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LA DEMOCRACIA EN ECUADOR EN EL PERIODO 1984 - 1998


Raúl Borja N.
Diciembre 2022
Agradezco a Edmundo Guerra V. por sus aportes y comentarios críticos a este texto.

I. INTRODUCCIÓN
En este artículo se desarrollará una tesis en torno a la construcción del régimen
democrático en Ecuador en un periodo reciente de su historia en el que se confrontaron
dos paradigmas. De un lado, el mantenimiento del estatus quo, esto es, de la forma
tradicional de Estado y su relación con la sociedad, posición mantenida y representada
por algunos partidos políticos y grupos de presión, actores usufructuarios de la
subordinación social. Complejo alimentado por patrones tradicionales de pensamiento
que trasladan al campo de la sociedad, visiones e imaginarios ideológicamente
conservadores. De otro lado, las fuerzas políticas y tendencias que propugnan el cambio
de estructuras económicas y sociales, así como la reforma de la institucionalidad del
Estado. Paradigma expresado mediante programas e idearios políticos, elevados a la
condición de necesidad histórica de la sociedad en general, un todo revestido con la
ideología de la modernización integral que abarca la economía, la política, la cultura,
hasta las prácticas consuetudinarias y rituales de la vida de las personas. Complejo que
comprende el funcionamiento de la economía, el entramado jurídico-político del Estado
y la vinculación del país al sistema mundial del capital, que —desde este enfoque— es la
representación idónea y supina de la modernidad.
Proyectando en el tiempo dicha construcción del régimen democrático en Ecuador —lo
que abarcaría un periodo largo de más de cuarenta años— distinguimos cuatro momentos
que se traslapan sin solución de continuidad. En este artículo hablamos de un tiempo de
despegue de la democracia ubicado entre 1978 y 1984; de un lapso de transición de 1984
a 1997; de un intervalo de gran inestabilidad entre 1998 y 2006; y de un periodo de
reconfiguración del régimen democrático, que va de 2007 a 2017. Nosotros abordaremos
tan sólo el tiempo de transición: 1984 -1997, teniendo presente —eso sí— que se trata de
un gozne entre el despegue de la democracia y la gran inestabilidad del régimen
democrático, dos momentos claves de nuestra historia reciente.
A modo de hipótesis sostenemos que en el proceso de construcción del régimen político
del Ecuador contemporáneo se pusieron en juego tres fenómenos tendenciales y uno
ubicuo. Como tendencias objetivas hablamos del progresismo en lo social, la
modernización de la economía capitalista y la institucionalización jurídico-política del
Estado. Como sombra perenne, le vemos al populismo.
En dicho proceso de construcción, al sucederse un crónico desencaje de las tres tendencias
en juego, el régimen político vive una circunstancia crítica permanente. La inestabilidad
política, económica y social es una constante, en medio de lo cual el populismo sobrevive
y crece como una mancha de aceite sobre las aguas encontradas de una periódica disputa
electoral. Si nuestra hipótesis es real, el populismo haría el rol funcional de salvavidas.
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Para los apologistas del régimen formal de partidos políticos, el populismo es un mal
necesario, una endemia viral que de tiempo en tiempo aviva la calentura de la democracia
representativa, lo que le lleva a vivir al régimen político en permanente impasse, que es
sinónimo de ingobernabilidad.
Peor aún: al alimentar la adhesión del “pueblo” en los momentos electorales, el fenómeno
complejo del populismo gesta un estado emocional de paroxismo, gracias al cual, en el
clímax de los procesos electorales la gente aliena su justa necesidad de buen vivir a
cambio de un ramo de esperanzas. El final del drama es tragicómico: el salvavidas termina
ahogándose agarrado de la mano del salvado. Esa es nuestra metáfora de la democracia
en el Ecuador en el periodo posterior a 1978.
En este artículo asumimos la definición de Flavia Freidenberg (2007) sobre el populismo:
“Es un estilo de liderazgo, caracterizado por la relación directa, carismática, personalista
y paternalista entre líder y seguidor, que no reconoce mediaciones organizativas o
institucionales, que habla en nombre del pueblo y potencia la oposición de este a los
‘otros’, donde los seguidores están convencidos de las cualidades extraordinarias del líder
y creen que gracias a ellas, a los métodos redistributivos y/o al intercambio clientelar que
tienen con el líder (tanto material como simbólico), conseguirán mejorar su situación
personal o la de su entorno.”
En general, la democracia es al régimen político lo que la argamasa de arena, agua y
cemento es a la necesidad de juntar las partes de un edificio en construcción. Con esta
premisa, ¿cómo entenderle al régimen político? Francisco Muñoz (2014) ensaya esta
comprensión:
“… en esta línea se diferencia la forma del estado y el régimen político, entendiéndose por
forma de estado a la articulación de intereses de clases, fracciones, grupos económicos,
poderes de facto, entrelazados y conducidos todos ellos por el grupo o fracción que domina
a las otras y las conduce de modo hegemónico, desde una perspectiva estratégica del
domino político; y por régimen político (entendemos) a las formas y mecanismos jurídicos
o consuetudinarios que expresan y regulan los vínculos entre el estado, la sociedad y la
economía. (…) En este nivel se encontrará el entramado institucional que norma las
relaciones entre las principales funciones del estado y la sociedad, los partidos y
movimientos políticos, los movimientos sociales, las organizaciones de facto, los medios
de comunicación, las formas y mecanismos electorales, etc.”
Objetivo de este análisis será identificar los alcances y limitaciones de la democracia en
Ecuador durante el periodo señalado, en su interrelación con el proceso de construcción
de un régimen político opuesto a los afanes dictatoriales. Por lo tanto, el análisis
reconocerá cuatro visiones sobre la democracia:
• El modelo clásico que sostiene que la democracia se realiza gracias a la separación de
las tres funciones del Estado y el ejercicio de los procesos electorales, de cuyos resultados
emana la autoridad de los mandatarios.
• El modelo que plantea que la democracia —además de lo anterior— se afirma en el
funcionamiento de mecanismos de control entre las funciones del Estado, para evitar los

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abusos del poder mediante el juego normado de “pesos y contrapesos”, más indispensable
aún en un sistema de gobierno presidencialista como el nuestro.
• La visión que enfatiza que la democracia debe sostenerse en la realización de reformas
sociales y económicas que modifiquen las relaciones asimétricas entre las clases y
sectores, gracias a la intervención del Estado garantista de los derechos. Considerando
que al hacer aquello se puede limitar las libertades, en cuyo caso, la paradoja de la
democracia sería que más justicia social conlleva el riesgo de menos libertades.
• La cuarta visión valora todo lo anterior y lo enmarca en el ejercicio real del derecho a
la participación directa de la sociedad. Sostiene que la democracia representativa —aún
con todo lo expuesto— es insuficiente si le cosifica al pueblo. El paradigma de la
democracia participativa y directa sostiene que los mandatarios son delegados del poder
del pueblo, quien, gracias a su organización, movilización y acción directa, puede in
summa causa revocar el poder delegado por el soberano.
Mientras las dos primeras visiones equiparan a la democracia con el funcionamiento de
las formas y los procedimientos racionales del sistema, las visiones tercera y cuarta ponen
sobre la mesa la estabilidad de los andamios de los poderes instituidos, afirmándose en
las necesarias reformas estructurales y la participación real de los actores sociales. Desde
la plataforma de este enfoque tenemos la oportunidad de ver críticamente a los actores
conservadores del estatus quo y a los reformadores, sin descuidar que entre ambas
posiciones se filtra cierto pensamiento paradigmático que cree que la modernización es
el resultado de los cambios institucionales en el Estado, que pueden implementarse al
margen de la disputa por la repartición de las cuotas de poder económico y político, que
es lo que encarnan los conservadores del estatus quo y los reformistas.
Tiempo histórico el de nuestro análisis, en el que se pusieron a prueba de fuego aquellas
cuatro visiones de la democracia, en contextos de intensa lucha social y disputa política.
En efecto, en 1978 se inició un proceso de construcción del régimen democrático que aún
se muestra inacabado y luce como fallido. Empero, proceso positivo, como lo demuestran
los avances en los campos de la consagración de los derechos sociales, políticos,
económicos y culturales (DESC). Marco en el que se obtuvo logros significativos en la
defensa de los derechos humanos. La conformación de la Comisión Ecuménica de
Derechos Humanos (CEDHU) es un buen ejemplo. Igualmente, los avances en el
reconocimiento de los derechos de la Niñez y la igualdad jurídica de la Mujer. El avance
más notable de este tiempo histórico es la aceptación de la plurinacionalidad del Estado,
lo que empezó a florecer en los 80’ y maduró en la Constitución de 2008.
Avances que no fueron otorgados graciosamente, sino ganados mediante la movilización
y lucha de los movimientos sociales y políticos progresistas y reformadores. En el caso
específico de la conquista sobre el Estado plurinacional, ésta fue el resultado de la
movilización legendaria de los pueblos ancestrales que, particularmente durante los 80’
y 90’ lograron algo extraordinario: alinear a la sociedad ecuatoriana con su gran
paradigma.

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Desde la comprensión de la contradicción como el combustible del motor de la historia,


creemos que el Ecuador contemporáneo ha vivido un tiempo de avances y retrocesos que
—sin embargo— está lejos de plasmarse como una realidad concreta y sostenible, en un
régimen político en el que el paradigma de la democracia sea el pivote central de un
sistema de justicia social y derechos, lo que sería para nosotros lo ideal.
Periodo largo de casi medio siglo de la reciente historia del Ecuador durante el cual la
disputa democrática confrontó básicamente tres tendencias políticas: la conservadora del
estatus quo que, al estilo del gatopardo, admite a desgano que algo cambie para que todo
siga igual. Hablamos entonces del Ancien Régime que empolla bajo sus alas al poder
oligárquico. En el lado opuesto, las diversas posiciones ideológico-políticas que
proclaman y luchan por las reformas, posiciones que van desde la tibia social-democracia
hasta la izquierda no-radical. ¿Y en el centro? Un centrismo que se esfuerza porque se
modernicen las estructuras anacrónicas del sistema jurídico-político ecuatoriano, incluso
proclamando como una necesidad que cambien “Las costumbres de los ecuatorianos”,
todo y mucho más sobre la base de las visiones racionales de una pléyade de tecnócratas
de lo político.
Construir el andamiaje propio de un Estado moderno resonó en los años 80’ y 90’ como
una proclama ideológica disfrazada de tecnicismos, paridos en los órganos multilaterales
de conocido posicionamiento: Banco Mundial, BID, FMI, que hacían el rol de “cabeza
de playa” en una arena de conflictos políticos y de clase en el que fue casi imposible
consensuar las diferencias, de modo tal que la tan mentada “modernización del Estado”
jamás llegó a ser semilla fértil que caiga en buen terreno. No parece que esto sea un asunto
de tal o cual “decisión racional”. Es que —históricamente— el llamado Estado
premoderno ha sido el modo anacrónico y real de ejercer el poder hegemónico de los
grupos oligárquicos. 1
¿Cuál habría sido la clave perdida de ese proceso de ensamble fallido entre la
modernización jurídico-política del Estado y la democracia? Adelantando nuestro criterio
diremos que es la imposibilidad objetiva de acoyuntar las otras piezas del puzle: el
ejercicio de la democracia con contenidos de cambio social y la modernización de la
economía capitalista. La consecuencia fue el imposible-práctico de que la deseada
estructura del régimen democrático sea la arena de convivencia de los sujetos sociales y
políticos diversos y hasta opuestos, de modo tal, que la lucha de las clases y sectores por
sus legítimos intereses sea parte sustancial del drama político en escena y no caldo de
cultivo de la violencia y la autocracia.

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Siguiendo el pensamiento de Agustín Cueva, el Ancien Régime en Ecuador corresponde al largo periodo
republicano de hegemonía de los grupos locales y regionales de poder económico, a los que se ha llamado
oligarquías, que han protagonizado una histórica disputa del control del poder político con las burguesías
bancaria y exportadora principalmente. Proceso histórico de lucha y resistencia, con altibajos y casos
notables como fue la reforma institucional modernizadora del Estado ecuatoriano (1925-1931) llamada
revolución Juliana.
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Proceso de construcción del régimen político en el que sobre la mesa se jugaron cuatro
barajas: tres ases de corazón negro y un as de corazón rojo. A modo de tendencias
generales del pensamiento y la acción política, en el periodo largo estuvieron en juego el
progresismo en lo social, la modernización del capitalismo en lo económico y la
institucionalización jurídico-política del Estado. ¿Y la cuarta baraja? El as de corazón
rojo fue el populismo, no como pensamiento en disputa por la hegemonía ideológica, sino
como práctica consuetudinaria en la lucha política, actor constante del drama (¿tragedia
o comedia?) de la democracia puesto en la escena. El populismo como fenómeno, no
como caricatura, ha sido (es) el consorte necesario de la boda en escena, el invitado a la
mesa de juego indispensable a la hora de ganar las elecciones, aunque luego cause
arcadas.
Resumiendo, sostenemos que el desencaje de esas tres tendencias explica a modo de
condición sine qua non el estado inacabado de la democracia ecuatoriana, falencia que
alimenta al populismo como fenómeno político que, siendo permanente, es una constante
que exacerba los momentos electorales, suspensus coitus que enerva y luego lastima el
gollete de un régimen democrático en construcción, que siendo en sí mismo frágil,
deviene un proyecto inconcluso.
Comprensión de conjunto sobre el régimen político que tiene un elemento que adiciona
dificultad. Un algo ecuatoriano que visto desde afuera de la vitrina poco se lo entiende:
la incidencia de lo regional en la contradicción. Años atrás hablábamos del regionalismo
como una exacerbación “natural” de ciertas pasiones, condicionada por el origen
geográfico de las personas y los influjos del paisaje. Mono, serrano, guayaco, quiteño,
costeño, paisano… entre otros, eran vocablos cargados de significado generalmente
peyorativo. Nacer en la Costa o en la Sierra, al filo del mar o en el páramo parecía
determinar el comportamiento y —por ende— el modo personal y gregario de
relacionarnos, variable que incidía —inexorablemente— en la política, poniéndole patas
arriba a la explicación sociológica racional y weberiana del comportamiento societal.
En efecto, en el periodo que enmarca nuestra reflexión vimos como actores en escena, a
los bancos y las financieras, los diarios y las revistas, los movimientos sociales y
movimientos políticos, vimos a intelectuales e influencer, a obispos y militares, amén de
los partidos, cada cual con un ADN grabado en su sangre por su origen regional. Peor aún:
el regionalismo fue (es) una constante jugando a péndulo en la sociedad en su conjunto,
no obstante, concentrando sus energías más que todo en los sucesos políticos que ocurren
en los polos de un país que se parece a un espécimen bicéfalo, con dos “capitales”: Quito
y Guayaquil. Sobre las connotaciones políticas del regionalismo, ahora adelantamos un
criterio: los dos más importantes partidos que han gobernado el Ecuador a su turno,
gozaron de aceptación regional concentrada. El Social Cristiano nunca tuvo gran
aceptación en Quito y la Izquierda Democrática la careció siempre en Guayaquil. Se
puede afirmar algo similar de sus líderes históricos principales: Febres Cordero y Jaime
Nebot, de un lado, y Rodrigo Borja, de otro. Pero esto no es más que la cabeza del iceberg.
El regionalismo en la política ecuatoriana tiene raíces tan entrañadas en nuestra historia,
que al menos nacen con la fundación de la república.
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II. EL RÉGIMEN POLÍTICO EN EL RETORNO A LA


DEMOCRACIA
El tiempo de transición 1984 – 1997 que abordaremos en adelante hizo de bisagra entre
el inicio del periodo de retorno a la democracia representativa y la fase de profunda
inestabilidad que corrió a galope entre 1998 y 2005.
Para poner en contexto, vale hacer un recorderis: en 1978 una mayoría de la población
sufragante aprobó en referéndum una Constitución que consagró la restructuración
jurídica del Estado una vez agotado el oxígeno del régimen dictatorial iniciado en 1972.2
Por vez primera en la historia republicana, el 15 de enero de 1978 tuvimos un referéndum
aprobatorio de la Constitución y la Ley Electoral y de Partidos Políticos, éste, el
instrumento jurídico clave con el que se pretendía modernizar el modus operandi de la
disputa electoral. 3 El 16 de julio de ese año se votó en primera vuelta la elección de
presidente de la República, otra modalidad electoral jamás aplicada en el Ecuador.
La Constitución de 1978 (la décimo octava en nuestra vida republicana) expresó en cierta
medida la vocación mayoritaria del pueblo a favor de las causas del progresismo en lo
social. Lo más destacado de esa carta política fue el reconocimiento de la ciudadanía y
del derecho a votar a las personas que no sabían leer y escribir (analfabetas), superándose
así una barrera discriminatoria que se arrastraba desde el inicio de la República de
Ecuador.
Al socaire de la nueva Constitución se realizó el proceso electoral de dos vueltas, modelo
copiado de la Quinta República Francesa para la elección presidencial, mismo que
culminó en abril de 1979 con la ratificación en ballotage del triunfo de Jaime Roldós
Aguilera, quien lideró una alianza política de las fuerzas progresistas que vencieron a los
partidos de la derecha arrejuntados en el Frente Nacional Constitucionalista (FNC)
liderado por Sixto Durán Ballén.4
La alianza CFP-DC 5 se configuró como un telón donde se proyectaban de modo especular
las tres tendencias relevantes del proceso de construcción del régimen democrático: el
progresismo social, la modernización del capitalismo y la institucionalización del aparato
jurídico-político del Estado. Apoyando a la alianza —acaso de modo anónimo— estaban

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Régimen dictatorial que en 1972 fue bautizado en la pila del “excremento del diablo”, como le llamó al
petróleo el venezolano Juan Pablo Pérez Alfonso, el “padre de la OPEP”. Originalmente, los indígenas
llaneros llamaban a esa brea que manaba del subsuelo “la mierda del diablo”.
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La comisión que preparó el proyecto de Ley Electoral y de Partidos Políticos fue presidida por Osvaldo
Hurtado, quien imprimió al texto una visión modernizadora del régimen jurídico-político del Estado.
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En el FNC (Frente Nacional Constitucionalista) estuvieron los partidos Social Cristiano, Conservador,
CID, PNR, ARNE y la Federación Nacional Velasquista. En la primera vuelta esta coalición de derecha
obtuvo el 23.9 % contra el 27.7 % de Jaime Roldós. En el ballotage Roldós saltó al 68.5 % y Sixto Durán
se estancó en el 31.5 %.
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Para inscribir su nombre en la papeleta como candidato a la Vicepresidencia, Osvaldo Hurtado (DC) tuvo
que afiliarse a CFP pues su partido no era reconocido por el TSE.
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las bases de las organizaciones sociales del FUT, de la UNE, del estudiantado, de las
organizaciones nacionales y locales campesinas, de los pobladores y empleados públicos,
entre otras. Bases más bien alineadas con la izquierda (FADI) que optaban con sobrado
realismo por una fórmula centrista que se disputaba la primacía del control del Estado en
la arena electoral. Por eso dijimos (Borja N., 2020) que el apoyo a Jaime Roldós era más
que todo una apuesta a favor de la expectativa social mayoritaria:
“La mayoría del pueblo se inclinaba a favor de Jaime Roldós de manera intuitiva, actitud
que acertaba al distinguir entre el joven líder político que hacía renacer ciertas esperanzas
de cambio social largamente aplazadas, y el viejo político, Sixto Durán, que se mostraba
a los electores como la experiencia encarnada en un hombre de franca derecha ideológica,
además de haber sido aliado de los dictadores militares desde 1972.”
A favor del nuevo líder estuvo un gran contingente de profesionales de carreras
universitarias, tecnócratas, juristas, embajadores de carrera y muchas personas de clase
media que apostaban por un cambio ordenado del andamiaje jurídico del Estado. Ancho
cause social que se conformó para ganarle en franca lid democrática al candidato de la
derecha, Sixto Durán. La mayoría del pueblo vivía en los suburbios y arrabales costeños,
entonces, era indispensable que Don Buca —el líder carismático del populismo— ponga
en juego su potencia electoral. Don Buca hizo con éxito el rol de caballo percherón a
favor de la consolidación del régimen jurídico democrático que se asemejaba a un infante
aprendiendo a caminar.
Una breve digresión: al referirse a Luis Bonaparte (quien se hizo coronar emperador de
Francia) Marx sostuvo que “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y
personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se
olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa.” (Marx, K.,1852) Si
aplicamos esa afirmación al Ecuador de 1978 veríamos que se cumplió de modo cabal,
pero al revés. Es que lo que comenzó ese año como un non sancto matrimonio entre CFP
y DC —solemnizado con el acuerdo político entre Asaad Bucaram, Julio César Trujillo
(conservador progresista) y Osvaldo Hurtado para ganarle en las urnas a la derecha y
hacer un gobierno social-populista— terminó en 1981 en un magnicidio, en una tragedia
que trascendió ese momento.
Hecho que gravitó en adelante pues a partir del magnicidio empezó un tiempo durante el
cual se fue cayendo el telón del proyecto de construir un régimen democrático que
ensamble las tres tendencias mencionadas. Empero, el populismo subsistió pues no era
una variable dependiente de aquellos tres fenómenos tendenciales, o precisamente por su
debilidad para constituirse en los andamios que, ensamblados, sostengan un régimen de
tales signos. Como veremos adelante, el populismo de los 80’ retomará el discurso de
pueblo versus oligarquía, en un contexto de convivencia con el estatus quo. Esto es, con
la muerte de Jaime Roldós, el populismo perdió el carácter social-reformista y se tornó
una plataforma exitosa para ganar elecciones, aun tranzando con los gobiernos centristas
posteriores y sus reformas gatoparduzcas. En suma, el fenómeno populista —cuyas raíces
son profundas en el subsuelo de la realidad socio-cultural y política del Ecuador— halló
en dicha carencia de ensamble de las tendencias del progresismo social, la modernización
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del capitalismo y la institucionalización jurídica del Estado, el caldo de cultivo para su


subsistencia y multiplicación casi viral.
A Jaime Roldós le cupo el honor de iniciar la procesión democrática en agosto de 1979,
cobijado con una bandera programática de tibias reformas sociales y tintes progresistas.
Para desgracia de todos, su vida terminó el 24 de mayo de 1981 en el cerro Huayrapungo
(Celica, Loja), víctima de un magnicidio que jamás fue esclarecido. ¿Fue ese el precio
que debió pagar por darle al proceso político un renovado sentido democrático con toques
participativos? El eslogan político de lo programático de Jaime Roldós era simple, dicho
de tal modo para que comprenda el pueblo: desarrollo económico con justicia social. A
esto él le añadía un pensamiento avanzado sobre la democracia participativa, algo que
está expuesto y condensado en su primer discurso como presidente de la República, dado
el 10 de agosto de 1978 ante el Congreso. Un discurso que merece ser escuchado, para
apreciar el potente manejo de los recursos auditivos de la retórica del carismático líder.
(Cornejo M., et.al.: 1981)
A la izquierda Jaime Roldós le hizo soñar en la aplicación de un programa progresista
desde el gobierno, enriquecido con la participación de las organizaciones sociales
lideradas por el FUT y los movimientos políticos en gestación. Desde la izquierda y las
organizaciones sindicales y campesinas elevamos el tono de un discurso de exigencia al
mandatario sobre los contenidos de la democracia. Nosotros creíamos que la democracia
debía ir al altar del brazo de un consorte que se juegue la vida por las reformas sociales.
Hablábamos de cambios estructurales, pero no creíamos en la modernización de la
economía capitalista. Tampoco nos interesó la reforma de la institucionalidad jurídica del
Estado, santuario que no lo asumimos, quedando en manos de los juristas, los políticos
centristas y los tecnócratas de nuevo cuño.
Jaime Roldós amagó posicionar al Estado ecuatoriano en la escena de la política
internacional, donde se daban la mano dos causas. De un lado, la defensa de los derechos
humanos, inclusive superando la limitación de las fronteras nacionales (Doctrina Roldós
de los Derechos Humanos). De otro lado, la defensa de la soberanía de las naciones y los
pueblos, cuyas principales trincheras se cavaban entonces en Panamá, Nicaragua y
Bolivia, entre otros países del continente que desafiaban al Imperial hegemon del mundo.
La salida del Ecuador del Instituto Lingüístico de Verano se pareció a una correntada en
la que confluyeron varias fuerzas: la izquierda, la academia, los sindicatos obreros, las
organizaciones de campesinos e indígenas, la Iglesia progresista y personajes de prestigio
e influencia mundial como el Premio Nóbel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel. Esa fue
una gesta emblemática de movilización y unidad, que en mayo de 1981 obtuvo la victoria,
cuando Jaime Roldós alineándose con los actores de dicha demanda política, decretó la
salida del Ecuador del ILV actuando en nombre de la soberanía nacional.
Jaime Roldós nombró como autoridades del ejecutivo en las parroquias de población
indígena mayoritaria en varias provincias: Loja, Cañar, Chimborazo, Tungurahua,
Cotopaxi, Pichincha, Imbabura, a quienes habían sido nominados por las comunidades en
asambleas en las que se ejercía la democracia directa ancestral. Esas autoridades
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inauguraron el uso del kichua al aplicar “la ley de los mestizos”. En otra memorable
medida, Jaime Roldós dispuso la realización de la Campaña Nacional de Alfabetización,
que debía ser en Castellano y la lengua ancestral de la localidad.
Amparado en la Constitución aprobada en referéndum, Jaime Roldós anunció que
convocaría a una consulta popular sobre una reforma constitucional por la cual se
disolvería el Congreso y se convocaría a nuevas elecciones de diputados. Él pretendía así
poder gobernar sin la trampa de la tradicional pugna de poderes, una suerte de oclusión
intestinal crónica del sistema político o —si se quiere— una estratagema de zancadilla
permanente de la oligarquía a la democracia.
El Ancien Régime no podía soportar aquello. Atravesada por el miedo a perder sus viejos
privilegios políticos, el FRN y las cámaras de la producción contraatacaron, torpedeando
el plebiscito anunciado por Jaime Roldós, que no amenazaba las estructuras económicas
del capitalismo premoderno del Ecuador, aunque sí reformaba de la mano del
presidencialismo reforzado y la democracia participativa, las estructuras caducas del viejo
sistema que servían de parapeto para la acción legal o factual de los grupos oligárquicos.
La derechización flagrante de CFP y su entente en el Congreso con “los patriarcas de la
componenda” (palabras de Jaime Roldós), condujo a la formación de un nuevo partido
social-populista: Pueblo - Cambio y Democracia (PCD). Liderado por el mandatario, en
el PCD se cobijaron León Roldós, Aquiles Rigail, Alejandro Román Armendáriz y una
pléyade de políticos progresistas guayaquileños, unos hechos en las aulas universitarias,
otros forjados en los burós de abogados del Puerto. Un partido de buenos pensadores,
algunos diletantes, muchos profesionales, toda una amalgama carente de ligazón cultural
con el pueblo.
Jaime Roldós fue vencido por las presiones de los grupos oligárquicos y las maniobras
congresales de la derecha, que le condujeron a capitular su iniciativa plebiscitaria. De
nada le valió aquello, su suerte estaba echada. Junto a su esposa y compañera, al staff
presidencial y una élite de militares de su confianza, murió en aquel accidente del avión
presidencial recién inaugurado. Sostuvimos que se trató de un magnicidio que
representaba un retroceso al sentido progresivo que se intentó dar al proceso de
construcción del régimen político democrático.
Un golpe regresivo que no debía habernos sorprendido. En octubre de 1977 Osvaldo
Hurtado había advertido en una memorable entrevista a la revista Nueva, que “Ecuador
marcha hacia la derecha…” (Nueva, 40) Sobrada razón tenía el máximo dirigente
democristiano, pues en América Latina el neoliberalismo había comenzado a marchar
primero al paso de las botas y al son de los sables militares que sellaron con sangre los
sangrientos golpes en Chile (1973) y Argentina (1976), escarmentando los proyectos de
la Unidad Popular y del Peronismo progresista. A escala planetaria, los gobiernos de
Margaret Thatcher (1979) y Ronald Reagan (1981) habían inaugurado la regresión
neoliberal en Gran Bretaña y Estados Unidos, a comienzos de los 80’.
Fallecido Jaime Roldós, nació del vientre de CFP (Concentración de Fuerzas Populares)
un Enfant terrible, el PRE (Partido Roldosista Ecuatoriano) liderado por Abdalá
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Bucaram, alineado desde entonces con la fracción guayaquileña del gran capital mercantil
vinculado al contrabando. Más tarde, el PRE iría más lejos: sellaría una alianza con el
poderoso grupo del capital agro-exportador liderado por Álvaro Noboa Pontón. Esto es
algo interesante: Luis Noboa Naranjo fue el padre de la oligarquía de la segunda mitad
del siglo XX y le patrocinó a León Febres Cordero, primero como gerente de la Industrial
Molinera, luego como Senador Funcional por la Industria y finalmente como dirigente
socialcristiano. Más adelante, Álvaro Noboa Pontón, su hijo, se alió con Abdalá Bucaram
cuando éste necesitó acopiar recursos para enfrentar a León Febres Cordero. Argumento
digno para una fábula: el mismo lobo con variadas pieles de cordero.
En periodo 1984–1988 los remanentes del roldosismo sumaron sus fuerzas al bloque
progresista, no sólo en el Congreso, sino en las plazas y calles, las arenas de la disputa
electoral. El PRE era la infantería que enfrentaba a León Febres Cordero y sus huestes,
ahí donde más le ardía: en el suburbio de Guayaquil y en otros lugares populares de la
provincia del Guayas. En esa bataola política fueron asesinados dos dirigentes del PRE:
Merlín Arce y Germán Zambrano, en los que intervino Jaime Toral Zalamea,
lugarteniente de Febres Cordero. (Arboleda, V, et.al, 1985)
Abdalá Bucaram fue elegido alcalde del Puerto en 1984 venciendo a otras dos
candidaturas de carácter populista: Cecilia Calderón (FRA) y a la viuda de Don Buca,
Doña Olfa Záccida. Sin duda, el pueblo guayaquileño era la redoma del populismo, aun
vistiendo el día de ir a las urnas, variopintas camisetas.

III. LA INSTITUCIONALIZACIÓN JURÍDICO-POLÍTICA DEL


ESTADO

En los años de despegue del proceso de retorno se impulsó la institucionalización del


andamiaje jurídico del Estado como la tercera viga madre de un edificio en construcción.
Andamiaje cuya estructura jalonaba dos máculas degenerativas: ser herencia del Ancien
Régime y haber sido manoseada con fines non sanctos por los militares durante los seis
años de mandato dictatorial. Dos casos nos ayudarán en esta reflexión.
El presidencialismo convertido en trampa de la democracia, modalidad de ejercicio del
gobierno sostenida por tirios y troyanos durante la vida republicana. Aberración que
conduce al cometimiento de abusos de poder por el primer mandatario. Y en
contrapartida, justificación falaz para que la oposición se atrinchere en el parlamento y se
procure mayorías congresales con diputados venales. Pretexto para hacer oposición a
rajatabla al ejecutivo. Excusa para precipitar las rupturas dictatoriales.
Otro botón de muestra: el partidismo como factor catalítico de la democracia
representativa. Originalmente en Ecuador había tres o cuatro partidos, que en el último
medio siglo se multiplicaron con prácticas promiscuas, actuando en connivencia con las
autoridades electorales designadas por ellos mismos en el Congreso, hasta convertir al
sistema de representación política en un guirigay de voces y personas (caudillos y
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obsecuentes) que —salvo alguna excepción— ignoran el ABC de las doctrinas políticas
y carecen de ideologías, de tal modo que para la sociedad “todos son lo mismo...”.
Cambiar tanto como fuese posible dicha situación; cortar de raíz el zarzal jurídico que
velaba esa realidad; eliminar las reformas sobre reformas (parche sobre parche); podar
la maraña de privilegios estamentales y prácticas consuetudinarias de los partidos;
renovarle la fachada a una democracia representativa anclada en el ritual del voto. Tal era
la necesidad histórica puesta sobre la mesa en 1978, al plantearse el retorno a la
constitucionalidad.
Con una mirada de carácter racionalista surgió la idea de cambiar dos leyes: la de Partidos
Políticos y la de Elecciones, con el propósito de que mejore la calidad del régimen
democrático, aprovechando la coyuntura del retorno, formalmente llamado
Restructuración Jurídica del Estado. Sobre la mesa fueron puestas esas leyes promovidas
por Osvaldo Hurtado y el constitucionalista Gil Barragán Romero, los personajes más
notables de la Democracia Cristiana en dicho proceso de retorno. Leyes que formaban
parte de un proyecto aún más estratégico y de mediano plazo: modernizar la forma
jurídico-política del Estado sobre la base de un tinglado de nuevas leyes y decretos. Por
ende, pensándose en crear nuevos organismos del poder público.
Detrás del discurso modernizador sobre “las caducas estructuras institucionales del
Estado” estaba el paradigma de que los cambios políticos son imposibles si no hay
reformas institucionales que “aseguren la legitimidad y eficiencia de las acciones
gubernamentales.” (Vargas H, 2012). Se consideraba que:
“... el Estado —más que una unidad monolítica y homogénea— está formado y
organizado por una compleja red de grupos de interés u organizaciones
diferenciadas con dotaciones asimétricas de poder e influencia. El
institucionalismo histórico analiza las estructuras y procesos políticos de largo
plazo en donde las instituciones y las ideas que las sustentan son arenas de lucha
y materias de disputa entre los diversos actores.”
Así fue como las leyes de Elecciones y Partidos Políticos fueron aprobadas en el
referéndum del 16 de enero de 1978 junto con la Constitución, confiando de buena fe en
un sofisma: la legitimidad de una reforma al régimen democrático está sacralizada por la
ganancia en las urnas. Además, los cambios de reglas de juego garantizan per se los
ámbitos de la democracia. Abstracción sobre abstracción que —empero— no consideraba
que todo tejido democrático tiene una urdimbre: la lucha de intereses concretos de las
clases sociales.
Modernización del andamiaje electoral y de los partidos políticos que se implantó en las
formas jurídicas del Estado, mas no en la mente y las costumbres de la gente. Non civitas,
non polis, sólo razón puramente kantiana, frío institucionalismo aunque asentado en
realidades históricas.

11
12

Las prácticas de los partidos, movimientos y grupos de presión siguieron iguales a pesar
de tan loables reformas. No de todos, en realidad. Nos estamos refiriendo a esos actores
en escena que olían a Old Spice.
Loable forma de renovar un sistema político y partidario anacrónico que hacía parte de
una democracia anémica en su sangre, que, por lo tanto, no soportó el embate del Ancien
Régime, cuyos prohombres (los patriarcas de la componenda, les llamó Jaime Roldós)
tenían escuela y sabían deshuesar los andamios de los sistemas jurídicos que —por ser
renovadores— afectaban su estatus quo.
Sentada en el Congreso de 1983 la crème de la crème de la derecha política: León Febres
Cordero, Carlos Julio Arosemena, Otto Arosemena Gómez, Rafael Armijos Valdivieso,
Raúl Clemente Huerta, Asaad Bucaram... el plato de fondo se sirvió enseguida. Primero
dieron batalla a través de ciertos medios de comunicación masiva, recuperando el espacio
de la hegemonía ideológica perdido en la coyuntura electoral de 1979. Con derroche de
retórica, le pusieron sambenito a la Ley de Partidos: mamotreto, malthusiana,
antidemocrática, ajena a la idiosincrasia ecuatoriana... Finalmente transformaron la
esencia de aquellas dos leyes modernizadoras del sistema político de representación en
los actos congresales de 1983 y 1986.
Mientras los partidos de centro, centro izquierda e izquierda pataleaban en el Congreso,
Vox populi se decía que los partidos jamás se harían el harakiri manteniendo una ley que
sacralice la selección “natural” de esas excrecencias de la democracia. Que a nadie le
interesaba que los partidos sean fuertes como árboles en un bosque de robles, donde los
más altos y frondosos hacen sombra a los pequeños hasta volverlos raquíticos arbustos.
Que el Ecuador necesitaba partidos livianos como hechos de balsa y porosos como un
queso Gruyere. Se dijo —así mismo— que la función clásica de los partidos, de hacer de
arterias de comunicación entre la ciudadanía (la sociedad civil) y el Estado, no era un
asunto de interés general en el Ecuador, el producto de una consulta directa al pueblo
semianalfabeto. Es que dicha función de facilitadores del diálogo cívico y la cohesión
social, de facto la hacen los caudillos y los agentes operadores del clientelismo político.
En suma, la modernización del sistema político agonizó sin que al funeral vengan al
menos las plañideras.
Flavia Freidenberg (2016) sintetiza el camino de la modernización del sistema político y
electoral ecuatoriano en el periodo de nuestro interés:
“En 1978 se preveía un umbral del cinco por ciento de los votos válidos a escala nacional,
con el objeto de restringir las opciones y fortalecer las tres o cuatro tendencias que dieran
estabilidad al sistema de partidos. Esa barrera legal para eliminar a los partidos poco
representativos fue declarada inconstitucional e inaplicable en 1983; restablecida en 1992
al 4 por ciento y derogada una vez más en 1996. En 1997 se volvió a establecer la barrera
del 5 por ciento de los votos válidos a escala nacional, la que fue confirmada por la
Asamblea Constituyente en 1998...”

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IV. CENTRO IZQUIERDA VERSUS DERECHA SOCIALCRISTIANA


(1984-1988)
En el lapso de despegue de la democracia (1978-1984) y de transición (1984-1998) hubo
diversas narrativas que describían al proceso político en curso. Se hablaba de tres
tendencias tradicionales: derecha, centro-izquierda e izquierda. Desde el pensamiento de
la izquierda se estructuró un discurso que distinguía —así mismo— tres corrientes
programáticas: el estatus quo, el reformismo y las opciones de cambios estructurales,
abarcándose en este caso una diversidad de visiones que no excluía a las fracciones de la
izquierda revolucionaria.
Enfoques diferentes que no eran meras versiones semánticas. En el curso de los
acontecimientos los términos usados reflejaban la relevancia que tenían los intereses de
clase social y sector económico, o la subsunción de estos en los meandros de la lucha
política que se presentaba ya sea como alianzas programáticas o como pactos y acuerdos
temporales, unas veces giros tácticos, otras, maniobras en el Congreso y concesión de
prebendas desde el Ejecutivo de turno a cambio de apoyos puntuales para poder sostener
el tranco en esa carrera de obstáculos llamada gobernabilidad. 6
Ya hicimos referencia a la coyuntura de 1978 con las dos fuerzas coaligadas disputándose
la hegemonía. La idea de un bloque de centro izquierda apareció en 1981, durante el
gobierno de Osvaldo Hurtado. Se buscaba el modo de enfrenar las nuevas condiciones de
derechización a raíz de la muerte de Jaime Roldós. (Revista Nueva, 78)
¿Y la izquierda? No es que la izquierda hubiese desaparecido del escenario político como
alma que lleva el diablo, sino que estuvo presente con limitada autonomía. Destacaremos
tres momentos: el respaldo a Jaime Roldós entre 1979 y mayo de 1981; su sumatoria de
fuerzas a la centroizquierda, tendencia liderada por la ID; y más tarde su apoyo a la
corriente populista liderada por el general Frank Vargas. Esto lo veremos con detalles
más adelante.
En 1983 las fuerzas de la derecha conformaron el Frente de Reconstrucción Nacional
(FRN), esta vez liderado por León Febres Cordero, copando la escena del Congreso para
catapultar desde allí una oposición implacable al gobierno de Osvaldo Hurtado y
proyectarse a la Presidencia de la República en las elecciones de 1984. 7 De otra parte, la
izquierda enfiló su oposición al gobernante desde los frentes sindical, campesino,
estudiantil y barrial (pobladores). Como lo analizaremos más adelante, en los días de
Osvaldo Hurtado hubo cuatro huelgas nacionales con una plataforma reivindicativa cuya

6
Categoría propia del enfoque institucionalista de la sociología política norteamericana, a la que izquierda
no recurría. Nosotros hablábamos de “pugna de poderes” o de “luchas internas de las clases dominantes”.
7
El FRN estuvo integrado por los partidos Social Cristiano, Conservador, Liberal Radical, Nacionalista
Revolucionario, Coalición Institucionalista Democrática y Movimiento Nacional Velasquista. Su staff se
conformó con León Febres Cordero, Rafael Armijos Valdivieso, Carlos Julio Arosemena y Otto Arosemena
Gómez, contumaces opositores al presidente Osvaldo Hurtado desde sus curules del Congreso. El FRN fue
una continuación del FNC que en 1978 le apoyó a Sixto Durán. En 1981 había muerto Assad Bucaram y
su hijo Averroes se sumó a dicha oposición en el Congreso.
13
14

base eran los Nueve Puntos del FUT, aunque elevando las primeras voces contra las
medidas neoliberales que empezaban a perfilarse. Por último, el naciente bloque
progresista también “le tiró sal” al presidente Hurtado. La Izquierda Democrática le
declaró la oposición a Hurtado no por dicha política económica, sino por sus errores de
gestión.
Por aquellos días Osvaldo Hurtado se desembarazaba de su ideología bautismal, la
Doctrina Social de la Iglesia. Como tal, en el transcurso de su gestión de gobierno (mayo
1981 - agosto 1984) tomó varias medidas de política económica que abrieron trocha a la
implantación del modelo neoliberal, aunque él decía entonces, no suscribir el
pensamiento de Milton Friedman y George Stigler, los gurús de la Escuela de Chicago.
Durante el gobierno de Hurtado hubo tres “paquetazos económicos”, modo popular de
graficar las medidas de ajuste dispuestas por el FMI. En el tercero (marzo 1983) se
sucretizó la deuda privada, dicho de modo directo, el Estado absorbió una deuda privada
de US $ 1500 millones. Sobre la restructuración de la deuda externa en tal ocasión señala
un analista (Mafla M., 2021):
“... con los resultados de la sucretización, el gobierno de Hurtado terminó beneficiando a
un pequeño grupo de empresarios ecuatorianos, que mal utilizaron la deuda en dólares
para comprarse, incluso, propiedades en Miami, mientras la población veía disminuida su
capacidad de consumo por la presión de tributos, incremento del costo de servicios
básicos, depreciación del sucre, reducción de la obra social y encarecimiento de la vida
en general. Los cálculos señalan que la deuda inicial de US $ 1650 millones se convirtió
en US $ 7500 millones producto de la sucretización de la deuda privada. En este episodio
de contracción económica, el FMI fue el actor principal.”
También se tomaron drásticas medidas cambiarias, fiscales y tributarias. Se liberó los
precios del mercado interno y de los combustibles. Se aprobaron subsidios a favor de los
agro-exportadores y del comercio. Las alzas salariales aprobadas no compensaban la
pérdida crónica del poder adquisitivo, lo que motivó las huelgas nacionales. (Revista
Nueva, 98)
La política de ajustes económicos aplicadas sin excepción por los gobiernos desde 1981
en adelante tuvieron estas pautas: eran dictadas por el FMI en Washington, haciéndose
un sainete previo de discusión con los representantes del gobierno de Ecuador.
Conversaciones que tenían dos marcas de agua: eran de carácter economicista y
tecnocrático, por lo tanto, no consideraban lo social y peor lo político del país. De otro
lado, eran asimétricas, pues los delegados del gobierno hablaban en condiciones de
desigualdad con quienes tenían “el sartén por el mango”. A la postre, los acuerdos
cargaban el peso mayor de los planes económicos sobre la espalda de los sectores y clases
sociales en camino de empobrecimiento, mientras tiraban “boyas de salvación” a los
grupos con poder económico. (Grindle, Merilee, 1992)
Todo era coherente con la premonición de Osvaldo Hurtado sobre el camino del Ecuador
hacia la derecha. Empezando por su gestión: durante su gobierno, la política financiera

14
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estuvo a cargo de tres representantes de la banca. Así se comprendió el eufemismo de “la


economía social de mercado”. Según afirma un analista (Oleas M., 2017):
“... Entre 1982 y 1983 presidieron la Junta Monetaria Jaime Acosta Velasco, gerente
general del Banco del Pichincha y José Correa Escobar, el principal del Grupo
Corporación Financiera de Ecuador (COFIEC). El gerente general del BCE era
Abelardo Pachano, quien poco después pasaría a ocupar un alto cargo ejecutivo en otro
banco privado.”
Entre la izquierda, el retorno a la democracia representativa y los ejercicios de gobierno
que se sucedieron, tuvieron lo que hemos llamado “el impacto de un líquido disolvente”.
La izquierda siguió actuando en dos ámbitos: el reivindicativo y el político. Realidad a
medias esquizoide que aplicaba tanto a los partidos y movimientos de izquierda, como a
las organizaciones sociales que eran la base de su tradicional accionar: el FUT y otras
organizaciones populares, v.gr., las federaciones nacionales de campesinos y de
pobladores urbanos. Dicho de otro modo: cuando en esos espacios se discutía la política
electoral y su contingencia, la unidad se disolvía en medio de un discurso ambiguo,
aunque los compromisos reales con las opciones en juego se mixtificaban detrás de una
fórmula retórica: las bases tienen libertad para decidir su voto. Es lo que María Arboleda
(Revista Nueva, 99) tituló Un puente roto en un extenso reportaje central escrito en esos
días sobre el difícil propósito de consolidar una alianza estratégica, alianza que en
términos ideales era entre la centroizquierda y la izquierda para ganar las elecciones de
1984 y luego gobernar.
Visto el fenómeno de la transición política operada entre 1978 y 1984 en perspectiva,
experimentamos un proceso que en su originen fue de reafirmación de las aspiraciones
sociales a las reformas estructurales y de búsqueda de una democracia participativa; lo
que rápidamente devino en una representación en escena de un drama de dos actos: el
ritual de las urnas y la representación de los mandatarios como administradores del
aparato estatal. Alfredo Pareja Diezcanseco —quien estuvo cerca de Jaime Roldós y luego
de Osvaldo Hurtado— nos dijo en una entrevista en 1986, cuando le consultamos si la
modernización en curso de la sociedad —o al menos su pretensión— significaba que la
democracia tendía a consolidarse (Borja N., 1987):
“Que ha disminuido el impulso para transformar la democracia, de simplemente
representativa, o burguesa como suelen decir los marxistas, a una democracia
participativa, que es el principio bajo el cual el pueblo eligió al presidente Jaime Roldós
Aguilera, me temo que en ese impulso hayamos retrocedido excesivamente. Porque ahora
se proclama que la democracia es el voto, lo cual es una verdad a medias, pues la
democracia es mucho más que el acto de elegir, no es una cuestión simplemente aritmética,
sino una compleja operación cuyas ecuaciones son la vigilancia del pueblo y la
responsabilidad constante de sus representantes…”
El fenómeno aludido por Alfredo Pareja Diezcanseco se tradujo en la ganancia de
protagonismo de la confrontación parlamentaria entre el bloque progresista y el FRN,
cada quien teniendo en la mira ganar las elecciones de 1984 para ejercer el poder del
Estado. Cambio de mirada que parecía ser pertinente desde un enfoque pragmático del
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16

objetivo: ganar en las urnas para copar el gobierno central y los gobiernos seccionales, el
Congreso y la Corte Suprema de Justicia, controlar el Tribunal Supremo Electoral y el
Tribunal de Garantías Constitucionales, así como la Contraloría General, la Procuraduría,
la Fiscalía, las superintendencias de Bancos y Compañías. Y todo eso ¿para qué? La
pregunta cabía pues a pesar del calor que generaba la confrontación parlamentaria entre
el bloque progresista y el FRN, una parte de la sociedad constataba con sorpresa que la
brújula de los cambios estructurales que constaban en los programas políticos del centro
izquierda, se había extraviado en el camino.
Escrito el guión del drama electoral sin incorporar la partitura de las reformas
estructurales, en las elecciones de 1984 el reparto en la escena fue así: el Partido Social
Cristiano con León Febres Cordero como actor estelar ocupando el lado derecho del plató.
Personaje sinigual que vestía como macho y tenía fama de ser buen tirador de armas de
fuego, aunque no podía esconder su mal genio de oligarca y su sonrisa de patriarca. El
personaje impostó en la campaña de 1984 un discurso cuasi populista para ganarse el
favor electoral del pueblo llano. ¡Y bien que lo logró! Farsa burlesca que atrajo la simpatía
de millones de votantes populares gracias al efecto embriagador de la publicidad política
resumida en tres palabras: Pan-Techo-Empleo. ¡Genial! Mas, el populismo no puede ser
impostado. Es “… un estilo de liderazgo caracterizado por la relación directa,
carismática, personalista y paternalista entre líder y seguidor…” Y Febres Cordero era
un oligarca de cepa.
En la otra esquina del plató electoral estaba la Izquierda Democrática con Rodrigo Borja
como actor estelar, opción electoral que legaba a su favor las simpatías de los remanentes
de la tendencia progresista del periodo anterior de lucha contra la dictadura militar.
Alrededor de esa candidatura se aglutinaban movimientos políticos y grupos de personas
de pensamiento democrático y progresista, identificadas y activas dentro de las tendencias
de centroizquierda e izquierda, algunas de ellas forjadas con “espada y adarga” en los días
de la oposición a las dictaduras civiles y militares anteriores, con exilios y carcelazos en
su espalda. 8 Si en esos días se hablaba en la calle de la izquierda, mucha gente pensaba
en la ID, que era un partido donde cohabitaban remanentes del liberalismo y del
socialismo. El debate entre Socialismo Democrático y Socialdemocracia como opciones
doctrinarias se dio en la fase inicial de la ID y se decantó a favor de la definición
socialdemócrata liderada por Rodrigo Borja.9
La derecha, el centro izquierda y la izquierda hicieron del Congreso el escenario de la
oposición a la gestión de Osvaldo Hurtado. Antes se había conformado el bloque

8
El personaje más emblemático era Alfredo “Cachito” Vera Arrata, quien a finales de los 50’ fue fundador
de URJE (Unión Revolucionaria de Juventudes Ecuatorianas). Más tarde integró la elite de la ID. Muy
cercano a Rodrigo Borja, Alfredo Vera hizo de “puente” entre el gobierno y sectores no-ortodoxos del
Partido Comunista y con el movimiento AVC.
9
Históricamente, el Socialismo Democrático era anticapitalista, en cambio la Socialdemocracia promovía
el capitalismo regulado por el Estado, de modo que se aproximaba a las tesis de Keynes y se alejaba de las
de Marx.
16
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progresista, un paraguas multicolor de partidos que cubría desde la izquierda hasta el


populismo. 10
Cuando colapsó el sueño reformista de Jaime Roldós, todas las fuerzas se polarizaron y
la intensa disputa se concentró alrededor del Congreso. Detalle bien importante o síntoma
que revelaba que por entonces empezaron a imponerse los enfoques más formales de la
democracia, vista como una sucesión regular de eventos electorales y de pujos entre las
funciones del Estado. Mutación genética que gravitará con fuerza en los años posteriores.
Fue así como se pusieron en primer plano —como fuerzas electorales adversas que
cohabitaban a regañadientes en la panza del sistema— el bloque progresista y el Frente
de Reconstrucción Nacional. (Nueva, Cuaderno Nro. 6)11
En noviembre de 1981 falleció Don Buca y CFP fue tomado como objeto que el líder
habría legado a la dinastía familiar (Bucaram-Záccida). Peor aún: fue conducido hacia la
derecha. CFP perdió entonces el protagonismo de la corriente populista, que fue sustituido
por el PRE y su líder Abdalá Bucaram. Primero sucedió la tragedia y luego la comedia,
como para transgredir otra vez la profecía del viejo Marx.
Se puede especular que la senda de CFP estaba marcada desde años atrás. A Don Buca le
conocimos al iniciarse los 60’, como gran basquetbolista, dada su estatura y maña. Luego
como diputado y asambleísta constituyente. Entonces ya tenía perfil propio como líder
populista (“Pueblo contra trincas”), por ende, como un singular orador con voz nasal,
con potente discurso contra “los oligarcas de sobacos perfumados”. Era adversario de
Febres Cordero, aunque amigo de Carlos Julio Arosemena, pues la ideología era tamizada
por “la amistad”.
También le recordábamos como el alcalde de Guayaquil entre 1968 y 1970, cuando
organizó una guardia violenta llamada “Los Pelados”, hombres cobrizos y bejucosos
crecidos en el floreciente suburbio del Puerto, que, sin embargo, o por eso mismo, se
placían partiéndoles la cabeza con sus toletes a los estudiantes de los colegios laicos de
Guayaquil organizados en la FESE, que desfilaban por las calles exigiendo “libre ingreso
a la universidad”. (Saad H., 1981)12

10
Entre 1984 y 1988 el Bloque Progresista en el Congreso tuvo la mayoría de 42 sobre 71 diputados.
Conformado por la ID, DP, PD, PCD, FADI, MPD, PSE y PRE, el objetivo de la coalición era oponerse al
presidente Febres Cordero desde el Congreso, dejando lo programático en la gaveta.
11
El Bloque Progresista comenzó a fraguarse al socaire de la socialdemocracia alemana. El ILDIS (Instituto
Latinoamericano de Investigaciones Sociales) organizó en 1982 el seminario “Política, Democracia y
Desarrollo”, que reunió a decenas de personalidades representativas del centro, centro-izquierda, izquierda,
el sindicalismo, organizaciones campesinas, personalidades latinoamericanas, etc. El propósito era
conjugar voces políticas diversas buscando un consenso ante dos hechos: el eco vacío dejado por la muerte
de Roldós y las elecciones de 1984, coyuntura en la que la derecha iba a correr con Febres Cordero a la
cabeza.
12
La muerte de Don Buca merecía al menos un ensayo biográfico. Editorial El Conejo tomó el reto y le
encargó a Pedro Saad Herrería, quien, en un tiempo récord de diez días entregó su original, que entró de
inmediato a la producción gráfica, y en la tercera semana de noviembre de 1981 ya estaba el libro
17
18

Volvamos la mirada al bloque progresista, que al iniciarse los 80’ vestía aún pantalones
cortos. Por su forma, se parecía más a una redoma que a un filtro de laboratorio. Por su
contenido, anunciaba ser una pócima de efectos revitalizantes.
En agosto de 1984 el Movimiento Mujeres por la Democracia gestionó en el Congreso
Nacional un proyecto de ley sobre los derechos de la mujer en la sociedad. Sus delegadas
juntaron fuerzas con otras mujeres feministas de variada ideología política, verbi gracia,
con la doctora Luzmila Rodríguez de Troya (DP) y un grupo de abogadas independientes
que habían redactado el texto de un anteproyecto sobre el mismo asunto, que a su vez lo
juntaron a otro elaborado por el diputado constitucionalista Gil Barragán Romero (DP).
Hecha la pócima, llevaron sus ideas a los curules de las diputadas Floripa Mejía (DP) y
Elsa Bucaram (PRE). ¡Es que eran tiempos de democracia en movimiento, de unidad de
causas y suma de esfuerzos!
También eran tiempos de prevalencia de la política coyuntural que al tomar cuerpo
evidenció los primeros síntomas de un cambio en retroceso. Es que la estrategia anterior,
de hacer converger en lo programático las tres corrientes ya mencionadas —el
progresismo en lo social, la modernización del capitalismo en lo económico y la
institucionalización jurídico-política del Estado— estaba cediendo paso al quehacer
electoral, táctico y contingente, que privilegiaba en escena al parlamentarismo como eje
de rotación de la disputa política y a la subordinación de los intereses de clase y de sector
social —que tenían visos programáticos— al firme y legítimo propósito de la Izquierda
Democrática, de ganar la Presidencia de la República en las elecciones de 1984.
Figurativamente, diríamos que los platos de la balanza encontraron un centro, un punto
donde la pérdida de los contenidos programáticos se compensaba con la ganancia de la
eficacia electoral.
En 1984 al quererse armar la fuerza electoral de centro-izquierda para afrontar la primera
vuelta prevalecieron los intereses partidarios, grupales y personales. Mientras la derecha
tuvo dos candidatos, la izquierda dos, la centro-izquierda presentó cuatro. (Nueva, 97) El
telón de fondo de aquel escenario de dispersión era color oscuro, pues anunciaba un
entierro: el pensamiento económico ortodoxo de la Escuela de Chicago le había puesto
una “llave mortal” al pensamiento cepalino, que era promotor de reformas económicas y
sociales.
En 1984 la ID diseñó una estrategia en la que ya no se privilegiaba lo programático, como
había sido en 1978 cuando en la arena hubo seis candidatos, cada cual con un perfil
doctrinario y programático definido.13 De su parte, la izquierda se presentó con tres
candidatos: René Maugé por el FADI, Jaime Hurtado por el MPD y Manuel Salgado por
el PSE y una estrategia electoral similar que consistía en hacer abundante propaganda,

“Bucaram. Historia de una lucha” vendiéndose en los kioskos de revistas en todo el país. Por temor a
represalias aparecía como autor Ignacio Romero.
13
En 1978 hubo seis candidatos: por la derecha (FNC) Sixto Durán Ballén, por el liberalismo Raúl
Clemente Huerta (PLR) y Abdón Calderón (FRA), por la centro-izquierda Jaime Roldós (CFP-DC) y
Rodrigo Borja. René Maugé representó a la izquierda (FADI).
18
19

flamear las banderas ideológicas tal cual dictaba la tradición, elevar el tono del discurso
de oposición al gobierno de Hurtado. Juntando todo su respaldo popular las tres opciones
de izquierda sumaron el 12.4 % de los votos.
1984: no todo era apoyo electoral plano, adscripción sin beneficio de inventario al bloque
de oposición a León Febres Cordero. Hubo intentos de poner hitos programáticos e
ideológicos, verbi gracia, el Movimiento Mujeres por la Democracia que en abril de 1984
planteó de modo público su apoyo a Rodrigo Borja (El Comercio, 13.02.84) y propuso
que en su gobierno:
“Se aplique el principio constitucional de igualdad de derechos de la mujer en la familia
y en la sociedad, reformando las leyes que incumplan este principio. Se reforme el sistema
educativo que asigna roles diferenciados al hombre y a la mujer, y se desarrolle programas
de capacitación para promover la integración de la mujer a la sociedad. Se atienda y
proteja a la mujer como madre y trabajadora, con la realización de programas
nutricionales, de salud y saneamiento ambiental… Se cree guarderías a nivel barrial con
participación comunitaria. Se reconozca el trabajo de la mujer en el hogar como una
actividad productiva. Se mejore los sistemas de abastecimiento de artículos de primera
necesidad con participación comunitaria…” 14
El Movimiento Mujeres por la Democracia nació en medio de una coyuntura de disputa
electoral, cual si fuese una crisálida. Al inicio fue un conglomerado de mujeres de
diversas clases sociales y posición política e ideológica, que se unieron de manera
espontánea para responder a una exigencia coyuntural, no como comité de mujeres, sino
como proyecto político programático. Una vez que triunfó en las urnas el candidato de la
derecha, el Movimiento Mujeres por la Democracia se incorporó a la oposición, al inicio,
no tanto por las políticas económicas de Febres Cordero de franco carácter neoliberal,
cuanto por la vocación del presidente al abuso del poder.
El Movimiento Mujeres por la Democracia jamás fue el frente femenino de la tendencia
de centro-izquierda, una suerte de alianza de mujeres para respaldar a los hombres que
lideraban la puesta en escena de la oposición. De cara a la luz pública, en su cuerpo de
crisálida se produjo la eclosión natural por lo que devino mariposa, especie que sólo
puede volar en libertad. Entonces vimos algo insólito: un grupo de mujeres con posiciones
políticas e ideológicas diversas, que se cohesionaban entre sí por la democracia, dándole
un sentido ético, político y estético a la política de la tendencia de centro-izquierda. Todo
esto habría sido por su voluntad acrecentada de mujeres libres, o por su personalidad de
constructoras de puentes y abridoras de picas. ¿O ambas cosas?
Entre ellas había mujeres críticas al sistema capitalista hegemónico; otras, mujeres que
aun estando dentro del entramado de la clase media y alta, no se alineaban con la violencia
instituida ni con las asimetrías sociales. Había mujeres ateas y creyentes. Unas eran

14
El Manifiesto de Mujeres por la Democracia está suscrito por más de 80 mujeres de varias clases y
sectores sociales. La lista encabeza Cecilia Pérez de Falconí, y constan Mónica Bustamante, María
Arboleda, Lola de Espinosa, entre otras mujeres. Lo electoral fue un “disparador” para la organización de
este movimiento.
19
20

intelectuales y otras creadoras de modos prácticos de apuntalar un proceso democrático


de naturaleza polisémica, aunque frágil. En suma, mujeres que vestían los colores de la
diversidad de las clases sociales y de las ideas políticas, lo que, antes que óbice, era virtud
que daba carácter de movimiento a la novel experiencia.
En suma, un fenómeno político en gestación, de mujeres que desde su alumbramiento
soltaron el vuelo del viento los corsets de la tradición política ecuatoriana, que eran (son)
cuatro alambicados mecanismos de sujeción política: lo unívoco de la clase social, lo
plano y monótono de la uniformidad ideológica, la subordinación al patriarcalismo y la
jerarquización que “pone la línea” desde arriba.
En el ballotage de 1984 triunfó León Febres Cordero, para lo cual fue determinante el
apoyo de CFP, partido populista de tradición anti oligárquica, que para entonces (ya
dividido al menos en dos fracciones) se había ubicado de modo definitivo en el espectro
de la tendencia del Ancien Régimen.
En efecto, entre la primera vuelta y el ballotage, el candidato socialcristiano pasó del 27,2
% de votos al 51,5 %; mientras que Rodrigo Borja subió del 28,7 % al 48,5 %. En el
ballotage el candidato de la ID capitalizó el apoyo electoral (parcial) de la izquierda (el
FADI atravesaba la belle adolescence) y de algunos movimientos políticos en formación,
cuya razón vital ese momento era evitar que la derecha gane la Presidencia. Se hablaba
entonces de “fortalecer la tendencia de centro-izquierda” y se llamaba a “apoyar la
opción democrática encabezada por Rodrigo Borja”. El proyecto aun oliendo a leche, lo
lideró el abogado Alejandro Román Armendáriz, que tenía pasado en el Partido
Comunista del Ecuador y presente en el Partido Pueblo Cambio y Democracia (PCD). 15
(Revista Contrapunto, 13)
A León Esteban Febres Cordero Ribadeneyra le conocíamos desde mediados de los 60’
cuando se desempeñó en el Congreso como senador funcional representando a la más
rancia fracción de la oligarquía guayaquileña, hablamos del grupo agro-exportador y
agro-industrial de Luis Noboa Naranjo. Pero fue en el periodo de despegue del régimen
democrático (1978-1984) cuando, de modo centelleante, él ganó la carrera a la
Presidencia de la República “por una cabeza”. Sitial desde el cual fue el adalid del
modelo neoliberal de modernización del conjunto del capital, proceso ligado a la
transnacionalización hegemonizada desde Estados Unidos. Es que, además, eran los años
de despegue de la corriente neoliberal en el mundo, un mortal cohete con dos ojivas: “la
Thatcher” y “el Reagan”.
No obstante, tampoco la unidad era un dechado entre las corporaciones empresariales que
representaban a tal o cual fracción del capital y se alineaban con el “bayo ganador”.

15
En esos días se ensayó sin éxito la conformación de una alianza estratégica entre la izquierda y la
centroizquierda, llamada “el ancho cauce democrático”. Su mentor era Alejandro Román Armendáriz, el
ideólogo socialdemócrata más cercano de Jaime Roldós. Él soñaba en un proceso para “los próximos 20 o
30 años”, sostenido sobre la base de reformas estructurales al capitalismo atrasado del Ecuador, proceso
alimentado con el pan de cada día de la democracia participativa que atienda el hambre de justicia social
de las clases sociales históricamente empobrecidas y marginadas de las decisiones políticas.
20
21

También había fisuras entre las fracciones del capital, que se evidenciaban al momento
de gobernar bajo la égida de un personaje de carácter. En campaña, al furibundo candidato
le respaldaron más que todo las cámaras de la producción de la Costa, a quienes él les
había representado antaño con buen performance. De su parte, las cámaras de empresarios
de la Sierra —apostadores por la modernización del capital agrario e industrial—
apoyaron de soslayo a Febres Cordero. Por último, hubo sectores y grupos serranos del
capital, concentrados más que todo en Quito y Cuenca, que tenían su “corazón partido”.
Simpatizaban sea con la Democracia Cristiana, con la ID o con el Partido Demócrata,
pero le temían al enérgico presidente. Mientras tanto, los gremios de pequeños
industriales se alineaban cerca de la centro-izquierda, aunque lejos de la izquierda, pues
nunca aceptaron las demandas del FUT de elevaciones salariales bastante moderadas.
Abanico de posiciones de los sectores del capital que se amalgamaban relativamente al
influjo del modelo de economía social de mercado, la formulación eufemística de los
nuevos paradigmas idealizados por la Escuela de Chicago.
Lo más dinámico del capital era el sector bancario y financiero que también se mostró
fraccionado en la coyuntura de 1984-1988, actuando con cautela a la hora de alinearse
con tal o cual bloque en la disputa por la hegemonía en el poder. Estando sobre la mesa
importantes temas de política monetaria como la devaluación del sucre, la fijación de
tasas de interés, el encaje bancario, el sostenimiento de la sucretización de la deuda
privada, entre otras. Los grupos del capital bancario y financiero repartidos más que todo
en Guayaquil y Quito hicieron gala de su experiencia en activar maniobras difusas. El
sensum communem decía en las calles: los bancos nunca ponen sus huevos en una sola
canasta… y la banca siempre gana….
Opacidad que se aclaró cuando Febres Cordero gobernó con su contumaz estilo
personalista y confirmó su vocación bipolar: acaparar el poder económico y abusar del
poder político. Un par de bancos de Quito y Guayaquil mostraron entonces
¡públicamente! su preocupación, una forma velada de criticarle al presidente. Con cautela
—enfatizamos— pues el mandatario infundía miedo. Jugando a ser grupos de presión, las
apuestas de cada poder fáctico de signo financiero se hacían de modo solapado. Sin querer
queriendo, sus simpatías se filtraban a la luz pública gracias —acaso— a que varios de
esos clanes del capital tenían bancos y financieras, medios de comunicación (canales de
TV, periódicos locales y nacionales, revistas, emisoras de radio) y ¡como yapa! unos
influyentes personajes que en la calle se les llamaba libres opinadores a sueldo. 16
Antes de Febres Cordero, la derecha había gobernado en Ecuador un cuarto de siglo atrás.
El fundador del Partido Social Cristiano, Camilo Ponce Enríquez fue presidente de la
República entre 1956 y 1960. Posteriormente, en el ínterin de esos 25 años, el país cambió
de modo marcado, asunto que no es analizado aquí. Prominentes nombres del
conservadurismo, socialcristianismo y democracia cristiana (ramas del mismo tronco de

16
Cuando se analizaba la publicidad pautada por bancos y financieras en los diarios, revistas, canales de
TV y radio emisoras, se develaban las simpatías de los medios por tal o cual opción política. También se
identificaba aquello viendo quiénes eran sus columnistas y analizando su opinión.
21
22

matriz católica e ideología conservadora) estuvieron siempre adornando los cortinajes del
palacio de Gobierno, durante los años referidos. (Alfredo Pinoargote C., 1982) 17
En aquel cuarto de siglo, el capitalismo dio trancos largos sin implementar cambios que
representen mejoras reales en las condiciones de vida de la mayoría del pueblo. Desarrollo
capitalista socialmente regresivo, diríamos. Tal fue el escenario al instalarse el régimen
democrático en 1978, tal el motivo de fondo del sueño social-populista de Jaime Roldós.
Proceso fallido que empezó a expresarse de modo aún más dramático durante el gobierno
de Osvaldo Hurtado, que metió en tierra los primeros hitos de la política económica
neoliberal. En consecuencia, con una agenda económica delineada en sus objetivos más
generales por el FMI durante el gobierno de Hurtado, llegó al gobierno León Febres
Cordero en 1984.
Gobierno que se caracterizó por el estilo autoritario de su titular, lo que motivó respuestas
en cuatro órdenes. En primer lugar, la ya analizada oposición del bloque progresista desde
el Congreso, marco de referencia de la confrontación coyunturalista que desplazó a
segundo plano las manifestaciones de oposición más bien estructurales y programáticas.
En segundo lugar, las siete huelgas nacionales lideradas por el FUT contra el gobierno de
Febres Cordero, además de los paros y movilizaciones de los empleados públicos y
estudiantes. En tercero, los dos actos de insubordinación de sectores militares (en Manta
y Taura) sucedidos en el transcurso de 1986. Finalmente, la insurgencia del grupo armado
Alfaro Vive Carajo (AVC), lo que será analizado más adelante. Sin duda, ese gobierno
ha sido el más combatido y criticado desde que el Ecuador “se bautizó” en democracia.
La política económica neoliberal en marcha, aunque fue leit motiv de todas las
manifestaciones de oposición del frente social y popular a Febres Cordero, tuvo un peso
relativo menor al lado del reclamo motivado por el carácter autoritario y represivo del
gobierno. En suma, la defensa de los derechos humanos y civiles, incluyendo la libertad
de libre expresión, fue un fenómeno que cobró mayor relevancia que la oposición a las
medidas económicas neoliberales en curso.
En tales condiciones, los hechos mencionados fueron sucesos relevantes que —
ratificando lo afirmado— se presentaron más bien en el marco de la defensa de los
derechos humanos, los derechos políticos y civiles y el respeto al “equilibrio” de las
funciones del Estado. En esto último se incluyeron los dos eventos militares en los que
los insubordinados reclamaron por los espacios instituidos vulnerados de modo repetido
por el primer mandatario, dada su inclinación al abuso del poder político y su pulsión de
carácter que devenía utilización de los bienes públicos por medios corruptos.
Como presidente, León Febres Cordero hizo otros aportes al socavamiento de la
estructura institucional del Estado. A inicios de octubre de 1984 desconoció de facto a los

17
Mariano Suárez Veintimilla, Sixto Durán Ballén, Gonzalo Cordero Crespo, José G. Terán Varea,
Benjamín Terán Varea, Aurelio Dávila Cajas, Paco Salazar Alvarado, Fausto Cordovez Chiriboga, Agustín
Febres Cordero, entre otros, eran las sombras conservadoras y socialcristianas enquistadas en todos los
gobiernos civiles y militares que se sucedieron entre 1960 y 1978. Desde un enfoque de “las familias”,
Alfredo Pinoargote C., demostró la malla de “notables” que siempre han estado detrás del poder político.
22
23

ministros Jueces de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) y su ministro de Gobierno (Luis


Robles Plaza) dispuso que tanquetas policiales cerquen el edificio de dicha función del
Estado. Al siguiente año, a finales de 1985 desacató una resolución del Congreso sobre
la amnistía a Frank Vargas (asunto que será analizado más adelante).
En ese terreno, lo más dramático sucederá en febrero de 1986. En efecto, Febres Cordero
entregó al Tribunal Supremo Electoral (TSE) un decreto presidencial por el cual
convocaba al pueblo a una consulta popular sobre “el derecho de los independientes a
ser elegidos sin necesidad de estar afiliados a un partido político...”. Debajo de la manga
del mandatario parecían haber protervas intenciones. Como buen tirador de revolver,
Febres Cordero quería darles el tiro de gracia a las leyes de Elecciones y de Partidos,
mismas que a pesar de las reformas de 1983 seguían obligando la afiliación partidaria a
las personas que buscaban ser electas por el voto popular. Con dicha consulta el personaje
intentó consolidar su estilo autoritario de ejercer el mandato presidencial, pues, a primera
vista, un triunfo en las urnas habría confirmado una simpatía popular a su favor. Él
pretendía socavar las bases del sistema de partidos y con la ayuda de los “independientes”
convertir a los eventos electorales en las ferias de mercachifles.
La consulta al pueblo se efectuó el primero de junio de 1986. Contrariando los sueños de
León Febres Cordero ganó el NO con el 57 % de votos. ¿Triunfó el sistema de partidos?
No. Triunfó el NO al estilo autoritario de gobernar del primer mandatario. María Arboleda
sostuvo en un documento del Movimiento Mujeres por la Democracia (Arboleda V.,
1990):
“Yendo a contracorriente de una tendencia que amenazaba con generalizarse, Mujeres
por la Democracia declaró, antes que ningún partido u organización política, estar en la
guerra del NO. Planteó decir NO en el plebiscito como una forma de expresar el rechazo
al régimen oligárquico. Se organizó así el Comité por el NO, que contó con la adhesión
de más de 20 organismos nacionales que trabajaron para derrotar a Febres Cordero. Es
nuestro deber reconocer aquí que la movilización en favor del NO, de un partido nacional
como la Democracia Popular y acciones como el levantamiento de Taura tuvieron un
enorme peso específico a la hora de decidir el pueblo a decir NO a León.”18

V. ALFARO VIVE CARAJO: ¿RUPTURA O CONTINUIDAD?


Sobre el movimiento Alfaro Vive Carajo se ha escrito poco y menos aún con una mirada
crítica. Hay abundantes crónicas de su surgimiento, del intenso accionar armado que tuvo
tonos épicos, de los contundentes contragolpes que recibió por parte de los aparatos de
seguridad, que primero infiltraron su estructura y luego no les perdonaron la vida a sus
integrantes, cometiéndose un sinnúmero de actos de tortura y asesinatos que
constituyeron graves violaciones a los derechos humanos. Como excepción hay una que

18
El documento de María Arboleda que hemos citado forma parte de este libro.
23
24

otra reflexión crítica de algún militante de AVC que, habiendo conocido por adentro la
organización, hacen valiosos aportes. (Terán J., 1994. Rodríguez J., 1994)
En este análisis procuraremos no volver a esos tópicos. Más bien relacionaremos al
movimiento con la transición del régimen democrático del Ecuador en los años 80’.
Siguiendo nuestro enfoque de los procesos sociales como sucesos sin solución de
continuidad, analizaremos al movimiento AVC en el marco de una reflexión de la
sociedad ecuatoriana que en 1978 entró al “aula magna” de la democracia representativa
y que a inicios de los 90’ dejó ver jirones en su vestido.
Comprenderle a AVC como otro de los factores catalizadores del proceso de lucha social
y disputa ideológica y política que sucedía en la sociedad ecuatoriana los años 80’, nos
obliga a partir ratificando la tesis expuesta en este documento: la construcción del
andamiaje del régimen político fue un proceso que desde su inicio tuvo un ADN que le
convirtió “sin querer queriendo” en un ritual electoral donde los partidos hacían las veces
de engranajes imperfectos de una máquina trabada por las consabidas pugnas de poderes.
Así fue desde el principio, mejor dicho, desde que Jaime Roldós amagó ejercitar una
forma de democracia consultiva llamada plebiscito y capituló en su intento, cediendo ante
el Ancien Régime. Maquinaria trabada al mismo tiempo por la lucha irresuelta de intereses
económicos entre los sectores del capital, pesada herencia que Ecuador arrastra desde la
temprana república. Todo agravado por la enfermedad endémica del regionalismo, un
parapeto precisamente de aquella disputa irresuelta de los grupos y sectores de poder
económico. Compleja urdimbre haciendo de límite estructural a un régimen democrático
en ciernes, al que lo hemos caricaturizado ya con colores gatoparduzcos, dada su cualidad
genética de hallar solaz haciéndose repetidas reformas constitucionales y jurídicas que
generan cambios para que todo siga igual.
Como sostuvo la crítica expuesta por AVC, el sistema político democrático funcionó
desde el principio morigerando las reformas estructurales pretendidas, aspiración ¿o
sueño? de que se alcance un acuerdo nacional interclasista para poner las bases de una
sociedad con indicios de justicia social. Pretensión que en los días de Jaime Roldós se
llamó “un ancho cauce democrático”. Nosotros le denominaremos aquí un New Deal a la
ecuatoriana, una formulación estratégica soñada a fin de salir de un impasse en proceso,
conforme al cual “lo viejo” (Ancien Régime) no muere y “lo nuevo” (el progresismo) no
termina de nacer. ¡Ese es el asunto!
También es verdad que desde 1978 aquello nunca pasó de ser un propósito loable.
Entonces, la izquierda (sin contar a los movimientos de izquierda radical) y la centro
izquierda ensayaron desde su diversidad, construir un bloque progresista, a lo que se
añadió el coitus interruptus del social-populismo. En ese contexto fue parido AVC con su
apuesta insurgente, un niño terrible que vistiendo pantalones cortos le retó a duelo abierto
a la derecha socialcristiana. Pero no solamente a ellos. También a los dreamers del
reformismo, entre quienes estaba la izquierda que había apostado en 1978 por caminar
con muletas por la “vía democrática”. AVC pateó el tablero de ajedrez, donde la partida
era entre las tendencias mencionadas, incluyéndole al social-populismo que proyectaba

24
25

dar un salto de la alcaldía de Guayaquil a la Presidencia en Quito. El resultado del ensayo


insurreccional era imprevisible ese momento.
El primer documento que nos aproxima a la comprensión del proceso AVC fue elaborado
por el núcleo de “los chapulos”, un manifiesto crítico a la democracia representativa,
régimen que en 1978-1979 recién se había instaurado en Ecuador y que —por lo mismo—
tenía abierta una ventana a las expectativas de todos los partidos y sectores sociales luego
de ocho años de régimen dictatorial. Escrito por Arturo Jarrín junto a cinco o seis personas
más, aquel documento es el primer hito de un proceso subversivo en el que no se hablaba
todavía de Alfaro Vive Carajo.
En efecto, en 1980 siete jóvenes universitarios conformaron en Quito un “grupo de
estudio de la realidad nacional” y se bautizaron como “los chapulos”. Despechados de
su experiencia política anterior, mínima pero suficiente para sentar las bases de una crítica
a todo el sistema político, incluyendo a la izquierda diletante, por supuesto a la
institucionalidad democrática instalada como una catedral con “santos sepulcros”. Crítica
también a Jaime Roldós, el recién llegado al palacio de gobierno. Todo eso dentro del
contexto del retorno a la vida constitucional dispuesto por los militares salientes como un
sendero sembrado de minas. El documento de “los chapulos” no olvidó la crítica al
sistema capitalista mundial que convierte a países como Ecuador en subyugados a su
geopolítica y empobrecidos por la expoliación como economías productoras de bienes
primarios. Documento que hace una larga referencia a la historia de la república como
una sucesión de hechos reveladores de la incapacidad de la “clase gobernante” para
distinguir sus intereses particulares de los intereses de la sociedad en general. Historia
teñida desde su inicio con hechos represivos y sangrientos contra “el pueblo”,
perpetrados por “la oligarquía” y sus sucedáneos, desde adentro y desde afuera de los
gobiernos de turno. “Los chapulos” nacieron con una visión de la sociedad donde la
contradicción principal era entre el Pueblo y la Oligarquía.
Todo eso consta en un documento bien escrito, sobrecargado de retórica ideológica
potente, embellecido con brochazos de una visión romántica de la sociedad deseada. La
conclusión política del documento es radical y se condensa en una frase: “Mientras haya
que hacer no hemos hecho nada...”19 “Los chapulos” —tres mujeres y cuatro hombres—
mediante un solemne pacto ético juraron avanzar a como dé lugar hacia la meta superior
de un cambio total de la sociedad. Su epílogo parecía una premonición: “... estamos
dispuestos a marchar al sacrificio con tal de salvar al pueblo y a la Patria”. A partir de
ese momento los siete jóvenes salieron cual los discípulos de Cristo, a recorrer el país, a
rejuntar a las fuerzas dispersas de otras organizaciones o grupos que querían hacer lo
mismo, algunos de ellos, rastros de movimientos subversivos que dejaron mella a fines
de los 60’. “Los chapulos” no lo sabían: Arturo Jarrín tenía Chárisma, “una cualidad

19
La frase original es atribuida al emperador romano Julio César: “Mientras me quede algo por hacer, no
habré hecho nada”.
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26

innata que posee una persona para atraer a otros con sólo su presencia, acciones o
palabras”.
Alrededor de 1982 hubo signos públicos del proceso en gestación. En las paredes de
ciertos edificios de Quito aparecieron de modo repetido grafitis que concitaban la mirada
de los transeúntes, donde se podía leer consignas de carácter épico escritas con pintura
rojo-magenta, junto a un perfil de Eloy Alfaro y un fusil cruzado por un machete
montubio. Los medios de comunicación presentaron éstas como evidencias de “grupos
armados”, “células subversivas” que, supuestamente, actuaban como entes fantasmales,
noctámbulos, en un país solazado en las pugnas de poderes y las disputas electorales
marcadas con crayón en el calendario del TSE. Aportando a la confusión general, el
ministro de Defensa de Osvaldo Hurtado declaró: “No existe brote de guerrilla en el
país… sin embargo, hay un nivel de insurgencia que preocupa a toda la ciudadanía y
naturalmente a las FFAA”. (Villamizar H., 1990) 20
El alumbramiento de la nueva organización insurgente fue un proceso lento, que demoró
más de nueve meses. El parto tardó tanto pues los partners eran diversos. A la fecha se
reconoce a seis o siete agrupaciones “con vocación insurgente”, que venían acopiando
experiencias de acciones militares en los años pasados, en ciertos casos desde finales de
los 60’. Decir que el propósito de impulsar un proceso subversivo les identificaba a todos,
no bastaba para amalgamar agrupaciones con diferencias de origen, experiencia, edad,
lugar de incidencia y más. Así se llegó a la I. Conferencia Nacional, donde alrededor de
veinte personas discutieron asuntos de “estrategia, programa y estatutos” durante dos
días, en Tonsupa, en la costa de Esmeraldas, a unos 200 kilómetros de Quito. Entonces
vio la luz una organización subversiva nueva y diferente de todas las que habíamos
conocido antes, que por cierto eran pocas. Se aprobó los documentos fundacionales del
movimiento: Estrategia, Programa y Estatutos que —por desgracia— se perdieron en
medio de la represión que advino luego. Sobre esas bases, Arturo Jarrín escribió el
documento fundacional de AVC, con el mismo título de la declaración de 1980 de “los
chapulos”, aunque con diferente contenido. El mensaje épico se repitió: “Mientras haya
que hacer no hemos hecho nada...” La organización, que entonces tomó el nombre de
“Fuerzas Revolucionarias del Pueblo — Eloy Alfaro” declaró ser Nacionalista,
Democrática, Antiimperialista, Internacionalista.
El movimiento optó por la insurgencia militar, no por la democracia. Desde esa trinchera
discursiva, AVC cavó una zanja y deslindó campos con todos los partidos y movimientos
de izquierda existentes en el Ecuador. Unos, que habían tomado el sendero democrático
queriendo alcanzar la cima de unas reformas estructurales que cada día se parecían más a
paños tibios, pues, al tenor de lo previsto por Osvaldo Hurtado en 1976, Ecuador
caminaba hacia la derecha. Otros, que aun cuando seguían suscribiendo como propósito

20
Publicamos ese libro cuando el acuerdo entre el gobierno de Rodrigo Borja y AVC estaba en su punto de
caramelo. Entonces la derecha nos señaló como si fuésemos parte de los alfaros.
26
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la insurrección popular, no se decidían a fraguar la arcilla en el fuego, esto es, a aplicar el


principio marxista de la praxis.
Ensayar un análisis crítico de AVC a partir de sus tres predicamentos: ser nacionalista,
antioligárquico y aspirar a que en Ecuador haya una sociedad con democracia social,
podría inducir a error. Es que el movimiento insurgente definía sus posiciones en la
acción, no a través del pensamiento y los enunciados. Su estilo de comunicación con la
sociedad era lo que en los 60’ conocimos como “propaganda armada”. Categoría
expuesta en 1967 por Regis Debray con acerado sustento. Hoy diríamos que era una suerte
de método de antropología política, esto es, un modo de acercamiento mutuo de la
población y los insurgentes, recurso que bien aplicado se parecía más a un trabajo
misional de los militantes subversivos de los 60’. En suma, la “propaganda armada” era
un método polifónico, que conectaba las voces de la experiencia y el conocimiento, para
lograr en armonía una inducción mutua, tanto del proyecto subversivo, como de la cultura
campesina. 21
Sea como sea, sobre la marcha AVC expuso sus ideales en textos breves, hojas volantes
y panfletos a modo de partes de guerra que justificaban tal o cual acción armada realizada
en respuesta al sentido autoritario del gobierno de Febres Cordero. De ese modo, AVC
también reveló el “carácter de clase” de algunos de sus objetivos militares, v.gr., el
secuestro al banquero mayor del Ecuador, Nahim Isaías Barquet, en agosto de 1986. El
vértigo fatal de esa acción no dio chance a ninguna explicación del movimiento, empero,
pocos años después uno de sus dirigentes expresó: “... se quería señalar y desenmascarar
a la oligarquía ecuatoriana y a quienes estaban en el poder. Mostrar lo que es esta
oligarquía y esta burguesía en sus aspectos sociales, personales, de vida familiar,
moral... Exigirle al grupo Isaías que regrese al pueblo parte de lo que le ha quitado...”
(Villamizar, D., 1990)
Si bien por una parte la “propaganda armada” como la comprendía AVC despertaba
admiración particularmente en mujeres y hombres jóvenes, que con ímpetu buscaban los
caminos para entrar a militar en el movimiento, tocados en sus sentimientos por el sentido
épico de las acciones militares de los-alfaro-vive; por otra parte, los equipos de seguridad
del Estado aprovechaban todo resquicio para atar cabos, cerrar cercos, apresar a los
miembros de AVC (o a personas meramente sospechosas de serlo), a quienes mediante la
tortura y el terror les arrancaban información, que a veces era cierta, en otras eran papeles
firmados sin que la víctima pueda leer su contenido de tan machucado que tenía el rostro.
Había que firmar solo para librarse de los sádicos de oficio.
De otro lado, un efecto político contrario se produjo cuando AVC hizo acciones de
“propaganda armada” en contra de ciertos objetivos como el diario HOY, la retención
forzada de periodistas, la incursión con armas en un acto público por la paz organizado

21
La propaganda armada es una categoría estratégica desarrollada por Regis Debray y expuesta en su
ensayo Revolución en la revolución publicado en la revista del MIR chileno Punto final (marzo 1967) para
explicar la implantación de la guerrilla del Che en Bolivia. Desde su enunciado, el resultado sería lo que en
psicología se llama rapport, no un recurso de propaganda.
27
28

por el Movimiento Mujeres por la Democracia, entre otros similares. Es que “la
propaganda armada” usada como palo de ciego es una zoquetada.
Una necesaria digresión: AVC fue una amalgama de tres “generaciones” de personas.
Siguiendo un sentido cronológico, entre 1980 y 1982 se juntaron militantes “viejos” que
traían en su raída mochila una experiencia de acciones militares de finales de los años
60’. También estaban otros, que se iniciaron en los 70’, la mayoría de ellos despechados
de la diletancia de sus movimientos revolucionarios de origen. Arturo Jarrín tenía
entonces 23 años y junto a él había militantes que bordeaban los 40 y piquito. Dos grupos
generacionales que conformaron la matriz fundacional de AVC, una organización con
denominación única y varias visiones tácticas y estratégicas sobre “la guerra
subversiva”. Luego de la I. Conferencia Nacional de 1983, como efecto refractario de las
acciones militares desplegadas a continuación, algunas espectaculares, hubo un “chiflón”
de gente joven que ingresó a AVC casi en tropel, con lo que se conformó un tercer
segmento generacional. Evento contradictorio que coincidió con el momento de apogeo
de la “propaganda armada” y de la apología del “aprender en caliente”. Un bumerang
que marcó el colapso de la organización, no por el fenómeno en sí mismo, sino por efecto
de la guerra de exterminio “a los subversivos” que lideró en persona el mandatario.
Si al inicio de la historia el gobierno socialcristiano de Febres Cordero le asestó golpes
mortales a AVC hasta llevarle casi al exterminio, al final de la misma el gobierno
socialdemócrata de Rodrigo Borja le tiró una boya para que los-alfaro-vive que habían
sobrevivido al naufragio, salvaran sus vidas. Analogía del salvamento de Eloy Alfaro, “El
Viejo Luchador”, que aferrado a un barril (pues no sabía nadar) se salvó de morir ahogado
frente a las costas de Jaramijó, en Manabí.
Corría 1988 y se aproximaba el fin del gobierno de Febres Cordero. Las elecciones
presidenciales a las puertas del calendario volvían a reverdecer las ilusiones de que era
posible combinar los cuatro fenómenos tendenciales que estuvieron en juego desde el
retorno a la democracia diez años atrás: el progresismo en lo social, la modernización de
la economía capitalista, la institucionalización jurídico-política del Estado y el populismo,
ese coro que desde la fosa del escenario dejaba oír una cantata que incomodaba a muchos
y alegraba a muchos más.
En tales circunstancias, AVC —que había perdido fatalmente la mayoría de sus dirigentes
fundadores— incursionó en la coyuntura con definiciones relevantes. Nada fue sencillo.
A su interior había tres posiciones claras. Una, de apoyo a Rodrigo Borja. Otra, de
integración a un espacio electoral de unidad de izquierda y centro izquierda debajo del
paraguas del general Frank Vargas. Y la tercera, una posición de rechazo total a la
democracia electoral y de repliegue estratégico hacia las áreas rurales donde bullía un
campesinado empobrecido que traía a cuestas una demanda de elemental sentido de
justicia social: que el Estado social de derecho resuelva las decenas de reclamos de tierras
represados en el ex IERAC. Dentro de AVC la tercera posición planteó operar un
repliegue estratégico a las áreas donde el movimiento indígena maduraba un
levantamiento nacional, lo que sucedería en 1990.

28
29

Acicate a la contradicción interna en AVC eran el desangre del movimiento y la estrechez


de recursos económicos necesarios para sostener en permanente movilidad un aparato
acosado a muerte por León Febres Cordero. Esto era lo urgente, en tanto que lo
subyacente en el debate de la IV. Conferencia Nacional era el fracaso de la línea
fundacional, de “aprender en caliente” y la comprensión equivocada de la “propaganda
armada”.
Entre la fundación del movimiento y la realización de la IV. Conferencia Nacional (1988),
el vértigo de la táctica de “aprender en caliente” no pudo esconder la carencia de un
programa político que oriente al movimiento a cruzar un campo donde se imponían las
circunstancias. 22 De una parte, la guerra declarada de AVC al sistema, tenía un correlato
dialéctico: la guerra de exterminio a los subversivos declarada por Febres Cordero. De
otra parte, la denuncia de las atrocidades del gobierno en materia de derechos humanos
(en la que participaban múltiples grupos, ONG, la Editorial El Conejo, personajes
notables, grupos y representaciones eclesiales, destacándose entre todos la CEDHU), si
bien desenmascaraba día tras día el carácter represivo del gobierno, no configuraba en sí
misma una alternativa política, era una reacción netamente defensiva. Limitación que
tampoco AVC la subsanaba, pues el movimiento no tenía una salida política que poner
sobre la mesa. Circunstancia propicia para que las fórmulas electorales cobren otra vez la
primacía en ese terreno de arenas movedizas llamado “régimen democrático en
conformación”.
En la IV. Conferencia Nacional de AVC se planteó al debate lo estratégico, mas no como
hipótesis, sino como visiones contradictorias de la realidad. En tal caso, la coyuntura
electoral hacía de “sal y pimienta” al plato fuerte. Estaban de una parte quienes defendían
la estrategia de infiltración en los partidos electorales: ID, Pachakutik y APRE,
suponiendo que el movimiento AVC tenía propuestas programáticas similares. Se blandía
—entonces— las tesis del progresismo social y la definición antioligárquica.
En 1988 había un contexto de lucha social que no pasó desapercibido al proceso de
liquidación del proyecto AVC. Según la Coordinadora de Conflictos Campesinos (una
organización para la coyuntura) en los años 80’ habían sido represados setenta y dos
conflictos de tierras, en las oficinas del INDA (ex IERAC). La mayor parte de esos
conflictos involucraban a organizaciones de base de la FEI, unos pocos concernían a las
bases de la FENOC (CEDOC). Otros eran litigios locales de tierras sin filiación a
organización nacional en particular. Algunos tenían relación con la falta de aplicación del
seguro social campesino y por último, estaban también los conflictos de organizaciones
de base de la CONAIE.
En AVC estaban también quienes privilegiaban el infiltrarse en los movimientos sociales,
especialmente en la CONAIE, la Coordinadora de Movimientos Sociales, la

22
Parafraseando a José Ortega y Gasset: “Yo soy yo y las circunstancias. Y si no las salvo, ellas se
convierten en mi destino...” El destino de AVC estuvo marcado por el vértigo de la propaganda armada
sin enmienda como retorno, lo que le condujo a vaciar de sentido histórico concreto a su propuesta política
insurreccional, por lo tanto, a quedarse bajo el aguacero de las balas enemigas sin paraguas.
29
30

Coordinadora de Conflictos Campesinos, las Comunidades Eclesiales de Base, entre los


más renombrados. Por último, se propuso la posibilidad de disolverse como movimiento
con identidad y sumarse a la Izquierda Democrática. Sin alcanzarse consenso en dicho
cónclave, cada fracción retornó a su “cuartel de invierno” con más preguntas que
respuestas en sus morrales.
Comprendiendo la insurrección como una estrategia de “guerra popular prolongada”,
una de las fracciones de AVC tuvo bien en cuenta lo que estaba pasando en el movimiento
indígena a escala regional y nacional. Desde mediados de los 80’, la CONAIE pasó a ser
el referente principal de una política contestataria tanto a los gobiernos de turno, cuanto
a sus políticas de carácter neoliberal. Así mismo, la demanda de solución a los conflictos
de tierras represados había sido canalizada por la Coordinadora Campesina, donde
confluían organizaciones regionales y nacionales con fuerte ascendiente en el campo. En
estas condiciones, la fracción de AVC que en la IV. Conferencia Nacional rechazó
cualquier entente electoral, inclusive si se disfrazaba de “una paz negociada”. Ni qué
hablar de una disolución del movimiento. Cierta fracción de AVC se replegó en zonas
rurales de vieja data confrontacional, en las provincias de Cotopaxi, Esmeraldas,
Chimborazo, Cañar, Pastaza, Los Ríos... (Rodríguez J., 2014)
Una vez que Rodrigo Borja ganó la Presidencia, se puso sobre la mesa lo que sotto voce
ya se lo sabía. En la cúpula de la ID había personajes que tenían una actitud favorable a
las fórmulas conciliadoras de AVC, sea la de disolverse e integrarse al “partido naranja”,
sea la de reconstituirse como un nuevo movimiento socialdemócrata. En el camino
estaban pendientes meras formalidades: firmar un documento de dejación de las armas,
suscribir un protocolo de renunciamiento a la lucha militar, “jurar la bandera” a favor de
las reformas estructurales esperadas, que apuntalen un Estado de derechos y justicia
social.
El gran arreglador de la entente era César Verduga, economista formado en la
Universidad de Moscú, político de gran talento bautizado en la pileta de la izquierda
comunista y confirmado en la capilla de la Izquierda Democrática. Tras cortinajes, otro
gran arreglador era Andrés Vallejo Arcos, banquero nacido en cuna liberal, un capitalista
moderno empático con Rodrigo Borja. Orígenes sociales y políticos nada casuales.
Afinidades de carácter relevantes al momento de hacer fluir el asunto en ciernes. Todo
esto sucedía inclusive antes de que Borja gane la Presidencia.
Las otras dos fracciones de AVC expresaron su desacuerdo con la entente y continuaron
su camino, unos, de recuperación de dinero con las armas, otros, de penetración en las
organizaciones populares e indígenas del país. Los unos para “salvar los muebles”, los
otros poniendo la mirada en el horizonte, visión estratégica sin duda inteligente, que
pesará kilates en los años que siguieron a la entente.
Si bien en el terreno de lo militar ganaron las fuerzas de seguridad del Estado y el gobierno
de la derecha socialcristiana, en cambio, en el terreno de lo político León Febres Cordero
fue derrotado. Su gobierno, históricamente quedó manchado con la mácula del

30
31

cometimiento de actos execrables de tortura sistemática, desapariciones forzadas,


acciones represivas extra judiciales.
La principal hipérbole del movimiento AVC salía del seno del gobierno socialcristiano,
con un discurso simplista, contundente, goebbeliano, anudado en las vísceras de tres
personajes icónicos de la derecha socialcristiana de esos días: el presidente Febres
Cordero, el secretario de la Administración Joffre Torbay y el gobernador del Guayas
Jaime Nebot S. Personajes que clonaron la patente de corsario del embajador de Estados
Unidos en Bogotá, Lewis Tamb, quien, al referirse a los insurgentes de Colombia inventó
el término “narcoguerrilla”. 23
A la postre, el “intento rebelde” se desvaneció cumplidos sus ocho años de vida, no tanto
por la arremetida mortífera de León Febres Cordero, cuanto porque de modo inercial
tomaron cuerpo “un conjunto de prácticas cuya presencia todavía coarta el futuro de
nuestra izquierda...” (Terán, J.F., 2006)
Militarmente, la mayoría de dirigentes y las estructuras de AVC fueran destruidas en
aquel combate sin cuartel, donde los equipos militares especializados de la Policía, el
Ejército y la Marina, combatieron a un centenar de militantes de AVC, que apenas
tuvieron tiempo para despertarse del sueño romántico de la guerra insurreccional, cuando
ya eran literalmente cazados por quienes seguían la orden expresa de Febres Cordero, de
eliminar a todos los miembros de la “narco guerrilla”.
AVC no ganó ni de lejos la batalla de la hegemonía ideológica y política, clave para
triunfar en la guerra. El gobierno de Rodrigo Borja logró neutralizar al movimiento, a
pesar de que durante su administración las reformas estructurales nuevamente quedaron
“al pie del altar de la Patria” y sin consorte. En lo estratégico, lo más importante fue el
repliegue de remantes de AVC a los intersticios del movimiento social e indígena. Algo
digno de ser analizado en otra oportunidad.
AVC tampoco contribuyó a que se afirmen los otros pilares claves del ensamblaje del
régimen político en construcción. Mejor dicho, el curso del modelo neoliberal de la
economía del Ecuador y su aplicación, siguió tal cual estaba siendo programado por los
tecnócratas de la Escuela de Chicago, en los lujosos pisos del edificio emblemático del
FMI. Finalmente, la institucionalidad jurídico-política del Estado continuó caminando
con muletas. Lo que se verá de modo trágico y grotesco en el lapso de plena inestabilidad
del régimen político que siguió a los sucesos analizados. Desde su tumba, Giuseppe
Tomasi de Lampedusa se había jactado de tener la razón: ¡Que algo cambie para que
todo siga igual!

VI. CENTRO IZQUIERDA VERSUS POPULISMO (1988-1992)

23
El término “narcoguerrilla” se lo atribuye al embajador gringo en Colombia, Lewis Tamb. Él lo utilizó
por primera vez en 1982. Tres años después, el mismo diplomático fue implicado en el narcotráfico
destinado a financiar desde Costa Rica a la guerrilla de los “contra” nicaragüense.
31
32

Esta reflexión sobre el gobierno de Rodrigo Borja (1988-1992) considerará sólo


marginalmente las realizaciones de su administración. Esa forma usual de hacer balances
de “lo bueno” y “lo malo” de tal o cual gobierno termina siendo una descripción que —
por lo general— se pierde en la maraña de acciones administrativas, como le sucede a ese
caminante que por ver demasiado los árboles del bosque no alcanza a distinguir ni el
camino por donde transita ni el horizonte que le espera al final de la tarde. Nosotros
buscaremos —en su lugar— el sentido del proceso político que le condujo a Rodrigo
Borja a gobernar moviéndose con la eficiencia de un administrador de gobierno, en medio
de una intensa lucha de intereses sociales y una confrontación apenas velada de tendencias
políticas, lo que a la postre explica el grado de trascendencia de su gobierno en el periodo
de construcción del régimen democrático que es objeto de nuestra reflexión.
Empecemos por el principio. Cuando se pusieron los primeros cimientos de la Izquierda
Democrática (ID), el Ecuador estaba a punto de iniciar la época petrolera. El estatus quo
pretendía que la renta que resulte de la realización del crudo en el mercado externo, sea
el nuevo chiflón económico para continuar en mejores condiciones las prácticas del viejo
modo de producción capitalista en el que oligarcas y terratenientes se repartían ¡puja que
puja! la troncha y le dejaban los huesos al pueblo. En respuesta a tamaña pretensión, hubo
quienes se plantearon construir una propuesta doctrinaria de modernización del quehacer
político y del Estado en su conjunto, instancias de la vida pública que en todo el periodo
anterior habían sido tomadas por los intereses de los grupos oligárquicos y teñidas con
los colores de los estilos caudillistas y populistas de gobernar, unos de vieja data, otros
inclusive más recientes.
En el curso de los años 60’ en Ecuador teníamos pocos partidos políticos: Conservador,
Socialcristiano, Liberal, Socialista, CFP (Concentración de Fuerzas Populares), a los que
se añadían el Partido Comunista (nunca legalizado), ARNE (movimiento falangista), la
Democracia Cristiana (embrión en gestación) y uno que otro simulacro de “partido” aún
menos relevante. El escenario se completaba con las fracciones de cada uno de los
mencionados, hijuelos resultantes de la división de sus troncos originarios o de alguna
excrecencia. No obstante ¿cómo olvidar a un actor marginal que, no obstante, se forjaba
en el contexto histórico continental de los cambios estructurales profundos de los años
60’? Nos referimos a los movimientos de izquierda que entonces se multiplicaban
elevando a condición de paradigma sus proclamas revolucionarias.
Entre 1970 y 1978 vivimos un régimen dictatorial que —a consecuencia de su desgaste y
a su pesar— abrió paso al retorno a la democracia. En tales circunstancias, un grupo de
personas de clase media al mando de Rodrigo Borja se botaron a la arena y con una buena
gestión proselitista sumaron miles de adhesiones y lograron el reconocimiento jurídico de
la Izquierda Democrática como partido. La ID nació en cuna quiteña, donde 42 hombres
y 2 mujeres gestaron un nuevo y novedoso partido, cuyo nombre —sujeto y predicado—
fue un acierto. Dados sus ancestros, por sus venas corría “sangre” de los partidos Liberal
y Socialista. Es que muchos de sus fundadores —incluyendo Rodrigo Borja— eran
disidentes de esas viejas tiendas políticas, de las que se habían separado despechados por
su oligarquización y anclaje en el pasado.
32
33

Flavia Freidenberg (2003) identifica cuatro fases en la vida de la ID.


“El ciclo vital de un partido político nunca es unidireccional y uniforme. Por el contrario,
supone idas y venidas, avances y retrocesos y —por supuesto— etapas. En la ID pueden
ser identificados a manera explicativa cuatro momentos claramente diferenciados en
función de las posiciones ideológicas y la dinámica organizativa interna del partido. Una
primera etapa de definiciones ideológicas; una segunda donde la expansión de la
estructura organizativa se presentaba como lo más importante; una tercera condicionada
por la actividad de gobierno y —finalmente— una cuarta donde cuenta la formulación de
alianzas con otras organizaciones políticas para readaptarse a las nuevas condiciones del
ambiente a los efectos de volver a tener arrastre electoral y posibilidades de acción de
gobierno.”
De nuestra parte, hablamos de tres etapas en el periplo de la ID, que no se parecen a un
viaje homérico sino a los inerciales ciclos biológicos: nacimiento y crecimiento,
desarrollo y madurez, vejez y preludio de la muerte. Sucesión no mecánica ni con señas
cronológicas, sino signada por los hechos políticos vividos dentro del partido, que dejaban
huellas que a ratos se parecían a heridas.
En la primera etapa de la ID, durante su gestación y bautizo, hubo dificultades para definir
a la creatura como partido socialdemócrata o socialista democrático. 24 Debate que se
zanjó a favor de la definición socialdemócrata, tendencia liderada por Rodrigo Borja.
Tómese en cuenta que el Partido Socialista en los años 70’ vivía una crisis profunda que
se manifestaba mediante antagonismos ideológicos y rupturas de su militancia, más bien
en torno a la definición sobre la vía de la toma del poder, sea electoral y democrática, sea
subversiva y revolucionaria. En tal contexto, la pretendida definición de la ID como
partido socialista democrático respondía también a esta realidad del PSE.
De todos modos, el partido se amamantó con un pensamiento social-reformista, que en lo
económico estaba más cerca del keynesianismo que de las rupturas estructurales
moderadas que planteaba el pensamiento cepalino. El uno proponiendo una alianza entre
la empresa privada y el Estado para hacer frente a las crisis profundas del capitalismo; y
el otro, planteando reformas estructurales a un sistema capitalista premoderno, que a ratos
se parecían a las reformas propuestas tradicionalmente por la izquierda en el continente.
Esta definición keynesiana es tan importante pues marcará durante el gobierno de Borja
su punto de inflexión con el reformismo programático.
No asumir el carácter socialista democrático fue la manera de no antagonizar con el modo
capitalista de producción de la riqueza social, que en Ecuador por su condición de sistema
atrasado ponía sobre la mesa la necesidad de luchar por cambios estructurales. De otro
lado, definirse como socialdemócrata fue una estratagema inteligente de la ID para
acercarse a Europa occidental alejándose al mismo tiempo de los dos bloques mundiales
hegemónicos. En los años 70’ florecían los gobiernos progresistas en Francia, Noruega,

24
Históricamente, el Socialismo Democrático es anticapitalista, en cambio, la Socialdemocracia fue
siempre defensora de cierto capitalismo regulado por el Estado. Debate ideológico y programático que tuvo
su epicentro en Europa occidental.
33
34

España, Suecia, entre otros. La ID ingresó a la III. Internacional Socialista, con beneficio
de inventario. Por último, como insinuamos, bautizarse como Izquierda Democrática fue
un acierto, pues deslindaba campos con la derecha, el centro y la izquierda.
Desde 1984 la ID creció en número y presencia en territorio, liderando además la
oposición al presidente León Febres Cordero y al Bloque Progresista en el Congreso. Eran
tiempos de florecimiento de la imagen del “partido naranja” y de esperanzas sembradas
en una parte significativa de la sociedad, que creía que —al llegar la ID a ser gobierno—
se pondría en marcha las reformas aplazadas a consecuencia de la muerte de Jaime
Roldós. Eran también tiempos de confrontación a dos bandas: con la derecha del PSC y
con el populismo del PRE, posiciones antagónicas, atrincheradas en Guayaquil y en la
Costa. Mientras tanto, la ID se expandía en Quito y Cuenca, más que en otras partes del
país.
Nada era en blanco y negro. La crónica de esos días nos demuestra que durante el periodo
de lanzamiento, apogeo y ejercicio de gobierno de León Febres Cordero, Abdalá Bucaram
formó parte del bloque progresista en el Congreso, aún más, se posicionó así en el
imaginario colectivo. Ecuador vivía una polarización que no dejaba margen a las dudas,
incluyendo las dudas existenciales de la izquierda revolucionaria. El enemigo principal
en la arena política era el presidente en funciones. El líder populista —a su vez— peleaba
en la línea de avanzada de algo que se parecía más a un enfrentamiento fiero y hasta
mortal entre los dos líderes que representaban en escena las dos fuerzas del capital en el
puerto, algo que ya aludimos antes. Guayaquil era la arena donde luchaban esos
“gladiadores”, no como héroes bastardos sino como adalides de fracciones rezagadas del
capital, siendo que, el capital financiero había tomado la delantera de la troupe
hegemonizando frente (y sobre) el capital agro-exportador y mercantil. Disputa que se
arropaba con el manto de los liderazgos visibles.
Todo esto era parte de un intríngulis complejo, ante el cual no cabía optar entre las
posiciones maniqueas y estereotipadas, sino discernir cuál era el carácter real de la bronca
por la hegemonía.
Recordemos que en enero de 1984 el Puerto principal decidió otra vez el giro de tuerca
de la política ecuatoriana: la Presidencia de la República la ganó Febres Cordero y Abdalá
Bucaram triunfó para la Alcaldía de Guayaquil. 25 Ganancia “pelo a pelo” la del líder
populista, que elevó a nivel de eslogan político el vocabulario del suburbio: Jama, Caleta
y Camello.
No obstante, en noviembre de 1984 Bucaram fue condenado a cuatro días de prisión como
“infractor a la ley”, pero al no presentarse a las puertas de la Penitenciaría del Litoral por
temor a ser asesinado, se ausentó sesenta días del país, término legal para el caso. ¿Cuál

25
El PRE fundado en 1982 no tuvo candidato propio en 1984 y en Guayaquil Abdalá Bucaram le apoyó
con todo su arsenal a Rodrigo Borja a la Presidencia.
34
35

fue la infracción? Bucaram habría declarado al diario La Prensa (NY, EEUU) “una frase
ofensiva a las Fuerzas Armadas...” (Tamayo, G. s/f)
Estando Bucaram fuera del país, el Contralor Marcelo Merlo Jaramillo depuso su
personalidad ante el ímpetu del presidente Febres Cordero y tramitó una orden de
detención provisional contra el susodicho, por supuesto peculado. (Borja N., 1985)
Acosado por la mejor estratagema de Febres Cordero —judicializar la política— Abdalá
Bucaram se exilió en Panamá, país gobernado entonces por el coronel Manuel Antonio
Noriega, agente doble de inteligencia, progresista por un costado izquierdo y agente al
servicio del Departamento de Estado yanqui, por el derecho. Noriega le tramó a Bucaram
un delito grave: poseer un paquete de cocaína. ¿Estuvo detrás del complot León Febres
Cordero?
Era un tiempo de mucha violencia, una con faz política, otra con carácter de ejecuciones
extrajudiciales. Guayaquil y la provincia del Guayas eran el epicentro de estas últimas,
cuando Jaime Nebot S. era su gobernador. En el rango de la violencia política destacaban
los hechos contra AVC, pero también había muertes a dirigentes campesinos que seguían
luchando por la aplicación del artículo 25 de la Ley de Reforma Agraria. Dos dirigentes
del PRE cayeron en esos días. Para enfrentar con desventaja esa turbulencia se puso al
orden del día la denuncia documentada de los graves hechos de violación a los derechos
humanos, campo minado en el que se movían “jugándose el pellejo” al menos el diario
HOY, la revista NUEVA, el boletín de las CEDHU —Derechos del Pueblo— y la Editorial
El Conejo con sus libros de coyuntura política.
1988: en la campaña electoral de ese año la Izquierda Democrática bajó el perfil de lo
programático, pues el mandato era ganar en las urnas, no elevar el nivel de la cultura
política del pueblo. En ese momento la ID contaba con una significativa simpatía entre la
izquierda y los movimientos sociales, v.gr., la dirigencia del Frente Unitario de
Trabajadores. 26 Precisamente aquel cambio de lo programático a lo meramente retórico
fue un tema de debate en los sectores progresistas y de izquierda, que se preguntaban si
aquello se trataba sólo de un estratagema en tiempos electorales o de una declinación
estratégica de la ID que, en honor al pragmatismo político estaba abandonando sus
posturas reformistas fundacionales.
Enfrentar al populismo para ganarle en las urnas era un cantar de gallo jalisco. El PRE
era un “hueso duro de roer” pues se hizo en el suburbio guayaquileño. No obstante, traía
en sí mismo una contradicción: si bien le ponía pecho a Febres Cordero en la plaza
electoral más fuerte y emblemática del Ecuador, Guayaquil; en cambio, apenas
conservaba el legado progresista de Jaime Roldós. El PRE se llamaba Roldosista, un
predicado vacío de contenido.

26
En ese periodo los dirigentes nacionales del FUT eran José Pepe Chávez (CEOSL), Fausto Dután y
Froilán Asanza (CEDOC-CUT), Edgar Ponce (CTE). Sólo Edgar Ponce ocupó más adelante un lugar
relevante en el aparato estatal, siendo nombrado presidente del TGC (Tribunal de Garantías
Constitucionales) por el Congreso de mayoría progresista (1986).
35
36

En la campaña de 1988 Bucaram le tendió una celada a Borja: hacerle partícipe de una
feria de agravios. El líder de la ID se equivocó al pisar la trampa pues siendo buen
luchador político en foros ciudadanos, era pésimo para “pelear en clinch”. ¿Por qué la
ID no forzó un debate sobre lo programático? nos preguntábamos en la izquierda y los
sindicatos. ¿Lo programático? ¿Confrontar las tesis keynesianas de la ID y las social-
populistas del PRE? Ni modo. En ese ámbito, tanto a la ID como al PRE “ya se les había
cortado la leche...”
Rodrigo Borja creía además que en el ballotage se las vería con el candidato
socialcristiano, que suscribía ideas neoliberales sobre el modo de manejar la economía
del país. Sucedió lo no esperado: el candidato socialcristiano no pasó a la segunda vuelta.
Entonces, para el ballotage la disputa electoral tomó el callejón de los agravios.27
Fue una campaña llena de ocurrencias. Se agitó el cotorro y se puso en primer plano el
antagonismo entre Civilización versus Barbarie, reviviéndole a Domingo Faustino
Sarmiento después de cien años de que el pensador argentino hubo elevado a condición
de paradigma esa falsa contradicción (1880). En Quito, la “moral pública” (sensum
communem) resintió sus tímpanos ante la feria de agravios. Pero con el tradicional humor
quiteño, un ocurrido escribió a medianoche este grafiti: “Te odio Bucaram, me obligas a
votar por Borja”. Más allá de lo pintoresco, se estaba fraguando la arcilla del voto
negativo, que generaría más tarde (2005) el emblemático ¡Fuera todos! 28
A pesar de todo Borja ganó la Presidencia (53 % contra 47 % en el ballotage). A la tercera
es la vencida, habría dicho el líder de la ID. Pero ¿a qué precio? Esta vez le ganó el póker
la eficiencia electoralista a la necesidad de elevar la conciencia política de la sociedad. El
triunfo en esta ocasión no fue a pesar del abandono de lo programático, sino precisamente
por aquello.
¿O la mayoría de la sociedad ecuatoriana optó por un líder contra otro líder? Cuestión que
convocó a una reflexión de tipo sociológico. La democracia ecuatoriana nutrida con
periódicas viandas electorales no necesita de debate de ideas o de confrontaciones
programáticas, sino de protagonismos personales, pues “somos una sociedad que sigue a
los líderes”. ¿Una herencia de los tiempos hacendatarios, patriarcalistas y neocoloniales?
¿Un bautizo de la política ecuatoriana en las aguas del postmodernismo? Quizá ambas
cosas. Un tema para la reflexión sobre el barroquismo de la cultura política en la Línea
Equinoccial.
Flavia Freidenberg hace una reflexión al respecto y sostiene con regios argumentos de la
sociología política que, mientras Abdalá Bucaram representaba en escena al “líder
carismático”, Rodrigo Borja retrató al “líder de situación”. (Freidenberg, F., 2003)
Interesante asunto, pues lo que parecía culminar en 1988 continuó en 1998 y luego en

27
En la primera vuelta Borja obtuvo el 24,7 %, Bucaram el 17,7 % y Sixto Durán el 14,7 %.
28
En 2005 se pintó en Quito: “Muchos años de la misma mierda. Fuera todos”.
36
37

2008. Un perfecto juego de la rayuela criolla. O un ejercicio cabalístico sobre el número


8. 29
La tercera etapa de la ID que mencionamos supra correspondió al ejercicio del gobierno.
A la hora de la praxis, lo programático nunca llegó. Dicho de otro modo, las tesis
socialdemócratas fundacionales se quedaron en la gaveta del partido. Era el momento de
“administrar la cosa pública” y Rodrigo Borja demostró dotes para hacerlo con estilo
tradicional, como un demócrata liberal moderado. Se mantuvo cuatro años haciendo
equilibrios entre las fuerzas sociales que pugnaban por la hegemonía, que eran, como
veremos más adelante, los sectores diversos del capital. Se cuidó de ordenar que al
reclamo social no se le responda con el Trucutú y los carcelazos a los dirigentes
sindicales.
El asunto estelar era la política económica del gobierno. “Un rasgo característico de la
gestión económica del presidente Borja es la contradicción entre un discurso
cuestionador de la economía de mercado y de oferta de pago de la deuda social y las
acciones prácticas del gobierno. Si bien se ha impulsado algunos programas entre los
que se destacan aquellos orientados hacia los pequeños empresarios, en lo demás se ha
favorecido el modelo de acumulación en que se sustenta la economía de mercado.”
(Roldós, A. 1991)
Después del retorno al régimen constitucional, en cuestiones de política económica la
senda del Ecuador quedó trazada. Eso fue así a partir de que se firmaron las primeras
Cartas de Intención con el FMI. Sucedió en 1983 durante el gobierno de Osvaldo Hurtado.
Senda sinuosa con un horizonte inequívoco: el reforzamiento de la atadura del Ecuador a
los puntos nodales del capitalismo mundial hegemonizado por el capital financiero y
circulando a su alrededor —a modo de satélite jupiteriano— el comercio internacional
cartelizado en la OMC, donde Ecuador hacía como otros tantos países dependientes el rol
de vástago que produce lo que hoy se llama commodities (materias primas), que los vende
a los precios que se imponen en las “bolsas”, para obtener divisas y con ellas comprar
materias primas para la industria, o tecnología y bienes finalizados, todo a los precios
impuestos por las economías capitalistas centrales, causándose el crónico déficit de
balanza comercial. Eso que en los años de nuestro análisis llamábamos “relaciones de
intercambio desigual” entre las economías de los centros capitalistas y las economías de
los países periféricos.
Los dos gobiernos que antecedieron a Rodrigo Borja tuvieron la brújula de su política
económica mirando al Norte. De su parte, durante su mandato el presidente
socialdemócrata siguió (con variaciones) la hoja de ruta diseñada en Washington. El
principio keynesiano del programa fundacional de la Izquierda Democrática, que asumía

29
El líder de situación (Rodrigo Borja) se caracteriza por no gozar de componentes mesiánicos, encarnando
un liderazgo que se percibe como el recurso de salvación en situaciones de malestar o impasse de ciertas
sociedades. El líder carismático (Abalá Bucaram) tendría una mayor capacidad para imponer a su arbitrio,
sin necesidad de negociar con otros actores, las características de la organización, mientras que ante el líder
de situación la organización partidaria tiene un margen de autonomía.
37
38

como medio para alcanzar la justicia social una economía regulada por el Estado en asocio
con la empresa privada (economía mixta), fue engavetada en 1988 al tenor de la
hegemonía del neoliberalismo en el mundo.
Se ha dicho que todo comenzó en marzo de 1983 y abril de 1984 cuando el reloj de arena
neoliberal comenzó a correr en el Ecuador, mejor dicho, a ejecutarse a modo de programa
macroeconómico. Los planes elaborados por los tecnócratas del FMI en Washington
(funcionarios invisibles del capital financiero mundial) son de una lógica elemental,
aunque implacable, tal si fueran partes de un juego de abscisas y coordenadas de un plano
cartesiano.
De un lado, la política monetaria del Ecuador en el periodo de régimen constitucional
debía consistir en la vigencia sostenible de regulaciones cambiarias (en esos años, la tasa
de cambio del sucre respecto al dólar), para abaratar las ventas del sector exportador
insuflador de divisas y —al mismo tiempo— restringir las importaciones para equilibrar
la balanza comercial. Las políticas se llamaban devaluación del sucre y control de divisas.
De otro lado, la política de ajuste del gasto fiscal para achicar el déficit de la balanza de
pagos en relación con el PIB, mediante el recorte de las inversiones públicas y los gastos
corrientes, que agobiaban al presupuesto del fisco. Se había instalado el demoledor
discurso ideológico del “Estado obeso” y del “exceso de inversiones públicas en campos
que son de la empresa privada”. El llamado “gasto social” (no inversión social) era el
primer sacrificado por la maquinaria podadora del Ministerio de Finanzas.
Ahorro de caja que obviamente no servía para mejorar las condiciones de la producción
nacional, sino para disponer de fondos para el pago de la deuda externa. Alivio de presión
de esa cuenta pasiva en el balance fiscal para cumplir con los pagos a los acreedores
externos: la banca privada y las entidades multilaterales.
Para mejorar el escenario de esas negociaciones, el FMI y el Banco Mundial accedían a
darle al Ecuador unos créditos llamados de “estabilización económica” o “stand by”, que
mejoraban en libros la contabilidad del fisco, firmados bajo condición, pues en las cartas
de compromiso se determinaba que servían para cubrir tramos del pago la deuda externa.
Simple: más deuda para pagar la deuda. Papeles que se quedaban en las oficinas del FMI
en Washington, como garantías reales, giros financieros que podían inhabilitarse si el
Ecuador incumplía los compromisos asumidos. ¿Dogal en nuestro gollete? ¿Chantaje a
los mandatarios? ¿Espada de Damocles? Simplemente agiotismo postmoderno.
Flavia Freidenberg (2003) al analizar la gestión de la economía durante el mandato de
Rodrigo Borja sostiene que:
“... pretendió implantar un modelo de desarrollo basado en el incremento del consumo
interno, a partir de una sostenida política de caracter social que presionara sobre el
aparato productivo, mediante políticas monetaristas. Se pretendía generar un círculo
virtuoso de reactivación económica consistente en fortalecer desde abajo la demanda,
aumentando el poder adquisitivo de la población, a consecuencia de lo cual el aparato
productivo tendría que ampliarse, invertir, crear empleos, pagar salarios.”

38
39

Como dijimos, la ruta de los gobiernos estaba señalada en Washington. Rodrigo Borja
firmó tres acuerdos con el FMI a lo largo de su mandato: en agosto de 1989, febrero de
1990 y diciembre de 1991. (Oleas M., 2017). Su gobierno:
“... tardó un año en preparar su primera carta de intención, buscando un crédito stand-
by... En ella evidenció los profundos desequilibrios fiscal y externo, así como la grave
situación inflacionaria heredados del gobierno socialcristiano... En general, la línea del
ajuste ofrecía los mismos hitos de las cinco cartas anteriores, pero en esta ocasión se
propuso reducir el capital de la deuda, para lo cual se ofreció destinar una cuarta parte
del convenio stand by y, mientras tanto, pagar un tercio de los vencimientos de 1989...
Entre 1989 y 1991 Ecuador recibió desembolsos por US $ 3.301 millones y contabilizó
amortizaciones por US $ 3.304 millones. En realidad, sólo se pagaron US $ 2.239 millones,
lo que provocó una acumulación de atrasos por intereses de US $ 5.815 millones. El
gobierno de Borja nunca pudo renegociar la deuda externa y para diciembre de 1991 esta
alcanzó un saldo de US $ 12.802 millones, equivalente a 111 % del PIB. A pesar de las dos
negociaciones concretadas durante la década (de los 80’), mientras en 1981 el saldo inicial
de la deuda fue de US $ 4.651.7 millones, 1990 terminó con un saldo de US $ 12.222
millones, es decir, casi tres veces más alto.
Mientras el gobierno aplicaba una política económica acorde con el Consenso de
Washington, 30 ¿qué pasaba con la conflictividad social? Si en los 80’ fueron represados
un poco más de setenta conflictos de tierras en los meandros del INDA (ex IERAC), ¿cuál
fue la respuesta de los movimientos sociales?
La lucha sindical liderada por el FUT durante el periodo de Borja fue en extremo
defensista. Hubo cuatro y media huelgas nacionales, todas débiles, al margen de los
motivos justos que las motivaban: los impactos de las medidas económicas del gobierno
y la inflación que deterioraban los ingresos de la población pobre en general. Además, las
reformas al Código de Trabajo para flexibilizar la contratación de obreros en ciertos
sectores de la producción, para mejorar el estado de las cuentas de los exportadores de
flores y verduras. Súmese el ajuste del gasto fiscal, que les puso a los empleados de la
burocracia pública a caminar en la cuerda floja. Cuatro y media huelgas nacionales que
apenas le hicieron cosquillas al gobierno de Borja, que además sabía lisonjear a ciertos
dirigentes sindicales.
Por el contrario, o haciendo la diferencia, en las áreas periféricas de Quito se
multiplicaban las tomas de terrenos extensos de haciendas abandonadas por sus
propietarios rentistas (y ausentistas), con el sueño de construir planes de vivienda popular.
Los pobladores pobres eran por lo general familias indígenas y campesinas emigradas a
la capital desde las provincias de la Sierra central. Todo habría comenzado en 1983
cuando se operó la primera invasión en el sur-este de Quito y se constituyó la organización
“Lucha de los Pobres”. Durante toda la década de los 80’ el Partido Socialista Popular y

30
Se le denomina así al esquema diseñado por el FMI y el BM (1980) sobre las políticas macro económicas
que debían ejecutarse sine quanon en países de la órbita de influencia de Estados Unidos. Tenía cuatro ejes:
estabilización macroeconómica, liberalización del comercio externo, reducción del tamaño del Estado y del
gasto fiscal, por último, primacía de las fuerzas del mercado en toda la economía interna.
39
40

la CEDOC lideraron esos movimientos, una vez que el Comité del Pueblo había caído
con soponcio y su dirigente legendario se convertía en un concejal más del Municipio de
Quito. En 1990 el alcalde capitalino Rodrigo Paz entró en apuros. Él era de la Democracia
Popular por una ocurrencia, era más que todo aliado y amigo del presidente Borja. Más
que todo, “el negro Paz” mantenía viva su vocación clientelar y arrimado a ese bastón
soñaba con ser presidente de la República. Para eso alagaba al pueblo quiteño mientras
mantenía estrechos vínculos con el capital financiero y con los grandes empresarios del
acaparamiento del suelo urbano.
En tales condiciones, Rodrigo Borja dispuso tres ámbitos para la negociación: el
Ministerio de Gobierno para convenir con los AVC su dejación de armas; el de Trabajo
para tratar con los dirigentes del FUT las demandas defensivas expuestas en las huelgas
nacionales; y el Ministerio de Bienestar Social, donde Raúl Baca negociaba con los
pobladores y algunas ONG, poniendo sobre la mesa “paños tibios”.
Mientras tanto, la conflictividad en el área rural había quedado represada en las
polvorientas oficinas del INDA, desde 1979 cuando se aprobó la Ley de Desarrollo y
Fomento Agropecuario. No obstante, un remanente del maltrecho programa DRI
(Desarrollo Rural Integral) fue puesto por Rodrigo Borja en manos de Diego Bonifaz
Andrade, un “culto aristócrata capitalista de izquierda” para que ayude a bajar la
temperatura. ¡Ni modo!
Desde el ascenso de Rodrigo Borja en agosto de 1988, la CONAIE preparaba
movilizaciones hacia la capital, coyuntura en la que se combinaban varios factores. Sin
duda, el clima no-represivo posterior al gobierno de Febres Cordero y el carácter
democrático de Borja incidieron positivamente en el proceso de movilizaciones indígenas
en ciernes. Toda la década de los 80’ fue de maduración de las tesis y propuestas
programáticas de la CONAIE y sus organizaciones regionales. Por lo demás, diferentes
estructuras de izquierda estaban permeando el movimiento indígena, en buena medida a
consecuencia de la constatación de que el movimiento sindical y sus huelgas nacionales
no daban para más. Así fue como se preparó el levantamiento nacional para junio de 1990,
un torbellino que desde el campo sople las calles y plazas de algunas ciudades: Quito,
Latacunga, Otavalo, Riobamba... El preámbulo fue la toma de la Iglesia de Santo
Domingo, en la capital, por activistas de organizaciones campesinas y populares,
militantes de CEB y el naciente movimiento ecologista.
El 31 de agosto de 1988 falleció Leonidas Proaño. La provincia de Chimborazo y su
capital Riobamba se convirtieron en un espacio geográfico y social de intensa reflexión
política sobre el legado del Obispo de los Indios y los derechos que motivaban el
levantamiento proyectado para junio de 1990. La dirigente popular riobambeña Mariana
Guambo reseñó este acontecimiento así (Borja N., 2014):
“… el trabajo de Monseñor Proaño empezó a dar sus frutos, se hablaba de los 500 años
de Descubrimiento de América, como una alabanza, cuando ese hecho histórico fue algo
terrible, cómo los pueblos indígenas de América sufrieron la imposición española y
criolla… Entonces el MICH (Movimiento Indígena de Chimborazo) y la CONAIE nos

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convocaron a los dirigentes sociales de Chimborazo a una reunión para rechazar esa
celebración y ahí surgió el consenso de que debíamos reanimar la lucha por la tierra.
Entonces se dijo que se está preparando un gran levantamiento indígena y empezaron a
llegar los compañeros de toda la provincia, de todas las comunidades indígenas, en
Riobamba nos movilizamos las organizaciones sindicales y la UNE, para dar recibimiento
a los indígenas, las compañeras de la economía informal dieron alimentos, las tiendas nos
daban azúcar, arroz, avena, para que puedan abastecerse los marchantes, porque era un
número indeterminado, venían con sus familias, con sus niños, era para nosotros algo
maravilloso, era un despertar de nuestros compañeros y compañeras indígenas… Ahí
vimos la gran obra de Monseñor Leonidas Proaño, que iba dando resultado, junto con el
trabajo de Pedro Morales, del Padre Bravo, de los sacerdotes Arrieta, Estuardo Gallegos,
Pedro Torres, Hernández, y de las monjitas Lauritas también, de Escuelas Radiofónicas,
de los seglares, que era un grupo maravilloso, todos ellos prepararon el recibimiento a los
indígenas, todo aquello fue un ejemplo, una luz que se abrió no solo para nuestros
compañeros del campo, sino también para los mestizos y los pobres de Riobamba, porque
empezaron a tomar mayor conciencia, de que todos tenemos un derecho a una vida digna.
¡Fue algo maravilloso todo aquello!”
Recordemos algunos hitos de este proceso: el 3 de mayo de 1989 se efectuó en Sarayacu
(Pastaza) una importante reunión entre representantes del gobierno de Rodrigo Borja y
de la OPIP, para hallar soluciones a los conflictos de territorios y tierras que se venían
acumulando en esa región del centro Oriente. (Juncosa, J., 1991) Por desgracia, las
respuestas del gobierno a los acuerdos de Sarayacu no fluyeron como correspondía a la
gravedad de la situación, acicateada por la penetración aún más impetuosa de las
empresas petroleras en los territorios de los pueblos kichua y waorani. Por eso, en junio
de 1990, las organizaciones indígenas elevaron al gobierno un documento programático
que sintetiza sus objetivos generales y concretos. El documento “Propuesta para poner
en marcha el acuerdo de Sarayacu – Ecuador 1990” fue suscrito por los dirigentes
Cristóbal Tapuy, Manuel Imbaquingo, Luis Vargas y Adolfo Chapiro, en representación
de la CONAIE, ECUARUNARI, CONFENIAE y de la Coordinadora de la Costa,
respectivamente. Extraemos un párrafo tan sólo como muestra del alcance de las
expectativas del movimiento:
“Nuestra aspiración central es que seamos reconocidos constitucionalmente como lo que
somos: Nacionalidades Indígenas al interior de un Estado plurinacional. Esto implica un
reordenamiento jurídico constitucional que propicie la creación de leyes y procedimientos
jurídicos que aseguren nuestros derechos como pueblos y como seres humanos con
legítima aspiración de trato igualitario y justo.”
El levantamiento de junio de 1990 sucedió a pocas semanas de que haya elecciones de
gobiernos locales, un buen motivo para que se agite el cotorro partidario. Levantamiento
que juntó en una misma plataforma tres causas: la demanda de resolución de los setenta
y dos conflictos campesinos, la exigencia del reconocimiento del derecho de los pueblos
indígenas a sus territorios ancestrales. Y el cambio de significado de la “Celebración de
los 500 Años de Descubrimiento de América”, por el de “Celebración de 500 Años de
Resistencia India”. Entonces la CONAIE aprobó su Programa Nacional, una propuesta

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de gobierno con alcances estratégicos, tácticos y operativos, en un marco de definiciones


ideológicas y jurídicas. La consigna era maximalista: “1992 ni una hacienda más...”
El presidente Rodrigo Borja se topó a boquejarro con una activación de los pueblos
indígenas, especialmente los amazónicos afectados por la exploración y explotación
petrolera iniciada casi veinte años atrás. Él fue un mandatario sensible a ese fenómeno de
larga ebullición, que se acercaba a una meta histórica bien significativa: el reconocimiento
del Estado ecuatoriano de su condición de Pueblos y Nacionalidades y, por lo tanto, la
fijación de su territorio, con los respectivos derechos, deberes y limitaciones. Esto
prefiguraba también su forma de gobierno y su representación en el marco del Estado
unitario.
Sobre ese histórico hecho nos dio testimonio Delfín Tenesaca Cahuana, más tarde (2009)
presidente de ECUARUNARI: (Borja N., 2014)
“En 1990 el levantamiento fue para nosotros como llegar a la cima, ¡chuta¡ tanto esfuerzo
que habíamos hecho y por fin llegamos ahí y desde ahí para decirle a todo el mundo: aquí
estoy, soy runa, soy quichua, soy puruhá, soy achuar, soy siona, soy secoya, soy pueblo, ya
no nos digan indios porque no somos indios... Otros en cambio decían, así como nos
dominaron con la palabra indio, bueno, ya, díganme indio, pero con orgullo, ahora yo
asumo ser indio, ya no tengo vergüenza, aquí nací, ya recuperé mi dignidad… Para mí el
levantamiento de 1990 fue eso… Había visto tanta rebeldía y coraje en Tixán, pobres
compañeros, ni siquiera sabían hablar el español y por eso recordamos a veces como
chistoso, había un compañero indígena que decía —nosotros aquí los indígenas sólo
explotados, sólo marginados, sólo maltratados... Él hablaba así porque en kichua se
expresa todas esas frases, yapis calla, macas calla… que en castellano se traducía sólo,
sólo, sólo… y cuando él hablaba así, cada una de esas palabras eran aplaudidas, eran
recibidas muy bien… y todos decían, por eso vamos a reclamar al Rodrigo Borja a que no
nos siga tratando así, ya no le vamos a permitir, mientras el gobierno no dé solución
nosotros no nos retiraremos del camino, qué rebeldía, qué coraje…”
En abril de 1990 el gobierno de Rodrigo Borja adjudicó al pueblo Waorani 612.650
hectáreas como ampliación a su territorio, área que quedó superpuesta al Parque Nacional
Yasuní. Circunstancia a la postre favorable, pues la lucha por la defensa de la integridad
y manejo de ese territorio de los Waorani, se ligó a la lucha por la no-incursión del Estado
y las empresas particulares dedicadas a la extracción petrolera. (Cisneros, 2007)
“La peculiaridad de esta adjudicación es que tiene una cláusula que explicita la
imposibilidad de los adjudicatarios de oponerse a cualquier actividad de exploración o
explotación de los recursos del subsuelo que le pertenecen al Estado, dejando así libre la
posibilidad de expandir las actividades hidrocarburíferas no solo en la reserva huaorani
sino en todo el parque Yasuní...”
El 1 de mayo de 1990, Rodrigo Borja se ganó el reconocimientos de los indígenas (y
colonos) de la región central del Oriente. Ese día entregó títulos colectivos de propiedad
de la tierra, repartidos en cuatro bloques: 308.000 hectáreas a la OPIP; 309.000 a la
Asociación de Indígenas Evangélicos de Pastaza; 390.000 a los colonos asociados en la

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Federación de Campesinos de Pastaza: finalmente, 108.000 les entregó en conjunto a las


tres organizaciones mencionadas. Un total de 1’115.000 hectáreas.
El presidente al iniciar la solemne sesión en el Palacio de Gobierno, habló de un “acuerdo
histórico” entre el Estado ecuatoriano y los pueblos amazónicos, subrayando que dicha
propiedad comunal excluye las riquezas del subsuelo (petróleo). De su parte, el dirigente
máximo de la CONAIE, Luis Macas, cerró la reunión enfatizando en que se ha sentado
“un hito histórico para todos los indios de Ecuador y de América”.
Respetuoso de los derechos humanos y correspondiendo a ciertas expectativas sociales,
el presidente Borja tomó algunas decisiones que valen la pena enumerar. Una: respetó el
indulto del Congreso a favor de los comandos sublevados en Taura y decretó una amnistía
política (sobre lo cual trataremos más adelante); Dos: acordó con un fracción de “Alfaro
Vive Carajo” la entrega de armas y su incorporación a la vida política “normal” (también
lo analizaremos infra); Tres: creó la DINEIB (Dirección de Educación Intercultural
Bilingüe) en noviembre de 1988, actuando en consonancia con el pujante movimiento
indígena que desde inicios de los 80’ se preparó para asumir este reto como un ejercicio
autónomo de sus derechos colectivos. Todo esto sucedió cuando corrían los primeros
tiempos del gobierno de Rodrigo Borja.

VII. EL PÉNDULO DAÑADO

En Ecuador no aplica de modo cabal la Ley del Péndulo. La pesa oscila desde la derecha
hasta el centro, pero no avanza hacia la izquierda. ¿Será a consecuencia de que somos un
país atravesado por la línea imaginaria en el Paralelo Cero? Sin duda, aquel raro fenómeno
nada tiene que ver con alguna causa telúrica o magnética.
El asunto que nos trae a buena cuenta esta lucubración es consecuencia de lo que
experimentamos en la disputa política desde 1978 en adelante. Comenzamos con un
gobierno social-populista que por eso mismo tendía a la centroizquierda. Del magnicidio
a Jaime Roldós pasamos a un gobierno centrista que se inclinó a la derecha. A declaración
de parte relevo de prueba, podría decir Osvaldo Hurtado. De allí nos encaminamos hacia
una derecha autoritaria desembozada, gobierno al que la izquierda le hizo la oposición
con siete huelgas nacionales y un amague de guerrilla. En la siguiente elección ganó la
ID, cuyo gobierno liderado por Rodrigo Borja, siendo de origen socialdemócrata, escindió
su gestión, pues fue democrático en lo político, pero en lo social —cuya base es lo
económico— fue de centro, aplicando con disciplina el guión diseñado por el FMI en
Washington, algo que nada tiene que ver con el programa progresista de origen
keynesiano de los fundadores del partido, ni con la ideología de sus cuadros más
relevantes, algunos de ellos, de formación académica en economía clásica y marxista.
1992: cerca de culminar el periodo de Rodrigo Borja, la calentura electoral subió a 38.5°
Celsius. Las fuerzas del estatus quo —cámaras de la producción, partidos de la derecha,
fuerzas armadas, mass media y la institución eclesial católica— se confrontaron alrededor
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de dos motivos relevantes. De una parte, las personas que integrarían la papeleta
presidencial; y de otra, los alcances del programa económico a ejecutar desde el gobierno.
Bajo el manto de tan buenas razones estaba la disputa de dos (o más) fracciones del
capital.
León Febres Cordero dio por sentado que si él corría para la Alcaldía de Guayaquil
arrasaría con la votación, que la endosaría a su “delfín” —Jaime Nebot— compitiendo
éste para la Presidencia. Otras fracciones socialcristianas y el Partido Conservador
(desempolvado para el caso) pusieron a Sixto Durán como precandidato a la Presidencia,
valorando su posicionamiento político larvado durante tres décadas de desempeño
público, además de su ascendiente en Quito, donde fue alcalde por disposición de la
dictadura militar.
El tema de fondo de la discrepancia era la visión sobre el programa de gobierno. Si bien
Febres Cordero suscribía el Consenso de Washington, con su mirada de político
pragmático de origen oligárquico, él creía que la aplicación de ese “modelo” debía ser
gradual o limitada por las circunstancias, mejor dicho, las complejas condiciones de
gobernabilidad del Ecuador. En cambio, Alberto Dahik era un neoliberal fundamentalista
que propuso la aplicación plena de las políticas neoliberales del Consenso de Washington.
Sin arribar a un acuerdo sobre el modo de aplicar las políticas neoliberales, en 1992 la
derecha se lanzó a la arena electoral con los dos candidatos prenombrados.
En el seno de la izquierda el proceso fue similar, pero a la inversa: hubo meses de
discusión de los asuntos del programa político, llegándose a un acuerdo inicial, no
obstante, cuando se puso sobre la mesa los nombres de la papeleta electoral, el proceso
falló y hubo cuatro candidaturas.
En suma, en esa ocasión se presentaron doce candidatos a la Presidencia: seis de la
derecha donde Jaime Nebot y Sixto Durán (acompañado por Alberto Dahik en la papeleta)
representaban respectivamente al PSC y al PUR-PC. La izquierda tuvo cuatro binomios,
por el FADI, PSE, MPD, APRE. El centro izquierda se presentó con Raúl Baca Carbo,
un social demócrata que le tocó cargar el lastre de un gobierno que dejó a muchos
desengañados. 31 Finalmente, el populismo tuvo una sola papeleta: Abdalá Bucaram. A
pesar de la profunda división, en 1992 ganó la derecha con Sixto Durán representando al
conjunto del capital.32
Aquella división de la izquierda merece atención particular. Sus cuatro candidaturas en
1992 sumaron el 8.2 % de la votación, la más baja cuota de la historia a partir del retorno
de 1978. El FADI desapareció al cumplir diez años de vida y sus remanentes más

31
Raúl Baca fue ministro de Bienestar Social durante el gobierno de Borja. Ejecutó una política clientelar
con programas sociales cercanos a la visión del BM-BID sobre “la pobreza”. Cuando Baca se candidatizó
queriendo cosechar reciprocidad electoral, fracasó. Obtuvo 8,4 % de votos.
32
Sixto Durán obtuvo 32 %, Jaime Nebot 25 % y Abdalá Bucaram 22 %. En el ballotage, Sixto Durán
subió al 58 % y Jaime Nebot al 42 %. Bucaram fue “el gran elector”. Él inclinó la balanza a favor de la
opción que aparentaba ser “menos mala” de la derecha. Otra vez se evidenció el “voto negativo”.
44
45

representativos se metabolizaron en la Izquierda Democrática, v.gr., René Maugé. De su


lado, las expresiones orgánicas de la lucha campesina, poblacional y sindical, lideradas
por la izquierda desde 1978, demostraron impotencia política.
En medio de ese panorama deprimente, el movimiento indígena empezó a marcar la
diferencia. Las movilizaciones de 1990 y 1992 dejaron señalada una senda programática
nueva, concentrada en dos ejes: la plurinacionalidad del Estado y la multiculturalidad del
país. Sin embargo, en el proceso electoral de 1992 el movimiento indígena no tuvo
representación. Muchos de sus dirigentes concentraban sus energías en estructurar una
organización partidaria propia, que poco después se llamó Movimiento de Unidad
Plurinacional Pachakutik (1995). En ese mismo lapso, se ensayó fraguar una instancia de
unidad programática entre las organizaciones CONAIE, FENOC, FEI y FEINE, proceso
animado desde el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, con
oportunidad de la celebración del Decenio de los Pueblos Indígenas en todo el mundo.
Proceso fallido en su momento de despegue, cuando incidieron dos corrientes políticas
nacidas desde el seno de las organizaciones. Esto es, de un lado, Pachakutik (1995) como
partido para actuar en la escena electoral y, de otro lado, la defección de ciertos dirigentes
indígenas de la FEINE y la Federación Shuar, que a la llegada al gobierno de Abdalá
Bucaram (1996) se incorporaron a espacios burocráticos y aprovecharon las
oportunidades de recibir “fondos no reembolsables” que eran justificados con proyectos
ad-hoc de desarrollo comunitario.
El Comité del Decenio de los Pueblos Indígenas elaboró propuestas programáticas con
participación tanto de las organizaciones de base, como de sus dirigentes. En un contexto
de politización intensa, Luis Macas, el máximo dirigente de ese proceso, nos dijo: (CDPI,
1996)
“Aunque nos vean mal, los pueblos indígenas ayudamos a la caída del Muro de Berlín,
desacralizando al marxismo. Los marxistas nunca supieron diferenciar la existencia de
una dimensión de clase y una dimensión de etnia. La década de los 80 para nosotros es
una década ganada. Es una etapa de grandes definiciones pues hasta entonces se tomaba
votación para definir si éramos campesinos o indígenas…”

VIII. 1992: EL NEOLIBERALISMO A RAJATABLA


Para situar en contexto el periodo de Sixto Durán, hemos de recordar que León Febres
Cordero era amigo de Ronal Reagan, pero opuesto a una aplicación a secas de la ortodoxia
anti—estatista del modelo neoliberal consolidado en el formato del Consenso de
Washington. Corsé que en rigor él no se puso durante su mandato presidencial. Es que él
gobernó al servicio de los intereses de ciertos grupos oligárquicos, cuya tradición era
usufructuar del fisco para engordara sus intereses económicos. Es lo que podría definirse
como “estatismo oligárquico”, contrapuesto al “estatismo tecnocrático” más bien
cercano al pensamiento económico de la CEPAL y al desarrollismo de los 60’ y 70’.
Ministro de Finanzas y presidente de la Junta Monetaria de Febres Cordero fue Alberto
Dahik, quien, de su parte, por su formación en la universidad de Stanford era crítico del
45
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carácter lumpen de la política económica de la oligarquía (vieja o remozada), clase que


elevaba a condición de dogma de fe que el Estado abandone la política de subsidios a los
precios de los artículos de primera necesidad y a los servicios básicos, pero mantenga
exenciones de impuestos y bajos aranceles en relación con las actividades del comercio
exterior y la industria. Alberto Dahik era un neoliberal ortodoxo que ideologizaba un
potente discurso anti-estatista a rajatabla. Cuando se agravó la contradicción de visiones
sobre el manejo macro económico entre él y Febres Cordero, Dahik abandonó el gobierno
socialcristiano. Se dijo entonces que estaba soñando en ser presidente.
En efecto, en 1992 Alberto Dahik fue escogido por Sixto Durán para el cargo de
vicepresidente. En el gobierno “el hombre que trabaja” aplicó la receta completa Made
in IMF. La puesta en marcha de la política neoliberal supuso tomar medidas drásticas.
Reformar la Constitución y las leyes tributaria, arancelaria, de compañías y de manejo de
las finanzas públicas. Reformar el Código de Trabajo, pues en las relaciones entre el
capital y los trabajadores y empleados debían regir las “leyes del mercado”, no los “pactos
sociales”. Implementar la transformación del Estado mediante la aprobación de la Ley de
Modernización, para lo cual se creó el CONAM y se puso en barata las empresas estatales.
Reformar la Ley de Hidrocarburos, lo que afectó al financiamiento del sector público y
bajó la participación del fisco en los ingresos petroleros, del 90% al 33% en promedio.
Privatizar los servicios públicos, reducir la plantilla de empleados y trabajadores de ese
sector, eliminar los subsidios a ciertos servicios básicos. Hasta se pretendió eliminar la
gratuidad de la educación básica y revertir la inversión en salud pública.
La oligarquización del Estado genera corrupción. El gobierno de Sixto Durán no estaba
vacunado contra esa endemia, que es moral y social. Aprovechar los recursos públicos
para beneficiar a la familia, el grupo o sector social, lo que siempre hizo la oligarquía, ¿no
es corrupción? Si lo es, aunque se lo edulcore con miel y perfume con esencias de flores.
Para colmo del gobierno de Sixto Durán, el carbunco le contagió al vicepresidente Dahik,
quien dispuso el uso y abuso de los fondos reservados desde su alto cargo de
vicepresidente.
Entonces el botafuego llegó a su clímax. Denunciado en el Congreso por cohecho, Dahik
contratacó y puso sobre la mesa los nombres de diputados que bajo cuerda habían
solicitado fondos económicos al gobierno, a cambio de morigerar el discurso opositor.
Fueron mencionados algunos “honorables” del MPD, PRE y PSC. Ese momento Alberto
Dahik recibió el espaldarazo del arzobispo de Guayaquil, Bernardino Echeverría. Los
mass media se dividieron, jugando roles destacados en la crítica al manejo errático de los
fondos reservados, los diarios El Universo, Expreso y HOY, también la revista Vistazo y
el Canal Ecuavisa. El PSC y el “bloque progresista” juntaron baterías y botaron gasolina
al fuego, al tenor de esa lógica simple, aunque efectiva, que dice: El enemigo de mi
enemigo es mi amigo... Un cachascán político y mediático que no era un show, sino una
disputa real de grupos de interés capitalistas, donde hacían roles protagónicos dos ramas
del mismo tronco. Una disputa de poder entre dos fracciones del capital afincados en
Guayaquil, con dos cabezas visibles, dos partidos políticos y muchas excrecencias
nacidas de su tronco. Los diputados y bufetes de abogados haciendo de corifeos. El resto
46
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de la sociedad con síntomas de emesis. No podía faltar a la cita donde se daría el desenlace
la Iglesia católica: el secretario general de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana y
miembro del Opus Dei, arzobispo Antonio Arregui, fue quien le pidió la renuncia a
Alberto Dahik, poniendo en claro la ubicuidad de la autoridad eclesial en el régimen
político ecuatoriano. Para colmo de la comedia de mal gusto, los socialcristianos
encabezaron el degüelle de Dahik en las Cortes y el Congreso, instancias del Estado
controladas por ellos, como de costumbre. El ex alumno del Colegio Salesiano Cristóbal
Colón de Guayaquil tuvo que huir a Costa Rica. ¡Bon voyage Albert¡
Para contrarrestar la decreciente confianza en su gobierno, Sixto Durán Ballén convocó
a una segunda consulta popular, con preguntas engañosas sobre un nuevo paquete de
reformas para “modernizar el Estado”. La mayoría de la sociedad no mordió la carnada y
el presidente perdió la batalla plebiscitaria. No obstante, hay que dejar en claro que si
Durán Ballén no logró aplicar todo lo que el modelo neoliberal le puso sobre la mesa, fue
por la resistencia activa del movimiento indígena en particular, en cuyo seno actuaban
diversas personas, grupos y sectores sociales que creían que en las filas del nuevo
movimiento se había abierto un extraordinario espacio de organización y lucha.
Otra vez la izquierda hizo el papel de cerebro gris del drama en curso. El Movimiento de
Unidad Plurinacional Pachakutik salió a la luz en noviembre de 1995, cohabitando en su
seno tres corrientes de acción política y un solo programa. En el nuevo movimiento se
juntaron, en primer lugar, quienes creían que la CONAIE debía tener una expresión
partidaria propia para participar en los comicios electorales locales y nacionales. En
segundo lugar, estaban dirigentes indígenas y mestizos (por primera vez la cuestión étnica
se ponía en juego) que se aproximaban a una visión insurreccional desde una mirada
heterodoxa, esto es, no de lucha de clases ni de foquismo armado, sino de pueblos que
desafiaban al poder estatuido mediante grandes movilizaciones, paros y tomas de
instancias del Estado. Por último, estaban quienes buscaban sólo tener un paraguas
electoralista —ni más ni menos— para ganar espacios de poder dentro del Estado, una vez
que las opciones de izquierda y centro izquierda habían agotado su artillería democrática.
El tiempo pondrá a cada una de esas corrientes en su lugar, particularmente cuando en
enero del año 2000 el movimiento indígena liderado por la CONAIE y Pachakutik
intervengan de modo determinante en la revocatoria del mandato al presidente Jamil
Mahuad, logrando fraguar una fugaz alianza con otras fuerzas actuantes en el sismo del
régimen democrático en esa coyuntura, a saber, las Fuerzas Armadas y la sombra del
PRE.
Pero antes debió consumarse la elección presidencial de 1996, en la que la disputa por la
Presidencia de la República fue entre la derecha socialcristiana y el PRE, esto es, el
populismo que desde una posición de centro se proyectaba hacia la derecha. Además, los
dos candidatos finalistas eran del Puerto: Jaime Nebot y Abdalá Bucaram.

IX. LOS MILITARES COMO GRUPO DE PRESIÓN

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Corresponde hacer ahora una suerte de elipsis cinematográfico, para tratar el tema de los
militares como grupo de presión en el proceso de conformación del régimen democrático.
Decir que las Fuerzas Armadas han sido el factótum en las vicisitudes en el proceso de
construcción del régimen político en el Ecuador, es un lugar común. Parte constitutiva
del régimen político, los militares llegaron al retorno de la democracia en 1977-78 con
fortalezas y debilidades a modo de blasones en su pecho, para continuar ejerciendo en la
siguiente etapa su influencia dentro del Estado. Antes de aquel momento habían jugado
su partida a dos bandas: la una, revestidos de un reformismo nacionalista, pretendiendo
sentar las bases de un capitalismo moderno, ejecutando un modelo de desarrollo que
aplicaba el principio estratégico de la “autonomía relativa del Estado”. Un estatismo
tecnocrático-militar que políticamente devenía desarrollismo, que fue apoyado por buena
parte de la izquierda.
Más tarde (1976), capitulado el reformismo nacionalista, los militares optaron por el
modelo desarrollista del capital, sin haber operado una reforma estructural, sosteniendo
un tibio nacionalismo petrolero que le dejaba al fisco ingentes márgenes de renta. De país
con escasos ingresos originados en el sector agro-exportador, Ecuador pasó a disponer
una economía fiscal que se parecía a lo que se apodó entonces como “la enfermedad
holandesa”, un síndrome de nuevos ricos que usufructúan de la renta originada en el
extractivismo. Se creyó que el Estado rico subsidiaría al soñado cambio de modelo que
favorezca la “industrialización por substitución de importaciones”, lo que también se
frustró apenas iniciado el ensayo. Sin una burguesía que se haga cargo del proyecto
histórico de modernizar la economía, los militares y tecnócratas desarrollistas apenas
pudieron balbucear al pie de unos mamotretos llamados “Planes de Desarrollo Nacional”.
La política extractivista era la antesala para el endeudamiento externo, o el petróleo y sus
reservas en el subsuelo eran la garantía de que el país terminará pagando a los acreedores
internacionales. Dice un analista ya citado: “En 1982 la exportación de petróleo y
derivados produjo US $ 1.524 millones, que representó 68% de las exportaciones totales,
mientras que el servicio de la deuda externa de ese año (amortizaciones de capital más
pago de intereses) llegó a representar 89% de las exportaciones totales.” (Oleas M.,
2017)
Históricamente los militares fueron actores de primera línea durante toda la vida
republicana del Ecuador en ese caminar plagado de vicisitudes del régimen político en
conformación. Ellos intervinieron unas veces como dictadores; otras, promovieron
importantes reformas sociales; algunas ocasiones participaron como candidatos y se
sometieron al escrutinio popular; y en 1977-78 arreglaron las cartas que ellos mismos
pusieron en juego para que el proceso de retorno a la democracia constitucional se
viabilice ¡eso sí! cuidando sus conveniencias institucionales.
En la coyuntura del retorno, el triunvirato militar garantizó a sus conmilitones la vigencia
de leyes importantes para asegurar su retirada estratégica. Básicamente, dejaron
implantados dos pilotes: la Ley de Seguridad Nacional y la Ley Orgánica de
Administración Pública. La una, a fin de resguardar al Estado de conformidad con la

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doctrina del mismo nombre, de alcance continental, que consideraba a la protesta social
radicalizada como “el enemigo interno”. La otra, para garantizar la permanencia de altos
oficiales militares en los directorios de las empresas públicas: petróleo, comunicaciones,
eléctricas, superintendencias de control, flotas navieras y aérea y un sinnúmero de
empresas creadas por el mando militar durante su gobierno. Por supuesto, quedaron en
pie como torres de granito los decretos anti-obreros para contento de los grandes dueños
del capital. Así, salga pato o gallareta de abajo las alas de la democracia ad portas, el
capital concentrado y acumulado quedaba a buen recaudo.
Durante los dos gobiernos militares de los años 70’, con una visión estatista, desarrollista
y de seguridad nacional, las Fuerzas Armadas crearon un conjunto de empresas mixtas
para controlar administrativamente los sectores estratégicos de la economía. Como
hongos aparecieron las empresas mixtas donde los hombres de uniforme tenían
hegemonía: CEPE, INECEL, FLOPEC, DINEC, EMETEL, CFN, TAME, etc. Engranaje
militar para controlar al Estado y demostración de poder para incidir en la sociedad en su
conjunto, que continuó “yira que yira”, como dice el tango con letra de Santos Discépolo
cantado por Gardel.33
En contra suya los militares tenían tres cartas de corazones negros: una, el desgaste
interior tras seis años de gobierno dictatorial, agravado por la falta de liderazgo, asunto
pesaroso en una institución tan jerárquica. De otro lado, la división interna por pinches
competencias entre las tres ramas militares. Y ¡como para variar! la corrupción conocida
mas no vista, haciendo el papel de recurso privado de acumulación de capital gracias a
los ingresos por la renta del petróleo que el fisco destinaba generoso a los presupuestos
de Fuerzas Armadas, que no siempre llegaban a meta para cumplir los propósitos
planificados. No obstante —o precisamente por aquello— los militares impusieron las
reglas de juego del retorno constitucional, unas veces obstruyendo el proceso para sacar
pingues ventaja, otras bogando tomados del remo de los poderes fácticos de la derecha y
la oligarquía.
Salvando la excepción de ciertos militares, entre los que se destacaba el general Richelieu
Levoyer Artieda —militar progresista, democrático y ético— escribimos al respecto:
(Borja N., 2020)
“En la comprensión militar de que el fin justifica los medios, el retorno a la
constitucionalidad controlado por los militares, buscaba a toda costa desactivar las
espoletas de una gestión fiscalizadora de los civiles al manejo económico del erario
público y/o de sanción a las acciones coercitivas que los elementos castrenses habían
tomado desde el control supremo del Estado, todo esto acorde con la naturaleza de un
régimen de facto que per se abusa del poder.”

33
En el 2007 soplaron nuevos vientos, lo que hemos denominado “periodo de reconfiguración del régimen
democrático”. Hasta tanto, con leves cambios se mantuvo ese engranaje donde los militares actuaban como
grupo de presión política sobre el régimen en su conjunto. En 2008 se aprobó la Constitución de Montecristi
y en 2009 se expidió la Ley Orgánica de Empresas Públicas. Entonces los hombres de uniforme dijeron
adiós a los directorios de las empresas del Estado.
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El control exclusivo de las armas les confirió a los militares el poder y el derecho para
actuar como “garantes del orden constitucional” y “guardianes del ordenamiento
jurídico”, versículo de rigor en todas las Cartas Magnas del Ecuador que recordamos,
sólo retirado en la Constitución de 2008. Aquello incidía de modo directo en las
vicisitudes de la construcción del andamiaje del régimen democrático, no siendo tanto un
asunto del derecho constitucional, cuanto de cierto derecho consuetudinario tomado por
los militares.
En el crono de este análisis, alrededor de la estructuración del régimen político fue
evidente que en el seno de las Fuerzas Armadas se discutían y confrontaban las posiciones
de las clases y sectores sociales que forcejeaban en la escena política por ganar el poder
del Estado. Nunca los cuarteles y el Ministerio de Defensa ¡cómo no! fueron espacios
aislados de la disputa del poder político, en tanto proyección de la lucha social
exacerbada. Así, en el periodo 1984-1998 de nuestro particular interés hubo militares
identificados ya con la tendencia progresista, ya con la conservadora. Hubo militares de
izquierda, de centro y de derecha, cada cual manteniendo como blasón los principales
asuntos que se debatían en la sociedad, inclusive atentos a los procesos políticos que se
sucedían en el continente, sea las dictaduras militares fascistoides del Cono Sur, o los
regímenes militares progresistas a su turno, de Perú y Panamá.
En todo el continente se manifestaron escenarios de alta tensión política donde esas
corrientes políticas se confrontaban, haciendo de marco, en algunos casos, de gobiernos
militares de derecha, y en otros, de gobiernos militares progresistas. Los casos más
paradigmáticos eran las dictaduras en el Cono Sur, neoliberales y fascistas. En el bando
opuesto, el gobierno del general Omar Torrijos (1968-1981) en el Ismo, exigiendo a
Estados Unidos la devolución del Canal de Panamá, en una emblemática lucha por la
soberanía, que involucraba a toda América Latina y El Caribe. En Centroamérica
destacaba el proceso de Nicaragua, donde en 1978 tomó el poder el FSLN, a la cabeza de
un ejército popular que había derrocado con la fuerza revolucionaria a la dinastía de los
Somoza. En ese contexto, ¿cómo olvidar las demostraciones de solidaridad de Jaime
Roldós con los procesos de Nicaragua y Bolivia, o el reinicio de relaciones con Cuba
suspendidas 17 años antes? ¿Cómo no evocar la apertura de relaciones del Ecuador con
Vietnam y la República Popular China decretada por Jaime Roldós? Temas candentes y
focos de tensión regional que formaban parte de la reflexión política de los militares en
sus cuarteles. La política eran en los cuarteles el pan de cada día...
En aquel contexto de cambio de polaridad, cuando la aguja de la brújula se movió desde
la disputa en función de lo programático (orgánico) hacia la confrontación puntual por
asuntos coyunturales y a veces venales, entre marzo de 1986 y enero de 1987 se
sucedieron dos hechos graves de insubordinación militar en los que los uniformados
fueron los protagonistas, cual gladiadores en la arena enfrentándose a un león, a León
Febres Cordero, mas no por sus políticas económicas y sociales de corte neoliberal, sino
por su estilo autoritario de gobernar y su inclinación a los abusos del poder. Oligarca
impenitente, de cabo a rabo, el mandatario enfrentó dos eventos de insubordinación
militar sin propósito golpista, actos de rebeldía que salieron por los fueros del honor y la
50
51

vergüenza, sin interés de instaurar un régimen dictatorial que altere el guión del drama
iniciado en 1978-1979. Aquellos graves tremores en la estructura del Estado no quebraron
los pilares del modelo hegemónico de desarrollo del capital puesto en marcha.
El primer hecho de insubordinación militar empezó el 7 de marzo de 1986 en el Ministerio
de Defensa en Quito, inflamando primero a la Base Aérea de Manta y luego a la Base
Aérea de la capital. El insubordinado fue el general Frank Vargas Pazzos, primer
comandante de la FAE, quien demostró con documentos y justificó su actitud rebelde por
los actos de corrupción que se escurrían como práctica regular en los pasillos de las más
altas esferas de la Función Ejecutiva y que comprometían los intereses de las Fuerzas
Armadas —según él sostuvo— al socaire del presidente de la República. En el acto de
rebeldía fueron develados los compromisos de otros altos mandos militares en la
repartición de prebendas ilegales de no poca monta. Consumado el hecho, Frank Vargas
fue dado de baja, apresado y enjuiciado por insubordinación al presidente, con lo que la
mecha quedó prendida y la detonación del fulminante sólo fue aplazada.
El segundo hecho, secuela del anterior, empezó el 16 de enero de 1987 en la Base de
Taura, cerca de Guayaquil, el principal asiento de aeronaves de guerra de la FAE. Los
insubordinados eran al momento un grupo de élite de comandos de la Fuerza Aérea,
indignados contra el presidente de la República por haberle engañado al país en el caso
de Frank Vargas. El reclamo tenía visos violentos de venganza. Poco más tarde, Febres
Cordero narró así un episodio que parecía ser más bien el pasaje de una comedia de lo
grotesco: (Artieda, F., 1987)
“Sentí vergüenza de lo que estaba ocurriendo y como yo soy un hombre de reacciones
violentas, les grité: ¡No me empujen carajo yo soy el presidente de la República! Pero me
siguieron empujando con las armas, me patearon por la espalda y al subir al bus, me
dieron un trompón en la mejilla, No vi al que me pegó, pero si me viré y le dije ¡hijo de
puta!”
Para alcanzar su reivindicación los aviadores y comandos de Taura liderados por el
capitán John Maldonado tomaron como rehén al presidente Febres Cordero durante unas
tensas doce horas. El reclamo de los insubordinados era la liberación de Frank Vargas,
quien, meses antes había recibido una amnistía política del Congreso, resolución que a
pesar de tener un carácter vinculante, fue desacatada por el mandatario. Hacia la noche
de aquel 16 de enero de 1987 el presidente-rehén firmó un acta comprometiéndose a
cumplir dicha exigencia y a no tomar represalias contra sus captores. Sin embargo,
terminado el incidente, los insubordinados fueron capturados, dados de baja, apresados y
más tarde condenados a penas largas de prisión. Posteriormente, durante el gobierno de
Rodrigo Borja los sublevados de Taura salieron libres mediante un indulto dictado por el
Congreso y recuperaron sus derechos políticos gracias a una amnistía política.
En ambos casos, buena parte de la población civil simpatizó de modo espontáneo con los
militares insubordinados. Es que latía un descontento por el estilo autoritario de gobernar
de León Febres Cordero, como también por las consecuencias de su política económica.
Los dos actos de los militares que hemos referido pusieron a todo Ecuador en vilo

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mientras que, en la provincia de Manabí hubo conatos de levantamientos del pueblo. Si


bien la sociedad consideró la insubordinación militar como una llaga en el tierno pellejo
del proceso de retorno a la constitucionalidad, el pueblo llano junto con diversas
organizaciones sociales y algunos movimientos políticos de izquierda, justificaron las dos
insubordinaciones castrenses como respuestas extremas al autoritarismo, la corrupción
oficial y la aplicación del modelo neoliberal.
En el Congreso se ensayó aprobar una resolución de exigencia de la renuncia del
presidente-rehén, lo que no prosperó y dejó en off side al bloque progresista que se acercó
audazmente a la “línea roja” de la ruptura del orden de sucesión del primer mandatario
según la Constitución. En ninguno de los dos sucesos relatados (Manta, Quito y Taura)
los militares insubordinados amagaron tomar el gobierno central, o intervenir en torno al
poder político en disputa, aunque tampoco criticaron el modelo económico subyacente.
Los motivos puntuales, aunque de peso pesado: el autoritarismo presidencial y la
corrupción que se filtraba por las tranqueras del Palacio de Gobierno. Ni siquiera el
vicepresidente Blasco Peñaherrera estaba jugando al recambio constitucional, como se lo
demostró con datos y documentos en el libro que publicamos a poco tiempo del grave
incidente de Taura. 34
Secuela de toda esta coyuntura fue la ganancia de prestigio político y respaldo popular
del general Frank Vargas. En adelante él se convertirá en un prospecto de líder populista
(y militar) descollante de la tendencia de centro-izquierda, primero, y de la izquierda
después, aupando la estructuración del APRE, un partido populista con visos
socialdemócratas, que desapareció tan rápido como surgió. En 1988 aquel personaje (ya
como militar en servicio pasivo) aspiró a la Presidencia de la República. Antes ensayó la
conformación de un espacio de unidad electoral con la izquierda, proceso parcialmente
fallido, pues solamente el PSE se sumó a su candidatura. Frank Vargas obtuvo 12,5% de
votos, con alícuotas notables en las provincias de alta densidad de población indígena y
montubia, hecho nada casual.
Concluyendo, los dos actos de insubordinación militar de 1986 no pretendieron cambiar
el régimen democrático por una dictadura, deviniendo eso sí acicates al reclamo social
ante el gobierno de ADN autoritario. Más aún: el evento de enero de ese año estimuló
objetivamente a conformar un consenso de las fuerzas sociales y políticas más diversas
frente al plebiscito convocado por el presidente, que parecía ser una maniobra para
recuperar sus fuerzas alicaídas en la sociedad, consecuencia de sus desafueros autoritarios
y sus maniobras desequilibrantes de las instituciones del Estado. Consenso que dio lugar

34
En los años 80’ la Editorial El Conejo se constituyó en una instancia de la intelectualidad orgánica de
centro, izquierda y centro-izquierda. En los días de Febres Cordero publicamos cuatro libros de gran éxito
en ventas y abundante controversia, sobre los hechos coyunturales de Quito, Manta y Taura: “La hora del
general. Informe urgente sobre el conflicto protagonizado por el teniente general Frank Vargas Pazzos”,
Gonzalo Ortiz C., Quito, marzo, 1986. “El secuestro del poder”, Artieda, Borja, Steinsleger, Pareja
Diezcanseco, Quito, marzo, 1987. “Taura. Lo que no se ha dicho”, Capitán John Maldonado, Quito, 1988.
“El viernes negro. Antes y después de Taura”, Blasco Peñaherrera Padilla, Quito, 1988.
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al llamado a votar NO en dicha consulta, que derrotó las aspiraciones del presidente
autoritario con un 57 % contra un 25 % por el SI. 35

X. LA IGLESIA CATÓLICA: ENTRE LA FE Y LA LUCHA POLÍTICA


Esta sección del artículo tendrá dos apartados cuyos argumentos están vinculados pues
pertenecen al mismo proceso, teniendo cada uno sus especificidades, lo que justifica esta
forma de abordaje. Aunque nuestro foco estará puesto en el Ecuador de los 80’ y 90’, en
ocasiones haremos ciertos alcances históricos retrospectivos. En el primer apartado se
tratará sobre las tendencias políticas nacionales que desde el seno de la Iglesia católica se
proyectaron a la sociedad. En el segundo, se analizará cierta relación que hubo entre la
institución eclesial y la izquierda, siendo que la fe religiosa y la disputa política
marchaban juntas a trompicones, pues son manifestaciones de un solo proceso que lo
hemos llamado “ensamblaje del régimen político democrático”.
En el periodo de nuestro análisis ¿actuó la Iglesia católica como un agente de presión
política? Para responder a esta cuestión hemos de empezar con una digresión histórica.
Hacer política de modo orgánico desde la cúpula y las bases de la Iglesia católica, mejor
dicho, alineando a la feligresía con ciertos propósitos profanos, fue una “tentación
latente”, tanto en la institución eclesial como en sus próximos partner. Por caso, el
Partido Conservador Ecuatoriano (PCE) actuó de modo perenne delante o detrás de los
púlpitos de los templos, en connivencia con las jerarquías eclesiales, como también
ligándose a los curas parroquianos. El objetivo era presionar a los gobiernos de turno a
favor de sus intereses de poder, buscando unas veces ganar las elecciones de forma
democrática, sumándose a los regímenes dictatoriales en otras ocasiones. De su lado, en
las bases de la pirámide institucional, donde cohabitaba el pueblo llano, la Iglesia católica
hizo siempre una labor ideológica, casi misional, de convicción política a la feligresía.
Con ese estilo de incidencia y presión, la Iglesia católica conformó gremios (v.gr. la
CEDOC en 1938), fundó periódicos y revistas, estableció escuelas, colegios y
universidades, elevó su voz admonitora sobre temas políticos y sociales, entre otras
acciones concebidas con fines profanos. La Iglesia católica en Ecuador siempre tuvo
modos y estilos para incidir en la disputa política alrededor de lo que hemos denominado
“el ensamblaje del régimen democrático”.
Nada de lo político ha sido ajeno a la Iglesia católica, aunque los modos de procesar las
contradicciones y enfrentar las circunstancias no hayan sido unívocos. Dentro de la
institución eclesial siempre sucedió algo así como lo que ocurre en un cuarto de espejos
donde se reflejan los movimientos de quienes luchan afuera, en la arena política. El
pueblo llano veía las sombras chinescas, no las manos que las movían, peor aún a los
artífices del juego y sus propósitos. Así ha sido y por eso nada nuevo decimos al reconocer

35
La pregunta que la oposición consideró mañosa, decía: “Compatriota ¿Quiere usted que los ciudadanos
independientes tengan pleno derecho a ser elegidos sin necesidad de estar afiliados a partido político
alguno, confirmando así la igualdad de todos los ecuatorianos ante la ley?”
53
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que la Iglesia católica y el Estado son los pilares de la mantención del poder político y
social, con las variaciones impuestas por las circunstancias históricas. En este sentido, la
Iglesia católica tuvo la función de poder de facto.
Durante los años 80’ los fenómenos políticos que sucedían en la sociedad ecuatoriana se
filtraban y procesaban en los pasillos de la institución eclesial y se canalizaban luego por
diversos medios hacia la feligresía. Labor política que no tenía sine quanon una relación
mecánica con las opciones electorales del momento o con similares gestiones del “poder
público”. Muchas veces más bien se buscaba la conservación de valores morales o la
reproducción de estereotipos ideológicos vinculados ¡eso sí! con el ejercicio vertical del
poder político y la mantención del poder social.
Según una encuesta nacional del INEC, el 92 % de la población ecuatoriana profesa una
religión, el 80 % es católica, el 30 % asiste una vez por semana a la iglesia... ¿Cómo no
hacer política con ese target? ¿Cómo desperdiciar esa oportunidad para hacer política
desde los púlpitos y confesionarios?
Por lo advertido, sostenemos que desde diversas prácticas y no de modo unívoco, la
Iglesia católica ha sido en el conjunto de los poderes fácticos, el actor más potente y sutil.
No decimos que se haya parecido a un partido político, sino a un movimiento en el que
las ideas, acciones, maniobras y determinaciones creaban en suma un vórtice político
actuando como acicate desagregador o aglutinante de las fuerzas sociales en lucha. En el
periodo de nuestro análisis, en las décadas de los 80’ y 90’ —con sus arenas movedizas
y terrenos pantanosos— eso fue así.
Si en la tradición la política conservadora aquello se lo hizo desde el púlpito, el atril y el
confesionario, en los tiempos recientes los medios de comunicación de masas tomaron
aquel lugar. Gestión con sentido de eficiencia. Los obispos se parecían a veces a gerentes
de una multinacional, v.gr., monseñor Bernardino Echeverría, arzobispo de Guayaquil, la
capital económica del Ecuador. Con esos medios, la palabra oral y escrita de los
personajes eclesiales influyentes se dirigió con primacía a las clases altas, dada su
condición de multiplicadores de opinión mientras hacen su cotidiana “vida social”. A la
gente común jamás se la descuidó en esta labor, aunque los templos católicos cada vez se
parecían más a museos de obras de arte religioso antes que a lugares de oración y ejercicio
de la fe. La relativa secularización de la sociedad ecuatoriana en los años más recientes
no fue motivo suficiente para que la institución eclesial (y dentro de su estructura, los
obispos, curas, monjas y seglares) operase una retirada estratégica de su misión política
implícita, otras veces explícita. Eso sí hubo cambios tácticos y operativos. 36
De otro lado, sea con mensajes directos o con recursos de resonancia, el flujo ideológico
de la Iglesia católica llegaba a los mandatarios de turno, legisladores, jueces, comensales
de palacio, tecnócratas, militares y policías de rangos medio y alto, empresarios y

36
Para un análisis comparativo con Ecuador ver: “La Iglesia católica como actor de la gobernanza en
Colombia” en Fernán González, Poderes enfrentados, Iglesia y Estado en Colombia, CINEP, Bogotá,
1997.
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dirigentes corporativos, propietarios y editorialistas de los medios de comunicación, entre


otros segmentos del mencionado target, mensajes a modo de “aportes incondicionales”
para que aquellos actores hagan bien sus papeles y tomen las decisiones “más adecuadas
para el Ecuador...”. 37
El poder del Verbo —la Palabra que deviene acción— es la clave de la presencia ubicua
de la Iglesia católica en la sociedad ecuatoriana, para lo cual la comunicación ha sido (es)
la herramienta sine quanon. En el período 1984-1998 detectamos que al menos 25
emisoras y 50 frecuencias de ondas hertzianas eran propiedad de diversas órdenes
católicas, grupos seglares y de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana. (Borja N., 1998)
Medios de comunicación que —por lo general— tomaban partido en torno a los conflictos
sociales y las pugnas políticas en curso. Aparte de otros recursos comunicacionales como
periódicos de pequeño formato, revistas, panfletos, casas editoriales y librerías, todo un
clúster con similares propósitos que iban desde lo religioso (asuntos de la fe), a lo
ideológico, y desde allí a lo político. Así, la Iglesia católica era de facto el grupo más
importante de presión política en el espectro de la conformación del régimen democrático
en el periodo de nuestro interés.
Recordemos que en enero de 1985 visitó Ecuador el Papa Juan Pablo II, quien trajo bajo
su casulla una estrategia de pinza: de un lado, recuperar el terreno de la hegemonía
religiosa que la Iglesia católica había perdido entre los pueblos indígenas y los sectores
suburbanos, frente a la ofensiva de las sectas religiosas que se habían multiplicado en la
última década. (Bamat, T., 1986)
De otro lado, el Pontífice vino al Ecuador a animar el despliegue de una intensa
comunicación de masas, dialogal y directa en unos casos, mediática y vertical en otros.
La finalidad de la estrategia de pinza era evangelizar a amplios sectores de la sociedad
usando los recursos comunicacionales que brindaban las nuevas tecnologías de la
comunicación de masas. 38 Con gran sentido de comunicador que él era, en su visita Juan
Pablo II puso énfasis en el uso de los recursos de la semiología y la antropología cultural
propios de los pueblos destinatarios de los propósitos evangelizadores. En esto, muchos
curas y monjas alineados con la Opción Preferencial por los Pobres tenían terreno ganado
gracias a sus vocaciones y estudios como sociólogos, antropólogos y educadores
populares. Semilla en tierra fértil que sembró el cura Camilo Torres en Colombia a inicios
de los años 60’, cuando inauguró el uso de las herramientas de la sociología y la

37
Desde los tiempos de García Moreno (1860) hasta el presente, las Fuerzas Armadas le veneran a la Virgen
de La Merced como su patrona, a pesar de los progresos del Estado laico. El 24 de septiembre hay toques
de corneta, izada de bandera, visita a la Virgen en sus capillas y almuerzo especial, donde no faltaban los
obispos y capellanes militares.
38
A México y Brasil el Internet llegó a finales de los 70’. Al Ecuador tardó al menos cinco años en arribar.
Cuando el Papa nos visitó apenas estábamos iniciando su uso. El pionero fue un programa del CONACYT
auspiciado por el Banco del Pacífico. Las organizaciones sociales dimos los primeros pasos con un proyecto
alternativo llamado ECUANET (Chaski-Net).
55
56

antropología para hacer trabajo eclesial de base, en los ranchos campesinos y los
suburbios de las ciudades colombianas. (Pérez, R, 1999)
Aquel afán de disputar hegemonía y ganar terreno a las sectas religiosas se desenvolvió
en el contexto de la lucha de clases, donde los asuntos de la fe eran como la punta del
iceberg. En la base de esas sociedades rurales, urbanas y suburbanas, la bronca era
política, con motivos sociales como su principal ingrediente. En tal sentido, la estrategia
comunicacional de la Iglesia católica fue acaso la modalidad más importante de
intervención en la conformación del régimen democrático, al menos si consideramos a
éste como un proceso que incluye las luchas por la conquista de los derechos sociales. Es
que la fe religiosa sin un pan sobre la mesa es una entelequia desabrida.
Aquí conviene hacer un alcance. No sólo las sectas tenían una finalidad política, también
en su origen, la FEINE (Federación Ecuatoriana de Indígenas Evangélicos), que se
constituyó en 1980 con el propósito de morigerar el ímpetu de la lucha social por la tierra.
Escribimos al respecto: (Borja N., 2011)
“En 1980, en la comunidad Colta Majipampa (Chimborazo) se fundó la FEINE como
producto de la necesidad de organizarse para defenderse de la persecución que sufrían
(los indígenas) como Iglesia Evangélica. En el fondo, no era un asunto de religiones en
pugna, sino una confrontación política sobre la base del problema de la tierra. Si el
Movimiento Indígena de Chimborazo (MICH) le había desplazado a la FEI, la FEINE se
creó para neutralizar la lucha por la tierra a las comunas indígenas afiliadas a
ECUARUNARI. La FEINE agrupa (más tarde) a las Asociaciones Indígenas Evangélicas
de Chimborazo, Tungurahua, Cotopaxi, Bolívar, Pichincha, Azuay, Cañar, Loja,
Imbabura, Napo, Orellana, Pastaza, Morona Santiago.”
En el periodo 1984-1998 al menos dos fenómenos confrontativos caracterizaban a la
sociedad rural ecuatoriana. De un lado, los impactos de las pugnas políticas coyunturales
ya referidas, en un contexto caracterizado por el abandono del Estado a la política de
redistribución de la riqueza. En ese contexto, junto a la orfandad de la tibia reforma
agraria se impuso la modernización del capital agro-industrial, proceso que representó la
expulsión sin reparo de miles de campesinos pobres a las ciudades, convirtiéndose en los
modernos parias en su propio país, los pobladores hacinados en las áreas suburbanas o en
los tugurios de las grandes urbes. Espacios territoriales donde se materializaba la disputa
por la feligresía entre la Iglesia católica y las sectas de diversa denominación, una lucha
lote por lote, rancho por rancho, familia por familia. En tales circunstancias, la
confrontación entre la feligresía católica y las personas ganadas por las sectas religiosas
tomó visos de violencia verbal y física, con una apariencia de disputa por “asuntos de la
fe” y un trasfondo de lucha social y política no advertido.
De otro lado, en los años 80’ estaba a punto de eclosionar un fenómeno que sorprendió a
la sociedad ecuatoriana en general y a la sociedad rural en particular. Alumbró la
organización de los pueblos y nacionalidades indígenas, la CONAIE (1986), con
múltiples y nuevas connotaciones, entre ellas, la comprensión de “la nacionalidad” como
una constelación de territorio, cultura ancestral y formas propias de gobierno ligadas al
ejercicio de los derechos consuetudinarios de los pueblos indígenas. Entonces, el eje de
56
57

la lucha ideológica y política se trasladó del campo de la pugna intrascendente entre


partidos y funciones del Estado, al de la exigencia de la plurinacionalidad.
Proceso que comenzó a inicios de los años 70’, cuando importantes sectores indígenas
fueron alineándose en una nueva organización, ECUARUNARI (Ecuador Runacunapac
Riccharimui, Despertar de los Indígenas del Ecuador). Un testimonio dice que “Don
Nazario Caluña y don José Chigalo en Chibuleo contribuyeron a enunciar el nombre de
la nueva organización en junio de 1972, acompañando un himno en kichua que hoy
rememoran a viva voz”. (Regalado J. F., 2014)
Movimiento que agrupó a los pueblos indígenas andinos, proceso en el que fue notable la
participación de curas, monjas y seglares identificados con la Teología de la Liberación
y la Opción Preferencial por los Pobres. Organización indígena que enfrentó desde el
inicio el torpedeo de las sectas evangélicas y de otras denominaciones religiosas que
ganaban espacio para sus “asuntos de fe”, a costa de dividir a las organizaciones,
confrontar a las comunidades, a las familias indígenas, campesinas y suburbanas.
En lo social y político, las sectas religiosas eran adversas a la causa de la lucha por la
tierra, opuestas a las alianzas con otras organizaciones populares, cerradas a la reflexión
para encaminar políticamente la acción reivindicativa, mientras despreciaban lo cultural
ancestral en nombre de una lectura literal de la Biblia. Posicionamiento político que no
podía ser escondido debajo de la alfombra de los “asuntos de la fe”.
Monseñor Leonidas Proaño había escrito en 1983: “La historia nos muestra, así mismo,
que la manipulación de la religión ocupa un puesto de primera importancia dentro de
cualquier sistema implantado por los conquistadores, dominadores e imperialistas.”
(Proaño V, 1990)
Volvamos los ojos a la institución eclesial católica. Con una enorme infraestructura de
comunicación de masas a su servicio; con el sustento de ingentes recursos económicos
externos; con crecientes equipos humanos de pastoral emulados por el mensaje de Juan
Pablo II, en los años 80’ la Iglesia católica incidió en el acontecer social y político del
Ecuador. Mas, como hemos sostenido, nada era unívoco.
El Obispo Leonidas Proaño, de franca posición a favor de un cambio radical no-violento
en la sociedad, hablaba de la existencia de tres iglesias: la tradicionalista, la modernizante
o desarrollista y la Iglesia popular. La izquierda —por su cuenta— identificaba a “los
curas reaccionarios, moderados y progresistas”. Cuestión de semántica. A la postre,
todos los miembros de la Iglesia católica eran de iure et facto civis. Más aún, en la
tradición ecuatoriana, la Iglesia siempre fue una entidad actuante en la política.
Históricamente, el más connotado personaje fue el Obispo Federico Gonzáles Suárez.
El Obispo Leonidas Proaño consideraba a los reformistas y desarrollistas, como aquellos
sastres que ponen “remiendo nuevo en pantalón viejo”. El “Moncho” (así se lo llamaba
coloquialmente) se pronunciaba por una revolución integral, no-violenta en las
estructuras sociales e institucionales, en las estructuras mentales y en la conciencia de los
individuos y los pueblos. Mérito del Obispo Proaño fue no perder el horizonte

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programático, que lo sintetizó en el Plan Pastoral Indígena, con tres asuntos centrales: el
compromiso con la lucha por la tierra (reforma agraria campesina e integral), la
autodeterminación de los pueblos indígenas y el respeto a su identidad cultural.
En sus homilías semanales y en sus regulares intervenciones en encuentros con miembros
de las comunidades eclesiales de base, Proaño enfocaba sin rodeos las demandas
programáticas y las luchas concretas del pueblo, sean los indígenas, los campesinos y sus
luchas por la tierra, los obreros de fábricas y de construcciones, los sectores populares y
poblacionales, los movimientos democráticos de mujeres por sus derechos. Fueron
paradigmáticas sus homilías por la solidaridad internacional con los procesos de pueblos
latinoamericanos hermanos, en resistencia contra las dictaduras, las dinastías (Somoza y
Stroessner) y las invasiones de los marines yanquis. Él y otros sacerdotes progresistas
tomaron partido en contra de las intervenciones militares del gobierno de Estados Unidos
en Panamá, Granada, Nicaragua (apoyando a la contrainsurgencia), cuando no en la
guerra iniciada por Gran Bretaña en las islas argentinas Malvinas (1982).
En oposición a la palabra y la praxis de Leonidas Proaño estaba la derecha eclesial.
Recordamos a Bernardino Echeverría, arzobispo de Guayaquil, cercano a León Febres
Cordero. Al Obispo de Ambato, Vicente Cisneros Durán. En Quito, al Cardenal Pablo
Muñoz Vega, cercano a Osvaldo Hurtado.
En el centro había jerarcas progresistas en el pensamiento y moderados en la acción,
destacándose José Mario Ruiz Navas y Antonio González Zumárraga. También el obispo
de Aguarico, Alejandro Labaca; de Guaranda, Cándido Rada; de Santo Domingo de los
Tsáchilas, Emilio L. Stehle. El obispo de Machala, Néstor Herrera; de Esmeraldas, Enrico
Bartolucci; de Sucumbíos, Gonzalo López Marañón, entre otros. Todos eran artífices de
opiniones políticas bien seguidas por la feligresía de las respectivas circunscripciones
eclesiásticas.
Las homilías dominicales de cada uno de ellos y su Palabra expuesta regularmente en los
medios de comunicación de masas, pesaban más que las opiniones de los partidos
políticos (algunos parecidos a manicomios) y las pendencias de los políticos locales. El
asunto se volvía crucial cuando se trataba de opinar, unas veces con sentido apologético,
otras con carácter admonitorio en relación con los mandatarios de turno.
Había obispos que regularmente escribían en medios de comunicación de amplia difusión
como El Comercio, Hoy, El Universo, el Mercurio, El Tiempo... El pueblo llano no solía
leer los sesudos editoriales escritos por esos personajes, en cambio esperaba cada semana
con expectativa las prédicas dominicales en las catedrales de Quito, Ambato, Cuenca,
Portoviejo, etc. Leonidas Proaño prefería hablar en el templo de Santa Faz antes que en
la catedral de Riobamba. Alberto Luna Tobar lo hizo un tiempo en la Catedral Nueva de
Cuenca y más tarde en Santa Teresita, en Quito, donde acudía la élite social capitalina a
escuchar al “padre Alberto”, que a su vez era atacado por voceros y aduladores del
presidente, supuestamente por ser “miembro de AVC”. José Mario Ruiz Navas hizo
retumbar los pilares de la Catedral de Portoviejo. Pablo Muñoz Vega en la Catedral
Metropolitana de Quito. Así, otros tantos. Opiniones sobre temas terrenales, asuntos de
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la lucha social, desencuentros de la democracia. No asuntos etéreos de la fe. Hechos de


violencia social, afectaciones graves a los derechos humanos, algunos crímenes que
parecían ser cometidos con la anuencia de las más altas autoridades del gobierno.
Homilías brillantes, piezas de oratoria que hacían gala del dominio de la retórica
aristotélica.
Durante el gobierno de Febres Cordero, en el epicentro se hallaba el tema de las
violaciones a los derechos humanos, junto al insurgir del movimiento Alfaro Vive Carajo
y la cacería contra sus miembros que parecía que nunca iba a terminar. Siendo AVC parte
de un “plan subversivo internacional”, según el mandatario, tenía que ser tratado como
enemigo interno del Estado, por lo que se le aplicó la Ley de Seguridad Nacional heredada
de la dictadura militar de los 70’. Cuando sucedió el secuestro de Nahim Isaías Barquet,
con el saldo del banquero y los secuestradores muertos, el arzobispo de Guayaquil,
Bernardino Echeverría declaró ante la prensa: “Estamos persuadidos de que esa muerte
fue una exigencia de la voluntad divina... es necesario uno para que otros vivan”.
(Arboleda V., 1986)
En la corriente de derecha descolló con luz propia el capellán de las Fuerzas Armadas,
Juan Ignacio Larrea Holguín. Jurista destacado en Derecho Civil, asesor jurídico y
consejero político del más alto nivel, miembro del TSE y de la Casa de la Cultura
Ecuatoriana, fundador de la Pontificia Universidad Católica (PUCE), catedrático de
Jurisprudencia en la Universidad Central, editorialista, autor de numerosos proyectos de
ley entre los que se destacó el Proyecto de Ley de Libertad Educativa de las Familias del
Ecuador, que lo presentó al Congreso en 1994. (Sandoval, V., 2018)
Con ese perfil, Juan Larrea Holguín fue el enviado por Josemaría Escrivá de Balaguer a
fundar el Opus Dei en el Ecuador. “Y tú Juan irás a Ecuador...”, fueron sus solemnes
palabras parecidas a cierto mandato bíblico. En 1975, para celebrar por lo alto el
centenario del asesinato a Gabriel García Moreno (1874), Juan Larrea Holguín investigó
y descubrió el lugar donde se mantenía en secreto de confesión la osamenta del ícono
histórico del clericalismo y la política de derecha del Ecuador. Como arzobispo auxiliar
de Quito, Juan Larrea Holguín promovió la construcción de la Virgen del Panecillo, un
gesto mayor de simbolismo religioso y político, que abonó al seccionamiento de la
población de la capital entre “sureños” y “el resto”. Develamiento que maravilló a la
derecha quiteña, a la “alta sociedad capitalina”, acto cometido en 1976, momento de alta
tensión política entre las corrientes políticas en pugna, que se disputaban el modus
operandi del proceso de retorno a la constitucionalidad. Nada era casual.
En América Latina hubo desde inicios de los años 60’ un fenómeno singular por el cual
muchos grupos de activistas cristianos se decantaron entre la Doctrina Social de la Iglesia
y el pensamiento político próximo a la izquierda. Asumiendo una visión de conjunto de
la sociedad, los cristianos que se perfilaron hacia la izquierda arribaron al marxismo en
un proceso que tuvo connotaciones teóricas y prácticas. Otros católicos se alinearon con

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la tradición, sea con los partidos socialcristianos originales o con los partidos
democratacristianos, ambos hijos del mismo tronco. 39
La Doctrina Social de la Iglesia tuvo en su origen un propósito político inequívoco: en
Europa —su cuna— se pretendió que sea para la clase obrera la alternativa ideológica al
marxismo. En América Latina se buscó un impacto multiplicador más amplio:
proporcionar al conjunto de la población católica un contrapeso a lo que se tildaba como
“ideas comunistas” que estaban viento en popa en la primera mitad del siglo XX.
Aquel salto de los cristianos al terreno del pensamiento de izquierda significó un tajo
profundo y definitivo en el tronco de la Doctrina Social de la Iglesia, en un contexto
histórico donde la cuestión central no era un asunto de fe, sino de lucha de clases. Desde
Río Grande hasta la Patagonia las sociedades caminaban por una senda bifurcada, donde
el dilema parecía ser Reforma o Revolución. Dilema que generaba un vórtice en los
sectores sociales organizados, aunque también una reflexión intelectual de gran
relevancia sobre dicha dicotomía. La izquierda se ponía entonces al día en una discusión
que la inició Rosa Luxemburgo en 1900.
El referido parteaguas de los cristianos se consumó en las conferencias episcopales de
Medellín (1968) y Puebla (1979), donde la Iglesia católica de este continente tomó en sus
manos el acompañar a los procesos de cambio de las estructuras del Ancien Régime.
La Conferencia de Medellín fue emblemática: se realizó semanas después de la rebelión
de los estudiantes en París, donde todo se puso en cuestión. En Ecuador estuvimos atentos
a esos hechos, pues creíamos que Europa dormía dopada por el Plan Marshal. De otro
lado, nos sorprendió el discurso de Papa Pablo VI en la inauguración de ágape católico,
cuando...
“... invitó a profundizar en la Doctrina Social de la Iglesia animando a encontrar los
caminos necesarios para su realización práctica: «Las testificaciones, por parte de la
Iglesia, de las verdades en el terreno social no faltan: procuremos que a las palabras sigan
los hechos». Pablo VI insistió en promover la justicia y la paz, pero alertó ante la violencia
y el odio del marxismo ateo y de la rebelión sistemática”. (Mesa P., 1996)
Una saga de sucesos que marcaron la línea de horizonte político de millones de personas
católicas, muchas de las cuales habían empezado antes de Medellín a practicar el
compromiso con los pobres, siendo catequistas unas, aspirando a la beatitud otras. A raíz
de aquella ruptura epistemológica hubo quienes pasaron a militar en causas sociales y
políticas que —desde la narrativa conservadora—los llevaban al filo del infierno (“el
comunismo”). En la izquierda —en cambio— creíamos que el fenómeno respondía a lo
que llamábamos “las condiciones objetivas dadas” para la revolución, que —
suponíamos— habría llegado a un punto de no-retorno.

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También hubo una rama del activismo católico que tomó el atajo del falangismo anticomunista y del
Opus Dei. En Ecuador hubo un partido falangista, ARNE (1949-1979).
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El iniciador del quiebre epistemológico fue el cura Camilo Torres Restrepo, en Colombia,
justamente hace sesenta años (1962). Su trayecto fue paradigmático. Caminó desde el
compromiso asistencialista con los pobres hacia el estudio teológico para hacerse
sacerdote. Desde allí tomó la senda de la academia, se fue a Lovaina a estudiar Sociología
y encontró las herramientas de la praxis del cambio social. Entonces se produjo el salto
dialéctico: con la guía de otros jesuitas retornó a Colombia, optó por la revolución y se
vinculó a la guerrilla. Poco antes se había hecho marxista.
Parteaguas que en todo el continente nada tuvo de diletancia, pues estuvo teñido con los
colores de la praxis a partir de la revisión crítica de los compromisos anteriores,
recargados de buenas intenciones, que les conducían a miles de católicos al
asistencialismo y la caridad, conducta de personas que vivían con entusiasmo la
experiencia de modo misional, dando ayudas a los más pobres, a los campesinos que
habitaban en las áreas rurales y al “subproletariado” que se hacinaba en los extramuros
de las ciudades. La praxis, en su lugar, tuvo un carácter político que se resumía en pocas
palabras: lucha de liberación de la injusticia social acá en la Tierra.
Corte epistemológico que devino una concientización con rupturas profundas que se
parecían a las trizas de un espejo. Es que entonces todo se puso en cuestión: la fe religiosa
católica, la filosofía idealista, la ideología política, la práctica asistencialista, las opciones
personales de existencia, los valores morales, los sentimientos, hasta los afectos. ¿No era
eso una revolución subyacente? Hasta las raíces de los árboles familiares retumbaron y
las ramas de las jerarquías de estirpe se sacudieron. Se cayeron ciertos legados de linaje
que en algunos casos tenían olor a incienso y, en otros, eran títulos conservados en la sala
como demostraciones del culto al liberalismo laico familiar forjado durante la primera
mitad del siglo XX.
Las distintas muestras de radicalización de los grupos y personas provenientes de aquel
“tronco común” del catolicismo implosionaron a finales de los 60’, esparciendo semillas
que al momento advertían el adviento de la revolución más que de la reforma. El marco
de ese proceso político fue la Teología de la Liberación, concebida por el sacerdote
peruano Gustavo Gutiérrez en 1968 como un blasón de los nuevos tiempos que estaban
viniendo. Trayecto en el que se conformaron organizaciones políticas de raíz cristiana
que proponían alcanzar el poder del Estado para hacer realidad los cambios estructurales.
No obstante, la democracia como camino apenas era pensada por unos pocos en el seno
de esos grupos cristianos. Es que la democracia traía consigo demasiado descrédito.
¡Tantas barbaridades se habían hecho en tu nombre!
En el continente, la excepción maduró en Chile en los años 70’. Los motivos no vienen
al caso exponerlos aquí, sólo recordar que los cristianos de izquierda y los cristianos por
el socialismo chilenos si le tomaron bien en serio al asunto de construir democracia
ganando el gobierno en las urnas, lo cual era una forma de abrirle pica al socialismo, para
lo cual se incorporaron a la Unidad Popular (UP), proceso liderado por Salvador Allende.
Haciendo contrapeso político a la izquierda, en medio de un intenso debate ideológico, la
Democracia Cristiana chilena se alineó con el golpe de Augusto Pinochet en 1973.

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Para el caso de Ecuador, una investigación académica reciente dice que: (Ospina, P. 2021)
“La Izquierda Cristiana se constituye como núcleo político organizado en 1972-1973 en
la Universidad Central (de Quito) como representación política de la tendencia cristiana
radical, lo que determina la disolución de la tendencia de cristianos progresistas y el
desligamiento del núcleo organizado de la base social campesina. Su constitución
orgánico partidaria es posible porque concentra y representa la corriente de Cristianos
por el Socialismo, que representa a los sectores pequeñoburgueses urbanos de la tendencia
de cristianos progresistas en contradicción con los sectores ligados al movimiento
campesino que pasan a ser controlados directamente por la Iglesia y otros aparatos
estatales…”.
El MRIC es un tema para la reflexión. Nació como resultado de un matrimonio temprano
entre —de una parte— una pléyade intelectual nacida en cuna católica, que primero
atravesó los terrenos de la Teología de la Liberación aún en ciernes y luego dio el salto
dialéctico desde el cristianismo liberacionista al marxismo. Y —de otra parte— algunos
dirigentes del movimiento indígena de los 70’. En 1972 se había constituido
ECUARUNARI en la comunidad de Tepeyac (Chimborazo), con una significativa
incidencia de Monseñor Leonidas Proaño. Movimiento indígena en el que militaron
sacerdotes, monjas y seglares que suscribían la Teología de la Liberación, como también
intelectuales marxistas que suscribían la Teoría de la Dependencia. En su tejido más
corporal, ECUARUNARI estaba conformado por los delegados de cabildos y
comunidades (unas indígenas, otras socialmente más bien campesinas) que traían sobre
su espalda la lucha por la tierra y como bandera que el Estado reconozca los territorios de
los pueblos ancestrales.
Por cuerda separada, durante los 80’ confluyeron otros grupos cristianos de base en un
proyecto de organización política situada en la izquierda. Hablamos del “Movimiento por
la Paz Monseñor Leonidas Proaño”, ensayo que no se gestó en las universidades ni en el
mundo sindical, campesino o indígena, sino en las comunidades católicas de base de
parroquias eclesiales. Organización seglar que se identificó con el pensamiento y la praxis
de Monseñor Leonidas Proaño y —por supuesto— con la Teología de la Liberación.
Como antecedente histórico vale la pena mencionar que la primera comunidad eclesial de
base (CEB) del Ecuador se fundó en la comunidad de Tepeyac (Chimborazo) en 1967,
con el auspicio de Monseñor Proaño. Él estaba participando por esos días en la
preparación de la Conferencia Episcopal de Medellín donde sostuvo que el método de
trabajo de los agentes pastorales no tenía tres, sino cuatro puntos cardinales: Ver–Juzgar–
Actuar... En comunidad. (Proaño V., 1967) Para este sacerdote extraordinario, el don
cristiano provenía de la comunidad, no del individuo. Mejor dicho, el carisma en el
sentido religioso tenía necesariamente carácter comunitario.
Con ese espíritu de comunidad se fundó el “Movimiento por la Paz Monseñor Leonidas
Proaño” para intervenir desde la izquierda en la disputa política, sin poner la mira en la
democracia representativa hegemónica entonces, sino ensayando acciones sui generis de
democracia directa que sus miembros la definieron como “resistencia activa no-violenta”,
tomando referencia al pensamiento de Mahatma Gandhi. (MPP-MLP, 1990)
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Leemos en un documento de esta organización:


“Monseñor Proaño ha dado la pauta para iniciar esta forma de lucha. Propuso avanzar
en la construcción de un movimiento por la paz, que agrupe a cristianos (católicos y
protestantes) y no-cristianos humanistas comprometidos en la lucha por la paz.
Movimiento que perdura en el tiempo, conducido por laicos y que acompaña al pueblo, a
los pobres, a los indios, participando activamente en su proceso de liberación y en la
construcción de una sociedad más justa, más próxima al Reino de dios. Hemos asumido la
acción liberadora no violenta, que desde un inicio nos ha aportado innovadores métodos
de lucha. Nuestras acciones inspiradas en la no violencia nos han permitido convertir a la
lucha en una fiesta, en una acción de hermandad, de amor. De ahí que hemos podido
incorporar a niños, mujeres, jóvenes y ancianos, en una acción llena de alegría en donde
las expresiones culturales tienen un papel importante”.
Por su accionar, el Movimiento por la Paz Monseñor Leonidas Proaño podría ser
entendido como una expresión espontánea dentro de un proceso político en el que se
ensayaba el ejercicio de una democracia asamblearia. Dos elementos cuestionarían esa
comprensión: la adhesión a una base teórica constituida, cual es la Teología de la
Liberación; y el soporte social organizado, asentado sobre los pilotes de la llamada Iglesia
popular.
El Movimiento por la Paz Monseñor Leonidas Proaño devino una serie de originales
experiencias de cara a la sociedad local, gestadas en el seno de algunas parroquias
eclesiales de Quito, grupos conformados por familias y personas de escasos recursos
económicos, alimentadas con vivencias de comunidad parecidas a las experiencias del
cristianismo original. Se trató de un movimiento político en gestación, consecuente con
la pedagogía de Monseñor Leonidas Proaño, de “aprender a nadar nadando y a hacer
haciendo” en comunidad, tal cual enfatizaba este obispo.
La militancia del Movimiento por la Paz se juntaba en talleres de reflexión sobre los
problemas nacionales y los temas sociales más acuciantes, coyunturales unos,
estructurales otros, camino en el que tomó cuerpo una identidad colectiva, contestataria
al estatus quo, desde las miradas de la fe en Cristo, la paz, la comunidad y el ecumenismo.
El movimiento no se propuso convertirse en un engranaje orgánico y político entre los
grupos y sectores de la Iglesia popular.
El 14 de agosto de 1988 murió Monseñor Proaño, hecho que reveló que muchas
Comunidades Eclesiales de Base no se habían desprendido aún del cordón umbilical del
clero, aunque éste tuviese un sello progresista. Miembros del Movimiento por la Paz
Leonidas Proaño experimentaron presiones de algunos sacerdotes que tenían gran poder
de convocatoria en los barrios del sur de Quito. Curas progresistas que se hallaban
preocupados por dos motivos relacionados: de un lado, la politización hacia la izquierda
de esas bases eclesiales, lo que ponía en riesgo la visión típica del pastor que va adelante
de la grey. Por otro lado, el riesgo de infiltración del movimiento AVC, que en ese periodo
actuaba con redoblada intensidad, por caso, su presencia en las organizaciones
poblacionales del sur de Quito. Para liberarse de aquel patriarcalismo progresista de
algunos curas, el Movimiento por la Paz debió fortalecer su carácter laico, viendo
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achicarse su original espacio de acción, misma que cada vez se realizaba más lejos de los
locales de las parroquias eclesiales, pero cerca de los movimientos sociales, en particular
del indígena, que estaba en apogeo.
Sus militantes —entre quienes había numerosas mujeres— se juntaban en casas
parroquiales emulando a las primeras comunidades cristianas. Las reuniones comenzaban
con un cántico o una oración no extractada del catecismo católico, sino improvisada por
quien libremente tomaba la Palabra. Se continuaba con una reflexión sobre un
pensamiento de Leonidas Proaño o de Gustavo Gutiérrez que se lo leía ese momento. Se
exponía a continuación el tema central agendado, quizá expuesto por algún invitado
especial a la reunión. Entonces se iniciaba la reflexión a modo de asamblea general. Se
tomaban decisiones, se repartían tareas, etc. Esa era la democracia asamblearia que fue
instalándose como una cultura militante.
Más tarde se compartía la comida servida en una pambamesa, todo en medio de un
ambiente de camaradería y jolgorio. Para finalizar, se organizaba colectivamente la
repartición de tareas y responsabilidades. Forma singular de organizar la praxis, que
fraguó identidad colectiva. En algún momento se habló de una estrategia de
“construcción de contrapoder”, en lugar de “luchar por el poder”, concepto que quedó
como traje demasiado grande en un cuerpo que apenas estaba creciendo.
En octubre de 1989, militantes de este movimiento hicieron un political performance. Se
tomaron pacíficamente el atrio de la Catedral Metropolitana de Quito y delante de los
presidentes de Francia y Brasil (que ese momento visitaban la capital para solemnizar
negocios inter estatales) hicieron un mitin en el que denunciaron (con movimientos en
escena recargados de ingenio y bulla juvenil) las acciones de las empresas CGS y
PETROBRAS, comprometidas en la explotación del petróleo en la Amazonía, que
causaba la destrucción de la selva prístina y afectaba la sobrevivencia del pueblo Waorani.
El efecto mediático de la acción fue notable, la gente curiosa les respaldó y hubo voces
de reclamo por la represión policial, los medios de comunicación enfocaron sus cámaras,
“hasta los chapas se sorprendieron...” dice una dirigente mujer de este movimiento. En
un reporte de la organización leemos un versículo bíblico que viene al caso: “Fíjense que
los envío como ovejas en medio de lobos. Tienen que ser astutos como serpientes y
sencillos como palomas”. (Mateo 10:16)
En mayo de 1990, vísperas de la llegada a Quito de la Marcha Indígena de la OPIP,
militantes de este movimiento y de CEB del sur de Quito participaron en la toma del
templo de Santo Domingo. Sumaron esfuerzos a la demanda de entrega de los territorios
de la nacionalidad Huaorani en la Amazonía. Criticaron la concesión de licencias de
extracción de petróleo en el Oriente, particularmente en el bloque 17. Así se gestó una
alianza perdurable entre ese movimiento con la CONFENIAE y ONG ecologistas.
En el movimiento y las CEB, unas veces se topaba temas nacionales, otras, asuntos
internacionales. Casi siempre eran abordados los problemas acuciantes, v.gr., los
conflictos de coyuntura, los actos de represión gubernamental, los desenlaces electorales
que se sucedían a tropel en los 80’. Se trataba asuntos estructurales como las demandas
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del movimiento indígena por sus territorios y la plurinacionalidad, que al correr de esos
años cobraban gran fuerza.
Años más tarde, junto con las CEB del sur de Quito el Movimiento por Paz Leonidas
Proaño participó en las movilizaciones por la revocatoria de los mandatos presidenciales
que se sucedieron en 1996, 2000 y 2005, pero no se constituyeron formalmente en una
organización política.
Durante el gobierno de Rodrigo Borja, otro asunto metió candela a la polémica en
desarrollo dentro de la institución eclesial. Componente marginal de la política económica
del presidente Borja sobre el manejo de la deuda externa fue el “canje de tramos de la
deuda externa” por bonos destinados a la compra de tierras. Se apuntaba a dos dianas: de
un lado, mitigar en cierta proporción los efectos tóxicos del pago de la deuda a los
acreedores externos y de otro, beneficiar a grupos específicos de campesinos e indígenas
pobres mediante la extensión de créditos en condiciones accesibles destinados a la compra
de tierras que previamente habían sido adquiridas con dicho fondo financiero.
La estrategia de canje de tramos de la deuda externa por tierra con fines productivos en
países como el Ecuador, nació en la sede del Banco Mundial en Washington al correr los
80’. El Banco Mundial estaba preocupado por los estallidos sociales, una bomba de
tiempo con dos espoletas: la asimetría en la distribución de la tierra agrícola, que generaba
una población campesina e indígena muy pobre, que buscaba migrar a las ciudades a
conformar los barrios periféricos y tugurios. De otro lado, las consecuencias del yugo
impuesto a los países para poder pagar la deuda externa, que en el caso del Ecuador se
había multiplicado en los años 70’ durante los dos gobiernos militares. Al mismo tiempo,
un peso muerto que incidía en los recortes a los presupuestos de los programas de gasto
social de los gobiernos, incluyéndole al de Rodrigo Borja.
En ese contexto, en diciembre de 1990 se firmó un convenio entre la Conferencia
Episcopal Ecuatoriana y el Banco Central del Ecuador. Su titular sostiene: (Tonello, J.,
1991)
“Se asigna al contravalor en sucres de 10 millones de dólares al Programa Nacional de
Servicios Integrados a las Comunidades indígenas. De este valor, el 60 % se destinará a
la concesión de créditos dirigidos a prestar apoyo para el desarrollo de las comunidades
indígenas (...) 6 millones de dólares que serán canalizados a través del FEPP. Se prevé
que estos recursos serán utilizados en un plazo de tres años. El FEPP espera contribuir
para la redistribución de la tierra según las posibilidades y necesidades de las
comunidades, demostrar que es posible hacer viables y consuetudinarios métodos
pacíficos, para la solución de los conflictos que se presentan en el campo, desterrando la
violencia, contribuir a la superación de las más graves situaciones de pobreza rural,
apoyar la implementación de proyectos de desarrollo integral, limitar o reorientar la
migración campo-ciudad, canalizar a favor de los pobres del campo recursos económicos
que el presupuesto del Estado había destinado a los acreedores del exterior.”
Convenio que abonó a la polémica interna en la institución eclesial entre algunos obispos,
unos, a favor de la política de asumir el canje de la deuda externa con aquel fin loable;
otros, criticándola, por ser el endeudamiento externo “un pecado de lesa sociedad”
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cometido por los gobiernos de modo irresponsable e inmoral, inclusive para beneficiar el
enriquecimiento ilícito de particulares de “cuello y corbata”. La polémica estalló en el
trayecto de 1990 y salió a luz en sendos panfletos y editoriales suscritos en periódicos de
amplia circulación en el país, por obispos e intelectuales seglares.
En el intríngulis estaba involucrados algunos obispos que tenían ascendiente en sectores
rurales y grupos indígenas y campesinos organizados en cooperativas y asociaciones. A
un lado figuraban sectores de la Iglesia Católica que habían calificado a la deuda externa
como “un pecado de lesa sociedad”. Al otro lado destacaban obispos con una visión
pragmática del modo de resolver un problema heredado de tiempos coloniales y la
temprana república. En el “choque de locomotoras” los protagonistas eran de un lado, los
monseñores Proaño y Luna Tobar; y del otro, los obispos José Mario Ruiz Navas y
Cándido Rada. Al fondo del escenario, resonaba la deuda externa como un asunto ético y
una contradicción política en el abordaje del modo de resolver la distribución socialmente
injusta de la tierra en el Ecuador. Para los unos, estaba pendiente una política de cambio
estructural de las relaciones sociales en el campo; para los otros, se justificaban medidas
puntuales como dicho canje de deuda externa que hacía posible conformar un fondo de
tierras, para que las compren indígenas y campesinos en condiciones accesibles. En este
caso, la (CEE) Conferencia Episcopal Ecuatoriana hacía el papel de intermediaria.
Dijo José Tonello en el artículo citado: “Respetando todas las opiniones discordantes, el
FEPP estima que el logro de estos objetivos es más importante, por el bien del país y de
los indígenas, que las reservas que puede causar, sea el método utilizado para la
obtención de los recursos (conversión de deuda externa), sea el contenido mismo de la
acción (acceso a la tierra mediante pago)”.
En esa línea de canje de tramos de la deuda externa, la gestión fue ejecutada por el
Programa Pro-Tierras de la CEE en alianza con el FEPP (Fondo Ecuatoriano Populorum
Progresio) como instancia operadora. Los fondos financieros no-reembolsables
provinieron de conocidas agencias de cooperación externa, especialmente católicas,
fondos para adquirir papeles de deuda ecuatoriana que eran negociados con el Estado y
dejaban liquidez en caja y réditos financieros, que servían para comprar haciendas a
precio de mercado. El FEPP administraba los créditos blandos y algunos servicios
técnicos a favor de los campesinos e indígenas. Como resultado cuantitativo, el programa
habría entregado alrededor de 56.000 hectáreas de tierra agrícola a unas 11.000 familias.
Finalmente, para asesorar el programa se conformó una comisión tripartita, sentándose
alrededor de la mesa curas (CEE), técnicos (FEPP) y dirigentes indígenas (CONAIE).

XI. EL GOBIERNO POPULISTA CIERRA EL PERIODO


La presencia de Abdalá Bucaram en la Presidencia de la República (agosto de 1996)
brindó la oportunidad para que los grupos cristianos de base retomen su con propósitos
políticos. Se reanimaron los Equipos de Fe y Política y de modo particular en el sur de
Quito se activaron las asambleas en las instalaciones religiosas (templos, conventos,
colegios confesionales). La idea política de los animadores consistía en reunir en las
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parroquias eclesiales a los sectores populares de los barrios para reflexionar sobre la
coyuntura política del país y definir el papel de los cristianos en la misma. En tales
condiciones, los cristianos de base y los Equipos de Fe y Política se involucraron con el
Frente Patriótico.
En el Frente Patriótico se aliaron los movimientos sociales, las organizaciones sindicales
tradicionales, los partidos de izquierda y la nueva formación Pachacutik-NP, algunos de
cuyos dirigentes provenían de la CONAIE. Lideró el Frente Patriótico la FETRAPEC
(Federación de Trabajadores Petroleros), que reunió en su mesa a la CTE, CEOSL, UGT
(Unión General de Trabajadores), CEDOC-Socialista, el Frente Popular (sindicatos
cercanos al MPD), la UNE, la Coordinadora Política de Mujeres y como bandoneón
tocando prima, la Coordinadora de Movimientos Sociales.
Es que apenas posesionado Abdalá Bucaram como presidente, anunció su idea
emblemática en política económica: la convertibilidad monetaria, que consistía en la
fijación de un valor fijo de cambio (4 X 1) entre el sucre y el dólar, de modo que los dos
signos monetarios circulasen por igual. La estrategia había sido aplicada en 1991 en
Argentina por el ministro de Economía, Domingo Cavallo, con el propósito de frenar el
proceso económico más perverso: devaluación más inflación. Según el plan de Bucaram,
controlada la volatilidad de la moneda nacional mediante la convertibilidad, se crearía un
nuevo signo monetario y se establecería una paridad de 1 x 1. El Banco Central ya no
podría crear masa monetaria (la “maquinita” de imprimir billetes-sucres), deteniéndose
la crónica devaluación. A continuación —decía Bucaram— se controlaría la especulación
de precios y se detendría la inflación. Habiendo mejorado la capacidad de compra de la
población en general, los motivos del descontento social se mitigarían. El “canto de las
sirenas porteñas” no fue creído por el Frente Patriótico y su entorno de organizaciones y
movimientos sociales, que continuaron alistando el complot.
La bataola de exabruptos del presidente, así como de las maniobras de escena que
protagonizaban sus adláteres cada día, León Febres Cordero (alcalde de Guayaquil 1992-
2000) desojaba margaritas, guardando la esperanza de poder cabalgar al anca del gobierno
de Abdalá Bucaram, para lo cual le habían colocado a Fabián Alarcón Rivera en la
Presidencia del Congreso. Ellos aseguraban así la hegemonía política, mientras que los
grupos económicos que estaban en su entorno, ultimaban detalles al plan macro
económico que era una continuación de la aplicación del modelo neoliberal vigente.
Estaban en juego asuntos estratégicos: las privatizaciones de empresas estatales y de la
seguridad social, la eliminación de los subsidios a los precios de los combustibles, el
ajuste de tarifas de los servicios básicos y la anunciada convertibilidad del sucre. El
principal mecanismo de la política económica de Bucaram era el “plan de
convertibilidad”, que fue resumido así: (Palán, Z, 1997)
“... requería de políticas económicas de ajuste que sin ser del todo diferentes a las
adoptadas por los gobiernos anteriores, iban a ser más duras, puesto que de un solo toque
se pretendía crear las condiciones más óptimas para un proceso de privatizaciones

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rápidas, fijar la paridad cambiaria de cuatro sucres por dólar, bajar la inflación, lograr
la flexibilidad laboral, eliminar los subsidios y el déficit fiscal...”
Añade Zonia Palán que las medidas de ajuste anunciadas por el gobierno para los
primeros días de enero de 1997 comprendían “eliminación del subsidio al gas cuyo precio
aumentaría 300 %, aumento de las tarifas de electricidad en 150%, aumento de las tarifas
de telefonía entre 500 y 700 %, aumento de la tarifa del transporte popular en 30 %...”
Como cortina de humo actuaba el temperamento del presidente, pero detrás del telón del
escenario estaba que hervía la disputa entre los sectores del capital. Desde la campaña
electoral, Abdalá Bucaram había logrado acercar a dos y medio grupos económicos de
gran potencia acumuladora de capital: el grupo Isaías (banca, finanzas, industria, medios
de comunicación), el grupo Noboa Pontón (agro exportación, transporte marítimo y
banca).
Abdalá Bucaram no era un “hombre de papel” en ese matrimonio de conveniencia. Él
lideraba un grupo en ascenso dedicado al gran matute y el comercio al interior del país.
Su sector del capital se arropaba en los muelles del Puerto Nuevo de Guayaquil, donde
fluía el gran contrabando al socaire de cientos de conteiner, cuyo contenido se pasaba por
las barbas de los “señores de la aduana” e iba directamente a las bodegas tanto de los
comercios de la Bahía, como de algunas conocidas casas de importaciones, cuyos
propietarios hacían fiesta en honor al presidente de la República.
Los intereses del presidente hacían de argamasa de los dos grupos mencionados, basando
su proyecto acumulador en el expolio de los recursos del Estado por la Toccata y fuga del
cobro de aranceles aduaneros y la posterior distribución en el mercado interno que estaba
en manos de lo que se dio en llamar “el grupo libanés amo del contrabando”.
La oposición a Bucaram se construía actuando en dos frentes: el Congreso y los
movimientos sociales y la izquierda. Haciendo el rol de “puente”, el Movimiento
Pachacutik-Nuevo País, gracias a sus ocho diputados en el Congreso y sus influencer en
los movimientos sociales, los sindicatos y en ciertos segmentos de la organización
indígena nacional. En el Frente Patriótico se encontraron los movimientos sociales (donde
subsumían los remanentes de la izquierda partidaria) y la formación política en ascenso:
el Movimiento Pachacutik-Nuevo País. El Frente Patriótico se convirtió en la plataforma
clave de la oposición a Bucaram juntando —cual la pólvora al nitrato de potasio, el carbón
mineral y el azufre— a tres elementos de alta ignición: “la locura” del primer mandatario
(a confesión de parte relevo de prueba), la convertibilidad de la moneda que se pondría
en marcha en enero de 1997 y el programa económico neoliberal que él heredaba como
modelo de acumulación de los gobiernos que le habían precedido los catorce años
anteriores de régimen democrático.

La democracia directa sonaba a Sinfonía. El objetivo era tejer una trenza de tres hilos:
oponerse a que el gobierno continúe la política económica neoliberal que dejó cimentada
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Sixto Durán Ballen; evitar la inminente aplicación de la convertibilidad de la moneda;


revocar el mandato presidencial a Abdalá Bucaram. De su parte, el PSC se encargó de
liderar en el Congreso la destitución del mandatario, para lo cual había que acomodar las
piezas de la Constitución a la necesidad y la urgencia del desenlace.
Al inicio de su mandato, Abdalá Bucaram había intuido que “algo” estaba sucediendo
entre los pueblos indígenas. Entonces nombró secretario de Etnias y Culturas Ancestrales
(con rango de ministro) al dirigente de la Federación de Centros Shuar, Rafael Pandam.
Su pretensión era inequívoca: dividir para reinar. La maniobra en escena tuvo efectos
corrosivos. Afloraron fisuras en la Federación de Centros Shuar, que revotaron en
carambola dentro de la CONFENIAE, donde —además— surgieron diferencias de
criterios políticos entre las organizaciones indígenas del norte, centro y sur de la
Amazonía. De otra parte, se debilitó una instancia primaria de unidad de las
organizaciones indígenas nacionales: CONAIE, FENOC y FEINE, que pretendía que la
celebración del “Decenio de los Pueblos Indígenas” (dispuesto por Naciones Unidas entre
1994 y 2003) sume fuerzas al reconocimiento de la tesis de la plurinacionalidad del
Estado ecuatoriano. Por último, la FEINE (indígenas evangélicos) se aproximó al
gobierno de Bucaram buscando extraer de esa Secretaría de Etnias y Culturas Ancestrales,
beneficios burocráticos y económicos a favor de proyectos de “desarrollo”.
Apenas iniciado ese gobierno sucedió lo inevitable. El respaldo electoral implícito del
centro-izquierda y la izquierda a Acdalá era “sólo” para impedir que en el ballotage gane
la derecha (Jaime Nebot) en un caso reiterado de voto negativo que se transformó de la
noche a la mañana en activa oposición al presidente electo. Si para el centro-izquierda y
la izquierda aquel era “un medio que justificaba el fin”, para Bucaram era la
materialización del clásico eslogan del populismo latinoamericano, que eleva a categoría
política absoluta la entelequia “pueblo versus oligarquía”.
Así fue como la oposición de la izquierda subsumida en los movimientos sociales diversos
sumó sus fuerzas (la movilización en calles y plazas de Quito es histórica e icónica) a los
designios de la alianza de la derecha (PSC+DP), que tenía 39 escaños en el Congreso,
menos de lo que se necesitaba para destituir al presidente. Contexto en el que estalló la
movilización con visos de revuelta del pueblo de Quito. Desde la segunda semana de
enero de 1997 se calentaron las calles y el estallido fue el 5 y 6 de febrero. La singular
sumatoria de fuerzas derivó en la revocatoria del mandato presidencial en medio de un
guirigay constitucional ideado por los socialcristianos: la destitución del presidente por
“incapacidad mental” y la sucesión presidencial por Fabián Alarcón, saltando la soga por
encima de Rosalía Arteaga, la vicepresidenta electa y legalmente la sucesora. Para
alcanzar esa meta hubo necesidad de un pacto de mutuas conveniencias que el sarcasmo
del pueblo lo motejó “la camioneta”. Afirma Diego Cano, dirigente de FETRACEPE:
(Alibrahim, L., 2009)
“Un día se firmó en el local de FETRAPEC el pacto de la caída de Bucaram, entonces
trajimos a los más connotados representantes de los partidos y movimientos políticos del
Ecuador desde la extrema derecha, hasta la extrema izquierda; acá estuvo Jaime Nebot,
León Roldós, Jamil Mahuad (alcalde de Quito), Gustavo Terán del MPD, Rodrigo Borja
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de la ID, entonces se firmó el acta de la caída del gobierno. Para eso también ya
habíamos adelantado los acuerdos con el general Paco Moncayo, jefe del Comando
Conjunto de las Fuerzas Armadas. Entonces se comenzó a convocar al pueblo de Quito
para la caída del gobierno de Bucaram.”
Había que dar por lo menos tres pasos tácticos de gran importancia para asegurar el éxito
de la maniobra: tomar el pulso a la cúpula de las Fuerzas Armadas liderada por el General
Paco Moncayo, quien, por ser el héroe mayor de la guerra en el Cenepa, era el mayor
influencer en la coyuntura. De otra parte, acordar los detalles del coup d'etat con el líder
de la derecha, quien era además alcalde Guayaquil. Finalmente, articular las
manifestaciones del pueblo de Quito, para lo cual la clave la tenía el alcalde de la capital,
Jamil Mahuad, quien debía actuar como “Gran Maestro de Ceremonias”, convocando
(aunque controlando la agenda) a la Asamblea de Quito, instancia icónica en la historia
de los levantamientos populares de la ciudad.
Con el alcalde de Guayaquil, León Febres Cordero, el acuerdo político fluyó rápido.
Napoleón Saltos (Pachakutik-Nuevo País) da su testimonio: (Saltos, N., 1997)
“El 17 de diciembre (1996) nos entrevistamos con León Febres Cordero en Guayaquil.
Nuestra propuesta fue clara: era necesario sacar a Bucaram. León creía que todavía era
muy temprano, que había que esperar por lo menos hasta abril para que se desgaste, pues
de otra manera podría luego regresar como víctima. Por eso él privilegiaba el escenario
parlamentario, inclusive con el posible cambio de Alarcón, que hasta ahí se había
constituido en la carta clave de Abdalá. Aunque al final señaló que si había una
sublevación en Quito, esta se extendería a todo el país y las Fuerzas Armadas no podrían
sino respetar la voluntad popular.”
La sui generis coincidencia política entre los movimientos sociales del Frente Patriótico
con las fuerzas políticas de la derecha, el centro-derecha, la Izquierda Democrática y
Pachacutik-Nuevo País se materializó en un golpe blando de Estado. Los unos ejerciendo
la democracia directa, en sendas asambleas barriales (incluyendo la Asamblea de Quito
liderada por el alcalde Jamil Mahuad), exigieron la revocatoria del mandato de Bucaram.
Los otros, ejecutando una maniobra congresal memorable, mediante la cual el 5 de febrero
de 1997 le declararon a Abdalá Bucaram “en estado de incapacidad mental para
gobernar…”. En el Congreso un diputado que pecó de candoroso adujo que se necesitaba
un peritaje médico y un certificado de un psiquiatra colegiado para tomar aquella
resolución, recibiendo como respuesta una carcajada general y un argumento soberano:
“El Congreso actúa en nombre del pueblo que ya se pronunció en las calles...”
En la mitad del camino se atravesaba un asunto formal, que resultó tortuoso: la
Constitución vigente disponía que en el caso de cesación definitiva de sus funciones, al
presidente de la República le subrogue quien ocupe la Vicepresidencia de la República, a
su falta el titular de la Presidencia del Congreso y en última instancia, el Presidente de la
Corte Suprema de Justicia.
Rosalía Arteaga no contaba con la gracia política de quienes estaban en la conjura, que
habían “dejado” la decisión definitiva de la subrogación en las manos del Congreso,
donde la mayoría se conformó con los votos de tres partidos: Social Cristiano, Pachakutik
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y Democracia Popular. La subrogación a favor del presidente del Congreso, Fabián


Alarcón, fue un golpe blando de Estado. Quien era la subrogante constitucional, Rosalía
Arteaga, fue la primera mujer presidenta de la República por escasas horas. Desenlace
tragicómico sobre el cual Zonia Palán concluyó una visión crítica: (Palan, Z.,1997)
“Las circunstancias políticas habían cambiado y demandaban respuestas rápidas. Ante el
nuevo escenario de sucesión (...) y la posición de las FFAA, retornó el debate al interior
de la Coordinadora Política de Mujeres sobre la decisión de apoyar a Rosalía Arteaga o
al Congreso, debate arduo y difícil que no logró ningún consenso. Para tomar una decisión
se hizo consultas (...) las posiciones estaban divididas (...) a lo que se sumó un análisis
sobre las dificultades que enfrentaba Rosalía Arteaga por su condición de mujer. Por otro
lado, estaba la posición de apoyar al Congreso, tomando en cuenta que en la misma
resolución que cesaba del cargo a Bucaram se recogía el mayor contenido del mandato
del Frente Patriótico (...) suscrito por la Coordinadora Política de Mujeres. En el
trasfondo el debate estaba entre la inflexibilidad de los principios y la flexibilidad de la
legalidad”.

XII. EPÍLOGO: LA CONSTITUCION DE 1998

Lo que al inicio de este artículo llamamos periodo de transición 1984-1997 se cerró con
la aprobación de la Constitución de 1998. Esa carta política es progresista en materia de
derechos sociales y políticos, en materia de economía fue consagratoria del estatus quo y
en la forma del Estado arraigó el formato presidencialista. Dos de cal y una de arena,
diríamos para connotar lo trágico y rescatar lo esperanzador. Se puso luz al asunto
procurando aclarar la aparente ambigüedad, cuando se refirió a los derechos de la Mujer
conquistados tras casi veinte años de lucha (1980-1998) y consagrados en dicha
Constitución. Leemos: (Arboleda V., 2007)
“En el ciclo de vindicación de los derechos de las mujeres instaurado en el Ecuador a
partir de 1980, la Constituyente de 1998 fue un punto de llegada (...) En efecto, en 1998 —
gracias a veinte años de lucha y a la participación en movilizaciones nacionales como la
que condujo al derrocamiento de Abdalá Bucaram— el Movimiento de Mujeres logró
inscribir en la Constitución 34 normas que establecieron nuevos derechos civiles, políticos,
sexuales y reproductivos y —en menor medida— económicos, sociales y ambientales, para
las mujeres.
“En 1998 las demandas por la igualdad y la ciudadanía (garantía del Estado a los
derechos, libertades y oportunidades sin discriminación por sexo o por orientación
sexual), se articularon a otros derechos como el reconocimiento de las labores domésticas
en tanto trabajo productivo, de las jefas de hogar, las madres trabajadoras, las gestantes,
las mujeres del sector informal y las viudas como merecedoras de protección especial, de
la unión de hecho con estatuto legal y de un nuevo concepto de familia, de una educación
no discriminatoria ni sexista, y de la obligación del Estado de garantizar esos derechos
con políticas de igualdad de oportunidades.
“La Constitución de 1998 expresó el punto más alto, pero también el límite del Movimiento
de Mujeres de la época, caracterizado por: —Privilegiar las reformas legales y el acceso
al poder, sin cuestionar ese poder como correlato de un Estado patriarcal. —Asumir la
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titularidad y protección de derechos en el marco de una democracia liberal—


representativa y de políticas públicas emitidas por un Estado neoliberal. (...)”
Este artículo de María Arboleda en la Revista Tendencia continua y aborda los retos del
movimiento de mujeres a las puertas de la Asamblea Constituyente de 2007-2008, donde
se plantearon nuevos objetivos programáticos. Precisamente aquel fue el hito que al inicio
de este artículo denominamos “periodo de reconfiguración del régimen democrático que
va de 2007 a 2017”. En el ínterin (1998-2006) el movimiento de mujeres siguió presente
en un nuevo contexto al que le llamamos al comienzo “intervalo de gran inestabilidad”,
lo que ya no es materia de este análisis.

Raúl Borja N.
Conocoto 22 de septiembre de 2022

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