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Por: Mariana Maggio
Este ciclo 2022 se inicia con la esperanza de que nos estemos acercando al final de la
pandemia e importantes definiciones políticas sobre la presencialidad plena. La pregunta
del momento parece ser: ¿a qué escuela volvemos? Frente a esta pregunta aparecen dos
posiciones bastante claras, entre otras con un sinfín de matices. Una en la que pareciera
que no se puede volver atrás y que este proceso debería ser el puntapié para abordar
algunas transformaciones educativas importantes. La otra fue capturada de modo
sintético y perspicaz por una directora al afirmar: “Esos cambios no van a ocurrir, la
presencialidad nos va a succionar”.
Empecemos por lo más evidente: un mundo con una pandemia que nadie se anima a
afirmar que terminó; con casi seis millones de muertos por COVID-19 y más de
cuatrocientos millones de contagios; con el inicio de una guerra que puede tener un
alcance global con amenaza nuclear incluida; y con los tremendos significados de la crisis
ambiental explotando en nuestras caras a diario. Un mundo en el que la pobreza, y todas
las formas de expulsión que conlleva, persiste.
Tanto en lo evidente como en lo sutil, el mundo no es el que era y nosotros, con todo lo que
vivimos y aprendimos, tampoco. Resultaría por lo menos raro que las prácticas de la
enseñanza volvieran a ser las que eran antes de la pandemia. ¿Entonces?
Desde hace años planteamos que la reinvención de las prácticas de la enseñanza en favor
de su relevancia en las escenas contemporáneas requiere la alteración de las
condiciones que las sostienen. El espacio, estático y limitado a las paredes del aula; el
tiempo calendarizado y fragmentado; el currículum, lineal, extenso y sobrecargado y las
evaluaciones centradas en el control son algunas de las dimensiones que acompañan la
hegemonía de la didáctica clásica. Un modelo agotado en una cultura que pone el saber
construido a disposición a través de diversos dispositivos tecnológicos, como planteó
hace años Michel Serres en Pulgarcita, y en el que la producción de los campos
disciplinares en tiempo real y en modo colaborativo se acelera.
En este complejo mundo los problemas nos estallan en la cara. A nosotros y a nuestros
estudiantes. No estamos en condiciones de esconder dos años de temor ni tampoco este
presente convulsionado. Es justamente en hacer esos reconocimientos donde pueden
encarnar prácticas relevantes y cargadas de sentido, de las que todas y todos quieran
ser parte, orientadas por horizontes de transformación que pueden estar inscriptos en lo
local pero también en lo global. Es en esas tramas, en una profunda articulación con los
contenidos curriculares, en las que mejor pueden darse esos aprendizajes profundos y
perdurables que a veces sentimos tan lejanos. Podemos empezar preguntándoles a las y
los estudiantes qué los conmueve y qué los preocupa.
En tiempos de sufrimiento social, como lo define Carina Kaplan, la vuelta solo puede ser
amorosa. Crear la bienvenida, dar tiempo a la expresión a través del cuerpo y la voz del
dolor atravesado, generar condiciones para que el arte sea canal de la memoria de este
tiempo y que las interpretaciones de todo tipo, personales y colectivas, den cuenta de las
marcas que deja la pandemia en nuestra subjetividad. Como le escuché decir en estos
días a Julio Alonso, podemos empezar preguntándoles a nuestros estudiantes cómo
están.
En los últimos dos años las y los docentes nos encontramos más que nunca a conversar
sobre cómo salir adelante en condiciones inéditas, elaboramos propuestas colaborando y
nos apoyamos solidariamente. Ese emerger de la docencia como acción colectiva tiene
que ser llevado al diseño de prácticas de la enseñanza que terminen de romper con un
modelo de transmisión solitario, agotado y agotador, y se constituyan en el plafón de
colaboración que sostenga formas de cocreación poderosas por parte de las y los
estudiantes. Podemos empezar preguntándonos por qué no. Lo que venga puede llegar a
ser maravilloso.
No volvemos con la frente marchita. Volvemos como los sobrevivientes de un tiempo raro
que llegan para construir sobre el polvo de los papeles unas prácticas de la enseñanza
amorosas y vibrantes que nos permitan comprender y hacer un mundo mejor, abrazando
emocionalmente a cada estudiante que pasa la puerta de la escuela, y no dejando que se
vaya hasta haberla terminado.
Mariana Maggio
@marianamaggio
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