Está en la página 1de 47

3

SOLIDARIDAD
LECTURAS ESCOGIDAS DEL
MAGISTERIO SOCIAL DE LA IGLESIA

José Mauricio Rodríguez W.


Editor

UNIVERSIDAD RAFAEL LANDIVAR


DEPARTAMENTO DE INVESTIGACIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES
Exhortación Apostólica
"EVANGEUI NUNTIANDI"
ACERCA DE LA EVANGELJZACIÓN DEL
MUNDO CONTEMPORÁNEO
Al episcopado, al clero y a los fieles de toda la Iglesia
VENERABLES HERMANOS Y AMADO HIJOS:
SALUD Y BENDICIÓN APOSTÓUCA

3. En diversas ocasiones, ya antes del Sínodo, Nos pusimos de relieve la importancia de este tema
de la evangelización. "Las condiciones de la sociedad -decíamos al Sacro Colegio Cardenalicio el 22 de
junio de 1973- nos obligan, por tanto, a revisar métodos, a buscar por todos los medios el modo de llevar al
hombre moderno el mensaje cristiano, en el cual únicamente podrá hallar la respuesta a sus interrogantes y la
fuerza para su empeño de solidaridad humana'01. Y añadíamos que para dar una repuesta válida a las
exigencias del Concilio que nos están acuciando, necesitamos absolutamente ponernos en contacto con el
patrimonio de fe que la Iglesia tiene el deber de preservar en toda su pureza, y a la vez el deber de
presentarlo a loc hombres de nuestro tiempo, con los medios a nuestro alcance, de una manera
comprensible y persuasiva.

Importancia primordial del testimonio

21. La Buena Nueva debe ser proclamada, en primer lugar, mediante el testimonio.
Supongamos un cristiano o un grupo de cristianos que, dentro de la comunidad donde" viven,
manifiestan su capacidad de comprensión y de aceptación, su comunión de vida y de destino con los
demás, su solidaridad en los esfuerzos de todos en cuanto existe de noble y bueno. Supongamos además
que irradian de manera sencilla y espontánea su fe en los valores que van más allá de los valores
corrientes, y su esperanza en algo que no se ve ni osarían soñar. A través de este testimonio sin palabras,
estos cristianos hacen plantearse, a quienes contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son
así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están con nosotros?
Pues bien, este testimonio constituye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y
eficaz, de la Buena Nueva. Hay en ello un gesto inicial de evangelización. Son posiblemente las primeras
preguntas que se plantearán muchos no cristianos, bien se trate de personas a las que Cristo no había sido
nunca anunciado, de bautizados no practicantes, de gentes que viven en cristiano pero según principios no
cristianos, bien se trate de gentes que buscan, no sin sufrimiento, algo o a Alguien que ellos adivinan perr»
sin poder darle un nombre. Surgirán otros interrogantes, más profundos y más comprometedores,
provocados por este testimonio que comporta presencia, participación, solidaridad y que es un elemento

<1)
PABLO VI, Dis irso al Sacro Colegio do los Cardenales (22 Junio 1973): A.A.S., 65 (1973), p. 383
-2-
esencial, en geni..al el primero absolutamente en la evangelizaciórP.

Todos los cristianos están llamados a este testimonio y, en este sentido, pueden ser verdaderos
evangelizadores. Se nos ocurre pensar especialmente en la responsabilidad que recae sobre los emigrantes
en los países que los reciben.

Comunidades eclesiales de base

58. El Sínodo se ocupó mucho de estas "pequeñas comunidades" o "comunidades de base", ya que
en la Iglesia de hoy se las menciona con frecuencia: ¿Qué son y por qué deben ser destinatarias especiales de
la evangelización y al mismo tiempo evangelizadoras?

Florecen un poco por todas partes en la Iglesia, según los distintos testimonios escuchados durante
el Sínodo, y se diferencian bastante entre si aun dentro de una misma región, y mucho más de una región a
otra.

En ciertas regiones, surgen y se desarrollan, salvo alguna excepción, en el interior de la Iglesia,


permaneciendo solidarias con su vida, alimentadas con sus enseñanzas, unidas a sus pastores. En estos
casos, nacen de la necesidad de vivir todavía con más intensidad la vida de la Iglesia; o del deseo y de la
búsqueda de una dimensión más humana que difícilmente puden ofrecer las comunidades eclesiales más
grandes, sobre todo en las metrópolis urbanas contemporáneas que favorecen a la vez la vida de masa y el
anonimato. Pero igualmente pueden prolongar a nivel espiritual y religioso -culto, cultivo de una fe más
profunda, caridad fraterna, oración, comunión con los Pastores- la pequeña comunidad sociológica, el
pueblo, etc. O tarbién quieren reunir para escuchar y meditar la Palabra, para ios sacramentos y el vínculo del
Ágape, grupos homogéneos por la edad, la cultura, el estado civil o la situación social, como parejas
jóvenes, profesionales, etc.; personas éstas que la vida misma encuentra ya unidas en la lucha por la
justicia, la ayuda fraterna a los pobres, la promoción humana, etc. O, en fin, reúnen a los cristianos donde la
penuria de sacerdotes no favorece la vida normal de una comunidad parroquial. Todo esto, por supuesto, al
interior de las comunidades constituidas por la Iglesia, sobre todo de las Iglesia particulares y de las
parroquias.

En otras regiones, por el contrario, las comunidades de base se reúnen con un espíritu de crítica
amarga hacia la Iglesia que estigmatizan como "institucional" y a la que se oponen como comunidades
carismáticas, libres de estructuras, inspiradas únicamente en el Evangelio. Tienen, pues, como característica
una evidente actitud de censura y de rechazo hacia las manifestaciones de la Iglesia: su jerarquía, sUS
signos. Contestan radicalmente esta Iglesia. En esta línea, su inspiración principal se convierte rápidamente en
ideológica y no es raro que sean muy pronto presa de una opción política, de una corriente, y más tarde

47-48 Cfr. TERTULIANO, Apologeticum, 39:; CCL, I, p. 150-153; MINUNC1O FEUX. Octavius 9 y 31: CSPL, Turín 163, p.
11-13,
de un sistema, o de un partido, con el riesgo de ser instrumentalizadas.

La diferencia es ya notable: las comunidades que por su espíritu de contestación se separan de la


Iglesia, cuya unidad perjudican, pueden llamarse "comunidades de base", pero ésta es una denominación
estrictamente sociológica. No pueden, sin abusar del lenguaje, llamarse comunidades eclesiales de base,
aunque tengan la pretensión de perseverar en la unidad de la Iglesia manteniéndose hostiles a la Jerarquía.
Este nombre pertenece a las otras, a las que se forman en Iglesia para unirse a la Iglesia y para hacer
crecer a la Iglesia.

Estas últimas comunidades serán un lugar de evangelízación, en beneficio de las comunidades más
vastas, especialmente de las Iglesias particulares, y serán una esperanza para la Iglesia universal, como Nos
mismo dijimos al final del Sínodo, en la medida en que:

-buscan su alimento en la Palabra de Dios y no se dejan aprisionar por la polarización política o por las
ideologías de moda, prontas a explotar su inmenso potencial humano;

-evitan la tentación siempre amenazadora de la contestación sistemática y del espíritu hipercrítico, bajo
pretexto de autenticidad y de espíritu de colaboración;

-permanecen firmemente unidas a la Iglesia local en la que ellas se insieren, y a la Iglesia Universal, evitando así
el peligro -muy real- de aislarse en sí mismas, de creerse, después, la única auténtica Iglesia de Cristo y,
finalmente, de anatemizar a las otras comunidades eclesiales;

-guardan una sincera comunión con los Pastores que el Señor ha dado a su Iglesia y al Magisterio que el
Espíritu de Cristo les ha confiado;

-no se creen jamás el único destinatario o el único agente de evangelízación, esto es, el único depositario
del Evangelio; sino que, conscientes de que la Iglesia es mucho más vasta y diversificada, aceptan que la
Iglesia se encarna en formas que no son las de ellas;

-crecen cada día t.i responsabilidad, celo, compromiso e irradiación misioneros; -se

muestran universalistas y no sectarias.

Con estas condiciones, ciertamente exigentes pero también exaltantes, las comunidades eclesiales
de base corresponderán a su vocación más fundamental: escuchando el Evangelio que les es anunciado y
siendo destinatarias privilegiadas de la evangelización, ellas mismas se convertirán rápidamente en
jnunciadoras del Evangelio.
Testigos auténticos

76 Consideremos ahora la persona misma de los evangelizadores. Se ha repetido frecuentemente e-


nuestros dfas que este siglo siente sed de autenticidad. Sobre todo con relación a los jóvenes, se afirma que
éstos sufren horrores anto lo ficticio, ante la falsedad y que además son decididamente partidarios de
la verdad y la transparencia.

A estos "signos de los tiempos" debería corresponder en nosotros una actitud vigilante. Tácitamente o
a grandes gritos, pero siempre con fuerza, se nos pregunta: ¿Creéis verdaderamente en lo que anunciáis?
¿Vivís lo que creéis? ¿Predicáis verdaderamente lo que vivís? Hoy más que nunca el testimonio de vida se
ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación. Sin andar con
rodeos, podemos decir que en cierta medida nos hacemos responsables del Evangelio que proclamamos.

Al comien_j de esta reflexión, nos hemos preguntado: ¿Qué es de la Iglesia, diez años después del
Concilio? ¿Está anclada en el corazón del mundo y es suficientemente libre e independiente para interpelar
al mundo? ¿Da testimonio de la propia solidaridad hacia los hombres y al mismo tiempo del Dios Absoluto?
¿Ha ganado en ardor contemplativo y de adoración y pone más celo en la actividad misionera, caritativa,
liberadora? ¿Es suficiente su empeño en el esfuerzo de buscar el restablecimiento de la plena unidad entre
los cristianos, lo cual hace más eficaz el testimonio común, con el fin de que el mundo crea?*3'. Todos
nosotros somos responsables de las respuestas que pueden darse a estos interrogantes.

Exhortamos, pues, a nuestros Hermanos en el Episcopado, puestos por el Espíritu Santo para
gobernar la Iglesia de Dios14'. Exhortamos a los sacerdotes y a los diáconos, colaboradores de los
Obispos para congregar el pueblo de Dios y animar espirituaimente las comunidades locales. Exhortamos,
también a los religiosos y religiosas, testigos de una Iglesia llamada a la santidad y, por tanto, invitados de
manera especial a una vida que dé testimonio de las bienaventuranzas evangélicas. Exhortamos así mismo a
los seglares: familias cristianas, jóvenes y adultos, a todos los que tienen un cargo, a los dirigentes, sin
olvidar a los pobres tantas veces ricos de fe y de esperanza, a todos los seglares conscientes de su papel
evangelizador al servicio de la Iglesia o en el corazón de la sociedad y del mundo. Nos les decimos a
todos: es necesario que nuestro celo evangelizador brote de una verdadera santidad de vida y que, como
nos lo sugiere el Concilio Vaticano II, la predicación, alimentada con la oración y sobre todo con el amor a
la Eucaristía, redunde en mayor santidad del predicador^'.

Paradójicamente, el mundo, que, a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios, lo busna
sin embargo por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, el mundo exige a los
evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si

(3)
Cfr. Jn. 17, 21

(4)
Cfr. Aot. 20, 28

151
Cfr. Deor. Presbyterorum Ordinis, 13: AAS, 58 (1966), p. 1011
estuvieran viendo al Invisible161. El mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración,
caridad para con todos, especialmente para los pequeños y los pobres, obediencia y humildad, despego
de nosotros mismos y renuncia. Sin esta marca de santidad, nuestra palabra difícilmente abrirá brecha en el
corazón de los hombres de este tiempo. Corre el riesgo de hacerse vana e infecunda.

Dado en Roma, junto a San Pedro, en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen
María, el día 8 de diciembre del año 1975, decimotercero de Nuestro Pontificado.

Pablo VI

(6)
Cfr. Heb. 11,
27
CONCILIO VATICANO II
CONSTITUCIÓN PASTORAL:
"GAUDIUM ET SPES" SOBRE LA IGLESIA Y
EL MUNDO DE HOY"

Al servicio del hombre

3. Hoy el hombre, aunque engreído como está por la euforia y admiración de sus propias
conquistas y del propio poder, se plantea, sin embargo, con frecuencia los angustiosos problemas de la
actual evolución del mundo, de su propio papel y cometido en el universo, del sentido de su esfuerzo
individual y colectivo, del último fin de los hombres y de las cosas. Por eso el Concilio, como testigo y
portavoz de la fe de todo el pueblo de Dios congregado por Cristo, no encuentra manera más elocuente de
exponer la solidaridad de este pueblo de Dios y su respeto y amor a toda la familia humana -de la que forma
parte-, sino entablando con ella un diálogo sobre esa misma variedad de problemas, aportando a ellos la
luz que toma del Evangelio y poniendo al servicio de la humanidad las fuerzas de salvación que la Iglesia,
bajo la guía del Espíritu Santo, recibe de su Fundador. Es la persona humana la que se ha de salvar y es la
sociedad humana la que se ha de construir. Por consiguiente, será el hombre el eje de toda esta
explanación: el hombre concreto y total, con cuerpo y alma, con corazón y conciencia, con inteligencia y
voluntad.

Por tanto, esta Sagrado Concilio, al proclamar la excelsa vocación del hombre y afirmar la presencia
en él de un cierto germen divino, ofrece a todo el género humano la sincera cooperación de la Iglesia para
forjar la fraternidad universal que corresponde a esta vocación. Sin ninguna ambición terrena, una sola cosa
pretende la Iglesia: continuar, bajo la guía del Espíritu Paráclito, la obra del mismo Cristo, que vino al
mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir, no para ser servido.'81

^ La Constitución Pastoral de la Iglesia en el mundo de hoy, aunque consta de dos partes, constituye, sin embargo, una sola
unidad. Se llama Constitución "Pastoral" porque, apoyada en principios doctrinales, pretende exponer la relación que media entre la
Iglesia, mundo y comunidad actual. Por eso, ni en la primera falta la intención pastoral, ni en la segunda una intención doctrinal. Pero
en la primera parte la Iglesia desarrolla su doctrina sobre el hombre, el mundo en que el hombre está sumergido y su relación para
con ellos. En la segunda parte considera más expresamente diversos aspectos de la vida y de la sociedad humana de hoy, en
particular las cuestiones y problemas que en nuestros días se presentan como más urgentes en esta materia. De ahí, como
resultado, que en esta última parte, la materia, aun estando sometida a principios doctrinales, se compone no tanto de elementos
permanentes, sino también de elementos contingentes.
Se ha de interpretar, por tanto, la Constitución según las normas generales de la interpretación teológica, teniendo siempre en
cuenta, sobre todo en la segunda parte, las circunstancias con que, por su misma naturaleza, están ligados los temas de que trata.

(8)
Cfc Jn. 18, 27; 3, 17; Mt. 20, 28; Me. 10, 45.
-7-
EXPOSICIÓN PRELIMINAR
CONDICIÓN DEL HOMBRE EN EL MUNDO MODERNO

Esperanzas y temores

4. Para realizar este cometido pesa sobre la Iglesia, ya desde siempre, el deber de escrutar a fondo los
signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio; solo asi podrá responder, en la forma que
cuadre a cada generación, a los perennes interrogantes humanos sobre el sentido de la vida presente y
futura, y sobre la mutua relación entre una y otra. Es. por consiguiente, oportuno que se conozcan y
entiendan el mur.uo en que vivimos y sus esperanzas, sus aspiraciones, su modo de ser, frecuentemente
dramático. Pues bien, algunas características más destacadas del mundo de hoy se pueden esbozar de!
modo siguiente:

Hoy el género humano se encuentra en una nueva era de su historia, caracterizada por la gradual
expansión, a nivel mundial, de cambios rápidos y profundos. Estos cambios, nacidos de la inteligencia y del
trabajo creador del hombre, recaen sobre el mismo hombre, sobre sus juicios y deseos, individuales y
colectivos, sobre su modo de pensar y reaccionar ante las cosas y los hombres. De ahí que podamos hoy
hablar de una auténtica transformación social y cultural, que influye también en su vida religiosa.

Esta metamorfosis, como sucede en toda crisis de crecimiento, trae consigo no ligeras dificultades;
por ejemplo, cuando el hombre dilata tanto los límites de su poder, no siempre logra mantener la capacidad
de someterlo a su propio servicio; cuando se esfuerza por sondear hasta las mayores profundidades sobre
si mismo; cuando descubre poco a poco, hasta verlas con claridad, las leyes de la vida social, termina por
dudar de la dirección que se le ha de dar. -

Nunca tuvo el género humano tanta abundancia de riquezas, posibilidades y capacidades


económicas, como hoy; sin embargo, todavía una parte grandísima de la población mundial se ve afligida
por el hambre y la miseria, y es incontable aún el número de analfabetos. Jamás tuvieron los hombres un
sentido tan agudo de la libertad como hoy lo tienen, cuando siguen aún naciendo nuevas formas de
esclavitud social y síquica. Mientras el mundo siente con tanta viveza su propia unidad y la dependencia de
unos respecto a otros, dentro de la necesaria solidaridad, se encuentra gravfsimamente solicitado hacia
opuestas direcciones por fuerzas antagónicas, ya que atroces discordias políticas, sociales, económicas,
raciales e ideológicas todavía persisten y no ha desaparecido aún el peligro de una guerra capaz de
destruirlo todo di -.de sus cimientos. Mientras aumenta el intercambio de ideas, los vocablos con que se
expresan conceptos de enorme trascendencia admiten sentidos bastante diversos, según las diversas
ideologías. Finalmente, se está buscando ansiosamente un más perfecto orden de lo temporal, y no se logra
que progrese paralelamente el desarrollo espiritual.

Muchos de nuestros contemporáneos, impresionados por la complejidad de tantos factores,


encuentran en ella un obstáculo para reconocer la verdad de los valores perennes y organizarlos
sistemáticamente con las nuevas conquistas; de ahí que, zarandeados entre angustias y esperanzas, se ven
atormentados por la inquietud, preguntándose a si mismos sobre la evolución actual del mundo; pero ésta
desafia al hombre, mejor dicho, le obliga a dar una respuesta.

El Verbo encarnado y la solidaridad humana

32. Como Dios creó al hombre no para la vida individual sino para formar una unidad social, así
también entraba en sus designios "santificar y salvar... a los hombres, no de uno en uno con exclusión de
mutuos vínculos, sino constituyéndolos como un pueblo nuevo, que lo reconociese a Él en la verdad y
santamente lo sirviese'*9'. Y desde los comienzos mismos de la historia de la salvación, Éf escogió
personalmente a los hombres, no como individuos, sino como miembros de una determinada comunidad. A
estos elegidos, Dios, manifestando sus designios, los llamó "su pueblo" (Ex. 3, 1-12), con el que, por
añadidura, firmó un pacto en el Sinaf101.

Esta índole comunitaria del divino designio se perfecciona y consuma por obra de Jesucristo, pues el
mismo Verbo encarnado quiso hacerse participe de esta humana solidaridad. Tomó parte en las bodas de
Cana, se invitó a casa de Zaqueo, comió con publícanos y pecadores. Reveló el amor del Padre y la
excelsa vocación del hombre echando mano de las realidades más vulgares de la vida social y sirviéndose del
lenguaje y de las imágenes de la existencia más comente. Santificó las relaciones humanas, sobre todo las
relaciones familiares de las que brotan las relaciones sociales, siendo voluntariamente un subdito más de
las leyes de su patria. Llevó una vida idéntica a la de cualquier obrero de su tiempo y de su región.

En su predicación encargó claramente a los hijos de Dios que se comportasen entre sí como
hermanos. En su oración rogó que todos sus discfpulos fuesen "una misma cosa". Más aún. Él mismo, su
Redentor, se inmoló por todos hasta la muerte: "Nadie tiene mayor amor que el que ofrece su vida por sus
amigos" (Jn. 15, 13). Y a sus apóstoles les mandó predicar a todas las gentes el mensaje evangélico para
que el género humano se convirtiera en familia de Dios en la que la plenitud de la ley fuera el amor.

Primogénito entre muchos hermanos, constituye, por el don de su Espíritu, una nueva comunidad
fraternal, que se realiza entre todos los que, después de su muerte y resurrección, le aceptan a Él por la fe
y por la caridad. En este Cuerpo suyo, que es la Iglesia, todos, miembros los unos de los otros, deben
ayudarse mutuamente, según la variedad de dones que se les haya conferido.

Esta solidaridad debería ir en aumento hasta aquel día en que será consumada, cuando los
hombres, salvados por la gracia, como una gran familia amada por Dios y por Cristo su hermano, darán
a Dios la gloria perfecta.

(10) Cfr. Const. Do- -n. Lumen Gentium, cap. II, n. 9. A.A.S. 57 (19650, p. 12-13

Cfr. Ex. 24, 1-6


Segunda Parte
ALGUNOS PROBLEMAS MÁS URGENTES
PROEMIO

46. Después de haber mostrado la dignidad de la persona humana y la misión individual o social
que al hombre se ha encomendado sobre la tierra, el Concilio, guiado por la luz del Evangelio y de la
humana experiencia, llama ahora la atención de todos sobre algunos problemas particularmente urgentes,
que en nuestros días afectan en sumo grado al género humano.

Entre los numerosos problemas que preocupan hoy a todos conviene recordar los siguientes: el
matrimonio y la familia, la cultura humana, la vida económica-social y política, la solidaridad dentro de la
familia de las naciones y la paz. Sobre cada uno de estos problemas conviene proyectar la luz de los
principios que nos vienen de Cristo para que guie a los fieles e ilustre a todos los hombres en la búsqueda de
las soluciones que problemas tan numerosos y tan complejos reclaman.

Dificultades y tareas actuales en este campo

56. En estas condiciones no tiene nada de extraño que el hombre, que siente su responsabilidad
respecto al progreso de la cultura, mitra mayor esperanza, pero al mismo tiempo mire con inquietud las
múltiples antinomias existentes y que a él le toca resolver.

¿Qué hay que hacer para que el incremento en el cambio de cultura, que deberla conducir a un
auténtico y provechoso diálogo entre los diversos grupos y naciones, no perturbe la vida de las
colectividades ni eche por tierra la sabiduría de los antesapados, ni ponga en peligro la índole propia de
cada pueblo?

¿En qué modo se han de favorecer el dinamismo y la expansión de la nueva cultura, sin que por
ello perezca la fidelidad viva hacia la herencia tradicional? Esto es de excepcional importancia allí donde
una cultura, originada por el enorme progreso de las ciencias y de la técnica, se ha de armonizar con la
cultura tradicional del ingenio, basada en cada caso en sus estudios clásicos.

¿En qué modo una dispersión tan rápida y progresiva de las disciplinas particulares se puede
armonizar con la necesidad de construir su síntesis y de conservar entre los hombres la capacidad de
contemplar y de admirar, que son las que levan a la sabiduría?

¿Qué se ha de hacer para que la totalidad de los hombres del mundo participe en los bienes ce la
cultura cuando al mismo tiempo ésta se hace refinada en las personas cultas y cada día más sublime y
compleja?
-10-
¿Cómo, finalmente, se podrá reconocer como legitima la autonomía que la cultura reclama, sin que se
caiga en un humanismo meramente terreno, más aún. contrario a la religión?

Ciertamente, en medio de todas esas antinomias, la cultura se debe hoy desarrollar de modo que
cultive con un orden justo la total persona humana y ayude a los hombres en los deberes al cumplimiento de
los cuales se ..enten llamados, particularmente los creyentes en Cristo, unidos fraternalmente en una
sola familia humana.

75. Es perfectamente conforme a la naturaleza humana que se encuentren cuadros jurídico-políticos


que ofrezcan a todos los ciudadanos, siempre mejor y sin discriminación alguna, posibilidades concretas
de tomar parte libre y activamente, sea en la determinación de los fundamentos jurídicos de la comunidad
política, sea en la gestión de los asuntos públicos, sea en la fijación de los campos de acción y de los
limites de los diversos organismos, como también en la elección de los mismos dirigentes™. Recuerden
por consiguiente, todos los ciudadanos su derecho y, al mismo tiempo, deber de emplear su voto libre para
promover el bien común. La Iglesia reconoce como obra digna de alabanza y de consideración la entrega de
quienes, por servir al bien público, aceptan las cargas de esos oficios.

Para que la cooperación responsable de los ciudadanos pueda alcanzar resultados felices en el
curso de la vida política es necesario un estatuto positivo de derechos que organice una repartición
oportuna de las funciones y de los órganos del poder, asf como una protección eficaz e independiente de los
derechos. Sean reconocidos, respetados y favorecidos los derechos de las personas, de las famnias y de
las asociaciones' * así como su ejercicio, no menos que los deberes cívicos de cada uno. Entre estos
últimos conviene recordar el deber de aportar a la cosa pública el concurso material y personal requendo
por el bien común. Velen los dirigentes para no entorpecer las agrupaciones familiares, sociales y culturales,
las corporaciones y organismos intermedios y. lejos de privarlos de su acción legítima y constructiva,
procurarán más bien favorecerla de una manera ordenada. En cuanto a ios ciudadanos individualmente o
en forma de asociación, tengan cuidado de no atribuir a la autoridad pública un poder excesivo, pero
tampoco esperen del Estado, de una manera inoportuna, ventajas y utilidades excesivas con riesgo de
disminuir la responsabilidad de las personas, de las «amlias y de las agrupaciones sociales.'

En nuestra época la complejidad de las circunstancias obliga a los poderes públicos a intervenir
muy frecuentemente en materia social, económica y cultural, para determinar condiciones más favorables
que faciliten con mayor eficacia a los ciudadanos y a las agrupaciones una búsqueda libre del bien
completo del hombre Pero, según la diversidad de regiones y la evolución de los pueblos, las relaciones
entre la socialización' >, la autonomía y desarrollo de la persona, se pueden entender en manera

(11)
Cfr. Pío XII, Mensaje de Navidad de 1942, A.A.S. 35 (1943). p. 9-24; Mam. Mensaje de Navidad do 1944, A.A.S. (1945), p.
11-17; Juan XXIII, Ene. Paeem in Terrís.
(12)

Cfr. Pío XII, Mensaje radiofónico del 7 de junio de 1941, AAS. 33 (1941). p. 200; Juan XXIII, Ene. Pacem ín Terris. Cfr.
(13)
Juan XXIII, Ene. Mater et Magistra, No. 18
-11-
diferente. De todos modos, cuando el ejercicio de los derechos temporalmente se limita por razón del bien
común, una vez cambiadas las circunstancias, restituyase la libertad cuanto antes, pues es inhumano que la
autoridad política degenere en formas totalitarias o en formas dictatoriales que menoscaban los derechos de la
persona o de los grupos sociales.

Los ciudadanos fomenten fiel y generosamente el patriotismo, pero sin estrecheces mentales, es
decir, que tengan siempre orientado su espíritu hacia el bien de la entera familia humana, que está unida
entre sí, entre razas, pueblos y naciones, con variadísimos vínculos.

Los cristianos deben tener conciencia del papel particular y propio que les toca en suerte en la
comunidad política, en la que están obligados a dar ejemplo, desarrollando en sí mismo el sentido de
responsabilidad « de consagración al bien común; así mostrarán con los mismos hechos cómo pueden
armonizarse autoridad y libertad, iniciativa personal y solidaridad del cuerpo social, las ventajas de la unidad
y las de la diversidad. En la administración de lo temporal sepan reconocer la existencia de opiniones
diversas, y a veces contradictorias, pero legítimas, y respeten, por consiguiente, a los ciudadanos que aun
como grupo, defienden lealmente su manera de ver. En cuanto a los partidos, habrán de promover lo que
según su sistema sea exigencia del bien común; pero en ningún caso les está permitido anteponer sus
intereses al bien común.

Es menester procurar celosamente la educación cívica y política que en nuestros días es


particularmente necesaria, ya para el conjunto del pueblo, ya, ante todo para los jóvenes, a fin de que todos los
ciudadanos puedan desempeñar su papel en la vida de la comunidad política. Los que son, o pueden llegar
a ser, capaces de ejercer un arte tan difícil, pero a la vez tan noble'14 ', cual es la política, prepárense
para ella y no rehusen dedicarse a la misma sin buscar el propio interés ni ventajas materiales. Luchen contra
la injusticia y la opresión contra la intolerancia y el absolutismo, sea de un hombre o de un partido, obren con
integridad y prudencia, y conságrense al servicio de todos con sinceridad y rectitud; más aún, con amor y
fortaleza política.

90. Una forma excelente de actividad internacional de los cristianos es, sin duda, la colaboración
que como individuos o como sociedades ofrecen dentro de las instituciones fundadas o por fundar para
difundir la cooperación entre las naciones. Pueden, además, servir en múltiples maneras a la comunidad
de las gentes, en la construcción de la paz y fraternidad, las diversas organizaciones católicas
internacionales, que se han de consolidar aumentando ciertamente el número de cooperadores bien
formados, ofreciéndoles las ayudas que necesitan y coordinando de manera adecuada sus fuerzas. Pues en
nuestros tiempos la eficacia en la acción y la necesidad del diálogo necesitan iniciativas asociadas.
Además, tales asociaciones contribuyen no poco a cultivar el sentido de lo universal, que a los católicos
ciertamente se les adapta, y a la formación de una conciencia de la solidaridad y responsabilidad universal.
Finalmente, es muy de desear que los católicos, para cumplir debidamente su deber dentro de la

(14)
Pío X). Alocución a los dirigentes de la Federación Universitaria Católica. Discurso de Pío XI, Ed. Bertetto, Turin vol. I, (1960), p.
743
-12-
comunidad internacional se afanen por cooperar activa y positivamente, sea con los hermanos separados
que profesan al par que ellos la caridad evangélica, sea con todos los hombres sedientos de la verdadera
paz.

El Concilio, teniendo muy en cuenta el sinnúmero de miserias con que aún hoy se ve afligida la
mayor parte del género humano, y para fomentar en todas partes la justicia y la mismo tiempo el amor de
Cristo hacia los pobres, considera muy oportuna la creación de algún organismo universal de la Iglesia, a
quien corresponda estimular a la comunidad católica para que promueva el progreso de las regiones pobres y
la justicia social entre las naciones.

93. Todas y cada una de las cosas que en esta Constitución se incluyen han obtenido el
beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la autoridad apostólica a Nos
confiada por Cristo, juntamente con los venerables Padres, lo aprobamos, decretamos y establecemos en
el Espíritu Santo, y ordenamos que se promulgue, para gloria de Dios, todo lo aprobado conciliarmente.

Roma, junto a san Pedro, 7 de diciembre de 1965.

Pablo VI.
-13-
GARTA ENCÍCUCA
"LABOREM EXERCENS"
DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II
SOBRE EL TRABAJO HUMANO EN EL 902 ANIVERSARIO
DE LA RERUM NOVARUM

7. Una amenaza al justo orden de los «alores

Precisamente estas afirmaciones básicas sobre el trabajo han surgido siempre de la riqueza de la
verdad cristiana, especialmente del mensaje mismo del "Evangelio del trabajo", creando el fundamento del
nuevo modo humano de pensar, de valorar y de actuar. En la época moderna, desde el comienzo de la era
industrial, la verdad cristiana sobre el trabajo debe contraponerse a las diversas corrientes del pensamiento
materialista y "economicista'.

Para algunos favorecedores de tales ideas, el trabajo se entendía y se trataba como una especie de
"mercancía', que el trabajador -especialmente el obrero de la industria- vende al empresario, que es a la
vez poseedor del capital, o sea del conjunto de los instrumentos de trabajo y de los medios que hacen
posible la producción. Este modo de entender el trabajo se difundió, de modo particular, en la primera
mitad del siglo XIX. A continuación, las formulaciones explícitas de este tipo casi han ido desapareciendo,
cediendo a un modo más humano de pensar y valorar el trabajo. La interacción entre el hombre del trabajo y
el conjunto de los instrumentos y de los medios de producción ha dado lugar al desarrollo de diversas
formas de capitalismo -paralelamente a diversas formas de colectivismo- en las que se han insertado otros
elementos socio-económicos como consecuencia de nuevas circunstancias concretas, de la acción de las
asociaciones de los trabajadores y de los poderes públicos, asi como de la entrada en acción de grandes
empresas transnacionales. A pesar de todo, el peligro de considerar el trabajo como un "mercancía sui
generis", o como una anónima fuerza' necesaria para la producción (se habla incluso de "fuerza-trabajo"),
existe siempre, especialmente cuando toda la visual de la problemática económica esté caracterizada por
las premisas del economismo materialista.

Una ocasión sistemática y, en cierto sentido, hasta un estimulo para este modo de pensar y valorar
está constituido por el acelerado proceso de desarrollo de la civilización unilateralmente materialista, en la
que se da importancia primordial a la dimensión objetiva del trabajo, mientras la subjetiva -todo lo que se
refiere indirecta o directamente al mismo sujeto del trabajo- permanece a un nivel secundarlo En todos los
casos de este género, en cada situación social de este tipo se da una confusión, e incluso una inversión del
orden establecido desde el comienzo con las palabras del libro del Génesis: el hombre es considerado como
un instrumento de producciórf15', mientras él, -él solo, independientemente del trabajo que realiza-

(1S>
Cfr. Pío XI. Carta Enddica Ouadragesimo Anno: AAS 23 (1931). p 221
-14-
deberá ser tratado como sujeto eficiente y su verdadero artífice y creador. Precisamente tal inversión de
orden, prescindiendo del programa y de la denominación según la cual se realiza, merecerá el nombre de
"capitalismo" en el sentido indicado más adelante con mayor amplitud. Se sabe que el capitalismo tiene su
preciso significado histórico como sistema, y sistema económico-social, en contraposición al "socialismo" o
"comunismo". Pero, a la luz del análisis de la realidad fundamental del entero proceso económico y, ante
todo, de la estructura de producción -como es precisamente el trabajo- conviene reconocer que el error
del capitalismo primitivo puede repetirse dondequiera que el hombre sea tratado de alguna manera a la par de
todo el complejo de los medios materiales de producción, como un instrumento y no según la verdadera
dignidad de su trabajo, o sea, como sujeto y autor, y, por consiguiente, como verdadero fin de todo el
proceso productivo.

Se comprende así cómo el análisis del trabajo humano hecho a la luz de aquellas palabras, que se
refieren al "dominio" del hombre sobre la tierra, penetra hasta el centro mismo de la problemática ético-social.
Esta concepción deberá también encontrar un puesto central en toda la esfera de la política social y
económica, tanto en el ámbito de cada uno de los países, como en el más amplio de las relaciones
internacionales e intercontinentales, con particular referencia a las tensiones, que se delinean en el mundo no
sólo en el eje Oriente-Occidente, sino también en el del Norte-Sur. Tanto el Papa Juan XXIII en la Encíclica
Mater et Magistra, como Pablo VI en la Populorum Progressio, han dirigido una decidida atención a estas
dimensiones de la problemática ético-social contemporánea.

8. Solidaridad de los hombres del trabajo

Si se trata del trabajo humano en la fundamental dimensión de su sujeto, o sea del hombre-persona
que ejecuta un determinado trabajo, se debe bajo este punto de vista hacer por lo menos un sumaria
valoración de las transformaciones que, en los 90 años que nos separan de la Rerum Novarum, han
acaecido en relación con el aspecto subjetivo del trabajo. De hecho, aunque el sujeto del trabajo sea
siempre el mismo, o sea, el hombre, sin embargo en el aspecto objetivo se verifican transformaciones
notables. Aunque se pueda decir que el trabajo, a causa de su sujeto, es uno (uno y cada vez irrepetible) sin
embargo, considerando sus direcciones objetivas, hay que constatar que existen muchos trabajos: tantos
trabajos distintos. El desarrollo de la civilización humana conlleva en este campo un enriquecimiento continuo.
Al mismo tiempo, sin embargo, no se puede dejar de notar cómo en el proceso de estedesarrollo no sólo
aparecen nuevas formas de trabajo, sino que también otras desaparecen. Aun concediendo que en línea
de máxima eficiencia sea esto un fenómeno normal, hay que ver todavía si no se infiltran en él, y en qué
manera, ciertas irregularidades, que por motivos éticos-sociales pueden ser peligrosas.

Precisamente, a raíz de esta anomalía de gran alcance surgió en el siglo pasado la llamada cuestión
obrera, denominada a veces "cuestión proletaria". Tal cuestión -con los problemas anexos a ella- ha dado
origen a una justa reacción social, ha hecho surgir y casi irrumpir un gran impulso de solidaridad entre los
hombres del trabajo y, ante todo, entre ios trabajadores de la industria. La llamada a la solidaridad y a la
acción común, lanzada a los hombres del trabajo sobre todo a los del trabajo sectorial, monótono,
-15-
(jespersonaflzador en los complejos Industriales, cuando la máquina tiende a dominar sobre el
hombre-tenla un importante valor y su elocuencia desde el punto de vista de la ética social. Era la reacción
contra la degradación del hombre como sujeto del trabajo y contra la inaudita y concomitante explotación
en el campo de las ganancias, de las condiciones de trabajo y de providencia hacia la persona del
trabajador. Semejante reacción ha reunido al mundo obrero en una comunidad caracterizada por una gran
solidaridad.

Tras las huellas de la Encíclica Rerum Novarum y de muchos documentos sucesivos del Magisterio
de la Iglesia, se debe reconocer francamente que fue justificada, desde la óptica de la moral social, la
reacción contra el sistema de injusticia y de daño, que pedia venganza al cielo06', y que pesaba sobre el
hombre del trabajo en aquel período de rápida industrialización. Esta situación estaba favorecida por el
sistema socto-potftico liberal que, según sus premisas de economicismo, reforzaba y aseguraba la iniciativa
económica de los solos poseedores del capital, y no se preocupaba suficientemente de los derechos del
hombre del trabajo, afirmando que el trabajo humano es solamente instrumento de producción, y que el
capital es el fundamento, el factor eficiente, y el fin de la producción.

Desde entonces la solidaridad de los hombres del trabajo, junto con una toma de conciencia más
neta y más comprometida sobre los derechos de los trabajadores por parte de los demás, ha dado lugar
en muchos casos a cambios profundos. Se han ¡do buscando diversos sistemas nuevos. Se han
desarrollado diversas formas de neocapitalismo o de colectivismo. Con frecuencia los hombres del trabajo
pueden participar, y efectivamente participan, en la gestión y en el control de la productividad de las
empresas. Por medio de asociaciones adecuadas, ellos influyen en las condiciones de trabajo y de
remuneración, así como en la legislación social. Pero al mismo tiempo, sistemas ideológicos o de poder,
así como nuevas relaciones surgidas a distintos niveles de la convivencia humana, han dejado perdurar
injusticias flagrantes o han provocado otras nuevas. A escala mundial, el desarrollo de la civilización y de
las comunicaciones ha hecho posible un diagnóstico más completo de las condiciones de vida y del trabajo
del hombre en toda la tierra, y también ha manifestado otras formas de injusticia mucho más vastas de las
que, en d siglo pasado, fueron un estímulo a la unión de los hombres del trabajo para una solidaridad
particular en el mundo obrero. Así ha ocurrido en los Países que han llevado ya a cabo un cierto proceso de
revolución industrial; y así también en los Países donde el lugar primordial de trabajo sigue estando en el
cultivo de la tierra u otras ocupaciones similares.

Movimientos de solidaridad en el campo del trabajo -de una solidaridad que no debe ser cerrazón
al diálogo yate colaboración con ios demás- pueden ser necesarios incluso con relación a las condiciones
de grupos sociales que antes no estaban comprendidos en tales movimientos, pero que sufren, en los
sistemas sociales y en las condiciones de vida que cambian, una "proletarización" efectiva o, más aún, se
encuentran ya realmente en la condición de "proletariado", la cual, aunque no es conocida todavía con este
nombre, lo merece de hecho. En esa condición pueden encontrarse algunas categorías o grupos de la
"inteligencia" trabajadora, especialmente cuando junto con el acceso cada vez más amplio a la instrucción,
con el número cada vez más numeroso de personas que han conseguido un diploma por su preparación

Dt 24,15; Sant. " 4; y también Gen. 4,10


cultural, disminuye la demanda de su trabajo. Tal desocupación de los intelectuales tiene lugar o aumenta
cuando la Instrucción accesible no está orientada hacia los tipos de empleo o de servicios requeridos por las
verdaderas necesidades de la sociedad, o cuando el trabajo para ei que se requiere la instrucción, al
menos profesional, es menos buscado o menos pagado que un trabajo manual. Es obvio que la instrucción
de por s( constituye siempre un valor y un enriquecimiento importante de la persona humana; pero no
obstante, algunos procesos de "proletarización" siguen siendo posibles independientemente de este hecho.

Por eso, hay que seguir preguntándose sobre el sujeto del trabajo y las condiciones en las que vive.
Para realizar la justicia social en las diversas partes dei mundo, en los distintos Países, y en las relaciones
entre ellos, son siempre necesarios nuevos movimientos de solidaridad de los hombres del trabajo y de
solidaridad con los hombres del trabajo. Esta solidaridad debe estar siempre presente allí donde lo requiere la
degradación social del sujeto del trabajo, la explotación de los trabajadores, y las crecientes zonas de
miseria e incluso de hambre. La Iglesia está vivamente comprometida en esta causa, porque la considera
como su misión, su servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente la
"Iglesia de los pobres". Y los "pobres" se encuentran bajo diversas formas; aparecen en diversos lugares y
en diversos momentos; aparecen en muchos casos como resultado de la violación de la dignidad del
trabajo humano: bien sea porque se limitan las posibilidades del trabajo -es decir, por la plaga del
desempleo-, bien porque se deprecian el trabajo y los derechos que fluyen del mismo, especialmente el
derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia.

20. Importancia de los sindicatos

Sobre la base de todos estos derechos, junto con la necesidad de asegurarlos por parte de los
mismos trabajadores, brota aún otro derecho, es decir, el derecho a asociarse; esto es, a formar
asociaciones o uniones que tengan como finalidad la defensa de los intereses vitales de los hombres
empleados en las diversas profesiones. Estas uniones llevan el nombre de sindicatos. Los intereses vitales de
los hombres del trabajo son hasta cierto punto comunes a todos; pero al mismo tiempo, todo tipo de
trabajo, toda profesión posee un carácter específico que en estas organizaciones debería encontrar su
propio reflejo particular.

Los sindicatos tienen su origen, de algún modo, en las corporaciones artesanas medievales, en
cuanto que estas organizaciones unían entre sí a hombres pertenecientes a la misma profesión y, por
consiguiente, en base al trabajo que realizaban. Pero al mismo tiempo, los sindicatos se diferencian de las
corporaciones en este punto esencial: los sindicatos modernos han crecido sobre la base de la lucha de los
trabajadores, del mundo del trabajo y ante todo de los trabajadores industriales, para la tutela de sus justos
derechos frente a los empresarios y a los propietarios de los medios de producción. La defensa de los
intereses existenciales de los trabajadores en todos los sectores, en que entran en juego sus dererhos,
constituye el cometido de los sindicatos. La experiencia histórica enseña que las organizaciones de este
tipo son un elemento indispensable de la vida social, especialmente en las sociedades modernas
industrializadas. Esto evidentemente no significa que solamente los trabajadores de la industria puedan
-17-
Instituir asociaciones de este tipo. Los representantes de cada profesión pueden servirse de ellas para
asegurar sus respectivos derechos. Existen, pues, los sindicatos de los agricultores y de los trabajadores
del sector Intelectual, existen además las uniones de empresarios. Todos, como ya se ha dicho, se dividen en
sucesivos grupos o subgrupos, según particulares especializaciones profesionales.

La doctrina social católica no considera que los sindicatos constituyan únicamente el reflejo de la
estructura de "cl&oe" de la sociedad y que sean el exponente de la lucha de ctase que gobierna
inevitablemente la vida social. S(, son un exponente de la lucha por la justicia social, por los justos derechos de
los hombres del trabajo según las distintas profesiones. Sin embargo, esta "lucha" debe ser vista como una
dedicación normal "en favor" del justo bien: en este caso, por el bien que corresponde a las necesidades
y a los méritos de los hombres asociados por profesiones; pero no es una lucha "contra" los demás. Si en
las cuestiones controvertidas asume también un carácter de oposición a los demás, esto sucede en
consideración del bien de la justicia social; y no por "la lucha" o por eliminar al adversario. El trabajo tiene
como característica propia que, antes que nada, une a los hombres y en esto consiste su fuerza social: la
fuerza de construir una comunidad. En definitiva, en esta comunidad deben unirse de algún modo tanto los
que trabajan como los que disponen de los medios de producción o son sus propietarios. A la luz de esta
fundamental estructura de todo trabajo -a la luz del hecho de que en definitiva en todo sistema social el
"trabajo" y el "capital" son los componentes indispensables del proceso de producción-la unión de los
hombres para asegurarse los derechos que le corresponden, nacida de la necesidad del trabajo, sigue
siendo un factor constructivo de orden social y de solidaridad, del que no es posible prescindir.

Los justos esfuerzos por asegurar los derechos de tos trabajadores, unidos por la misma profesión,
deben tener en cuenta las limitaciones que impone la situación económica general del país. Las exigencias
sindicales no pueden transformarse en una especie de "egoísmo" de grupo o de clase, por más que puedan y
deban tender también a corregir -con miras al bien común de toda la sociedad- incluso todo lo que es
defectuoso en el sistema de propiedad de los medios de producción o en el modo de administrarlos o de
disponer de ellos. La vida social y económico-social es ciertamente como un sistema de "vasos
comunicantes", y a este sistema debe también adaptarse toda activlddad social que tenga como finalidad
salvaguardar los derechos de los grupos particulares.

En este sentido la actividad de los sindicatos entra indudablemente en el campo de la "política",


entendida ésta como una prudente solicitud por el bien común. Pero al mismo tiempo, el cometido de los
sindicatos no es "hacer política" en el sentido que se da hoy comúnmente a esta expresión. Los sindicatos no
tienen carácter de "partidos políticos" que luchan por el poder y no deberán ni siquiera ser sometidos a las
decisiones de los partidos políticos o tener vínculos demasiado estrechos con ellos. En efecto, en tal
situación ellos pierden fácilmente el contacto con lo que es su cometido específico, que es el de asegurar
los justos derechos de los hombres del trabajo en el marco del bien común de la sociedad entera y se
convierten en cambio en un instrumento para otras finalidades.

Hablando de la tutela de los justos derechos de los hombres del trabajo, según sus profesiones.
es necesario naturalmente tener siempre presente lo que decide acerca del carácter subjetivo del trabajo en
toda profesión, pero al mismo tiempo, o antes que nada, lo que condiciona la dignidad propia del sujeto del
trabajo. Se abren aquí múltiples posibilidades en la actuación de las organizacioes sindicales y esto incluso
en su empeño de carácter instructivo, educativo y de promoción de la auto-educación. Es benemérita la
labor de las escuelas, de las llamadas "universidades laborales" o "populares", de los programas y cursos
de formación, que han desarrollado y siguen desarrollando precisamente este campo de actividad. Se debe
siempre desear que, gracias a la obra de sus sindicatos, el trabajador pueda no sólo "tener" más, sino ante
todo "ser" más: es decir, pueda realizar más plenamente su humanidad en todos los aspectos.

Actuando en favor de los justos derechos de sus miembros, los sindicatos se sirven también del
método de la "huelga", es decir, del bloqueo del trabajo, como una especie de ultimátum dirigido a los
órganos competentes y sobre todo a los empresarios. Este es un método reconocido por la doctrina social
católica como legitimo en las debidas condiciones y en los justos límites. En relación con esto los
trabajadores deberán tener asegurado el derecho a la huelga, sin sufrir sanciones penales personales por
participar en ella. Admitiendo que es un medio legítimo, se debe subrayar al mismo tiempo que la huelga
sigue siendo, en cierto sentido, un medio extremo. No se puede abusar de él; no se puede abusar de él,
especialmente en función de los "juegos políticos". Por lo demás, no se puede jamás olvidar que cuando se
trata de servicios esenciales para la convivencia civil, éstos han de asegurarse en todo caso mediante
medidas legales apropiadas, si es necesario. El abuso de la huelga puede conducir a la paralización de toda la
vida socio-económica, y esto es contrario a las exigencias del bien común de la sociedad, que
corresponde también a la naturaleza bien entendida del trabajo mismo.

Dado en Castelgandolfo, el 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, del año 1981, tercero de
mi Pontificado.

Juan Pablo II
-19-
Carta Encíclica "MATER
ET MAGISTRA"
A LOS VENERABLES HERMANOS PATRIARCAS, PRIMADOS, ARZOBISPOS,
OBISPOS Y DEMÁS ORDINARIOS LOCALES EN PAZ Y COMUNIÓN CON LA
SEDE APOSTÓLICA A TODOS LOS SACERDOTES Y FIELES DEL ORBE
CATÓUCO
JUAN PAPA XXIII
VENERABLES HERMANOS
SALUD Y BENDICIÓN APOSTÓLICA

Las vías de reconstrucción.

5. En aquel conflicto tocó a León XIII publicar su mensaje social fundado en la misma naturaleza
humana e informado en los principios y el espíritu del Evangelio; mensaje que al parecer suscitó, si bien
entre comprensibles oposiciones, universal admiración y entusiasmo.

Ciertar-°nte no era la primera vez que la Sede Apos tólica bajaba a la arena de los intereses
terrenos en defensa de los miserables. Otros documentos del mismo León XIII habían ya allanado el
camino; pero entonces se formuló una síntesis orgánica de los principios y una perspectiva histórica tan
amplia que hacen de la Encíclica Rerum Novarum una suma del Catolicismo en el campo económico-social.

Ni fue acto sin audacia. Mientras algunos osaban acusar a la Iglesia Católica, como si de frente a la
cuestión social se limitase a predicara los pobres la resignación y a exhortar a los ricos a la generosidad, León
XIII no dudó en proclamar y defender los legítimos derechos del obrero.

Y al entrar a exponer los principios de la doctrina católica en el campo social declaraba


solemnemente: Entramos confiados en esta materia y con pleno derecho Nuestro, ya que se trata de
cuestiones que no pueden tener valedera solución, sin recurrir a la religión y a la Iglesia'171

Son muy bien conocidos a vosotros, Venerables Hermanos, aquellos principios básicos expuestos
por el inmortal Pontífice con claridad a la par que con autoridad, según los cuales debe reconstruirse el
sector económico social de la humana convivencia.

Ellos miran ante todo al trabajo que debe ser valorado y tratado no como una mercancía, sino
como expresión de la persona humana. Para la gran mayoría de los hombres, el trabajo es la única fuente

075
Acia ÜBonis XM (1891) t H P. 107
-20-
de la que obtienen los medios de subsistencia y, por esto, su remuneración no puede ser dejada a merced del
juego mecánico de las leyes del mercado, sino que debe ser determinada según justicia y equidad, tas cuales
en caso contrario quedarían profundamente lesionadas, aunque el contrato de trabajo haya sido estipulado
libremente por las dos partes. La propiedad privada, inclusive de los bienes instrumentales, es un derecho
natural que el Estado no puede suprimir. Es intrínseca a ella una función social, pero es también un derecho
que se ejercita en bien propio y de los demás.

El Estado, cuya razón de ser es la realización del bien común en el orden temporal no puede
permanecer ausente del mundo económico; debe estar presente en él para promover con oportunidad la
producción de una suficiente abundancia de los bienes materiales, cuyo uso es necesario para el ejercicio
08
de la virtud ', y para tutelar los derechos de todos los ciudadanos, sobre todo de los más débiles, jales
son los obreros, las mujeres, los niños. Es también deber indeclinable suyo el contribuir activamente al
mejoramiento de las condiciones de vida de los obreros.

Es, además, deber del Estado el procurar que las condiciones de trabajo estén reguladas según la
justicia y la equidad, y que en los ambientes de trabajo no sufra mengua, en el cuerpo ni en el espíritu, la
dignidad de la persona humana. A este respecto, en la Encíclica leoniana se señalan las líneas según las
cuales se ha estructurado la legislación de la comunidad política en la época contemporánea; líneas que,
(1S)
como ya observaba Pío XI en la Encíclica Quadragesimo Anno , han contribuido eficazmente al
nacimiento y al desarrollo de un nuevo y nobilísimo ramo del derecho, a saber, el derecho laboral.

A los trabajadores, se afirma asimismo en la Encíclica, se les reconoce como natural el derecho de
formar asociaciones de solo pbreros o mixtas de obreros y patrones; como también el derecho de
conferirles la estructura y organización que juzgaren más idónea para asegurar sus legítimos intereses
económico-profesionales y el derecho de moverse con autonomía y por propia iniciativa en el interior de las
mismas a fin de conseguir dichos intereses.

Obreros , empresarios deben regular sus relaciones inspirándose en el principio de la solidaridad


humana y de la fraternidad cristiana; ya que, tanto la concurrencia de tipo liberal, como la lucha de clases de
tipo marxista, van contra la naturaleza y son contrarias a la concepción cristiana de la vida. He aquí,
Venerables Hermanos, los principios fundamentales según los cuales se rige un sano orden
económico-social.

Por tanto, no hay de qué maravillarse si los católicos más capaces, sensibles a los reclamos de la
Encíclica, hayan dado vida a muchas iniciativas para reducir en realidad aquellos principios. Y sobre la
misma Knea se han movido también, bajo el impulso de exigencias objetivas de la misma naturaleza,
hombres de buena voluntad de todos los países del mundo. Con razón la Encíclica ha sido y es reconocida

*18' S. Thom., De Regimine príncipum. I, 15. (19)

Cfr. A.A.S., 23, 1931, p. 185


-21-
30
por ellos como la Carta Magna* ' de la reconstrucción económico-social de la época moderna.

Los obreros de la tierra, protagonistas de su elevación

44. Estamos convencidos, no obstante, de que los protagonistas del desarrollo económico, del
progreso social y de la elevación cultural de los ambientes agrícola-rurales, deben ser los mismos
interesados, es decir, los obreros de la tierra.

Ellos pueden fácilmente comprobar cuan noble es su trabajo: sea porque lo viven en el templo
majestuoso de la creación; sea porque lo ejercen a menudo en la vida de las plantas y los animales, vida
inagotable en sus expresiones, inflexible en sus leyes, rica en recuerdos de Dios Creador y Próvido; sea
porque produce la variedad de los alimentos de que se nutre la familia humana, y proporciona un número
siempre mayor de materias primas a la industria.

Es, además, un trabajo que representa la dignidad de una profesión que se distingue por la riqueza de
las materias concernientes a la mecánica, la qufmica, la biología, materias que han de ponerse al día
incesantemente, debido a las repercusiones, en el sector agrícola, de los aspectos y valores morales que le
son propios. Exige, en efecto, capacidad de orientación y de adaptación, paciencia en la espera, sentido de
responsabilidad, espíritu perseverante y emprendedor.

Los términos del problema

59. Para decir la verdad, en el plano mundial, la relación entre el incremento demográfico por una
parte y el desarrollo económico y disponibilidad de medios de subsistencia por otra, no parece, a lo menos
por ahora y en un futuro próximo, que cree dificultad; en todo caso son demasiado inciertos y oscilantes los
elementos de que disponemos para poder sacar aquí conclusiones seguras.

Además Dios, en su bondad y en su sabiduría, ha diseminado en la naturaleza recursos inagotables y


ha dado a los hombres inteligencia y genialidad a fin de que creen los instrumentos idóneos para
apoderarse de ellos y para hacerlos servir a la satisfacción de las necesidades y exigencias de la vida. Por lo
cual la solución fundamental del problema no se ha de buscar en expedientes que ofenden el orden moral
establecido por Dios y ciegan los manantiales mismos de la vida humana, sino en un renovado empeño
científico-técnico de parte del hombre en profundizar y extender su dominio sobre la naturaleza. Los
progresos ya realizados por las ciencias y las técnicas abren por esta vía horizontes ilimitados.

Con todo, sabemos que en determinadas áreas, y en el ámbito de comunidades políticas en fase de
desarrollo económico pueden presentarse y se presentan graves problemas y dif ucultades, que se deben

(20)
Cfr. Ibid, p. 189.
-22-

al hecho de una deficiente organización económico-social, que no ofrece por eso medios de vida
proporcionados al índice de incremento demográfico; como también al hecho de que la solidaridad entre
los pueblos no actúa en grado suficiente.

Pero, aun en semejante hipótesis, debemos inmediatamente afirmar con claridad que estos
problemas no se han de afrontar y estas dificultades no se han de vencer recurriendo a métodos y a medios
que son indignos del hombre y con el inmenso valor que es la vida de cada uno de los seres humanos; y
actuados en una colaboración de escala mundial que permita y fomente una circulación ordenada y
fecunda de útiles conocimientos, de capitales y de hombres.

Dada en Roma, junto a San Pedro, el día 15 de mayo del año 1961, tercero de Nuestro Pontificado.

JUAN XXIII
-23-
CARTA APOSTÓLICA
"OCTOGÉSIMA ADVENIENS"
DE SU SANTIDAD
EL PAPA PABLO VI AL CARDENAL MAURICIO ROY,
EN OCASIÓN DEL 80? ANIVERSARIO
DE LA ENCÍCLICA "RERUM NOVARUM"

Crear puestos de trabajo

18. Con el crecimiento demográfico, más marcado en las naciones jóvenes, el número de aquellos
que no llegan a encontrar trabajo y se ven reducidos a la miseria o al parasitismo irá aumentando en los
próximos años, a no ser que un estremecimiento de la conciencia humana provoque un movimiento general de
solidaridad por una política eficaz de inversiones, de organización de la producción y de los mercados, as(
como de formación. Conocemos la atención que se está dando a estos problemas dentro de los
organismos internacionales y Nos deseamos vivamente que sus miembros no tarden en hacer corresponder
sus actos a las declaraciones.

Es inquietante comprobar en este campo una especie de fatalismo que se apodera incluso de los
responsables. Este sentimiento conduce a veces a las soluciones maltusianas aguijoneadas por la
propaganda activa en favor de la anticoncepción y del aborto. En esta situación crítica hay que afirmar por el
contrario que la familia, sin la cual ninguna sociedad puede subsistir, tiene derecho a la asistencia que le
asegure las condiciones de una sana expansión. "Es cierto, declamos en nuestra Encíclica Populorum
Progressio, que los poderes públicos pueden intervenir dentro de los límites de su competencia,
desarrollando una información apropiada y tomando medidas adecuadas, con tal que sean conformes a
las exigencias de la ley moral y respeten la justa libertad de la pareja humana. Sin el derecho inalienable al
matrimonio y a la procreación, no existe dignidad humana"*21'

Ventajas y límites de los reconocimientos jurídicos

23. Para inscribir en los hechos y en las estructuras esa doble aspiración, se han hecho progresos en
la enunciación de los derechos del hombre y en la búsqueda de acuerdos internacionales para la
aplicación de ese derecho ¡nternacionaF5 . Sin embargo, las discriminaciones -étnicas, culturales,
religiosas, políticas... -renacen siempre. Efectivamente los derechos humanos permanecen todavía

Populorum Progressio, n. 37

Cfr. Pacem in Terris, n. 23 y ss.


-24-
frecuentemente desconocidos si no burlados, olvidados respecto a la situaciones reales. Siendo necesaria,
es todavía insuficiente para establecer verdaderas relaciones de justicia e igualdad. El Evangelio, al
enseñarnos la caridad, nos inculca el respeto privilegiado a los pobres y su situación particular en la
sociedad: los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor
liberalidad sus bienes al servicio de los demás. Efectivamente, si más allá de las reglas jurídicas falta un
sentido más profundo de respeto y de servicio al prójimo, incluso la igualdad ante la ley podrá servir de
coartada a discriminaciones flagrantes, a explotaciones constantes, a un engaño efectivo. Sin una educación
renovada de la solidaridad, una afirmación excesiva de la igualdad puede dar a un individualismo donde
cada cual reinvindique sus derechos sin querer hacerse responsable del bien común.

¿Quién no ve en este campo la aportación capital del espíritu cristiano que va, por otra parte, al
encuentro de las aspiraciones del hombre a ser amado? "El amor del hombre, primer valor del orden
terreno", asegura las condiciones de la paz, tanto social como internacional, al afirmar nuestra fraternidad
unlversaP'.

El atractivo de las corrientes socialistas

31. Hoy día, los cristianos se sienten atraídos por las corrientes socialistas y sus diversas
evoluciones. Ellos tratan de reconocer allf un cierto número de aspiraciones que llevan dentro de sí mismos
en nombre de su fe. Se sienten insertados en esta corriente histórica y quieren conducir dentro de ella una
acción; ahora bien, esta corriente histórica asume diversas formas, bajo un mismo vocablo, según los
continentes y las culturas, aunque ha sido y sigue inspirada en muchos casos por ideologías incompatibles
con la fe. Se impone un atento discernimiento. Con demasiada frecuencia los cristianos, atraídos por el
socialismo, tienen la tendencia a idealizarlo, en términos por otra parte muy generosa: voluntad de justicia, de
solidaridad y de igualdad. Ellos rehusan admitir las presiones de los movimientos históricos socialistas, que
siguen condicionados por su ideología de origen. Entre los diversos niveles de expresión del socialismo -una
aspiración generosa y una búsqueda de una sociedad más justa, los movimientos históricos que tienen una
organización y un fin político, una ideología que pretende dar una visión total y autónoma del hombre-, hay
que establecer distinciones que guiarán las opiniones concretas. Sin embargo, estas distinciones no deben
tender a considerar tales niveles como completamente separados e independientes. La vinculación concreta
que, según las circunstancias existe entre ellos, debe ser claramente señalada, y esta perspicacia permitirá a
los cristianos considerar el grado de compromiso posible en estos caminos, quedando a salvo los valores,
en particular de libertad, de responsabilidad y de apertura a lo espiritual, que garantizan el desarrollo
integral del hombre.

(23)
Cfr. fladiomensaje en ocasión de la Jornada de la Paz: A.A.S, 63 (1971), p. 5-9
-25-
Ambigüedad del progreso

41. Este mayor conocimiento del hombre permite criticar mejor y aclarar una noción fundamental
que sigue a la base de las sociedades modernas, al mismo tiempo como móvil, como medida y como
objeto: el progreso. Después del siglo XIX, las sociedades occidentales y otras muchas en contacto con
ellas han puesto su esperanza en un progreso, renovado sin cesar, ilimitado. Este progreso se les
presentaba como el esfuerzo de liberación de! hombre de cara a las necesidades de la naturaleza y de las
presiones sociales; era la condición y la medida de la libertad humana. Difundido por los medios modernos de
información y por el estímulo del saber y de consumo más extendidos, el progreso se convierte en
ideología omnipresente. Por tanto, viene hoy una duda sobre su valor y sobre su origen. ¿Qué significa esta
búsqueda inexorable de un progreso que se esfuma cada vez que uno cree haberlo conquistado? No
dominado, el progreso deja insatisfecho. Sin duda se ha denunciado, justamente, los límites y también los
perjuicios de un crecimiento económico puramente cuantitativo, y se desea alcanzar también objetivos de
orden cualitativo. La calidad y la verdad de las relaciones humanas, el grado de participación y de
responsabilidad son no menos significativos e importantes para el porvenir de la sociedad que la cantidad y
la variedad de los bienes producidos y consumidos. Superando la tentación de querer medirlo todo en
términos de eficacia y de cambios comerciales, en relaciones de fuerzas y de intereses, el hombre desea
hoy sustituir cada vez más estos criterios cuantitativos con la intensidad de la comunicación, la difusión del
saber y de la cultura, el servicio recíproco, el acuerdo para una labor común. ¿No está el verdadero
progreso en el desarrollo de la conciencia moral que conducirá al hombre a tomar sobre sí las solidaridades
ampliadas y a abrirse libremente a los demás y a Dios? Para un cristiano, el progreso encuentra
necesariamente el misterio escatológico de la muerte:la muerte de Cristo y su resurrección, el impulso del
Espíritu del Señor ayudan al hombre a situar su libertad creadora y agradecida, en la verdad de todo
progreso y en la sola esperanza que no decepciona jamás124'.

Por una justicia mayor

43. Queda por instaurar una mayor justicia en la distribución de los bienes, tanto en el interior de las
comunidades nacionales, como en el plano internacional. En los cambios mundiales es necesario superar
las relaciones de fuerza, para llegar a entendimientos concertados con la mirada puesta en el bien de todos.
Las relaciones de fuerza no han logrado jamás establecer efectivamente la justicia de una manera durable y
verdadera, por más que en algunos momentos la alternabilidad de las posiciones puede permitir
frecuentemente hallar condiciones más fáciles de diálogo. El uso de la fuerza suscita por lo demás la puesta en
acción de fuerzas contrarias, y de ahí un clima de lucha que da lugar a situaciones extremas de violencia y
abusos*25 '. Pero lo hemos afirmado frecuentemente, el deber más importante de justicia es el de permitir
a cada país promover su propio desarrollo, dentro del marco de una cooperación exenta de todo

R4)
Cfr. Rom. 5,5
tz5)
Cfr. Populorum Progressio, n. 56 y ss.
-26-
espíritu de dominio, económico y político. Ciertamente, la complejidad de los problemas planteados es
grande en el conflicto actual de las interdependencias; se ha de tener también la valentía de emprender una
revisión de las relaciones entre las naciones, de tratar de '-> üstribución internacional de la producción, de la
estructura de los cambios, del control de los beneficios, del sistema monetario, sin olvidar las acciones de
solidaridad humanitaria, de poner en interrogante los modelos de crecimiento de las naciones ricas, de
transformar las mentalidades para abrirlas a la prioridad del deber internacional, de renovar los organismos
internacionales en la perspectiva de una mayor eficacia.

Participación en las responsabilidades

47. El paso a la dimensión política expresa también una exigencia actual de) hombre: una mayor
participación en las responsabilidades y en las decisiones. Esta legítima aspiración se manifiesta sobre todo a
medida que crece el nivel cultural, que se desarrolla el sentido de la libertad, y que el hombre se da mejor
cuenta de cómo, en un mundo abierto a un porvenir incierto, las decisiones de hoy condicionan ya la vida de
mañana. En la Mater et Magistra'26', Juan XXIII subraya cómo el acceso a las responsabilidades es una
exigencia fundamental de la naturaleza del hombre, un ejercicio concreto de su libertad, un camino para su
desarrollo, e indica cómo en la vida económica, particularmente en la empresa, debe ser asegurada esta
participación en las responsabilidades. Hoy el ámbito es más vasto, se extiende al campo social y político
donde debe ser instituida e intensificada la participación razonable en las responsabilidades y opciones1271.
Ciertamente, las disyuntivas propuestas a la decisión son cada vez más complejas, las consideraciones que
hay que tener en cuenta, múltiples; la previsión de las consecuencias, aleatoria; aun cuando las ciencias
nuevas se esfuerzan por iluminar la libertad en estos momentos importantes. Por eso, aunque a veces se
imponen limites, estos obstáculos no deben frenar una difusión mayor de la participación en la elaboración de
las decisiones, en su elección misma y en su puesta en práctica. Para hacer frente a una tecnocracia
creciente, hay que inventar formas de democracia moderna, no solamente dando a cada hombre la
posibilidad de informarse y de expresar su opinión, sino de comprometerse en una responsabilidad
común. Así los grupos humanos se transforman poco a poco en comunidades de participación y de vida.
Así la libertad, que se afirma demasiado frecuentemente como reivindicación de autonomía en oposición a
la libertad de los demás, se desarrolla en su realidad humana más profunda: comprometerse y afanarse en
la realización de solidaridades activas y vividas. Pero para el cristiano, el hombre encuentra una verdadera
libertad, renovada en la muerte y en la resurrección del Señor, abandonándose en Dios que lo libera.

(26)
Mater et Magistra, n. 21,22

(27)
Gaudium et Spes, n.68.75
-27-
Necesidad de comprometerse en la acción.

49. De este modo, en la diversidad de situaciones, de funciones, de organizaciones, cada uno debe
situar su responsabilidad y discernir en conciencia las acciones a las cuaies está llamado a participar.
Sumergido en corrientes diversas, donde al iado de aspiraciones legítimas se deslizan orientaciones más
ambiguas, el cristiano debe guardar una distancia y evitar comprometerse en colaboraciones
incondicionales y contrarias a los principios de un verdadero humanismo, aunque sea en nombre de
solidaridades efectivamente sentidas. Si quiere jugar, en efecto, una función específica en cuanto cristiano,
de acuerdo con su fe -función que los mismos no creyentes esperan de él-, debe velar en el seno de su
compromiso activo por esclarecer los motivos, por rebasar los objetivos perseguidos con una visión más
comprensiva que evitará el peligro de los particularismos egoístas y de los totalitarismos opresores.

Pluralismo de acciones

50. En las situaciones concretas y habida cuenta de las solidaridades vividas por cada uno, es
necesario reconocer una legítima variedad de opciones posibles. Una misma fe cristiana puede conducir a
281
compromisos diferentes? . La Iglesia invita a todos los cristianos a una doble tarea de animación y de
innovación con el fin de hacer evolucionar las estructuras para adaptarlas a las verdaderas necesidades
actuales. A los cristianos que a primera vista parecen enfrentarse partiendo de opciones diversas, pide ella
un esfuerzo de recíproca comprensión de las posiciones y de los motivos de los demás: un examen leal
de su comportamiento y de su rectitud sugerirá a cada cual una actitud de caridad más profunda que, aun
reconociendo las diferencias, no crea menos en las posibBidadesde convergencia y de unidad. "Lo que une
en efecto a los fieles es más fuerte que lo que los separa*".

Es verdad que muchos, involucrados en las estructuras y los condicionamientos modernos, están
determinados por sus hábitos de pensamiento, sus funciones, cuando no lo están por la salvaguardia de
Intereses materiales. Otros sienten tan profundamente la solidaridad de clases y de culturas, que llegan a
compartir sin reservas todos los juicios y las opciones de su medid*30'. Cada uno deberá probarse a sí
mismo y hacer surgir la verdadera libertad según Cristo, que abre a lo universal en el seno mismo de las
condiciones más particulares.

52. Al ofrecerle estas reflexiones, tenemos ciertamente conciencia. Señor Cardenal, de no haber
abordado todos los problemas sociales que se plantean hoy al hombre de fe y a los hombres de buena
voluntad. Nuestras recientes declaraciones a las cuales se une vuestro Mensaje en ocasión de la

ibid.

Gaudium et Spes, n.43 y 93

Cfr. 1 Tes. 5,21


-28-
proclamaclón del Segundo Decenio del Desarrollo, -concernientes sobre todo a los deberes del conjunto
de las naciones en el grave problema del desarrollo integral y solidario del hombre- siguen todavía vivas en
los espíritus. Os dirigimos éstas, con la intención de proporcionar ai Consejo para los Seglares y a la
Comisión Pontificia "Justicia y Paz" nuevos elementos, al mismo tiempo que aliento, para la prosecución
de su tarea de despertar al Pueblo de Dios a una plena inteligencia de su función en la hora actual y de
"promover el apostolado en el plano internacionaP"

Con estos sentimientos os otorgamos, Señor Cardenal, nuestra Bendición Apostólica.

Vaticano, 14 de mayo de 1971.

Paulo VI.

Motu Proprio Catholicam Christi Ecclesiam: A.A.S.. 59 (1967), p. 26 y 27


-29-
Carta Encíclica
"PACEM IN TERRIS"
A LOS VENERABLES HERMANOS, PATRIARCAS, PRIMADOS, ARZOBISPOS,
OBISPOS Y DEMÁS ORDINARIOS EN PAZ Y COMUNIÓN CON LA SEDE
APOSTÓLICA AL CLERO Y FIELES DE TODO EL MUNDO Y A TODOS LOS
HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD
JUAN PAPA XXIII
LA PAZ ENTRE TODOS LOS PUEBLOS FUNDADA SOBRE LA VERDAD,
LA JUSTICIA, EL AMOR Y LA UBERTAD

Solidaridad eficiente

98. Las relaciones mutuas entre las naciones, que han de conformarse con la verdad y la justicia, se
deben estrec' ir mediante la acción solidaria de todos, según múltiples formas de asociación; lo cual se
verifica en nuestro tiempo, con grandes ventajas, en la colaboración económica, social, política, cultural,
sanitaria y deportiva. Ha de tenerse presente para esto que la razón de ser de la autoridad pública no
consiste en recluir a los seres humanos dentro de la propia nación, sino en promover el bien común de la
respectiva comunidad política, el cual a su vez no puede separarse del bien que es propio de la entera
familia humana.

107. Por ese motivo, aprovechamos la presente oportunidad para aprobar y elogiar públicamente
todas las iniciativas de solidaridad humana o de cristiana caridad, enderezadas a aliviar los sufrimientos de
quienes se ven forzados a emigrar de sus países.

114. Ante todo, es cosa dictada por la razón: puesto que a todos es manifiesto -o al menos debería
serlo- que las relaciones entre los pueblos, no menos que entre los particulares, se han de regular, no por la
fuerza de las armas, sino según la recta razón, o sea, conforme a la verdad, a la justicia y a una eficiente
solidaridad.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día Jueves Santo 11 de abril del año 1963, quinto de nuestro
pontificado.

Juan XXIII
-30-
CARTA ENCÍCUCA
"SOLUCITUDO REÍ SOCIAUS"
DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS, A LOS SACERDOTES, A LAS FAMILIAS REUGIOSAS,
A LOS HIJOS E HUAS DE LA IGLESIA,
ASÍ COMO A TODOS LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD
AL CUMPURSE EL VIGÉSIMO ANIVERSARIO
DE LA POPULORUK," PROGÍ1ESSIO

Venerables Hermanos, amadísimos Hijos e Hijas: salud y Bendición Apostólica

9. El segundo punto es la novedad de la Populorum Progressio, como se manifiesta por la amplitud de


horizonte abierto a lo que comunmente se conoce bajo el nombre de "cuestión social".

En realidad, la Encíclica Mater et Magfetra del Papa Juan XXIII habfa entrado ya en este horizonte
más amplio'32' y el Concilio, en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, se había hecho eco de
03
ello '. Sin embargo, el magisterio social de la Iglesia no había llegado a afirmar todavía con toda
claridad que la cuestión social ha adquirido una dimensión mundial134', ni había llegado a hacer de esta
afirmación y de su análisis una "directriz de acción", como hace el Papa Pablo VI en su Encíclica.

Semejante toma de posición tan explícita ofrece una gran riqueza de contenidos, que es oportuno
indicar.

Ante todo, es menester eliminar un posible equívoco. El reconocimiento de que la "cuestión social"
haya tomado una dimensión mundial, no signStca de hecho que haya disminuido su fuerza de incidencia o
que haya perdido su importancia en el ámbito nacional o local. Significa, por el contrario, que la
problemática en los lugares de trabajo o en el movimiento obrero y sindical de un determinado país no
debe considerarse como algo aislado, sin conexión, sino que depende de modo creciente del influjo de
factores existentes por encima de los confines regionales o de las fronteras nacionales.

Por desgracia, bajo el aspecto económico, los países en vías de desarrollo son muchos más que
los desarrollados; las multitudes humanas que carecen de los bienes y de los servicios ofrecidos por el

(32)
Cf. Mater et Magistra (15 de mayo de 1961)iAAS. 53 (1961), p.440.
3
C* ' Gaudium et Spes, 63

(34)
Cfr. Carta Encícl Populorum Progressio. 3:1.c, p-258; cfr.también ibid, 9:1.a, p. 261
-31-
desarrollo. son bastante más numerosas que las que disfrutan de ellos.

Nos encontramos, por tanto, frente a un grave problema de distribución desigual de los medios de
subsistencia, destinados originariamente a todos los hombres, y también de los beneficios de ellos
{jerivantes- Y esto sucede no por responsabilidad de las poblaciones indigentes, ni mucho menos por una
especie de fatalidad dependiente de las condiciones naturales o del conjunto de las circunstancias.

La Encíclica de Pablo VI, al declarar que la cuestión social ha adquirido una dimensión mundial, se
propone ante todo señalar un hecho moral, que tiene su fundamento en el análisis objetivo de la realidad.
Según las palabras mismas de la Encíclica, "cada uno debe tomar conciencia" de este hecho'35',
precisamente porque interpela directamente a la conciencia que es fuente de las decisiones morales.

En este marco, la novedad de la Encíclica no consiste tanto en la afirmación, de carácter histórico,


sobre la universalidad de la cuestión social cuanto en la valoración moral de esta realidad. Por consiguiente,
los responsables de la cuestión pública, los ciudadanos de los países ricos, individualmente considerados,
especialmente si son cristianos, tienen la obligación moral según el correspondiente grado de
responsabiidad de tomar en consideración, en las decisiones personales y de gobierno, esta relación de
universalidad, esta interdependencia que subsiste entre su forma de comportarse y la miseria y el
subdesarrollo de tantos mies de hombres. Con mayor precisión la Encíclica de Pablo VI traduce la
obligación moral como 'deber de solidaridad'*36', y semejante afirmación, aunque muchas cosas han
cambiado en el mundo, tiene ahora la misma fuerza y validez que cuando se escribió.

Por otro lado, sin abandonar la línea de esta visión moral, la novedad de la Encíclica consiste
también en el planteamiento de fondo.según ei cual la concepción misma del desarrollo, si se le considera
en la perspectiva de la interdependencia universal, cambia notablemente. El verdadero desarrollo no puede
consistir en una mera acumulación de riquezas o en la mayor disponibilidad de los bienes y de los servicios, si
esto se obtiene a costa del subdesarrollo de muchos, y sin la debida consideración por la dimensión
p7)
social, cultural y espiritual del ser humano .

23. La afirm .jión de la Encíclica Populorum Progressio, de que los recursos destinados a la
producción de armas deben ser empleados en aliviar la misera de las poblaciones necesitadas'38' hace
más urgente el Ñamado a superar la contraposición entre tos dos bloques.

051
Cf. ibid. 3: Ic.p 258
061
toid.. 48:1.C. p. 2B1
(N)
Cf. ibid., 14: l-cp. 264: ~B desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico debe ser ¡ntegral.es
decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre".

*** Cf. Poputorum Progressio, 53: le. p. 283


-32-
Hoy, en la práctica, tales recursos sirven para asegurar que cada uno de los dos bloques pueda
prevalecer sobre el otro, y garantizar as( la propia seguridad. Esta distorsión, que es un vicio de origen
dificulta a aquellas Naciones que, desde un punto de vista histórico, económico y político tienen la
posibilidad de ejercer un liderazgo, el cumplir adecuadamente su deber de solidaridad en favor de los
pueblos que aspiran a su pleno desarrollo.

Es oportuno afirmar aquí -y no debe parecer esto una exageración- que un papel de Ilderazgo entre
las Naciones se puede justificar solamente con la posibilidad y la voluntad de contribuir, de manera más
amplia y generosa, al bien común de todos.

Una Nación que cediese, más o menos conscientemente, a la tentación de cerrarse en si misma,
olvidando la responsabilidad que le confiere una cierta superioridad en el concierto de las Naciones, faltaría
gravemente a un preciso deber ético. Esto es fácilmente reconocible en la contingencia histórica, en la que
los creyentes entreven las disposiciones de la divina Providencia que se sirve de las Naciones para la
realización de sus planes, pero que también "hace vanos los proyectos de los pueblos" (Cfr. Sal 33 (32) 10).

Cuando Occidente parece inclinarse a unas formas de aislamiento creciente y egoísta, y Oriente, a
su vez, parece ignorar por motivos discutibles su deber de cooperación para aliviar la miseria de los
pueblos, uno se encuentra no sólo ante una traición de las legítimas esperanzas de la humanidad con
consecuencias imprevisibles, sino ante una defección verdadera y propia respecto de una obligación moral.

26. Este panorama, predominante negativo, sobre la situación real del desarrollo en el mundo
contemporáneo, no sería completo si no señalara la existencia de aspectos positivos.

El primero es la plena conciencia, en muchísimos hombres y mujeres, de su propia dignidad y de la


de cada ser humano. Esta conciencia se expresa, por ejemplo, en una viva preocupación por el respeto de
los derechos humanos y en el más decidido rechazo de sus violaciones. De esto es un signo revelador el
número de asociaciones privadas, algunas de alcance mundial, de reciente creación, y casi todas
comprometidas en seguir con extremo cuidado y loable objetividad los acontecimientos internacionales en un
campo tan delicado.

En este sentido hay que reconocer la influencia ejercida por la Declaración de los Derechos
Humanos, promulgada hace casi cuarenta años por la Organización de las Naciones Unidas. Su misma
existencia y su aceptación progresiva por la comunidad internacional son ya testimonio de una mayor
conciencia que se está imponiendo Lo mismo cabe decir -siempre en el campo de los derechos
humanos-sobre los otros instrumentos jurídicos de la misma Organización de las Naciones Unidas o de
otros Organismos interna ^o

' Cf. Droits de l'homme, Recueil d'instruments internationaux, Nations Unies, New York 1983 Juan Pablo II. Redemptor
Hominis (4 de marzo de 1979), 17- AAS 71 (1979), p.296
-33-
La conciencia de la que hablamos no se refiere solamente a los individuos, sino también a las
Naciones y a los pueblos, los cuales, como entidades con una determinada identidad cultural, son
particularmente sensibles a la conservación, libre gestión y promoción de su precioso patrimonio.

Al mismo tiempo, en este mundo dividido y turbado por toda clase de conflictos, aumenta la
convicción de una radical interdependencia y, por consiguiente, de una solidaridad necesaria, que la asuma
y traduzca en el plano moral. Hoy quizás más que antes, los hombres se dan cuenta de tener un destino
común que construir juntos, si se quiere evitar la catástrofe para todos. Desde el fondo de la angustia, del
miedo y de los fenómenos de evasión como la droga, típicos del mundo contemporáneo, emerge la idea
de que el bien, al cual estamos llamados todos, y la felicidad, a la que aspiramos, no se obtienen sin el
esfuerzo y el empeño de todos sin excepción, con la consiguiente renuncia al propio egoísmo.

Aquí se inserta también, como signo del respeto por la vida, -no obstante todas las tentaciones por
destruirla, desde el aborto a la eutanasia- la preocupación concomitante por la paz; y, una vez más, se es
consciente de que ésta es indivisible: o es de todos, o de nadie. Una paz que exige, cada vez más, el
respeto riguroso de la justicia, y, por consiguiente, la distribución equitativa de los frutos del verdadero
m
desarrollo .

Entre las señales positivas del presente, hay que señalar igualmente la mayor conciencia de la
limitación de los recursos disponibles, la necesidad de respetar la integridad y los ritmos de la naturaleza
y de tenerlos en cueua en la programación del desarrollo, en lugar de sacrificarlo a ciertas concepciones
demagógicas del mismo. Es lo que hoy se llama la preocupación ecológica.

Es justo reconocer también el empeño de gobernantes, políticos, economistas, sindicalistas,


hombres de ciencia y funcionarios internacionales -muchos de ellos inspirados por su fe religiosa- por
resolver generosamente con no pocos sacrificios personales, los males del mundo y procurar por todos
los medios que un número cada vez mayor de hombres y mujeres disfruten del beneficio de la paz y de
una calidad de vida digna de este nombre.

A ello contribuyen en gran medida las grandes Organizaciones internacionales y algunas


Organizaciones regionales, cuyos esfuerzos conjuntos permiten intervenciones de mayor eficacia.

Gracias a estas aportaciones, algunos Países del Tercer Mundo, no obstante el peso de numerosos
condicionamientos negativos, han logrado alcanzar una cierta autosuficiencia alimentaria, o grado de
insdustrialización que les permite subsistir dignamente y garantizar fuentes de trabajo a la población activa.

Por consiguiente, no todo es negativo en el mundo contemporáneo -y no podría ser de otra

•*" Cf. Conc. Ecum. Vat. li, ConsL past. Gaudium et spes. sobre la Iglesia en e! mundo actual, 78; Pablo VI, Populorum
Progressio, 76; l.c.pp. 294 s.: "Combatir la miseria y luchar contra la injusticia es promover, a la par que el mayor bienestar, el
progreso humano y espiritual de todos y, por consiguiente, el bien común de la humanidad. La paz... se construye día a día en la
instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres".
-34-
manera- porque la Providencia del Padre celestial vigila con amor también sobre nuestras preocupaciones
diarias (cfr. Mt6, 25 32; 10,23 31; Le 12,6 7; 22,20); es más, los valores positivos señalados revelan una
nueva preocupación moral, sobre todo en orden a los grandes problemas humanos, como son el desarrollo y
la paz.

Esta realidad me mueve a reflexionar sobre la verdadera naturaleza del desarrollo de los pueblos, de
acuerdo con la Encíclica cuyo aniversario celebramos, y como homenaje a su enseñanza.

36. Por tanto, hay que destacar que un mundo dividido en bloques, presididos a su vez por
ideologías rígidas, donde en lugar de la interdependencia y la solidaridad, dominan diferentes formas de
imperialismo, no es más que un mundo sometido a estructuras de pecado. La suma de factores negativos,
que actúan contrariamente a una verdadera conciencia del bien común universal y de la exigencia de
favorecerlo, parece crear, en las personas e instituciones, un obstáculo difícil de superar*41'.

Si la situación actual hay que atribuirla a dificultades de diversa índole, se debe hablar de
"estructuras de pecado", las cuales -como ya he dicho en la Exhortación Apostólica Reconciliatio et
paenitentia- se fundan en el pecado personal y, por consiguiente, están unidas siempre a actos concretos de
las personas, que las Introducen, y hacen difícil su eliminación'421. Y así estas mismas estructuras se
refuerzan, se difunden y son fuente de otros pecados, condicionando la conducta de los hombres.

"Pecado" y "estructuras de pecado", son categorías que no se aplican frecuentemente a la situación


del mundo contemporáneo. Sin embargo, no se puede llegar fácilmente a una comprensión profunda de
la realidad que tenemos ante nuestros ojos, sin dar un nombre a la raíz de los males que nos aquejan.

Se puede hablar ciertamente de "egoísmo" y de "estrechez de miras". Se puede hablar también de


"cálculos políticos errados" y de "decisiones económicas imprudentes". Y en cada una de esta calificaciones se
percibe una resr^ancia de carácter ético moral. En efecto, la condición del hombre es tal que resulta difícil
juzgar profundamente las acciones y omisiones de las personas sin que implique, de una u otra forma,
juiciosas referencias de orden ético.

(41)
Cf. Conc. Ecum. Vatic. II, Const. Past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 25.
<42)
Exhort. Apost, Reconciliatlo et paenitentia (2 de diciembre de 1984), 16: "Ahora bien, la Iglesia, cuando habla de situaciones de
pecado o denuncia como pecados sociales determinadas situaciones o comportamientos colectivos de grupos sociales más o
menos amplios, o hasta de enteras Naciones y bloques de Naciones, sabe y proclama que estos casos de pecado social son el
fruto, la acumulación y la concentración de muchos pecados personales. Se trata de pecados muy personales de quien engendra,
favorece o explota la iniquidad; de quien, pudiendo hacer algo por evitar, eliminar, o, al menos, limitar determinados males sociales,
omite el hacerlo por pereza, miedo y encubrimiento, por complicidad solapada o por indiferencia; de quien busca refugio en la
presunta imposibilidad de cambiar el mundo; y también de quien pretende eludir la fatiga y el sacrificio, alegando supuestas
razones de orden superior. Por lo tanto, las verdaderas responsabilidades son de las personas. Una situación -como una institución,
una estructura, una sociedad no es, de suyo, sujeto de actos morales: por lo tanto, no puede ser buena o mala en sí misma". AAS
77 (1985), p.217.
-35-
Esta valorición es de por sí positiva, sobre todo si llega a ser plenamente coherente y si se funda en
la fe en Dios y en Su ley, que ordena el bien y prohibe el mal.

En esto está la diferencia entre la clase de análisis socio político y la referencia formal al "pecado" y
a las "estructuras de pecado". Según esta última visión, se hace presente la voluntad de Dios tres veces
Santo, Su plan sobre los hombres, Su justicia y Su misericordia. Dios "rico en misericordia", "Redentor del
hombre", "Señor y dador de vida", exige de los hombres actitudes precisas que se expresan también en
acciones u omisiones ante el prójimo. Aquí hay una referencia a la llamada "segunda tabla" de los diez
Mandamientos (Cf. Ex. 20,12 17; Dt.5,16 21). Cuando no se cumplen éstos se ofende a Dios y se perjudica al
prójimo, introduciendo en el mundo condicionamientos y obstáculos que van mucho más allá de las
acciones y de la breve vida del individuo. Afectan asimismo al desarrollo de los pueblos, cuya aparente
dilación o lenta marcha debe ser juzgada también bajo esta luz.

38. Este camino es largo y complejo y, además, está amenazado constantemente tanto por la
intrínseca fragilidad de los propósitos y realizaciones humanas, cuanto por la mutabilidad de las
circunstancias externas tan imprevisibles. Sin embargo, debe ser emprendido decididamente y, en donde
se hayan dado ya algunos pasos, o incluso recorrido una parte del mismo, seguirlo hasta el final.

En el plano de la consideración presente, la decisión de emprender ese camino o seguir avanzando


impiica ante todo un valor moral, que los hombres y mujeres creyentes reconocen como requerido por la
voluntad de Dios, único fundamento verdadero de una ética absolutamente vinculante.

Es de desear que también los hombres y mujeres sin una fe explícita se convenzan de que los
obstáculos opuestos al pleno desarrollo no son solamente de orden económico, sino que dependen de
actitudes más profundas que se traducen, para el ser humano, en valores absolutos. En este sentido, es de
esperar que todos aquellos que, en una u otra medida, son responsables de una "vida más humana" para
sus semejantes, estén inspirados o no por una fe religiosa, se den cuenta plenamente de la necesidad
urgente de un cambio en la actitudes espirituales, que definen las relaciones de cada hombre consigo
mismo, con el prójimo, con las comunidades humanas, incluso las más lejanas y con la naturaleza; y ello
en función de unos valores superiores, como el bien común, o el pleno desarrollo "de todo el hombre y de
todos los hombres", según la feliz expresión de la Encíclica Populorum Progressio(43).

Para los cristianos, así como para quienes la palabra "pecado" tiene un significado teológico
preciso, este cambio de actitud o mentalidad, o de modo de ser, se llama, en el lenguaje bíblico
"conversión" (Cfr. Me. 1,15; Le 13, 35; Is 30,15). Esta conversión indica especialmente relación a Dios, al
pecado cometido, a sus consecuencias, y, por tanto, al prójimo, individuo o comunidad. Es Dios, en "cuyas

**" Populorum Progressio, 42: I.C., p. 278


-36-
manos están los corazones de los poderosos'''14 ' y los de todos, quien puede, según su promesa,
transformar por obra de su Espíritu los "corazones de piedra" en "corazones de carne" (Cfr. Ez. 36,26).

En el camino hacia esta deseada conversión, hacia la superación de los obstáculos morales para el
desarrollo, se puede señalar ya, como un valor positivo y moral, la conciencia creciente de la
interdependencia entre los hombres y entre las Naciones. El hecho de que los hombres y mujeres, en
muchas partes del mundo, sientan como propias las injusticias y las violaciones de los derechos humanos
cometidas en países lejanos, que posiblemente nunca visitarán, es un signo más de que esta realidad es
transformada en conciencia, que adquiere así una connotación moral.

Ante todo se trata de la interdependencia percibida como sistema determinante de relaciones en el


mundo actual, en sus aspectos económico, cultural, político, y asumida como categoría moral. Cuando la
interdependencia es reconocida así, su correspondiente respuesta, como actitud moral y social, y como
"virtud", es la solidaridad. Esta no es, pues, un sentimiento superficial por los males de tantas personas,
cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es
decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos. Esta
determinación se funda en la firme convicción de que lo que frena el pleno desarrollo es aquel afán de
ganancia y aqu^ia sed de poder de que ya se ha hablado. Tales "actitudes y estructuras de pecado"
solamente se vencen -con la ayuda de la gracia divina- mediante una actitud diametralmente opuesta: la
entrega por el bien del prójimo, que está dispuesta a "perderse", en sentido evangélico, por el otro en lugar de
explotarlo, ya "servirlo" en lugar de oprimido para el propio provecho (Cfr. Mt. 10,40 42;20,25; Me. 10,42 45;
Le. 22,25 27).

39. El ejercicio de la solidaridad dentro de cada sociedad es válido sólo cuando sus miembros se
reconocen unos a otros como personas. Los que cuentan más, al disponer de una porción mayor de bienes y
servicios comunes, han de sentirse responsables de los más débiles, dispuestos a compartir con ellos lo
que poseen. Estos, por su parte, en la misma línea de solidaridad, no deben adoptar una actitud
meramente pasiva o destructiva del tejido social y, aunque reivindicando sus legítimos derechos, han de
realizar lo que les corresponde, para el bien de todos. Por su parte, los grupos intermedios no han de
insistir egoísticamente en sus intereses particulares, sino que deben respetar los intereses de los demás.

Signos positivos del mundo contemporáneo son la creciente conciencia de solidaridad de los
pobres entre sí, así como también sus iniciativas de mutuo apoyo y su afirmación pública en el escenario
social, no recurriendo a la violencia, sino presentando sus carencias y sus derechos frente a la ineficiencia
o a la corrupción de los poderes públicos. La Iglesia, en virtud de su compromiso evangélico, se siente
llamada a estar junto a esas multitudes pobres, a discernir la justicia de sus reclamaciones y ayudar a
hacerlas realidad sin perder de vista el bien de los grupos en función del bien común.

<44>
Cf. Liturgia Horarum, Feria III Hebdomadae lilao Temporis per annum, Preces ad Vesperas.
- 37-
El mismo criterio se aplica, por analogía, en las relaciones internacionales La interdependencia
debe convertirse en solidaridad, fundada en el principio de que tos bienes de la creación están destinados a
todos. Y lo que la industria humana produce con la elaboración de las materias primas y con la
aportación del trabajo, debe servir igualmente al bien de todos.

Superando los imperialismos de todo tipo y los propósitos por mantener la propia hegemonía, las
Naciones más fuertes y más dotadas deben sentirse moralmente responsables de las otras, con el fin de
Instaurar un verdadero sistema internacional que se base en la igualdad de todos los pueblos y en el debido
respeto de sus legítimas diferencias. Los Países económicamente más débiles, o que están en el límite de la
superviviencia, asistidos por los demás pueblos y por la comunidad internacional, deben ser capaces de
aportar a su vez al bien común sus tesoros de humanidad y de cultura, que de otro modo se perderían para
siempre.

La solidaridad nos ayuda a ver al "otro" -persona, pueblo o Nación-, no como un instrumento
cualquiera para explotar a poco coste su capacidad de trabajo y resistencia física, abandonándolo cuando ya
no sirve, sino como un "semejante" nuestro, una "ayuda" (Cfr. Gen. 2,18.20), para hacerlo partícipe, como
nosotros, del banquete de la vida al que todos los hombres son igualmente invitados por Dios. De aquí la
importancia de despertar la conciencia religiosa de los hombres y de ios pueblos.

Se excluyen así la explotación, la opresión y la anulación de los demás. Tales hechos, en la


presente división del mundo en bloques contrapuestos, van a confluir en el peligro de guerra y en la
excesiva preocupación por la propia seguridad, frecuentemente a expensas de la autonomía, de la libre
decisión y de la misma integridad territorial de las Naciones más débiles, que se encuentran en las llamadas
"zonas de influencia" o en los "cinturones de seguridad". ~

Las "estructuras de pecado", y los pecados que conducen a ellas, se oponen con igual radicalidad a
la paz y al desarrollo, pues el desarrollo, según la conocida expresión de la Encíclica de Pablo VI, es"el
nuevo nombre de la paz'<45).

De esta manera, la solidaridad que proponemos es un camino hacia la paz y hacia el desarrollo. En
efecto, la paz del mundo es inconcebible si no se logra reconocer, por parte de los responsables, que la
interdependencia exige de por sf la superación de la política de los bloques, la renuncia a toda forma de
imperialismo económico, militar o político, y la transformación de la mutua desconfianza en colaboración.
Este es, precisamente, el acto propio de la solidaridad entre los individuos y entre las Naciones.

El lema del pontificado de mi venerado predecesor Pfo XII era Opus iustitiae pax, la paz como fruto de
justicia. Hoy se podría decir, con la misma exactitud y análoga fuerza de inspiración bíblica (Cfr. ls.32,17: Sant
32, 17), Opus solidaritatis pax, la paz como fruto de la solidaridad.

(45)
Populorum Progressio, 87: l.c, p. 299
-38-

El objetivo de la paz, tan deseada por todos, sólo se alcanzará con la realización de justicia social e
Internacional y, además, con la práctica de las virtudes que favorecen la convivencia y nos enseñan a vivir
unidos, para construir juntos, dando y recibiendo, una sociedad nueva y un mundo mejor.

40. La solidaridad es sin duda una virtud cristiana. Ya en la exposición precedente se podrían
vislumbrar numerosos puntos de contacto entre ella y la caridad, que es signo distintivo de los discípulos
de Cristo (Cfr. Jn. 13,35).

A la luz de la fe, la solidaridad tiende a superarse a sí misma, a revestirse de las dimensiones


específicamente cristianas de gratuidad total, perdón y reconciliación. Entonces el prójimo no es solamente
un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen
viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu
Santo. Por tanto, debe ser amado, aunque sea enemigo, con el mismo amor con que le ama el Señor, y por
él se debe estar dispuestos al sacrificio, incluso extremo: "dar la vida por los hermanos" (Cfr. 1 Jn.3,16)

Entonces la conciencia de la paternidad común de Dios, de la hermandad de todos los hombres en


Cristo, "hijos en el Hijo", de la presencia y acción vivificadora del Espíritu Santo, conferirá a nuestra mirada
sobre el mundo un nuevo criterio para interpretarlo. Por encima de los vínculos humanos y naturales, tan
fuertes y profundos, se percibe a la luz de la fe un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual
debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima
de Dios, uno en tres Personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra "comunión". Esta
comunión, específicamente cristiana, celosamente custudiada, extendida y enriquecida con la ayuda del
Señor, es el alma de la vocación de la Iglesia a ser "sacramento", en el sentido ya indicado.

Por eso la solidaridad debe cooperar en la realización de este designio divino, tanto a nivel
individual, como a nivel nacional e internacional. Los "mecanismos perversos" y las "estructuras de pecado",
de que hemos hablado, sólo podrán ser vencidos mediante el ejercicio de la solidaridad humana y
cristianas, a la que la Iglesia invita y que promueve incansablemente. Sólo así tantas energías positivas
podrán ser dedicadas plenamente en favor del desarrollo y de la paz.

Muchos santos canonizados por la Iglesia dan admirable testimonio de esta solidaridad y sirven de
ejemplo en las difíciles circunstancias actuales. Entre ellos deseo recordar a San Pedro Claver, con su
servicio a los esclavos en Cartagena de Indias, y a San Maximiliano María Kolbe, dando su vida por un
prisionero desconocido en el campo de concentración de Auschwitz-Oswiecim.

45. Cuanto se ha dicho no se podrá realizar sin la colaboración de todos, especialmente de la


comunidad internacional, en el marco de una sofidartdadd que abarque a todos, empezando por los más
marginados. Pero las mismas Naciones en vías de desarrollo tienen el deber de practicar la solidaridad entre
sí y con los Países más marginados del mundo.
-39-
Es de desear, por ejemplo, que Naciones de una misma área geográfica establezcan formas de
cooperación que las hagan menos dependientes^de productores más poderosos; que abran sus fronteras a
los productos de esa zona; que examinen la eventual complementariedad de sus productos; que se
asocien para la dotación de servicios, que cada una por separado no sería capaz de proveer; que extiendan
esa cooperación al sector monetario y financiero.

La interdependencia es ya una realidad en muchos de estos Pafses. Reconocerla, de manera que


sea más activa, representa una alternativa a la excesiva dependencia de Pafses más ricos y poderosos, en el
ofden mismo del desarrollo deseado, sin oponerse a nadie, sino descubriendo y valorizando al máximo las
propias responsabilidades. Los Países en vías de desarrollo de una misma área geográfica, sobre todo los
comprendidos en la zona "Sur" pueden y deben constituir -como ya se comienza a hacer con resultados
prometedores- nuevas organizaciones regionales Inspiradas en criterios de igualdad, libertad y participación
en el concierto de las Naciones.

La solidaridad universal requiere, como condición indispensable, su autonomía y libre disponibilidad,


incluso dentro de asociaciones como las indicadas. Pero, al mismo tiempo, requiere disponibilidad para
aceptar los sacrificios necesarios por el bien de la comunidad mundial.

47. En el marco de las tristes experiencias de estos últimos años y del panorama prevalentemente
negativo del momento presente, la Iglesia debe afirmar con fuerza la posibilidad de la superación de las
trabas que, por exceso o por defecto, se interponen al desarrollo y la confianza en una verdadera liberación.
Confianza y posibilidad fundadas, en última instancia, en la conciencia que la Iglesia tiene de la promesa
divina, en virtud de la cual la historia presente no está cenada en sí misma sino abierta al Reino de Dios.

La Iglesia tiene también confianza en el hombre, aun conociendo la maldad de que es capaz,
porque sabe bien, -no obstante el pecado heredado y el que cada uno puede cometer-, que hay en la
persona humana suficientes cualidades y energías, y hay "bondad" fundamental (Cfr. Gen. 1,31), porque es
imagen de su Creador, puesta bajo el influjo redentor de Cristo, "cercano a todo hombre1'46 ', y porque la
acción eficaz del Espíritu Santo "llena la tierra" (Sab. 1,7).

Por tanto, no se justifican ni la desesperación, ni el pesimismo, ni la pasividad. Aunque con tristeza,


conviene decir que, as( como se puede pecar por egoísmo, por afán de ganancia exagerada y de poder, se
puede faltar también -ante las urgentes necesidades de unas muchedumbres hundidas en el
subdesarrolio- por temor, indecisión y, en el fondo, por cobardía. Todos estamos llamados, más aún
obligados, a afrontar este tremendo desafío de la última década del segundo milenio. Y ello, porque unos
peligros ineludibles nos amenazan a todos: una crisis económica mundial, una guerra sin fronteras, sin
vencedores gi vencLos. Ante semejante amenaza, la distinción entre personas y Países ricos, entre

46)
* Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Past. Gaudium et spes, sobre Ja iglesia en el mundo actual, 22; Juan Pablo II, Redemptor
Hominis (4 de marzo de 1979), 8: AAS 71 (1979), p. 272.
-40-

personas y Países pobres, contará poco, salvo la mayor responsabilidad de los que tienen más y pueden
más.

Pero éste no es el único ni el principal motivo Lo que está en Juego es la dignidad de la persona
humana, cuya defensa y promoción nos han sido confiados por el Creador, y de las que son rigurosa y
responsablemente deudores los hombres y mujeres en cada coyuntura de la historia. El panorama actual
-como muchos ya perciben más o menos claramente-, no parece responder a esta dignidad. Cada uno está
llamado a ocupar su propio lugar en esta campaña pacífica que hay que realizar con medios pacíficos, para
conseguir el desarrollo en la paz. para salvaguardar la misma naturaleza y el mundo que nos circunda.
También la Iglesia se siente profundamente implicada en este camino, cuyo éxito final espera

Por eso, siguiendo la Encíclica Populomm Progressio del Papa Pablo VI el7), con sencillez y
humildad quiero dirigirme a todos, hombres y mujeres sin excepción, para que, convencidos de la gravedad del
momento presente y de la respectiva responsabilidad individual, pongamos por obra, -con el estSo
personal y familiar de vida, con el uso de los bienes, con la participación como ciudadanos, con la
colaboración en las decisiones económicas y políticas y con la propia actuación a nivel nacional e
internacional- las medidas inspiradas en la solidaridad y en el amor preferencial por los pobres. Asi lo
requiere el momento, así lo exige sobre todo la dignidad de la persona humana, imagen indestructible de
Dios Creador, idéntica en cada uno de nosotros.

En este empeño deben ser ejemplo y guía los hijos de la Iglesia, llamados, según ei programa
enunciado por el mismo Jesús en la sinagoga de Nazaret a "anunciar a los pobres la Buena Nueva., a
proclamar la liberación de los cautivos, fa vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un
año de gracia del Señor" (Le. 4, 18 19).Y en esto conviene subrayar el papel preponderante que cabe a los
laicos, hombres y mujeres, como se ha dicho varias veces durante la reciente Asambla Sinodal. A ellos
compete animar, con su compromiso cristiano, las realidades y, en ellas, procurar ser testigos y operadores de
paz y de justicia.

Quiero dirigirme especialmente a quienes, por el sacramento del Bautismo y la profesión de un


mismo Credo, comparten con nosotros una verdadera comunión, aunque imperfecta Estoy seguro de que
tanto la preocupación que esta Encíclica transmite, como las motivaciones que la animan, tes serán
familiares, porque están inspiradas en el Evangelio de Jesucristo. Podemos encontrar aquí una nueva
invitación a dar un testimonio unánime de nuestras comunes convicciones sobre ia dignidad del hombre,
creado por Dios, redimido por Cristo, santificado por el Espíritu, y llamado en este mundo a vivir una vida
conforme a esta dignidad.

A quienes comparten con nosotros la herencia de Abrahán, "nuestro padre en la fe" (Cfr. Rom. 4,11

(47)
Populorum Progressio, 5: l.c., p.259: "Pensamos que este programa puede y debe juntar a los hombres de buena voluntad con
nuestros hijos católicos y hermanos cristianos"; cf.también nn. 81 83, 87: l.c, pp. 296, 298, 299
-41-
(4B)
s) y la tradición del Antiguo Testamento, es decir, los Judíos; y a quienes, como nosotros, creen en Dios
justo y misericordioso, es decir, los Musulmanes, dirijo igualmente este llamado, que hago extensivo,
también, a todos los seguidores de las grandes religiones del mundo.

El encuentro del 27 de septiembre del año pasado en Asís, ciudad de San Francisco, para orar y
comprometernos por la paz -cada uno en fidelidad a la propia profesión religiosa- nos ha revelado a todos
hasta qué punto la paz y su necesaria condición, el desarrollo de "todo el hombre y de todos los hombres",
son una cuestión también religiosa, y cómo la plena realización de ambos depende de la fidelidad a nuestra
vocación de hombres y mujeres creyentes. Porque depende ante todo deDios.

48. La Iglesia sabe bien que ninguna realización temporal se Identifica con el Reino de Dios, pero
que todas ellas no hacen más que reflejar y en cierto modo anticipar la gloria de ese Reino, que esperamos al
final de la historia, cuando el Señor vuelva. Pero la espera no podrá ser nunca una excusa para
desentenderse de los hombres en su situación personal concreta y en su vida social, nacional e
internacional, en la medida en que ésta -sobre todo ahora- condiciona a aquella.

Aunque imperfecto y provisional, nada de lo que se puede y debe realizar mediante el esfuerzo
solidario de todos y la gracia divina, en un momento dado de la historia, para hacer "más humana" la vida de
los hombres, se habrá perdido ni habrá sido vano. Esto enseña el Concilio Vaticano II en un texto luminoso
de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes: "Pues los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la
libertad, en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de
haberlos propagado por la tierra en el Espfritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a
encontrarlos, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino
eterno y universal... reino que está ya misteriosamente presente en nuestra tierral'491.

El Reino de Dios se hace, pues, presente ahora, sobre todo en la celebración del Sacramento de la
Eucaristía, que es el Sacrificio del Señor. En esta celebración los frutos de la tierra y del trabajo humano -el
pan y el vino- son transformados misteriosa, aunque real y substancialmente, por obra del Espfritu Santo y de
las palabras del ministro, en el Cuerpo y Sangre del Señor Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de María, por el
cual el Reino del Padre se ha hecho presente en medio de nosotros.

Los bienes de este mundo y la obra de nuestras manos -el pan y el vino- sirven para la venida del
Reino definitivo, ya que el Señor, mediante su Espíritu, los asume en sí mismo para ofrecerse al Padre y
ofrecernos a nosotros con Él en la renovación de su único sacrificio, que anticipa el Reino de Dios y
anuncia Su venida final.

Así el Señor, mediante la Eucaristía, sacramento y sacrificio, nos une consigo y nos une entre

(46)
Cfr Cono, Ecurn. Vatic. II, Declaración Nostra aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, 4.

(49)
Gaudium et Spes, 39
-42-
nosotros con un vinculo más perfecto que toda unión natural; y unidos nos envía al mundo entero para dar
testimonio, con la fe y con las obras, del amor de Dios, preparando la venida de su Reino y anticipándolo en
las sombras del tiempo presente.

Quienes participamos de la Eucaristía estamos llamados a descubrir, mediante este Sacramento, el


sentido profundo de nuestra acción en el mundo en favor del desarrollo y de la paz; y a recibir de él las
energías para empeñarnos en ello cada vez más generosamente, a ejemplo de Cristo que en este
Sacramento da la vida por sus amigos (cfr. Jn. 15,13). Como la de Cristo y en cuanto unida a ella, nuestra
entrega personal no será inútil sino ciertamente fecunda.

49. Al concluir, pido esto en nombre de todos los hermanos y hermanas, a quienes, en señal de
benevolencia, envío mi especial Bendición.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 30 de diciembre del año 1987, décimo de mi Pontificado.

Juan Pablo II
ÍNDICE

Página
Evangelii Nuntiandi
1

Gaudium et Spes

Laborem Exercens
13

Mater et Magistra
19

Octogésima Adveniens
23

Pacem in Terris
29
Sollicitudo Rei Socialis
30
Edición: Noviembre 1991
Corrección: Lie. Ramón Rodríguez Paradela

Textos tomados de la edición 1988 de:


10 Trascendentales Mensajes Sociales
CELAM, Colombia

Imprenta Santa Isabel


Guatemala, Centro América
Esta recopilación de lecturas sobre la Solidaridad forma parte de
una colección que, con el fin de dar a conocer los documentos del
Magisterio Social de la Iglesia, fue preparado sin ningún comentario
que pudiera desviar la atención de la propia fuente.

Ojalá que este esfuerzo coadyuve al interés de acudir a los


propios documentos que tienen una inmensa riqueza y una
aplicabilidad siempre posible, hoy y aquí.

José Mauricio Rodríguez W.

También podría gustarte