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{ 38 } EXPLORACIONES

Una versión similar de la evolución de los intelectuales en Colombia


desde principios del siglo XX hasta el fin de la República Liberal es
la que ofrece Miguel Ángel Urrego (2002) en Intelectuales, Estado y
Nación en Colombia. De la Guerra de los Mil Días a la Constitución de 1991.
Este autor, de hecho, dice coincidir con la clasificación realizada por
Sánchez, pese a no compartir su noción de intelectual, su diagnóstico
de los “intelectuales maestros” ni su análisis a partir de la segunda
mitad del siglo XX (2002, p. 10).29
El propósito del trabajo de Urrego es, según sus palabras, “analizar
las dinámicas y contradicciones de la relación de los intelectuales con
el Estado, y la evolución de los tipos de intelectuales a lo largo del siglo
XX” (2002, p. 9). Para el autor, el periodo comprendido entre el final
del siglo XIX y el final de la década de 1950 puede definirse como el de
“subordinación de los intelectuales a los partidos tradicionales” (2002,
pp. 25-29). Durante este periodo, que Urrego llama el de “los intelectuales
orgánicos del bipartidismo” –título de la primera parte de su libro–,
podrían diferenciarse tres momentos: el de “los intelectuales bajo la
Hegemonía Conservadora”, el de “los intelectuales bajo la República
Liberal” y el de “los intelectuales bajo la Violencia”.
Al igual que Sánchez, Urrego afirma que el tipo de intelectual
dominante durante el periodo de gobiernos conservadores que se
extiende desde 1886 hasta 1930 –o Hegemonía Conservadora– es el
del “gramático”, al que añade el abogado y el poeta; figuras que con
frecuencia se reunían en una misma persona, como en el caso de los
“presidentes gramáticos”.

En términos culturales –escribe el autor–, el proyecto [de la


Hegemonía Conservadora] definió que los aspectos que había que
resaltar y proteger eran la herencia española (el idioma, la religión,
la raza), la moral como guía de la creación artística, la concepción de
que la Iglesia era una institución tutelar de la cultura y la necesidad
de luchar contra las corrientes materialistas, la inmoralidad y el
error (Urrego, 2002, p. 47).

29. El asunto de las nociones del intelectual se tratará más adelante.


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Así pues, la figura dominante habría sido la del intelectual católico,


unido “orgánicamente” al Partido Conservador, “guardián de la
tradición” y especialista en “preservar intactos los fundamentos de la
nacionalidad” (Urrego, 2002, p. 76).
Con la llegada al poder de los liberales en 1930, y en especial
durante la primera administración de Alfonso López Pumarejo
(1934-1938), el cambio en la relación de fuerzas entre los partidos
habría permitido la consolidación de un nuevo tipo dominante de
intelectual, “el maestro”, incorporado en muchos casos a las tareas
reformadoras de los gobiernos liberales. Si, durante el periodo anterior,
el género literario dominante había sido la poesía –personificada en
la figura de Guillermo Valencia, “quien con sus cantos a especies
raras o inexistentes en nuestro suelo como las garzas y los camellos,
reafirmaba su ideal parnasiano de ruptura con la realidad” (Sánchez,
1998, p. 103)–, ahora sobresalía la “novela social” (Urrego, 2002, p. 93,
105; Sánchez, 1998, p. 108).30
Como parte de los intentos de síntesis de la evolución histórica de
los intelectuales colombianos durante el siglo XX, deben mencionarse
también dos ensayos de Loaiza (2004a; 2014). El primero de ellos, con
el título “Los intelectuales y la historia política en Colombia”, busca
interpretar, según el autor, “el proceso de la historia de la vida intelectual
colombiana y de su diálogo con lo político” (Loaiza, 2004a, p. 78).
Loaiza postula la formación, durante el primer tercio del siglo
XX, del “intelectual crítico”, visible especialmente a partir de los
años 20, cuando un núcleo de jóvenes escritores y periodistas se
agruparon bajo el nombre de Los Nuevos. Según Loaiza (2004a), estos
jóvenes intelectuales “contravinieron los preceptos éticos y estéticos
de las academias regidas por los antiguos letrados (…), en continuo
antagonismo con la generación de sus padres y maestros” (p. 84). Sin
embargo, el alcance crítico de estos intelectuales habría sido escaso,
si bien al respecto el autor no ofrece ninguna explicación, limitándose
a señalar que muchos de ellos asumieron después (a partir de 1930)
“una condición subordinada”; es decir, adhirieron a los proyectos de
los “partidos tradicionales” (Liberal y Conservador).

30. Sobre el primer gobierno de López Pumarejo, ver Botero (2006), Gutiérrez, F.
(2017, pp. 99-122) y Tirado (2018).
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Esta adhesión es llamada por Loaiza, en tono polémico, “la


parábola del retorno servil”, sin considerar los motivos por los cuales,
en el tránsito de los años 20 a los 30 del siglo pasado, la adhesión
de los “intelectuales críticos” a los partidos políticos no solo no era
contradictoria con su posición anterior, sino un hecho razonable, es
decir, conforme a esa posición. La ruptura de los “intelectuales críticos”
con los partidos tradicionales en la década de 1920 había sido apenas
relativa (a pesar de sus declaraciones); de hecho, su socialización
política, su labor periodística y sus formas de sociabilidad habían
estado vinculadas a estos.31
Entre 1930 y el final de los años 40 se habría impuesto la figura
del “intelectual ideólogo”. “Se trata –afirma Loaiza– de intelectuales
formados en profesiones diversas; ya no es el recurrente abogado
decimonónico, sino aquel que surge de profesiones más modernas y,
en apariencia, más lejanas del circuito político” (Loaiza, 2004a, p. 87),
como el ingeniero o el maestro de escuela. Por la descripción que ofrece
el autor y los nombres que menciona, se deduce que a esta categoría
pertenecen intelectuales afines a los proyectos políticos de la República
Liberal. Eran intelectuales, continúa Loaiza,

con un grado de influencia en las organizaciones partidarias, en la


postulación de derroteros programáticos, en el deseo de construir
nuevas estructuras partidarias, de poner en discusión las relaciones
entre élites y pueblo, entre dirigencia política y nación, o los problemas
concernientes al papel del Estado ante nuevas realidades políticas y
económicas (2004a, p. 87).

Pese a que utiliza una denominación diferente, este tipo de intelectual


coincide con el “intelectual maestro”, al que se refieren tanto Urrego
(2002) como Gonzalo Sánchez (1998). A partir de la interpretación

31. Arias (2007) muestra bien los vínculos entre la llamada generación de Los Nuevos
–“los intelectuales críticos” de Loaiza– y los partidos políticos Liberal y Conservador.
El tema también ha sido tratado por Silva (2015), quien, refiriéndose a estos intelec-
tuales, afirma: “[Ellos] alentaban la idea de que había una estrecha relación entre la
solución de los nuevos ‘problemas sociales’ y el carácter democrático de una sociedad.
Tal idea facilitó su tránsito hacia la actividad política, una tentación enorme en una
sociedad que no garantizaba las condiciones materiales en que puede sostenerse (…)
un grupo de hombres de letras que no dispone de rentas propias” (p. 273).

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