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No se trata de conocer la lengua, sino también el uso de la misma, así como los distintos
géneros discursivos que circulan en la sociedad y sus funciones.
Por eso, podemos afirmar que la alfabetización es un proceso que tiene sus tiempos, los cuales
difieren de un niño a otro, así como el entorno que lo rodea (el contexto familiar o la escuela).
Para que un niño avance en el proceso de alfabetización es necesario que esté en contacto
permanente con textos y con los usuarios de los mismos.
Aquellos niños que crecen en entornos en los que leer y escribir son prácticas comunes,
cuentan con una experiencia más rica que aquellos en cuyos hogares, sea cual sea el motivo,
no se accede a estos bienes culturales. Frente a esta complejidad, la escuela se presenta como
como el espacio en el que deben ofrecerse las condiciones para que todos los niños accedan a
las mismas oportunidades, ¿cómo lograrlo?
Esto significa asumir que la escuela tiene una gran responsabilidad a la hora de garantizar los
derechos de los niños de acceder a la cultura letrada. Así, debe generar las condiciones
didácticas necesarias para que sean usuarios de la lengua escrita, se apropien de las prácticas
de lectura y escritura y se apropien de esos bienes que son patrimonio cultural y les
pertenecen.
En un ambiente alfabetizador es posible interactuar con diversas escrituras y llevar a cabo los
quehaceres del lector y del escritor permanentemente y de manera significativa. Para eso,
debemos asegurar la presencia de fuentes estables, es decir, escrituras convencionales que
ofrezcan información segura a los niños, formas fijas para leer o producir otras.
Por lo tanto, el ambiente es más que el espacio físico, concepto con el que suele confundirse.
Podríamos pensar, entonces, en un ambiente de aprendizaje constituido por una dimensión
física: qué hay en el espacio, cómo se organiza, cuándo y con qué fines se utiliza y una
dimensión relacional, quiénes interactúan y de qué manera lo hacen. Forneiro (2008) defi ne al
ambiente como “un todo indisociado de objetos, olores, formas, colores, sonidos y personas
que habitan y se relacionan en un determinado marco físico que lo contiene todo y, al mismo
tiempo, es contenido por todos estos elementos que laten dentro de él como si tuviesen vida.
Es por eso que decimos que el ambiente ‘habla’, nos transmite sensaciones, nos evoca
recuerdos, nos da seguridad o nos inquieta, pero nunca nos deja indiferentes” (p. 51).
Un ambiente alfabetizador será,
entonces, aquel que se estructure con la
finalidad de poner
al alcance de los niños la cultura escrita
a través de la organización del espacio y
el tiempo,
la distribución del mobiliario, la
selección de recursos y materiales, las
propuestas de
actividades y, fundamentalmente, la
toma de decisiones en relación con las
intervenciones
y mediaciones entre los niños y sus
pares en diversas situaciones de lectura y
escritura.
En este sentido, podríamos pensar en
las salas de los jardines de infantes
como ambientes alfabetizadores que se
inscriben a su vez en un
Proyecto Educativo Escolar, el
cual tiene como una de sus
prioridades ofrecer experiencias pedagógicas en las que los
niños interactúen significativamente con la lengua escrita, a través de una multiplicidad de
materiales que la portan y participando en diversas situaciones comunicativas.
La construcción del ambiente alfabetizador
Este ambiente se construye desde el primer día de clases, pero ¿qué textos, portadores y
soportes constituyen el ambiente alfabetizador?
¿Portadores o soportes?
Es clave diferenciar estos dos conceptos, puesto que ambos son cruciales para la planificación
de ambientes alfabetizadores.
Los portadores de textos son todos aquellos materiales escritos (libros, diarios, revistas,
enciclopedias, etc.) de uso frecuente en la sociedad.
Es fundamental que estos textos ingresen desde temprano al nivel inicial, en razón a la
importancia que revisten para mejorar la competencia comunicativa en los niños; de esta
manera, se los inicia en su formación como lectores y escritores competentes.
Es funcional porque debe ser útil para los niños. Para esto se requiere de una intervención
docente activa, que interactúe con este ambiente e invite a los niños a hacerlo. El docente
mediador es quien logra que el ambiente realmente sea usado por los niños.
Son muchos los materiales que promueven, sostienen y habilitan situaciones de interacción de
los niños con la lengua escrita. Al respecto, Alejandra Paione expresa lo siguiente:
La sola presencia de estos portadores escritos no garantiza su conocimiento. Los niños deben
saber qué dice cada una de esas escrituras. Para ello, es indispensable que el maestro propicie
situaciones en las que se recurra a estos materiales ya que los niños no lo harán
espontáneamente. Es decir, hay que ‘hacerlos funcionar en la sala, frecuentarlos, ponerlos en
uso. Hace falta una continua y sistemática interacción con los mismos en el marco de
situaciones de interpretación y producción para transformarlos en objetos lingüísticos.
Bibliografía
D.G.C. y E. (2019) “La construcción del ambiente alfabetizador en el aula. Leer y escribir en la
clase de Lengua y Matemática”. Subsecretaría de Educación, Dirección de Educación Primaria.