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Delitos, castigos y
clasificaciones. Barcelona: Promociones y Publicaciones Universitarias.
Colección El sistema penal. Páginas 17-27 y 239-248.
Todo ello crea algunos terribles embrollos. Los historiadores y sociólogos están
encerrados en un debate acerca de si la historia de las cárceles, hospitales
mentales y tribunales juveniles puede ser estudiada en el mismo marco que la
historia de la fábrica y el control de la resistencia de la clase obrera al Estado.1
Analistas de política social, dedican su tiempo a examinar si esta o aquella medida
del Estado es «verdaderamente» control social. 2 El interrogante que surge es si,
los profesores en las escuelas, los guardianes en las cárceles, los psiquiatras en
las clínicas, los trabajadores sociales en los organismos asistenciales, los padres
en las familias, los policías en las calles, los jefes en las fábricas, están ocupados
en última instancia, haciendo todos la «misma» cosa.
( ) Esta expresión se utiliza especialmente en EE.UU para indicar que una idea, un proyecto o un
concepto, son superficiales, imprecisos o absurdos. N de la T.
1
Diferentes versiones de este debate pueden verse en Stanley Cohen and Andrew Scull (eds.),
Social Control and the State: Comprative and Historical Essays (Oxford: Martin Robertson, 1983).
2
Véase Joan Higgins, «Social Control Theories of Social Policy» Journal of Social Policy, 9, 1
(January 1980).
conseguir delineando todas estas «materias de control social» a lo largo del libro,
más que proporcionando algún tipo de definición esencialista.
Son estos virajes en estrategias y creencias los que me interesan. Este libro es
menos una descripción de como es el aparato social, que un intento de comprobar
visiones recientes, movimientos pretendidos o reales, y de predecir sus
implicaciones para un futuro: un sismógrafo sociológico para detectar fisuras,
grietas, terremotos, temblores y falsas alarmas. La noción de «cambios
correccionales» suministrada por los libros de texto centran su atención sobre
movimientos de este tipo:
Pero esta es una lista de cambios operativos —virajes que son demasiados
menores o demasiados efímeros como para preocupar demasiado al no-
especialista. Yo estoy más interesado en movimientos más dramáticos y
profundos, en los cambios fundamentales genuinos en contra de los esquemas
atrincherados del control social organizado, asociados con el nacimiento del
Estado moderno: los ataques a las cárceles y hospitales psiquiátricos, el desarrollo
de las formas alternativas de control comunitario, los intentos de superar todo el
sistema de justicia penal, el escepticismo acerca de la competencia profesional; el
desencanto con el ideal resocializador, el desarrollo de nuevas formas de
intervención y de ideologías que la justifican. Volveré a referirme a la naturaleza
ambigua y contradictoria de estos cambios.
( ) Diversión es una política penal desarrollada en EE.UU. por la que se pretende evitar que
delincuentes, generalmente juveniles o acusados de ofensas menores, entren en contacto o se
adentren en los intersticios del sistema penal. Puede expresarse asimismo con los términos
Distracción o Desviación del sistema penal. Al ser ambos susceptibles de confusión s ha preferido
utilizar el concepto de Derivación. N de la T.
3
Neal Shover, A Sociology of American Corrections (Homewood, Ill.: Jersey Press, 1979), p. 36.
está definida, como desviada. Es aquí, particularmente en la iconografía de la
cárcel contra la comunidad, donde las visiones, reivindicaciones y cambios han
sido más dramáticos. En resumen, este es un libro acerca de las clasificaciones y
los castigos.
La conexión sociológica
4
La mejor guía teorica sigue siendo David Matza, Becoming Deviant (Englewood Cliffs, NJ:
Prentice Hall, 1968): la historia de Gran Bretaña fue explicada en Stanley Cohen, «Criminology and
the Sociology of Deviance in Britain: A recent History and Current Report», en P. Rock and M.
McIntosh (eds.), Deviance and Social Control (London: Tavistock, 1974), pp. 1-40.
5
Véase la introducción a Cohen and Scull, Social Control and the State y Morris Janowitz,
«Sociological Theory and Social Control», American Journal of Sociology, 81, 1 (1975), pp. 82-108
6
Gary T. Marx, «Ironies of Social Control», Social Problems, 28, 8 (February 1981), pp. 221-66
los actores se separaban del texto escrito y retaban al director. Entonces se
requería control social para ordenar las cosas de nuevo.
7
Una guía útil de todos esos cambios es Geoffrey Pearson, The Deviant Imagination: Psychiatry,
Social Work and Social Change (London: Macmillan, 1975). Respecto de una asistencia social
radical véase particularmente Jeffry Galper, Social Work Practice: A Radical Perspective
(Englewood Cliffs, N.J.: Prentice-Hall, 1980).
éxito, prestaron su apoyo a movimientos destinados a cambiar, reformar o
(sorprendentemente) incluso abolir los propios centros e instituciones en las que
trabajaban.
Por ello, a pesar de la tarea de desmitificación radical, el estudio del control social
muestra una gran brecha entre lo que nuestro sentido privado nos indica que está
Este terreno particular está repleto de premoniciones del estilo de Nineteen-
Eighty- Four, Clockwork Orange y Brave New World ( ), sobre el desarrollo de
nuevas tecnologías de control de la mente, de oscuros presagios acerca de la
incesante intrusión del Estado en las vidas privadas y familiares, de un malestar
general que releja que un mayor número de acciones y pensamientos están bajo
vigilancia y sujetos a clasificación y manipulación. El control social se ha
convertido en un terreno kafkiano, un paisaje paranoico en que se nos hacen
cosas, sin que sepamos que se realizan, cuándo, por qué y por quién. Vivimos en
el exterior de la «máquina blanda» de Burroughs, una existencia mayormente
paradójica porque aquellos que nos controlan parecen tener la mejor de las
intenciones. Suspendiendo cualquier juicio crítico, aceptamos prestamente —casi
con placer masoquista— la idea de que 1984 ha llegado literalmente.
8
En este libro me he concentrado en Discipline and Punish, que es el tercero de la trilogía de
Foulcault (a continuación de Madness and Society y The Birth of the Clinic) donde traza a ideología
de las instituciones de control (manicomios, hospitales, cárceles) y de las ciencias humanas con las
que están simbólicamente unidas (psiquiatría, medicina clínica, criminología y penología).
9
Andrew T. Scull, Decarcelation, Community Treatment and the Deviant —A Radical View
(Englewood Hills, NJ: Prentice Hall, 1977).
«regulación de familias» y «sociedad psiquiátrica avanzada».10 Menos penetrantes
teóricamente, pero igualmente estimulantes a nivel polémico, están las diversas
formulaciones acerca del «Estado terapéutico», «despotismo psiquiátrico»,
«sociedad psicologizada» y «control de la mente».11 Obsérvese sin embargo que
estos trabajos y otros relacionados que plantean una crítica social ambiciosa, 12
tienden a concentrarse curiosamente en la psiquiatría —la forma menos visible de
control social y (discutiblemente) la menos apropiada para ser concebida sólo
como control social.
Las formas de control más obvias, de cada día —policía, cárceles, tribunales—
han sido meno elegidas para este tipo de escrutinio teórico sofisticado. No hay
duda de que no son materias tan glamorosas y románticas para la crítica social.
Hay más entretenimiento (y kilometraje teórico) en estudiar las modas de la teoría
psicoanalítica, los encuentros desinhibidos de grupos, los chillidos primarios y el
entrenamiento sensorial, que en el recorrido de los pasillos de los reformatorios
juveniles. Hay por supuestos, estadísticas útiles y buenas etnografías de estas
agencias de control más mundanas —departamentos de policía, tribunales
juveniles, cárceles, programas de prevención del delito— pero estos estudios
tienden a ser fragmentados y abstractos. Necesitan una ubicación histórica
(¿Cómo llegaron hasta allí?), un espacio físico (la ciudad, el vecindario) y
fundamentalmente, un espacio social (el conjunto de otras instituciones como la
escuela, la familia, los servicio sociales o asistenciales más amplios, los intereses
profesionales y burocráticos).
Hay aún otro espacio donde quiero ubicar el control social: el futuro. Desde la
teoría social clásica del siglo XIX en adelante, la especulación acerca del futuro
siempre ha estado presente en la agenda sociológica, ya sea en las teorías
positivistas acerca de la evolución y el progreso, en los grandes ciclos de la
historia del mundo, o más recientemente en visiones más pesimistas y
apocalípticas del futuro. El interés en la predicción se ha revitalizado en la
literatura de la sociedad postindustrial, futurista y de pronósticos sociales. No
obstante, a pesar de la sensibilidad pública, de ver el problema del crimen como
un indicador de «a donde iremos a parar», esta literatura no presta prácticamente
10
Jacques Donzelot, The Policing of Families (New York: Pantheon, 1979); Robert Castel et al.,
The Psyquiatric Society (New York: Columbia University Press, 1981).
11
Nicholas Kittrie, The Right to the Different (Baltimore: John Hopkins Press, 1971); Thomas
Szasz, The Manufacture of Madness (New York: Dell, 1970); Martin L. Gross, The Psycohological
Society (New York: Simon and Schuster, 1978); Peter Schrang, Mind Control (London: Marion
Boyers, 1980).
12
Véase, por ejemplo, Philip Rieff, Rusell Jacoby, Richard Sennet y más reciente y notable,
Christopher Lasch, The Culture of Narcissism (New York: W. W. Norton, 1978), Haven in a
Heartless World: The Family Bessieged (New York: Basic Books, 1977) y «Life in the Therapeutic
State», New York Review of Books, XXVII, 10 (June 12, 1980), pp. 24-32.
atención, a esta materia.13 Es, como explico en el Capítulo 6, en la literatura
menos académica de ciencia ficción, donde pueden encontrarse los futuros más
interesantes acerca del control social.14
13
Obsérvese, por ejemplo, la ausencia total de delito y desviación en el libro básico de Bell: Daniel
Bell, The Coming of Post Industrial Society: A Venture in Social Forecasting (New York: Basic
Books, 1973). El único intento acometido en criminología para predecir el future del delito (pero no
su control) es Gresham Sykes, The Future of Crime (Washington DC: National Institute of Mental
Health, 1980).
14
Como señala Kumar en su excelente guía a las profecías de la teoría social clásica y del post
industrialismo contemporáneo: «Incluso el escritor más rutinario de ciencia ficción tiene más
imaginación y comprensión que la existente en los informes tecnocráticos de comisiones, plagados
de jerga, en los cientos de proyectos y previsiones sociales, las cuales tuve la obligación penosa
de leer». Krishan Kumar, Prophecy and Progress: The Sociology of Industrial and Post-Industrial
Society (Harmondsworth: Penguin, 1978), p. 7.
5
LOS PROFESIONALES
Los técnicos [ managers ] son el sector clave de la clase administrativa: dirigen los
batallones de psiquiatras, psicólogos, asistentes sociales, personal de
correcciones, investigadores y toda clase de grupos dependientes que hacen el
trabajo sucio del control y del remiendo. Controlan grandes presupuestos y
conceden mecenazgo a través de becas para la investigación, subvención de
proyectos, designación de comisiones, encuestas, estudios, grupos de trabajo. Y
el acceso último al saber y poder está controlado por los departamentos del
Gobierno que se ocupan del crimen y de los servicios sociales (el Department of
Justice o Health and Human Services en EEUU, y la Home Office o Department of
Health and Social Security en Gran Bretaña), a través de «centros directivos»
como la Law Enforcement Assistance Administration.
3
Alvin Gouldner, The Future of the Intellectuals and the Rise of New Class (London: Macmillan,
1979).
nueva clase es por consiguiente moralmente ambivalente, «encarnando el interés
colectivo, pero parcialmente y transitoriamente, en tanto que simultáneamente
cultivan sus propios intereses corporativos».4
Esto es aún más cierto para los profesionales de tratamiento y asistencia. Estos
grupos pueden variar en eficiencia, humanidad, compromiso y política, pero como
observa Sedgewick refiriéndose a los psiquiatras, su aumento no es correlativo a
un cambio en las relaciones de clase, modos de producción o sistemas políticos.
Lo que él denomina la «actitud médica» tiene como propia autonomía. Es un
4
Ibid, p. 8.
5
Véase Eliot Freidson, Professional Dominance (New York: 1970), y Magali S. Larson, The Rise of
Professionalism: A Sociological Analysis (Berkley: University of California Press, 1977).
6
Gouldner, The Future of the Intellectuals, p. 21.
( ) Las iniciales derivan de Architects, Planners, Enginneers. El juego de palabras reside en que
«Ape» significa asimismo mono, o mona de xxx. N de la T.
7
James Fynlayson, Urban Devastation: The Planning of Incarceration (Solydarity Pamphlet, sin
fecha).
«ejemplo particular de dominación del trabajo intelectual sobre el manual,
emprendido como parte de las condiciones de reproducción de cualquier
sociedad».8 Esta «actitud» no está libre de ideología, pero tampoco es una simple
forma de ideología.
Por ello, los profesionales en varios sistemas del Estado social, en la salud, en
la educación o en el control, no están directamente ni necesariamente, actuando
en beneficio del Estado. Como anota un observador en Gran Bretaña, a pesar de
que estos centros son utilizados para enfriar, neutralizar y esconder los problemas,
también
Es por estas dos razones —la autonomía particular de la ética profesional y los
valores contradictorios en profesiones como la asistencia social— que el ejercicio
real del poder en los niveles más interiores del sistema es tan anárquico e
imprevisible. No hay una base de conocimiento firme, ninguna tecnología, ni
incluso unos criterios comunes, de lo que constituye éxito o fracaso.
Adicionalmente, los profesionales inferiores están escasamente supervisados y
8
Peter Sedgewick, Psichopolitics (London: Pluto Press, 1982), p. 138.
9
Paul Willis, Learning to Labour (Westmead: Saxon house, 1977).
10
Véase Geoffrey Pearson, The Deviant Imagination: Psychiatry, Social Work and Social Change
(London: Macmillan, 1975).
pueden desviarse fácilmente de las normas institucionales (a favor o en contra de
sus clientes). Por consiguiente, en las últimas décadas, para tomar los ejemplos
mejor documentados, el negocio terapéutico en EEUU y el trabajo social en
Inglaterra ha sido propenso a toda suerte extraordinaria de modas y estilos. Una
cohorte está «metida» en la defensa de los clientes y los derechos civiles, la otra
descubre terapia radical y trabajo comunitario, pero la siguiente se encuentra
súbitamente atraída por la contratación de conductas. Por ello, tras la ideología de
«profesionalismo» se está utilizando la discreción en formas bastante casuales y
arbitrarias.
Al desventurado «cliente» todo esto le puede sonar más o menos igual. Quizá
no haga mucha diferencia a qué teoría se suscribe el trabajador, o en donde él o
ella cursaron estudios universitarios. Lo que importa es el denominador común de
todas las formas de poder profesional, esto es, el «ajuste técnico» que adjudica a
los profesionales unos conocimientos y técnicas que nadie más es capaz de
dominar. El crecimiento de la psiquiatría se ha convertido en un caso
paradigmático para entender el surgimiento, durante el pasado siglo, de varios
expertos en el control de la desviación, cada uno con su propia elaboración
ideológica y sistema de clasificación.11 El éxito de la psiquiatría fue su capacidad
de establecer un monopolio de sus servicios radical, formalizado legalmente, y su
pretensión de poseer un conocimiento esotérico, una técnica eficiente y el derecho
de tratar.
11
La historia inicial de la psiquiatría puede verse en Andrew Scull, Museums of Madness: Social
Organization of Insanity in 19th Century England (London: Alllen Lane, 1979), y más general, en
David Ingleby, «Mental Health and Social Order», en S. Cohen y A. Scull (eds.), Social Control and
the State: Comparative and Historical Essays (Oxford: Martin Robertson, 1983). Respect de la
profesión médica en general véase Eliot Freidson, Profession of Medicine (New York: Dodd Mead,
1970)
12
Sin embargo, Lasch, observa una paradoja interesante. Por un lado las profesiones asistenciales
han «sitiado» la familia y han conseguido que la gente corriente dependa más en ellos. Por el otro,
el triunfo último en lo terapéutico (el alojamiento más profundo en la mente púbica de formas de
La literatura sociológica relevante acerca de la medicina, psiquiatría y terapia
(llamada alguna vez la «red de la locura» o la «institución de la enfermedad
mental») es profusa e interesante. En contraste, las instituciones del control del
crimen han sido analizadas de forma más desigual. Se ha dedicado más atención
al extremo duro: la policía, los jueces, el personal de la cárcel y los varios centros
encargados del cumplimiento de las leyes y de la elaboración de política.
Sabemos muy poco de los profesionales en el extremo blando: todos los
consejeros, terapeutas y asistentes de los nuevos programas comunitarios, los
psicólogos clínicos, los evaluadores de programas y los que hacen la política en
los estratos más inferiores.
Los profesionales del control comunitarios caen entre y se sobreponen con las
instituciones del extremo duro del control del crimen y con la red de la locura. Es
incluso extremadamente difícil de estimar su número a grandes rasgos y sus
características formales.14 Una fuente de información son las estadísticas globales
de educación de la justicia penal que muestra una tendencia continua hacia
cualificaciones cada vez más formales y una mayor exigencia de requisitos.15 Sin
embargo, aún no está claro que parte de este aumento les corresponde a las
Cualesquiera que sean los datos que aporta esta información hay razones para
suponer que el control comunitario continuará su profesionalización por caminos
conocidos. Los nuevos centros (incluyendo los privados) están muy preocupados
con standards de referencia, objetivos y líneas de orientación profesional; se están
desarrollando nuevas sub-especialidades profesionales y se crean asociaciones
(por ejemplo, la National Intermediate Treatment Federation y la International
Halfway House Association); se exigen nuevas cualificaciones (para los
seguidores, para los delegados de servicios comunitarios, para los
administradores correccionales comunitarios). Y a medida que el mundo
académico intuye dónde se sitúa la acción, empiezan también a proliferar
conferencias, cursos y libros de texto.