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ENSAYO

PARTE I.
El autor.
En la vida de Don Andrés Bello podemos identificar tres etapas bien distintas. La
primera es su período en la Capitanía General de Venezuela, específicamente en
la ciudad de Caracas, donde sirvió a la Corona como funcionario real hasta los
acontecimientos del 19 de abril de 1810 y los hechos posteriores, especialmente
cuando se le llama a acompañar una embajada que iría a buscar apoyo en
Inglaterra para la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII.
La segunda, tiene lugar en Londres, donde la embajada fracasa en la práctica, y
luego de una estancia prolongada en los aposentos de Francisco de Miranda,
decide Andrés Bello quedarse y residir y dedicarse a diversos trabajos
relacionados con la enseñanza y con el dominio de los idiomas. Por supuesto,
también están los esfuerzos por correspondencia solicitando apoyo material para
volver a Hispanoamérica y servir a la República de Colombia, gobernada por su
antiguo alumno Simón Bolívar, en ese momento el hombre más influente en el
poder político y militar.
Por último, el regreso inesperado a su continente natal, a la también naciente
República de Chile, donde al final moriría, y donde materializaría su legado
definitivo, expresado en la fundación de la Universidad de Chile y en la redacción
de sus grandes obras sobre Gramática, Leyes e Historia.
PARTE II.
El poema.
En la segunda etapa ya mencionada, la de Londres, también escribió cosas de
gran interés. Tanto para conocer su persona como para aprender sobre nosotros
mismos vale la pena conocerlas. Y hay una que en particular que puede
ayudarnos en ese fin. Nos referimos a la composición del poema titulado “La
Agricultura de la Zona Tórrida” mejor conocido como “Silva a la Agricultura de la
Zona Tórrida”. De ahora en adelante nos referiremos a la “Silva” para tratar ésta
obra.
Es una obra escrita en Londres y publicada allí mismo en el año de 1826 en una
revista fundada por él mismo llamada Repertorio Americano. Según varios
autores, como Mariano Picón Salas o el ex presidente Rafael Caldera, está
bastante influenciada por una obra del gran poeta romano Virgilio conocida como
las Geóricas.
Habría que comentar algo antes sobre las Geóricas. Primero, que es muy antigua,
de inicios del Imperio Romano, cuando gobernaba el emperador Augusto, el
primero de una larga lista de emperadores romanos. Su poeta de la corte era
Virgilio. Digamos que su función era, por un lado, agradar al gobernante del vasto
territorio, y por otro, exaltar su figura para toda la población bajo su dominio.
Uno de los poemas que dejó para la posteridad fue el de las Geóricas. Es curioso,
porque se trata de una especia de exaltación sobre la vida rural, el estilo
campesino.
Muchos años después, escritores renacentistas, de la Ilustración, de los
movimientos enciclopedistas, incluso románticos, escribirían obras semejantes. La
mayoría decepcionados de las ciudades industriales o comerciales, como un
escape monástico, pero en lugar de las abadías serían sólo sus huertos, sin sus
celdas y capillas.
Un detalle curioso, es que, en cierta parte de las Geóricas, se menciona al
emperador Augusto, aunque pareciera que no tiene nada que ver. Sea cual sea su
intención, es posible que por eso el expresidente Caldera dijera en 1935 en su
ensayo sobre Bello, recordando al autor Cecilio Acosta: “Virgilio sin Augusto.
Cantor de nuestra zona”, porque en la Silva no hay mención a gobernante alguno
de su época.
Más allá de la influencia de Virgilio, podemos darnos cuenta del amplio
conocimiento que tiene Andrés Bello sobre la flora tropical de nuestra región a
través de las imágenes y metáforas de la Silva.
Es posible que además del contacto con la naturaleza y la nostalgia de nuestro
clima caribeño durante su estancia londinense, Andrés Bello tuviera un
conocimiento más técnico y objetivo de nuestro ecosistema por medio de la obra
“Viaje a parte oriental de tierra firme en la América meridional” escrita por el viajero
francés Francisco Depons. Cabe destacar, que dicho viaje se realizó veinticinco
años antes de la publicación de la Silva.
También como una mención no menos interesante, vale la pena recordar que
Andrés Bello tuvo una experiencia de subida de montaña cuando invitado por
Alejandro de Humboldt, junto a otros compañeros, hizo escalada al cerro El Ávila,
aunque sin llegar a la cima. El propósito de esa exploración era recopilar
información sobre la naturaleza del lugar.
Antes de continuar con las menciones sobre los frutos de nuestra región, es
conveniente explicar que la Silva tiene un antecedente literario de la misma autoría
de Andrés Bello. Nos referimos a “Alocución a la Poesía” (1823) escrita dos años
antes que la Silva.
Algunos lo consideran un fermento de la Silva porque muchas de las imágenes
utilizadas en la Alocución aparecerían luego en aquella.
Bello describe con un estilo muy refinado la belleza e importancia de varios
productos de éstas tierras. Veamos cómo explica algunas que consideramos más
llamativas.
Sobre el algodón dice que “despliega el aura leve…las rosas de oro y el vellón de
nieve”. Del añil cuenta que es “tinte generosa…émula… de la lumbre del zafiro”.
Este producto era utilizado para la fabricación de colores naturales hasta el
descubrimiento de la utilidad del alquitrán de hulla para la fabricación de colores
artificiales. Según Arturo Uslar Pietri, el añil dejó de ser un producto de
exportación en Venezuela entre los años 1886-1887.
También está el banano (plátano, como se dice en Venezuela), que “desmaya el
peso de su dulce carga”. Del cacao, que era de los principales productos de
exportación expresa “Tú en urnas de coral cuajas la almendra”, refiriéndose a la
mazorca del cacao. Interesante es cuando escribe “a la tierna teobroma en la
ribera”, porque ésta palabra (teobroma) viene del griego clásico y significa “majar
de los dioses”. Muchos estarán de acuerdo en que el chocolate, derivado del
cacao, es como un manjar divino.
Menciona el café, pero no lo considera nativo. De hecho, lo compara con la reina
de Sabá, la mujer del rey Salomón, y lo explica tal cual como a aquella se le
describe en el Antiguo Testamento: “Tú vistes de jazmines…y el perfume que le
das en los festines”.
De la caña de azúcar dice: “de do la miel se acendra…por quien desdeña el
mundo los panales”. Recordemos que, en África, Asia y Europa, la manera más
común de endulzar las cosas era por medio de la miel y no el azúcar.
No podemos olvidar el maíz, quizás de los ingredientes más utilizados en este
continente. En la Silva de él se dice: “…jefe altanero, de la espigada tribu, hincha
su grano”.
También está el “blanco pan que da la yuca”, la piña (aunque la llama de otra
forma válida, el ananás) que “sazona su ambrosía”, y el tabaco “que, cuando de
suave humo en espiras vagorosas huya”.
Deseamos colocar al final de ésta recopilación la papa. Es que aquí utiliza Bello un
tipo de latinismo y recuerda al autor romano Ovidio cuando éste dice: “ager educat
uvas” que significa “el campo hace crecer las uvas”. Bello en cambio dirá: “sus
rubias pomas la patata educa”.
Sólo para no excluir, mencionamos que también Bello habla sobre la parcha y la
tuna.
Y ésta es como la primera parte del poema. Todo un elogio a nuestra tierra y lo
que produce.
Inmediatamente, Bello denuncia proféticamente la injusticia que se le hace a
nuestra naturaleza, y a la vida en el campo, a causa de las guerras entre
hermanos. La guerra de la Independencia venezolana fue en la práctica un
conflicto entre venezolanos, en tierras venezolanas, que se llevó sobretodo vidas
venezolanas.
Manda tirar las armas: “Cerrad las hondas…heridas de la guerra”.
Bello estaba informado de los acontecimientos americanos, aunque no de primera
mano, porque se encontraba muy lejos.
Cree firmemente que la violencia se opone al desarrollo y al progreso “tras tanta
zozobra, ansia, tumulto…devastación”.
Entonces hace un llamado de retorno a los campos. Es irónico. Porque en la
historia venezolana siempre se ha visto el fenómeno contrario: la migración a las
ciudades en búsquedas de mejores oportunidades.
Pero en la Silva hay un menosprecio a la ciudad y sus costumbres: “Lejos del
necio y vano…fasto, el mentido brillo…el ocio pestilente ciudadano”.
Insiste en que volvamos a la vida campesina: “el campo es vuestra herencia…en
él gozaos”, “id a gozar la suerte campesina”.
Habla de las ventajas del aire puro, donde se respira “el aura de las montañas” y
donde el campo es “un asilo seguro”.
Entonces reconocemos en la Silva un antecedente en “Alocución a la Poesía”, una
influencia de Virgilio con sus “Geóricas” y dentro de ella los temas de la virtud de
la naturaleza y el campo, el rechazo a la guerra y a las costumbres de la ciudad, y
un llamado a regresar a la vida sencilla del campo.
PARTE III.
Mensaje para nuestro tiempo.
Antes dijimos que la Silva nos permite conocer sobre la figura de Bello, pero
también comprender algo de nosotros mismos.
A partir de éste momento vamos a relacionar el texto del poema y todo lo que
significa, con dos problemas de nuestra realidad actual. Nos referimos al
militarismo y el proyecto del Arco Minero.
Según el orden establecido del poema, en primer lugar, deberíamos tratar sobre el
Arco Minero, que es la antítesis de un elogio a la naturaleza. Pero invirtamos ese
orden. Primero trataremos sobre el militarismo, denunciado por Andrés Bello
cuando critica a la guerra en sí misma.
Hablamos del militarismo venezolano del siglo XXI.
Las relaciones entre los civiles y los militares en nuestra historia republicana
siempre han sido tensas. Desde los tiempos de nuestra independencia podemos
notar una tendencia de los grupos militares por concentrar el poder político como
una suerte de derecho divino.
Ya tenemos en la segunda mitad del siglo XIX el ejemplo de cómo el primer
presidente civil que tuvimos, desde la separación de la República de Colombia, es
decir, el doctor José María Vargas, quien creó el primer ministerio de Sanidad de
nuestro país, simplemente no pudo terminar su mandato. Prefirió renunciar antes
que supeditarse a las fuerzas militares.
A comienzos del siglo XX toda Venezuela fue testigo del ascenso de los andinos al
poder. Parecía una misma fórmula. Del Táchira, y militares. En ese largo período
tuvimos buenos personajes, como el ex presidente Isaías Medina Angarita, un
ejemplo de vocación democrática, sacado del poder por un golpe de Estado, que
tuvo oportunidades de evitar, pero prefirió no derramar sangre. Pero también hubo
cruentas dictaduras: las de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez.
En 1958 la política venezolana después de muchas luchas de resistencia,
inaugura un período de democracia que tuvo incluso que defender con las armas,
contra el viejo militarismo y la violencia comunista.
Vinieron elecciones presidenciales tras otra. Pero también se estaban gestando
grandes crisis financieras y de corrupción. El fantasma del militarismo apareció de
nuevo en las intentonas golpistas del año 92 contra el presidente constitucional
Carlos Andrés Pérez.
En 1998 uno de los militares detenidos de la intentona golpista del 92 llega al
poder a través de elecciones justas con muchas promesas. Populismo puro y
duro. Mensajes de odio y de división.
El resultado: muchos creen que Venezuela no retrocedió al siglo XX sino al siglo
XIX, con sus cocinas de leña. Hemos visto como los militares trascienden los
cuarteles y los vemos incluso en la distribución de artículos de primera necesidad.
Ocupan varios cargos públicos y no pasan a retiro, sino que se convierten en
presidentes de empresas del Estado, alcaldes, gobernadores, incluso ministros, y
no solo de Defensa, sino también de Salud.
En lugar de defender el territorio, reprimen a la población, mientras el país dibuja
un mapa de zonas controladas por grupos de poder: guerrillas, sindicatos, bandas
armadas, etc.
Cuando Bello pide el cese de la guerra en el siglo XIX, profetiza para todos los
tiempos, como una suerte de escatología, el fin de la cultura del militarismo.
Cultura que encontramos en el joven que interrumpe sus estudios, que no se
siente atraído por la Universidad, y prefiere el camino fácil, aunque violento, de las
“fuerzas de seguridad”, donde la cadena alimenticia del miedo nos consume a
todos y cualquier foco de libertad es reprimido por el uso de las armas y el
autoritarismo.
Para volver al camino de la democracia, el desarrollo, la paz, y el progreso, hay
que desandar la ruta de la bota. Bota que pisa la cabeza pensante del venezolano.
Ahora, y, por último, reflexionaremos acerca del Arco Minero, y cómo puede
iluminarnos la Silva para afrontar dicha realidad.
Se trata del mayor desastre ambiental deliberado en la historia de nuestro país.
El Arco Minero se refiere a una zona más amplia que los territorios de Alemania y
Portugal, rica en recursos naturales, sobre todo minerales preciosos, que está
siendo salvajemente explotada por el Gobierno de Venezuela como una manera
de mantenerse en el poder y que muchas organizaciones no gubernamentales y
expertos califican como inconstitucional.
La región donde esto ocurre es la de Guayana, que es la región amazónica de
Venezuela, que comprende los estados de Amazonas, Bolívar y Delta Amacuro.
Allí hay seis parques nacionales, incluyendo el Parque Nacional Canaima, que en
1994 fue declarado por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, donde se
encuentra el Salto Ángel, la catarata más alta del mundo.
Por lo tanto, la preservación de esa zona es importante no sólo para Venezuela
sino para el mundo porque posee un valor científico invaluable.
El Arco Minero está ubicado en el Estado Bolívar y representa el 12% del territorio
nacional. Ésta área y sus recursos está protegida por la Constitución y sus leyes.
Pero el 24 de febrero de 2016 el Ejecutivo crea mediante un decreto la creación de
una “zona de desarrollo estratégico”, mejor conocida como Arco Minero.
Por supuesto, se trata de un proyecto ilegal e inconstitucional y representa una
amenaza a la vida humana, a nuestro ambiente, y a nuestra integridad social.
Los relatos y testimonios de cómo se violan los derechos humanos y sobre cómo
se ejecuta la destrucción de nuestro ecosistema son numerosos.
La Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida resuena como un eco contra de la
frivolidad de nuestras ciudades y sus gobernantes, y por supuesto, sus
ciudadanos.
Es una toma de conciencia sobre el valor de nuestra naturaleza, que siempre nos
salva, y que no debemos simplemente vaciarla.
La guerra ya no es sólo entre ciudadanos sino contra la naturaleza misma, como si
de un enemigo se tratara. Un enemigo hecho prisionero y peor, convertido en
esclavo.
También aguardamos un tiempo de paz y de progreso, sin destruir nuestra tierra,
para poder proclamar también:
“Salve Fecunda Zona, que al sol enamorado circunscribes”.

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