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El crespín

El crespín es un ave de canto extraño que


habita en el norte argentino, especialmente
en los montes santiagueños. Un pájaro
misterioso que tiene su propia leyenda.
La historia dice que había por esos pagos
un matrimonio de campesinos que se
dedicaban a labrar y cultivar la tierra. El
hombre -llamado Crespín- era trabajador,
paciente y resignado, pero la mujer era
haragana y tenía pasión por el baile.
Un año de cosecha abundante, Crespín
sesgaba su trigo bajo el sol de verano.
Trabajaba muchas horas, y lo hacía todo él
solo, pues su mujer estaba muy ocupada
bailando.
Un día se enfermó y pidió a su mujer que
fuera al pueblo a traerle medicamentos. Le
dijo que volviera pronto pues necesitaba
sanar lo antes posible para seguir la
cosecha.
La mujer fue hacia el pueblo y vio fiesta en
uno de los ranchos del camino. Se acercó y
comenzó a cantar y bailar. De repente la
vinieron a llamar, pues su marido había
agravado y la necesitaba.
Pero ella dijo que la vida era corta para
divertirse y larga para sufrir. Lo mismo
respondió al segundo y tercer día. Cuando
finalmente le avisaron que su marido había
muerto, no le dio importancia y siguió
bailando.
Varios días después, cuando la fiesta
terminaba, volvió la mujer a su hogar y se
encontró en la más terrible soledad. Lloró y
lloró su pena, y por varios días y noches
deambuló por los campos, llamando a su
marido.
Enloquecida de dolor, le pidió a Dios que le
diera alas para seguir su búsqueda, y Dios
la convirtió en ave. Desde entonces, es el
pájaro solitario que en épocas de cosecha
llama a su compañero: cres pín, cres pín.
La estación poseída
Abierta en diciembre de 1913, la línea A es
la red de subterráneo más antigua de
Argentina y de todo Iberoamérica. Cuenta la
leyenda urbana que esa línea alberga seres
fantasmagóricos.
Una noche de julio de 2011 un estudiante
volvía a casa y se quedó solo en el subte,
entre las estaciones Pasco y Alberti. En ese
momento pudo ver, según dice, a "aquellos
seres fantasmales que no pudieron
descansar en paz".
Durante la construcción de esa parte de la
línea A, dos italianos perdieron la vida al ser
aplastados por una viga. La constructora
ocultó el accidente y abandonó un pequeño
tramo "por cuestiones operativas", aunque
sin dar más explicaciones.
En 1951, las semiestaciones Pasco sur y
Alberti norte fueron clausuradas,
permaneciendo activas solo las dos
semiestaciones opuestas. Ese ramal se
encuentra ahora abandonado y tapiado, y
permanece su estado original por dentro.
Desde unas rejas de ventilación se pueden
observar los azulejos de las antiguas
estaciones, todavía intactos y unas
imperiales escaleras en la penumbra. Quién
sabe si los fantasmas aún deambulan por
allí.
La leyenda de la flor del ceibo
La leyenda de la flor del ceibo cuenta que
esta nació gracias a Anahí.
Específicamente, cuando la muchacha fue
condenada a morir en la hoguera, después
de un combate entre su tribu y los
guaraníes.
Anahí conocía todos los rincones de la
selva nativa, todos sus árboles, todos los
pájaros que la poblaban, todas las flores. Y
cantaba feliz en ese paisaje, con una voz
tan dulce que hasta los pájaros callaban
para escucharla.
Pero un día resonó en la selva el ruido de
las armas y hombres extraños se internaron
en la espesura. La tribu de Anahí se
defendió contra los invasores. Ella, junto a
los suyos, luchó para impedir que aquellos
extranjeros se adueñaran de su selva, de
sus pájaros, de su río.
Anahí fue apresada por dos soldados
enemigos. La llevaron al campamento y la
ataron a un poste. Pero ella rompió sus
ligaduras, y en la oscuridad de la noche, dio
muerte al centinela. Buscó un escondite
entre sus árboles, pero no pudo llegar muy
lejos.
Sus enemigos la persiguieron y Anahí volvió
a caer en sus manos. Culpable de haber
matado a un soldado, la condenaron a morir
en la hoguera. La indiecita fue atada a un
árbol de anchas hojas y a sus pies
colocaron leña, a la que dieron fuego.
Las llamas envolvieron el tronco del árbol y
el frágil cuerpo de Anahí, que pareció
también una roja llamarada. Ante el
asombro de los allí estaban, Anahí comenzó
a cantar. Era una invocación a su selva, a la
que entregaba su corazón.
Cuando se apagaron las llamas que
envolvían Anahí, los soldados que la habían
sentenciado quedaron paralizados. El
cuerpo de la indiecita se había transformado
en un manojo de flores rojas como las
llamas que la envolvieron, adornando el
árbol que la había sostenido.
Así nació el ceibo, la bella flor que ilumina
los bosques de la mesopotamia argentina.
La flor de ceibo fue declarada Flor Nacional
Argentina un 23 de diciembre de 1942.
El ahorcado de Chacarita
Cuenta la leyenda que alrededor del
cementerio de Chacarita, también conocido
como el Cementerio del oeste, en Buenos
Aires, todas las noches de jueves vaga el
apenado espíritu de un hombre ahorcado en
una de las ramas más altas de un árbol de
la calle Jorge Newbery, a pocos metros del
camposanto.
Fue en el siglo XIX cuando la Fiebre
Amarilla azotó la capital y se creó con
urgencia el cementerio de la Chacarita y el
Tranvía Fúnebre. Entonces, como si de la
romántica historia de Romeo y Julieta se
tratara, un joven se suicidó colgándose de
un árbol cerca del cementerio donde se
encontraba su amada, víctima de la
epidemia. Ahora, muchos son los testigos
que afirman haber visto con claridad una
figura cadavérica, semitransparente y en un
avanzado estado de putrefacción. "Con la
mirada perdida, sus ojos están abiertos' y
'cuando lo vi pensé en llamar a la policía
para avisarles pero al girarme ya había
desaparecido', son algunos de los
testimonios que hoy en dia forman parte de
esta escalofriante historia.

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