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CIVILIZACIÓN CONTEMPORÁNEA

ENSAYO 2: J. S. Mill, Sobre la Libertad

Paolo Sarri

A muchos de nosotros, en la actualidad, nos sorprenden varias actitudes o pensamientos


que ciertas personas pueden llegar a tener, a pesar de la evidencia y el conocimiento existente.
Repetidas veces los juzgamos de absurdos o conspiranoicos como, por ejemplo, los terraplanistas,
que, a pesar de la evidencia científica, son minorías que consideran el pensamiento tradicional
como erróneo. Asimismo, podemos asimilar el caso anterior a un ejemplo más cercano a nuestra
realidad, el caso que expone Carlos Peña en la columna “La Nueva Herejía”. En esta columna hace
referencia a una iniciativa de una ley que sancionaría a todo aquel que niegue las violaciones de
derechos humanos en la dictadura.

Para analizar este tema, expondré el pensamiento del autor John Stuart Mill cuál sería su
opinión sobre esto basándome en su libro “Sobre la libertad”.

Inicialmente, Carlos Peña, a pesar de estar en contra de las opiniones de estas minorías, se
aferra a la idea de la libertad de expresión, idea que a lo largo de todo el libro de Mil es defendida
y es vista como un pilar de su pensamiento liberal y de la sociedad en general. Según el británico,
una sociedad desarrollada, civilizada y moderna se define por su diversidad de pensamiento y la
existencia de minorías que nutren el intelecto de cada persona, y que, además, fomenta el desarrollo
de una buena democracia. Es por esta razón que él considera que censurar y prohibir expresiones
de diversas asociaciones, grupos o minorías, es un error que desfavorece a todos. “Puesto que es
útil mientras dure la imperfección del género humano, que existan opiniones diferentes, del mismo
modo será conveniente que haya diferentes maneras de vivir; que se abra campo al desarrollo de
la diversidad de carácter, siempre que no suponga daño a los demás; y que cada uno pueda, cuando
lo juzgue conveniente, hacer la prueba de los diferentes géneros de vida." (pág. 128).

El negacionismo para ambos pensadores, por más absurdo que suene y por más erróneo
que sea, no debe de ser castigado ni censurado, ya que, al fin y al cabo, es una opinión que puede
ser debatible y cada quien es libre de expresar lo que desea, ya sea en asuntos prácticos o
especulativos, científicos, morales o teológicos. Sin embargo, ¿cuándo es legítimo que la sociedad
o el gobierno interfiera en la libertad humana?, según Mil, como es una expresión que no atenta
contra la integridad física o moral de los demás, ni el gobierno ni la sociedad (las mayorías) puede
inhibir este pensamiento, mas si puede desmentirlo o validarlo, demostrando mediante el debate
el error en esas declaraciones. “… el único fin por el cual es justificable que la humanidad,
individual o colectivamente, se entremeta en la libertad de acción de uno cualquiera de sus
miembros es la propia protección. Que la única finalidad por la cual el poder puede, con pleno
derecho, ser ejercido sobre un miembro de una comunidad civilizada contra su voluntad es evitar
que perjudique a los demás.”, defiende el autor refiriéndose al límite de la libertad de expresión
(pág. 74).

Consiguientemente, mediante este proceso de expresión y debate en la sociedad es como


se llega a la raíz de la verdad, por lo que, cualquier declaración puede ser demostrable y probada
como verídica o errónea, tal es el caso que Peña comenta. “Si son erróneas, basta un debate abierto
para detenerlas y evitar que se expandan”, expresa el chileno. No obstante, muchas veces el límite
que existe de libertad de expresión resulta difícil de determinar. El mismo Peña da como otro
ejemplo un libro de negación del holocausto que fue prohibido en Francia, pero a su vez destaca
que, en Estados Unidos, manifestaciones neonazis son expresiones permitidas, lo que nos hace
pensar nuevamente ¿cuál es el límite?, ¿cuáles deben ser los criterios que se deben considerar para
la libertad de pensamiento? Bueno, a pesar de no saber lo que haría Mil en un caso tan específico
como este, en su libro nos hace entender cuál sería su postura y la actitud que adoptaría en
escenarios así. La filosofía de Mil es muy franca e imparcial: “Los actos perjudiciales para los
demás requieren un tratamiento totalmente diferente. La violación de sus derechos; el acto de
infligirles alguna pérdida o daño no justificables por sus propios derechos; la falsedad o duplicidad
en sus relaciones con ellos; el uso ilícito o poco generoso de ventajas sobre ellos, hasta la
abstención egoísta de defenderles contra el mal son objetos propios de reprobación moral y, hasta
en casos graves, de animadversión y de castigo.” (pág. 155).

Mill, siendo una de las principales imágenes del liberalismo clásico, fomentando y
defendiendo repetidas veces la libertad de expresión, comenta que ésta, mediante el transcurso del
tiempo, ha estado perdiendo territorio, generándose así una sociedad homogénea y sin diversidad.
“Antiguamente, los diferentes rangos, las diversas vecindades, las distintas industrias y profesiones
vivían en lo que podían ser llamados mundos diferentes; actualmente viven, en un cierto grado, en
el mismo. Comparativamente hablando, ahora leen, oyen y ven las mismas cosas, van a los mismos
sitios, tienen los mismos objetos de esperanzas y temores, los mismos derechos y libertades y los
mismos medios de afirmarlos” (pág. 149). Según Mill, esta homogeneidad se debe principalmente
al sistema educativo de su época, la que hace que se genere una pacificación intelectual, es decir,
un escenario que mantiene todas las opiniones prevalecientes en una “aparente calma”. Esta
“aparente calma” actúa en las personas como un inhibidor de su pensamiento crítico, encerrándose
para ellos mismos su expresión y convicciones que tanto pueden llegar a aportar en la sociedad.
Para esto, en cambio, están los medios de comunicación; una herramienta beneficiosa que fomenta
la libertad de expresión. Es por eso que, siguiendo con la lógica de Mill, los medios de
comunicación hoy en día han facilitado la diversidad, dando a luz a muchas minorías que son
escuchadas por todo el mundo (como por ejemplo la que señaló Peña en su columna), y, que a
pesar de no ser muchas de estas verídicas o necesarias, son útiles para el desarrollo intelectual de
nuestra sociedad.

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