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Para la tradición realista, una de las más importantes del campo de las Relaciones
Internacionales, los tratados de paz de Westfalia de 1648 dieron inicio a la Europa moderna
basada en el concepto de soberanía nacional de los Estados (unidades de poder político,
jurídico y administrativo), suponiendo el origen de las relaciones internacionales más o
menos como las conocemos en nuestros días.
Más allá del debate que puede librarse en torno a esto último, con los antecedentes bilaterales
del Tratado de Alcaçovas-Toledo —suscrito por España y Portugal en 1479—, las Bulas
Alejandrinas de 1493 y el Tratado de Tordesillas del año siguiente, hay un consenso
académico que asimila la Paz de Westfalia al origen del sistema internacional contemporáneo
en tanto explicación del modelo de las relaciones internacionales en la actualidad.
3) Presencia de una sólida burocracia civil al servicio del Estado y de sus autoridades para el
ejercicio de la administración pública y para lograr el cumplimiento de la Ley.
El primero dio por finalizada la Guerra de los Treinta Años y el segundo puso término a la
de los Ochenta Años. Este último también selló el reconocimiento de España Católica y de
la independencia de diecisiete provincias protestantes que constituyeron las Provincias
Unidas de los Países Bajos (o República de los Siete Países Bajos Unidos). Ambos tratados
supusieron el inicio de la diplomacia como forma de vinculación permanente entre los
Estados de Europa occidental y la inauguración de los principios de soberanía, igualdad
jurídica entre sí y equilibrio de poder.
La Paz de Westfalia consagró un sistema laico de Estados independientes —es decir,
soberanos— que adherían la libertad religiosa, presentándose indiferentes ante las creencias
espirituales de sus ciudadanos, que pasarían a ser entendidos como iguales entre sí y ante la
Ley, adquiriendo derechos políticos de forma progresiva. Asimismo, dio lugar a
una estructura internacional que, nucleando a las potencias europeas de la época —y a sus
respectivos dominios coloniales en América, Asía y Oceanía—, estaría conformada por
Estados que no vulnerarían sus soberanías, renunciando a todo poder coercitivo que incidiera
directamente en los asuntos internos de otra nación.
El realismo clásico y la Paz de Westfalia
Desde los tratados de Westfalia, una de las preocupaciones fundamentales de la diplomacia
ha sido sostener vínculos pacíficos entre las naciones.
El realismo clásico sostiene que la unidad básica de investigación son los Estados tal cual
nacieron en la modernidad, afianzándose a mediados del siglo XVII. Es interesante ver que
para esta corriente la paz en el sistema internacional contemporáneo está dada en función de
la existencia de un equilibrio de poder de carácter multipolar, con diferentes Estados que
tienen injerencia en el establecimiento del orden mundial de las relaciones políticas,
económicas y comerciales entre las naciones. El neo-realismo, en cambio, arguye que la paz
tenderá a prevalecer en un sistema bipolar, con dos naciones hegemónicas y poca
participación de los Estados más débiles.
No obstante, si analizamos el período histórico inmediatamente posterior a la firma de los
tratados, parecería que debemos anotar un tanto en favor del realismo clásico, pues fueron
tiempos de paz relativa en Europa, inquebrantada prácticamente hasta 1672, cuando estalló
la Guerra de Holanda y casi todas las potencias del continente se involucraron nuevamente
en un conflicto bélico. Fueron veinticinco años, y unos cuantos más, en los que hubo un
sistema internacional multipolar, con poderes equilibrados, en el que tuvieron gran
preponderancia Suecia, Francia y los Países Bajos, aunque carecieron de una posición
hegemónica las unas frente a las otras y ante España, Inglaterra, Portugal o el Sacro Imperio
Romano Germánico.
No fue un período exento de conflictos, pero hasta 1672 las guerras que se desarrollaron
fueron bilaterales, breves y generalmente involucraron a una potencia no signataria de los
tratados de Westfalia. Ejemplo de ello son la Guerra de las Actas de Navegación (1652-1654)
entre Inglaterra (que en 1630 se retiró de la Guerra de los Treinta Años para atender a sus
propios conflictos internos) y los Países Bajos, por el dominio de los mares para el comercio,
y la Guerra Anglo-Española de 1655-1660.
Francia y España, dos naciones signatarias de la Paz, mantuvieron conflictos entre sí. La
Guerra Franco-Española, iniciada en 1635, finalizó con los tratados de paz de Osnabrück y
de Münster en 1659. La Guerra de la Devolución, durante la cual Francia reclamó el dominio
del territorio de Flandes que no se había independizado de la monarquía hispánica, tuvo lugar
entre 1667 y 1668.
Se entendió finalmente que no había ningún poder por encima del acaparado por el Estado y
su gobierno central dentro de su territorio en contraposición a la realidad medieval, en la que
las monarquías tenían un poder limitado frente a la Iglesia y el feudo. Por otra parte, cada
unidad política gozaría de completa libertad a la hora de elegir su religión oficial, sin
perjuicio de la libertad religiosa consagrada en teoría, relativamente respetada en los hechos
al igual que los demás principios que emanan de los tratados de Westfalia.
Legado
Con la Paz de Westfalia se concretó por primera vez en la historia moderna del continente
europeo un acuerdo político y militar ya no entre dos Estados, sino entre varios con diferentes
religiones (unos católicos, otros protestantes) y regímenes políticos: monarquías absolutas
(Francia, España, Suecia y el Sacro Imperio Romano Germánico) y repúblicas aristocráticas
(Países Bajos y Confederación Helvética).