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EL PRINCIPIO

DE LA

SEPARACION DE PODERES
Debate académico habido en el curso de 1948-1949
El princIpIo de la separación de poderes:
Antecedentes del problema.

DISERTACIÓN DEL ACADÉMICO DE NlhlERO


EXCMO. SR. D. NICOLÁS PÉREZ SERRANO (1)

Parece obligado decir unas palabras para manifestar que si


el tema que la Academia resolvió poner a debate estimó que era
acertado, que merecía ser discutido, ésta es en cierto modo un':'
justificación un poco ad intra; y si algún día el mundo exterior
va a tener noticia de nuestros trabajos, tenemos que ofrecer una
justificaci6n ad extra diciendo cómo y por qué nos hemos ocu-
pado de esta materia.
Cuando tuve ocasión en el curso anterior de hablar respecto
a lo que estimaba que debieran ser los temas para discusión en
la Academia en sus juntas ordinarias, procuré matizar diciendo
que, a mi entender y de acuerdo con nuestra Constitución y nues-
tros Estatutos, los temas debieran tener actualidad, pero no ser
candentes. Pues bien; estimo que fué un acierto de la Academia
el señalar como uno de los temas de discusión para el curso ac-
tual éste de la separación de poderes, porque es un tema que
conserva actualidad y al propio tiempo no se presta-e-noblemente
entendido-a ninguna bandería partidista. Es un tema enuncia-
do hace doscientos años y que conserva sin embargo positivo
interés. Como la tesis de la razón de Estado, por ejemplo, que
propugna el Florentino en los albores de la Edad moderna o
como el dogma de la soberanía que Bodino hubo de proclamar
a fines del siglo XVI, asi el principio de la separación de poderes
formulado por Montesquieu en 1748 sigue ejerciendo influjo y
exigiendo atención por parte de los cultivadores de nuestras dis-
ciplinas. En cualquiera de esas cuestiones cabrá sustentar Opi-
nión adversa o favorable; lo que no cabe es desconocer que el

(1\ El día 23 de noviembre de 1948.

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problema existe, siquiera a compás de Jos tiempos y del cambio
de circunstancias hayan de variar aquellas conclusiones a que
se llegue, como varió también el ángulo visual desde el cual las
contemplamos.
No se trata, pues, de galvanizar un cadáver; si nos ocupára-
mos, por ejemplo, de la esclavitud, de la poligamia o de otros
problemas vivos en otros tiempos, pero definitivamente resueltos
y descartados de una posible actualidad, seda disculpable la acu-
sación de que intentábamos una resurrección imposible y sin in-
terés. Abordando, en cambio, una cuestión que aún preocupa hon-
damente a gobernantes y estudiosos, cumplimos con los fines de
nuestro Instituto. Y no estará de más hacer una mención; aparte
de la actualidad relativa que siempre presta al tema la conside-
ración de que en este año se celebra el segundo centenario de la
publicación de la obra de Montesquieu el Espíritu. de las leyes.
debemos recordar que hay algunos precedentes dignos de re-
cuerdo: la Academia de Ciencias Morales y Políticas de Francia
fijó como tema para su concurso del año 1878 el siguiente: «La
separación de los poderes en el Derecho público francés. Origen
de esa regla política, sus vicisitudes y su desenvolvimiento, así
como aplicaciones que recibe en los diversos Estados de Europa.»
Adjudic6se el premio a la Memoria presentada por M. A. de
Saint-Girons, y en la Ponencia redactada al efecto por el insigne
Aucoc subrayaba éste que la Academia habla suscitado uno de
los problemas más importantes que plantea la organización de
las sociedades políticas.
Valga este somero recuerdo de los precedentes para que nos-
otros ahora, al cabo de setenta años, volvamos a poner sobre ti
tapete la cuestión, que no ha desaparecido del horizonte visible
del Derecho constitucional, antes al contrario, acaso ha recibido
nuevos alientos al correr de Jos tiempos y, sobre todo, con la
aparición de fenómenos corno el neoconstitucionalismo que sub-
sigui6 a la primera guerra europea, la manifestación totalítaria
que a su vez sucediera a ese movimiento, y la revisión de con-
ceptos a que obliga el más reciente constitucionalisrno de Europa
y de América.

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.
Justificado así el tema, dediquemos un momento la atención
a precisar conceptos, recordando como quedó formulado: «la
evolución del principio de separación de poderes". Con ello se
quiso ya dar a entender que había como un principio, es decir,
no sólo una mera doctrina científica, no sólo una pura teoría,
de la que pudiera derivar el principio, sino algo más que todo
esto: un factor dinámico, un principio que se manifiesta en la
esfera polltica y sugiere instituciones y organizaciones estatales
que tienden a finalidades con.cretas en el orden político, Ese
principio no afecta a todos los elementos integrantes del Estado:
ni al territorio, ni de un modo directo a la población. Afecta
al tercer elemento de los que integran el Estado, o sea al poder,
a la autoridad acompañada de fuerza, y se ha querido dar a
entender que el principio opera mediante algo así corno una
escisión del poder en sí, pero que no se ha querido deliberada-
mente calificar, al modo tradicional, de división, por que esto
presupone siempre algo así corno un abismo infranqueable;
tan sólo se ha querido hablar de mera separación, de algo que
diferencia, distingue, aparta, pero sin necesidad de establecer
un divorcio, antes bien, permitiendo todas las posibilidades de
una colaboración entre los mismos poderes que por ese procedi-
miento y a virtud del principio se separan.
Finalmente, conviene no olvidar que se nos exige r.·"lizar
como una excursión histórica para ver el desenvolvimiento que
el principio ha tenido desde que se formuló de un modo preciso
por Montesquieu hasta nuestros mismos días.
Para conocimiento de la Academia debo hacer constar que en
la distribución que esta Ponencia-digámoslo así-ha realizado
del trabajo, ya que el autor de la iniciativa y la persona de ma-
yor autoridad era don José Gascón y Marín, se buscó lo que lla-
maríamos dos auxiliares, el señor Ruiz del Castillo y uno más
modesto aún, que es el que en este momento se dirige a la Aca-
demia, y al repartirnos el trabajo estimamos que debería corres-
ponder la materia nuclear a la mayor autoridad; por eSI) me'
toca hablar hoy simplemente de los antecedentes del problema,
para que luego el señor Ruiz del Castillo, entrando en ('1 tel reno
de la exposición de la doctrina de Montesquieu, fije conceptos,
y asuma el señor Gascón y Marín la tarea de desarrollar hasta
nuestros días la aplicación que el principio viene teniendo aún
en las últimas Constituciones. Por lo tanto, he de ocuparme tan
sólo, quedándome en el umbral, sin pasar del dintel, de estable-
cer algo así como una norma previa, orientadora, para que nos
entendamos respecto a lo que sea la separación de poderes y ex-
poner algún antecedente de fecha remota y de precursores pró-
ximos para dejar encauzada la cuestión y que mis dignos colaba.
radores, con mayor preparación, puedan desarrollar el resto del
trabajo.

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Así, pues, y aunque sea de modo un poco primario, provisto-
nal, rectificable a posteriori, hablemos de 10 que es la división
de poderes. En esta materia hay que hacer honor a la doctrina
española, que ha procurado manifestarse con suficiente claridad,
a diferencia de lo que ocurre en la doctrina de otros pafses, en
que se han mezclado conceptos jurídicos y políticos y ha habido
confusión con otros dos problemas, a saber, el problema de di-
ferenciación orgánica de funciones y la forma mixta de gobierno.
Sin recargar con exceso estos antecedentes, evoquemos la
opinión que sustenta don Adolfo Posada. A juicio de él, cuando
del poder se habla, se está aludiendo a una preparación para el
obrar, a diferencia de lo que ocurre realmente en la función, en
que ya se trata de una actividad en ejercicio. Hay en la división
de poderes o separación de poderes algo así como un espíritu me-
cánico, a diferencia de 10 que ocurre en la diferenciación funcio-
nal, en que prevalecen realidades orgánicas derivadas de un pro.
ceso de división del trabajo. En otro sentido, hay dos problemas;
la separación de poderes acusa un sentido de modernidad, efe
tiempos recientes, hasta el punto de que para algunos no puede
concebirse antes de la aparición del régimen constitucional; en
cambio, la diferenciación orgánica de funciones se concibe Pon
cualquier régimen, incluso de tiempos bastante pretéritos, con
tal de que haya un mfnimo de intensidad en la propia organiza-
ción del go):>ierno y fines que cumple. V, sobre todo, en ese sen-
tido mecánico de la división de poderes hay algo de mucho in-
terés, que es la finalidad política a que obedece la formulación
de la doctrina, porque es un móvil de conseguir la libertad, de

la
buscar la garantía de la libertad ciudadana el que inspiró a Mon-
tesquieu y sus seguidores, que a partir de la Declaración fran-
cesa de 1789 consagró el principio.
En sentido análogo podría recordar la tesis del señor Ruiz
del Castillo, el cual nos dice que las funciones del Estado obe-
decen a un principio económico: el de la división del trabajo,
así como la división de poderes responde a un principio político ;
la garantía de la libertad. En otro lugar añade: la función y el
poder responde, como se ha indicado, a distinta significación
doctrinal. La división de funciones aparece en las organizaciones
sociales más rudimentarias y crece y se complica, como toda es-
pecialización, a medida que dichas organizaciones se desen-
vuelven y progresan.
A su vez el señor Sánchez Agesta complica la cuestión, pues
aporta nuevos ingredientes a esta mezcla y nos habla de que In
especialización viene a significar limitación en un sentido y freno
en otro, y lo conecta con el problema del principio de autoridad,
porque puede ocurrir que en una monarquía moderada coincida
un principio de inspiración divina con un principio de tipo mo-
nocrático.
Esto nos lleva (sin insistir en esta primera diferenciación) n
hablar un momento del problema de la forma mixta de gobierno.
En toda forma mixta de gobierno coexisten en efecto diversos
principios inspiradores: hay, por consiguiente, como un freno
mutuo, una especialización, que viene a moderar la actuación que
en otro caso sería absoluta y sin control de cada una de las
facetas o principios que inspiran la forma de gobierno respectiva.
En otro sentido, cuando en la realidad práctica aparecen las for-
mas mixtas de gobierno son poco más que artilugios fecundos,
\ aunque sin pureza, de inspiración teórica que conjuntan en glob t)
elementos dispares para una finalidad de tipo práctico.
Don Gumersindo de Azcárate recordaba que la Constitución
inglesa quería anular el criterio del gobierno mixto para dar paso
a la distinción de poderes y señalaba el ejemplo de Roma y Esta-
dos Unidos para marcar la diferencia que pueda existir entre el
principio de la separación de poderes y todos los problemas de
la forma mixta de gobierno. Así, decía, en Roma había una
conjunción de elementos monárquicos y aristocráticos; no habla

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separación de poderes j el Senado tenia función legislativa y eje-
cutiva j el pueblo tenía una intervención en lo ejecutivo y en lo
judicial. Por el contrario, en los Estados Unidos na hay go-
bierno mixto j hay un principio inspirador unitario eminente-
mente democrático y en cambio si hay una perfecta diversifica-
ción de poderes hasta llegar a un abismo de separación entre
ellos.
Una posición especial en esta materia podriamos traer a cola-
ción y es la de Saint Girons, porque a su juicio en este orden
cabe diferenciar no sólo la separación de poderes, sino también
la de autoridades; así, no habla tan sólo de los poderes político'>
por antonomasia: el legislativo y el ejecutivo, sino que luego
aborda el principio de la autoridad, y entonces ya se refiere a :0
judicial, creyendo que esto viene a ser como una aplicación de
segundo grado del propio principio de separación, porque si la
justicia no fuese independiente de las otras dos ramas del Ejecu-
tivo (el gobierno por una parte y la Administración por otra),
no podría realizar la autoridad judicial su misión cumplidamente.
Por lo demás, aquí la separación y la independencia tienen por
objeto asegurar la libertad política.
Este planteamiento recuerda cierta tesis de la división entre
normas y ejecución de las normas, entre voluntad y acción, pero
desvía quizá un poco de la trayectoria que Montesquieu buba de
imprimir a la doctrina, y quita relieve a lo judicial; y a mi en-
tender, modestamente expuesto y quizá boy anticipe conceptos
que más adelante desarrollaré, lo que más interesa acaso sea
salvar la independencia de 10 judicial, porque siendo el poder
no político ha de tener a su vez el mínimo de libertad necesaria
que le sirva como de contrapeso a posibles y explicables dema-
sías de los poderes políticos por antonomasia, como son el legis-
lativo y el ejecutivo. De ah' que esta posición de Saint Girons
no deba en buena doctrina mantenerse.
En conclusión, cuando nos referimos al principio, se pretende
procurar la libertad del sujeto, y lo formula por primera vez
Montesquieu, inspirándose en instituciones inglesas, pero con
una interpretación personal, diciendo: lo que queremos buscar
es una garantía para el ciudadano en el hecho de que el poder
no f'"té concentrado, sino distribuido entre sectores diferentes.

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cada uno de los cuales evita los posibles excesos a que se llegarla,
ya que todo poder entregado a su propia exclusiva fuerza pro-
pende al abuso, y no olvidemos que Montesquieu era un parti-
dario de la moderación, ya que en algún momento llega a decir
que incluso la virtud sería peligrosa sin cierta moderación.

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En materia de precedentes es indispensable hablar de Aristó-
teles, Polibio, Cicerón. Sin embargo, por esta vez no falta razón
a Saint Girons cuando dice que la separación de poderes conce-
bida como garantla de la libertad política y derechos individuales
no fué conocida en la antigüedad, en la Edad Media ni en los
tiempos modernos, salvo los contemporáneos. En efecto, bastada
con pensar en la diferencia que existe entre la libertad en 1.11
mundo antiguo (participación en el poder) y en el mundo moder-
no (esfera en que el individuo, sin interferencia del Estado. se re-
serva como un ámbito exento independiente en que es dueño
soberano). Al propio tiempo no negamos que en otras épocas
pueda haber existido una diferenciación entre poderes civiles y
religiosos, pero no nos engañemos: la verdadera separación de
poderes del Estado no surge hasta la vida constitucional o hasta
los albores de ella en Inglaterra en la vida práctica y hasta la
formulación teórica de Montesquieu en el mundo doctrinal.
Hablemos un momento de estos precedentes que suelen invo-
carse. Cuando Barthélemy Saint Hilaire hace su traducción de
La Politica de Aristóteles, llega a considerar que Montesquieu
fué un plagiario, porque se habla limitado a copiar la obra de
Aristóteles. En efecto, a primera visto podremos encontrar al-
gún parecido, sobre todo si, como hizo don Patricio de Az-
cárate, hacemos una versión al idioma moderno inspirada en las
instituciones contemporáneas. No cabe negar que existe un gran
paralelismo, porque habla Aristóteles de que existe la autoridad
legislativa, el Cuerpo de Magistrados, la Administración de Jus-
ticia y se está previendo la trinidad que luego formula Montes-
quieu, Sin embargo, lo único que preocupa en realidad a Aris-
tóteles es establecer como una diversificación de los poderes de
supremacía que existen en el Estado. El pasaje fundamental es
éste:

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'tpia Il~pla ,lir'! 7:0A.!'tguiJ" T.W:lUW 'to ~OllA.ellÓIlE"/O" xEpi 'tro" XOI"/ro"/, 'to
~Ef'¡ 'tri,; ápxá~, 'tij ~1¡(d~rJ"/.

Es decir, que estas tres potestades que hay en toda república


son: la deliberación respecto a las cosas de lo común, la referen-
te a la Magistratura y la de la Justicia, pero se está viendo clara-
mente que Aristóteles, aparte de hacer una mera descripción del
mundo que él conocía, no se preocupó de los órganos, sino de
los derechos que hoy podríamos llamar soberanos. Además, so-
bre la asamblea deliberante decía que es un poder supremo, pero
no legislativo, porque hace cosas muy importantes, pero no hace
sólo leyes, a más de que las normas son normas generales, no
individuales. En otro sentido, esta manifestación del Estado re-
suelve sobre cuestiones concretas: la paz, la guerra, alianzas,
actos patrimoniales, nombramiento de funcionarios j en una pa-
labra, actos de ejecución y de jurisdicción. Hay, pues, como
dice Rehm, amplias diferencias entre la tripartición de Aristó-
teles y la moderna, y más bien habría motivos para separar am-
bas doctrinas que para unirlas.
Ese tratadista, de gran autoridad en' estas materias, que se
ocupa con toda atención del problema, lIega a la conclusión si-
guiente: La división de que arranca Aristóteles al exponer la
organización del Estado no es una exposición de tipo político,
sino puramente de Derecho estatal; y considerada políticamen-
te, la manera de organización que expone, el principio que
le sirve para la organización es únicamente formal, sin signi-
ficación material ninguna. Desde el punto de vista político,
la distribución en tres poderes con órganos distintos cons-
tituye para Aristóteles tan sólo el proceso más sencillo de la or-
ganización de los derechos formales de supremada, con lo
cual no quería él decir que de hecho se repartiera materialmente
el poder entre los diferentes factores, ni que quisiera impedir
peligrosos abusos de poder contrarios a la libertad de los súb-
ditos mediante el fraccionamiento del poder estatal. Tal pensa-
miento estaba muy lejos del ánimo de Aristóteles: en el aspecto
polltico-material y especialmente en el polítlco-soclal, la división
de los poderes y la de los órganos estatales en Aristóteles son
muy otras. En efecto, respecto al influjo político efectivo, Aris-

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tóreles equipara 't'o f)OUA.EUÓp.ElIOll y 't'o a!xáe;oll en la democracia di-
rvct a , porque actúa la muchedumbre, la masa, los no distin-
guidos por su riqueza o virtud especial. La masa queda exclur-
da tan sólo en cuanto a 1tEpi 't'de; ápxáe;, que son las altas magis-
traturas, pero tiene acceso a la función que llamaríamos delibc-
rante y en cierto modo a la judicial en ocasiones. Más aún,
desde el punto de vista polltico-material no tiene importancia
la diferenciación orgánica entre f)oUA.Eúo~al y Xp(lIElll y Aristó-
teles considera a la asamblea del pueblo y la jurisdicción popu-
lar como los órganos estatales supremos, o sea de mayor influen-
cia política. Incluso en la «República Ateniense» considera la ju-
risdicción popular como el más alto poder; porque es el pueblo
quien puede hacer frente a la nobleza mediante la potestad judi-
cial, y se convierte en señor de toda la administración estatal. Si
comparamos esto con la valoración de los poderes en la triparti-
ción vemos que en ésta el Legislativo prima sobre el Ejecutivo y
el Judicial, y ahora, en cambio, lo jurisdiccional se equipara, por
lo menos, al Legislativo, si no es que lo supera. Finalmente,
cuando en otros momentos Aristóteles se preocupa de la con-
ceptuación político-social, y se pregunta qué estamentos son in-
dispensables en la vida del Estado y qué participación respectiva
tienen en la soberanía, aparecen otros factores especiales, acaso
en primer plano, v. gr. 'to 1tOI..EIUXÓlI por encima de otros ocho.
En cambio, orgánicamente lo polémic,o entra en los apXljll't'l!~ y
viene después de lo legislativo.
En conclusión, en la exposición aristotélica lo que importa es
una diversificación de los poderes de supremacía, sin fijarse en
los órganos en que van a encarnar, ni matizar las diferencias que
existen funcionalmente entre unas y otras esferas de actividad.
Hay que dar un salto grande, de muchos siglos, para encontrar
como un segundo momento en que una diferenciación algo orgá-
nica se encuentra en la doctrina, no en la realidad efectiva. Lo
encontramos en los siglos XIII y XIV en dos autores: Marsilio de
Padua y Nicolás de Cusa; en los dos hay un influjo canónico
(no olvidemos que uno y otro actuaron con la preocupación del
problema conciliar y del movimiento que le siguió).
De Marsilio de Padua se han dieho cosas terribles; por ejem-

IS
plo, el mismo Saint Girons creía que era poco menos que un
Juan Jacobo anticipado, con un temperamento democrático y
revolucionario. En cambio, un escritor como Carlyle dice: IIHay
que rectificar lo que en esta materia se 'viene diciendo. Lo que
hace l\Iarsilio en el Defensor Pacis es exponer, en términos
acaso drásticos, el criterio normal y la práctica de la Edad Me-
dia. No inventa doctrina nueva y peligrosa, sino que reafirma
las tesis tradicionales, aunque a eJlas añada las tomadas de otras
procedencias. ))
Esa misma manifestación que aparece en Marsilio de Padua
de que la fuente de la leyes el populus, que él llama uni'Versitas
civiu m o oalencior pais por contraposición con otra principans
de índole secundaria, arranca de doctrinas de Irnerio, o Bulgaro.
Lo interesante en Marsilio de Padua es la diferenciación que
establece entre este poder primario legislativo y la otra pars prin-
cipans, que se caracteriza sólo de una manera funcional (quasi
insirumentalis 'VeZ executiua judicialis oe! conciliativa).
Si en Aristóteles primaba la posición jurídica especial de los
6rganos dentro de los poderes de supremacía, en Marsilio vemos
la actividad especial que cada uno de los órganos va a realizar.
Conviene subrayar otra idea en que también coincide con el
Cardenal de Cusa cuando nos habla de que todo principado
proviene del consenso, hasta el punto de que primero las mo-
narquías fueron electivas y da una primacía al poder legislativo
como poder popular. Son reminiscencias del Concilio de Basilea,
con predominio de la tesis conciliar en no pocos aspectos.
Esporádicamente podríamos encontrar como atisbos felices
en Maquiavelo, que no en el Príncipe, pero si en el A.,te de la
guerra llama la atención sobre este problema diciendo: «Los prln-
cipes absolutos para que el Estado esté bien regido no deben te-
ner todo el poder. Esto únicamente en asuntos militares. En to-
das las demás cuestiones no deben proceder sin consejo.» Y a su
vez Bodino, al formular la doctrina de la soberanía, llamala aten-
ción sobre otro problema que es la función judicial, pues no
conviene que el príncipe intervenga en esta materia, que debe
dejarse a jueces independientes.
Quizá alg-una manifestación de tipo semejante podríamos en-
contrar en Hooker, el autor de The La'Ws o/ Eclesiasticol Po-

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liey, de 1648, que influyó mucho en la doctrina protestante
inglesa, y en el lnstrument o/ Government de la etapa dé
Cronwell.
En el Tnstrument de Cronwell, en que hay un principio, un
anuncio de división de poderes, se establece que la autoridad su-
prema legislativa de la república hade encarnar en una per-
sona y la del pueblo en el Parlamento, y la Magistratura prin-
cipal y la Administración del Gobierno corresponden al Lord
Protector.
Pero querría dedicar los últimos momentos (porque voy ago-
tando el tiempo y no deseo fatigar mucho la tención de la Aca-
demia) y hablar de Juan Locke, que .en sus tratados del Gobierno
Ci'Víl es el que plantea la doctrina en términos que luego des-
arrolló Montesquieu. Juan Locke (cito por la traducción espa-
ñola que se publicó en 1821) viene a establecer en el capitulo Xl
y siguientes del Gobierno Ci'Vil lo referente a la división de po-
deres. Allí nos habla del poder legislativo y del ejecutivo,
asimismo del confederativo y después habla de otro poder espe-
cial que es la prerrogativa. A juicio de él, tiene que haber un
poder que elabora las leyes, inspirado en el bien público y para
atender a la colectividad, que es el poder legislativo j pero este
poder no está en funcionamiento continuo, es un poder intermi-
tente j y, en cambio, las leyes tienen que ejecutarse día por día,
de modo continuo, y de ahí un segundo poder encargado de esa
aplicación de las leyes, que es el poder ejecutivo, y además
hace falta otro poder, que Locke llama federativo o confederativo.
que concierte' ligas, firme alianzas, declare la guerra, etc. Hay
además del poder legislativo y del ejecutivo y del federativo un
último poder, típico de Inglaterra, que es el poder de prt:rroga-
tiva, que con arreglo a leyes va supliendo deficiencias, va corri-
giendo una función, va haciendo la justicia del caso, con cierta
amplitud y discreción, siendo de notar que precisamente cuando
habla de prerrogativa en el párrafo octavo del capitulo XIJJ,
hay un pasaje poco estudiado y que a mi entender es de un gran
interés. «Estos príncipes semejantes en parte a Dios tenían al-
gún derecho al poder arbitrario, porque la monarquía absoluta
es el mejor de todos los gobiernos cuando los príncipes parti-
cipan de la sabiduría y munificencia del Ser Omnipotente, que
gobierna con un poder sin límites a todo el Universo. Con todo,
es indisputable que los reinados de los buenos prmcipes han
sido constantemente peligrosísimos y perjudicialísirnos a la li-
bertad de sus pueblos, porque sus sucesores, no poseyendo ni
los mismos sentimientos ni las mismas virtudes y miras, se sir-
ven de la prerrogativa adquirida por aquellos buenos príncipes
para autorizar cuanto mal quieran hacer... u
El motivo de que Locke silva de precedente a Montesquíeu,
aparte de que Locke es un filósofo liberal, es que en él aparece
una primera afirmación, que sienta en el capitulo XI, y es de
mucho interés, pues parece estar presintiéndose ya a Montes-
quieu, y es la siguiente: «Corno estas leyes deben ejecutarse
constantemente... no es necesario que el poder legislativo esté
en continua función; y como podría ser objeto de grande tenta-
ción para la fragilidad humana que aquellas personas que tienen
el poder de hacer leyes poseyeran también en sus manos el de
hacerlas ejecutar, del cual podrían servirse para eximirse a si
mismas de la obediencia debida a aquéllas, y al mismo tiempo
verse inclinadas a tener en vista ya en su formación, ya cuando
se tratase de su ejecución, su propia ventaja. o., por esto... el po-
der legislativo está colocado en diversas personas... ))
Hay así como un anticipo de la tesis de Montesquieu de que
precisamente para ir haciendo frente a la tentación de abuso de
poder que acompaña a la fragilidad humana es por lo que con-
viene dividir y frenar el poder, que, concentrado en unas solas
manos, lleva a esos síntomas peligrosos para la libertad que él
anuncia antes, porque de lo contrario la mejor forma de gobierno
sería la monarquía absoluta con una cierta moderación.
En conclusión, porque ya el personaje que aparece es Mon-
tesquieu, la separación de poderes es un principio político gene-
ral y muy moderno; en Aristóteles no se plantea la cuestión,
apunta algo en l\1arsilio de Padua y Nicolás de Cusa en cuanto
a la diferencia entre legislativo y ejecutivo, hay atisbos parcia-
les más bien por motivos de buen servicio en Maquiavelo y en
Bodino, en Hooker y otros autores ingleses inspirados en nues-
tros juristas, según investigaciones del señor González Olive-
ros, y también en la práctica de la supeditación del monarca al

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parlamento. El verdadero precursor de la doctrina de la división
de poderes es Locke, donde la separación se expone, y aún se
alude al propósito de libertad que con ello se persigue. Pero la
sistematización y afirmación neta y rotunda del principio en
forma tajante no aparece hasta que Montesquieu publica hace
dos siglos ahora su monumental obra sobre el «Espíritu de las
leyes».

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