Está en la página 1de 1

Luego del Bautismo de Jesús a orillas del río Jordán, Juan el Bautista insiste en

dar un testimonio sobre Aquél. Lo llama “Cordero de Dios”, una figura bíblica que
recuerda la cena anual de la Pascua judía, y por lo tanto, la liberación del Pueblo
de Israel de la esclavitud en Egipto.

Muchos títulos reflejan la dignidad de Jesús, por ejemplo, Mesías. Pero Cordero
de Dios para un judío del siglo I significa sacrificio, una forma importante de culto.
Y sacrificio significa muchas cosas pero sobre todo: acción de gracias (queremos
devolver a Dios lo que hemos recibido) y renuncia (abandonar la preferencia sobre
las cosas del mundo).

Los cristianos somos discípulos del Cordero de Dios. Sin embargo, no podemos
hacernos seguidores por nuestra propia cuenta, sino por medio de un testimonio y
una elección.

La liturgia de la Palabra de este II Domingo del Tiempo Ordinario nos muestra la


importancia del testimonio para el encuentro con Jesucristo.

Los discípulos tenemos la misión de llevar el anuncio del Reino a los confines de
la tierra pero antes debemos encontrarnos primero con Jesús y permanecer junto
a Él, del mismo modo que Andrés y su hermano Simón Pedro. Porque al
anunciarlo a Él, no lo abandonamos sino que permanece con nosotros.

En cada ocasión de oración personal, de celebración litúrgica, de acción solidaria,


de cualquier acto cotidiano (trabajo, escuela, etc.), podemos ser discípulos y al
mismo tiempo, testigos de la Buena Noticia. En definitiva, ser cristianos más allá
de los templos, ser discípulos hasta los confines de la tierra. Que nuestro anuncio
muestre el lugar del encuentro con Cristo.

También podría gustarte