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1- Hacia mediados del S. XIX Berro debate las opiniones del Dr.

Manuel Herrera y Obes rechazando sus


definiciones de civilización y barbarie así como los consecuentes correlatos ciudad - campo al desconocer
la naturaleza de nuestras sociedades. Sostiene el primero que la lucha de la ignorancia con el saber la hay
en todas partes, especialmente en los pueblos democráticos. Para Berro, la igualdad constituye una
condición trascendente para que una sociedad pueda calificarse como civilizada, incluyéndose en esta
categoría su concepción política democrática. Berro afirma que ni siquiera los partidos políticos
enfrentados expresan intereses de clases y por ello sólo pueden ser considerados como “facciones”. El
orden de precedencia de la vida comunal configura un escenario que gradual y anticipadamente, articula
la emergencia de la vida democrática. El 19 de junio de 1961 Berro presentaba su proyecto de “Régimen
Municipal”. Berro señala que el “municipio” posee naturaleza y finalidad propia. Su naturaleza procede
de la convergencia de los intereses comunes que posee un agrupamiento familiar y su finalidad no es otra
que la de satisfacer los requerimientos de dicho agrupamiento. 

Berro entiende que la vida social presenta tres grados naturales de asociación que van de menor a mayor
complejidad y estos son: familia – municipio – nación. Marchan con el individuo donde quiera; y todo
cuanto pueda hacerse de bueno en una asociación política tiene que ser por y dentro de ellos. El Proyecto
de Municipios de 1861 adecua y ajusta los “principios y las condiciones del régimen republicano” a las
bases sociales de nuestra república, que no son otras que las municipalidades. Si es necesario fomentar el
ámbito municipal, las acciones que tiendan a ello deberán condicionarse al principio rector de toda
república: la legalidad. Las municipalidades cumplen un papel intermedio entre el poder local y el
gobierno central y ello necesariamente determina el juicio que Berro tiene respecto al papel de los
partidos políticos. Berro no valora otras formas asociativas fuera de las ya mencionadas (familia -
municipio - nación) como pueden ser los agrupamientos partidarios. Las primeras impresiones que le
merecen los partidos políticos trasuntan una gran desconfianza respecto a las funciones que estos
conglomerados pueden cumplir en nuestra sociedad. A mediados del S. XIX en la polémica con Herrera y
Obes mencionada anteriormente, Berro afirmaba la inexistencia de partidos nacionales de ideas o
principios, definiendo las colectividades políticas como facciones condenadas a la extinción. 
En 1855 señalaba que la única “fusión” posible sería la que suprima el pasado y las banderías partidarias.
A meses de ser elegido presidente de la República, Berro  hace público el acuerdo general del 16 de julio
de 1860; que tiene la firme resolución de no permitir que se enarbolen de nuevo, con ningún motivo ni
pretexto, las viejas banderas de partidos personales. El memorándum o acuerdo elaborado por el
Presidente, resume los tres puntos que preocupan al Poder Ejecutivo y constituye una de las mejores
expresiones de su pensamiento político. Los problemas que le inquietan entonces son: la “observancia del
presupuesto”, la “asimilación de la marcha de los Jefes Políticos a la del Gobierno” y la “intervención del
Poder Ejecutivo en las elecciones”.
El denominador común no es otro que el respeto por el principio de legalidad. Berro es explícito respecto
a la actitud que debe tomar el Presidente en las próximas elecciones y ello significa que una vez
establecida la máquina política, es necesario dejarla jugar sobre sus ejes, sobre sus principios
constitutivos. “Que todo el mal entre nosotros ha estado en haber hecho superior siempre la voluntad del
hombre a la voluntad de la ley, de haber querido siempre corregir la ley por el hombre y no el hombre por
la ley. Que de ahí también han salido nuestros caudillos y nuestros partidos personales, nuestras facciones
sangrientas”.

El Presidente Berro adopta las intervenciones del Poder Ejecutivo en la búsqueda de benéficos resultados
electorales para la colectividad o sector oficialista. Ante esto, la transparencia electoral era una
manifestación necesaria del principio constitucional que garantiza la libre expresión de cada ciudadano. A
su juicio, la voluntad política no puede tener más carácter que el individual y en tal sentido las
colectividades partidarias en modo alguno pueden “mediar” o representar al conjunto de voluntades.
Berro admite que circunstancialmente los “partidos” pueden constituirse en torno a principios, pero en
modo alguno alrededor de una persona. El propósito de transparentar el acto electoral revela un interés
práctico y Berro se empeña en instrumentarlo en el nivel más primario y sustancial de la vida republicana:
en el ámbito municipal. 

2-Pivel Devoto menciona una serie de manifestaciones del caudillismo que provocan el rechazo o la
condena de la clase culta, entre ellas, la más importante se encuentra en el poder popular. El caudillo
gozaba con el apoyo de las masas populares, que al mismo tiempo exigían de él unas ciertas condiciones
que le permitiera la tutela de sus derechos, garantías para su libertad, protección en la guerra, asistencia
en la vida (p. XX). La tendencia de los caudillos se apoyaba así en los núcleos populares, a los que según
el autor, se le toleraban ciertos desvíos y se les conferían determinadas funciones tanto militares como
políticas. La clase dirigente no toleraba pues, tener que realizar pactos con los caudillos para mantener su
poder.
Es así como según Pivel Devoto, resulta obvio que ante estas manifestaciones la clase culta reaccionara.
Según el autor, el centro tradicional de la autoridad (...) vio con asombro cómo la revolución venía a
trastocar todo un orden de cosas y a adquirir proyecciones anárquicas para los que creían que un
movimiento revolucionario podía ser compatible con la conversación de los moldes tradicionales de la
sociedad colonial (p. XXI). 

Por otra parte, Lamas consideraba a la revolución como obra de las masas, impulsada por unos pocos
hombres que habían tenido el privilegio de conocer los grandes acontecimientos del mundo. La
revolución, además, sirvió para romper con el aislamiento del pueblo, poniéndolo en contacto con las
nuevas ideas y las corrientes de la Ilustración. 
“Las ideas filosóficas del siglo XVIII -opina Lamas- sacudieron los cimientos de la sociedad del Río de
la Plata sin preparación para asimilarlas” (p. XXVIII). Este hecho habría de ser, para Lamas, lo que
diera paso no solo al uso de la fuerza sino también a la imposición de una independencia que no había
logrado la organización o la madurez política e ideológica que se necesitaban. La lucha que habría de
llevarse a cabo por esta razón, enfrentando a los doctrinarios contra quienes poseían la fuerza, fue lo que
enfrentó a los pueblos en guerras civiles. 

Para Herrera y Obes, los caudillos, eran expresión de una sociedad y desaparecían al transformarse la
sociedad. El Caudillismo era la expresión de una América sola, dividida por países, en el cual se
distinguen dos elementos: el reaccionario que proviene del desierto y prolonga las costumbres
tradicionales, y el renovador que tiene su asiento en las ciudades. (p. XXXIII). Los caudillos son la
personificación de las masas incultas preparadas para la guerra, eran la máxima expresión de la barbarie y
de la anarquía, representados por una sola persona. Mientras que la clase civilizada y la suma de
inteligencias no podía ser representados por una sola persona.

La muralla de Montevideo era lo que diferenciaba estas dos posturas. Por un lado, nos encontramos con el
gobierno de Montevideo el cual era el sucesor de las ideas revolucionarias de América adaptando los
principios europeos, la ciudad de Montevideo había realizado esfuerzos en pro de la revolución social y
asi establecía una política de defender a toda costa el progreso de las ideas. Incluso iniciaron asedios para
defender este progreso, y es por esto que no poseía un jefe la ciudad. Herrera tuvo la autoridad para
desterrar a Rivera quien no era compatible con el orden y era enemigo de la civilización europea, pero la
sociedad aun se veía influenciada por el caudillismo. Herrera y Obes dice que un caudillo debe de tener el
corazón templado, un carácter audaz y los hábitos y tendencias de un gaucho, sin estos elementos no se
era caudillo. Sin embargo, este era enemigo del orden como expresa Herrera y Obes “Solo el amor al
orden y al trabajo, la educación industrial, la asociación con el europeo, puede mejorar la condición de
nuestro pueblo” (p. XXXVI).

Por su parte Berro, replica a Herrera y Obes en El Conservador, periódico de la época. Este sustenta que
la guerra civil, de toda América hispánica, era producida por el choque entre las ciudades de ideal
renovador de la revolución y el campo que reacciona a lo colonial; la barbarie y lo civilizado es lo que
hace puja en los enfrentamientos del Uruguay; el destierro de Rivera es un triunfo de lo civilizado; y los
valores europeos son la salvación para la regeneración social del Uruguay. Focalizando en el segundo
punto este dice que no se puede asociar la barbarie al campo, ya que este había evolucionado de modo
que sigue las ideas de la revolución y al república, esta había concebido mejoras con la distribución de los
campos entre los vagos, holgazanes e intrusos, les había hecho mejorar su moral y perseguir una ambición
por elevarse y hacerse con su fortuna, modificándose sus hábitos y condiciones de vida. También nos
expone que muchas de las familias tenían individuos en ambos bandos, (ciudad y ampo, barbaros y
civilizados) sumado a que explicita la potente relación que existía siempre entre ambos polos. Sintetiza
asi, Berro, que la guerra no fue producto el choque entre lo civilizado (Montevideo) y la Barbarie (la
Campaña), sino que fue el choque entre Oribe quien defendía el orden legal y la revolución, a quien se le
suman hombre ilustrados y familias acaudaladas, y Rivera al quien se le unieron los unitarios que
combatían el sistema federal el cual pretendía “entronizar” al gaucho dice Berro, quien no poseía el
elemento civilizador, sino que presenta las fuerzas europeas en su apoyo.  

La contraposición barbarie y civilización fue el generador de la polémica entre Berro y Herrera y Obes,
ambos exponen diferentes puntos sobre la existencia o no existencia de la barbarie en el campo y el
caudillo como un denominador común para las disputas de la Guerra Grande.

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