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Una tradición que vive y se renueva

Colectivo Ediciones La Catrina

Tradición e innovación son palabras que parecen contrapuestas: una tiende a preservar y
mantener; la otra se dirige a descubrir lo nuevo, a impulsar otras miradas. Entre ellas se
genera una tensión que a veces se resuelve exitosamente y, en ocasiones, una parece
sobreponerse a la otra.

El equipo de Ediciones La Catrina presenta una ofrenda en la que se rescatan distintos


elementos de la tradición del día de muertos y los combina para lograr un resultado
sincrético: se mezclan elementos prehispánicos preservados hasta nuestro tiempo con
elementos católicos y algunos decorados modernos, con la finalidad de rendir tributo y
dar la bienvenida a quienes desde el Mictlán nos visitan en esta temporada.

Nuestra ofrenda propone, a la vez, una representación de los espacios en que transcurre
nuestra existencia terrenal y espiritual: el cielo, como la aspiración a la eternidad, con una
lluvia de flores de papel crepé y periódico, y la tierra, nuestro valle de lágrimas.

Comenzamos con el arco, que es una triple entrada: a la ofrenda, al mundo de los muertos
y al mundo de los vivos; es un portal, una frontera accesible, por donde se entra y se sale.
Lo adornamos con flores como una señal de bienvenida. Queremos que nuestros
visitantes se sientan aceptados y recibidos, y celebren con nosotros el punto de encuentro
entre la vida y la muerte.

Luego está la ofrenda. Se trata de un círculo que alude a la figura perfecta de la geometría
clásica y nos recuerda el inevitable ciclo de nuestras dualidades: la unión y continuidad
entre la vida y la muerte, dos entes que, aunque la tradición occidental considera
separados, la cosmovisión indígena los ve como dos instantes de un mismo proceso.

En siete colores representamos los siete niveles por los que debe transitar un alma para
alcanzar el descanso. Pero, a su vez, esos siete niveles representan los siete pecados
capitales que todos, en mayor o menor grado, cometemos en nuestra dichosa y miserable
vida: la gula, la avaricia, la envidia, la ira, la soberbia, la lujuria y la pereza.

Un nivel se dedica a las ánimas del purgatorio. Allí tenemos el agua, un elemento que
sugiere la pureza del alma, pero también constituye el líquido con que los visitantes
podrán saciar su sed para recuperar las fuerzas en su viaje del más allá.

Otro nivel contiene sal, la sal de la vida, o la purificación de los espíritus de los infantes del
purgatorio.

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En otro nivel se encuentra el pan de muerto, todo un conjunto de símbolos: la bolita
superior representa un cráneo y las cuatro tiras en forma de cruz figuran huesos; además,
estas últimas también simbolizan los cuatro puntos cardinales del mundo y del Universo.
Su forma circular, su pretensión de esfera, refuerza nuestra visión cíclica en que vida y
muerte no se contraponen, sino que se complementan.

En un nivel más están la comida, las frutas y las bebidas, es decir, las delicias de este
mundo que saborearon nuestros seres que ya se adelantaron y que ahora podrán gozar de
nuevo aspirando su esencia.

También están las imágenes de nuestros compañeros a quienes dedicamos la ofenda,


aquellos con quienes compartimos el pan y la mesa y que en fechas recientes fallecieron.

Nuestros cruces significan los encuentros de los seres en vida y tras la muerte; nuestras
cruces son la victoria ante la muerte y el pecado. Ambos constituyen una orientación en
nuestra pecaminosa geografía: representan los puntos cardinales, nuestros nortes y sures,
los estes y oestes, los sitios por los que navegamos en la vida.

El aserrín impregnado de colores representa el elemento tierra, pero también nos


recuerda que polvo somos y en polvo nos convertiremos.

Incluimos calaveras, que son la imagen de la muerte, el renacer constante, el otro punto
de llegada, pero también de partida.

Para purificar y ahuyentar a los malos espíritus agregamos copal e incienso, humo y
aroma, elementos que guían y acercan a los difuntos.

La luz también está presente para alumbrar el sendero en la forma de las velas y su
metáfora del tiempo. En ellas, un sólido alimenta al elemento fuego, que produce una
dualidad: el calor y la luz, pero también la destrucción y la posibilidad del renacimiento, así
como la expiación de los pecados, el abrasamiento purificador.

Hay papel picado, nuestro aporte festivo y alegre ante la tristeza que para algunos
representa la muerte. También simboliza la presencia del elemento viento.

El aroma y el color de las flores de cempasúchil guiará a los difuntos a nuestra ofrenda,
para que vengan a celebrar con nosotros.

En nuestra ofrenda también hay un petate, que nos recuerda por su material nuestra
fragilidad y que está presente en nociones tan populares como aquel dicho que reza “te
asustan con el petate del muerto”. Objeto usado para dormir en vida desde los tiempos
prehispánicos, también servía al mexicano para dormir el sueño eterno. Por tanto, es una
de las formas del destino, pues conjuntaba la vida y la muerte, dado que en él se nacía, se
crecía y se moría.

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La presencia del “mejor amigo del hombre y de la mujer” (para ser inclusivos) es
insoslayable: además de acompañar a los seres humanos en la vida y representar la
fidelidad, el perro ayuda a cruzar el río, sea el Jordán en la tradición católica, o el
Chiconauhuapan, que constituye el último punto antes de llegar al inframundo
prehispánico.

Y, por supuesto, no podría faltar la Catrina, la dichosa invención de un señor llamado José
Guadalupe Posada, quien se burló de las ansias pretenciosas de algunos mexicanos
denominándola “la Calavera Garbancera”, pero que tiempo después, hacia 1947,
revigorizó el gran Diego Rivera en su mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda
Central y que nuestro pueblo ha adoptado como uno de los grandes símbolos de la
temporada en que evocamos a nuestros difuntos. También es el nombre que elegimos
para nuestro equipo, una celebración y un homenaje, una manera de honrar la memoria
de estos dos grandes de nuestra gráfica.

Fieles a las bases del concurso, pero también por nuestras propias convicciones,
decidimos usar materiales amigables con el ambiente, reciclables, compostables,
reusables y cuyos desechos no generen contaminación. Por eso la propuesta del tapete de
aserrín. Por eso la utilización de flores de papel crepé, pero también el reúso del periódico
en flores que, para nuestra propia sorpresa, resultaron vívidas y hermosas. Por eso la
aplicación de elementos naturales para el arco, como los girasoles y los tejocotes, con sus
colores de otoño y de crepúsculo. Por eso una catrina engalanada con periódico (un
testigo del tiempo, un baluarte de la memoria), como una manera de reciclar un papel
cuya vigencia dura un día. Por eso el empleo de colores naturales para pintar el aserrín.
Por eso también la apuesta por algunos objetos y elementos elaborados por nuestras
propias manos, con sus intentos fallidos y luego exitosos.

En conjunto, ofrecemos una ofrenda que no invita al desperdicio, sino al reciclaje, como el
mismo ciclo de la vida y la muerte, y que recupera elementos tradicionales con una
disposición novedosa.

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