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Cohen, S. (1988) Visiones del control social.

Delitos, castigos y
clasificaciones. Barcelona: Promociones y Publicaciones Universitarias.
Colección El sistema penal. Páginas 17-27 y 239-248.

Algo parecido a una definición

El término «control social» ha llegado a ser últimamente una especie de


concepto de Mickey Mouse (  ). En los textos de sociología aparece como un
término neutro, apto para abarcar todos los procesos sociales destinados a inducir
conformidad, desde la socialización infantil hasta la ejercitación pública. En la
teoría y retórica radicales, ha devenido un término negativo para cubrir no solo el
aparato coercitivo del Estado, sino también el supuesto elemento, oculto en toda
política social apoyada por el Estado, ya se llame esta salud, educación o
asistencia. Los historiadores y las ciencias políticas restringen el concepto a la
represión de la oposición política, en tanto que los sociólogos, psicólogos y
antropólogos, hablan de el invariablemente en términos no-políticos y más
amplios. En el lenguaje diario, este concepto no tiene ningún significado
claramente descifrable.

Todo ello crea algunos terribles embrollos. Los historiadores y sociólogos están
encerrados en un debate acerca de si la historia de las cárceles, hospitales
mentales y tribunales juveniles puede ser estudiada en el mismo marco que la
historia de la fábrica y el control de la resistencia de la clase obrera al Estado.1
Analistas de política social, dedican su tiempo a examinar si esta o aquella medida
del Estado es «verdaderamente» control social. 2 El interrogante que surge es si,
los profesores en las escuelas, los guardianes en las cárceles, los psiquiatras en
las clínicas, los trabajadores sociales en los organismos asistenciales, los padres
en las familias, los policías en las calles, los jefes en las fábricas, están ocupados
en última instancia, haciendo todos la «misma» cosa.

La respuesta a estas preguntas fascinantes es sin duda que «depende» —


depende de nuestra imagen de control social y de los objetivos de cualquier
definición. Mi objetivo es clasificar, afirmar y criticar algunos cambios actuales
(supuestos o reales) y comentar otros ejercicios similares. Este objetivo puede

(  ) Esta expresión se utiliza especialmente en EE.UU para indicar que una idea, un proyecto o un
concepto, son superficiales, imprecisos o absurdos. N de la T.
1
Diferentes versiones de este debate pueden verse en Stanley Cohen and Andrew Scull (eds.),
Social Control and the State: Comprative and Historical Essays (Oxford: Martin Robertson, 1983).
2
Véase Joan Higgins, «Social Control Theories of Social Policy» Journal of Social Policy, 9, 1
(January 1980).
conseguir delineando todas estas «materias de control social» a lo largo del libro,
más que proporcionando algún tipo de definición esencialista.

Mi interés se centra más respecto de las respuestas planificadas y programadas


a los comportamientos desviados esperados y realizados, que en las instituciones
generales de la sociedad que producen conformidad. Usaré el término de «control
social» por consiguiente, para abarcar materias más específicas que las
contenidas en el área sociológica-antropológica de todos los procesos sociales y
métodos, por lo que una sociedad asegura que sus miembros se comporten a las
expectativas. Estos normalmente incluyen internamiento, socialización, educación,
presión del grupo primario, opinión pública y similares, así como también las
operaciones de todas las agencias formales especializadas como la policía, la ley
y los otros poderes del Estado. Pero yo estoy interesado en algo un poco más
amplio y más general que el tema restringido de la criminología del aparato
correccional, formal y legal, del control del crimen oficial y de la delincuencia. Mi
objetivo son aquellas respuestas organizadas al crimen, delincuencia y formas
aliadas de desviación y/o comportamientos que son concebidos como
problemáticos socialmente, ya sean estas en sentido reactivo (después de que el
supuesto acto se ha ejecutado o el actor ha sido identificado) o en sentido
proactivo (para prevenir el acto). Estas respuestas pueden ser apoyadas
directamente por el Estado o por agentes profesionales más autónomos en el
campo del trabajo social o psiquiátrico. Sus objetivos pueden ser tan específicos
como castigo individual y tratamiento o tan difusos como «prevención del crimen»,
«seguridad pública» y «salud mental de la población».

Voy a hablar sobre «desviación», pero mi materia proviene fundamentalmente


del control del crimen y particularmente de los delitos corrientes y molientes [bread
and butter crime] de adultos y de jóvenes, más que de otros tipos tan importantes
como el crimen organizado, el político, el de cuello-blanco o estatal. Algunos
problemas son paralelos a los que se plantean en el control del abuso de drogas,
en la enfermedad, y en la desviación sexual, allí donde sean particularmente
relevantes me dedicaré a esta literatura. Otra forma de limitar mi objetivo es
concentrarme en determinadas sociedades, particularmente Estados de
«capitalismo liberal» como EE.UU., Canadá, Inglaterra y otras sociedades
europeas occidentales. Estas tienen sistemas de control social imbuidos en
políticas «asistenciales» e ideologías más o menos sofisticadas acerca del
«tratamiento». Estas son también las sociedades en las cuales estos programas
asistenciales e ideología, han sido objeto de numeroso escepticismo desde hace
aproximadamente una década.

Son estos virajes en estrategias y creencias los que me interesan. Este libro es
menos una descripción de como es el aparato social, que un intento de comprobar
visiones recientes, movimientos pretendidos o reales, y de predecir sus
implicaciones para un futuro: un sismógrafo sociológico para detectar fisuras,
grietas, terremotos, temblores y falsas alarmas. La noción de «cambios
correccionales» suministrada por los libros de texto centran su atención sobre
movimientos de este tipo:

1) Una transformación de los métodos utilizados para manejar a los


condenados (por ejemplo, el establecimiento del sistema penitenciario), 2) un
cambio en la severidad de los castigos que se imponen a los ofensores (por
ejemplo, un incremento en el promedio de tiempo que permanecen
confinados), 3) un cambio en la xxx o en la proporción de xxx que son
tratados con las diversas alternativas del sistema correccional (por ejemplo,
un incremento de la población carcelaria o destino de un mayor número de
convictos a programas de derivación [diversión] ( ), anteriores al juicio); y 4)
un cambio en las ideologías dominantes usadas para «explicar o dar sentido
a la existencia de delincuentes y a su involucración en el crimen. 3

Pero esta es una lista de cambios operativos —virajes que son demasiados
menores o demasiados efímeros como para preocupar demasiado al no-
especialista. Yo estoy más interesado en movimientos más dramáticos y
profundos, en los cambios fundamentales genuinos en contra de los esquemas
atrincherados del control social organizado, asociados con el nacimiento del
Estado moderno: los ataques a las cárceles y hospitales psiquiátricos, el desarrollo
de las formas alternativas de control comunitario, los intentos de superar todo el
sistema de justicia penal, el escepticismo acerca de la competencia profesional; el
desencanto con el ideal resocializador, el desarrollo de nuevas formas de
intervención y de ideologías que la justifican. Volveré a referirme a la naturaleza
ambigua y contradictoria de estos cambios.

Hay otras tendencias de control, de cambio y de estabilidad, que también


merecen atención: la forma, el contenido, y la administración de la ley penal; la
naturaleza de la ley civil y otras formas de regulación o de resolución de conflictos;
la organización y técnicas de la policía. Pero en estas materias o bien no las
menciono o solo lo hago de pasada. Me concentro menos en el descubrimiento,
aprehensión, o procedimiento judicial que en su «despliegue», esto es, los
caminos institucionales hacia los que se dirigirá la población que será, o que ya

(  ) Diversión es una política penal desarrollada en EE.UU. por la que se pretende evitar que
delincuentes, generalmente juveniles o acusados de ofensas menores, entren en contacto o se
adentren en los intersticios del sistema penal. Puede expresarse asimismo con los términos
Distracción o Desviación del sistema penal. Al ser ambos susceptibles de confusión s ha preferido
utilizar el concepto de Derivación. N de la T.
3
Neal Shover, A Sociology of American Corrections (Homewood, Ill.: Jersey Press, 1979), p. 36.
está definida, como desviada. Es aquí, particularmente en la iconografía de la
cárcel contra la comunidad, donde las visiones, reivindicaciones y cambios han
sido más dramáticos. En resumen, este es un libro acerca de las clasificaciones y
los castigos.

La conexión sociológica

Ahora es el momento adecuado para la obligada sección auto-complaciente,


acerca de lo irrelevante, equivocada o simplemente absurda que resulta toda la
literatura existente en esta área.

Verdaderamente, la literatura existente acerca del control social probablemente


es un poco más irrelevante, equivocada o absurda de los que pueda ser la
existente en otras áreas de la sociología. Las razones académicas, de sociología-
del-conocimiento, para explicar este fenómeno se basan en el argumento bien
conocido acerca de la separación de la criminología y la sociología de la
desviación del curso principal de las preocupaciones sociológicas. 4 Ello no fue
siempre así. En el pensamiento social clásico del siglo XIX, el concepto de control
social era casi el centro de toda la discusión.5 El gran problema de orden social
era como conseguir un grado de organización y regulación, coherente con ciertos
principios morales y políticos (por ejemplo, «democracia» o «derechos civiles») y
sin un excesivo grado de puro control coercitivo.

En el siglo XX, particularmente en la sociología americana, esta conexión


orgánica entre control social y el estudio del Estado se fue debilitando
progresivamente. El concepto perdió su acento político, convirtiéndose en menos
estructural y más psicológico-social. Esto es, se preocupó más de los «procesos»
(un concepto clave), por lo cual se inducía al individuo a convertirse en un
participante más o menos voluntario en el orden social. El individuo era visto como
un actor que aprende «papeles», internaliza reglas, roles, o bien era arrastrado o
empujado de nuevo al sitio que le correspondía, por algo que se designaba
vagamente como control «oficial» o «formal». Este era el modelo reactivo,
«trampolín», de control social.6 Normalmente las cosas se desarrollaban
suavemente («consenso»), pero de vez en cuando el escenario se derrumbaba,

4
La mejor guía teorica sigue siendo David Matza, Becoming Deviant (Englewood Cliffs, NJ:
Prentice Hall, 1968): la historia de Gran Bretaña fue explicada en Stanley Cohen, «Criminology and
the Sociology of Deviance in Britain: A recent History and Current Report», en P. Rock and M.
McIntosh (eds.), Deviance and Social Control (London: Tavistock, 1974), pp. 1-40.
5
Véase la introducción a Cohen and Scull, Social Control and the State y Morris Janowitz,
«Sociological Theory and Social Control», American Journal of Sociology, 81, 1 (1975), pp. 82-108
6
Gary T. Marx, «Ironies of Social Control», Social Problems, 28, 8 (February 1981), pp. 221-66
los actores se separaban del texto escrito y retaban al director. Entonces se
requería control social para ordenar las cosas de nuevo.

La crisis social y sociológica de los años sesenta cambiaron este panorama.


Opresión, represión y supresión se convirtieron en las propiedades normales de la
sociedad. El consenso, o bien no existía, o se mantenía precariamente gracias a
sistemas de control social astutamente disfrazados. El individuo no podía casi ni
respirar, y desde luego no «internalizar». La lucha era para sobrevivir en el
ombligo de este monstruo, el Estado. Y todos los antiguos «desviados» —los
chiflados, los inmorales, y los pervertidos de los libros de texto de criminología—
podían finalmente salir de su encierro, a la luz del día de la sociología. Se les
recompensaba ahora con los roles dirigentes en el drama re-escrito de la realidad
social, como ejemplos (primero como víctimas y perdedores, luego como rebeles y
héroes) de la lucha contra el control social.

Lentamente surgieron también los «nuevos» sociólogos de la desviación, y


algunos años más tarde, los «nuevos» criminólogos. Dejando a los desviados
encerrados en armarios con sus guardianes y curadores, proclamaron su
independencia respecto de los intereses «correccionales». Su proyecto era
distanciarse de la máquina —no hacerla más eficiente, ni siquiera humanizarla—,
cuestionar y desmitificar su legitimidad moral. Los teóricos del etiquetamiento y
sus posteriores, endurecidos, sucesores (criminólogos marxistas o radicales),
empujaron la noción de control social al centro el estadio. No era solo una
máquina reactiva, reparadora, para cuando fallasen el resto de mecanismos, sino
una fuerza activa, omnipresente, casi mística, que configuraba al propio delito y a
la desviación. El control conduce a la desviación, era el catecismo, no la
desviación al control. La ley y todos los otros sistemas de control, estaban
íntimamente unidos en todo este asunto de mantener el orden social, la disciplina
y la regulación.

Incluso, conjuntamente con estas tendencias académicas, movimientos sociales


más amplios, cuyos defectos e ideologías examinaré con más detenimiento,
empezaron a registrar los mismos cambios. Los propios agentes de control social
—los profesionales que hacían funcionar la maquinaria— empezaron un escrutinio
de sus propios roles. Sucesivas olas de antipsiquiatras, asistentes sociales
radicales, partidarios de la desmedicalización, de la desescolarización, y de la
deslegalización, empezaron a nutrir y a nutrirse de estas re-evaluaciones
académicas de control social.7 Con diversos grados de dedicación, credibilidad y

7
Una guía útil de todos esos cambios es Geoffrey Pearson, The Deviant Imagination: Psychiatry,
Social Work and Social Change (London: Macmillan, 1975). Respecto de una asistencia social
radical véase particularmente Jeffry Galper, Social Work Practice: A Radical Perspective
(Englewood Cliffs, N.J.: Prentice-Hall, 1980).
éxito, prestaron su apoyo a movimientos destinados a cambiar, reformar o
(sorprendentemente) incluso abolir los propios centros e instituciones en las que
trabajaban.

Todos estos movimientos —ya sean en el área genera de la sociología, en


campos especializados como la criminología, o en el propio aparato de control—
contribuyeron a una masiva reordenación teórica y política de la materia. Pero (del
mismo modo como sucedió con los supuestos cambios del propio aparato) estos
virajes cognitivos han resultado ser menos claros de lo que parecieron a primera
vista. Muchos han sido falsas alarmas o temblores que se han registrado solo
ligeramente en los mundos de la teoría y de la práctica. Esto significa —y aquí
viene la crítica a la literatura— que la sociología de la desviación, permanece
mucho más atrasada de lo que todas estas disquisiciones teóricas dejan entrever.

Por ello, a pesar de la tarea de desmitificación radical, el estudio del control social
muestra una gran brecha entre lo que nuestro sentido privado nos indica que está
Este terreno particular está repleto de premoniciones del estilo de Nineteen-
Eighty- Four, Clockwork Orange y Brave New World (  ), sobre el desarrollo de
nuevas tecnologías de control de la mente, de oscuros presagios acerca de la
incesante intrusión del Estado en las vidas privadas y familiares, de un malestar
general que releja que un mayor número de acciones y pensamientos están bajo
vigilancia y sujetos a clasificación y manipulación. El control social se ha
convertido en un terreno kafkiano, un paisaje paranoico en que se nos hacen
cosas, sin que sepamos que se realizan, cuándo, por qué y por quién. Vivimos en
el exterior de la «máquina blanda» de Burroughs, una existencia mayormente
paradójica porque aquellos que nos controlan parecen tener la mejor de las
intenciones. Suspendiendo cualquier juicio crítico, aceptamos prestamente —casi
con placer masoquista— la idea de que 1984 ha llegado literalmente.

La literatura profesional sin embargo, revela pocas de estas pesadillas y


proyectos de ciencia ficción. Los libros de texto —estos depósitos de saber
popular referidos a una disciplina— aún utilizan un lenguaje antiguo y afable de
control social: como las normas se internalizan, como se consigue el consenso,
como evoluciona el control social de sociedades pre-industriales a industriales.
Evidentemente las teorías marxistas confrontan el concepto de una forma más
crítica. Pero pocas veces en estas abstracciones potentes y barrocas acerca de
los aparatos estatales «ideológicos» y «represivos», se nos da una idea concreta
de lo que está sucediendo en el aparato. Aprendemos poco de las

(  ) Se refiere respectivamente a los libros 1984 de George Orwell, La Naranja Mecánica de


Anthony Burgess, y Un Mundo Feliz de Aldous Huxley. N de T.
«transacciones» y «usurpaciones» desarrolladas en el interior de estas «oficinas»
de Kafka.

Para entender donde está llegando el aparato de control social, la literatura


especializada es asombrosamente escasa ayuda. Tómese como ejemplo el área
donde teóricamente se está produciendo el cambio más formidable e irreversible
—la sustitución de las instituciones segregadoras cerradas por algún tipo de
control comunitario «abierto». La mayoría de los estudios criminológicos referidos
a ello son de un nivel uniformemente bajo. Caen dentro de tres categorías:

a) evangélicos, en los que se nos dice que este o aquel programa ha


batido marcas en la reducción de la reincidencia, en involucrar a la
comunidad o en lo que sea (y que se necesita más investigación para
confirmar este resultado;

b) embrollados, en los que bajo el título de «evaluación» se re-ordenan


casualmente palabras como procesos de control de grupo, reacción,
inputs, diagramas, objetivos, pretensiones (y se solicita más
investigación); y

c) nihilistas, en los que se muestra que después de todo nada funciona,


que todo tiene el mismo coste (y que probablemente se necesita más
investigación).

Poco de esto ayuda a entender lo que subyace, y se requiere una lectura


entrelineas para entender de qué van estos proyectos y programas.

Hay por supuesto algunas excepciones notables a esta colección


ensombrecedora. En concreto hay varias escuelas de historia revisionista acerca
de los orígenes de los sistemas e instituciones de control en el siglo XVIII y XIX.
Esto se examina en el Capítulo 1. Incluye la historia pionera de Rothman de los
orígenes del asilo en la América de comienzos del siglo XIX, y desde la tradición
intelectual diferente, la extraordinaria «arqueología» de Foucault de los sistemas
de control de la desviación.8 Tenemos en estos textos finalmente un vocabulario
con el que aprehender cambios más recientes. Estos trabajos, han sido ya
aplicados a sucesos contemporáneos, por ejemplo en los escritos de Scull acerca
de la «descarcelación»,9 o los seguidores de Foucault en trabajos acerca de

8
En este libro me he concentrado en Discipline and Punish, que es el tercero de la trilogía de
Foulcault (a continuación de Madness and Society y The Birth of the Clinic) donde traza a ideología
de las instituciones de control (manicomios, hospitales, cárceles) y de las ciencias humanas con las
que están simbólicamente unidas (psiquiatría, medicina clínica, criminología y penología).
9
Andrew T. Scull, Decarcelation, Community Treatment and the Deviant —A Radical View
(Englewood Hills, NJ: Prentice Hall, 1977).
«regulación de familias» y «sociedad psiquiátrica avanzada».10 Menos penetrantes
teóricamente, pero igualmente estimulantes a nivel polémico, están las diversas
formulaciones acerca del «Estado terapéutico», «despotismo psiquiátrico»,
«sociedad psicologizada» y «control de la mente».11 Obsérvese sin embargo que
estos trabajos y otros relacionados que plantean una crítica social ambiciosa, 12
tienden a concentrarse curiosamente en la psiquiatría —la forma menos visible de
control social y (discutiblemente) la menos apropiada para ser concebida sólo
como control social.

Las formas de control más obvias, de cada día —policía, cárceles, tribunales—
han sido meno elegidas para este tipo de escrutinio teórico sofisticado. No hay
duda de que no son materias tan glamorosas y románticas para la crítica social.
Hay más entretenimiento (y kilometraje teórico) en estudiar las modas de la teoría
psicoanalítica, los encuentros desinhibidos de grupos, los chillidos primarios y el
entrenamiento sensorial, que en el recorrido de los pasillos de los reformatorios
juveniles. Hay por supuestos, estadísticas útiles y buenas etnografías de estas
agencias de control más mundanas —departamentos de policía, tribunales
juveniles, cárceles, programas de prevención del delito— pero estos estudios
tienden a ser fragmentados y abstractos. Necesitan una ubicación histórica
(¿Cómo llegaron hasta allí?), un espacio físico (la ciudad, el vecindario) y
fundamentalmente, un espacio social (el conjunto de otras instituciones como la
escuela, la familia, los servicio sociales o asistenciales más amplios, los intereses
profesionales y burocráticos).

Hay aún otro espacio donde quiero ubicar el control social: el futuro. Desde la
teoría social clásica del siglo XIX en adelante, la especulación acerca del futuro
siempre ha estado presente en la agenda sociológica, ya sea en las teorías
positivistas acerca de la evolución y el progreso, en los grandes ciclos de la
historia del mundo, o más recientemente en visiones más pesimistas y
apocalípticas del futuro. El interés en la predicción se ha revitalizado en la
literatura de la sociedad postindustrial, futurista y de pronósticos sociales. No
obstante, a pesar de la sensibilidad pública, de ver el problema del crimen como
un indicador de «a donde iremos a parar», esta literatura no presta prácticamente

10
Jacques Donzelot, The Policing of Families (New York: Pantheon, 1979); Robert Castel et al.,
The Psyquiatric Society (New York: Columbia University Press, 1981).
11
Nicholas Kittrie, The Right to the Different (Baltimore: John Hopkins Press, 1971); Thomas
Szasz, The Manufacture of Madness (New York: Dell, 1970); Martin L. Gross, The Psycohological
Society (New York: Simon and Schuster, 1978); Peter Schrang, Mind Control (London: Marion
Boyers, 1980).
12
Véase, por ejemplo, Philip Rieff, Rusell Jacoby, Richard Sennet y más reciente y notable,
Christopher Lasch, The Culture of Narcissism (New York: W. W. Norton, 1978), Haven in a
Heartless World: The Family Bessieged (New York: Basic Books, 1977) y «Life in the Therapeutic
State», New York Review of Books, XXVII, 10 (June 12, 1980), pp. 24-32.
atención, a esta materia.13 Es, como explico en el Capítulo 6, en la literatura
menos académica de ciencia ficción, donde pueden encontrarse los futuros más
interesantes acerca del control social.14

13
Obsérvese, por ejemplo, la ausencia total de delito y desviación en el libro básico de Bell: Daniel
Bell, The Coming of Post Industrial Society: A Venture in Social Forecasting (New York: Basic
Books, 1973). El único intento acometido en criminología para predecir el future del delito (pero no
su control) es Gresham Sykes, The Future of Crime (Washington DC: National Institute of Mental
Health, 1980).
14
Como señala Kumar en su excelente guía a las profecías de la teoría social clásica y del post
industrialismo contemporáneo: «Incluso el escritor más rutinario de ciencia ficción tiene más
imaginación y comprensión que la existente en los informes tecnocráticos de comisiones, plagados
de jerga, en los cientos de proyectos y previsiones sociales, las cuales tuve la obligación penosa
de leer». Krishan Kumar, Prophecy and Progress: The Sociology of Industrial and Post-Industrial
Society (Harmondsworth: Penguin, 1978), p. 7.
5

LOS PROFESIONALES

La profesionalización del control de la desviación que empezó a mediados del


siglo XIX es una historia de continua expansión y diversificación. No han existido
rupturas reales, pausas o cambios dramáticos. Esto es cierto a pesar de los logros
reales de los movimientos destructuradores de los años sesenta, dirigidos a la
debilitación o superación del poder profesional: desprofesionalización,
desmedicalización, deslegalización, antipsiquiatría, auto-ayuda de los clientes.
Estos movimientos crearon y sostuvieron ciertos enclaves de ayuda y cuidado, por
ejemplo, centros de Asistencia a Mujeres Violadas, clínicas donde se realiza
tratamiento sin recurrir a drogas, grupos de asesoramiento a los homosexuales
que se las apañaron para continuar funcionando sin dominación profesional. E
igualmente importante, crearon una conciencia escéptica acerca de las grandiosas
pretensiones profesionales de omnipotencia y omnisciencia.

Pero no se produjo ninguna destructuración global. Muchos movimientos de


reforma fueron cooptados; a otros se les permitió que situaran sus enclaves en el
exterior (más que en vez) del control profesional o —más frecuentemente— se les
ignoró. En cada parte del sistema de control de la desviación, el control profesional
es hoy más fuerte de lo que era hace veinte años.

Este capítulo no está directamente dirigido a estas cuestiones de éxito y


fracaso. Más bien vuelve al modelo de «intereses profesionales» identificado en el
capítulo 3 y se pregunta qué depósitos de poder deja detrás el profesionalismo.
Sugiero algunos rasgos de los profesiones del cuidado-y-control y de sus
auxiliares académicos —su base de poder, sus métodos distintivos de trabajo, su
lenguaje preferido y las formas como se justifican— que quizá proporcionen una
explicación de cómo crecen los sistemas de control.

¿Parte de una «Nueva Clase»?

El debate acerca del rol distintivo y la posición de clase de los profesionales


forma parte de la literatura standard que versa sobre las estructuras sociales
contemporáneas, ya sea el marco de referencia de una sociedad post-industrial o
de capitalismo avanzado.
Los teóricos de la sociedad post-industrial sugieren que el saber teórico es el
principio social de la nueva sociedad.1 Los urbanistas, los tecnócratas, los
investigadores, los científicos, los pronosticadores, los teóricos del sistema y los
expertos en ordenadores han reemplazado a los antiguos industriales y
empresarios. Las universidades, los centros de investigación y las escuelas de
profesionales se han convertido en las estructuras axiales de la nueva sociedad,
desbancando a las clásicas empresas comerciales. Esta es la «sociedad del
saber» y el conocimiento sistemático profesional, es su fuente principal.
Simultáneamente se ha convertido en una «sociedad de servicios personales»: se
entrega más potencial económico a los servicios humanos y más poder a los
grupos crecientes de profesionales de asistencia, asesoramiento, terapéuticos o
de servicios.

Ambas clasificaciones —la «sociedad del saber» y la «sociedad de servicios


personales»— han sido objeto de intentos debates. Muchos dudan acerca de si
las «clases del saber» son capaces de tener el grado de poder, iniciativa o control
(incluso en el sector asistencial) que la tesis post-industrial les atribuye. Ni la
explosión de conocimiento científico y su mayor participación en la repartición del
producto nacional, ni el crecimiento del sector de servicios, prueba demasiado
acerca del poder autónomo de estos grupos. De todos modos, a nivel laboral, gran
parte de la expansión de los profesionales se ha producido en los puestos más
bajos de la escala del status: maestros, asistentes sociales, consejeros, semi-
profesionales variados. Estos grupos son empleados dependientes de burocracias
públicas y a pesar de sus pretensiones o aspiraciones, tienen poco poder para
determinar las decisiones políticas fundamentales.

Si llegamos a este debate no desde la dirección post-industrial, sino desde las


formulaciones neo-marxistas acerca de la sociedad del capitalismo avanzado, el
acento se sitúa en cómo los arreglos estructurales han generado una nueva y
distintiva clase media. Es la clase profesional técnica [ Professional Managerial
Class ] (PMC): trabajadores intelectuales asalariados que no poseen los medios
de producción y cuya función mayor en la división del trabajo es (en términos
marxistas) la reproducción de la cultura capitalista y de las relaciones de clases. 2
Existe bastante desacuerdo en la literatura para determinar exactamente qué rol
juega este grupo en relación al Estado. Y del mismo modo que las formulaciones
de la «sociedad del saber» conceden demasiado poder a este grupo, también
algunas explicaciones marxistas exageran la total sumisión de los PMC a los
imperativos económicos.
1
Un resumen útil de la literatura respecto de las sociedades post-industriales puede verse en
Krishan Kumar, Prophecy and Progress: The Sociology of Industrial and Post-Industrial Society
(Harmondsworth: Penguin, 1978).
2
Pat Walker (ed.), Between Labour and Capital (Boston: South End Press, 1979).
En las teorías marxistas de control social, los profesionales de tratamiento y
asistencia tienden a ser vistos simplemente como parte del Estados administrativo
surgiente. Este es un sistema que acentúa la racionalidad, la expertización, el
conocimiento y la solución de problemas como vías para conseguir una creciente
participación del Estado en el proceso de acumulación y también para desviar la
participación democrática (cooptando movimientos radicales, como las reformas
destructuradoras). Los profesionales en los sistemas como la salud mental, control
de crimen o asistencia, están atrapados por un conjunto e intereses burocráticos y
corporativistas. Son «burócratas intelectuales» —una nueva clase cuyos intereses
van desde las universidades, fundaciones, asociaciones profesionales,
corporaciones legales, compañías farmacéuticas, manufacturas de tecnología del
crimen y burocracias del gobierno central o local.

Los técnicos [ managers ] son el sector clave de la clase administrativa: dirigen los
batallones de psiquiatras, psicólogos, asistentes sociales, personal de
correcciones, investigadores y toda clase de grupos dependientes que hacen el
trabajo sucio del control y del remiendo. Controlan grandes presupuestos y
conceden mecenazgo a través de becas para la investigación, subvención de
proyectos, designación de comisiones, encuestas, estudios, grupos de trabajo. Y
el acceso último al saber y poder está controlado por los departamentos del
Gobierno que se ocupan del crimen y de los servicios sociales (el Department of
Justice o Health and Human Services en EEUU, y la Home Office o Department of
Health and Social Security en Gran Bretaña), a través de «centros directivos»
como la Law Enforcement Assistance Administration.

Esta perspectiva hace bien en recordarnos que las profesiones asistenciales y


de control de bajo nivel son efectivamente parte de unos sistemas administrativos
y ejecutivos más amplios. Pero debemos tener cuidado de no verlos sólo como
«instrumentos del Estado». Para Gouldner, en sus estimulantes tesis de una
nueva clase, los intelectuales y la intelligentsia técnica (y particularmente sus
sectores «humanísticos») tienen una relación «moralmente ambigua» con el
Estado.3 No son los tecnócratas benignos y dominantes de los teóricos post-
industriales (o de los progresistas), pero tampoco son una clase explotadora,
aliados de la antigua clase o cínicos siervos corruptos del poder. Son elitistas y
auto-interesados, usan sus conocimientos para defender sus propios intereses,
pero tienen un poco de autonomía funcional respecto de las antiguas elites y de
las instituciones establecidas. Adicionalmente tienen acceso al «CCD» —la
Cultura del Discurso Crítico [ Culture of Critical Discourse ]— un estilo particular de
hablar y pensar que potencialmente contribuye a la alienación y radicalismo. La

3
Alvin Gouldner, The Future of the Intellectuals and the Rise of New Class (London: Macmillan,
1979).
nueva clase es por consiguiente moralmente ambivalente, «encarnando el interés
colectivo, pero parcialmente y transitoriamente, en tanto que simultáneamente
cultivan sus propios intereses corporativos».4

La noción de «intereses corporativos» nos conduce al núcleo del modelo


profesional. Cualquiera que sea su radicalismo cognitivo o posición de clase
ambivalente, los profesionales y expertos continúan aumentando su alcance
monopolista y su habilidad para hacer que la gente dependa de ellos —en la
salud, educación, asistencia, estilo de vida, familia, política, control de desviación.
Para conectar este aumento con el propio sistema de control, debemos entender
la naturaleza complicada de las ventajas e intereses corporativos. La dominación
profesional es el proceso por el cual determinados grupos profesionales pretenden
ganar y mantener el control sobre su trabajo: 5 protegiendo su «capital cultural» (el
saber técnico que no se posee ni por riqueza ni por sentido común), levantando
barreras económicas y de status, controlando sus condiciones de trabajo. Este
proceso no es ni exclusivamente instrumental ni totalmente dedicado: «La cultura
de la Nueva Clase profesional no es ni una caricatura del profesional devoto
sacrificándose desinteresadamente en beneficio de su cliente, ni el estereotipo de
elite vendible que prostituye sus conocimientos por dinero».6

Incluso estos grupos profesionales más cercanos al centro económico del


Estado como los arquitectos, los urbanistas y los ingenieros («APEs» (  ) como
los llama Finlayson)7 no son los esclavos que eran en las sociedades iniciales, ni
los siervos-manuales de la Edad Media, ni incluso los miembros adinerados de la
clase media urbana que eran en el siglo XIX. Su experiencia y tecnocracia puede
ser usada en su propio beneficio —evitando a clientes, oficiales, burócratas y
políticos. A diferencia de la burguesía autocrática victoriana, los APEs se han visto
expuestos a algunos valores y experiencias extrañas, no siempre en consonancia
con la ideología dominante.

Esto es aún más cierto para los profesionales de tratamiento y asistencia. Estos
grupos pueden variar en eficiencia, humanidad, compromiso y política, pero como
observa Sedgewick refiriéndose a los psiquiatras, su aumento no es correlativo a
un cambio en las relaciones de clase, modos de producción o sistemas políticos.
Lo que él denomina la «actitud médica» tiene como propia autonomía. Es un

4
Ibid, p. 8.
5
Véase Eliot Freidson, Professional Dominance (New York: 1970), y Magali S. Larson, The Rise of
Professionalism: A Sociological Analysis (Berkley: University of California Press, 1977).
6
Gouldner, The Future of the Intellectuals, p. 21.
(  ) Las iniciales derivan de Architects, Planners, Enginneers. El juego de palabras reside en que
«Ape» significa asimismo mono, o mona de xxx. N de la T.
7
James Fynlayson, Urban Devastation: The Planning of Incarceration (Solydarity Pamphlet, sin
fecha).
«ejemplo particular de dominación del trabajo intelectual sobre el manual,
emprendido como parte de las condiciones de reproducción de cualquier
sociedad».8 Esta «actitud» no está libre de ideología, pero tampoco es una simple
forma de ideología.

Por ello, los profesionales en varios sistemas del Estado social, en la salud, en
la educación o en el control, no están directamente ni necesariamente, actuando
en beneficio del Estado. Como anota un observador en Gran Bretaña, a pesar de
que estos centros son utilizados para enfriar, neutralizar y esconder los problemas,
también

mantienen espacios y oposiciones potenciales, mantienen vivos algunos


asuntos y algunas espinas que el capitalismo prefiere olvidar. Su personal
no son de ningún modo simples siervos del capitalismo. Resuelven,
confunden o posponen sus problemas a corto plazo, debido
frecuentemente a su compromiso con objetivos profesionales, que son
finalmente y paradójicamente, independientes de las necesidades
funcionales del capitalismo.9

Además de su insistencia en los objetivos profesionales, estos trabajadores


quizá sean también portadores no exactamente de lo que Gouldner llamó una
«nueva conciencia», pero si de los mismos valores contra-culturales radicales que
fueron utilizados para atacarlos en los años sesenta. Los ataques más enérgicos
al profesionalismo provenían de los profesionales. Ningún empleado de una
asociación de caridad obrera del siglo XIX se hubiese unido con los ocupantes de
casa [ squats ], con una organización radical de arrendatarios, una asociación de
vecinos o un meeting de liberación gay. Estos grupos viven y trabajaban con toda
suerte de contradicciones, entre su radicalismo social y sus demandas labores
cotidianas. Pueden incluso disociarse, por ejemplo, de los mismo estilos de vida y
valores de los cuales (como «agentes de control social») deben persuadir a sus
clientes que se conformen.10

Es por estas dos razones —la autonomía particular de la ética profesional y los
valores contradictorios en profesiones como la asistencia social— que el ejercicio
real del poder en los niveles más interiores del sistema es tan anárquico e
imprevisible. No hay una base de conocimiento firme, ninguna tecnología, ni
incluso unos criterios comunes, de lo que constituye éxito o fracaso.
Adicionalmente, los profesionales inferiores están escasamente supervisados y

8
Peter Sedgewick, Psichopolitics (London: Pluto Press, 1982), p. 138.
9
Paul Willis, Learning to Labour (Westmead: Saxon house, 1977).
10
Véase Geoffrey Pearson, The Deviant Imagination: Psychiatry, Social Work and Social Change
(London: Macmillan, 1975).
pueden desviarse fácilmente de las normas institucionales (a favor o en contra de
sus clientes). Por consiguiente, en las últimas décadas, para tomar los ejemplos
mejor documentados, el negocio terapéutico en EEUU y el trabajo social en
Inglaterra ha sido propenso a toda suerte extraordinaria de modas y estilos. Una
cohorte está «metida» en la defensa de los clientes y los derechos civiles, la otra
descubre terapia radical y trabajo comunitario, pero la siguiente se encuentra
súbitamente atraída por la contratación de conductas. Por ello, tras la ideología de
«profesionalismo» se está utilizando la discreción en formas bastante casuales y
arbitrarias.

Al desventurado «cliente» todo esto le puede sonar más o menos igual. Quizá
no haga mucha diferencia a qué teoría se suscribe el trabajador, o en donde él o
ella cursaron estudios universitarios. Lo que importa es el denominador común de
todas las formas de poder profesional, esto es, el «ajuste técnico» que adjudica a
los profesionales unos conocimientos y técnicas que nadie más es capaz de
dominar. El crecimiento de la psiquiatría se ha convertido en un caso
paradigmático para entender el surgimiento, durante el pasado siglo, de varios
expertos en el control de la desviación, cada uno con su propia elaboración
ideológica y sistema de clasificación.11 El éxito de la psiquiatría fue su capacidad
de establecer un monopolio de sus servicios radical, formalizado legalmente, y su
pretensión de poseer un conocimiento esotérico, una técnica eficiente y el derecho
de tratar.

Todas las extensiones subsiguientes del poder y privilegios profesionales


derivan de este monopolio —una formación más intensa; especializaciones más y
más reinadas (consejeros matrimoniales, terapeutas sexólogos, suicidólogos);
fortalecimiento de las asociaciones profesionales (certificados, credenciales y
graduaciones de rango más sutiles). Con su base institucional en el asilo, sus
poderosas analogías con la medicina física y preventiva, y con sus pretensiones
de conocimiento y técnicas, los psiquiatras han sido capaces de conquistar más y
más áreas de la vida social. Se afirma la apoteosis del «surgimiento de lo
terapéutico» con el reemplazo definitivo de las antiguas categorías morales del
bien y del mal por la nueva ética de sanos y enfermos.12

11
La historia inicial de la psiquiatría puede verse en Andrew Scull, Museums of Madness: Social
Organization of Insanity in 19th Century England (London: Alllen Lane, 1979), y más general, en
David Ingleby, «Mental Health and Social Order», en S. Cohen y A. Scull (eds.), Social Control and
the State: Comparative and Historical Essays (Oxford: Martin Robertson, 1983). Respect de la
profesión médica en general véase Eliot Freidson, Profession of Medicine (New York: Dodd Mead,
1970)
12
Sin embargo, Lasch, observa una paradoja interesante. Por un lado las profesiones asistenciales
han «sitiado» la familia y han conseguido que la gente corriente dependa más en ellos. Por el otro,
el triunfo último en lo terapéutico (el alojamiento más profundo en la mente púbica de formas de
La literatura sociológica relevante acerca de la medicina, psiquiatría y terapia
(llamada alguna vez la «red de la locura» o la «institución de la enfermedad
mental») es profusa e interesante. En contraste, las instituciones del control del
crimen han sido analizadas de forma más desigual. Se ha dedicado más atención
al extremo duro: la policía, los jueces, el personal de la cárcel y los varios centros
encargados del cumplimiento de las leyes y de la elaboración de política.
Sabemos muy poco de los profesionales en el extremo blando: todos los
consejeros, terapeutas y asistentes de los nuevos programas comunitarios, los
psicólogos clínicos, los evaluadores de programas y los que hacen la política en
los estratos más inferiores.

La mejor formación debe basarse en este caso en áreas sobrepuestas con el


tema de la enfermedad mental. La historia, en este caso, explica cómo un grupo
marginal se convirtió en el transcurso de una generación, en una industria masiva
que emplea a medio millón de personas de EEUU.13 Este número incluye
trabajadores en las clínicas, hospitales, centros de salud mental, centros de
acogida, casas a medio camino, centros de tratamiento de alcohólicos y de
drogadictos, etc., y excluye a psiquiatras, psicólogos y asistentes sociales que
trabajan en la práctica privada.

Los profesionales del control comunitarios caen entre y se sobreponen con las
instituciones del extremo duro del control del crimen y con la red de la locura. Es
incluso extremadamente difícil de estimar su número a grandes rasgos y sus
características formales.14 Una fuente de información son las estadísticas globales
de educación de la justicia penal que muestra una tendencia continua hacia
cualificaciones cada vez más formales y una mayor exigencia de requisitos.15 Sin
embargo, aún no está claro que parte de este aumento les corresponde a las

pensar terapéuticas) quizás haya debilitado el monopolio especial y el poder de a profesión


psiquiátrica. Véase Christopher Lasch, Haven in a Heartless World: The Family Bessieged (New
York: Basic Books, 1977).
13
Véase Robert Castel et al., The Psyquiatric Society (New York: Columbia University Press,
1982), y Peter Schrag, Mind Control (London: Marion Boyars, 1980).
14
Pero véase las fuentes estadísticas citadas en el capítulo 2 respecto de los datos en: (a) el
crecimiento global de los gastos del sistema de justicia penal y del personal; (b) el aumento
particular del sector correccional (en EEUU, en 1977 esto era el 45% de los presupuestos de
justicia del Estado, una subida del 15% respecto al año anterior), que es superior al aumento de
internos; y (c) la expansión de la comunidad y de los sectores privados, especialmente bajo
autoridad psiquiátrica o asistencial.
15
En EEUU, esta expansión fue más evidente a inicios de los años sesenta cuando los
presupuestos federales crecientes del control del crimen empezaron a suministrar dinero a LEEP
(la Law Enforcement Education Programme bajo LEAA). Desde 1969-76, un total de 234,7 millones
de dólares de los fondos de la LEAA fueron concedidos a más de 1000 Institutos y Universidades.
Un personal estimado de 290.000 fueron de nuevo al colegio al amparo de estos programas. Hacia
1974/5 un 75% de los solicitantes de un empleo como oficial de correcciones en la Federal Bureau
of Prisons tenían título universitario. Véase Neal Shover, A Sociology of American Corrections
(Homewood III.: Dorsey Press, 1979), capítulo 6.
profesiones de control comunitario. Algunos son personas de custodia o
terapeutas desplazados de las instituciones cerradas, otros vienen del campo de
la asistencia más tradicional, con experiencia en el trabajo terapéutico o social. El
grupo de estudiantes licenciados en artes y ciencias sociales desempleados, ha
sido una fuente importante de reclutamiento desde inicios de los años setenta.
Carecemos, sin embargo, de información básica acerca de los antecedentes
característicos de estos grupos, o de los efectos de cambios tan importantes como
la privatización de ciertas formas de control social.

Cualesquiera que sean los datos que aporta esta información hay razones para
suponer que el control comunitario continuará su profesionalización por caminos
conocidos. Los nuevos centros (incluyendo los privados) están muy preocupados
con standards de referencia, objetivos y líneas de orientación profesional; se están
desarrollando nuevas sub-especialidades profesionales y se crean asociaciones
(por ejemplo, la National Intermediate Treatment Federation y la International
Halfway House Association); se exigen nuevas cualificaciones (para los
seguidores, para los delegados de servicios comunitarios, para los
administradores correccionales comunitarios). Y a medida que el mundo
académico intuye dónde se sitúa la acción, empiezan también a proliferar
conferencias, cursos y libros de texto.

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