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Cuentos peruanos clásicos LITERATURA

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Yacu Mama
Publicado el: 6 julio, 2020
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Por Ventura García Calderón


CUENTOS PERUANOS
En una choza amazónica, a orillas del sonoro Ucayali, rodeado de INDEPENDIENTES
espesa vegetación, Jenaro Valdivián vio con sorpresa que las La mujer invisible
provisiones y las balas se acababan. ¿Cómo dejar solo a su hijo de siete
años? Pensó en Yacu – Mama. Junto al río silbo largo rato. Un remolino
3 marzo, 2023
pareció responderle, pero la querida boa no quiso moverse. Para
consuelo y paz dióle al partir una vela y un cartucho de hormigas 15 cuentos
tostadas que son golosinas de los niños salvajes a su pequeño hijo peruanos para leer
diciéndole que no salga y que ya regresaba. en la escuela
24 febrero, 2022
Ya lejos y al zanjar un árbol de caucho le pareció advertir que el tigre le
estaba espiando en la espesura. 10 cuentos piuranos
para leer en
cualquier momento
En canoa, río abajo, Jenaro pensó que era preferible no alejarse mucho. 31 mayo, 2021

El niño devoró las hormigas tostadas y la sed comenzaba atormentarle Vino tinto en
y sacudió la puerta enérgicamente. Quería salir al río a bañarse en el McDonalds
remanso de la orilla como los niños del país; pero Jenaro Valdivián
1 abril, 2021
había asegurado la cancela de cañas con la caparazón de una inmensa
tortuga muerta. Cinco cuentos
peruanos para leer
El Hércules de siete años gritó en lenguaje conivo: en la infancia
12 noviembre, 2020
– “¡Yacu-Mama, Yacu – Mama!”

Poco a poco el cuerpo de la boa fue surgiendo en la orilla con un suave


remolino de hojas.

El niño batió palmas y gritó alborozado cuando la espléndida bestia


vino a su llamado retozando como un perro doméstico pues es en
realidad el can y la criada de los niños salvajes.
De un coletazo la bestia ramponte disparó la concha de la puerta y
entró meneándose con garbo de bailarina campa.
Jenarito gritó riendo: – “¡Upa!” Era preciso tener oídos de boa para
percibir el tal estruendo el leve rasguño de unas garras.

El tigre de la selva entró de un salto, se agazapó batiéndose


rabiosamente los ijares con la cola nerviosa. Como una madre bárbara,
la boa preservó primero al niño derribándole delicadamente en un
rincón polvoriento de la cabaña. Cuando, seis horas más tarde, volvió
Jenaro Valdivián y comprendió de una mirada lo pasado, abrazó al
chiquillo al- borozadamente; pero en seguida, acariciando con la mano
las fauces muertas de su boa familiar, de su riada bárbara murmuraba
y gemía con la extraña ternura: “¡Yacu Mama, pobre Yacu – Mama!”

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