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10 de mayo de 2020

Suicidio

Estoy caminando por un espacio semi abierto, una campiña, quizás ha comenzado la tarde, hay
abundante luz y un ambiente fresco, agradable para un paseo que hago posiblemente con mis
hermanas… yo mismo soy un niño quizás de unos 10 o 12 años. Hemos cruzado un riachuelo
saltando sus piedras que reposan en el lecho del agua, que se muestra limpia y fresca. El
ambiente es de cierto verdor apenas amarillento, en suma, todo agradable a los sentidos. Así
llegamos a la ladera de un río, estamos parados en un lugar relativamente alto y hacia abajo
vemos un río de aguas ni mansas ni turbulentas, que corren (desde el punto alto en que me
encuentro) de derecha a izquierda. Ladera a nuestro lado y ladera al frente, abajo el río, quizás
a unos 15 metros en línea casi vertical… Todo está armonioso hasta que sucede algo
insospechado: de al frente nuestro, desde las malezas que bordean esa ladera, irrumpe como
rompiendo la cerca natural un vehículo que se precipita al río. No es un accidente, es una
acción suicida de quien maneja ese vehículo, que se ha lanzado al río para ser arrastrado por
sus aguas. El vehículo empieza a hundirse pero no del todo, pues la profundidad del río no
daba para eso. Frustrada la acción, sale del vehículo un hombre, es de unos 50 años,
corpulento, de tez cobriza, gran tórax, cara ancha… Un típico hombre mestizo de nuestro
pueblo… El hombre ya afuera del vehículo que ha desaparecido en las aguas del río, no nos
mira y tampoco expresa alguna seña de arrepentirse de su acción suicida, frustrada. No. Por el
contrario, se acuesta sobre el lecho del río, para dejarse arrastrar por sus aguas y morir. Así
acostado saca de un bolsillo una máscara con la que cubre su boca y nariz… Yo no siento nada,
quizás el asombro de haber ido testigo de un suicidio. Me despierto, ya había amanecido.

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