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La paz de Wesfalia

Para la tradición realista, una de las más importantes del campo de las Relaciones
Internacionales, los tratados de paz de Westfalia de 1648 dieron inicio a la Europa moderna
basada en el concepto de soberanía nacional de los Estados (unidades de poder político,
jurídico y administrativo), suponiendo el origen de las relaciones internacionales más o
menos como las conocemos en nuestros días.
Más allá del debate que puede librarse en torno a esto último, con los antecedentes bilaterales
del Tratado de Alcaçovas-Toledo —suscrito por España y Portugal en 1479—, las Bulas
Alejandrinas de 1493 y el Tratado de Tordesillas del año siguiente, hay un consenso
académico que asimila la Paz de Westfalia al origen del sistema internacional contemporáneo
en tanto explicación del modelo de las relaciones internacionales en la actualidad.

Contexto histórico: tiempos de guerra y el nacimiento de los Estados modernos


Las primeras décadas del siglo XVII estuvieron signadas por fuertes disputas religiosas en
toda Europa como consecuencia del impulso de la reforma luterana y de las ideas de Juan
Calvino durante el siglo precedente. Entre 1618 y 1648 se desarrollaron dos conflictos de
marcada importancia: la denominada Guerra de los Treinta Años (entre una liga de naciones
católicas y otra liga de naciones protestantes) y, entre 1568 y 1648, la Guerra de los Ochenta
Años, entre España y las provincias neerlandesas, confrontación desatada también por
rupturas religiosas.
A su vez, entre 1642 y 1651, tuvo lugar la llamada Revolución Inglesa, con una guerra civil
de cinco años de por medio, explicada por la disputa política entre la corona y el parlamento
liberal, pero también por los luchas entre católicos, protestantes, anglicanos y puritanos.
Tanto en el caso de la Guerra de los Treinta Años como en el de la Revolución Inglesa, la
pugna se explica por la búsqueda de la libertad religiosa (de culto) por parte de creencias
varias frente a las religiones oficiales. Más concretamente, frente al catolicismo y al poder
del papado. No debemos pasar por alto que durante el siglo XVII se afianzó el poder de los
Estados nacionales modernos. El sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein da cuenta
de alguna de sus características que enumeramos a continuación:
1) Soberanía nacional con ejercicio de la autoridad hacia el interior y el exterior del territorio.

2) Centralización del poder en una autoridad de máxima jerarquía.

3) Presencia de una sólida burocracia civil al servicio del Estado y de sus autoridades para el
ejercicio de la administración pública y para lograr el cumplimiento de la Ley.

4) Presencia de agentes de control del Estado o monopolio de la fuerza y de la violencia.

5) No injerencia de Estados extranjeros en sus asuntos internos.

6) Reconocimiento de su soberanía por parte de otros Estados y de las autoridades locales


dentro de sus límites jurisdiccionales.

7) Regulación de la propiedad privada y de las normativas laborales.


8) Derecho a decidir quién ingresa por sus fronteras y bajo qué condiciones lo hace.

9) Cobro de cargas impositivas y tasas arancelarias.

Los tratados de octubre de 1648


Cuando hablamos de la denominada Paz de Westfalia de 1648 nos referimos a los tratados
de paz de Osnabrück y de Münster, firmados el 24 de octubre de 1648 en la región de
Westfalia de la actual Alemania, entonces parte del Sacro Imperio Romano Germánico.

El primero dio por finalizada la Guerra de los Treinta Años y el segundo puso término a la
de los Ochenta Años. Este último también selló el reconocimiento de España Católica y de
la independencia de diecisiete provincias protestantes que constituyeron las Provincias
Unidas de los Países Bajos (o República de los Siete Países Bajos Unidos). Ambos tratados
supusieron el inicio de la diplomacia como forma de vinculación permanente entre los
Estados de Europa occidental y la inauguración de los principios de soberanía, igualdad
jurídica entre sí y equilibrio de poder.
La Paz de Westfalia consagró un sistema laico de Estados independientes —es decir,
soberanos— que adherían la libertad religiosa, presentándose indiferentes ante las creencias
espirituales de sus ciudadanos, que pasarían a ser entendidos como iguales entre sí y ante la
Ley, adquiriendo derechos políticos de forma progresiva. Asimismo, dio lugar a
una estructura internacional que, nucleando a las potencias europeas de la época —y a sus
respectivos dominios coloniales en América, Asía y Oceanía—, estaría conformada por
Estados que no vulnerarían sus soberanías, renunciando a todo poder coercitivo que incidiera
directamente en los asuntos internos de otra nación.
El realismo clásico y la Paz de Westfalia
Desde los tratados de Westfalia, una de las preocupaciones fundamentales de la diplomacia
ha sido sostener vínculos pacíficos entre las naciones.

El realismo clásico sostiene que la unidad básica de investigación son los Estados tal cual
nacieron en la modernidad, afianzándose a mediados del siglo XVII. Es interesante ver que
para esta corriente la paz en el sistema internacional contemporáneo está dada en función de
la existencia de un equilibrio de poder de carácter multipolar, con diferentes Estados que
tienen injerencia en el establecimiento del orden mundial de las relaciones políticas,
económicas y comerciales entre las naciones. El neo-realismo, en cambio, arguye que la paz
tenderá a prevalecer en un sistema bipolar, con dos naciones hegemónicas y poca
participación de los Estados más débiles.
No obstante, si analizamos el período histórico inmediatamente posterior a la firma de los
tratados, parecería que debemos anotar un tanto en favor del realismo clásico, pues fueron
tiempos de paz relativa en Europa, inquebrantada prácticamente hasta 1672, cuando estalló
la Guerra de Holanda y casi todas las potencias del continente se involucraron nuevamente
en un conflicto bélico. Fueron veinticinco años, y unos cuantos más, en los que hubo un
sistema internacional multipolar, con poderes equilibrados, en el que tuvieron gran
preponderancia Suecia, Francia y los Países Bajos, aunque carecieron de una posición
hegemónica las unas frente a las otras y ante España, Inglaterra, Portugal o el Sacro Imperio
Romano Germánico.
No fue un período exento de conflictos, pero hasta 1672 las guerras que se desarrollaron
fueron bilaterales, breves y generalmente involucraron a una potencia no signataria de los
tratados de Westfalia. Ejemplo de ello son la Guerra de las Actas de Navegación (1652-1654)
entre Inglaterra (que en 1630 se retiró de la Guerra de los Treinta Años para atender a sus
propios conflictos internos) y los Países Bajos, por el dominio de los mares para el comercio,
y la Guerra Anglo-Española de 1655-1660.

Francia y España, dos naciones signatarias de la Paz, mantuvieron conflictos entre sí. La
Guerra Franco-Española, iniciada en 1635, finalizó con los tratados de paz de Osnabrück y
de Münster en 1659. La Guerra de la Devolución, durante la cual Francia reclamó el dominio
del territorio de Flandes que no se había independizado de la monarquía hispánica, tuvo lugar
entre 1667 y 1668.

Ninguno de estos conflictos afectó a todo el continente ni adquirió las dimensiones o la


duración temporal de las guerras de los Treinta y de los Ochenta Años. A diferencia de estas,
no involucraron a casi todas las naciones de Europa occidental —como sí ocurriría entre 1672
y 1678, cuando los Países Bajos fueron zona de disputas entre todas las potencias que
adhirieron a la Paz de Westfalia a excepción de la Confederación Helvética—.

Algunas consecuencias de los tratados


Las reuniones y consiguientes tratados de Westfalia de 1648, en tanto que espacio de
negociación política entre potencias y otras unidades con cierto grado de autonomía en
Europa occidental, instalaron el concepto de “Estado nacional” como forma de organización
política, jurídica y administrativa con un territorio claramente delimitado (integridad
territorial) sobre el cual ejerce su jurisdicción. A su vez, bregaron por un estatus de
neutralidad de dichos Estados: la no injerencia externa en sus asuntos internos en tiempos de
paz. Como señalamos previamente, también impulsaron el establecimiento de un sistema
internacional de estructura multipolar.

En el ámbito espiritual, la Paz dio inicio a la secularización de los Estados declarando la


libertad religiosa: las monarquías centralizadas (repúblicas en el caso de los Países Bajos y
la Confederación Helvética) ocuparon espacios de poder que otrora pertenecieron a las
instituciones eclesiásticas, más concretamente a la Iglesia Católica. Westfalia representó,
entonces, los valores propios de la modernidad.
Para concretar la paz tan preciada, fue necesario que las partes signatarias se reconocieran
recíprocamente como naciones independientes, soberanas, invulnerables, libres, iguales
jurídicamente entre sí y ante el Derecho. Recordemos los planteos de Wallerstein: un Estado
es independiente siempre y cuando sea reconocido como tal por sus pares. He ahí también la
consagración de los principios de soberanía nacional y de igualdad, bases en delante de las
relaciones internacionales hasta nuestros días.

Se entendió finalmente que no había ningún poder por encima del acaparado por el Estado y
su gobierno central dentro de su territorio en contraposición a la realidad medieval, en la que
las monarquías tenían un poder limitado frente a la Iglesia y el feudo. Por otra parte, cada
unidad política gozaría de completa libertad a la hora de elegir su religión oficial, sin
perjuicio de la libertad religiosa consagrada en teoría, relativamente respetada en los hechos
al igual que los demás principios que emanan de los tratados de Westfalia.

Legado
Con la Paz de Westfalia se concretó por primera vez en la historia moderna del continente
europeo un acuerdo político y militar ya no entre dos Estados, sino entre varios con diferentes
religiones (unos católicos, otros protestantes) y regímenes políticos: monarquías absolutas
(Francia, España, Suecia y el Sacro Imperio Romano Germánico) y repúblicas aristocráticas
(Países Bajos y Confederación Helvética).

A lo largo de los veinticinco años siguientes a su suscripción, la relativa estabilidad política


conquistada permitió el desarrollo comercial y la prosperidad económica de Francia y Suecia,
así como el afianzamiento definitivo de las opulentas Provincias Unidas de los Países Bajos.

Nunca antes en la modernidad (hay antecedentes en la antigüedad, previo a la Edad Media)


una guerra —en este caso dos por una— había llegado a término por mutua voluntad y
acuerdo negociado de las potencias beligerantes. Hasta entonces los conflictos armados
tendían a finalizar con la rendición de una de las partes o con el abandono unilateral de la
lucha de cada una de ellas. El modelo de diplomacia de Westfalia prevaleció en los siglos
siguientes a la hora de dar fin a los conflictos militares entre múltiples naciones, y ambos
tratados firmados el 24 de octubre de 1648 fueron tomados por modelos a la hora de lograr
la paz, como por ejemplo la Conferencia de Paz de París (I Guerra Mundial, 1919) y la
Conferencia de San Francisco (II Guerra Mundial, 1945).
Por todas estas razones, la Paz de Westfalia sentó una tradición de las relaciones
internacionales continuada hasta el presente y se considera a los tratados de Osnabrück y de
Münster el origen del sistema internacional con las características y principios rectores que
conocemos actualmente.

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