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James C.

Scott
“Introducción: Una narración hecha pedazos. Lo que yo no sabía”.
Against the Grain. A Deep History of the Earliest States, New Haven, Yale University Press, 2017,
pp. 1-35
Traducción de Adrián Viale, realizada para uso interno exclusivo de los alumnos de la Universidad
Pedagógica Nacional.

¿Cómo llegó el Homo Sapiens, una especie que es tan reciente, a vivir en comunidades sedentarias
atestadas de gente, repletas de ganado domesticado y granos de cereal, gobernada por ancestros de lo que
hoy llamamos Estado? Este nuevo complejo social y ecológico se convirtió en el templado para
virtualmente toda la historia registrada de nuestra especie. Vastamente amplificado por el crecimiento de
la población, la energía hidráulica y el poder de tracción, los veleros y el comercio de larga distancia,
este templado prevaleció por más de seis milenios hasta el uso de los combustibles fósiles. La narración
que sigue está animada por una curiosidad sobre el origen, estructura, y consecuencias de este complejo
ecológico fundamentalmente agrícola.
La narrativa de este proceso ha sido contada típicamente como una de progreso, civilización y orden
público, de creciente salud y ocio. Dado lo que conocemos ahora, buena parte de esta narrativa es
incorrecta o muy engañosa. El objetivo de este libro es ponerla en cuestión a partir de mis lecturas sobre
los avances en la investigación arqueológica e histórica durante las últimas dos décadas.
La fundación de las primeras sociedades y Estados agrarios en Mesopotamia ocurrió durante el último
cinco por ciento de nuestra historia como especie en el planeta. Y con esa medida, la era del combustible
fósil, comenzando a finales del siglo dieciocho, representa meramente el último cuarto de un uno por
ciento de la historia de nuestra especie. Por razones alarmantemente obvias, estamos cada vez más
preocupados por nuestra huella en el medio ambiente del planeta Tierra durante esta última era. Qué tan
masivo este impacto se ha vuelto ha sido bien capturado en el animado debate que rodea al término
Antropoceno, acuñado para nombrar una nueva época geológica durante la cual las actividades de los
seres humanos se han vuelto decisivas a la hora de afectar el ecosistema mundial y la atmosfera1.
Mientras que no existe ninguna duda sobre el decisivo impacto contemporáneo de la actividad humana
en la biósfera, la cuestión de cuándo se volvió decisiva está en disputa. Algunos proponen datarlo desde
los primeros ensayos nucleares, que depositaron un permanente y detectable estrato de radioactividad en
todo el mundo. Otros proponen comenzar el reloj del Antropoceno con la Revolución Industrial y el uso
masivo de combustibles fósiles. También podría presentarse el caso para comenzar el reloj cuando la
sociedad industrial adquirió las herramientas – por ejemplo dinamitas, excavadoras, concreto reforzado
(especialmente para represas) – para alterar radicalmente el paisaje. De estos tres candidatos, la
Revolución Industrial tiene una antigüedad de apenas dos siglos, y las otras dos prácticamente se
recuerdan todavía. Medida por los aproximadamente 200.000 años que abarca nuestra especie, entonces,
el Antropoceno comenzó apenas hace unos minutos.
Propongo un punto de partida alternativo que es históricamente mucho más profundo. Aceptando la
premisa del Antropoceno como un salto cualitativo y cuantitativo en nuestro impacto medioambiental,
sugiero que comencemos con el uso del fuego, la primera gran herramienta homínida para modificar el
paisaje – o, mejor dicho, para la construcción de nichos. Existe evidencia para el uso del fuego que está
datada al menos hace 400.000 años, y tal vez mucho antes, precediendo por mucho la aparición del Homo

1
El término fue acuñado por primera vez por el científico del clima holandés Paul Crutzen en 2001.
1
Sapiens2. Asentamientos permanentes, agricultura, y pastoreo, apareciendo hace unos 12.000 años,
marcan un paso más en nuestra transformación del paisaje. Si nuestra preocupación se relaciona con la
huella histórica de los homínidos, uno bien podría identificar un Antropoceno “delgado” mucho antes
del más explosivo y reciente Antropoceno “grueso”; “delgado” sobre todo porque no había tantos
homínidos para manejar estas herramientas paisajísticas. Nuestros números alrededor del 10.000 AEC
eran de un insignificante dos a cuatro millones en todo el mundo, mucho menos que los miles de millones
de nuestra población hoy. La otra invención premoderna decisiva fue institucional: el Estado. Los
primeros Estados en el aluvión mesopotámico aparecieron no antes que hace 6.000 años, varios milenios
más tarde que la primera evidencia de agricultura y sedentarismo en la región. Ninguna institución ha
hecho más para movilizar las tecnologías de modificación del paisaje en su interés que el Estado.
Comprender entonces cómo llegamos a ser sedentarios, cultivadores de cereales, criadores de ganado,
gobernados por una institución nueva que ahora llamamos Estado, requiere una excursión en la historia
profunda. La historia en su mejor momento, en mi opinión, es la disciplina más subversiva, en la medida
en que puede contarnos cómo las cosas que damos por sentado llegaron a ser así. El encanto de la historia
profunda es que revelando las variadas contingencias que se juntaron para formar, digamos, la
Revolución Industrial, el Último Máximo Glacial, o la dinastía Qing, responde al llamado de una
generación más temprana de historiadores franceses de la Escuela de los Annales por una historia de
procesos de largo término (la longue durée) en lugar de una crónica de eventos públicos. Pero el llamado
contemporáneo de la “historia profunda” va un paso más allá que la Escuela de los Annales apelando a
lo que a veces es una historia de la especie. Este es el clima intelectual en el que yo mismo me encuentro,
un clima seguramente ilustrativo de la máxima de que “la lechuza de Minerva vuela solo al anochecer”3.

Paradojas de las narrativas sobre Estado y civilización

Una pregunta fundamental subyacente a la formación del Estado es cómo nosotros (Homo sapiens
sapiens) llegamos a vivir entre las concentraciones sin precedente de plantas domesticadas, animales y
gente que caracterizan los Estados. Desde una perspectiva amplia, el Estado está lejos de ser algo natural
o dado. El homo sapiens apareció como subespecie hace unos 200.000 años y se lo encuentra fuera de
África y el Levante no hace más de 60.000 años. La primera evidencia de plantas cultivadas y de
comunidades sedentarias aparece a grandes rasgos hace 12.000 años. Hasta entonces – es decir durante
el noventa y cinco por ciento de la experiencia humana en la Tierra – vivimos en pequeñas, móviles,
dispersas, relativamente igualitarias bandas de cazadores recolectores. Todavía más remarcable, para
aquellos interesados en la forma del Estado, es el hecho de que los primeros Estados, pequeños,
estratificados, recolectores de impuestos, con murallas, aparecieron en el valle del Tigris y el Éufrates
recién hacia 3.100 AEC, más de cuatro milenios más tarde que las primeras domesticaciones de cultivos
y el sedentarismo. Este enorme retraso es un problema para aquellos teóricos que naturalizan la forma
estatal y asumen que una vez que los cultivos y el sedentarismo, requerimientos tecnológicos y

2
Sobre esta fecha, comunicación personal, David Wengrow.
3
Es difícil evitar preguntarse, ¿dónde nos equivocamos para terminar aquí? Esa pregunta es demasiado ambigua para que yo
la responda. Una cosa sobresale, sin embargo, y es que nuestros problemas son por nuestra culpa. Esto, a su vez, sugiere una
analogía médica. Más de dos tercios de las hospitalizaciones en los países industriales, se dice, son por enfermedades
iatrogénicas: condiciones médicas que resultan de anteriores intervenciones médicas y terapias. Uno podría decir que las
enfermedades de nuestro medio ambiente actual son ampliamente iatrogénicas. Si es así, el primer paso tal vez sea obtener
una larga y profunda historia médica que pueda ayudarnos a trazar los orígenes de nuestros problemas actuales.
2
demográficos respectivamente para la formación del Estado, fueron establecidos, los Estados/Imperios
surgirían inmediatamente como las unidades de orden político más lógicas y eficientes4.
Estos hechos crudos problematizan la versión de la prehistoria humana que la mayoría de nosotros (me
incluyo) hemos heredado sin reflexionar. La humanidad ha sido cautivada por la narrativa de progreso y
civilización codificada en los primeros grandes reinos agrarios. En tanto que sociedades nuevas y
poderosas, estaban determinadas a distinguirse tan claramente como fuera posible de las poblaciones de
las que habían surgido, que aún atraían y amenazaban en sus límites. En lo esencial, era una historia del
“ascenso del hombre”. La agricultura, se decía, reemplazó al salvaje, primitivo, violento mundo sin ley
de los cazadores recolectores y los nómades. Los cultivos en un campo fijo, por otra parte, eran el origen
de la vida sedentaria, la religión formal, la sociedad y el gobierno por leyes. Quienes rehusaban la
agricultura lo hacían por ignorancia o por negativa a adaptarse. Virtualmente en todos los escenarios
agrícolas tempranos la superioridad de la labranza fue respaldada por alguna mitología elaborada que
contaba cómo algún poderoso dios o diosa otorgó el grano sagrado a un pueblo elegido.
Una vez que se cuestiona la asunción básica de la superioridad y atracción del cultivo en un campo fijo
sobre todas las otras formas de subsistencia, se vuelve claro que esta asunción descansa en una asunción
todavía más profunda e incrustada que casi nunca es cuestionada. Y esta asunción es que la vida
sedentaria es superior y más atractiva que las formas de subsistencia móviles. El lugar de la domus y la
residencia fija en la narrativa de la civilización es tan profunda que es invisible; ¡los peces no hablan
sobre el agua! Simplemente se asume que los fatigados Homo sapiens no veían la hora de finalmente
asentarse para siempre, no podían esperar a poner fin a los cientos de milenios de movilidad y
movimiento estacional. Y sin embargo hay gran cantidad de evidencia de una fuerte resistencia en todas
partes, por parte de poblaciones móviles, al asentamiento permanente, incluso bajo circunstancias
relativamente favorables. Las poblaciones de pastoreo y cazadoras recolectoras han luchado contra el
asentamiento permanente, asociándolo, muchas veces correctamente, con enfermedades y control estatal.
Muchos nativos americanos fueron confinados a reservas solo después de derrotas militares. Otros
aprovecharon las oportunidades históricas presentadas por el contacto europeo para incrementar su
movilidad, los Sioux y los Comanches convirtiéndose en cazadores a caballo, comerciantes y
saqueadores, y los Navajos volcándose al pastoreo basado en ovejas. La mayoría de los pueblos que
practican formas móviles de subsistencia – pastoreo, recolección, caza, recolección marina, e incluso
agricultura migratoria –, aun adaptándose al comercio moderno con alacridad, luchaban amargamente
contra el asentamiento permanente. Como mínimo, no podemos en absoluto suponer que las “cosas
dadas” sedentarias de la vida moderna pueden ser vistas como una aspiración universal en toda la historia
humana5.
La narrativa básica de sedentarismo y agricultura sobrevivió largamente la mitología que le otorgó
originalmente sus estatutos. De Thomas Hobbes a John Locke, a Giambattista Vico y a Lewis Henry
Morgan, a Friedrich Engels y a Herbert Spencer y a Oswald Spengler, a las narraciones de la evolución
social desde la perspectiva del darwinismo social en general, la secuencia del progreso de caza y
recolección al nomadismo y a la agricultura (y de banda a aldea y a pueblo y a ciudad) fue una doctrina

4
En el primer milenio AEC – con posterioridad al tiempo en que me concentro – cuando el pastoreo nómade se combina con
la cría de caballos, se vuelve posible una nueva forma de imperio no sedentario, de pastizales, ejemplificado por los mongoles
y, más tarde en el Nuevo Mundo, por los comanches. Para tales organizaciones políticas únicas, ver Pekka Hämäläinen,
“What’s in a Concept? The Kinetic Empire of the Comanches”, History and Theory 52, no 1 (2013): 81-90, y Peter Mitchell,
Horse Nations: The Worldwide Impact of the Horse in Indigenous Societies Post 1492, Oxford: Oxford University Press,
2015.
5
La única exploración sensible de este tópico que conozco es el buen libro de Bruce Chatwin sobre Australia, The Songlines
(Londres: Cape, 1987). Los roma, llamados gitanos, son un ejemplo moderno de movilidad determinada – tanto que el famoso
diplomático noruego Fridtjof Nansen propuso darles, luego de la segunda guerra mundial, los que hubieran sido los primeros
pasaportes “europeos”.
3
establecida. Estas visiones casi que imitaban el esquema evolucionario de Julio Cesar, de casas a
parentelas, a tribus, a poblaciones y al Estado (una población viviendo bajo leyes), con Roma en la
cúspide y los celtas y germanos detrás. Aunque varían en algunos detalles, este tipo de narraciones
registran la marcha de la civilización que se encuentran en la mayoría de los programas pedagógicos y
se imprime en los cerebros de los estudiantes de todo el mundo. El movimiento de un modo de
subsistencia al siguiente es visto como claro y definitivo. Nadie, una vez que conoce las técnicas de la
agricultura, soñaría con mantenerse como nómade o recolector. Se presume que cada paso representa un
salto que hace época en el bienestar de la humanidad: más tiempo libre, mejor nutrición, una esperanza
de vida más larga y, en el largo plazo, una vida sedentaria que promueve las artes domésticas y el
desarrollo de la civilización. Desalojar esta narrativa de la imaginación mundial es prácticamente
imposible; los doce pasos del programa de recuperación requieren un gran pedido a la imaginación. De
todas formas, comenzaré a hacerlo aquí mismo.
Resulta que la mayor parte de lo que podríamos llamar la narrativa estándar debe ser abandonada cuando
uno confronta la evidencia arqueológica acumulada. Contrariamente a antiguas suposiciones, cazadores
y recolectores – incluso en los refugios marginales que hoy habitan – no son en absoluto los desesperados
hambrientos del folklore. Cazadores y recolectores, de hecho, nunca han lucido tan bien – en términos
de dieta, salud, y tiempo libre. Los agricultores, por el contrario, nunca han lucido tan mal – en términos
de su dieta, su salud y su tiempo libre6. La actual moda de las dietas “paleolíticas” refleja la filtración de
este conocimiento arqueológico en la cultura popular. El cambio de caza y recolección a agricultura – un
cambio que fue lento, vacilante, reversible, y a veces incompleto – trajo tantos costos como beneficios.
Así mientras la siembra de cultivos ha sido vista, en la narrativa estándar, como un paso crucial hacia un
presente utópico, no puede haber sido vista de esta manera por quienes primero lo experimentaron: un
hecho que algunos estudiosos ven reflejado en la historia bíblica de la expulsión de Adán y Eva del jardín
del Edén.
Las heridas que la investigación reciente ha abierto en la narrativa estándar son, en mi opinión, mortales.
Por ejemplo, se ha asumido que una residencia fija – sedentarismo – fue una consecuencia de la
agricultura en campos de cultivo. Las cosechas permitían la concentración y el sedentarismo de las
poblaciones, proveyendo una condición necesaria para la formación del Estado. Inconvenientemente para
esta narrativa, el sedentarismo es en realidad bastante común en asentamientos pre-agrícolas, ricos y
variados – especialmente en humedales que bordean rutas de peces, pájaros y caza mayor. Entonces, en
la antigua Mesopotamia (griego para “entre los ríos”) del sur, uno encuentra poblaciones sedentarias,
incluso pueblos de hasta cinco mil habitantes, con poco o nada de agricultura. La anomalía opuesta
también se encuentra: siembra de cultivos asociada a movilidad y dispersión, con excepción del breve
tiempo necesario para la cosecha. Esta última paradoja nos alerta nuevamente al hecho de que la
suposición implícita de la narrativa estándar – que la gente no ve la hora de abandonar toda movilidad y
de “asentarse” – puede también ser errónea.
Quizás lo más preocupante se relaciona con el acto civilizacional al centro de toda la narrativa: la
domesticación resulta ser obstinadamente elusiva. Los homínidos, después de todo, han estado dando
forma al mundo de las plantas – en especial por medio del fuego – desde antes del Homo sapiens. ¿Cuál
es el Rubicón de la domesticación? ¿Es atender a plantas salvajes, deshierbarlas, moverlas a nuevos
lugares, transmitiendo un puñado de semillas en algún sedimento rico, depositando una o dos semillas
en alguna depresión realizada con un palo plantador, o arando? No parece haber un momento “bombilla
de Edison”. Todavía hay aún hoy, como demostró Jack Harlan, hay grandes rodales de trigo salvaje en
Anatolia de los cuales puede juntarse suficiente grano con una hoz de pedernal en tres semanas como
6
Las poblaciones urbanas, antes de la revolución en la sanidad (aguas residuales y agua limpia) de mediados del siglo
diecinueve y antes de las vacunas y los antibióticos, generalmente tenían un nivel tan alto de mortalidad que crecían solamente
por migración en gran escala desde el campo.
4
para alimentar a toda una familia durante un año. Mucho antes que la plantación deliberada de semillas
en campos arados, los recolectores habían desarrollado todas las herramientas de cosecha, cribas, muelas,
morteros y pilones para procesar granos y legumbres salvajes7. Para quien no sabe, tirar semillas en una
zanja o un agujero preparado parece decisivo. ¿Pero cuenta el desechar los carozos de una fruta
comestible en un pedazo de compost de residuos vegetales cerca de un campamento, sabiendo que
muchos brotarán y crecerán?
Para los arqueo-botanistas, la evidencia de granos domesticados dependía de encontrar granos con raquis
no quebradizo (favorecidos, intencionalmente o sin intención, por plantadores tempranos porque no se
rompían sino que “esperaban al cosechador”). Ahora resulta que estos cambios morfológicos no parecen
haber ocurrido hasta bastante después de que los granos habían sido cultivados. Lo que antes aparecía
como evidencia inambigua de esqueletos de ovejas y cabras totalmente domesticadas también ha sido
puesto en cuestión. El resultado de estas ambigüedades tiene dos lados. Primero, hace que la
identificación de un solo evento de domesticación sea a la vez arbitrario y sin sentido. Segundo, refuerza
el caso para un muy, muy largo periodo de lo que algunos llaman “bajo nivel de producción de comida”
de plantas no totalmente salvajes pero tampoco totalmente domesticadas. Los mejores análisis de la
domesticación de plantas suprimen la noción de un evento singular de domesticación y argumentan en
su lugar, sobre la base de una fuerte evidencia arqueológica y genética, por procesos de cultivación que
duran hasta tres milenios en muchas áreas y que llevan a una domesticación múltiple y dispersa de la
mayoría de los cultivos (trigo, cebada, arroz, garbanzos, lentejas)8.
Mientras que estos descubrimientos arqueológicos hacen pedazos la narrativa estándar de la civilización,
uno puede tal vez ver este periodo temprano como parte de un largo proceso, que todavía continúa, en el
que los humanos han intervenido para ganar un mayor control sobre las funciones reproductivas de las
plantas y animales que nos interesan. Las criamos, protegemos y explotamos selectivamente. Uno podría
tal vez extender este argumento a los Estados agrarios tempranos y su control patriarcal sobre la
reproducción de mujeres, cautivos y esclavos. Guillermo Algaze lo dice de una forma aún más audaz:
“Las aldeas tempranas del Cercano Oriente domesticaron plantas y animales. Las instituciones urbanas
de Uruk, a su vez, domesticaron humanos”9.

Poniendo al Estado en su lugar

Cualquier investigación como esta sobre la formación del Estado corre el riesgo, por definición, de dar
al Estado un lugar de privilegio mayor del que podría merecer en una historia más balanceada de los
asuntos humanos. Quisiera evitar esto. Los hechos, como he llegado a entenderlos, son tales que una
historia imparcial de la especie daría al Estado un rol mucho más modesto que el que normalmente se le
da.

7
De hecho, pareciera que esos sitios de plantas salvajes y/o granos cultivados pero no domesticados y las reuniones periódicas
para cosechar los granos y almacenarlos eran lo suficientemente comunes como para ser malinterpretados como comunidades
sedentarias, permanentes, con cultivos totalmente domesticados.
8
Para el que es quizás el mejor y más detallado resumen del estado actual del conocimiento, ver Dorian Q. Fuller et al.,
“Cultivation and Domestication Has Multiple Origins: Arguments Against the Core Area Hypothesis for the Origins of
Agriculture in the Near East”, World Archaeology 43, no. 4, special issue, Debates in World Archaeology (2011): 628-652, y
Eleni Asouti y Dorian Q. Fuller, “A Contextual Approach to the Emergence of Agriculture in Southwest Asia: Reconstructing
Early Neolithic Plant-Food Production”, Current Anthropology 54, no. 3 (2013): 299-345.
9
Guillermo Algaze, “Initial Social Complexity in Southwestern Asia: The Mesopotamian Advantage”, Current Anthropology
42, no. 2 (2001): 199-233.
5
Que los Estados hayan llegado a dominar el registro arqueológico e histórico no es un misterio. Para
nosotros – es decir para los Homo sapiens – acostumbrados a pensar en unidades de tiempo de una vida
o un puñado de vidas, la permanencia del Estado y su espacio administrado parece una constante
inescapable de nuestra condición. Aparte de la hegemonía absoluta de la forma estatal hoy, una buena
parte de la arqueología y la historia en todo el mundo tiene como sponsor al Estado, y muchas veces
equivale a un ejercicio narcisista de autorretrato. Agravando este sesgo institucional está la tradición
arqueológica, hasta tiempos recientes, de excavación y análisis de ruinas históricas mayores. De esta
forma alguien que construye, monumentalmente, en piedra y deja sus restos convenientemente en un solo
lugar, tiene más posibilidades de ser “descubierto” y de dominar las páginas de la historia antigua. Si,
por otro lado, alguien construye en madera, bambú, o caña, tiene muchas menos posibilidades de aparecer
en el registro arqueológico. Y alguien que es cazador recolector o nómade, por más numeroso que fuera,
esparciendo su escasa basura biodegradable en todo el paisaje, probablemente se desvanezca por entero
del registro arqueológico.
Una vez que los documentos escritos – digamos, jeroglíficos o cuneiforme – aparecen en el registro
histórico, el prejuicio se vuelve aún más pronunciado. Estos textos son invariablemente Estado-céntricos:
impuestos, unidades de trabajo, listas de tributos, genealogías reales, mitos fundadores, leyes. No hay
voces contrarias, y el esfuerzo de leer esos textos a contrapelo es al mismo tiempo heroico y
excepcionalmente difícil10. Cuanto más grandes los archivos estatales, en general, más páginas dedicadas
a ese reino histórico y su autorretrato.
Y sin embargo los primeros Estados en aparecer en el limo aluvial y arrastrado por el viento en el sur de
Mesopotamia, Egipto, y el Río Amarillo eran minúsculos, demográfica y geográficamente. Eran apenas
una mancha en el mapa del mundo antiguo y no mucho más que un error de redondeo en la población
global total estimada en alrededor de veinticinco millones en el año 2.000 AEC. Era pequeños nodos de
poder rodeados de un vasto paisaje habitado por pueblos sin Estado – es decir “bárbaros”. Más allá de
Sumer, Akkad, Egipto, Micenas, Olmecas/Mayas, Harappa, la China Qin, la mayor parte de la población
mundial continuó viviendo fuera del alcance inmediato de los Estados y sus impuestos por un largo
tiempo. Cuándo, precisamente, el paisaje político se vuelve definitivamente dominado por el Estado, es
difícil de decir y bastante arbitrario. En una lectura generosa, hasta los últimos cuatrocientos años, un
tercio del globo estaba aún ocupado por cazadores recolectores, cultivadores migrantes, practicantes del
pastoreo o la horticultura independientes, mientras los Estados, siendo esencialmente agrarios, fueron
generalmente confinados a la pequeña porción del globo apta para cultivarse. Buena parte de la población
mundial podría no haber conocido jamás a ese personaje distintivo del Estado: el recolector de impuestos.
Muchos, tal vez la mayoría, podían moverse dentro y fuera del espacio estatal y cambiar sus modos de
subsistencia; tenían una justa oportunidad de evadir la pesada mano del Estado. Si, entonces, localizamos
la era de la definitiva hegemonía estatal como comenzando alrededor del 1.600 AEC, puede decirse que
el Estado ha dominado solamente los últimos dos décimos de uno por ciento de nuestra vida política
como especie.
Al enfocar nuestra atención en los lugares excepcionales donde los primeros Estados aparecieron,
corremos el riesgo de perder de vista el hecho clave de que en buena parte del mundo no ha habido Estado
en absoluto hasta una época bastante reciente. Los Estados clásicos del sudeste de Asia son más o menos
contemporáneos al reinado de Carlomagno, más de seis mil años después de la “invención” de la
agricultura. Los del Nuevo Mundo, con la excepción del Imperio Maya, son creaciones todavía más
recientes. Estos también eran territorialmente muy pequeños. Fuera de su alcance había grandes

10
Muchos pueblos nómades tuvieron escritura (a menudo tomada prestada de los pueblos sedentarios), pero escribieron
típicamente en materiales perecederos (cortezas, hojas de bambú, cañas) y con propósitos no estatales (como memorizar
encantos o poesía amorosa). Las pesadas tablillas de arcilla del aluvión sur de Mesopotamia son decididamente la tecnología
de la escritura de una población sedentaria, y por esta razón mucho de esto sobrevive.
6
montones de pueblos “no administrados” reunidos en lo que los historiadores llaman tribus, jefaturas y
bandas. Habitaban zonas sin o con muy débil soberanía nominal.
Los Estados en cuestión eran solo raramente, y brevemente, los formidables Leviatanes que una
descripción de los reinos más poderosos tiende a transmitir. En la mayoría de los casos, interregnos,
fragmentación, y “edades oscuras” eran más comunes que gobiernos consolidados y efectivos. Aquí de
nuevo, nosotros – y los historiadores también – estamos inclinados a ser maravillados por los registros
de fundación de una dinastía o su periodo clásico, mientras que periodos de desintegración y desorden
dejan poco o nada en los registros. Los cuatro siglos de la “edad oscura” griega, cuando el alfabetismo
aparentemente se perdió, son casi una página en blanco comparada con la literatura sobre las obras y la
filosofía de la Era Clásica. Esto se entiende perfectamente si el propósito de la historia es examinar los
logros culturales que reverenciamos, pero pasa por alto la inestabilidad y la fragilidad de las formas
estatales. En buena parte del mundo, el Estado, incluso cuando era robusto, era una institución estacional.
Hasta hace muy poco, durante los monzones de lluvia anuales en el sudeste asiático, la habilidad del
Estado de proyectar su poder se contraía virtualmente a las murallas del palacio. A pesar de la propia
imagen del Estado y su centralidad en las historias estándar, es importante reconocer que por miles de
años luego de su aparición no fue una constante sino una variable, y una muy tambaleante, en la vida de
buena parte de la humanidad.
Esta es una historia sin Estado, además, en otro sentido. Atrae nuestra atención a todos esos aspectos de
la construcción estatal y del colapso estatal que están ausentes o solo dejan trazas mínimas. A pesar del
enorme progreso al documentar el cambio climático, los cambios demográficos, la calidad del suelo, los
hábitos dietarios, hay muchos aspectos de los Estados tempranos que es improbable encontrar descriptos
en restos físicos o textos tempranos porque son procesos insidiosos, lentos, tal vez amenazantes
simbólicamente, e incluso indignos de mención. Por ejemplo, pareciera que el escape de los dominios de
los Estados tempranos hacia la periferia era bastante común, pero, como contradice la narrativa del
Estado como un factor civilizador de sus súbditos, es relegado a códigos legales oscuros. Yo, como otros,
estoy virtualmente seguro de que las enfermedades eran un factor mayor en la fragilidad de los Estados
tempranos. Sus efectos, sin embargo, son difíciles de documentar, ya que eran tan repentinos y tan poco
comprensibles, y porque muchas enfermedades epidémicas no dejan una obvia marca en los huesos. De
manera similar, la extensión de la esclavitud, la cautividad y el reasentamiento forzoso son difíciles de
documentar porque, en ausencia de grilletes, esclavos y súbditos libres son indistinguibles. Todos los
Estados estaban rodeados por pueblos sin Estado, pero debido a su dispersión conocemos poco sobre sus
idas y venidas, sus relaciones cambiantes con los Estados, y sus estructuras políticas. Cuando una ciudad
es quemada hasta los cimientos, es muchas veces difícil decidir si fue un fuego accidental como los tantos
que había en las ciudades antiguas, construidas con materiales combustibles, o un ataque desde afuera.
Hasta el grado en que es posible, he tratado de desviar mi mirada del resplandor de la autorrepresentación
estatal y he sondeado en busca de fuerzas históricas sistemáticamente dejadas de lado por las historias
escritas dinásticas y resistentes a las técnicas estándar de la arqueología.

Itinerario resumido

El tema del primer capítulo se ocupa de la domesticación del fuego, las plantas, los animales y la
concentración de comida y población que tales domesticaciones hicieron posible. Antes de que
pudiéramos ser objeto de la construcción estatal, fue necesario que nos juntáramos – o que fuéramos
juntados – en números sustanciales con una expectativa razonable de no morir inmediatamente de
hambre. Cada una de estas domesticaciones reacomodó el mundo natural en una manera en que redujo

7
vastamente el radio de una comida. El fuego, que le debemos a nuestros antiguo pariente Homo erectus,
ha sido nuestra gran carta de triunfo, permitiéndonos esculpir el paisaje para alentar las plantas que
producen alimentos – nogales y árboles frutales, arbustos de bayas – y crear un tipo de vegetación que
atrajera presas deseables. En la cocina, el fuego convirtió un conjunto de plantas previamente indigeribles
en deliciosas y nutritivas. Se ha dicho que debemos nuestro cerebro relativamente grande y nuestro
intestino relativamente pequeño (en comparación con otros mamíferos, incluyendo primates) a la ayuda
externa pre-digestiva que provee cocinar los alimentos.
La domesticación de granos – especialmente trigo y cebada, en este caso – y legumbres ayuda al proceso
de concentración. Evolucionando conjuntamente con los humanos, los cultivos fueron seleccionados
especialmente por sus frutos largos (semillas), por su maduración determinada, y por su trillabilidad
(cualidad de no desgranarse). Pueden ser plantados anualmente alrededor de la unidad habitable (una
alquería y los alrededores más cercanos) y proveer una fuente bastante confiable de calorías y proteínas
– sea como reserva en un mal año o como alimento básico. Los animales domesticados – especialmente
ovejas y cabras, en este caso – pueden ser vistos de la misma manera. Son nuestros dedicados sirvientes
recolectores, de cuatro patas (o, en el caso de pollos, patos, y pavos, de dos patas). Gracias a sus bacterias
intestinales, pueden digerir plantas que no podemos encontrar y/o descomponer y traerlas nuevamente
hacia nosotros, por decirlo de alguna manera, en su forma “cocida” como grasa y proteína, que tanto
anhelamos y podemos digerir. Seleccionamos selectivamente estos domesticados por las cualidades que
deseamos: reproducción rápida, tolerancia al confinamiento, docilidad, carne, y producción de leche y
lana.
La domesticación de plantas y animales no fue, como ya he notado, estrictamente necesaria para el
sedentarismo, pero sí creó las condiciones para un nivel sin precedentes de concentración de alimentos
y población, especialmente en los entornos agroecológicos más favorables: las ricas llanuras de
inundación o suelos de loess y agua perenne. Esta es la razón por la cual elijo llamar estos lugares campos
de reasentamiento multi-especies del Neolítico tardío. Resulta que a pesar de proporcionar las
condiciones ideales para la construcción estatal, el campo de reasentamiento multi-especies del Neolítico
tardío involucraba mucho más trabajo pesado que la caza y la recolección y no era en absoluto bueno
para la salud. Por qué alguien que no estuviera obligado por el hombre, el peligro o la coerción querría
voluntariamente abandonar la caza y la recolección o el pastoreo por agricultura full-time es difícil de
entender.
El término “domesticado” es entendido normalmente como un verbo activo tomando un objeto directo,
como en “el Homo sapiens domesticó el arroz… domesticó la oveja”, y así. Esto pasa por alto la agencia
activa de los domesticados. No está claro, por ejemplo, hasta qué grado domesticamos al perro o si el
perro nos domesticó a nosotros. ¿Y qué pasa con los “comensales” – gorriones, ratones, gorgojos,
garrapatas, chinches – que no fueron invitados al campo de reasentamiento pero cayeron allí igualmente,
al encontrar agradables la comida y la compañía? ¿Y qué con los “domesticadores en jefe”, los Homo
sapiens? ¿No fueron a su vez domesticados, atados a la ronda de arar, plantar, deshierbar, cosechar, trillar,
moler, y todo en nombre de sus granos favoritos y de atender a las necesidades diarias de su ganado? Es
casi una cuestión metafísica quién es el sirviente de quién – al menos hasta que llega el momento de
comer.
El significado de la domesticación para las plantas, hombres y bestias es explorado en el capítulo 2.
Argumento, como lo han hecho otros, que la domesticación debería ser entendida de una manera
expansiva, como el esfuerzo continuo del Homo sapiens de dar forma a su imagen a todo el medio
ambiente. Dado nuestro frágil conocimiento sobre cómo el mundo natural trabaja, uno podría decir que
el esfuerzo ha sido más abundante en consecuencias no deseadas que en efectos deseados. Mientras que
el Antropoceno grueso es juzgado por algunos como habiendo empezado con el depósito mundial de
radioactividad que siguió al uso de la primera bomba atómica, también existe lo que he llamado el
8
Antropoceno “fino” que data desde el uso del fuego por el Homo erectus hace más o menos medio millón
de años y se extiende a través de desmontes para agricultura y pastura y la resultante deforestación, y
sedimentación. El impacto y el tempo de este temprano Antropoceno crecen mientras la población
mundial aumenta hacia los veinticinco millones en 2.000 AEC. No hay ninguna razón particular para
insistir en la etiqueta “Antropoceno” – un término vago y en disputa mientras escribo – pero hay muchas
razones para insistir en el impacto medioambiental global de la domesticación del fuego, plantas y
animales de pastoreo.
La “domesticación” cambió la composición genética y morfológica de los cultivos y los animales
alrededor de la casa. La reunión de plantas, animales y humanos en asentamientos agrícolas creó un
nuevo y ampliamente artificial medioambiente en el cual la presión de la selección darwiniana trabajó
para promover nuevas adaptaciones. Los nuevos cultivos se volvieron “imposibilitados”, y no podían
sobrevivir sin nuestra constante atención y protección. Lo mismo es verdad para las ovejas domesticadas
y cabras, que se volvieron más pequeñas, más plácidas, menos conscientes de su entorno y menos
sexualmente dimórficas. Pregunto en este contexto si un proceso similar nos sucedió a nosotros. ¿Cómo
fuimos también nosotros domesticados por la unidad habitacional, por nuestro confinamiento, por el
amontonamiento, por los diferentes patrones de actividad física y organización social? Finalmente,
comparando el mundo de la agricultura – atadas como están al metrónomo de un grano de cereal
importante – con el mundo de los cazadores recolectores, presento el caso de que la vida agrícola es
comparativamente de una experiencia más estrecha y, tanto en un sentido cultural como ritual, más
empobrecido.
Las cargas de la vida para las no elites en los Estados tempranos, el tema del capítulo 3, eran
considerables. La primera, como ya hemos notado, era el trabajo duro. No hay duda de que, con la posible
excepción de la agricultura de recesión (décrue), la agricultura era mucho más onerosa que cazar y
recolectar. Como Ester Boserup y otros han observado, no hay razón por la cual un recolector en la
mayoría de los ambientes querría cambiar hacia la agricultura, al menos que fuera forzado por presión
poblacional o alguna forma de coerción. Una segunda gran y no anticipada carga de la agricultura fue el
directo efecto epidemiológico de la concentración – no solo la gente sino el ganado, los cultivos, y los
parásitos que los siguieron a la casa o se desarrollaron allí. Enfermedades con las cuales ahora somos
familiares – sarampión, paperas, difteria, y otras infecciones adquiridas en comunidad – aparecieron por
primera vez en los Estados tempranos. Parece casi cierto que muchos de los Estados tempranos
colapsaron como resultado de epidemias análogas a la plaga antonina y la plaga de Justiniano en el primer
milenio EC o la peste negra del siglo catorce en Europa. Entonces surgió también otra plaga: la plaga
estatal de los impuestos en forma de grano, labor, y conscripción más allá del oneroso trabajo agrícola.
¿Cómo, en tales circunstancias, hicieron los Estados tempranos para reunir, mantener y aumentar su
población sujeta? Algunos incluso han argumentado que la formación estatal fue posible solamente en
lugares donde la población estaba cercada por el desierto, las montañas y la periferia hostil11.
El capítulo 4 está dedicado a lo que podríamos llamar la hipótesis del grano. Es seguramente sorprendente
que virtualmente todos los Estados clásicos hayan estado basados en granos, incluyendo mijo. La historia
no registra Estados de mandioca, de sagú, de ñame, de taro, de bananos, de frutipan, o de batatas (¡las
“repúblicas bananeras” no califican!) Mi conjetura es que solo los granos están preparados para la
producción concentrada, evaluación de impuestos, apropiación, encuestas catastrales, almacenamiento,
y racionamiento. En un suelo propicio el trigo provee la agroecología para concentraciones densas de
súbditos humanos.
En contraste, el tubérculo de yuca (es decir mandioca) crece bajo la tierra, requiere poco cuidado, es fácil
de ocultar, madura en un año y, más importante, puede dejarse seguro en el suelo y permanecer

11
R. Carneiro, “A Theory of the Origin of the State”, Science 169 (1970): 733-739.
9
comestible durante dos años más. Si el Estado quiere tu yuca, tendrá que venir y desenterrar los
tubérculos uno por uno, y entonces tendrá una carga de poco valor y un gran peso para transportar. Si
estuviéramos evaluando cultivos desde la perspectiva del “hombre de impuestos” premoderno, los granos
principales (sobre todo, el arroz de riego) estarían entre los más preferidos, y las raíces y tubérculos entre
los menos preferidos.
Se sigue de esto, creo, que la formación estatal se vuelve posible solo cuando hay pocas alternativas a
una dieta dominada por granos domesticados. En tanto la subsistencia se extienda a través de varias redes
de comida, como sucede para los cazadores recolectores, agricultores de roza y quema, recolectores
marinos, y demás, un Estado tiene pocas posibilidades de surgir, en tanto que no hay materia prima
rápidamente accesible y fácil de juntar que sirva de base a la apropiación. Uno puede imaginar que las
antiguas legumbres domesticadas, por ejemplo – garbanzo, soja, maníes, o lentejas, las cuales son
nutritivas y pueden secarse para almacenarse – podrían servir como cultivos para impuestos. El obstáculo
en este caso es que la mayoría de las legumbres son cultivos indeterminados que pueden ser recogidos a
medida que crecen; no tienen una cosecha determinada, algo que el hombre de impuestos requiere.
Algunos lugares agroecológicos pueden ser considerados “pre-adaptados” para concentrar campos de
grano y población, debido al limo rico y la cantidad de agua, y estas áreas son a su vez locaciones posibles
para la construcción estatal. Tales lugares son tal vez necesarios para la construcción estatal temprana,
pero no suficientes. Uno podría decir que el Estado tiene una afinidad electiva por tales lugares.
Contrariamente a algunas asunciones tempranas, el Estado no inventó la irrigación como una forma de
concentrar población, mucho menos la domesticación de cultivos; ambos fueron logros de pueblos pre-
estatales. Lo que el Estado hizo a menudo, una vez establecido, sin embargo, es mantener, amplificar, y
expandir el contexto agroecológico que está en la base de su poder, a través de lo que podríamos llamar
paisajística estatal. Esto incluye la reparación de canales obstruidos, cavar nuevos canales, establecer
cautivos de guerra en tierras arables, penalizar súbditos que no están cultivando, crear nuevos campos,
prohibir actividades de subsistencia no imponibles como la roza y quema y la recolección, y tratar de
prevenir la huida de sus súbditos.
Existe, creo, una especie de módulo agro-económico que caracteriza a la mayoría de los Estados
tempranos. Sea que el grano en cuestión fuera trigo, cebada, arroz, o maíz – los cuatro cultivos que
implican, todavía hoy, más de la mitad del consumo de calorías mundial – los patrones despliegan un
parecido familiar. El Estado temprano se esfuerza por crear un paisaje legible, medido, y bastante
uniforme de granos de cultivo imponible y por mantener en esta tierra una gran cantidad de población
disponible para trabajo de corvea, conscripción y, por supuesto, producción de grano. Por docenas de
razones, ecológicas, epidemiológicas, y políticas, el Estado falla muy seguido en conseguir este objetivo,
pero este es, como fue antes, el brillo constante en sus ojos.
Un lector atento podría en este punto preguntar: ¿Qué es de todos modos un Estado? Pienso en los
gobiernos de la Mesopotamia temprana mientras se vuelven Estados de manera gradual. Esto es, la
estatalidad, en mi mirada, es un continuum institucional, menos una proposición de esto o aquello y más
un juicio de más o menos. Una política con un rey, un staff administrativo especializado, jerarquía social,
un centro monumental, murallas, y recolección y distribución de impuestos es ciertamente un “Estado”
en el sentido fuerte del término. Tales Estados nacieron en los últimos siglos del cuarto milenio AEC y
parecen estar bien atestiguados como muy tarde por la fuerte política territorial de Ur III en Mesopotamia
del sur alrededor del 2.100. Antes había gobiernos con población sustancial, comercio, artesanos, y hasta,
parece, asambleas, pero se podría argumentar el grado en el cual estas características podrían satisfacer
una definición fuerte de estatalidad.
Como ya es obvio, el aluvión de la Mesopotamia del sur está al centro de mi atención geográfica por la
simple razón de que fue allí donde surgieron los primeros pequeños Estados. “Prístino” es el adjetivo
10
normalmente utilizado para describirlos. Mientras los asentamientos fijos y los granos domesticados
pueden ser encontrados antes en otras partes (por ejemplo en Jericó, el Levante, y en los “flancos
montañosos” al este del aluvión), no dieron nacimiento a Estados. Las formas estatales mesopotámicas,
a su vez, influyeron en las subsiguientes prácticas de construcción estatal en Egipto, en el Norte de
Mesopotamia, e incluso en el valle del Indo. Por esta razón, y ayudado por las tablillas de arcilla en
cuneiforme que sobrevivieron y por una prodigiosa tradición de investigación en el área, me concentro
en los Estados mesopotámicos. Cuando algunos paralelismos o contrastes son llamativos y apropiados,
me refiero ocasionalmente a la construcción estatal temprana en China del norte, Creta, Grecia, Roma y
entre los mayas.
Uno puede sentirse tentado a decir que los Estados surgen, cuando lo hacen, en áreas ecológicas ricas.
Esto sería una mala comprensión. Lo que se requiere es riqueza en la forma de un cultivo en grano
apropiable, mensurable, dominante, y una población que lo haga crecer, y que sea fácilmente
administrada y movilizada. Áreas de gran pero diversa abundancia como los humedales, que ofrecen
decenas de opciones de subsistencia para una población móvil, por su ilegibilidad y su diversidad
fugitiva, no son zonas de construcción estatal exitosas. La lógica de los cultivos y la gente que pueden
reunirse y son accesibles aplica tanto a los esfuerzos de pequeña escala en control y legibilidad que uno
puede encontrar en las reducciones españolas del Nuevo Mundo, en muchos asentamientos misioneros,
y en ese parangón de legibilidad, la plantación de monocultivo con fuerza de trabajo en barracas.
La cuestión más amplia, a la que presto atención en el capítulo 5, es importante porque se refiere al rol
de la coerción al establecer y mantener al Estado antiguo. Aunque es un tema de debate acalorado, la
cuestión va directamente al corazón de la narrativa tradicional del progreso de la civilización. Si la
formación de los Estados tempranos fuera vista como una empresa fuertemente coercitiva, la visión del
Estado, muy querida al corazón de los teóricos del contrato social como Hobbes y Locke, como imanes
de paz civil, orden social, y libertad del miedo, atrayendo gente con su carisma, debería ser reexaminada.
El Estado temprano, de hecho, como veremos, a menudo fallaba en contener su población; era
excepcionalmente frágil epidemiológica, ecológica y políticamente y propenso a colapsar o fragmentarse.
Si, de todos modos, el Estado a menudo se rompía, no era por no ejercer cualquier poder coercitivo que
pudiera reunir. La evidencia de uso extensivo de trabajo no libre – cautivos de guerra, servidumbre por
contrato, esclavitud de templo, mercados de esclavos, reasentamiento forzoso en colonias de trabajo,
trabajo convicto, esclavitud comunal (por ejemplo los ilotas espartanos) – es abrumadora. El trabajo no
libre era particularmente importante para construir murallas de ciudades y caminos, cavar canales, para
la minería, la cantera, la explotación forestal, las construcciones monumentales, la tejeduría de lana, y
por supuesto la labor agrícola. La atención a la “administración” de la población sujeta, incluyendo las
mujeres, como una forma de riqueza, como el ganado, en el que se fomenta la fertilidad y las altas tasas
de reproducción, es evidente. El mundo antiguo compartía claramente el juicio de Aristóteles de que el
esclavo era, como el animal de arado, una “herramienta para trabajar”. Incluso antes de que uno pueda
encontrar términos para esclavos en los primeros registros escritos, el registro arqueológico dice mucho
con sus representaciones en bajorrelieve de esclavos cautivos andrajosos que son llevados de regreso del
campo de victoria y, en Mesopotamia, con miles de cuencos pequeños, idénticos, biselados, usados con
toda probabilidad para las raciones de cebada o cerveza del trabajo grupal.
La esclavitud formal en el mundo antiguo alcanza su apoteosis en la Grecia clásica y la Roma imperial
temprana, que eran Estados esclavistas en el completo sentido del término con que se lo aplica al Sur de
Estados Unidos antes de la guerra. La esclavitud tradicional, aunque no estaba ausente en Mesopotamia
y el Egipto temprano, era menos dominante que otras formas de trabajo no libre, como las miles de
mujeres que en los grandes talleres de Ur fabricaban textiles para la exportación. Que una buena parte de
la población en Grecia y la Italia romana era retenida contra su voluntad está atestiguado por las
rebeliones de esclavos en la Italia romana y Sicilia, por las ofertas de libertad en los tiempos de guerra –
11
de Esparta a los esclavos atenienses y de los atenienses a los ilotas espartanos – y por las frecuentes
referencias a las poblaciones que huyen en Mesopotamia. Uno recuerda en este contexto la advertencia
de Owen Lattimore, de que las grandes murallas de China fueron construidas tanto para mantener a los
pagadores de impuestos adentro como para mantener a los bárbaros afuera. Variable como es en el
tiempo y difícil como es de cuantificar, la esclavitud parece haber sido una condición para la
supervivencia del Estado antiguo. Los Estados tempranos no inventaron seguramente la institución de la
esclavitud, pero la codificaron y la organizaron como un proyecto de Estado.
Los Estados tempranos eran históricamente instituciones novedosas; no había manuales sobre el arte de
gobernar, ningún Maquiavelo al que un gobernante pudiera consultar, así que no es sorprendente que
muchas veces hayan sido de corta vida. La dinastía china Qin, famosa por sus muchas innovaciones en
materia de gobierno fuerte, duró apenas quince años. La agroecología que favorece la construcción estatal
es relativamente estacionaria, mientras que los Estados que ocasionalmente aparecen en estos lugares se
encienden y apagan como semáforos erráticos. La razón de esta fragilidad y cómo podríamos entender
su significado proveen el tema para el capítulo 6.
Mucha tinta arqueológica se ha derramado tratando de explicar, por ejemplo, el “colapso” maya, el
“primer periodo intermedio” egipcio, y la “edad oscura” griega. Frecuentemente la evidencia que
tenemos no provee una evidencia dispositiva. Las causas son típicamente múltiples, y es arbitrario señalar
una como la decisiva. Al igual que con un paciente que sufre de muchas enfermedades, es difícil
especificar la causa de la muerte. Y cuando, digamos, la sequía lleva al hambre y entonces a la resistencia
y a la huida de la cual, a su vez, un reino vecino toma ventaja invadiendo, saqueando el reino, y tomando
su población, ¿cuál de estas causas debe preferirse? El escaso registro escrito raramente ayuda. Cuando
un reino es destruido por una invasión, incursiones, guerra civil, o rebelión, los escribas depuestos
raramente se mantienen en sus puestos el suficiente tiempo para registrar la debacle. Ocasionalmente
existe la evidencia de que un complejo palaciego ha sido incendiado – pero por quién y por qué razón
raramente es claro.
Aquí, enfatizaré particularmente aquellas causas de fragilidad que son intrínsecas a la agroecología de
los Estados tempranos. Causas extrínsecas – digamos, sequías o cambio climático (el cual está claramente
implicado en varios “colapsos” regionales simultáneos) – pueden ser más importante en general en el
colapso estatal, pero las causas intrínsecas nos dicen más sobre los aspectos auto-limitantes de los
Estados tempranos. Con este fin, especulo sobre tres líneas de falla que son subproductos de la formación
estatal misma. La primera son los efectos en enfermedades de las concentraciones sin precedentes de
cultivos, personas, y ganado junto con sus parásitos y patógenos. Imagino, como lo hacen otros, que
epidemias de uno y otro tipo, incluyendo enfermedades de los cultivos, fueron responsables por varios
colapsos repentinos. La evidencia, sin embargo, es difícil de obtener. Más insidiosos son dos efectos
ecológicos del urbanismo y la agricultura de irrigación intensiva. El primero tenía como resultado una
deforestación constante de la cuenca hidrográfica aguas arriba de los estados ribereños con la posterior
sedimentación e inundaciones. El segundo tenía como resultado una bien documentada salinización del
suelo, menores rendimientos, y el eventual abandono de la tierra cultivable.
Quiero, finalmente, poner en cuestión, como otros lo han hecho, el uso del término “colapso” para
describir muchos de estos eventos12. En un uso sin reflexión, “colapso” denota la tragedia civilizacional
de un gran reino temprano que es abatido, junto con sus logros culturales. Deberíamos detenernos antes
de usarlo. Muchos reinos fueron, de hecho, confederaciones de pequeños asentamientos, y “colapso”
puede no significar más que se han, una vez más, fragmentado en sus partes constitutivas, tal vez para
volver a unirse más tarde. En caso de reducción de lluvias y rendimientos de cultivo, el “colapso” podría

12
Ver Patricia McAnany y Norman Yoffee, eds. Questioning Collapse: Human Resilience, Ecological Vulnerability, and the
Aftermath of Empire, Cambridge: Cambridge University Press, 2009.
12
significar una dispersión relativamente rutinaria para lidiar con una variación climática periódica. Incluso
en el caso de, digamos, huida o rebelión contra impuestos, trabajo forzoso, o conscripción, ¿no
deberíamos celebrar – o al menos no deplorar – la destrucción de un orden social opresivo? Finalmente,
en caso de que los llamados bárbaros estén a la puerta, no deberíamos olvidar que muchas veces adoptan
la cultura y el lenguaje de los gobernantes a los que deponen. Las civilizaciones no deberían confundirse
con los Estados, a los que típicamente sobreviven, ni tampoco deberíamos preferir sin reflexión unidades
más grandes de orden político que unidades más pequeñas.
¿Y qué hay de estos bárbaros que, en la época de los Estados tempranos, son tanto más numerosos que
los súbditos estatales y, aunque dispersos, ocupan la mayor parte de la superficie habitable de la tierra?
El término “bárbaro”, lo sabemos, fue originalmente aplicado por los griegos a todos los que no hablaban
griego – tanto esclavos capturados como los vecinos más “civilizados”, como los egipcios, persas, y
fenicios. “Ba-ba” buscaba ser una parodia del sonido de una lengua no griega. De una o de otra manera
el término fue reinventado por los Estados tempranos para distinguirse de quienes estaban fuera del
Estado. Es apropiado, por lo tanto, que mi séptimo y último capítulo esté dedicado a los “bárbaros”, que
eran simplemente la vasta población no sujeta al control estatal. Continuaré utilizando el término
“bárbaro” – con la lengua firmemente plantada en la mejilla13 – en parte porque quiero argumentar que
la era de los Estados tempranos y frágiles fue una época en la que era bueno ser bárbaro. La duración de
este periodo varió de lugar en lugar, dependiendo de la fuerza del Estado y de la tecnología militar;
mientras duró, podría haberse llamado la edad de oro de los bárbaros. La zona bárbara, por así decirlo,
es esencialmente la imagen especular de la agroecología del Estado. Es una zona de caza, cultivo de roza
y quema, recolección de mariscos, recolección, pastoreo, raíces y tubérculos, y muy pocos, si alguno,
cultivos de grano. Es una zona de movilidad física, de estrategias de subsistencia mixtas y cambiantes:
en una palabra, producción “ilegible”. Si el reino bárbaro es una esfera de diversidad y complejidad, la
esfera estatal es, hablando agroeconómicamente, uno de relativa simplicidad. Los bárbaros no son
esencialmente una categoría cultural; son una categoría política para designar poblaciones (¿todavía?) no
administradas por el Estado. La línea en la frontera donde comienzan los bárbaros es esa línea donde las
treguas y el grano terminan. Los chinos usaban los términos “crudo” y “cocido” para distinguir entre
bárbaros. Entre los grupos con el mismo lenguaje, cultura, y sistema de parentesco, los segmentos
“cocidos” o más “evolucionados” comprendían aquellos cuyos hogares habían sido registrados y que
estaban, aunque sea nominalmente, gobernados por magistrados chinos. Se decía de ellos que “habían
ingresado al mapa”.
En tanto que comunidades sedentarias, los Estados tempranos eran vulnerables a las poblaciones no
estatales móviles. Si uno piensa en los cazadores y recolectores como especialistas en localizar y explotar
fuentes de comida, las agregaciones estáticas de personas, grano, ganado, textiles, y bienes de metal de
las comunidades sedentarias representaban recolección fácil. Por qué uno debería tomarse la molestia de
hacer crecer un cultivo cuando, como el Estado (¡!), uno podía simplemente confiscarlo del granero.
Como lo dice de manera tan elocuente el dicho bereber: “las incursiones son nuestra agricultura”. El
crecimiento de los asentamientos agrícolas sedentarios que fue en todos lados el fundamento de los
Estados tempranos puede ser visto como una nueva y muy lucrativa recolección para los pueblos no
estatales – compra en ventanilla única14. Como lo notaron los nativos americanos, la dócil vaca europea
era mucho más fácil de “cazar” que el ciervo de cola blanca. Las consecuencias para los Estados
tempranos fueron considerables. Invirtieron fuertemente en defensas contra las incursiones y/o en el pago
de tributo – dinero para protección – a los potenciales incursores para que no saquearan. En cualquier
caso el peso fiscal del Estado temprano, y por lo tanto su fragilidad, se incrementaron notablemente.

13
Tongue in cheek, juego idiomático que significa que lo dicho está dicho con humor, o no debe ser tomado totalmente en
serio [Nota del traductor].
14
Traducción de one stop shop, lugares donde se puede comprar de todo, deteniéndose una sola vez [Nota del traductor].
13
Mientras que la espectacularidad de las incursiones tiende a dominar las narraciones de las relaciones
entre los Estados tempranos y los bárbaros, era con toda seguridad mucho menos importante que el
intercambio. Los Estados tempranos, localizados en su mayor parte en tierras bajas aluviales, ricas, eran
socios comerciales naturales de los bárbaros cercanos. Con una amplia cobertura en un entorno mucho
más diverso, solo los bárbaros podían suplir las necesidades sin las cuales el Estado temprano no podía
sobrevivir: minerales metálicos, madera, cueros, obsidiana, miel, necesidades medicinales y aromáticas.
El reino de tierras bajas era más valioso como depósito de intercambio, en el largo plazo, que como sitio
de saqueo. Representaba un mercado más grande, nuevo y lucrativo para los productos del hinterland
que podrían comercializarse por productos de las tierras bajas, como grano, textiles, dátiles y pescado
seco. Una vez que el desarrollo del transporte costero permitió un mayor comercio a larga distancia, el
volumen de este comerció explotó. Para imaginar el efecto, solo hay que pensar en el impacto que el
mercado de las pieles de castor en Europa tuvo en la caza llevada a cabo por nativos americanos. Tanto
la recolección como la caza se volvieron, con la expansión del comercio, en una empresa comercial y
empresarial más que en una simple actividad de subsistencia.
El resultado de esta simbiosis fue una hibridación cultural mucho más grande que la típica dicotomía
“civilizado-bárbaro” podría permitir. Se ha llegado a la conclusión convincente de que el Estado
temprano o imperio solía estar acompañado de un “gemelo bárbaro”, que crecía con él y compartía su
destino cuando caía15. Los oppida celtas en los márgenes del Imperio Romano proveen un ejemplo de
esta dependencia.
Entonces, la larga era de los Estados agrarios relativamente débiles, y de pueblos numerosos, montados,
no estatales, fue algo así como una edad de oro de los bárbaros; disfrutaban de un comercio provechoso
con los Estados tempranos, aumentado por el tributo o las incursiones cuando era necesario; evitaban los
inconvenientes de la labor agrícola y los impuestos; disfrutaban una dieta más nutritiva y variada y una
mayor movilidad física.
Dos aspectos de este comercio, sin embargo, fueron a la vez melancólicos y fatídicos. Tal vez el principal
producto comercializado fue el esclavo – típicamente de entre los bárbaros. Los Estados antiguos
reponían su población con guerras de captura y comprando esclavos en gran escala a los bárbaros que se
especializaban en el comercio. Además, era muy raro que un Estado temprano no contratara mercenarios
bárbaros para su defensa. Vendiendo tanto a sus compañeros bárbaros como su propio servicio marcial
a los Estados tempranos, los bárbaros contribuyeron fuertemente al declive de su breve edad de oro.

Figura 1: Línea del tiempo, del fuego al cuneiforme.


Figura 2: Población estimada en el mundo antiguo.
Figura 3: Mesopotamia: Región Tigris-Éufrates.
Figura 4: Cronología, Mesopotamia Antigua.
Figura 5: Cronología, Egipto Antiguo, Río Nilo.
Figura 6: Cronología, China Antigua, Río Amarillo.

15
Ver Thomas J. Barfield, The Perilous Frontier: Nomadic Empires and China (Oxford: Blackwell, 1992).
14
2,000 BCE
Cuneiform used to
represent speech
(2,600)

3,000 BCE
Walled, territorial
statelets
(3,100)
Proto-cuneiform for 4,000 BCE
record keeping
(3,200)

5,000 BCE
Strong evidence of agrarian
villages relying primarily on
planted crops and livestock
6,000 BCE Cold snap
6,200–6,100
Evidence of
permanent towns
7,000 BCE Evidence of domestication
of main “founder crops”

8,000 BCE

9,000 BCE
Scattered evidence of
domesticated plants
and livestock

10,000 BCE Cold snap


younger dryas
10,800–9,600

11,000 BCE

Scattered evidence
of sedentism
12,000 BCE

Homo sapiens disperse


from Africa 60,000 BCE

200,000BCE
Appearance of anatomically
modern human

400,000BCE
Hominid fire
1800CE 1 billion
375 million
1400CE
1370CE
370 million
1000CE 275 million

0 170 million

1000BCE 50 million

2000 BCE 25 million

5000 BCE 5 million

10000 BCE 2–4 million

35000 BCE 3 million

Figure 2. Estimated population in the ancient world


I N T RO D U C T IO N

C ASP IAN
Tepecik
N SEA
Norșun Tepe
Arslan Tepe
Cayaohü Diyarbekir

Mureybit Shanidar Hajji Firuz


Tell Halaf Tell Brak
Aleppo Tell Chuera Tepe Gawra
Raqqa Mosul Niniveh Teheran
Habuba
Umm Dabaghiyah Hassuna
Ebla Abu Hureyra
Assur Oalat Jarmo
Hama
Bouqras Malarra
Tigri
MEDITERRANEAN Godin Tepe
Mari Tepe Sarab
SEA Tepe Siyalk
Euphra Tell es Siwwan Ganj Dareh
s

Damascus Tell Asmar Tepe Guran


tes

Baghdad Khafajah
Isfahan
Ras el Amiyah Jamdet Nasr Ali Kosh
Babylon Kish Tepe Jaffarabad
Nippur
Jericho Tell Abu Salabikh Susa Chogha Mish
Jerusalem Adab Zabala
Umma Girsu
Shuruppak Lagash Qal e Rostam
Uruk
Tell el Ubaid Ur
Tepe Sohz
Eridu
Basra

0 100 200 mi P ERSIAN


GULF
0 100 200 300 km

Figure 3. Mesopotamia: Tigris-Euphrates region

control and legibility one finds in the Spanish redduciones in


the New World, many missionary settlements, and that para­
gon of legibility, the monocrop plantation with the workforce
in the barracks.
The larger question, the one I address in Chapter 5, is im­
portant because it bears on the role of coercion in establish­
ing and maintaining the ancient state. Though it is a subject
of heated debate, the question goes directly to the heart of the
traditional narrative of civilizational progress. If the forma-

25
Old Babylonian

Ur III 2,000 BCE

Akkad Empire

2,500 BCE Regional states


Early Dynastic
City states

3,000 BCE
Jemdet Nasr

Late Uruk Regional centers


3,500 BCE

Early Uruk

4,000 BCE

4,500 BCE

5,000 BCE
Ubaid Isolated settlements

5,500 BCE

6,000 BCE

6,500 BCE

Figure 4. Chronology: Ancient Mesopotamia


I NT RO DU CTIO N

1,000 BCE
1,069

1,200 BCE
New Kingdom
(Dynasties 18–20)
1,400 BCE

1,550
1,600 BCE
Second Intermediate Period
(Dynasties 13–17?)
1,773
1,800 BCE
Middle Kingdom
(Dynasties 11,12)
2,025 2,000 BCE
First Intermediate Period
(Dynasties 7–10) 2,181
2,200 BCE

Old Kingdom 2,400 BCE


(Dynasties 3–6)

2,600 BCE
2,686

Early Dynastic Period 2,800 BCE


(Dynasties 1, 2)

3,000 BCE

Figure 5. Chronology:
Ancient Nile River Egypt

tion of the earliest states were shown to be largely a coercive


enterprise, the vision of the state, one dear to the heart of such
social-contract theorists as Hobbes and Locke, as a magnet
of civil peace, social order, and freedom from fear, drawing
people in by its charisma, would have to be reexamined.
The early state, in fact, as we shall see, often failed to hold
its population; it was exceptionally fragile epidemiologically,
ecologically, and politically and prone to collapse or fragmen-
Subdivisions of
Dynasties Dynasty dynasty
subdivisions subdivisions
200 CE
Eastern Han

Han Dynasty 0

Western Han

200 BCE
Qin Dynasty

Warring states period


400 BCE

Eastern Zhou
Zhou Dynasty
600 BCE
Spring-autumn period

800 BCE

Western Zhou

1,000 BCE

1,200 BCE

Shang Dynasty

1,400 BCE

Figure 6. Chronology: Ancient Yellow River China

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