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Antígona en

la polis
Parcial domiciliario

Joaquín García
Joaquín García (45.419.452); Filosofía 84204; parcial domiciliario; 10/5/22

Antígona y la ley correcta:

“¡Él no tiene derecho a separarme de los míos!”(48), exclama la audaz Antígona poniendo de manifiesto, de una vez,
uno de los ejes en constante tensión que recogerá la obra. ¿Qué mandato seguir? ¿Cuál de las condenas es la más
digna? Y es que la ley divina, eterna y universal reguladora del cosmos, y la ley humana, disposiciones inviolables del
gobernante, entrarán, en esta historia, en un irreconciliable conflicto que atravesará a Antígona y la empujará a decidir
por la ley correcta. Ella no tardará en tomar el camino de los dioses, y desobedecer el edicto de Creonte para cumplir
con las directrices de las “leyes no escritas”, planteando así la personificación del conflicto en la que Antígona encarnará
a la Ley Divina, y Creonte a la Ley Humana.

Creonte parece no reconocer hasta el final de la obra a las “leyes no escritas”. Así, podría entenderse que para éste, las
más altas leyes son las que rigen sobre la ciudad, las que establece el soberano, las “leyes del tirano”(381). En
contraposición, Antígona entiende que las leyes divinas rigen por encima de las leyes humanas y, cuando Creonte
cuestiona su desobediencia, replica: “No creía yo que tus decretos tuvieran tanto poder como para que un simple
mortal pudiera pasar por sobre las leyes no escritas e inmutables de los dioses”. (452/5)

Esto nos permite plantear una nueva dimensión del conflicto: se trata también de una colisión entre el culto público
(LH), y el culto privado (LD). El culto público encuentra su expresión en los polites, es decir, en los varones que
participaban de la vida política. A este modo de religiosidad correspondían los dioses olímpicos, que eran reconocidos y
venerados por la polis. Pero estos no establecían ningún tipo de prescripciones éticas, a diferencia del culto privado; por
eso Antígona reprueba el edicto de Creonte, porque viola las prescripciones éticas de las leyes del culto privado,
aquellas que dicen que todo muerto debe ser honrado y sepultado. El culto privado se desenvolvía en las casas, donde
se ubicaban pequeños altares en los que se rendían homenajes y ofrendas a los lares (dioses de la familia), penates
(dioses de la despensa) y a los antepasados muertos, que eran los protectores del hogar. Este modo de culto
correspondía fundamentalmente a las mujeres, puesto que éstas se ocupaban de la casa y es, por lo tanto, el que
defiende, orgullosa, Antígona: “¡Allí voy para encontrarme con los míos, los numerosos muertos de mi familia que ya ha
recibido Perséfone!”. (892/4)

Antígona “Desencadenada”:

Aristóteles describe, en el L1 de la Política, la estructuración de las polis griegas. Así, afirma que éstas están constituidas
por aldeas que, a su vez, aúnan un grupo de casas o familias. Luego detalla de qué forma están organizadas estas
familias, y cuáles son sus partes integrantes. La familia se estructura en base a tres relaciones, que son las partes
primeras y mínimas de una casa: la relación del señor y el esclavo, la del marido y la esposa, y la del padre y sus hijos. A
cada una de ellas, les asigna un mando político, asociado con el tipo de dominación que ha de ejercer el polite.

En la relación entre el señor y el esclavo, el tipo de dominación debe ser tiránica o señorial, pues el esclavo, por
naturaleza, es un instrumento animado que depende enteramente de su amo, es un subordinado para las cuestiones
prácticas que el amo solo usará para su provecho. No tiene cualidades racionales sino solas físicas, por lo que es mejor,
para ellos, estar sometidos al poder del amo, y obedecer sus directrices sin réplica. Por otro lado, en lo que respecta a la
relación entre marido y esposa, Aristóteles dirá que ha de corresponder a una forma de dominación política. En ella, la
esposa será gobernada como libre y como casi igual, pero sin perder de vista la natural superioridad racional del hombre
por sobre la mujer (“..hay que apoyar las ordenes de los que mandan, y nunca someterse a una mujer”)(677). Así, las
diferencias que se establecen en la dominación del marido sobre la esposa, son análogas a las del gobernante y los
gobernados. Por último, en lo que respecta a la relación del padre con sus hijos, veremos que éste manda sobre sus
progenitores monárquicamente, es decir, como manda un rey a sus súbditos. Su potestad es plena, y se ejerce por
afecto y por mayor edad. Así, el padre se configura como superior al hijo pese a ser, uno y otros, iguales, porque este
guía a aquel hacia su madurez: “Padre, yo soy tuyo. Tú me guías con buenos consejos que estoy dispuesto a
seguir”(636/7) le dice Hemón a su padre Creonte. “Hijo mío, así es como debes pensar: anteponer a todo la opinión de
tu padre”(639/40), responde éste. Así, queda marcada una diferenciación entre la posición del varón, respecto de la de
los esclavos, mujeres y niños: el polite pertenece al ámbito de lo público, de la libertad, desde donde impone su
superioridad respecto de los subordinados, que quedarían recluidos a lo privado y a la necesidad como consecuencia de
su amputada racionalidad natural.

Respecto de éste tema, veremos que Sófocles introduce una nueva tensión; la que se da entre Antígona e Ismene. La
primera encarnando la figura de la transgresión, de la mujer desencadenada del orden natural, que escapa de la
necesidad y forja su nombre al ingresar a la libertad del espacio público, mientras que Ismene expresa la sumisión, la
moderación, y el sometimiento a la ley. El contraste entre la valentía y la cobardía.

Antígona Condenada:

Un callejón sin salida. Resulta claro desde el principio que el destino no ha contemplado ningún final feliz para nuestra
protagonista. Antígona lo sabe. Sabe que no tiene alternativa: abrazar a los dioses y morir en manos de los hombres, o
someterse a estos y esperar el castigo divino. Nace así la heroína trágica. Su oscuro devenir es inminente. Antígona
vence el miedo de la poderosa figura tiránica, cuestiona su resolución cuando todo el pueblo calló, destroza su “lugar
natural”, y defiende a las vulneradas leyes del Hades. Pese a todo, sigue condenada. “Será hermoso para mi morir por
esto” (70), dice. Antígona, al mejor estilo socrático, abraza su injusta muerte para no violar las máximas que la definen,
sabe que agrada a quienes más debe agradar.

Antígona y la expulsión de lo distinto:

Para trabajar la dimensión de personaje conceptual de Antígona, me serviré de un ensayo del filósofo surcoreano
Byung-Chul Han, llamado “La Expulsión de lo Distinto” (2016). De más está decir que los procesos que en ese ensayo se
desarrollan están fuertemente ligados al mundo contemporáneo, por lo que mi objetivo es hacer uso de ellos
atendiendo su estructuración conceptual, en muchos sentidos equivalente con la de la narrativa-y por lo tanto, discurso-
que nos ocupa, y traduciendo su contenido, para construir otro “sentido” de Antígona.

A grandes rasgos, el proceso expuesto por Han de la expulsión de lo distinto ilustra una dinámica de opuestos. En él, se
plantea una fuerza positiva de lo igual expresada en un constante proceso de eliminación o expulsión de la negatividad
de lo distinto. Ese cuerpo expulsante, esa norma positiva, a través de la llamada violencia de lo igual, opera para
deshacer lo distinto, para negar y enmudecer a la autenticidad que amenaza la hegemonía de lo igual.

Partiendo de esta clave interpretativa, creo que podríamos pensar a Creonte como fuente y fundamento de la Norma.
En tanto portador de la ley humana, es quien establece la positividad de dicha norma o, en otras palabras, la impone
como lo invariablemente bueno, planteando a su vez la negatividad de lo distinto: todo aquello que quede por fuera de
la norma es un miembro enfermo. Así, la positividad de la norma actúa como base del órgano de la mismidad,
interiorizando-como una sola masa amorfa- a quienes transijan con ella, y expulsando con violencia a la alteridad. De
este modo, veremos que el cuerpo de lo igual niega la privacidad de sus integrantes, fundiéndolos en una única
publicidad de lo igual. La ley divina que persigue Antígona, entendida como ajena a lo público y, por lo tanto distinta a
la mismidad, representa la ley interior: los deseos, los límites, las aspiraciones profundas del individuo, el motor de
separación de la mismidad. La negatividad que identifica, que individualiza, y que emana, desde adentro, un fulgor de lo
auténtico. Así, en el personaje de Antígona se expresará una redención de la privacidad. En este sentido, se entenderá,
Antígona encarnará esa alteridad que, por distinta a la norma, la amenaza. Ésta cuestiona y transgrede valientemente al
imperativo de lo igual, convirtiéndose en una nueva alteridad altamente peligrosa y que deberá ser expulsada.

Así, la tragedia de Antígona adquiere una nueva forma: Antígona no tiene alternativas porque, de obedecer a su ley
interior, de atreverse a la autenticidad, quedará condenada por la mismidad de la norma que la expulsa y si, de lo
contrario, se reduce a lo igual y silencia a la ley interior, será su silenciada voluntad la que la destruirá desde adentro.

A esta Antígona, la expulsada, la auténtica, la incómoda, la distinta, la habremos de encontrar a lo largo de toda la
historia: hay de ella tal vez en los antiguos entregando a Jesús a cambio de Barrabás, en el Mersault, extranjero en su
propia patria, en más de una escuela, en casi todos los circos.
Bibliografía:

Sófocles (2021) Edipo Rey, Edipo en Colono y Antígona; Colihue editorial.

Han, Byung-Chul (2017) La expulsión de lo distinto; Editorial Herder; (Capítulos 1, 2, 3, 10 y 11.)

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