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11.

¿CON QUÉ CONCEPCIONES DE LAS ÉTICAS HARÍA MÁS JUEGO LA ÉTICA


ARISTOTÉLICA, CON LAS PROCEDIMENTALISTAS O CON LAS SUSTENCIALISTAS?
JUSTIFICA TU RESPUESTA (PODÉIS RECURRIR A LA ÉTICA A NICÓMACO Y AL CAPÍTULO 2 DE ÉTICA SIN
MORAL)

En principio, la ética aristotélica pertenece a las llamadas “éticas materiales”, ya que, según la
descripción indirecta de Kant, todas las éticas anteriores a la suya se ubican en este grupo. Como
señala Cortina, las éticas sustancialistas son una variación contemporánea de las éticas materiales. De
la misma manera que, según la filósofa, las éticas procedimentalistas lo son de las éticas formales.
Con esta descripción podemos encajar indirectamente a la ética aristotélica dentro de las éticas
sustancialistas. Sin embargo, a continuación fundamentaremos de manera más profunda el por qué la
ética defendida por Aristóteles pertenece a lo que hoy denominaríamos “sustancialismo” y no
pertenece al grupo de los “procedimentalistas”. Para ello, empezaremos explicando qué clase de ética
es cada una.

Por un lado, la ética procedimental sostiene que la tarea de la ética es descubrir los
procedimientos legitimadores de las normas morales; es decir, la dimensión universalizable de la
moral, dimensión que coincide con las normas acerca de lo que es justo e injusto. Estos
procedimientos, nos permiten descubrir qué normas son correctas y cuáles no. Los contenidos que
presentan estas éticas son variables, puesto que cada cultura tiene los suyos, y no se pueden
universalizar. La ética procedimentalista, al contrario que la sustancialista, puede formar unas normas
universales, ya que esta analiza los procedimientos que generan discurso y no el “bien” entendido
como conjunto de prácticas con contenido. En cambio, la ética aristotélica, sí alberga doctrinas con
contenido, ya que entiende la felicidad como una actividad del alma según la virtud perfecta y explica
dicha virtud, no desde una forma o procedimiento, sino desde el desarrollo del llamado “término
medio”.

Este contenido rechazado por las éticas procedimentalistas es precisamente el que reclaman
las éticas sustancialistas. Estas últimas afirman que es imposible hablar sobre la corrección de las
normas. Estas, enitienden la moral como un ámbito en el que lo principal no es el discurso sobre las
normas justas, sino el de los fines, los bienes y las virtudes. El sustancialismo critica la distinción
moderna entre el “bien” y lo “justo”. La ética sustancialista busca una “naturaleza normativa” que
presuntamente le otorgaría a sus contenidos calidad de universales; mientras que las
procedimentalistas rechazan toda metafísica teleológica porque entienden el fin moral como algo
distinto al fin metafísico y al fin empíricamente demostrable. En Aristóteles, vemos una ética
profundamente teleológica, que se basa en una especie de “biología metafísica” para justificar un “fin
natural”. Desde una óptica procedimentalista, este “fin” entraría en conflicto con la “libertad radical”
(que es independiente de la naturaleza). Esto se debe a que el fin es aquel que los seres racionales quieran darse
a sí mismos, la libertad radical supone la renuncia a tomar como fin moral un fin dado, y el “fin”
propuesto por Aristóteles es un fin externo a la voluntad, extraído de la observación empírica de la
naturaleza. Por estas razones, en su vertiente teleológica, la ética aristotélica está más cercana a las
éticas sustancialistas que a las procedimentalistas.

Consideremos ahora la “praxis” (accion, πραξις) aristotélica. En Ética a Nicómaco, Aristóteles


nos dice que el principio de la acción (praxis) es la elección, y el principio de la elección es el deseo.;
estos tres deben orientarse hacia un fin y este fin es, en última instancia, la felicidad. Las acciones
(praxis) regidas por las “virtudes éticas” son dadas dentro de las costumbres, lo que no pasa

1
necesariamente con las acciones guiadas por las “virtudes dianoéticas1”. Ahora bien, las éticas
sustancialistas acogen está visión de la praxis aristotélica y extraen de ella la racionalidad práctica; tal
racionalidad se busca en el seno de la praxis y no en un “deber ser” que excede el ámbito de la praxis
cotidiana. Para los procedimentalistas, es un error extraer de las praxis ya existentes en la sociedad la
racionalidad práctica; pues, según ellos, los procedimientos trascienden la praxis concreta, el contexto
concreto, y, precisamente por ello, estas praxis pueden ser sometidas a crítica.

Sin embargo, como señala Cortina, los procedimientos sólo pueden leerse en la praxis
concreta. Como se puede apreciar, aunque la ética aristotélica no tiene exactamente las mismas ideas
alrededor del concepto de “praxis” que las éticas sustancialistas, si que sirve de inspiración para estas
últimas, por lo que su pensamiento se acerca a este tipo de éticas: ambas tienen un carácter “realista”
y no “idealista”, ambas dotan de importancia a las costumbres y los hábitos para forjar virtudes éticas.

En el libro de la Ética a Nicómaco, se nos dice que el fin del hombre es una “cierta vida”, esta
vida se relaciona con el bien, que es el cumplimiento de un fin de acuerdo con la virtud y con la razón.
La felicidad (εὐδαιμονία), tan relacionada con estos dos conceptos, parece ser el objetivo de esa “cierta
vida”. Según Aristóteles, todos consideramos (si lo pensamos bien) a la felicidad como último estadio de la
“vida buena”. La ética aristotélica crea un marco normativo de acción a través del convencimiento de
que la idea detrás de la vida buena es la felicidad. Las éticas sustancialistas, siguiendo al filósofo
griego, creen que solo puede hablarse de corrección de normas si se comparte una idea de “vida
buena”; esta “idea” tiene, obviamente, contenido (en el caso aristotélico, el de la eudaimonia), por lo que
rechazan las éticas procedimentalistas que no dan significado a esa “vida buena”. Tanto en el caso de
Aristóteles como en el de los sustancialistas, esta “cierta vida” propuesta implica necesariamente que
los individuos encarnen ciertos hábitos particulares; estos hábitos son llamados “virtudes” y se
congregan alrededor de una idea común de bien.

Es necesario señalar cómo las éticas sustancialistas provocan que la moral exija conceptos
con contenido para ser explicada: “praxis”, “fin”, “virtud”, “vida buena”, etc... Estos conceptos son
muy similares a los utilizados por Aristóteles, por lo que incluso en la terminología hay acercamientos
entre estos dos modelos éticos.

Para concluir, repetir una vez más que la ética aristotélica es más cercana a las éticas
sustancialistas que a las procedimentalistas, pues ambas sitúan en primer plano los bienes y las
virtudes y dejan relegados a un segundo a las normas y los deberes universalmente justificables.
Ambas son, en este sentido, más cercanas a las éticas materiales que a las formales, a las teleológicas
más que a las deontológicas, a las realistas y no a las idealistas.

1
Aristóteles distingue cinco virtudes dianoéticas: arte (tekhné), ciencia (epistéme), prudencia (phrónesis), sabiduría (sophía)
y entendimiento (nous). Se distinguen de las virtudes éticas, que son aquellas que pertenecen al alma, pero que, incluso sin
concurso de la razón, pueden obedecerla (Ética a Nicómaco, 1102 b).

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