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En la consolidación del Derecho Internacional Público como sistema normativo con las

peculiaridades que le son propias, de esta forma en su evolución que trasunta las ideas
dominantes y lo informan por medio de diversas épocas, se ha señalado varias fechas que
destacan como hitos en aquel proceso que, estrictamente, no alcanza una dimisión superior a la
de medio milenio. Si bien es idónea –digo- la presentación de Vinogradoff, no menos preciso es le
hecho de que la problemática propia de la disciplina, una vez superada la mera práctica casi
continuamente destinada a los enfrentamientos armados, a los convenios entre piezas y a los usos
vigilados con más o menor permanencia, uniformidad y seguridad, solamente es uno de los
tiempos que corren. Se admite casi pacíficamente que entre el Renacimiento –escolástico y laico –
y la fecha de 1648, Tranquilidad de Westfalia que pone término a la Guerra de los Treinta Años, se
realiza la primera fase de la averiguación y urdimbre de resoluciones a las controversias entre
naciones que poseen y tienen que aprender a convivir en un orden de mutuo respeto. A partir de
Westfalia hasta el desquiciamiento de 1789 se amonesta un multiplicarse y el afinamiento de los
acuerdos interestatales que, además de los entornos clásicos en el género de lo bélico y lo político,
alcanzaron después además otros como lo comercial.

En aquéllos se desarrollará el inicio de neutralidad y se acuñará el del «justo equilibrio de


poderes», pergeñado ya en Westfalia y vigente hasta las conquistas napoleónicas. En este tiempo
se afianzan de manera definitiva los Estado nacionales y crece socialmente con firmeza la
burguesía industrial, comercial y financiera. Es el instante de extensión de la sinarquía mundial que
llegará a dominar los mercados de todo el mundo a partir del siglo XIX, en especial los de los
flamantes territorios de América libre.

Son meros aspectos de meditación colaterales, empero jamás debería dejarse de ejercitar la
facultad discursiva…

Se puede decir que entre 1815 y 1914 el Derecho Mundial vive instantes de esplendor, al socaire
de las determinaciones del «Concierto Europeo» que actúa en ocasiones como régimen mundial
por medio de artefactos que determinan el caso jurídica de ciertos estados, verbi gratia la
concreción de la neutralidad de la Confederación Helvética y, unos años después, la de Bélgica.
Hubo además artefactos creadores y reguladores de Unidades Administrativas al modo de la
Alianza Telegráfica Universal, La Alianza Postal Mundial 9 años después y las Oficinas Mundiales de
la Propiedad Industrial y de la Propiedad Intelectual, respectivamente de 1883 y 1886. Este
desarrollo de un siglo, bajo el símbolo impuesto por las monumentales potencias de la era en
plena extensión imperial, lo cual origina figuras como la «Cláusula Calvo» o el Acuerdo Drago-
Porter, da todavía un sentido positivo –que se ha denominado de «democratización del Derecho
Internacional»- construido por la creciente colaboración de los pequeños y medianos Estados en
las Conferencias Mundiales. Por medio de la Corte de San Francisco suscripta aquel mismo año y
que con su Asamblea Gral., Consejo de Estabilidad, Consejo Económico y Social, Consejo de
Gestión Fiduciaria, Tribunal Universal de Justicia, Secretariado Gral. Y su multiplicidad de
organismos especializados, tiene por finalidad mediar en los conflictos políticos, conservar el
bienestar y la estabilidad e impulsar la cooperación internacional en los lindes económico, social y
cultural.

La tarea de codificación y desarrollo progresivo del Derecho Internacional. Otra tendencia o


modalidad que surge en este periodo contemporánea es el de los acuerdos interregionales como
la Alianza Europea, el Tratado de Libre comercio entre México, Estados Unidos y Canadá o el
Mercosur entre Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay o la Cuenca del Pacífico, de indudable
trascendencia en la vida económica, política, social y cultural de sus elementos respectivos, en
cuanto el derecho no solamente recoge las realidades y pretensiones de las comunidades
humanas sino que además, en sentido dialéctico inverso, en otras oportunidades las orienta y
concretiza en su tendencia y rectoría, cabría mencionar en una acción de retroalimentación. En los
términos antecedentes puede sintetizarse el periodo evolutivo del Derecho Internacional Público,
a partir de sus inicios hasta esta época, con el marco histórico de magnitud no más grande, como
ya se ha expresado, de quinientos años.

Es la Europa del siglo XVI, cuyo último jefe supremo efectivo ha sido Carlos V. En ella tiene sitio un
verdadero cataclismo que transformará extremadamente la cosmovisión clásico, sustituyéndose la
secular concepción unitaria y universalística de ambas dignidades – una pro aeterna vita y la otra
pro temporalium cursu rerum- por las monarquías y los estados nacionales.

Agréguese la irrupción capitalista, que llevará al reemplazo de la corporación por la sociedad, del
estatuto por el contrato, aunándose la abertura de los senderos del orbe –ya sin límites- y dando
mérito a la competencia marítima y comercial. Todo ello merced a una fuerza moral, un fomento
de fe religiosa y una disposición de racionalidad alimentados a partir del Renacimiento europeo y
explayados por las rutas de todo el mundo y, en especial, las que recién se incorporaban a su
entendimiento. Es en tal enclave, que configuraron renovadoras concepciones ideológicas y
renovados espacios geográficos, donde hubo de derivarse nuestro Derecho Universal Público.

Todo ello merced a una fuerza moral, un fomento de fe religiosa y una disposición de racionalidad
alimentados a partir del Renacimiento europeo y explayados por las rutas de todo el mundo y, en
especial, las que recién se incorporaban a su entendimiento. Es en tal enclave, que configuraron
renovadoras concepciones ideológicas y renovados espacios geográficos, donde hubo de derivarse
nuestro Derecho Universal Público. Aquel magisterio cultural es el fruto del peripatetismo
escolástico que, arrancando de Platón y Aristóteles, purificado por medio de los siglos y de las
maravillosas disquisiciones de San Agustín y Santo Tomás, encauza la filosofía de España del siglo
XVI y del siglo XVII que no es otra cosa que la Neo – escolástica cultivada, profesada y divulgada en
todos las naciones de la Cristiandad por Vitoria, Suárez y otros monumentales teólogos. Vitoria ha
sido el maestro por antonomasia y sus enseñanzas se conocen por sus propios manuscritos y los
apuntes de sus discípulos, reconstruidos por Melchor Cano y otros estudiantes a encomienda de la
Universidad de Salamanca.

Esencialmente su magisterio es la concertación de la Escolástica medieval con los nuevos afanes y


maneras del Renacimiento. Sus lecciones, las exitosas Relecciones Teológicas, abordaron
multiplicidad de temas de actualidad de la era y en 1539 discurrió sobre las Indias y la conquista de
España. La situación y la temática se la brindó la disputa desatada desde el popular sermón del
Papá Antonio Montesinos, sobre los derechos de los nativos y desde el cual se entra a discutir la
legitimidad de las donaciones pontificias. Es el enorme asunto del siglo XVI, conocido como el
problema de los «Justos Títulos» y alrededor del cual los más importantes contradicentes fueron el
P. a partir de su cátedra Vitoria definió el Derecho de Gentes –que para los juristas romanos era el
grupo de reglas vigentes entre todos los hombres- como «lo que el motivo natural estableció entre
cada una de las naciones», vinculándolo A partir de entonces al orden jurídico imperante entre los
Estados.

De tal suerte el Derecho de Gentes abandonó de ser el común a todos los hombres para devenir el
nuevo Derecho Internacional. Es que la Neo–Escolástica hispana puso en floración la llamada
Escuela De España del Derecho Natural que, con San Agustín y Santo Tomás , distinguía la ley
Eterna, la ley natural y la ley humana o positiva. En punto a los «Justos Títulos», luego de
enumerarlos, criticarlos y desechar los tocantes a la fe como los de costo político anteriormente
esgrimidos –entre ellos los que reconocían la potestad temporal más allá de los objetivos
estrictamente espirituales y la calidad de súbditos del Papa de los indígenas- señaló como válidos
la sociedad y la comunicación natural entre los hombres. La comunicación natural ha sido un
criterio recogido y en documentos oficiales de la era, según resulta del Cedulario de Diego de
Encinas.

La concepción del totus orbis de la raza humana concebida como persona moral que agrupa a
todos los hombres sobre la base del Derecho Natural, es distinguida como la máxima aportación
de Vitoria y establece que autores como Antonio Truyol y Serra, Vicente Sierra y Camilo Barcia
Trelles lo juzgue como el fundador del Derecho Internacional Nuevo y todavía se alegue alguna de
sus ideas como precedentes de la Ideología Monroe, junto al Tratado Hispano-lusitano de 1750 y
al plan de pacto con Francia escrito por Hamilton entre 1776 y 1778. De dicha colaboración nació
la Defensio Fidei, donde refuta la tesis absolutista del monarca del Reino Unido, sienta el inicio del
convenio político -que no es el social de Rousseau- y de directa predominación en el motivo
jurídico – político y la doctrina de nuestra libertad, puesto que radica la autonomía en la sociedad
humana, per se et inmediate. Si en la fenomenología del espíritu, construcción y meditación son 2
instantes diferentes que tienen la posibilidad de darse en sujetos diversos, cabe atribuir el
primero, el de génesis o construcción, a Vitoria y el segundo, el de meditación, a Suárez. En
impacto, para éste no hay una autonomía mundial, sino que la verdad únicamente muestra
Estados soberanos en medida igual y cuyas interacciones se reglan por el ius gentium.

La ideología de éste, del ius gentium, va a ser hecha desde las puntualizaciones de Vitoria por el
maestro jesuita con la originalidad de ligarlo al Derecho Natural, ligándolo empero no
confundiéndolos. A medida que el Derecho Natural crea obligaciones de costo absoluto e
inalterable, aquél, el Derecho de Gentes, tiene un costo experimental cuya fuerza vinculante y
coactiva emana de convenciones y prácticas acordadas por acuerdo y por consiguiente,
cambiantes como todo juicio u crítica. Es una necesidad codificar el derecho de la guerra sin
embargo no situar fuera de la ley a la guerra. Por esa razón únicamente puede hablarse de una
limitación de las soberanías nacionales en el plano moral, mas no por preceptos de Derecho
Universal. No obstante, se dijo, previo a Suárez ningún pensador había estado tan cerca como él
de la concepción de una humanidad solidaria sujeta a reglas concretadas en el derecho positivo.
Para terminar la interacción de nombres indisolublemente juntos al origen del Derecho
Internacional, debería hacerse mención a Gentili y Grocio, el último de modo común considerado
el fundador de la disciplina. Referente a este punto, a bastante más de lo huero que es una
discusión sobre paternidad en materia científica, máxime si se la mezcla con causas de
nacionalidad, la improcedencia de ella se avala por las propias expresiones de Grocio quien
inicialmente de su obra reconoce la deuda que tiene con varios teólogos y juristas entre los que
menciona a Vitoria, Ayala y Gentili. « En la obra de Grocio hay mucho que no está ni ha estado
jamás en la esfera propia del derecho Internacional, empero en ella está todo lo cual de derecho
Internacional existía en 1625».

Albérico Gentili, natural de la marca de Ancona, centro de Italia, ribereña del Adriático, se graduó
en Derecho Civil en la famosa Universidad de Perugia, por la era antagonista nada menos que de la
de Bolonia. Es el primer internacionalista que, procedente del Derecho Civil, llega al Derecho
Mundial o de Gentes como abogado neto, según observación de La Pradelle. Contó con la defensa
del Conde de Leicester, cuyo patrocinio le permitió entrar a la Universidad de Oxford, en cuyas
salas enseñó Derecho Romano. De Legationibus, es querida por constituir el primer tratado
sistemático sobre lo cual hoy llamamos derecho diplomático.

Ahí sintetiza en 3 piezas la crónica de la diplomacia, los deberes y derechos del representante
diplomático y en la última plantea la epopeya del diplomático, de perfecto legato es su título. De
Iure Belli ha hecho que se considere a Gentili «el primer enorme autor de derecho Internacional
moderno» y el más auténtico e inmediato precursor de Grocio. Sus expresiones trasuntan la
inquietud por humanizar la guerra. En él se lleva a cabo autonomía y jurisdicción del Estado
ribereño y, allende el océano territorial, hay solamente jurisdicción.

En la primera mitad del siglo XVII cumple su tarea Grocio y publica las obras que han merecido la
atención y análisis de los especialistas y se enlazan con las transformaciones de las concepciones
jurídicas, obra de los teóricos del Derecho Natural. Hugo Grocio, de análisis y actuación precoces,
llevó una vida agitada en que conoció a partir de la penitenciaría y el exilio hasta la actuación
diplomática. Se le ha presentado como el autor del Derecho Natural Y del Derecho Internacional
empero, señala Touchard, «no diseñó ni uno ni lo otro. » Lejos de ser filósofo abstracto se ha
mostrado a partir de sus primeras obras como un burgués holandés bastante consciente de los
intereses comerciales de su país.

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