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Blanca, de 32 años, acude a consulta por un problema que denomina “ataques de

ansiedad”. Es profesora de música en un instituto público. Vive con Inés, su pareja, desde
hace tres meses. Ella se independizó de sus padres tres años antes, en los que estuvo
viviendo sola. Es hija única y mantiene buena relación con sus padres.

Desde que terminó la carrera ha pasado por varios trabajos, todos ellos relacionados con
el mundo de la educación. Primero consiguió un trabajo como profesora sustituta en un
colegio privado, pero en ese momento no pudo independizarse porque tenía mucha
ansiedad y no se vio capaz de vivir sola. Blanca afirma que, desde pequeña, siempre se
ha considerado una persona ansiosa con tendencia a rehuir de las situaciones molestas.
Hace tres años aprobó la oposición y decidió independizarse de sus padres. Su relación
con Inés comenzó hace un año. Blanca considera que su relación es altamente
satisfactoria. Inés pasaba mucho tiempo en casa de ella y se fue llevando poco a poco las
cosas a su casa, pero la decisión de irse a vivir juntas la tomaron hace tres meses y se han
mudado a una casa un poco más grande. Por otra parte, Blanca se considera una persona
con buenas relaciones sociales y está satisfecha con su tiempo de ocio. No consume ni
drogas ni alcohol, excepto alguna copa ocasional con amigos. Además, no presenta
ningún problema médico.

Blanca considera que está con un nivel de ansiedad más alto del habitual. Además de la
reciente mudanza, Blanca ha tenido que preparar materiales docentes en inglés, puesto
que el colegio ha optado por inscribirse en los colegios bilingües de la Comunidad de
Madrid. La docencia en inglés es algo que preocupa a Blanca generándole altos niveles
de estrés. Por todo esto, visitó al médico de cabecera, que le mandó Alprazolam, un
ansiolítico (¼ o ½). No quiere tomarlo, no le gusta, pero lo necesitaba, por lo que toma
las dosis acordadas irregularmente.

En cuanto a los “ataques de ansiedad”, que es el problema principal por el que acude, el
último le ocurrió esta misma semana, por lo que decidió buscar ayuda enseguida. Durante
ese fin de semana se notó muy nerviosa y el domingo se tomó ½ de Alprazolam. Durmió
muy mal y pensaba todo el tiempo que no se encontraba bien. Por la mañana se levantó
mal y de camino al metro para trabajar se empezó a marear, sudaba, notaba palpitaciones
y opresión en el pecho. Se metió en el metro y se encontró peor, por lo que salió a la calle
para ver si se le pasaba, pero no se le pasó. Se tomó el ansiolítico, llamó a un taxi y se fue
a casa. Se metió en la cama y se pasó el día en casa. Al día siguiente tampoco fue a trabajar
porque no se encontraba bien.

En consulta, Blanca informa que ha tenido esta serie de ataques en otras ocasiones. El
primer ataque le ocurrió hace cuatro años y medio. En aquel momento en el trabajo le iba
regular y tenía problemas con su pareja. Ese día durmió en casa de ella y cuando estaba
en el trabajo le empezaron a dar temblores, notaba escalofríos, no notaba sus manos,
respiraba muy deprisa como si le faltara el aliento, tenía taquicardia y pensaba que se iba
a morir. Entonces sus compañeras de curso la vieron mal, llamaron a la ambulancia, la
llevaron al hospital y allí le dijeron que no tenía más que ansiedad, le dieron un Orfidal y
la llevaron a casa. Ella dejó ese trabajo y dejó de salir de casa durante un tiempo largo (6
meses). Dejó su relación y estuvo mucho tiempo sin trabajar por lo que empezó a
prepararse la oposición. Blanca se incorporó al mundo laboral después de aprobar la
oposición y conseguir plaza en un instituto. La vuelta al trabajo supuso que volviera a
sentir los nervios por si le vuelven a suceder estos ataques. Blanca se pregunta “qué
pensará la gente de mi” si tiene que volver a abandonar su puesto por un ataque de
ansiedad. El segundo ataque le ocurrió en el autobús de vuelta a casa un año después del
primer ataque. Se salió del autobús, llamó a la ambulancia y a sus padres y se fue al
hospital, donde de nuevo le dijeron que no tenía nada. Hace dos años le ocurrió otro
ataque de camino al médico con su madre. En ese momento se sentó en un banco hasta
que se le pasó.

Actualmente evita algunos lugares, especialmente aquéllos en los que hay mucha gente,
como los bares o restaurantes y, en general, las aglomeraciones. Estos lugares no le
gustan, pero, además, intenta no ir por miedo a que le dé uno de los ataques de ansiedad.
Le agobia ir en autobús, aunque más todavía ir en metro porque no puede escapar
fácilmente y tiene que subir escaleras. También evita algunas actividades, como hacer
deporte intenso por miedo a las a las sensaciones fisiológicas que tiene.

Indagando más sobre el tema, le preguntamos si tiene habitualmente pensamientos de


miedo a los ataques y dice que muchísimo. De hecho, en la mayoría de las ocasiones este
miedo no se cumple porque no tiene ataques muy frecuentes, pero el miedo es muy
intenso. La mayoría de las situaciones consisten en que ella nota alguna sensación física,
sobre todo mareo (como confusión) o tensión muscular en la parte de los brazos y del
cuello o la nuca, entonces empieza a pensar que otra vez está igual, que le va a ocurrir un
ataque. Señala que ese miedo va asociado también a una atención hacia mínimos cambios
en las sensaciones físicas (tensión muscular, sudoración, taquicardia). Estas conductas de
hipervigilancia suelen ocurrir en cualquier momento en que puede observar su cuerpo.
Muchas veces recurre al ansiolítico, que el médico le dijo que llevara siempre consigo y
tomara puntualmente cuando se sintiera ansiosa (sólo toma ½ si está muy nerviosa,
aunque suele tomar ¼). Vemos que sobre todo estos pensamientos se dan por la mañana
y por la tarde está más tranquila. Por otra parte, si duerme mal, cree que tiene
probabilidades de que le dé un ataque, así que en esos casos se levanta más nerviosa.
Suele dormir bien, esto se alteró cuando se juntó la mudanza con la preparación de las
clases en inglés, pero ahora ya ha vuelto a la normalidad.

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