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1. Antecedentes
A mediados del siglo XV se produce una reacción en contra de la postura pre-
dominantemente filosófica de orientación especulativa, interesada en ahondar
en la categorización de las clases de palabras que conformaban la oración. Bajo
la premisa de que “no es el gramático sino el filósofo, el que descubre la gramá-
tica tras minuciosa meditación sobre la naturaleza de las cosas” (Robins 1980,
83), algunos modistae como Petrus Heliae —a quien tocó vivir en las últimas
centurias del medievo—establecieron, por primera vez, un claro deslinde entre
la sustancia y la cualidad, esto es, el sustantivo y el adjetivo que había permane-
cido como parte constitutiva de una sola clase de palabras, la correspondiente
al nombre; esta se había identificado desde la Téckne grammatiké de Dionisio de
Tracia con quien se inicia la tradición de dicho campo del saber en Occidente.
Asimismo, este grupo que se destacó por su especial inclinación a los modus
significandi de las categorías gramaticales, profundizó igualmente en el análisis
sintáctico; Thomas de Erfurt, uno de sus más preclaros exponentes, por ejemplo,
llegó a identificar la oración principal de la subordinada en la conformación de
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un pensamiento completo (Robins 1980, 88). Si bien es cierto que los modistae
obtuvieron importantes avances teóricos en cuanto a la gramática se refiere y
en la fundamentación de lo que hoy conocemos como universales lingüísticos,
también es verdad que abandonaron el cultivo filológico surgido en Alejandría
hacia el siglo IV a. C. en donde los eruditos se dedicaron al estudio, comentario,
anotación y cotejo de variantes de los textos antiguos (Righi 1969, 51). Con la
publicación de la Elegantiae lingua latinae de Lorenzo Valla (ca.1407–1457) se
inicia, desde el punto de vista de la historiografía lingüística, el Renacimiento
que en su primer periodo se dedicó a restablecer el interés filológico alejan-
drino y a restituir la pureza del latín ciceroniano que se había descuidado por
la predominancia de las reflexiones filosóficas en los últimos siglos medievales
(Tusón 1982, 53).
La lengua de Roma, sostenía Valla, hizo las contribuciones más importantes al bien
de la humanidad […] el latín educó a los pueblos en las artes liberales, les ofreció las
mejores leyes, les abrió la senda “ad omnem sapientiam” ‘a todo tipo de sabiduría’ y,
en fin, los liberó de la barbarie. El latín no se impuso a los bárbaros por la fuerza de
las armas, sino a fuerza de bienes, por el poder del amor, de la amistad y de la paz
(“beneficis, amore, concordia”). Porque en latín se hallan todas las ciencias y artes
propias del hombre libre; y, así, cuando el latín florece, todos los saberes florecen y, por
el contrario, cuando el latín declina, declinan asimismo todos los saberes..
¿Cuál es la razón de esta conexión imprescindible entre la lengua y las restantes disci-
plinas? Ocurre sencillamente que los filósofos más penetrantes, los supremos oradores
y jurisconsultos, los máximos expertos en todos los dominios han sido siempre los
más preocupados por expresarse correcta y elegantemente…. (Rico 2002, 19–20)
del francés y el provenzal, (1986, 85–86) y con ello prefiguraba el lugar pre-
ponderante que revestirán las lenguas particulares de los diversos territorios
europeos. Con el descubrimiento de nuevos parajes durante el Renacimiento,
viajeros y comerciantes obtienen abundante material sobre idiomas hasta
entonces desconocidos. Además, el fervor religioso de los reformados propi-
ciará la traducción de numerosos textos, y si continúa el estudio del latín junto
con el griego y el hebreo, las lenguas vulgares también comienzan a adquirir
notable importancia, la misma que se advierte en su progresiva codificación
(Leroy 1982, 23).
Sirvan estas líneas introductorias al aspecto meollar de esta somera exposi-
ción tocante al valioso esfuerzo realizado por los religiosos en diversas partes
del globo, y en el caso que nos ocupa, de la Nueva España en este sentido.
1 El concepto de lingua o lengua franca lo entendemos aquí como una lengua general
que se extiende a lo largo de un extenso territorio y que es empleada en contextos en
los que participan diversos grupos o naciones. Según Leonardo Manrique: “Al arribo
de los españoles había tres lenguas francas: el maya en la península de Yucatán, el
tarasco en el Reino de Michoacán y el mexicano o náhuatl en todo este reino de la
Nueva España, es decir, en todo el resto de Mesoamérica. Ante esta situación, los con-
quistadores decidieron en un principio emplear el náhuatl como idioma hegemónico,
pues facilitaba llevar la administración civil y religiosa en una lengua que conocía
la mayor parte de los nuevos súbditos, aunque no fuera la suya propia” (Manrique
1990, 400).
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2 Al parecer existen discrepancias entre sus biógrafos, respecto a las fechas de su naci-
miento y muerte. Aquí optamos por el reciente estudio publicado por Francisco
Morales (2018).
3 Fray Juan de Tecto, quien había sido profesor de teología en París, murió en 1525 en
circunstancias no del todo precisas durante su incursión a las Hibueras acompañando
a Hernán Cortés. Fray Juan de Ayora llegó a la Nueva España “ya viejo cano”, según
Gerónimo de Mendieta y acompañó a fray Pedro de Gante en su labor doctrinal en
Tezcoco al poco tiempo (Mendieta 1993, 37).
4 Robert Ricard aclara: “Sabemos igualmente que fray Pedro de Gante se sirvió de
sus jóvenes alumnos para preparar a los paganos al bautismo, y que si Ixtlilxóchitl,
príncipe de Tezcoco, y sus vasallos recibieron el bautismo de manos de fray Martín
de Valencia no bien hubo llegado éste, en 1524, es porque se hallaban ya adoctrinados
por fray Pedro de Gante, que había llegado el año anterior” (Ricard 1986, 165).
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pretendía inculcar, a los niños de la nobleza indígena y formar con los más
sobresalientes un grupo que pudiera auxiliar de una manera expedita en las
tareas de evangelización en tanto los misioneros se familiarizaban con sus len-
guas. Fray Pedro de Gante, por su parte, fue adelantado en cuanto al aprendi-
zaje del náhuatl oral, a pesar de su tartamudez (García Icazbalceta 1954,103).
Asimismo, muy pronto llegó a escribir en esa lengua, como se demuestra en las
líneas finales de una carta fechada en 1529 del lego a sus hermanos, las cuales
posiblemente constituyen la primera frase escrita en un idioma indígena que
haya cruzado el Atlántico: “Ca ye ixquich ma moteneoa, toteoh y tlatocauh y
Jesu Christo”, ‘Que todo sea en el nombre de nuestro Dios y Señor Jesucristo’
(Kobayashi 1985, 173)4F5.
En este proceso preliminar de codificación lingüística, la Cartilla para ense-
ñar a leer (1959) atribuida a fray Pedro de Gante resulta fundamental. Como
explica José Sánchez Herrero, las labores de alfabetización y adoctrinamiento
no fueron del todo originales en el Nuevo Mundo, tuvieron sus antecedentes en
la península ibérica y quedaron atestiguadas en el amplio conjunto de literatura
catequética empleada para la conversión de judíos y musulmanes durante los
siglos XVI y XVII.
Sánchez Herrero se refiere a la existencia de escuelas donde se impartían la
catequesis y algunos rudimentos de gramática y doctrina cristiana en el último
cuarto del siglo XV, lo cual queda evidenciado en un fragmento del manuscrito
1344 de la Biblioteca del Palacio en el que se alude a la enseñanza de las letras y
sílabas, de acciones básicas como la de signarse y del aprendizaje de los princi-
pales rezos (1990, 246).
Ahora bien, por lo que toca específicamente a la Cartilla atribuida a de
Gante, esta se publicó en México por el francés Pedro de Ocharte en 1569 y el
único ejemplar conocido hasta hoy se encuentra en la Biblioteca Henry Hun-
tington de San Marino, California. Se trata de un muy breve texto de apenas
dieciséis páginas. Consta de diversas estampas, pero destacan entre ellas la de
la portada que contiene la figura de san Francisco ambientada en un paisaje
indígena. En las siguientes páginas se presentan las letras y las sílabas, y el Pater
Noster en español, latín y náhuatl. Posteriormente se incluye el Credo y el Ave
María con pequeñas ilustraciones; le sigue un marco con grabados de los doce
5 Esta frase había aparecido anteriormente en la Bibliografía Mexicana del siglo XVI de
García Icazbalceta y traducida libremente de la siguiente forma: “No diré más, sino
que sea loado nuestro Dios y su bendito Hijo Jesucristo”. Este bibliógrafo también
señala que la carta está fechada el 27 de junio de 1529 (1941, 104).
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6 Georges Baudot señala que el Colegio había comenzado a funcionar antes del 8 de
agosto de 1533 con algunos cursos de latín dirigidos a los hijos de los señores indí-
genas, gracias al impulso de Fuenleal (Baudot 1983,140).
7 “El virrey don Antonio de Mendoza, de buena memoria, dejó fundado un colegio
cuya vocación es de Santa Cruz para que allí se recogiesen hasta ochenta indios
muchachos traídos de los pueblos principales de la Nueva España, a los cuales se les
enseñase gramática y otras ciencias, conforme su capacidad con intento que estos
indios, sabiendo latinidad y entendiendo los misterios de las Sagradas Escrituras, se
arraigasen en la fe más de veras y confirmasen en ella a los otros que no sabían tanto
[…]” (García Icazbalceta 1941, 62).
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8 Cabe señalar que según el registro de Miguel Mathes en la biblioteca del Colegio se
incluía un ejemplar de las Introductiones Latinae (1982, 61).
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fray Andrés de Olmos, al igual que Nebrija quien fuera autor también de la
primera gramática del castellano (1492), procedió a codificar una lengua que
no contaba con un registro previo, solo que el franciscano tuvo que zanjar dos
problemas adicionales: por una parte, establecer la correlación entre los soni-
dos propios del náhuatl y las letras del alfabeto latino que se deberían utilizar
para representar un idioma que hasta entonces se había plasmado mediante
la escritura pictoglífica. Por otra parte, Olmos tuvo que reducir las categorías
establecidas por una tradición gramatical anterior y describir una lengua que
procedía de un tronco desconocido, cuyos componentes formales y funcionales
distaban mucho de corresponder con la naturaleza flexiva del latín y del caste-
llano o español (cf. Máynez 2010, 422). No obstante, desde el primer capítulo de
su Arte, concerniente a las partes de la oración, aclaró:
En el arte de la lengua latina creo que la mejor manera y orden que se ha tenido es la
que Antonio de Lebrixa sigue en la suya; pero porque en esta lengua no se guardara
la orden que el lleua por faltar muchas cosas de las que en el arte de gramatica se haze
gran audal como son declinationes, supinos y las especies de los verbos para denotar la
diuersidad dellos, y lo que en el quinto libro se trata de acentos y otras materias que en
esta lengua no se tocan, por tanto no sere reprehensible si en todo no siguiere la orden
del Arte de Antonio (1993, 15).
9 Estas fechas de su nacimiento y muerte han sido propuestas por Miguel León–Portilla
(1977, XIX). El Vocabulario de fray Alonso cuyo modelo fue el realizado por Nebrija
en 1495 se convirtió asimismo en modelo de otra tradición: la mesoamericana. Por
ejemplo, el diccionario español-tarasco del franciscano Maturino Gilberti es una
traducción de Molina de 1555 y sustituye la columna en lengua mexicana por la
purépecha.
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… servir a los que gobiernan y administran justicia para que logren una comunica-
ción más expedita con los indios, que constituyen gran parte de sus subordinados.
Pero esta necesidad de hablar con los naturales en su lengua es aún más apremiante
en el caso de los que se ocupan de su conversión y adoctrinamiento religioso (León-
Portilla 1977, L).
10 Se trata de un trabajo colectivo cuyo director fue el fraile franciscano quien contó,
como él mismo lo confiesa en el Libro Segundo de la Historia General, con la parti-
cipación de sus alumnos trilingües: “El principal y más sabio fue Antonio Valeriano,
vecino de Azcaputzalco; otro, poco menos que éste, fue Alonso Vegerano, vecino
de Cuauhtitlan; otro fue Martín Jacobita […] Otro, Pedro de San Buenaventura,
vecino de Cuauhtitlan; todos espertos en tres lenguas: latina, española y indiana. Los
escribanos que sacaron de buena letra todas las obras son Diego de Grado, vecino de
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12 Este informe preparado por los franciscanos de la Provincia del Santo Evangelio de
México para entregarlo al visitador del Consejo de Indias en la Nueva España, Juan
de Ovando, fue publicado en 1889 por García Icazbalceta quien lo tituló Códice
franciscano.
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Entre los destacados profesores del Colegio de Santa Cruz figura fray Juan
de Gaona (1507–1560), discípulo predilecto del célebre teólogo fray Pedro de
Cornibus14F15. Antes de su arribo al Nuevo Mundo en 1538, el padre burgalés
6. Reflexión final
Como podemos apreciar en esta somera revisión, los esfuerzos de codificación
lingüística y de traducción y elaboración de textos destinados a la catequesis
emprendidos por los franciscanos y también por otras órdenes religiosas deben
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Referencias bibliográficas
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