amazonía. Criticaron la concesión de licencias de
extracción de petróleo en el Oriente, particularmente en el bloque 17. Así se gestó una
alianza perdurable entre ese movimiento con la CONFENIAE y ONG ecologistas.
En el movimiento y las CEB, unas veces se topaba temas nacionales, otras, asuntos
internacionales. Casi siempre eran abordados los problemas acuciantes, v.gr., los
conflictos de coyuntura, los actos de represión gubernamental, los desenlaces electorales
que se sucedían a tropel en los 80’. Se trataba asuntos estructurales como las demandas
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del movimiento indígena por sus territorios y la plurinacionalidad, que al correr de esos
años cobraban gran fuerza.
Años más tarde, junto con las CEB del sur de Quito el Movimiento por Paz Leonidas
Proaño participó en las movilizaciones por la revocatoria de los mandatos presidenciales
que se sucedieron en 1996, 2000 y 2005, pero no se constituyeron formalmente en una
organización política.
Durante el gobierno de Rodrigo Borja, otro asunto metió candela a la polémica en
desarrollo dentro de la institución eclesial. Componente marginal de la política económica
del presidente Borja sobre el manejo de la deuda externa fue el “canje de tramos de la
deuda externa” por bonos destinados a la compra de tierras. Se apuntaba a dos dianas: de
un lado, mitigar en cierta proporción los efectos tóxicos del pago de la deuda a los
acreedores externos y de otro, beneficiar a grupos específicos de campesinos e indígenas
pobres mediante la extensión de créditos en condiciones accesibles destinados a la compra
de tierras que previamente habían sido adquiridas con dicho fondo financiero.
La estrategia de canje de tramos de la deuda externa por tierra con fines productivos en
países como el Ecuador, nació en la sede del Banco Mundial en Washington al correr los
80’. El Banco Mundial estaba preocupado por los estallidos sociales, una bomba de
tiempo con dos espoletas: la asimetría en la distribución de la tierra agrícola, que generaba
una población campesina e indígena muy pobre, que buscaba migrar a las ciudades a
conformar los barrios periféricos y tugurios. De otro lado, las consecuencias del yugo
impuesto a los países para poder pagar la deuda externa, que en el caso del Ecuador se
había multiplicado en los años 70’ durante los dos gobiernos militares. Al mismo tiempo,
un peso muerto que incidía en los recortes a los presupuestos de los programas de gasto
social de los gobiernos, incluyéndole al de Rodrigo Borja.
En ese contexto, en diciembre de 1990 se firmó un convenio entre la Conferencia
Episcopal Ecuatoriana y el Banco Central del Ecuador. Su titular sostiene: (Tonello, J.,
1991)
“Se asigna al contravalor en sucres de 10 millones de dólares al Programa Nacional de
Servicios Integrados a las Comunidades indígenas. De este valor, el 60 % se destinará a
la concesión de créditos dirigidos a prestar apoyo para el desarrollo de las comunidades
indígenas (...) 6 millones de dólares que serán canalizados a través del FEPP. Se prevé
que estos recursos serán utilizados en un plazo de tres años. El FEPP espera contribuir
para la redistribución de la tierra según las posibilidades y necesidades de las
comunidades, demostrar que es posible hacer viables y consuetudinarios métodos
pacíficos, para la solución de los conflictos que se presentan en el campo, desterrando la
violencia, contribuir a la superación de las más graves situaciones de pobreza rural,
apoyar la implementación de proyectos de desarrollo integral, limitar o reorientar la
migración campo-ciudad, canalizar a favor de los pobres del campo recursos económicos
que el presupuesto del Estado había destinado a los acreedores del exterior.”
Convenio que abonó a la polémica interna en la institución eclesial entre algunos obispos,
unos, a favor de la política de asumir el canje de la deuda externa con aquel fin loable;
otros, criticándola, por ser el endeudamiento externo “un pecado de lesa sociedad”
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cometido por los gobiernos de modo irresponsable e inmoral, inclusive para beneficiar el
enriquecimiento ilícito de particulares de “cuello y corbata”. La polémica estalló en el
trayecto de 1990 y salió a luz en sendos panfletos y editoriales suscritos en periódicos de
amplia circulación en el país, por obispos e intelectuales seglares.
En el intríngulis estaba involucrados algunos obispos que tenían ascendiente en sectores
rurales y grupos indígenas y campesinos organizados en cooperativas y asociaciones. A
un lado figuraban sectores de la Iglesia Católica que habían calificado a la deuda externa
como “un pecado de lesa sociedad”. Al otro lado destacaban obispos con una visión
pragmática del modo de resolver un problema heredado de tiempos coloniales y la
temprana república. En el “choque de locomotoras” los protagonistas eran de un lado, los
monseñores Proaño y Luna Tobar; y del otro, los obispos José Mario Ruiz Navas y
Cándido Rada. Al fondo del escenario, resonaba la deuda externa como un asunto ético y
una contradicción política en el abordaje del modo de resolver la distribución socialmente
injusta de la tierra en el Ecuador. Para los unos, estaba pendiente una política de cambio
estructural de las relaciones sociales en el campo; para los otros, se justificaban medidas
puntuales como dicho canje de deuda externa que hacía posible conformar un fondo de
tierras, para que las compren indígenas y campesinos en condiciones accesibles. En este
caso, la (CEE) Conferencia Episcopal Ecuatoriana hacía el papel de intermediaria.
Dijo José Tonello en el artículo citado: “Respetando todas las opiniones discordantes, el
FEPP estima que el logro de estos objetivos es más importante, por el bien del país y de
los indígenas, que las reservas que puede causar, sea el método utilizado para la
obtención de los recursos (conversión de deuda externa), sea el contenido mismo de la
acción (acceso a la tierra mediante pago)”.
En esa línea de canje de tramos de la deuda externa, la gestión fue ejecutada por el
Programa Pro-Tierras de la CEE en alianza con el FEPP (Fondo Ecuatoriano Populorum
Progresio) como instancia operadora. Los fondos financieros no-reembolsables
provinieron de conocidas agencias de cooperación externa, especialmente católicas,
fondos para adquirir papeles de deuda ecuatoriana que eran negociados con el Estado y
dejaban liquidez en caja y réditos financieros, que servían para comprar haciendas a
precio de mercado. El FEPP administraba los créditos blandos y algunos servicios
técnicos a favor de los campesinos e indígenas. Como resultado cuantitativo, el programa
habría entregado alrededor de 56.000 hectáreas de tierra agrícola a unas 11.000 familias.
Finalmente, para asesorar el programa se conformó una comisión tripartita, sentándose
alrededor de la mesa curas (CEE), técnicos (FEPP) y dirigentes indígenas (CONAIE).
parroquias eclesiales a los sectores populares de los barrios para reflexionar sobre la
coyuntura política del país y definir el papel de los cristianos en la misma. En tales
condiciones, los cristianos de base y los Equipos de Fe y Política se involucraron con el
Frente Patriótico.
En el Frente Patriótico se aliaron los movimientos sociales, las organizaciones sindicales
tradicionales, los partidos de izquierda y la nueva formación Pachacutik-NP, algunos de
cuyos dirigentes provenían de la CONAIE. Lideró el Frente Patriótico la FETRAPEC
(Federación de Trabajadores Petroleros), que reunió en su mesa a la CTE, CEOSL, UGT
(Unión General de Trabajadores), CEDOC-Socialista, el Frente Popular (sindicatos
cercanos al MPD), la UNE, la Coordinadora Política de Mujeres y como bandoneón
tocando prima, la Coordinadora de Movimientos Sociales.
Es que apenas posesionado Abdalá Bucaram como presidente, anunció su idea
emblemática en política económica: la convertibilidad monetaria, que consistía en la
fijación de un valor fijo de cambio (4 X 1) entre el sucre y el dólar, de modo que los dos
signos monetarios circulasen por igual. La estrategia había sido aplicada en 1991 en
Argentina por el ministro de Economía, Domingo Cavallo, con el propósito de frenar el
proceso económico más perverso: devaluación más inflación. Según el plan de Bucaram,
controlada la volatilidad de la moneda nacional mediante la convertibilidad, se crearía un
nuevo signo monetario y se establecería una paridad de 1 x 1. El Banco Central ya no
podría crear masa monetaria (la “maquinita” de imprimir billetes-sucres), deteniéndose
la crónica devaluación. A continuación —decía Bucaram— se controlaría la especulación
de precios y se detendría la inflación. Habiendo mejorado la capacidad de compra de la
población en general, los motivos del descontento social se mitigarían. El “canto de las
sirenas porteñas” no fue creído por el Frente Patriótico y su entorno de organizaciones y
movimientos sociales, que continuaron alistando el complot.
La bataola de exabruptos del presidente, así como de las maniobras de escena que
protagonizaban sus adláteres cada día, León Febres Cordero (alcalde de Guayaquil 1992-
2000) desojaba margaritas, guardando la esperanza de poder cabalgar al anca del gobierno
de Abdalá Bucaram, para lo cual le habían colocado a Fabián Alarcón Rivera en la
Presidencia del Congreso. Ellos aseguraban así la hegemonía política, mientras que los
grupos económicos que estaban en su entorno, ultimaban detalles al plan macro
económico que era una continuación de la aplicación del modelo neoliberal vigente.
Estaban en juego asuntos estratégicos: las privatizaciones de empresas estatales y de la
seguridad social, la eliminación de los subsidios a los precios de los combustibles, el
ajuste de tarifas de los servicios básicos y la anunciada convertibilidad del sucre. El
principal mecanismo de la política económica de Bucaram era el “plan de
convertibilidad”, que fue resumido así: (Palán, Z, 1997)
“... requería de políticas económicas de ajuste que sin ser del todo diferentes a las
adoptadas por los gobiernos anteriores, iban a ser más duras, puesto que de un solo toque
se pretendía crear las condiciones más óptimas para un proceso de privatizaciones
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rápidas, fijar la paridad cambiaria de cuatro sucres por dólar, bajar la inflación, lograr
la flexibilidad laboral, eliminar los subsidios y el déficit fiscal...”
Añade Zonia Palán que las medidas de ajuste anunciadas por el gobierno para los
primeros días de enero de 1997 comprendían “eliminación del subsidio al gas cuyo precio
aumentaría 300 %, aumento de las tarifas de electricidad en 150%, aumento de las tarifas
de telefonía entre 500 y 700 %, aumento de la tarifa del transporte popular en 30 %...”
Como cortina de humo actuaba el temperamento del presidente, pero detrás del telón del
escenario estaba que hervía la disputa entre los sectores del capital. Desde la campaña
electoral, Abdalá Bucaram había logrado acercar a dos y medio grupos económicos de
gran potencia acumuladora de capital: el grupo Isaías (banca, finanzas, industria, medios
de comunicación), el grupo Noboa Pontón (agro exportación, transporte marítimo y
banca).
Abdalá Bucaram no era un “hombre de papel” en ese matrimonio de conveniencia. Él
lideraba un grupo en ascenso dedicado al gran matute y el comercio al interior del país.
Su sector del capital se arropaba en los muelles del Puerto Nuevo de Guayaquil, donde
fluía el gran contrabando al socaire de cientos de conteiner, cuyo contenido se pasaba por
las barbas de los “señores de la aduana” e iba directamente a las bodegas tanto de los
comercios de la Bahía, como de algunas conocidas casas de importaciones, cuyos
propietarios hacían fiesta en honor al presidente de la República.
Los intereses del presidente hacían de argamasa de los dos grupos mencionados, basando
su proyecto acumulador en el expolio de los recursos del Estado por la Toccata y fuga del
cobro de aranceles aduaneros y la posterior distribución en el mercado interno que estaba
en manos de lo que se dio en llamar “el grupo libanés amo del contrabando”.
La oposición a Bucaram se construía actuando en dos frentes: el Congreso y los
movimientos sociales y la izquierda. Haciendo el rol de “puente”, el Movimiento
Pachacutik-Nuevo País, gracias a sus ocho diputados en el Congreso y sus influencer en
los movimientos sociales, los sindicatos y en ciertos segmentos de la organización
indígena nacional. En el Frente Patriótico se encontraron los movimientos sociales (donde
subsumían los remanentes de la izquierda partidaria) y la formación política en ascenso:
el Movimiento Pachacutik-Nuevo País. El Frente Patriótico se convirtió en la plataforma
clave de la oposición a Bucaram juntando —cual la pólvora al nitrato de potasio, el carbón
mineral y el azufre— a tres elementos de alta ignición: “la locura” del primer mandatario
(a confesión de parte relevo de prueba), la convertibilidad de la moneda que se pondría
en marcha en enero de 1997 y el programa económico neoliberal que él heredaba como
modelo de acumulación de los gobiernos que le habían precedido los catorce años
anteriores de régimen democrático.
La democracia directa sonaba a Sinfonía. El objetivo era tejer una trenza de tres hilos:
oponerse a que el gobierno continúe la política económica neoliberal que dejó cimentada
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de la ID, entonces se firmó el acta de la caída del gobierno. Para eso también ya
habíamos adelantado los acuerdos con el general Paco Moncayo, jefe del Comando
Conjunto de las Fuerzas Armadas. Entonces se comenzó a convocar al pueblo de Quito
para la caída del gobierno de Bucaram.”
Había que dar por lo menos tres pasos tácticos de gran importancia para asegurar el éxito
de la maniobra: tomar el pulso a la cúpula de las Fuerzas Armadas liderada por el General
Paco Moncayo, quien, por ser el héroe mayor de la guerra en el Cenepa, era el mayor
influencer en la coyuntura. De otra parte, acordar los detalles del coup d'etat con el líder
de la derecha, quien era además alcalde Guayaquil. Finalmente, articular las
manifestaciones del pueblo de Quito, para lo cual la clave la tenía el alcalde de la capital,
Jamil Mahuad, quien debía actuar como “Gran Maestro de Ceremonias”, convocando
(aunque controlando la agenda) a la Asamblea de Quito, instancia icónica en la historia
de los levantamientos populares de la ciudad.
Con el alcalde de Guayaquil, León Febres Cordero, el acuerdo político fluyó rápido.
Napoleón Saltos (Pachakutik-Nuevo País) da su testimonio: (Saltos, N., 1997)
“El 17 de diciembre (1996) nos entrevistamos con León Febres Cordero en Guayaquil.
Nuestra propuesta fue clara: era necesario sacar a Bucaram. León creía que todavía era
muy temprano, que había que esperar por lo menos hasta abril para que se desgaste, pues
de otra manera podría luego regresar como víctima. Por eso él privilegiaba el escenario
parlamentario, inclusive con el posible cambio de Alarcón, que hasta ahí se había
constituido en la carta clave de Abdalá. Aunque al final señaló que si había una
sublevación en Quito, esta se extendería a todo el país y las Fuerzas Armadas no podrían
sino respetar la voluntad popular.”
La sui generis coincidencia política entre los movimientos sociales del Frente Patriótico
con las fuerzas políticas de la derecha, el centro-derecha, la Izquierda Democrática y
Pachacutik-Nuevo País se materializó en un golpe blando de Estado. Los unos ejerciendo
la democracia directa, en sendas asambleas barriales (incluyendo la Asamblea de Quito
liderada por el alcalde Jamil Mahuad), exigieron la revocatoria del mandato de Bucaram.
Los otros, ejecutando una maniobra congresal memorable, mediante la cual el 5 de febrero
de 1997 le declararon a Abdalá Bucaram “en estado de incapacidad mental para
gobernar…”. En el Congreso un diputado que pecó de candoroso adujo que se necesitaba
un peritaje médico y un certificado de un psiquiatra colegiado para tomar aquella
resolución, recibiendo como respuesta una carcajada general y un argumento soberano:
“El Congreso actúa en nombre del pueblo que ya se pronunció en las calles...”
En la mitad del camino se atravesaba un asunto formal, que resultó tortuoso: la
Constitución vigente disponía que en el caso de cesación definitiva de sus funciones, al
presidente de la República le subrogue quien ocupe la Vicepresidencia de la República, a
su falta el titular de la Presidencia del Congreso y en última instancia, el Presidente de la
Corte Suprema de Justicia.
Rosalía Arteaga no contaba con la gracia política de quienes estaban en la conjura, que
habían “dejado” la decisión definitiva de la subrogación en las manos del Congreso,
donde la mayoría se conformó con los votos de tres partidos: Social Cristiano, Pachakutik
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Lo que al inicio de este artículo llamamos periodo de transición 1984-1997 se cerró con
la aprobación de la Constitución de 1998. Esa carta política es progresista en materia de
derechos sociales y políticos, en materia de economía fue consagratoria del estatus quo y
en la forma del Estado arraigó el formato presidencialista. Dos de cal y una de arena,
diríamos para connotar lo trágico y rescatar lo esperanzador. Se puso luz al asunto
procurando aclarar la aparente ambigüedad, cuando se refirió a los derechos de la Mujer
conquistados tras casi veinte años de lucha (1980-1998) y consagrados en dicha
Constitución. Leemos: (Arboleda V., 2007)
“En el ciclo de vindicación de los derechos de las mujeres instaurado en el Ecuador a
partir de 1980, la Constituyente de 1998 fue un punto de llegada (...) En efecto, en 1998 —
gracias a veinte años de lucha y a la participación en movilizaciones nacionales como la
que condujo al derrocamiento de Abdalá Bucaram— el Movimiento de Mujeres logró
inscribir en la Constitución 34 normas que establecieron nuevos derechos civiles, políticos,
sexuales y reproductivos y —en menor medida— económicos, sociales y ambientales, para
las mujeres.
“En 1998 las demandas por la igualdad y la ciudadanía (garantía del Estado a los
derechos, libertades y oportunidades sin discriminación por sexo o por orientación
sexual), se articularon a otros derechos como el reconocimiento de las labores domésticas
en tanto trabajo productivo, de las jefas de hogar, las madres trabajadoras, las gestantes,
las mujeres del sector informal y las viudas como merecedoras de protección especial, de
la unión de hecho con estatuto legal y de un nuevo concepto de familia, de una educación
no discriminatoria ni sexista, y de la obligación del Estado de garantizar esos derechos
con políticas de igualdad de oportunidades.
“La Constitución de 1998 expresó el punto más alto, pero también el límite del Movimiento
de Mujeres de la época, caracterizado por: —Privilegiar las reformas legales y el acceso
al poder, sin cuestionar ese poder como correlato de un Estado patriarcal. —Asumir la
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Raúl Borja N.
Conocoto 22 de septiembre de 2022
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