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EL SITIO DE CARTAGENA 1815, LOS TRIBUNALES DE MORILLO Y EL RÉGIMEN

DE TERROR

Para comenzar a contar los sucesos que llevaron al bloqueo de Cartagena es indispensable,
primero, desglosar los hechos anteriores a este, ya que, se podrá identificar como llego el mal
llamado pacificador Pablo Morillo y las tropas que comandaba a uno de los centros de acopio de
mercancías más importantes de toda américa del sur, una de las ciudades más fortificadas del caribe
y la cuarta ciudad más importante en Hispanoamérica: Cartagena de Indias, tal y como se describe:

“Acaso la plaza más fuerte de la América del Sur, está situada en una península arenosa,
que formando un paso estrecho al suroeste, tiene comunicación con la parte llamada «Tierra
bomba», que se extiende hasta Bocachica. Está dividida en dos partes: la ciudad
propiamente dicha, y el arrabal de «Getsemaní», que contenía cerca de diez y ocho mil
habitantes. Una muralla gruesa y elevada circunvala la ciudad: Getsemaní

Fernando VII, quien había vuelto al trono después de los conflictos internos de Europa y
España por parte de Napoleón Bonaparte, decidió poner su mirada hacia las provincias que se
habían independizado en Sudamérica con el fin de someterlas nuevamente a la Corona; para este
propósito el Rey poseía un magnifico ejército que había organizado tras los conflictos con
Bonaparte en la península, entre estos hombres resaltaban varios oficiales, pero específicamente uno
que logro ascender de forma veloz por sus cualidades, talentos, experticia e inteligencia: Pablo
Morillo, a este oficial español don Fernando VII le encomendó la responsabilidad de comandar la
expedición con diez mil hombres que azotarían las provincias independientes del virreinato de
Buenos Aires.

Tuvo grandes trabas, al principio no se contaba con provisiones, fuerza naval y demás
recursos indispensables para el movimiento y mantenimiento de las tropas en las indias
occidentales, sin embargo, el comercio de Cádiz inyectó grandes cantidades de recursos a la
campaña con el objetivo de seguir manteniendo los movimientos comerciales y la extracción de
riquezas que se hacía en Hispanoamérica y el cual generaba utilidades exorbitantes para el comercio
español y la Corona.

Ya contando con todo lo necesario se podía dar marcha al plan. No obstante, el destino de
las tropas españolas se vio truncado por los movimientos ejecutados de Buenos Aires en
Montevideo, el incremento de las insurgencias en las provincias de Venezuela, el apoyo de Panamá
y la fortificación del istmo con tropas de esta misma región contra posibles ataques revolucionarios.
Se resalta que Panamá en ese momento estaba completamente controlada por España; así pues, la
expedición pacificadora atracó felizmente en las costas orientales de la ciudad de Cumaná en los
primeros días de abril (García del Rio., 1843) en la antigua Capitanía General de Venezuela.

Al llegar a Cumaná, Morillo y la expedición se encontraron con el ejército realista que le


había dado grandes golpes al ejército insurgente, en ese momento comenzó todo el despliegue de
tropas hacia los diferentes lugares que se tenían en la mira, tales como: Caracas, Perú, el istmo de
Panamá, los llanos, Cartagena, entre otros. De este modo, el Pacificador se embarca y fondea la
flota de más de cincuenta navíos en el cabo de la vela para esperar noticias en la ciudad de Santa
Marta, lugar al que se dirigía con su escuadra, de igual forma desde ahí mandó a que se hicieran
todos los preparativos para la llegada de la expedición (García del Rio., 1843)

El 23 de julio de 1815, con más de siete mil hombres, desembarca Morillo en el puerto de
Santa Marta y sin perder ningún minuto se reúne con la población de aquella ciudad (García del
Rio., 1843), que guardaba un profundo resentimiento con Cartagena por la guerra que se habían
hecho, lo anterior con el propósito de reunir lo necesario para el bloqueo; buques de menor de
menor cálao, animales de monta y demás recursos hicieron parte de la ayuda que benefició a los
regulares y a Morillo.

El pacificador hizo marchar a un poco más de tres mil quinientos soldados venezolanos
comandados por el coronel Francisco Morales, como vanguardia; los cuales estaban acostumbrados
al clima de la costa y al contexto de la situación. Pasaron por Sitionuevo y Sabanalarga y la llegada
de esta escuadra a Santo Tomas hizo ahuyentar, por la gran diferencia que había entre bandos, una
columna de soldados independentistas que eran más o menos 700. Del mismo modo, todas las
cuadrillas que estaban dispersas en diferentes puntos de la provincia se aglomeraron en la ciudad de
Cartagena y se llevaron provisiones, ganado y armamento.

Por un lado, se fue reforzando los fuertes que defendían a Getsemaní, la bahía de Cartagena,
pasacaballos y Bocachica, estos fuertes eran: San José, San Fernando, San ángel, el convento de la
Popa y el castillo de san Felipe. Por otro lado, las murallas que defendían a Getsemaní (Santo
Domingo, Santa Catalina) se fortificaron con cañones y soldados. Sumado a esto, el gobierno
declaro la ley marcial y cada uno de los pueblos estaba en la obligación de defender la provincia
como se pudiera, tal acción hubiera tenido buenos resultados si los habitantes de estas zonas
hubiesen tenido el mismo compromiso que los de la plaza de Cartagena, mas no sirvió porque los
parroquianos de aquellos lugares ya estaban cansados de la guerra y deseaban el antiguo yugo de los
grilletes españoles.

El gobierno mandó personal a las Antillas y los Estados Unidos con el propósito de buscar
apoyo, principalmente víveres, mas esta diligencia tomó un buen tiempo y no tuvo los resultados
esperados, ya que, los víveres demorarían, pero más que eso, no llagarían a su destino. Se dictó que
todos los hombres, a partir de los dieciséis años hasta los cincuenta años tomaran las armas para que
defendieran la plaza de Cartagena, en total se reunieron un poco más de mil seiscientos hombres de
los cuales dos mil seiscientos eran veteranos (García del Rio., 1843) y cuatrocientos de ellos se
dirigieron al convento de la popa para reforzar la seguridad de esa zona.

Los pobladores de Cartagena se despojaron de todo lo de valor para incentivar a las fuerzas
que defenderían la ciudad, tanto así, que las iglesias dieron dinero y víveres para la causa, mientras
a paso medio Morillo y las tropas se acercaban para desenvolver el plan que se tenía estructurado. A
pesar de los esfuerzos de todos los sectores de la sociedad cartagenera, en ningún momento se
contempló el desplazamiento de las personas que no podían aportar más a la defensa de la plaza, un
error que se pagaría caro, porque, las mujeres, niños, ancianos, y enfermos, en últimas, serian una
carga para los defensores de la ciudad y requerirían atención, víveres y agua que por este contexto
escasearía rápidamente.

Las cuadrillas españolas venían tanto por tierra como por mar. El segundo al mando, el
comandante Francisco Morales pasó por el sector de pasacaballos, dominó por completo esa parte
del territorio; siguió su marcha y se instaló junto a todos sus hombres en la hacienda El Mamonal en
donde levantó el cuartel general, de igual forma pelotones a cargo de Morales se apoderaron de
Santa Ana y Barú; ahí trató de apoderarse del Estero, importante corredor marítimo por la facilidad
que daba para transportar víveres. Se apoderaron rápidamente de la costa de la bahía de Cartagena,
Boca Grande y Punta Canoa; cavaron trincheras por varios sectores; levantaron hospitales en
cercanías de Turbaco y cerraron todos los caminos que conducían a la ciudad; quedó prácticamente
bloqueada la ciudad, tanto por tierra como por mar, ahí empezó la lucha por sobrevivir.

No alcanzaron a entrar ni las provisiones, ni el armamento, ni el dinero que había solicitado


el gobierno de la provincia, debían defenderse con lo poco que pudieron traer los habitantes y
soldados que habían llegado a la plaza de Cartagena. No solamente el objetivo era sitiar la plaza
sino también simultáneamente atacar otros territorios dentro de la provincia, para ello salieron
divisiones hacia los valles de Cúcuta por barinas en Venezuela, Mompos, Tolú, las sabanas de
Corozal y toda la costa de Sotavento; este despliegue tuvo grandes resultados para los
expedicioncitas debido a que se incautaron dinero y demás recursos que serían útiles para mantener
las tropas fuertes y motivadas al momento de defender la plaza.

Por un lado, Prácticamente en la provincia los centros poblados juraron devoción de nuevo
al rey, porque en parte la gente estaba cansada de los conflictos y la muerte que la violencia
generaba. A los españoles se les recibía con gran alegría y repiques de campanas, una de las pocas
ciudades todavía independiente era Cartagena, la capital, que para ese momento todavía poseía
grandes reservas de suministros, caballos, munición y animales de corral usados para la
alimentación de las tropas y la población bloqueada.

Iban pasando los días, se presentaban roces entre los regulares españoles y los
independientes, muchas veces perdidos para estos últimos. En uno de esos enfrentamientos, Morillo
se toma el fuerte del Zapote y captura a un importante comerciante de Santa fe de Bogotá: José
María Portocarreño, el cual, tenía en su poder documentos informativos salidos de Cartagena hacia
el gobierno de la unión; allí se describía la situación de la ciudad sitiada y los pliegos que para los
expedicioncitas eran muy importantes, puesto que, en estos se contaba el triste panorama de la
ciudad donde ya no había casi alimentos, recursos para el pago de las tropas y los animales que
quedaban ahí solo podrían suministrar alimento para unos cuarenta días. De forma inmediata el
“pacificador” publicó la terrible descripción para que se dieran cuenta, las diversas poblaciones, que
todo estaba perdido, que las cabezas de la causa los engañaban y que el ejército español tenía una
victoria asegurada en Cartagena.

Por otro lado, el ejército español también poseía algunos problemas en cuanto a la salud de
los soldados, debido al clima, los insectos y paracitos que había en aquella costa, los hospitales
improvisados estaban casi copados, no por los heridos en combate, sino por personal enfermo por
disentería, fiebre y otros males. No obstante, esto no fue impedimento para continuar el plan, los
españoles a menudo frustraban los intentos de ingresar víveres a la ciudad por zonas como el caño
el Estero y Santa Ana en Barú, generando escasez dentro de la ciudad y debilitando aún más a la
población.

A inicios de noviembre el hambre y las infecciones pintaban un cuadro deprimente en la


plaza, los que más sufrían eran los ancianos y los niños, que por tener menos resistencia morían; los
caballos, burros, perros y gatos hacían parte esencial de la dieta de los sitiados, más el espíritu de
lucha seguía intacto y no echaban el brazo a torcer. Los vigías buscaban si cesar las velas de algún
navío repleto de víveres que se acercara hacia las costas, navío que jamás apareció. Morillo mando
a bombardear en varias ocasiones la ciudad porque conocía bien el estado de sus moradores y creía
que así podrían de una vez por todas declararse vencidos; sin embargo, esto no hizo que los sitiados
cambiaran de parecer, aunque si produjeron varias muertes de inocentes que solo se ocultaban en
sus casas.

Las pocas embarcaciones que lograban repeler las fuerzas españolas en la bahía y en el
Estero poco a poco se debilitaron, con esto, la flotilla de navíos y barcazas españolas ganaron más
territorio y por ende quedaron más cerca de la plaza, sumado a esto, Morillo mando a atacar con
cerca de ochocientos hombres el cerro de la popa, mas este ataque fue uno de los pocos que salió
mal, debido a que los sorprendió el fuego de los fusiles patriotas ayudado también por la artillería
del castillo de San Felipe. Los realistas tuvieron que emprender la huida, la popa era defendida por
algo más de ciento treinta soldados, pero estas victorias republicanas representaban pequeños
suspiros de esperanza.

La miseria para los cartageneros se aumentó cuando perdieron contacto con Tierrabomba,
este canal de comunicación se disipó por los constantes ataques que se efectuaban en contra de los
fuertes y la flotilla que se encontraba defendiendo esa zona. Tierrabomba proveía a la plaza de
Cartagena con alguno vegetales y pescado, sin esto la ciudad quedaba totalmente desabastecida y
para ese momento ya se habían comido todos los caballos, perros, burros, ratas, los cueros y todo
tipo de yerba comestible en la ciudad. La capital ya se veía como una masacre, los guardias y vigías
perecían en sus puestos, poco a poco los fusileros caían por el hambre o la peste y el personal
encargado de los cañones deliraba y se recostaba en estas piezas de metal donde quedaban muertos;
una escena pocas veces vista; mas no se rendían porque sabían que si caían en las manos del mal
llamado pacificador la muerte seria lenta y peor de dolorosa

Para los últimos días de noviembre cerca de dos mil personas decidieron salir de las
murallas sin un rumbo fijo, pero más de dos terceras partes de esta multitud murió a los alrededores
de los muros. Para inicios de diciembre las calles de la ciudad mantenían con hombres moribundos
y cadáveres en alto estado de descomposición, los hospitales no daban abasto con tantas personas
buscando alivio. Sin embargo, esto no bajaba la perseverancia de los sitiados por mantener la
ciudad fuera de la dominación española.

En busca de una salida para salvar a los ciudadanos que todavía podían mantenerse en pie,
se tomó la decisión de evacuar la ciudad en bergantines y pequeños barcos y para salir, para burlar
la flota española que vigilaba la bahía, el gobernador mandó a surtir de agua dichas embarcaciones
al capitán encargado de la misión; pero tal orden no se cumplió a cabalidad y para la mañana del
seis de diciembre cerca de dos mil personas, en un alto estado de deterioro y de forma incomoda,
zarpan de Cartagena. No obstante, en algún punto las fuerzas realistas se dieron cuenta del éxodo
que se había desarrollado y, sin cuartel y con piezas de grueso calibre, atacaron las embarcaciones
de los patriotas, aunque estos lograron hacer frente a los ataques y esquivaron las balas enemigas
dejando atrás a los españoles y la ciudad sitiada a merced del comandante Morales. Casi para la
noche la flotilla independentista llegó al castillo de san Fernando, en Bocachica, y parte de la noche
la dedicaron a surtir las flotas de víveres; hacia la media noche zarparon sin rumbo fijo y con el
fuerte viento casi todas las embarcaciones tomaron distintas direcciones.

Un hecho curioso paso el día siguiente que salió la emigración. Un navío americano que
días anteriores se había divisado atracó en la playa de Santo Domingo, pero por confusiones, este
fue atacado por las murallas y los navíos españoles; este bergantín quedó destruido y se perdió un
elevado número provisiones que si hubieran caído en las manos de los sitiados hubieran
prolongado por unos días la defensa de la ciudad y Morillo hubiese tenido que levantar el bloqueo
como lo llegó a pensar (García del Rio., 1843). En cambio, el Pacificador no podía esperar más,
debido a que ya no poseía flota en esas partes del mar que cuidara el perímetro y el ejército estaba
muy magullado, pues había perdido en esa misión cerca de tres mil quinientos hombres, decidió
entrar a la ciudad con los pocos hombres que quedaban saludables, porque se enteró que la ciudad,
por la evacuación, había quedado prácticamente vacía, lo cual constató el seis de diciembre.

Lo que los soldados realistas encontraron dentro de la ciudad fue una escena que sin duda
dejo a más de uno con la boca abierta: cadáveres, niños moribundos en las calles, ancianos
arrastrándose en sus propios fluidos y demás personas en condiciones deplorables, el ambiente
estaba completamente inundado del pestilente olor de los cuerpos purulentos y el agua que había en
aquel “cementerio” no podía ser bebida. Morillo no dio ninguna orden para que siguiera la crueldad,
al contrario, suspendió por algunos días las actividades militares.

Al otro día de haber entrado a la ciudad amurallada se dirigió una cuadrilla a Bocachica
para tomar el castillo que se situaba allí y mientras eso pasaba, se publicó un pliego que daba
amnistía a los residentes de aquella zona, a tal llamado salieron ancianos, niños y mujeres de los
bosques de la costa. Empero, nada de lo que se ofrecía, principalmente la amnistía, se cumplió y en
un acto de barbarie se mandó a degollar a casi cuatrocientas personas en las costas del mar.
Morales, el segundo al mando, incendió gran parte de la comunidad del Caño del Loro en ese
mismo sector, no le importó las familias que habitaban aquel lugar, las torturas inimaginables
hacían parte del catálogo que los líderes de la expedición tenían preparadas para los insurgentes y
toda aquella personas que no se hincara a los pies del pacificador y del rey.
No solo cayó en el yugo español los insurgentes y la población de la ciudad, sino también
algunos bergantines estadounidenses y jamaiquinos cargados de alimentos, que engañados llegaron
a las costas de Cartagena, esto alertó a los dos países de los cuales salieron estos navíos y exigieron
que dejaran en libertad el personal que había ido en mencionados barcos, Morillo no tuvo otra
opción que ceder. En la ciudad amurallada se hicieron los españoles de un inmenso inventario de
artillería y munición de los independentistas, habilitaron los cañones de las murallas y puso la plaza
de Cartagena en total defensa, le saco a la población decadente dinero y ropa para el ejército realista
y estableció simultáneamente un tribunal militar, el Consejo Permanente de Guerra, que comenzó a
juzgar a todo aquel que hubiera tenido participación en la insurgencia y paralelamente se estableció
también la inquisición.

Ciento seis días de sitio, hombres, mujeres, niños y ancianos perecieron detrás de esas
murallas con el deseo de ver a su patria libre, soberana y alejada de toda barbarie; el mensaje que
los heroicos que murieron, los independentistas, fue que lucharan hasta ver al pueblo libre de los
españoles, tarea que se puso a rodar con la emigración que logro vivir a las inclemencias del mar y
que tiempo después se unió al ejército que Bolívar estaba reuniendo.

Cartagena, por un lado, no solo cayó por la persistencia y los constantes ataques que le
hacían los españoles, sino también por la falta de apropiación de la lucha por parte de las periferias
que circundaban la ciudad. Por otro lado, por el sentimiento de los samarios de querer ver a la
ciudad arrodillada a los realistas solo porque tenían conflictos internos, pensaron solo en el
beneficio particular, mas no en el de la lucha patriota.

Pasados los días Morillo, toma camino hacia Santa fe de Bogotá para plantar nuevamente el
orden español. Cada pueblo o caserío por el que pasaba la tropa realista, el régimen de terror del
mal llamado Pacificador dejaba hombres y mujeres, que buscaban la libertad, masacrados o
arruinados, un triste panorama que se repetiría por doscientos años más.

La llegada de morillo a la ciudad de Santa fe de Bogotá comenzó con la instauración de tres


tribunales de juicio donde pasaban todos los responsables de la causa patriota y los que la apoyaban.
El primero, acusaba y juzgaban a las personas que habían tenido nexos con la revolución, pero que
no habían realizado delitos de sangre; a este tribunal se le llamaba El Consejo de Purificación.
Fueron muchas las personas que pasaron por el banquillo de este tribunal, principalmente militares.
Aunque no se le condenaba a muerte, había penas que iban desde el destierro hasta llegar a
incorporar a los condenados a las filas del ejército realista, eran veredictos un poco más apacibles.
Debido a que las tropas realistas llegaron a santa fe Bogotá con pocas provisiones y dinero
para continuar con el asedio, se organizó otro tribunal de juicio: La Junta de Secuestros. Este exigía
las propiedades y riquezas a las personas que estaban con la revolución; se les despojaba estos
bienes con el objetivo de mantener a los soldados motivados para continuar con la misión que
poseían y para dar la lección a los granadinos de que si apoyaban la independencia se quedarían sin
nada y la pobreza los cobijaría. El tercer y último tribunal se llamaba El Consejo de Guerra
Permanente, este estaba constituido por oficiales españoles que juzgaban a las personas que habían
tenido directamente vínculos y protagonismos en la revolución, sumado a esto acá se sentenciaban a
los hombres y mujeres que habían cometido delitos de sangre, es decir, acciones cometidas que
involucraran muerte o el bienestar físico de una persona. Por aquí pasaron varios de nuestros
intelectuales y precursores de la gesta independentista.

Por último, el régimen de terror del mal llamado pacificador, Pablo Morillo, dejó miles de
muertos inocentes por el hecho de soñar y luchar por una nación libre del yugo español. Desde los
llanos hasta la península de Cartagena, corrió sangre por las calles de los pueblos, ciudades y
caseríos; mientras tanto, Simón Bolívar organizaba, fuera del territorio granadino, todo el plan para
comenzar la invasión que daría lugar a las batallas de independencia. Comenzó reuniendo
voluntarios y a los pobladores de Getsemaní que lograron escapar del sitio de Cartagena.

La persecución de los promotores de la emancipación se extendió por todas las provincias


de Nueva Granada en aras de sofocar cualquier intento de organización subversiva, para esto se
organizaban fusilamientos, torturas, amenazas, extorciones, expropiaciones y discursos con tonos y
palabras violentas por parte de los oficiales de las tropas españolas. Al mismo tiempo, se impuso en
el territorio el virreinato de Juan Sámano, otro oficial español, logrando de esta forma atropellar
más el proceso de independencia que se había llevado a cabo años atras.

García del Rio, J. (1843). Sitio de Cartagena 1815. Colección general

Segovia-Salas, R. (2011). El sitio de Cartagena por el General Pablo Morillo en 1815. Capítulo 10.
El sitio de Cartagena por el General Pablo Morillo en 1815. Pag.: 405-467

Días Días, O (1964). “la reconquista española”. Lerner.

Comentario: me hace falta anexar otras dos referencias, en el proceso las iré agregando.

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