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Pilar Máynez

Instrumentos de codificación en lengua


mexicana para la implantación de un dogma. El
primer siglo novohispano

Resumen: La lingüística misionera, cultivada en diversas latitudes del mundo, instru-


mentó una serie de estrategias para difundir, de manera eficaz, el culto que se pretendía
inculcar. Específicamente en la Nueva España del periodo inmediato al primer contacto
entre españoles e indígenas, algunos frailes —​procedentes de distintas universidades
europeas de gran prestigio—​iniciaron un intenso programa que consistió en la ela-
boración de cartillas, gramáticas o artes y vocabularios de distinta naturaleza. Estos
se convirtieron en invaluables herramientas para conocer las lenguas de cada región e
iniciar la traducción lingüística y conceptual de los contenidos de la fe católica a través de
la elaboración de evangeliarios, sermonarios, confesionarios, entre otras obras propias de
la literatura catequética. En este capítulo revisaremos algunos de estos trabajos de codifi-
cación en lengua mexicana que posibilitaron, hasta cierto punto, la tarea evangelizadora.
Palabras clave: Lingüística misionera, evangelización, tradición occidental, cartillas,
gramáticas, vocabularios, traducción, transculturación.

1. Antecedentes
A mediados del siglo XV se produce una reacción en contra de la postura pre-
dominantemente filosófica de orientación especulativa, interesada en ahondar
en la categorización de las clases de palabras que conformaban la oración. Bajo
la premisa de que “no es el gramático sino el filósofo, el que descubre la gramá-
tica tras minuciosa meditación sobre la naturaleza de las cosas” (Robins 1980,
83), algunos modistae como Petrus Heliae —​a quien tocó vivir en las últimas
centurias del medievo—​establecieron, por primera vez, un claro deslinde entre
la sustancia y la cualidad, esto es, el sustantivo y el adjetivo que había permane-
cido como parte constitutiva de una sola clase de palabras, la correspondiente
al nombre; esta se había identificado desde la Téckne grammatiké de Dionisio de
Tracia con quien se inicia la tradición de dicho campo del saber en Occidente.
Asimismo, este grupo que se destacó por su especial inclinación a los modus
significandi de las categorías gramaticales, profundizó igualmente en el análisis
sintáctico; Thomas de Erfurt, uno de sus más preclaros exponentes, por ejemplo,
llegó a identificar la oración principal de la subordinada en la conformación de
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un pensamiento completo (Robins 1980, 88). Si bien es cierto que los modistae
obtuvieron importantes avances teóricos en cuanto a la gramática se refiere y
en la fundamentación de lo que hoy conocemos como universales lingüísticos,
también es verdad que abandonaron el cultivo filológico surgido en Alejandría
hacia el siglo IV a. C. en donde los eruditos se dedicaron al estudio, comentario,
anotación y cotejo de variantes de los textos antiguos (Righi 1969, 51). Con la
publicación de la Elegantiae lingua latinae de Lorenzo Valla (ca.1407–​1457) se
inicia, desde el punto de vista de la historiografía lingüística, el Renacimiento
que en su primer periodo se dedicó a restablecer el interés filológico alejan-
drino y a restituir la pureza del latín ciceroniano que se había descuidado por
la predominancia de las reflexiones filosóficas en los últimos siglos medievales
(Tusón 1982, 53).
La lengua de Roma, sostenía Valla, hizo las contribuciones más importantes al bien
de la humanidad […] el latín educó a los pueblos en las artes liberales, les ofreció las
mejores leyes, les abrió la senda “ad omnem sapientiam” ‘a todo tipo de sabiduría’ y,
en fin, los liberó de la barbarie. El latín no se impuso a los bárbaros por la fuerza de
las armas, sino a fuerza de bienes, por el poder del amor, de la amistad y de la paz
(“beneficis, amore, concordia”). Porque en latín se hallan todas las ciencias y artes
propias del hombre libre; y, así, cuando el latín florece, todos los saberes florecen y, por
el contrario, cuando el latín declina, declinan asimismo todos los saberes..
¿Cuál es la razón de esta conexión imprescindible entre la lengua y las restantes disci-
plinas? Ocurre sencillamente que los filósofos más penetrantes, los supremos oradores
y jurisconsultos, los máximos expertos en todos los dominios han sido siempre los
más preocupados por expresarse correcta y elegantemente…. (Rico 2002, 19–​20)

Francisco Rico, siguiendo a Valla, advierte el vínculo entre la lengua y las


demás disciplinas ya que “los filósofos más penetrantes, los supremos ora-
dores y jurisconsultos, los máximos expertos en todos los dominios han sido
siempre los más preocupados por expresarse correcta y elegantemente” (Rico
1980, 20). Este afán por alcanzar la correcta expresión obtenida mediante
un profundo conocimiento gramatical que procedía de la Téckne de Dio-
nisio de Tracia, propiciará un creciente cultivo de los humanistas hacia el
trabajo filológico y, por supuesto, la realización de artes en lengua latina,
algunas incluso, como la de Elio Antonio de Nebrija, Introductiones latinae
(1481) —​reeditada en innumerables ocasiones—​y también contrapuesta al
castellano (cf. los trabajos de Esparza Torres, por ejemplo, “El camino hacia
Nebrija”, 2006).
Por otra parte, recordemos que, al cabo de la Edad Media, Dante Alighieri
había sostenido en su Tratado de la lengua vulgar la importancia del italiano
como el idioma romance más apropiado para el cultivo literario, por encima
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del francés y el provenzal, (1986, 85–​86) y con ello prefiguraba el lugar pre-
ponderante que revestirán las lenguas particulares de los diversos territorios
europeos. Con el descubrimiento de nuevos parajes durante el Renacimiento,
viajeros y comerciantes obtienen abundante material sobre idiomas hasta
entonces desconocidos. Además, el fervor religioso de los reformados propi-
ciará la traducción de numerosos textos, y si continúa el estudio del latín junto
con el griego y el hebreo, las lenguas vulgares también comienzan a adquirir
notable importancia, la misma que se advierte en su progresiva codificación
(Leroy 1982, 23).
Sirvan estas líneas introductorias al aspecto meollar de esta somera exposi-
ción tocante al valioso esfuerzo realizado por los religiosos en diversas partes
del globo, y en el caso que nos ocupa, de la Nueva España en este sentido.

2. Sobre la naturaleza de la exposición


Uno de los campos que ha venido cobrando notable relieve en el ámbito de la
historiografía lingüística es el que se refiere al conjunto de trabajos de codi-
ficación y traducción de literatura sacra en lenguas no indoeuropeas, reali-
zado entre los siglos XVI y principios XIX por los misioneros encargados de la
evangelización de los naturales. Cartillas en alfabeto latino, artes o gramáti-
cas y vocabularios en lengua indígena y castellana se realizaron desde épocas
muy tempranas de la Colonia, con el objeto de enseñar a sus compañeros de
las distintas órdenes mendicantes las mínimas unidades fónicas y sus rasgos
suprasegmentales, los componentes gramaticales y el repertorio léxico de los
diversos idiomas propagados en territorio de la que sería Nueva España. A esta
ardua tarea se sumó otra, no menos compleja, que consistió en la traducción
y elaboración de un corpus de obras destinadas a la catequesis de los nuevos
feligreses; de este modo circularon manuscritos, y en algunos casos se publica-
ron evangeliarios, sermonarios, salmos, confesionarios, vidas de santos en len-
guas indígenas. A estos esfuerzos realizados por los misioneros de formación
humanística se incorporaron también aquellos que describieron en cartas y
crónicas, la historia y los diversos componentes que integraban sus ancestrales
culturas.
Klaus Zimmermann, al analizar el caso de la América colonial, advierte que
los trabajos gramaticales, traductológicos y etnológicos llevados a cabo en el
ámbito de la lingüística misionera representaron una serie de complejos proce-
sos epistemológicos relacionados con la percepción y construcción de un esce-
nario insospechado. Los frailes encargados de esta ardua tarea tuvieron que a)
concebir la construcción–​aprendizaje de la diversa realidad lingüística que se
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describiría desde la perspectiva europea, b) construir y comprender la cosmovi-


sión y cultura de los pueblos conquistados, c) construir-​describir-​teorizar una
nueva realidad y d) construir y comunicar algo propio (la doctrina cristiana) en
un idioma ajeno del otro (Zimmermann 2006, 325–​326). Lo anterior supuso no
solo la descripción de las lenguas indoamericanas mediante los modelos grama-
ticales de una consolidada tradición occidental con necesarios ajustes y nuevas
acuñaciones a través de las cuales se designarían sus particulares características
tipológicas, a partir de entonces; implicó igualmente la articulación de sofisti-
cadas estrategias de transvase conceptual y cultural enderezadas a lograr un
acercamiento a la cosmovisión mesoamericana para realizar con mayor eficacia
sus propósitos de conversión religiosa.
En el capítulo que aquí presentamos, se revisarán algunas de las obras emblemá-
ticas de la lingüística misionera realizadas por los frailes de la orden franciscana en
lengua mexicana que fue la general o franca de un extenso territorio01. A la llegada
de los españoles, según Gonzalo Aguirre Beltrán, se hablaban aproximadamente
doscientos idiomas a lo largo del territorio mesoamericano (Heath 1986, 20), por
lo que resultaba urgente unificar aquel tan diverso mosaico para hacer posible, de
la manera más eficaz, la tarea religiosa a la que estaban destinados. Fray Rodrigo
de la Cruz, por su parte, en una carta dirigida a Carlos V expresaba su opinión
sobre la pertinencia de efectuar dicha empresa en náhuatl: “A mí paréceme que
V. M. debe mandar que todos deprendan la lengua mexicana, porque no hay pue-
blo que haya muchos indios que no la sepan y la deprendan sin ningún trabajo”
(Baudot 1983, 105).

1 El concepto de lingua o lengua franca lo entendemos aquí como una lengua general
que se extiende a lo largo de un extenso territorio y que es empleada en contextos en
los que participan diversos grupos o naciones. Según Leonardo Manrique: “Al arribo
de los españoles había tres lenguas francas: el maya en la península de Yucatán, el
tarasco en el Reino de Michoacán y el mexicano o náhuatl en todo este reino de la
Nueva España, es decir, en todo el resto de Mesoamérica. Ante esta situación, los con-
quistadores decidieron en un principio emplear el náhuatl como idioma hegemónico,
pues facilitaba llevar la administración civil y religiosa en una lengua que conocía
la mayor parte de los nuevos súbditos, aunque no fuera la suya propia” (Manrique
1990, 400).
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3. La primera cartilla de alfabetización en lengua mexicana y


la preliminar instrucción de los indígenas
Uno de los frailes pioneros en el arduo trabajo de la reducción de la lengua
mexicana a caracteres latinos fue Pedro de Gante (ca.1491–​1572)1F2 quien arribó
a la Nueva España, junto con sus dos compañeros flamencos fray Juan de Tecto
y fray Juan de Ayora, el 13 de agosto de 1523 y donde permaneció hasta el final
de sus días2F3. Inmediatamente después solicitó a Hernán Cortés su traslado a
Tezcoco, donde vivió durante tres años y medio con el propósito de comenzar
la instrucción de los indígenas3F4. Dicha tarea la repitió posteriormente en la
capilla de San José de los Naturales, contigua a la iglesia y monasterio de San
Francisco, lugar en el que residió durante muchos años.
Su programa integral de catequización comprendió, así, la evangelización y
la incorporación cultural de los naturales a ciertos hábitos y costumbres. Según
el cronista de la orden franciscana, fray Jerónimo de Mendieta:
[…] Fr. Pedro de Gante, primero y principal maestro y industrioso adestrador de los
indios. El cual no se contentando con tener grande escuela de niños que se enseñaban
en la doctrina cristiana, y á leer y escribir, y cantar, procuró que los mozos grande-
cillos se aplicasen á deprender los oficios y artes de los españoles, que sus padres y
abuelos no supieron, y en los que antes usaban se perficionasen (sic). Para esto tuvo en
el término de la capilla algunas piezas y aposentos dedicados para el efecto, donde los
tenia recogidos, y los hacia ejercitar primeramente en los oficios mas comunes, como
de sastres, zapateros, carpenteros, pintores y otros semejantes, y después en los de
mayor subtileza… (Mendieta 1993, 408).

Posteriormente, explica Francisco Morales (2018), se trasladó a la Ciudad de


México donde fundó una escuela con el propósito de instruir, en la fe que se

2 Al parecer existen discrepancias entre sus biógrafos, respecto a las fechas de su naci-
miento y muerte. Aquí optamos por el reciente estudio publicado por Francisco
Morales (2018).
3 Fray Juan de Tecto, quien había sido profesor de teología en París, murió en 1525 en
circunstancias no del todo precisas durante su incursión a las Hibueras acompañando
a Hernán Cortés. Fray Juan de Ayora llegó a la Nueva España “ya viejo cano”, según
Gerónimo de Mendieta y acompañó a fray Pedro de Gante en su labor doctrinal en
Tezcoco al poco tiempo (Mendieta 1993, 37).
4 Robert Ricard aclara: “Sabemos igualmente que fray Pedro de Gante se sirvió de
sus jóvenes alumnos para preparar a los paganos al bautismo, y que si Ixtlilxóchitl,
príncipe de Tezcoco, y sus vasallos recibieron el bautismo de manos de fray Martín
de Valencia no bien hubo llegado éste, en 1524, es porque se hallaban ya adoctrinados
por fray Pedro de Gante, que había llegado el año anterior” (Ricard 1986, 165).
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pretendía inculcar, a los niños de la nobleza indígena y formar con los más
sobresalientes un grupo que pudiera auxiliar de una manera expedita en las
tareas de evangelización en tanto los misioneros se familiarizaban con sus len-
guas. Fray Pedro de Gante, por su parte, fue adelantado en cuanto al aprendi-
zaje del náhuatl oral, a pesar de su tartamudez (García Icazbalceta 1954,103).
Asimismo, muy pronto llegó a escribir en esa lengua, como se demuestra en las
líneas finales de una carta fechada en 1529 del lego a sus hermanos, las cuales
posiblemente constituyen la primera frase escrita en un idioma indígena que
haya cruzado el Atlántico: “Ca ye ixquich ma moteneoa, toteoh y tlatocauh y
Jesu Christo”, ‘Que todo sea en el nombre de nuestro Dios y Señor Jesucristo’
(Kobayashi 1985, 173)4F5.
En este proceso preliminar de codificación lingüística, la Cartilla para ense-
ñar a leer (1959) atribuida a fray Pedro de Gante resulta fundamental. Como
explica José Sánchez Herrero, las labores de alfabetización y adoctrinamiento
no fueron del todo originales en el Nuevo Mundo, tuvieron sus antecedentes en
la península ibérica y quedaron atestiguadas en el amplio conjunto de literatura
catequética empleada para la conversión de judíos y musulmanes durante los
siglos XVI y XVII.
Sánchez Herrero se refiere a la existencia de escuelas donde se impartían la
catequesis y algunos rudimentos de gramática y doctrina cristiana en el último
cuarto del siglo XV, lo cual queda evidenciado en un fragmento del manuscrito
1344 de la Biblioteca del Palacio en el que se alude a la enseñanza de las letras y
sílabas, de acciones básicas como la de signarse y del aprendizaje de los princi-
pales rezos (1990, 246).
Ahora bien, por lo que toca específicamente a la Cartilla atribuida a de
Gante, esta se publicó en México por el francés Pedro de Ocharte en 1569 y el
único ejemplar conocido hasta hoy se encuentra en la Biblioteca Henry Hun-
tington de San Marino, California. Se trata de un muy breve texto de apenas
dieciséis páginas. Consta de diversas estampas, pero destacan entre ellas la de
la portada que contiene la figura de san Francisco ambientada en un paisaje
indígena. En las siguientes páginas se presentan las letras y las sílabas, y el Pater
Noster en español, latín y náhuatl. Posteriormente se incluye el Credo y el Ave
María con pequeñas ilustraciones; le sigue un marco con grabados de los doce

5 Esta frase había aparecido anteriormente en la Bibliografía Mexicana del siglo XVI de
García Icazbalceta y traducida libremente de la siguiente forma: “No diré más, sino
que sea loado nuestro Dios y su bendito Hijo Jesucristo”. Este bibliógrafo también
señala que la carta está fechada el 27 de junio de 1529 (1941, 104).
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apóstoles, los mandamientos de la ley de Dios y una explicación y lista de los


pecados veniales y mortales. Concluye este opúsculo con la confesión en latín y
castellano, la bendición en la mesa y un acto de contrición.
Al año siguiente de la llegada de Gante, arribaron los famosos doce encabe-
zados por Martín de Valencia quien muy pronto, en 1525, comenzó a enseñar
ciertas nociones de lenguas latina y romance a los indígenas, así como el apren-
dizaje memorístico de algunas oraciones, como el Padrenuestro y el Ave María.
Dicha tarea la llevó a cabo también el fraile francés Arnaldo de Bassacio con
mayor sistematicidad en el Colegio de San José de los Naturales fundado por
Gante en 1527 y después en el Imperial de Santa Cruz de Tlatelolco. Descono-
cemos el método que Bassacio siguió en la enseñanza de este idioma, pero debió
haber sido arduo por la falta de conocimientos gramaticales de los alumnos y la
carencia de una terminología específica para aproximarlos al funcionamiento
de una lengua tan distinta. También hicieron lo propio en esta materia fray
Andrés de Olmos y fray Bernardino de Sahagún.

4. El Arte de la lengua mexicana de Olmos y los inicios de la


tradición gramatical novohispana
La capacidad intelectual indígena quedó plenamente comprobada por sus pri-
meros maestros, así que el obispo fray Juan de Zumárraga, el presidente de la
Segunda Audiencia, Sebastián Ramírez de Fuenleal y el primer virrey de  la
Nueva España apoyaron la fundación del que sería el Imperial Colegio de
Santa Cruz de Tlatelolco que inició formalmente sus actividades el 6 de enero
de 15365F6. El colegio, aledaño al convento de Santiago, se caracterizó por la
pobreza de su construcción y simpleza arquitectónica (Vargaslugo 1987, 29–​33).
Funcionó como un internado para hijos de familias nobles de entre diez y doce
años que provenían de pueblos principales o cabeceras6F7.

6 Georges Baudot señala que el Colegio había comenzado a funcionar antes del 8 de
agosto de 1533 con algunos cursos de latín dirigidos a los hijos de los señores indí-
genas, gracias al impulso de Fuenleal (Baudot 1983,140).
7 “El virrey don Antonio de Mendoza, de buena memoria, dejó fundado un colegio
cuya vocación es de Santa Cruz para que allí se recogiesen hasta ochenta indios
muchachos traídos de los pueblos principales de la Nueva España, a los cuales se les
enseñase gramática y otras ciencias, conforme su capacidad con intento que estos
indios, sabiendo latinidad y entendiendo los misterios de las Sagradas Escrituras, se
arraigasen en la fe más de veras y confirmasen en ella a los otros que no sabían tanto
[…]” (García Icazbalceta 1941, 62).
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En él impartieron diferentes cursos frailes de reconocido prestigio como fray


Juan de Testera, quien impulsó la fundación del Colegio desde fechas tempranas y
fue reconocido por el método didáctico empleado para la evangelización, llamado
“catecismos testerianos”. Lugar relevante en este repaso ocupa fray Andrés de
Olmos (ca.1485–​1571), originario de Oña en la provincia de Burgos. Su preliminar
y decidida actividad de investigación sobre la cultura indígena hizo que Mendieta
se refiriera a él como “fuente de donde todos los arroyos que de esta materia han
tratado” (1945, 82). Fray Andrés se dedicó, así, a la recopilación de las costumbres
de los indios y también de testimonios literarios en la palabra antigua o huehuet-
lahtolli. Un ejemplo lo constituye la plática del padre con su hijo incorporada en
su Arte de la lengua mexicana, “avisándole o amonestándole que sea bueno”. Fue,
además, el pionero de una tradición gramatical en el México novohispano que
se inauguró con su Arte concluida en 1547 antes, incluso, que algunas europeas,
como el La tretté de la grammère françoeze de Louis Meigret de 1550 (Mounin
1978, 127). Una de las seis versiones de su Arte que se encuentra albergada en la
Universidad de Tulane contiene asimismo un vocabulario que difiere en su com-
posición del elaborado por fray Alonso de Molina (al respecto cf. introducción al
Arte de Sullivan 1985, 9 y 11).
Como lo señalamos en el apartado introductorio, el estudio gramatical había
ocupado un lugar preeminente dentro de las artes liberales en la Edad Media, y
durante el Renacimiento aumentó debido a la intensa actividad de codificación
llevada a cabo sobre las lenguas clásicas y las vulgares. Prueba de ello fue el dis-
curso pronunciado en el otoño de 1520 por Juan de Brocar con motivo de la inau-
guración del curso académico en la Universidad de Alcalá de Henares. Brocar,
seguidor de los preceptos nebrisenses, sentenció: “…sobre el valor de la gramática
y sobre las demás disciplinas en cuanto inseparablemente unidas a la gramática,
para mostrar, por fin, cuánto se equivocan quienes no estiman debidamente la una
e intentan avanzar en las otras” (Francisco Rico 1980, 85).
En este contexto, y con la imperiosa necesidad de difundir los conocimien-
tos de las lenguas indígenas entre sus compañeros de orden, Andrés de Olmos
no solo se circunscribió a la codificación del mexicano o náhuatl, también ela-
boró artes y vocabularios del totonaco y del huasteco, procedentes de diferentes
troncos lingüísticos, obras de las que desconocemos su paradero. Partiendo de
la tradición clásica inaugurada en Occidente, que resulta evidente en las mul-
ticitadas Introductiones latinae (1481) de Elio Antonio de Nebrija las cuales se
reimprimieron repetidamente con importantes cambios y ampliaciones7F8,

8 Cabe señalar que según el registro de Miguel Mathes en la biblioteca del Colegio se
incluía un ejemplar de las Introductiones Latinae (1982, 61).
Instrumentos de codificación en lengua mexicana 29

fray Andrés de Olmos, al igual que Nebrija quien fuera autor también de la
primera gramática del castellano (1492), procedió a codificar una lengua que
no contaba con un registro previo, solo que el franciscano tuvo que zanjar dos
problemas adicionales: por una parte, establecer la correlación entre los soni-
dos propios del náhuatl y las letras del alfabeto latino que se deberían utilizar
para representar un idioma que hasta entonces se había plasmado mediante
la escritura pictoglífica. Por otra parte, Olmos tuvo que reducir las categorías
establecidas por una tradición gramatical anterior y describir una lengua que
procedía de un tronco desconocido, cuyos componentes formales y funcionales
distaban mucho de corresponder con la naturaleza flexiva del latín y del caste-
llano o español (cf. Máynez 2010, 422). No obstante, desde el primer capítulo de
su Arte, concerniente a las partes de la oración, aclaró:
En el arte de la lengua latina creo que la mejor manera y orden que se ha tenido es la
que Antonio de Lebrixa sigue en la suya; pero porque en esta lengua no se guardara
la orden que el lleua por faltar muchas cosas de las que en el arte de gramatica se haze
gran audal como son declinationes, supinos y las especies de los verbos para denotar la
diuersidad dellos, y lo que en el quinto libro se trata de acentos y otras materias que en
esta lengua no se tocan, por tanto no sere reprehensible si en todo no siguiere la orden
del Arte de Antonio (1993, 15).

La interpretación de los fonemas del náhuatl, según Leonardo Manrique (1982,


30), resulta precisa y, aunque Olmos no registró la cantidad vocálica, sí propor-
cionó en algunos casos la variación alofónica como sucedió en la transcripción
de /​l/​final con lh para marcar ensordecimiento. Destacan también las descrip-
ciones morfofonémicas como se comprueba al explicar que “cuando mo sigue
a an habíamos de decir anmo y perdióse la n del an y decimos amo” (Manrique
1982, 31).
Uno de los recursos empleados por el franciscano en el propósito didáctico
que alentó su Arte fue la comparación entre el latín y las lenguas romances con
el náhuatl, que apenas se describía gramaticalmente. Baste en este sentido un
ejemplo:
Y para sacar esto mas de raíz y que se declare y de la causa porque en el subjuntivo no
damos todos los romances que pone Antonio de Lebrixa en su arte, es de notar que
en la lengua latina ay estos aduerbios: quando que significa quando, y cum que quiere
dezir como. Y otros, con los quales todos los romances que en el subjuntiuo se ponen,
se pueden hazer por aquellos tiempos donde se señalan los tales romances, y por eso
quadran muy bien todos los romances que por tal modo se pueden dezir. Pero en esta
lengua como no tienen mas desta particula intla que quiere dezir si, solos los roman-
ces [que quadraren con ella se pornan (sic) en el subjuntctiuo (sic) según buena razon
y no mas, poque todos los otros romances] del quando y del como se han de reduzir
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necesariamente al indicatiuo, saluo el que señalamos en el futuro del subjunctiuo con


este aduerbio in ihquac (Olmos 1993, 78).

Con fray Andrés de Olmos se inicia una tradición gramatical novohispana


de raigambre occidental, pero que incorporaba ya la estructura y el funciona-
miento de los componentes particulares de las diversas lenguas indígenas. Sus
propósitos serán didácticos en tanto que dichas obras estarán diseñadas por
misioneros lingüistas para que sus compañeros de orden aprendan los idio-
mas en los que deberán transmitir el nuevo credo, e incluso introdujeron con-
sideraciones de carácter dialectológico y sociolingüístico de gran utilidad que
les permitirán expresar, de manera más eficiente, el mensaje religioso. Estas
artes incluyeron, asimismo, breves glosarios y catecismos, con lo cual se inte-
gró tanto la descripción lingüística como los materiales idóneos que emplearán
para la conversión de los naturales.

5. La obra lexicográfica de Molina y Sahagún: sus


implicaciones transculturales
En esta ardua tarea de codificación, los misioneros lingüistas retomaron las dos
clases de compilación lexicográfica producidas en Europa durante el Renaci-
miento: nos referimos a las inauguradas por Elio Antonio de Nebrija y Ambrosio
Calepino (cf. Smith Stark, 2009). La primera, correspondiente a Nebrija, autor
de vocabularios y diccionarios bidireccionales de 1492 y 1495 latín-​castellano y
castellano-​latín con sucesivas modificaciones que reflejan el espíritu perfeccio-
nista del autor, estuvo conformada mediante el emparejamiento de equivalen-
cias del tipo can-​perro y anciana cosa-​antiquus.a.um. y servirá de base para la
realización de acopios léxicos tanto en Europa como en América. Sustituyendo
una u otra columna, se elaboraron, por ejemplo, el Vocabulario de la lengua cas-
tellana y mexicana de fray Alonso de Molina (ca. 1515–​1577)8F9 en su versión
original y ampliada, y la compilación establecida por Ambrosio Calepino pocos
años después de la referida de carácter plurilingüe y enciclopédico. La finalidad
del Vocabulario de Molina fue, como él mismo lo aclaró en el prólogo:

9 Estas fechas de su nacimiento y muerte han sido propuestas por Miguel León–​Portilla
(1977, XIX). El Vocabulario de fray Alonso cuyo modelo fue el realizado por Nebrija
en 1495 se convirtió asimismo en modelo de otra tradición: la mesoamericana. Por
ejemplo, el diccionario español-​tarasco del franciscano Maturino Gilberti es una
traducción de Molina de 1555 y sustituye la columna en lengua mexicana por la
purépecha.
Instrumentos de codificación en lengua mexicana 31

… servir a los que gobiernan y administran justicia para que logren una comunica-
ción más expedita con los indios, que constituyen gran parte de sus subordinados.
Pero esta necesidad de hablar con los naturales en su lengua es aún más apremiante
en el caso de los que se ocupan de su conversión y adoctrinamiento religioso (León-​
Portilla 1977, L).

Esther Hernández, autora del estudio introductorio que antecede a la edición


facsimilar del Vocabulario correspondiente al año 1571 y de un catálogo de las
voces castellanas y mexicanas, resalta la importante incorporación de términos
patrimoniales en el corpus lexicográfico que se ha convertido durante siglos en
referente obligado. Estas aluden en su mayoría a la flora mexicana (aguacate,
chile, jícama, tomate) a las comidas y bebidas propias de los naturales (atole,
pinole, tamales y tzoalli) y, en menor proporción, al campo de los utensilios
(huacal y chiquihuite) (Hernández 1996, 38–​39).
Por otra parte, el calepino, del agustino Ambrosio, fundamentalmente
monolingüe, aunque con esporádicas correspondencias en griego, dio origen
a un nuevo estándar lexicográfico para el latín convirtiéndose en modelo de
diccionarios que regirá durante dos décadas. Ambrosio Calepino (1440–​1510),
influido por la corriente humanista de la época, pretendió mediante su regis-
tro léxico, eliminar las corrupciones del latín propiciadas por las reflexiones
de índole filosóficas medievales y restablecer la norma clásica. Durante largo
tiempo, el amplísimo acopio léxico realizado por fray Bernardino de Sahagún y
sus colaboradores indígenas como fundamento sustancial de su Historia Gene-
ral suscitó que fuera por ello denominado como “el calepino de Sahagún”.
En efecto, esta investigación de indiscutible relieve en la que participaron
alumnos trilingües aventajados del Colegio de Santa Cruz Tlatelolco, tlahcuilos
y colaboradores de distintos campos del saber con fray Bernardino de Sahagún
(1499–​1590) constituyó la Historia General de las cosas de Nueva España la cual
ha sido considerada la “enciclopedia de los nahuas del altiplano central”, por
abordar de manera exhaustiva las cosas “divinas, humanas y naturales”9F10 a
lo largo de doce libros en su versión definitiva. Afortunadamente se cuenta con
una buena parte de los testimonios que constituyen el proceso de conformación

10 Se trata de un trabajo colectivo cuyo director fue el fraile franciscano quien contó,
como él mismo lo confiesa en el Libro Segundo de la Historia General, con la parti-
cipación de sus alumnos trilingües: “El principal y más sabio fue Antonio Valeriano,
vecino de Azcaputzalco; otro, poco menos que éste, fue Alonso Vegerano, vecino
de Cuauhtitlan; otro fue Martín Jacobita […] Otro, Pedro de San Buenaventura,
vecino de Cuauhtitlan; todos espertos en tres lenguas: latina, española y indiana. Los
escribanos que sacaron de buena letra todas las obras son Diego de Grado, vecino de
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de la Historia, desde los manuscritos preliminares realizados en Tepepulco o


Tepeapulco, Hidalgo, (1558–​1560) hasta la versión más acabada y única bilin-
güe conocida como Códice Florentino concluida en Tlatelolco (1577)10F11. Esta
obra, cuyo título fue transferido del repositorio italiano que aún la alberga ‒la
Biblioteca Laurenziana de Florencia‒ incluye, en la versión castellana de manera
paralela a la obtenida en lengua mexicana en primera instancia, numerosos tér-
minos nahuas con la respectiva definición que fray Bernardino de Sahagún pro-
porcionó de cada uno de ellos posteriormente al español. Se trata de un notable
esfuerzo conceptual y lingüístico por acercar a sus compañeros de orden y al
lector europeo, en general, a las realidades propias del universo mexica. Para
ello Sahagún instrumentó distintas estrategias de equivalencia, comparación,
descripción y paráfrasis cuyos modelos se pueden plantear, a muy grandes ras-
gos, como A es B, A quiere decir B, A es o era como B, o bien oraciones explica-
tivas en las que se incorporan sinónimos. Veamos: “Tlaçulteutl; es otra Venus”
(Máynez 2002, 307); “Este vocablo tlacateculotl propiamente qujere decir njgro-
mantico o bruxo: impropiamente se usa por diablo” (Máynez 2002, 276).
Otro anjmalejo que se llama peçotli… es de color bura llamase peçotli: como si dixesse
gloton, porque todas cosas come, nunca se harta y daquj se tiene costumbre de llamar
peçotli al que come mucho y nunca se harta, siempre anda comiendo, a donde vee
alguna cosa de comer luego arremete a comerla (Máynez 2002,199).
Ay otra yerva que se llama achochoqujlitl, verde clara, hazese cerca del agua, es buena
de comer. Dizen desta yerva que si los muchachos o muchachas la comen hazanse
impotentes para engendrar, pero despues de grandes todos la comen seguramente,
tambien esta yerva se llama auexocaqujlitl (Máynez 2002, 10).

Se trata del corpus semántico-​cultural más completo de la cultura mexica


que se encuentra contenido en el relato de la Historia Universal de las cosas de
Nueva España, como originalmente la tituló su autor y que algunos denomi-
naron “calepino”. El bibliógrafo franciscano Lucas Wadding, por su parte, se
refirió a la Historia de Sahagún como “Diccionario copiosísimo (que llaman con
el término algo vulgar de Calepino) dividido en doce grandes volúmenes, en el

Tlatilulco, del barrio de la Conceptión; Bonifacio Maximiliano, vecino del Tlatilulco,


del barrio de Sanct Martín; Mateo Severiano, vecino de Xuchimilco, de la parte de
Ullac” (Sahagún 2002, 131).
11 Nos referimos a las fechas oficialmente establecidas, cuando su superior, el provin-
cial Francisco Toral, le ordenó realizar la obra, pero sabemos por el propio Sahagún
(Códice Florentino, 1997, vol.2, f. 215v) que él había iniciado su labor de acopio de
material anteriormente con los Huehuetlahtolli a partir de 1547.
Instrumentos de codificación en lengua mexicana 33

cual (Sahagún) examinó claramente todas las formas y diferentes géneros de


las lenguas del Imperio Mexicano” (las cursivas son de Bustamante 1990, 222).
El somero repaso de las aportaciones franciscanas no podría ser mediana-
mente representativo sino aludimos al intenso trabajo de traducción y elabo-
ración de los textos doctrinales destinados a la conversión de los indígenas.
Además de su prolija actividad como lexicógrafo y gramático —​no hay que
olvidar su multicitado Vocabulario en lengua castellana y mexicana 1555, com-
plementado en forma bidireccional en 1571 al que nos hemos referido ya—​con
una estructura y contenido muy próximos a la obra nebrisense, y su Arte de la
Lengua Castellana y Mexicana que salió a la luz el mismo año de 71 (cf. estudio
introductorio de la obra realizado por Hernández de León-​Portilla, 2014, 13-​
131), fue el autor de la Doctrina christiana breve traduzida en Lengua Mexicana.
Esta pequeña obra, publicada en 1546 como se indica en un informe preparado
por los franciscanos de 1570, constituyó el modelo de la literatura religiosa a
seguir y estuvo vigente durante largo tiempo11F12. La Doctrina contiene, en len-
gua mexicana y castellana, las acciones y oraciones principales (Persignarse,
Credo, Ave María, etc.); lo que se debe tomar en cuenta al momento de con-
fesarse para lograr la salvación: los artículos de la fe, los mandamientos, los
sacramentos, las virtudes que tiene que cultivar un buen cristiano, entre otros
temas. Concluye con una exhortación para quienes se han bautizado con dos
textos: uno para la bendición de la mesa y otro para después de comer.
En la elaboración a la lengua mexicana de esta y otras obras doctrinales,
fray Alonso de Molina, como les sucedió a sus hermanos de orden dedicados a
esta tarea, no encontró términos nahuas para aludir a determinados referentes
propios de la religión cristiana como diezmos, sacramentos, padrinos, doctrina
cristiana y orden sacerdotal; en estos casos, el fraile procedió a incluirlos en
el texto correspondiente como préstamos del español. No obstante, se observa
un caso que presenta ciertas particularidades: se trata del hispanismo ‘bau-
tismo’ que aparece en su Doctrina también como moquaatequia para ‘bautizar’.
El empleo de una u otra forma podría estar vinculado a cuestiones de índole
gramatical y semántico-​cultural: para la alusión al sacramento, el fraile optó
por el hispanismo; sin embargo, para referirse a la acción, ‘bautizar’, utilizó
su posible equivalente náhuatl moquaatequia, probablemente porque el ritual

12 Este informe preparado por los franciscanos de la Provincia del Santo Evangelio de
México para entregarlo al visitador del Consejo de Indias en la Nueva España, Juan
de Ovando, fue publicado en 1889 por García Icazbalceta quien lo tituló Códice
franciscano.
34 Pilar Máynez

indígena incluía una práctica muy parecida al acto de purificación cristiano,


por lo que su traducción permitía una más fácil asociación para los potenciales
cristianos (Máynez 2004, 102–​104). No podemos dejar de mencionar también
su Confessionario Mayor dedicado a los sacramentos, en especial al de la peni-
tencia y a la actitud que debe acompañar al pecador para lograr un verdadero
arrepentimiento, así como la presentación de los mandamientos de la ley de
Dios que se deben acatar. Tanto el Confessionario Mayor, en lengua mexicana y
castellana como el Breve fueron publicados en 1565 y en 1569, respectivamente;
este último, de tan solo dieciocho páginas, contiene las preguntas que el sacer-
dote formula en el momento de la confesión.
Igualmente resulta imprescindible incluir en este tan somero repaso la Doctrina
cristiana cierta y verdadera (1546) aunque solo en lengua castellana del primer
obispo y arzobispo de México, fray Juan de Zumárraga (ca.1468–​1548), en la que
se advierte una influencia del pensamiento erasmista12F13 que, según un estu-
dio reciente, ha sido exagerada y muy focalizada por algunos autores (cf. Flores,
2022)13F14. En la segunda parte de dicha obra, Zumárraga deja esta reflexión digna
de tomarse en cuenta aquí:
Pienso que convernía (sic) que cualquier persona, por simple que sea, leyese el Evangelio
y las Epístolas de San Pablo; y ojalá estuviesen traducidas en todas las lenguas, para que
todas las naciones las leyesen, aunque fuesen bárbaras. Y a Nuestro Señor plega que en
mis días yo lo vea (Gómez Canedo 1988, 177).

Entre los destacados profesores del Colegio de Santa Cruz figura fray Juan
de Gaona (1507–​1560), discípulo predilecto del célebre teólogo fray Pedro de
Cornibus14F15. Antes de su arribo al Nuevo Mundo en 1538, el padre burgalés

13 Aunque en la Doctrina breve para la enseñanza de los indios (1543) se advierte la


influencia del pensamiento erasmista y son numerosos los pasajes tomados del Enchi-
ridion militiis christianii, según sostiene Díaz Díaz, la Doctrina cristiana cierta y
verdadera es una reedición de la Suma de la doctrina cristiana de Constantino Ponce
de la Fuente a quien no cita (cf, Díaz 2003, 1039). Zumárraga alentó la renovación de
la fe mediante el cristianismo interior y la lectura directa de los textos evangélicos,
como comprobamos aquí.
14 Miguel Flores advierte al respecto en su tesis de doctorado que en la Regla cristiana
breve (1547) de Zumárraga, se han podido observar recurrentes referencias patrística
a san Agustín, Ps. Dionisio, Basilo, Juan Damasceno, Cipriano, Ambrosio y Gregorio
Magno (2022, cap. 2 11).
15 A Cornibus pertenece la famosa frase que transcribe Mendieta y repite Torque-
mada: Sufficit mihi unicus Gauna <Básteme á mi solo Gaona por oyente, para que
no sea infructuoso mi trabajo> (1993, 690).
Instrumentos de codificación en lengua mexicana 35

Gaona había enseñado retórica, lógica y filosofía en la Universidad de París.


Compuso los Coloquios de la paz y la tranquilidad christiana en lengua mexi-
cana realizados según el cronista de la Orden Franciscana “en la lengua más
pura y elegante que hasta ahora se ha visto” (Mendieta1993, 551). Se trata, a
grandes rasgos, de un conjunto de reflexiones respecto a las miserias que aca-
rrea el pecado y sobre la misericordia de Dios, entabladas entre un religioso y
un colegial.
Por otra parte, resulta importante detenernos en esta breve revisión en el
Sermonario en lengua mexicana de fray Bernardino de Sahagún de fecha muy
temprana (1540) y revisado posteriormente —​como ocurrió con prácticamente
todas sus obras—​en el cual procedió de la manera en que había sido propuesta
por Benito Arias Montano (1527–​1598) quien recomendaba a los predicadores
persuadir a sus oyentes para realizar acciones nobles que incidirían en su vida
y decisiones prácticas. Arias criticaba a los predicadores que subían al púlpito
sin preparar con antelación sus homilías (cf. Martí 1972, 114); sin embargo,
este no fue el caso de Sahgún quien repasó una y otra vez sus escritos con el
propósito de depurarlos y acercar los conceptos de la fe que se intentaba incul-
car a través de la alusión y uso de referentes y expresiones propias de la cos-
movisión indígena; de ahí la frecuente incidencia de vocativos como nopitziné
o notlazopiltziné (¡oh mi hijo, oh mi amado hijo!) para involucrar al posible
adepto. También decidió incluir Ipalnemoani e incluso Tlahtoani para enfatizar
su infinito poder. De esta forma, Sahagún explicó a los naturales en su ars prae-
dicandi diferentes pasajes contenidos en el Viejo Testamento, como la Epifanía,
pasión, muerte y resurrección de Jesucristo con artificios propios de la lengua
mexicana que desde, los primeros años de su arribo a la Nueva España, como lo
atestigua esta obra temprana de su producción, llegó a conocer (Máynez 2016).
Mediante símiles y sinécdoques explicó en algunas homilías contenidas en su
Sermonario —​que veintitrés años más tarde retomaría para dejar una versión
más acabada custodiada en la Biblioteca Nacional de México–​, la conforma-
ción del cuerpo de Cristo constituido por la cabeza, que está por encima de
los macehuales, el ojo derecho que corresponde a su vicario el santo padre y
el izquierdo al gran tlahtoani o emperador que cuida a sus vasallos (cf. Rojas
Álvarez 2010, 78).

6. Reflexión final
Como podemos apreciar en esta somera revisión, los esfuerzos de codificación
lingüística y de traducción y elaboración de textos destinados a la catequesis
emprendidos por los franciscanos y también por otras órdenes religiosas deben
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ser aquilatados y estudiados como primerísimos, y en ocasiones, únicos testi-


monios de lenguas hoy extintas y como aproximaciones preliminares al fun-
cionamiento de sistemas lingüísticos insospechados. Esta labor exigió, por una
parte, no solo la comparación y los ajustes necesarios con otros idiomas estu-
diados y conocidos como el griego, latín y hebreo, principalmente; más aún,
requirió la acuñación de un metalenguaje técnico para develar las característi-
cas suprasegmentales, composicionales y los procesos sintácticos propios de las
lenguas analizadas. Los gramáticos y tipólogos actuales encontrarán valiosos
materiales que pueden representar el origen de tradiciones de descripción entre
las distintas órdenes, lo cual mucho abonará en el terreno historiográfico y en
otras áreas de la ciencia del lenguaje.
Como advierte Leonardo Manrique, fray Andrés de Olmos, por ejemplo,
no solo dejó en su Arte sutilezas de índole gramatical como las que atañen
al paradigma de los derivados verbales; también proporcionó comentarios
sobre variación dialectal y fenómenos sociolingüísticos de inestimable valor
e incluso respecto a la correcta forma de expresarse, según circunstancias
precisas (1982, 31). Así, puntualiza en la parte final de su Arte: “ … Y en
todas essotras prouincias no tienen v consonante, y las mugeres mexicanas
y tetzcucanas la pronuncian y no es buena pronunciacion” (1993, 174). Lo
mismo ocurrió con la tarea lexicográfica emprendida por Alonso de Molina
de su multicitado Vocabulario quien, como indica Manuel Galeote, no podrá
concebirse únicamente a partir de Nebrija (2003). El notorio incremento de
indigenismos que se observa de la edición primera (1555) a la segunda corres-
pondiente a 1571 y la incorporación de neologismos para aludir a las realida-
des propias del universo amerindio implicó constantes pesquisas entre sus
informantes y un esfuerzo lingüístico y conceptual por trasladarlas lo más
finalmente posible a su corpus.
Asimismo, la literatura catequística traducida a partir de diferentes obras
emblemáticas de la tradición cristiana o elaboradas para fines de conversión
específicos como las homilías y salmos constituye una veta poco explorada,
un venero para teólogos y un reto para lo que hoy se conoce como lingüís-
tica aplicada; muestran, como en el caso de las obra de fray Juan de Gaona
considerado profundísimo teólogo formado en las aulas de Petrus Cornibus, la
destreza lingüística que llegaron a alcanzar algunos misioneros lingüistas con
el auxilio de sus colaboradores nativos. Otros frailes, por su parte, exploraron
en la cosmovisión de los indígenas como Motolinía y Olmos, e incluso diseña-
ron metodologías rigurosas de acopio de material y aproximación al “otro” que
actualmente los ubican, como en el caso de fray Bernardino de Sahagún, como
pionero de la antropología del Nuevo Mundo.
Instrumentos de codificación en lengua mexicana 37

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