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ARQUEÓLOGOS Y TURISTAS
Pompeya había quedado cubierta por una capa bastante menos gruesa de cenizas
volcánicas solidificadas, tras la que se encontró otra mucho más ligera de lapilli
(pequeñas piedras expulsadas durante una erupción volcánica); por ello, el acceso
a las ruinas fue desde el principio mucho más fácil. Inicialmente los excavadores se
sintieron decepcionados, pues no daban con las elegantes esculturas por las que
suspiraba el rey. Durante dos años exploraron dos zonas opuestas de la ciudad, el
anfiteatro y la vía de los Sepulcros. Tras una pausa, en el año 1755 se reanudaron
los trabajos, siempre bajo la dirección de Alcubierre, que se mantuvo en el puesto
hasta 1780. Los hallazgos se sucedieron: la villa de Cicerón, la finca de Julia Félix,
más tarde el teatro Grande, el odeón, la villa de Diomedes y el templo de Isis. La
expectación por los descubrimientos se extendió por toda Europa, y gran número
de estudiosos, y también de simples curiosos –lo que hoy llamaríamos turistas–,
empezaron a llegar al yacimiento para contemplar los edificios desenterrados, las
estatuas y los primeros frescos que quedaban a la vista. El templo de Isis despertó
especial interés; era el primer espacio sacro que se excavaba en Pompeya, el mejor
conservado y, sobre todo, el primer santuario egipcio que podían ver con sus
propios ojos los europeos, pues el viaje al país de los faraones no era factible en
aquella época.