La Ciudad 24/2/1973

EL SEGUNDO CUADRO DE LA
FUNDACIÓN, UN ENIGMA
PARA TODOS
Los lectores de “La fundación” se internan en un expresivo y revelador
cuadro donde la realidad descrita por el protagonista de la historia se funde
y da lugar a crudas verdades.

Antonio Buero Vallejo, anteriormente escalofriantes como la muerte de uno de

conocido por ser el autor de libros como
“Historia de una escalera” y “Madrugada”,
este año llega a su cima publicando su
nueva obra, “la Fundación”, un teatro
dramático ubicado históricamente en la
represión franquista que trata la historia de
cinco hombres que viven en una fundación
relatada desde la perspectiva de uno de
ellos, que poco a poco nos va revelando la
verdadera realidad del lugar y la causa de
su paradero. Más concretamente, nos
centraremos en el segundo cuadro, que nos
muestra con una excelente sutileza los
conceptos clave de la obra, como el
autoengaño, la alienación, el
subjetivismo…
los hombres que vive en la habitación.
Consecuentemente, nuestro protagonista
Tomás, quien es testigo de estos cambios,
se altera más que nunca y se deja dominar
por la locura, culpando a sus compañeros
de habitación por ser los responsables de
causarle esa irracionalidad. Estos sucesos
nos dan la capacidad de pensar más allá de
lo escrito y con un gran enigma que
resolver: ¿será Tomás el que poco a poco
se va dando cuenta de la verdadera
realidad que lo envuelve o son los otros
que lo están engañando?

En el primer cuadro, pudimos ver un

escenario repleto de cómodos sillones, una
estantería llena de libros y una puerta
hecha de madera pulida. En este segundo
cuadro, todos estos objetos propios de la
ostentosidad son reemplazados por ásperos
petates, simples paredes y frías puertas de
hierro, a la vez que suceden cosas más
La Ciudad
Lo que destaca positivamente del cuadro y
lo distingue respecto del primero, es la
esplendidez con la que el autor entra en
detalle en todos los sucesos que van
experimentando y observando los
hombres, por ejemplo cuando Tomás
describe el verdoso paisaje que se atisba
por la supuesta ventana o la escena donde
Tulio (uno de los personajes), finge tomar
una foto del grupo con un vaso de metal
para distraer a Tomás. Esto provoca que ni
que haya partes que se hacen más lentas de
lo normal, podamos entender con más
precisión lo que está sucediendo en todo
momento y, al mismo tiempo, intentemos
deducir que será lo siguiente que pasará.
Otro punto a favor que le damos a este
cuadro es la intriga que crea el autor hacia
el leyente y la última parte es un claro
ejemplo: hacer que Tomás se cuestione la
posibilidad de estar enfermo, dejando así,
una clara evidencia de que todo lo descrito
por él podría ser producto de su
imaginación, es un buen modo de terminar
la primera parte y que el público quiera
seguir y acabar el libro.
Sin embargo, el hecho de que todo el
cuadro se base en el mismo escenario
puede provocar, algunas veces, una
sensación de monotonía incesante por
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parte del lector. A pesar de ello, Vallejo lo
ha podido encaminar correctamente
haciendo diferentes cambios en el
escenario, como la iluminación, los
objetos, la ropa de los camareros… De la
misma manera, hace que los personajes no
actúen de forma predecible. En conjunto,
todos estos elementos hacen que la lectura
no sea aburrida y tediosa.
A modo de cierre, podemos afirmar que el
autor ha sabido llevar bien las riendas del
cuadro, impidiendo que se haga insistente
la mayor parte del tiempo y que, en
cambio, se pueda leer fluidamente con
todo detalle y exactitud. Asimismo, la
lectura es entretenida y variada, por más
que todo transcurra en la misma habitación
y con los mismos personajes. En
definitiva, este cuadro es tan solo un
destello de la brillantez del libro entero,
por tanto, lo recomendamos dejándolo en
uno de los mejores libros españoles del
año.