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1820-1850
En: La ilusión del progreso: los caminos hacia el estado-nación en el Perú y América Latina
(1820-1860)
Capítulo 1
América Latina y el desafío liberal, 1820-1850
[1] Orrego, Juan Luis. «Ilusiones liberales, civiles y élites en el Perú del siglo
XX». Histórica, vol. XVIII, n.° 1, 1994, pp. 167-178. Claudio Veliz señala que si
se analiza de cerca el nacionalismo criollo surgido luego de la Independencia
resulta diferente, al menos en un aspecto importante, del fenómeno que
conocieron los europeos en el siglo XIX: en lugar de ser introspectivo, el
nacionalismo republicano de América Latina era intransigentemente
extrovertido, ávido por aprender e imitar todo lo procedente de Francia y Gran
Bretaña y, algunas veces, vehemente en su rechazo a la herencia hispánica.
(Veliz, Claudio. La tradición centralista en América Latina. Barcelona: Ariel,
1984).
[2] Anderson, Benedict. Comunidades imaginadas: reflexiones sobre el origen
y la difusión del nacionalismo. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica,
1993
[3] ROMERO, José Luis. El pensamiento político latinoamericano. Buenos
Aires: A-Z Editora, 1978.
[4] Martínez Díaz, Nelson. «El federalismo: 1850-1875*. En Manuel Lucena
Salmoral y otros. Historia de América Latina: Historia contemporánea. Vol. 3.
Madrid: Cátedra, 1992, p. 256.
[5] Corvalan, Luis. «El proyecto conservador». En Los proyectos nacionales en
el pensamiento político y social del siglo xix. Santiago: Ediciones UCSH, 2002,
pp. 55-60.
[6] Ib., pp. 55-60. La élite chilena del siglo XIX se caracterizó por integrar en su
seno a todos los elementos valiosos provenientes de los estratos más bajos.
De esta manera, el componente 'meritocrático' permitió la continua
revitalización de la élite.
[7] Para el caso chileno, Alberto Edwards sostuvo que los decenios
conservadores del siglo XIX, que se identificarían con el apogeo del país,
fueron los que más consecuentemente se alinearon con las tradiciones
políticas del país. Esos presidentes autoritarios —Prieto, Bulnes, Montt—
fueron tan poderosos como los monarcas de la colonia. Sostiene, incluso, que
esos gobiernos conservadores fueron una suerte de monarquía sin el principio
dinástico. El presidente tenía los mismos poderes que un Rey; incluso elegía a
su sucesor, que solía ser su Ministro del Interior. Claro que había una elección
formal, pero con un candidato único. Para Chile —continúa Edwards— esa
tradición de gobiernos fuertes se sustentó en la historia del país (Edwards,
Alberto. La fronda aristocrática en Chile. Santiago: Editorial del Pacifico, 1945).
[8] Bravo Lira, Bernardino. «Gobiernos conservadores y proyectos nacionales
en Chile*. En Los proyectos nacionales en el pensamiento político y social
chileno del siglo XIX. Santiago: Ediciones UCSH, 2002, pp. 39-53.
[9] «Este fue, sin ir más lejos, el caso de Chile desde Manso de Velasco, quien
se enfrentó al virrey del Perú para hacer valer los intereses del reino, hasta
Portales, quien se empeñó en deshacer la Confederación Perú-Boliviana, y
Montt, en la guerra con España. Eso hizo grande a Chile. De ser uno más entre
los reinos indianos, se convirtió en la primera potencia del Pacífico Sur [...]».
Bravo Lira, Bernardino. Ob. cit., p. 52.
[10] Corvalán, Luis. Ob. cit.
[11] Veliz, Claudio. Ob. cit.
[12] Safford, Frank. «Política, ideología y sociedad». En Leslie Bethell (ed.).
Historia de América Latina. América Latina independiente, 1820-1870. Vol. 6.
Barcelona: Crítica, p. 82.
[13] Para los intelectuales latinoamericanos era Francia la que realmente los
fascinaba. Cuando Benjamín Vicuña Maclcena, liberal chileno, llegó a París en
1853 nos dejó este testimonio: «Estaba ya en París [...]. Estaba en la capital del
mundo, el corazón de la humanidad en que todo parece latir con las
pulsaciones gigantescas que el espíritu de todos los pueblos envía a este
centro de vida y de inteligencia. Miniatura del Universo, aquí existe rodo lo
creado. Inteligencia, virtud, la última hez de la miseria humana, las epopeyas
más sublimes de la historia; naturaleza, genio, heroísmo, placeres; el frenesí de
la pasión, los vicios, el refinamiento en todo [...]. Tres ciudades, se ha dicho,
han resumido en sí la época del mundo en que existieron: Atenas, Roma y
París. Pero París ha resumido ambas; hijo de Minerva, París ilumina la Tierra;
hijo de Marte, París ha subyugado el Universo. París es el daguerrotipo de la
humanidad, el epítome de la historia, la base y la cúspide de la civilización
moderna. París es único; esclavo hoy día de un aventurero, París es todavía el
amo de la Europa y del orbe [...]*. Veliz, Claudio. Ob. cit., p. 167.
[14] Veliz, Claudio. Ob. cit.
[15] En 1870» por ejemplo, América Latina era un inmenso territorio
escasamente poblado: poco mis de 42 millones de habitantes, es decir, apenas
dos por kilómetro cuadrado; además, muy desigualmente repartidos. Podemos
diferenciar algunos focos de concentración demográfica: México y la meseta de
Anahuac que rodea la capital, los Andes, Antillas y América Central, que
ofrecían las mayores densidades, en razón de la temprana ocupación europea
y, sobre todo, por el gran impulso colonizador operado a partir del siglo xvii y,
por último, d Brasil costero, donde se apreciaba una mayor densidad en el
noreste (Bahía) y en la ciudad de Río de Janeiro. Otro foco de máxima
concentración fue el del Río de la Plata, en torno a las ciudades de Buenos
Aires y Montevideo, aunque en las zonas del interior la densidad era baja. El
peso demográfico era, en general, muy bajo. Solo dos países, Brasil y México,
pasaban de los cuatro millones de habitantes: Brasil con algo de 10 y México
con poco menos de 10. Entre ambos sumaban la mitad de coda la población
latinoamericana. Véase Sánchez Albornoz, Nicolás. La población Je América
Latina, Madrid: Alianza Editorial, 1976 y Hernández Sánchez-Barba, Mario.
Formación de las naciones iberoamericanas (siglo XIX). Madrid: Anaya, 1998.
Véase el debate sobre la inmigración en Argentina en el capítulo 7 de Halperin
Donghi, Tulio. El espejo de la historia: problemas argentinos y perspectivas
latinoamericanas. 2.° ed. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1998.