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HIJOS DEL
AYER
© de la obra: Manuel Muñoz Hidalgo, 2019.
Contacto: mmhidalgo95@gmail.com
@MaMuHi
https://miaullidoliterario.blogspot.com
Para mis betas por corregirme y animarme con cada escrito que les paso.
Aristóteles
«Lo mucho que cuesta hacer libre por las leyes a un pueblo esclavo por sus
costumbres.»
—Leer ese viejo periódico no hará retroceder el tiempo —comentó Renato con
un tono de cansancio en la voz, como aquel que se harta de repetir lo mismo una y otra
vez.
—¿Todavía estás celoso de que no fueses el elegido para ir? —le picó.
***
Así, las masas perseguidas se reunían en puntos alejados de las ciudades, que se
habían convertido en centros donde los muchos trabajaban explotados para enriquecer a
los pocos. Las zonas rurales habían sido las primeras en desaparecer, facilitando la
purga de los impuros.
Jericó sólo era uno de los refugios existentes, pero uno de los más famosos y
admirados entre la comunidad sobrenatural. Por eso Sigrid había llevado allí a los
pacientes.
—¿Estás bien? —corrió a abrazarla su hermano según la vio llegar. Si alguien
pensaba que mostrar su preocupación le hacía débil podía probar a decírselo bajo la luz
de la luna.
—Yo sí, pero hemos perdido a Remus, Isaac y Pedro. Se sacrificaron para que
pudiésemos sacarlos a todos.
—Entonces les haré una visita para ver en qué estado están. Tal vez tengan
suerte.
Porque huir de las instalaciones de conversión no era más que la primera parte
de la supervivencia. Aún si lograbas superar semanas de curas que en realidad eran
venenos, sesiones de terapia destinadas a destruir tu autoconcepto y escapar de una
lobotomía que siempre acababa en defunción, lo difícil venía después.
La terapia de conversión les había hecho un daño que simplemente estaba más
allá de la reparación.
Federico era uno de los pocos que lo había conseguido. Incluso con cicatrices
que nunca sanarían o señales de quemaduras en su piel, al licántropo se le conocía como
«el superviviente». Sin embargo, desde que consiguió escapar de la terapia y llegar a
Jericó, nadie le había visto transformarse, total o parcialmente. Parecía que su identidad
lupina había quedado enterrada en alguna parte de su subconsciente, junto con las
torturas que trataron de suprimirla.
Tras su marcha, Sigrid hizo una seña a su hermano y otra a Renato. Había algo
más de información que compartir, pero no podía ser susurrada en una sala llena de
gente con capacidades auditivas superiores.
—Tenemos que convocar un consejo para decidir qué hacer —anunció fríamente
Joyce. Lo importante era mantener la calma.
***
La sala de consejo era tan modesta como el resto de las cavidades excavadas o
anexionadas al árbol centenario. Mobiliario y estructura de madera con refuerzos de
piedra y, muy excepcionalmente, acero. Iluminación basada en pequeñas llamas
situadas sobre superficies de agua. Un incendio podría resultar fatal.
El consejo de la luna estaba formado por cinco personas: los mellizos, Renato,
Federico y una joven llamada Serpuhi. Cada uno había logrado ese puesto por méritos
propios más allá de ser un alfa.
Joyce poseía una mente táctica envidiable que le convertía en un gran líder.
Sigrid gozaba de una fuerza y agilidad en su forma lobuna que la convertían en la
perfecta capitana de cualquier misión. Ambos descendían de la diosa Lupa, aunque les
distanciaban varias generaciones.
Renato, además de descender del dios nórdico Fenrir, poseía una increíble fuerza
bruta que nadie en Jericó podía igualar. Federico era una leyenda por haber escapado
del centro de conversión solo y hacía las veces de sanitario, especialmente en cuanto a
la salud mental. Y Serpuhi parecía ser hija directa del mismísimo Licaón, además de
una fiel devota al culto a los dioses, por lo que se solía encargar de dirigir cualquier
asunto sagrado.
Ninguno mandaba sobre otro. Ninguno opinaba o decidía más que el de al lado.
Todas las decisiones se tomaban por mayoría de votos en aquel sistema.
—Ya sabéis por qué estamos aquí —dijo Joyce a los recién llegados—.
Debemos tomar una decisión sobre qué hacer y actuar rápido.
—Huir. Salvar las vidas que dependen de nosotros aquí. Salgamos del país,
tenemos los contactos necesarios para conseguir emigrar si lo hacemos con discreción.
Incluso el más fiero de los lobos se dirigía con respeto a la sacerdotisa de los
dioses. Con su largo pelo negro y rizado, su piel oscura y sus ojos del mismo color, la
hija de Licaón imponía respeto con una sola mirada. Representaba dentro de la
comunidad una fe que muchos habían dejado atrás hacía tiempo.
Joyce el primero.
Sigrid miró de reojo a su hermano. Cada vez que el tema de la religión salía a la
palestra se ponía terriblemente nervioso. Les culpaba de todas las pérdidas que habían
sufrido durante los años, especialmente por la de sus padres.
—No podemos depender de que los dioses nos presten atención esta vez. Y
Sigrid tiene razón, estamos en la misma situación aquí o en cualquier otro asentamiento.
Por el interés de salvar vidas, yo voto por emigrar.
Todas las miradas recayeron entonces sobre la capitana. La joven tenía una
reputación por disfrutar los enfrentamientos físicos y salir victoriosa de ellos. E
indudablemente era la más impulsiva de los mellizos, cediendo fácilmente a sus
instintos animales.
—No sé. Nunca me echo para atrás en una lucha, Renato, pero esto es diferente.
Hay vidas en juego. ¿Pero por qué tenemos que huir? Merecemos estar aquí tanto como
cualquier otro.
—Esta noche está siendo muy larga. Propongo que demos como plazo máximo
para decidir hasta el amanecer. Si nos atacan antes de entonces, lucharemos y nos
defenderemos como podamos —propuso solemnemente Joyce.
***
—Me alegra saber que mis medidas triunfan. Ya nadie podrá discutir la utilidad
de mi partido dentro de la coalición.
—No se purifican. Siempre acaban muertos. ¿Se le puede llamar éxito a eso
realmente?
—En cualquier caso nos deshacemos de esa… lacra —respondió mientras hacía
un gesto con la mano para restarle importancia—. Lo que importa son los resultados.
Eres muy joven, Alfred, ya lo entenderás.
Su piel pálida contrastaba con su corto pelo castaño y los elegantes trajes que
solía vestir, siempre adornados con una corbata azul.
—Hagamos esto breve, caballeros. Sólo las clases bajas trabajan hasta tan tarde
—dijo al tiempo que escupía veneno entre los dientes de su perpetua sonrisa—.
Supongo que ya os habréis enterado del ataque al centro de recuperación de la
naturalidad de las afueras.
Cualquiera podría haber afirmado ver asomar una lengua bífida entre los dientes
del líder del país.
—Paco, hay familias enteras. Mujeres y sobre todo niños —insistió gravemente
Robira.
—Esas mujeres están contaminadas, no sirven para ser madres. Y los niños…
¿no es compasivo ahorrarles una vida de sufrimiento terminándola ya?
—Mi querido Alfred, tú nunca has sido de centro. Simplemente te has arrimado
al sol que más calienta —afirmó mientras le retocaba las solapas de su chaqueta y
apretaba el nudo de la corbata, tal vez demasiado—. Estás aquí porque te necesitaba
para conseguir mayoría absoluta, pero no eres más que un peón. Un peón prescindible.
***
Serpuhi había elevado sin pausa oraciones a su padre, Licaón, desde que la
reunión del consejo había acabado. Lo que no había compartido con el resto de sus
compañeros es que tenía más contacto con su progenitor que el que había dejado
entrever. Sus charlas eran más frecuentes de lo que se podía esperar con una semi
divinidad.
Insegura, extendió sus garras y las apretó sobre sus manos, dejando que las
palmas se inundasen de sangre antes de verterla sobre el altar. Tal y como pasaba con
toda ofrenda, el líquido pronto empezó a hervir, como si el contacto con la piedra
hubiese producido una reacción química. Los vapores ascendieron hasta la efigie
dedicada a Licaón mientras que el altar volvió a quedar impoluto.
—Por favor. Por favor, padre. Ya no sé qué más hacer. Me necesitan y tengo que
protegerlos.
Desconsolada, no vio cómo las lágrimas brillaron y desaparecieron al entrar en
contacto con el altar.
—No llores, hija mía. Nunca estoy lejos de ti, ya lo sabes —la consoló una voz
al tiempo que sintió una mano en la espalda.
Un hombre esbelto y de mediana edad, con el pelo moreno peinado hacia atrás,
ojos castaños y unos labios gruesos se encontraba tras ella. Vestía una túnica azul,
aunque rasgada por múltiples partes para dar libertad de movimiento.
—¡Padre! ¿Ha funcionado la sangre? —preguntó la joven con una voz que
mezclaba júbilo, asombro y algo de respeto.
Daba igual lo bien que se hubiese portado con ella, el antiguo rey de Arcadia
tenía una reputación como padre demasiado famosa como para ignorarla.
—Serpuhi, Joyce tiene razón. Debéis emigrar. No podéis quedaros aquí. Mira lo
que ha hecho falta para comprarme un poco de libertad. No tengo el poder para
defenderos.
La divinidad dio un paseo por el altar hasta detenerse frente a su efigie. Supuso
que el aspecto terrorífico que le habían asignado era merecido, aunque se debiese a un
error que cometió tiempo atrás.
—Zeus sigue cabreado desde… bueno, ya sabes desde cuándo. Por eso siempre
te digo que ocultes mis visitas, no conviene llamar su atención.
—Le realizamos sacrificios. Le dedicamos oraciones. A su panteón y a los otros.
¿Por qué no han intervenido?
—Los dioses siempre hemos sido muy taimados, caprichosos. Puede que
necesitemos de las plegarias y ofrendas mortales para conservar nuestra divinidad, pero
es básico que sólo debes posicionarte del bando vencedor, incluso cuando éste amenaza
a tu progenie. Algo parecido a lo que pasa con la ONU y el resto de países. No perdáis
el tiempo, hija mía, no os ayudarán.
La joven meditó las palabras de su padre. Poco a poco iba entendiendo que sólo
tenían una opción si querían sobrevivir.
***
Renato intercambió una rápida mirada con Sigrid. Parecía que ellos también
habían pasado juntos alguna de aquellas horas. Él asintió.
—¿Y yo? —preguntó Renato con cierta hostilidad, claramente molesto por si se
le dejaba fuera de acción.
***
Sigrid guardaba lo necesario y los pocos objetos simbólicos que cupieran en una
diminuta mochila. Su partida era inminente. Cogió una foto que conmemoraba el día de
la inauguración del consejo: las cinco sonrisas no podían ocultar todo el sufrimiento que
llevaban a rastras ya en ese punto. Era lo más parecido a unos amigos que tendría nunca.
Era la última foto que poseían de sus padres con ellos, los cuatro juntos. La
habían hecho aquel 28 de abril, el día que todo comenzó.
—No podremos irnos sin más, Sigrid, pero si Renato y yo nos quedamos para
luchar con unos pocos, la distracción os dará suficiente tiempo para alejaros.
—¿Y él lo sabe?
La negación se apoderó de ella. ¿Entonces qué había sido el tiempo que habían
pasado juntos aquella noche si ya tenía su decisión tomada? Otra despedida, claro.
—No. Os he pedido que os vayáis porque sois los más útiles para dirigirlos. La
sacerdotisa a la que escucha la gente, el sanador y la poderosa capitana con grandes
dotes de infiltración. Tanto Renato como yo estuvimos de acuerdo y de saber la verdad
nunca habríais aceptado.
Fríamente el plan tenía su lógica y ella lo sabía, pero no alivió el peso que sintió
al darse cuenta de que era la última vez que veía a su hermano, la única familia que le
quedaba.
Ambos se abrazaron llorando, conscientes del adiós, hasta que Renato llegó para
avisar a Sigrid de que era la hora. Tras un último estrujón a su mellizo, cogió su mochila
y se dirigió hacia el hijo de Fenrir, a quien le dio un bofetón.
Las quejas del otro fueron acalladas por el abrazo que siguió a la agresión, al
tiempo que se derramaron nuevas lágrimas. Ambos lobos se abrazaron, conscientes de
que nunca más podrían competir por ver quién era el mejor.
—Ahora haz lo que siempre hayas querido hacer como si tu vida acabase
mañana. Lo cual puede ser literal.
***
Múltiples licántropos se escondieron entre las chozas que rodeaban el haya para
pillar desprevenidos a sus enemigos, así como otros arqueros se ocultaron entre la
maleza, en puntos estratégicos para ralentizar al enemigo. Su armamentística podría no
ser la mejor, pero le sacarían el mayor partido posible.
***
Los nervios estaban a flor de piel. ¿Cómo calmarlos cuando todos los presentes
habían aceptado una muerte segura? Renato y Joyce se paseaban de un lado a otro
tratando de calmar los ánimos y reunir valor entre el denominado escuadrón suicida.
—Desearía que llegasen ya, aunque sólo fuese para terminar con esta agonía.
Esperar me pone de los nervios —gruñó el hijo de Fenrir.
No tenía ningún discurso preparado, pero la situación lo requería, así que se dio
la vuelta, listo para enfrentarse a los voluntarios. Un aullido inundó la sala y el silencio
se hizo de inmediato.
—Sé que muchos de vosotros os preguntáis por qué estamos aquí. ¿Por qué,
cuando no hemos hecho nada para merecerlo? No tengo respuesta para esa pregunta,
pero sí os puedo decir qué es lo que me trae a mí hasta aquí —comenzó con una voz
sólida, habituada a este tipo de situaciones—. Mi hermana, mis amigos, vuestros hijos.
Decido quedarme sabiendo que les daré una oportunidad.
Las palabras parecieron calar entre el público. Casi todos tenían una familia a la
que habían dejado ir.
—He visto morir a mucha gente, amigos. Todo por esos cabrones que dicen ser
pro vida hasta que se trata de nosotros. Esos corruptos y mentirosos que piensan que
pueden curarnos. Esos explotadores que piensan que no servimos de mano de obra
barata o como hornos para sus hijos.
—Olvidad todo lo que sabéis, todo lo que nos puedan haber llamado alguna vez.
Nada de eso importa ya. No somos fugitivos ni monstruos. Somos… ¡LICÁNTROPOS!
—gritó alzando la mano, gesto que se repitió rápidamente en toda la sala.
***
Cuando las tropas se acercaron demasiado, la vanguardia fue liderada por los
últimos licántropos del consejo. Un momento antes de la batalla y ante el peligro
inminente, Renato alcanzó a darle la mano a su compañero. Joyce se la apretó para
demostrarle su apoyo. No tenía miedo, dentro de poco se reuniría con sus padres, con
todos los amigos que había perdido. Y Sigrid estaría a salvo.
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