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Leonardo Vera
Profesor Titular
Universidad Central de Venezuela
FACES-Escuela de Economía
Versión Mayo 2022
PROLEGOMENO
El proyecto socialdemócrata tuvo una indiscutible resonancia en los países Latinoamericanos. Un estilo
de crecimiento desigualitario y la necesidad de construir sistemas de protección social abrieron las
ventanas para su desarrollo y logros, pero también para las desviaciones y para el agotamiento de un
modelo que se abrazó al excesivo tutelaje del Estado, resultando no sostenible, sensible a ser capturado
parcialmente por grupos de interés, y asechado por la aparición de la ventana populista.
La economía y las instituciones políticas y económicas del país, derruidas por el cataclismo generado
por el proyecto populista-autoritario, reclama con urgencia una reconstrucción que vaya de la mano de
un proyecto democrático, consensuado, e inclusivo; que respete las libertades individuales y la libertad
de empresa, para iniciar una recuperación estable y sostenible, que a la par reconstruya el tejido
institucional que se requiere para no dejar a nadie atrás. El componente de políticas macroeconómicas
que se requiere para ese proyecto, se inspira en lo que aquí se conceptualiza como “Macroeconomía
Socialmente Responsable”.
Venezuela entró a la pandemia signada por el Covid-19 con un retroceso de 73 años en el ingreso por
habitante (para ubicarse en los niveles registrados en el año 1946) y con cerca de 79% de los hogares en
estado de pobreza extrema (según revela la Encuesta de Condiciones de Vida, ENCOVI, un encomiable
esfuerzo para conocer la calidad de vida de los hogares). El año 2020 y los primeros meses de 2021
fueron particularmente severos para la actividad económica, no sólo por el aun persistente desplome de
la demanda interna, por la caída en la producción y en las exportaciones de hidrocarburos, y por los
efectos del endurecimiento de las sanciones comerciales y petroleas, sino además por las duras políticas
de confinamiento gubernamentales tomadas desde muy temprano para enfrentar las consecuencias de la
pandemia, dada la precaria situación asistencial y sanitaria en que se encontraba el país. Durante el
segundo semestre de 2021 y en lo que va de 2022, la actividad económica parecer exhibir una anémica
recuperación, pero en un contexto donde prevalece una crisis de múltiples dimensiones: Una crisis de
naturaleza socio-económica (con pobreza, desempleo y exclusión) y sin sistemas básicos de protección
social; una crisis fiscal que ha empequeñecido al sector público, sus capacidades tributarias y su
capacidad de ofrecer y mantener obras y servicios públicos; una crisis de deuda que nos mantiene en
cesación de pagos y con amenazas sobre los activos de la nación; una crisis externa simbolizada por la
ausencia de reservas internacionales y bajos niveles de comercio internacional; una crisis de
credibilidad institucional y en el alcance de las políticas públicas.; una economía saliendo de una
hiperinflación en medio de un proceso de dolarización de facto, con una crisis en el sistema monetario y
en el sistema de pagos; una crisis productiva (con sectores trabajando al 30% de su capacidad); y una
crisis migratoria sin precedentes, desperdiciando el preciado “bono demográfico”.
Frente a esta gravísima crisis, la respuesta que ha emanado desde el modelo populista-autoritario ha
sido; la “apertura a los trancazos”, una dolarización no oficial sin conducción, un conjunto de políticas
macroeconómicas contractivas y regresivas desde el ángulo distributivo y todo esto en un contexto
donde se han perdido las redes y el sistema de protección social
Para salir de esta situación de entrampamiento donde el crecimiento sin equidad con inflación alta,
Venezuela necesita darse una oportunidad histórica; un gobierno que promueva la unidad nacional, que
ponga en marcha no sólo un proceso de transición en lo político, sino además que cree las condiciones
para diseñar e implementar un programa de estabilización y reformas tempranas donde los más
desfavorecidos no se queden atrás, y donde la transición ayude a vislumbrar una estabilización
sostenible y que siente las bases firmes hacia una nueva economía. Es justamente la entrada hacia un
proceso estabilización económica con equidad la que estos muy breves lineamientos de política quieren
abordar.
Un programa de estabilización y reformas tempranas cómo el que aquí se plantea tendrá viabilidad si se
formula e implementa en el marco de al menos 3 grandes condiciones:
– Acuerdos políticos sólidos que garanticen, entre otras cosas, credibilidad y la existencia de una
trayectoria coherente de políticas y de reformas a futuro
Para lidiar con la crisis externa, fiscal y social la economía de Venezuela va a necesitar mucho oxígeno
tempranamente; oxigeno que debe provenir de la asistencia financiera internacional (donaciones,
créditos puente, transferencias unilaterales, préstamos concesionales, etc…). Parte de esos recursos si
bien pueden alimentar el colchón de reservas internacionales que requiere el país para reducir su actual
vulnerabilidad externa, también pueden y deben ser dirigidos para atender en lo interno la
reconstrucción de los sistemas de protección social y la red de servicios públicos.
La figura 1, muestra no obstante lo lejos que hoy está Venezuela de la comunidad de financiera y de
donantes internacionales. Venezuela es hoy día, después de Haití, el país con el ingreso per cápita más
bajo de la región, pero no aparece en el mapa de la “ayuda al desarrollo”. Venezuela no ha podido
siquiera hacer uso de los 5.000 millones de UD$ que le corresponderían como resultado de expansión y
transferencia acordada por el Fondo Monetario Internacional a cada uno de sus miembros según cuota,
por la situación de conflicto político que lesiona la legitimidad de sus autoridades.
Este es una situación que debe cambiar radicalmente si se quiere darle a la economía del país un gran
empuje inicial que ayude a prolongar y asentar la recuperación sobre bases sólidas. Esas bases sólidas
están en la posibilidad de elevar sustancialmente la calidad de la red de servicios que el país hoy no
tiene, y en la posibilidad de reconstruir los sistemas de protección social que garanticen la participación
y el apoyo de las grandes mayorías.
La atención de urgentes necesidades en materia de programas de apoyo social y servicios públicos hace
imprescindible una política fiscal activa desde el mismo comienzo del programa de estabilización. Es en
ese sentido que la política social (en un sentido amplio) debe ir a la vanguardia. Dos grandes canales
especiales de gasto deben ser cuidadosamente diseñados y gestionados:
(a) Uno para atender programas de transferencias monetarias no condicionadas y de apoyo social a
través de la reconstrucción de las redes de salud, educación y alimentación.
(b) Otro para atender un plan de emergencia que permita ir levantando la destruida y precaria
infraestructura en materia de servicios públicos básicos que al final no sólo sirven de apoyo a la
producción, distribución y comercialización de bienes y servicios, sino además a mejorar la
calidad de vida de la población.
Figura 2 – Fondos de Gasto para la Emergencia Nacional
Transferencias
Infraestructura
y redes de
de servicios
protección
públicos
social
La ejecución de estos gastos debe hacerse, desde luego, en función de metas que deben estar en
coordinación con otros objetivos del programa de estabilización macro. Pero más o tan importante que
la conducción del ritmo de gasto, es el diseño y manejo institucional que esté detrás de la ejecución de
los recursos.
Para sentar las bases de éste “gran impulso” puede ser propicio crear dos grandes fondos (de naturaleza
fiscal) destinados a la emergencia y donde cada uno va dirigido a atender los dos grandes canales antes
señalados (protección social e infraestructura de servicios básicos como se observa en la Figura 2).
Estos fondos en dólares, alimentados desde la asistencia financiera internacional, requieren del diseño
previo de una institucionalidad que permita un manejo ágil y transparente de los recursos, con
mecanismos periódicos de rendición de cuentas, y ésta no es una tarea menor.
La atención de urgentes necesidades en materia de programas de apoyo social y servicios públicos hace
ineludiblemente una política fiscal activa desde el mismo comienzo del programa. Pero la situación de
extrema precariedad de las finanzas públicas indica que la única vía para darle a la gestión fiscal un
impulso mínimo vital inicial es acudiendo al financiamiento y la ayuda internacional.
Preferentemente, la corriente de gasto público vinculada a los programas ejecutados por los fondos en
divisas debe hacerse en moneda internacional para de ese modo no ir impactando los agregados
monetarios en moneda local y no generar presiones indeseables en el mercado cambiario, en un
momento en que aún no se ha ganado confianza en el programa. Eventualmente y en la medida que la
confianza en la moneda se vaya recobrando, la ejecución del gasto en moneda local servirá para ir
acompañando el proceso de remonetización de la economía.
Durante el comienzo de un programa será muy difícil mantener un balance entre los ingresos y gastos
ordinarios (gastos diferentes a los destinados a los programas sociales y la infraestructura de servicios),
por lo que cierto uso del “señoreaje” se hará necesario, pero en límites que no impliquen impuesto
inflacionario y que vayan acorde al crecimiento de la demanda de dinero. La gran ventaja de fondear
inicialmente las necesidades de financiamiento del sector público para bridar protección y red adecuada
de servicios públicos con asistencia internacional, es que se minimizan las presiones por recurrir a la
asistencia financiera del banco central, fuente del impuesto inflacionario.
Aumentos de tarifas por servicios públicos, en alícuotas de impuestos y otros derechos quedan
descartados en el inicio del programa. El gravoso impuesto a las “grandes transacciones financieras”
(IGTF), que no va dirigido ni a grandes ni a exclusivas transacciones dentro del sistema financiero, debe
ser eliminado, por su naturaleza acumulativa y altamente regresiva. Los aumentos en los ingresos
fiscales ordinarios estarían atados al incremento cíclico de la tributación petrolera y no petrolera, cuya
recaudación es hoy día desconocida, pero que con una administración tributaria honesta y responsable
aumentaría vigorosamente con el ciclo expansivo. En otras palabras, una economía que apenas respira
para salir de la asfixia no pueda estar expuesta a reformas tributarias ambiciosas y mucho menos
regresivas. La tributación está vinculada en sus inicios a la recuperación, y cualquier reforma tributaria
debe ser emprendida consolidada la misma. Regularizar gradualmente el precio de venta de la gasolina
constituiría quizás la única excepción a la regla.
Durante la fase inicial del programa de estabilización es necesario hacer los mayores esfuerzos por ir a
un proceso de reestructuración de los pasivos internacionales de la república y de PDVSA. Este proceso
debe contar con un sólido apoyo de los multilaterales y de los países aliados, y debe generar el
suficiente alivio como para que Venezuela por los primeros años, y mientras ocurre la recuperación, no
tenga que desembolsar recursos. La posibilidad de introducir en el canje bonos con cláusulas
contingentes (indexados a la evolución del PIB y S-CoCos) no debe ser descartada. Vale además señalar
que la consecución de acuerdos amigables con los diferentes acreedores son señales de éxito que
constituyen pieza clave de cualquier programa de estabilización y atracción de inversiones.
Aunque sensiblemente disminuido, el sector de los hidrocarburos seguirá siendo una fuente de recursos
externos y fiscales de importancia para Venezuela. Pero por ser un sector intensivo en capital con poco
arrastre en el empleo y sólo con algunos eslabonamientos específicos con la economía doméstica sus
efectos sobre la producción no petrolera en un escenario de recuperación son modestos. Su arrastre
tradicionalmente ha sido como fuente de recursos fiscales para emplazar gasto, una palanca muy
disminuida en la medida que el aporte fiscal de PDVSA y sus socios ha mermado significativamente.
La presunción que hoy existe en los analistas es que la industria de los hidrocarburos en Venezuela ni
siquiera está pagando impuesto sobre la renta.
En el caso de una recuperación en la producción y/o precios de los hidrocarburos, la misma no puede
verse como las bonanzas de antaño. Sin embargo, no cabe duda que una recuperación de los ingresos
externos de origen petrolero posiciona mejor al sector externo venezolano y eso llama de inmediato la
atención de los acreedores de Venezuela. En el caso venezolano, cualquier esquema de repago de los
compromisos externos está atado a la velocidad de recuperación del sector bajo propiedad del Estado,
que será más o menos rápida dependiendo de una multitud de factores (capital fresco, recurso humano,
marco regulatorio propicio para la inversión, y acceso a insumos y nuevas tecnologías).
Aún contando con una gradual recuperación de la producción, como la mayoría de los analistas estiman
en un escenario optimista, constituiría un gran error usar de inmediato los recursos provenientes de la
regalía y cualquier otra fuente de recursos de origen petrolero para pagar deuda externa (de PDVSA o
de la República), como algunas voces del actual gobierno han señalado. La necesidad de extender el
horizonte de repagos de la deuda pública externa incluye las obligaciones de PDVSA y sus filiales, por
lo que un principio válido es que sólo en condiciones de Beneficio Neto positivo (Ebitda – Obligaciones
financieras – Impuestos – Depreciación ), estás empresas estarían en condiciones de repagar.
Dado el creciente uso y entronización del dólar en la economía venezolana, sea como medio de pago
y/o reserva de valor, parece inevitable la regularización, desde el arranque, de un sistema bimonetario.
Ignorar la dolarización y dejarla al funcionamiento de los “mercados negros” es alimento para la
desestabilización.
De igual manera, la caducidad en el valor de las piezas monetarias en circulación y la necesidad poner
en circulación piezas monetarias en moneda local de acuerdo a la demanda de efectivo que hace el
público y las empresas, se ha constituido en un imperativo. Atender el asunto de la disponibilidad de
efectivo, pero sin desincentivar la digitalización de las transacciones, es un asunto que debe ser
responsablemente atendido por el BCV, anticipando las necesidades de piezas monetarias en función de
la demanda y de las metas inflacionarias trimestrales. El asunto debe estar bien coordinado con el
programa de transferencias monetarias no condicionadas. Es responsabilidad de la autoridad monetaria
velar por el buen funcionamiento del sistema de pagos en el contexto de la economía bimonetaria.
Parte importante del programa de estabilización está ligado al quiebre de expectativas que generan
ciertas reformas institucionales tempranas en el ámbito monetario y al modo de proceder responsable y
transparente de la política monetaria. Venezuela debe ir a un proceso de reforma monetaria que
comienza por una modificación rápida y temprana de los estatutos del Banco Central de Venezuela
(BCV), de su directorio, del manejo de la información que tiene carácter público, así como del proceder
de la política monetaria y la fórmula con que se transmite al público. Trabajar en el tema reputacional
del BCV es un asunto estratégico desde los primeros momentos.
Un componente deseable e importante de la reforma monetaria consiste en cambiar el contrato que por
décadas obliga a la industria de los hidrocarburos a vender todas las divisas generadas por la venta de
crudos y derivados al Banco Central de Venezuela. Esta es una de las razones (más no la única) que
explica las dificultades que tiene la autoridad monetaria en Venezuela de controlar el curso de los
agregados monetarios cuando la economía está expuesta a choques externos.
La política monetaria puede en efecto ser “expansiva”, pero en función del crecimiento de la demanda
de dinero del público; una señal clara de deseable remonetización, si así pasara.
Por otro lado, en un sistema bimonetario es inevitable que tal condición llegue finalmente al sistema
financiero que eventualmente podría trabajar en ambas monedas siempre y cuando exista una adecuada
regulación prudencial y supervisión que evite algún tipo de descalce de monedas. Sacar al sistema
financiero del actual régimen de “represión” y permitir que los bancos operen en divisas, además de
moneda nacional, puede ser provechoso para la economía, al menos mientras la dolarización siga siendo
un aspecto dominante del sistema monetario. El establecimiento de reservas legales (encaje) en dólares
deber ser objeto de estudio, especialmente como mecanismo para prevenir reversiones súbitas en el
movimiento especulativo de divisas. En cualquier caso, el avance que pueda hacerse en liberar encajes a
los bancos constituye, en cierto modo, señal de progreso en materia de estabilización y recuperación de
la actividad económica interna.
El restablecimiento de las vinculaciones del sistema financiero nacional (en su sentido amplio) con el
sistema financiero internacional es tarea fundamental para fomentar una ágil y más completa operación
del mercado cambiario, para el restablecimiento del comercio internacional (cartas de crédito), para la
promoción del mercado de capitales, y para el buen funcionamiento de los flujos de remesas.
La etapa culminante de una reforma monetaria y el sello que sintetiza el éxito del programa de
estabilización ocurre cuando se reestablece la confianza en la moneda local. Para eso se requieren
señales claras de que hay un proceso de remonetización en marcha, síntomas de estabilidad en el
mercado cambiario y consolidación institucional, especialmente del BCV.
Finalmente, vale decir que una fórmula para medir el éxito de un programa de estabilización en
Venezuela es constatando que para el público se hace indiferente mantener saldos en dólares o en
bolívares.
Un mercado cambiario (multi-monedas) libre, ágil, de fácil acceso, sin fricciones, transparente y con
plena información debería muy rápidamente ajustarse a una “paridad de equilibrio”. Dejar que el
mercado indique la paridad de equilibrio es lo mejor que puede hacerse en el corto plazo si la meta es
mantener un tipo de cambio real competitivo cómo parece ser el caso de la economía venezolana hoy y
a futuro. A partir de allí intervenciones del BCV para evitar desalineamientos relevantes respecto a la
meta de tipo de cambio real son deseables. Para ello el BCV debe contar, desde un inicio, con un fondo
mínimo de reservas líquidas.
El problema va a estar en cuán rápido puedan actuar el resto de las anclas del programa de
estabilización para que el tipo de cambio real no se aprecie con inflación remanente y luego sobre-
reaccione para buscar una paridad real más equilibrada. En cierto sentido las funciones del tipo de
cambio como ancla en un régimen de flotación dependerá de cuan efectivas sean el resto de las anclas
del programa de estabilización.
Para que la flotación no genere excesiva volatilidad, o una huida permanente del tipo de cambio, se
requieren un conjunto importante de condiciones:
o Por el lado interno, reformas institucionales que le impriman confianza al régimen monetario
(con fortalecimiento institucional, responsabilidad de sus autoridades, y un proceder responsable
de la política monetaria); una política monetaria que se mueva en sintonía con la demanda de
saldos en bolívares de la economía y mantenga en niveles mínimos el financiamiento monetario
de la brecha fiscal, y una estructura y operación del mercado cambiario ágil y transparente.
o Por el lado externo, se requiere asistencia financiera internacional en divisas que permita
constituir un fondo de reservas líquidas con la capacidad de atender en forma suficiente una
potencial o hipotética huida de los saldos líquidos en bolívares de la economía, y que permita
atender, eventualmente, desalineaciones del tipo de cambio real de su meta.
CONSIDERACIONES FINALES
Referencias
Dahm, J.; Gombert, T.; Krell, C. and S. Vaut (2011) Economics and Social Democracy, Social
Democracy Reader 2, Friedrich-Ebert-Stiftung, English Edition: Division for International Cooperation,
Berlin.
Vera, L. and L. Zambrano (2021) Lineamientos Generales de un Programa de Estabilización
Macroeconómica para la Transición, Notas sobre la Economía Venezolana N° 3, Instituto de
Investigaciones Económicas y Sociales, UCAB, Caracas.