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LA CLASIFICACIÓN CONCEPTUAL DEL LÉXICO EN REPERTORIOS DE LOS SIGLOS XVI Y XVII 71

hombre y el cuerpo humano, parentescos, oficios, partes de la ciudad, algunos adornos, alimentos,
animales o plantas. Para el léxico especializado ya estaban los grandes diccionarios alfabéticos.

3. NOMENCLATURAS PLURILINGÜES

El apogeo de las nomenclaturas bilingües y plurilingües que aparecieron en Europa


abundantemente en los siglos XVI y XVII viene marcado por las necesidades lingüísticas de mer-
caderes, embajadores, estudiantes, diplomáticos o militares que se encuentran en Francia, Ita-
lia, Alemania, Inglaterra, Portugal o cualquier otro territorio del viejo continente.
Estas nomenclaturas, a diferencia de las hispanolatinas, tienen por objeto ser materia-
les útiles y muy prácticos para desenvolverse en situaciones cotidianas, por lo que muchas de
ellas vienen acompañadas de diálogos (para preguntar por un camino, para comprar y vender,
para sentarse a la mesa, para hablar en el mesón, al levantarse o utilidades al ir a la iglesia) en
los que se insertan las voces incluidas en las nomenclaturas, de refranes, proverbios, sentencias
o de anotaciones fonéticas y ortográficas.
Ahora bien, la ordenación y la presentación epigráfica del léxico cambia con el paso del
tiempo y sufre transformaciones personales de los autores de estas nomenclaturas.
Así, el Questo libro el quale si chiama introito e porta, repertorio italiano-tedesco, pu-
blicado por primera vez en Venecia en 1477 y abundantemente reeditado por toda Europa a lo
largo de los siglos XVI y XVII, dedica epígrafes a Dios, al tiempo, al hombre, a las relaciones de
parentesco, a la ciudad, al comercio, a los colores, a los vestidos, a diferentes alimentos, a las
piedras preciosas, a las armas, a las plantas, a los animales, a la náutica, a los cuatro elementos,
a los oficios o a la casa, incluyendo además la traducción del Padre Nuestro, del Ave María, de
los diez mandamientos o de los siete pecados capitales. Esta distribución y su evidente utilidad
aseguraron el éxito de la obra, que sin duda alguna fue la más conocida, imitada y exitosa de
toda la etapa áurea.4 En 1513, se publica en Venecia la primera edición con el español, que apa-
rece junto con el latín, el tedesco, el francés y el italiano, si bien hasta finales del siglo XVII se
publicaron numerosas ediciones llegando a traducirse el texto a ocho lenguas diferentes.
Siguiendo el esquema planteado por el Questo libro, aunque con la supresión de algunos
epígrafes, se encuentran tanto el Vocabulaire inglés-español de William Stepney5 como el No-

4
Alda Rossebastiano Bart (1984) ha clasificado y ordenado las distintas impresiones en diferentes familias,
por lo que la obra también ha aparecido, dependiendo del número de lenguas y del lugar de impresión, bajo los
siguientes rótulos: Introductio quaedum utilissima, siue Vocabularius quattuor linguarum Latinae, Italicae, Gallicae
et Alamanicae, per mundum uersari cupientibus summe utilis, Quinque linguarum vtilissimus Vocabulista Latine,
Tusche, Gallice, Hyspane et Alemanice, valde necessarius per mundum versari cupientibus. Nouiter per Franciscum
Garonum maxima diligentia in lucem elaboratus, Dictionarius seu nomenclatura quattuor linguarum Latine, Italice,
Polonice et Theutonice, aprime cuiuis utilissimus, cum peregrinantibus, tum domi residentibus, Adiecto vocabulorum
indice, Nomenclatura sex linguarum y Dilucidissimus Dictionarius.
5
El Vocabulaire de Stepney se incluye en The Spanish Schoole-master. Containing seven Dialogues,
according to euery day in the weeke, and what is necessaire euerie day to be done, wherein also most plainly shewed
the true and perfect pronunciation of the Spanish Tongue, toward the furtherance of all those which are this our
Realme of England. Whereunto, besides seuen Dialogues, are annexed most fine Prouerbs and sentences, as also the
Lords prayer, the Articles of our beliefe, the ten Commandements, and a Vocabulaire, with divers other things
necessaire tobe knowne in the said tongue, una obra escrita para el público inglés que incluye algunos rudimentos
gramaticales del español, siete diálogos, más de cien refranes y algunas oraciones y mandamientos de la fe católica.
La obra se publicó en la imprenta londinense de John Harrison, en 1591.
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menclator o registro de cosas curiosas y necessarias de saberse a los estudiosos de lengua Espa-
ñola hispanofrancés de César Oudin, más tarde copiado íntegramente y traducido al italiano por
Lorenzo Franciosini.6 Todos ellos dedican capítulos a Dios, a la ciudad, al hombre, a las relacio-
nes de parentesco, a las piedras preciosas, al tiempo, a las plantas o a los animales; pero mientras
que el primero cierra su vocabulario con el hombre y sus partes, Oudin concibió un texto en el
que tras Dios se detallan las partes del hombre y, finalmente, el mundo que lo rodea. Por otro la-
do, frente al contenido comercial y mercantil de Stepney (dos de los diálogos precedentes tratan
«de mercaderías y nos enseña a comprar y vender con otras muy buenas pláticas» y «para cobrar
deudas, con otras familiares pláticas», y la nomenclatura tienen un epígrafe exclusivamente de-
dicado al «oro, plata y derritimiento, de mercaderes y toda suerte de mercerías»), quien proba-
blemente pensaba en su público, Oudin enumera en su vocabulario los doce signos y las artes li-
berales, ámbitos designativos que ya habían aparecido en otras ordenaciones onomasiológicas
medievales.
El Nomenclator7 de Adriano Junio (1567) y la Sylva vocabulorum de Decimator (1580)
presentan algunas características especiales. La indudable influencia del Calepino y la forma-
ción de sus autores son los motivos que explican la aparición entre las páginas de estos textos
de léxico especializado, y, por tanto, de artículos en los que se incluyen definiciones junto a los
equivalentes lingüísticos. Junio y Decimator soñaron con recopilar un amplio vocabulario que
pudiera ser útil para cualquier estudioso europeo que ansiara una sólida instrucción lingüística
(no olvidemos que la lengua de partida suele ser el latín).
No obstante y aunque Decimator utilizase entre sus fuentes la obra de Junio (Acero Du-
rántez 1992a y 1992b), hay notables diferencias entre ambas nomenclaturas. Junio ordena el
léxico partiendo del hombre y finalizando con la enumeración del léxico relativo a Dios y a los
oficios de los hombres; el vocabulario de Decimator, en cambio, gira en torno a Dios y a los
preceptos de la religión católica y comienza enumerando lo relativo al cielo y a la creación pa-
ra culminar con la muerte, el testamento y la sepultura.
Por otro lado, la formación médica del primero proporciona epígrafes como «[de re]
chirurgica», «Morborum, sympytomatum, vitiorumque naturae et affectionum vocabula»,
«quoquomodo affecti corporis vocabula» o «de medicamentis»; mientras que la teología estu-
diada por Decimator y su seguro conocimiento de las clasificaciones onomasiológicas clásicas
y medievales (Martín Mingorance 1994) nos permite explicar el esquema que sigue la obra:
Dios y la creación, el reino vegetal, el reino mineral, el reino animal y el hombre, éste último
bajo el epígrafe «anima rationali & de Homine», y que nos recuerda, en gran medida, la distri-
bución de las Etimologías de San Isidoro de Sevilla, quien, recordemos

sigue en sus líneas generales el esquema de Plinio [el Viejo] aunque organizando la obra desde una pers-
pectiva de educación cristiana [...], orientada a proporcionar una sistematización del conocimiento y una
interpretación del mundo basadas en la doctrina cristiana (Martín Mingorance 1994: 22).

6
La nomenclatura de César Oudin se encuentra inserta en los Diálogos en español y francés que publicó en
1604 y la de Franciosini aparece en sus Diálogos apazibles compuestos en castellano y traduzidos en toscano.
Dialoghi piacevoli composti in castigliano e tradotti in toscano que se publican en la imprenta veneciana de Giacomo
Sarzina en 1626.
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El título completo es Nomenclator, omnium rerum propria nomina variis linguis explicata indicans y
apareció traducido a siete lenguas, a saber, latín, griego, alemán, flamenco, francés, italiano y español.
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Ambas nomenclaturas debieron tener cierto éxito ya que se publicaron en los años suce-
sivos en varias ocasiones. El Nomenclator de Junio conoció quince ediciones antes de 1602,
año en que cambia la ordenación y se convierte en alfabético, y la Sylva vocabulorum alcanzó
la docena a comienzos del siglo XVII; por otro lado, el aumento de ediciones, la presencia de
editores e impresores diferentes y las necesidades lingüísticas del lugar en el que vieran la luz
modificaron y alteraron el contenido inicial de estos dos textos.
Finalmente, hay otro grupo de nomenclaturas, representado por el Thesaurus fundamen-
talis [...] linguarum videlicet Latinae, Hispanicae, Gallicae, Italicae & Germanicae [...] de
Zumarán (1626), la Nomenclatura italiana, francese e spagnuola de Guillermo Alejandro de
Noviliers Clavel (1629) y «A Particular Vocabulary or Nomenclature in English, Italien,
French and Spanish of the proper Terms belonging to several Arts ans Sciences, to Recreations,
to common Profesions and Callings both Liberal and Mechanick» angloespañol incluido en el
Lexicon tetraglotton de James Howell (1659), en las que los ámbitos conceptuales dedicados a
Dios y la religión católica merman considerablemente; Zumarán los reduce a «de las dignida-
des y oficios de los eclesiásticos», Noviliers a «las dignidades espirituales y eclesiásticas, y co-
sas de la Yglesia» y Howell se limita a enumerar las principales órdenes religiosas y los oficios
desempeñados por eclesiásticos.8
Los tres insisten en sus prólogos en la importancia de conocer lenguas extranjeras, sobre to-
do en un momento en el que los viajes y los vínculos políticos, sociales, económicos o culturales
de Europa son tan activos y necesarios. Por ello, los tres abogan por presentar el léxico básico de la
lengua (el hombre, adornos y vestidos, la casa, oficios, relaciones de parentesco, edificios, plantas,
animales, juegos, colores...) de forma práctica, provechosa y mnemotécnicamente más rentable.9

8
El título exacto de estos epígrafes es: «órdenes de caballeros por toda la Cristiandad o regulares aprobados del
Santo Padre o seglares instituidos por Príncipes Temporales», «órdenes religiosas como monjes, frailes y otros según
su antigüedad y apelaciones», «dignidades eclesiásticas y título en la Iglesia romana, conforme a sus grados» y «las
diferentes opiniones en la religión cristiana con los nombres y el tiempo de los herejes».
9
Zumarán considera que «nuestra nación Española, poca curiosa de saber lenguas estrangeras, cosa muy
indigna de una Nación tan nombrada en estos siglos, teniendo a tantas naciones debaxo de su dominio, cuyas lenguas
devrían saber perfectamente por muchos respetos. Porque por las lenguas se viene a saber en tierras estrangeras en
poco tiempo lo que nunca sin ellas se supiera ny entendiera en mucho, por las lenguas se mantiene la buena
correspondencia, y amistad. Por las lenguas se oye benignamente las relaciones, quexas y diferencias que en la
República ocurren, y a distinguir lo bueno de lo malo, sin haver menester Intérprete, porque muchas vezes se dexa de
comunicar una cosa a un Príncipe o Señor, por no querella comunicar a ninguno sino a él mesmo, ni que venga por
terceros, sino por su mesma boca o escritura sabiendo que la entiende. Por las lenguas se alcança mucho, que no se
alcançara no sabiéndolas» (fol. a3 r y v), y Noviliers, por su parte, afirma que «es la habla una de las cosas que
diferencian el hombre del bruto, mas el bien hablar haze notable diferencia de hombre a hombre. tiene esta facultad su
raíz y nace de los proprios hombres, y términos del sujeto de quien se trata, y ella es de tanto ornamento e importancia,
que deleyta muy mucho y aprouecha. Luego le está bien al cauallero, y a las demás personas ahidalgadas, y de
condición ciuil, que no carezcan desta parte, sin la qual (como dezía vn antiguo) lo que hablaren se puede llamar cal sin
arena. Por esto, muchos caualleros de todas las naciones, que acuden a las Academias de Italia, y principalmente a la
muy nombrada de Padua, me tuuieron persuadido, desde casi doze años a esta parte, que yo deuía por beneficio
público, dar a la luz lo que sobre este sujero pudiesse contribuyr mi talento. Desde entonces yo huuiera cumplido,
como era razón, y merecía sus ruegos y pretensión, si otras ocupaciones, que no podía excusar, no me atajaran. Pues he
aquí, cortés Lector, la obrezilla prometida, en la qual, por quanto he podido obseruar en muchos años, que hago
professión de saber algo en estas tres famosas lenguas, no ay palabra ni término, que el vso de los buenos Escritores, y
de los hombres bien hablados no diga, y escriua. Y no te parezca cosa superflua los artículos y acentos que he puesto a
muchos vocablos, porque con los que no tienen naturales estas lenguas, era menester vsar esta diligencia, y
aduertencia, para que conozcan más fácilmente el género dellos, y la pronunciación segura» (fol. a5 r-v).
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Las aportaciones personales de estas nomenclaturas pueden resumirse en «de un casa-


miento y de todo lo que a un casamiento conviene» de Zumarán, «la caça del lobo y del texón
con sus términos» de Noviliers o «términos químicos y los más oscuros ilustrados» y la cuida-
da enumeración de profesiones, oficiales y artífices de Howell.10

4. NOMENCLATURAS MONOLINGÜES

Del siglo XVII data una de las pocas nomenclaturas monolingües del español, el Epítome
de la Lengua Castellana de Fray Juan de San José (1670-1676). Este repertorio es eminente-
mente didáctico, se estructura en torno a dieciocho campos conceptuales (el hombre, artes y
ciencias, enfermedades, alimentos, vestidos, armas, comercio, edificios, la tierra, el mar y los
peces, pesos y medidas, el cielo, el cuerpo humano, plantas, animales, minerales, cosas de la
iglesia y una miscelánea), pero no fue concebido para satisfacer necesidades de comerciantes,
militares o diplomáticos, no pertenece a la consolidada tradición lexicográfica europea en la
que se inscriben los que hemos descrito en las páginas anteriores, y la influencia de Covarru-
bias parece que motivó su concepción como vocabulario enciclopédico confeccionado para
completar el aprendizaje del léxico español.
Además, el Epítome distribuye en campos nocionales el léxico que en las páginas ante-
riores había ordenado alfabéticamente, presenta una definición o un equivalente sinonímico de
las voces compendiadas, ofrece explicaciones en latín, propone las etimologías de algunas vo-
ces e introduce correspondencias al catalán (Fray Juan de San José fue profesor del Colegio
que los carmelitas tenían en Lérida).11 Estos rasgos limitan al repertorio considerablemente y
lo definen como una «obra de escasa originalidad por su contenido […], que no hace más que
seguir una corriente muy extendida en su tiempo, que había sido marcada por importantes au-
tores de obras dedicadas a la enseñanza de lenguas» (Ayala Castro 1989: 86 y 87).

5. CONCLUSIONES

Las ordenaciones temáticas que acabamos de mostrar nos permiten concluir que, a pesar
de los plagios y de la tradición, cada nomenclatura presenta novedades y aportaciones persona-
les que, en la mayoría de los casos, sólo se ciñen a uno o dos autores o ediciones.
Estas nomenclaturas bilingües y plurilingües del español manifiestan que: 1) el conte-
nido léxico varía considerablemente de unas a otras; 2) el paso del tiempo simplificó los mate-
riales, como en el caso de los capítulos sobre el mar, las armas o las enfermedades; 3) se pres-
cindió del léxico específico; 4) se redujeron los epígrafes sobre Dios y la religión católica, tal y
como muestra la eliminación de los pecados capitales, los diez mandamientos, el padre nues-
tro, el ave maría o el vocabulario sobre el alma; 5) por el contrario, el hombre en los repertorios
del siglo XVII se sitúa a la cabeza de las ordenaciones. En definitiva y salvo el Nomenclator de
Junio y, sobre todo, la Sylva vocabulorum de Decimator, parece, como ya señaló Alvar Ezque-

10
James Howell viajó por Europa buscando nuevos materiales y nuevas formas de producción que ayudaran a
rentabilizar la compañía para la que trabajaba, de ahí el cuidado al enumerar los oficios y los instrumentos en ellos
empleados.
11
Véase Ayala Castro (1988, 1989 y 1990).
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rra (1987: 470), que «no pretenden organizar el mundo que nos rodea, sino tan sólo ofrecerlo
sin un gran trasfondo científico».
Por otro lado, la elaboración de unas conclusiones de más alcance para el conocimien-
to de este capítulo de nuestra lexicografía supone una ampliación cronológica, un incremento
del corpus de trabajo y un estudio detallado de la labor de editores e impresores. Todo ello, sin
duda alguna, supondría, por un lado, una valiosa aportación a las tipologías de diccionarios
confeccionadas hasta la actualidad que, en tantas ocasiones, relegan a un segundo plano los
diccionarios no alfabéticos; por otro, una aproximación a los repertorios lexicográficos meno-
res en particular y a la historia de los diccionarios del español en general.

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