de manifiesto las proyecciones simbólicas y las reminiscencias míticas, la extensa bibliografía crítica existente sobre la obra de Juan Rulfo ha demostrado con creces la multiplicidad y la riqueza significativa de ese mundo poblado por murmullos, voces y silencios'. A las interpretaciones semánticas, que intentan un determinado sentido al discurso, han venido a agregarse, sobre todo en esta última década, las interpretaciones críticas o semióticas, que pretenden explicar por qué razones estructurales el texto puede producir dichas interpretaciones semánticas 2 . Considerando estas dos orientaciones recién citadas, proponemos aquí una lectura de uno de los cuentos menos estudiados de Juan Rulfo, "El día del
1 Vid. José Carlos González lioLro, "Bibilografla de Juan Rutfo". Cuadernos
Hispanoamericanos. 421-423. Madrid. 1985, pp. 469-490. 2 Según la distinción establecida por Umberto Eco. Les limites de l'interprétation. Paris: Grasset, 1992. pp. 36-38. Entre los trabajos críticos recientes sobre Rutin desiacamos: Marta Portal. Ruar«), dinámica de la violencia. Madrid: Cultura Hispánica. 1984; José Carlos González Hotxo, Claves narrativas de Juan Rolf°. León; Universidad de Leort, 1984: Luis Ortega Gallada, Expresión y sentido de Juan Rulfo, Madrid: José Porrúa, 1984: Milagros Ezquerro. Juan Rulfo. Paris: L'E farrnattan. 1986. derrumbe". Se trata de un texto que reitera algunas de las coordenadas características del universo narrativo del autor y que, además, contiene otras, que contribuyen a atenuar aquellos rasgos de soledad, abandono, pesimismo, absurdo e injusticia que se han visto en el universo narrativo del escritor mexicano3.
"El día del derrumbe..."
Relato de un relato, "El día del derrumbe" es, en
cierta medida, un texto delusivo. Podría incluso decirse que su transparencia es vectora de opacidad. El animado y cautivante diálogo que funciona como único soporte textual, así como la evidencia de la materia referida, envuelven y escamotean una estructura narrativa soterrada, fundada sobre el vaivén, el desdoblamiento y la inversión, aspectos que se concretan a través de la confrontación entre la verdad y la falsedad, la realidad y la apariencia, la rectitud y la distorsión. De hecho, es evidente que ya el título del cuento es signo de una desviación puesto que, contrariamente a lo que el lector podría pensar a primera vista, poco o casi nada se nos dice, al menos explícitamente, acerca de lo que sucedió efectivamente el día del derrumbe. De ahí que supongamos que un estudio más detallado (del que sólo insinuamos un esbozo) de los distintos
3 Publicado inicialmente en Novedades, 'México en la Cultura" (334. 14 de Agosto
1955, pp.3 y 5), "E! día del derrumbe"fue incluido en El llano en llamas a partir de la edición de 1970. La primera edición data de 1953. Cito por la edición de Carlos Blanco Aguiriaga, Madrid: Cciledra, 1985 (Colección Letras Hispánicas, 218), pp.151- 158. No conocemos trabajos dedicados espccOcarnente a este cuento, sólo las páginas dedicadas a él por Donald K. Gordon (Los cuentos de Juan Rutin Madrid: Playor, 1976. 136-144) y por Marta Portal (op. cli, 211-218). elementos que participan en la cadena comunicativa (los que cuentan, qué cuentan y a quiénes cuentan) permitiría una percepción más nítida del funcionamiento de dicha estructura. Se trata, repetimos, de una estructura velada bajo ese flujo de palabras y que, por lo demás, pone en evidencia el funcionamiento de un relato y, a la vez, construye el texto que leemos.
"Oye. Mentón..."
Es evidente que estamos ahora a leguas de
distancia de otro relato de El llano en llamas ("Nos han dado la tierra") en el que, sin embargo, también aparece un personaje llamado Melitón y en el que el narrador monologante, innominado como en el texto que ahora nos ocupa, dice en algún momento: "No decimos lo que pensamos. Hace ya tiempo que se nos acabaron las ganas de hablar. Se nos acabaron con el calor. Uno platica muy a gusto en otra parte, pero aquí cuesta trabajo." A pesar, entonces, de tratarse de personajes que comparten vivencias y actitudes similares frente al mundo, la perspectiva parece totalmente opuesta. Como se sabe, en "El día del derrumbe" la situación narrativa básica es la de la plática. En ausencia de un hablante intermediario, tenemos acceso Inmediato y directo al discurso de los personajes, narradores que aúnan sus voces para contar una historia a un auditorio que, al parecer, escucha atentamente. Se puede afirmar, por lo tanto, que este texto no es sólo un diálogo sino que, en 4 En El llano en llamas. ed.cit. p.40 Este euento fue uno de tos primeros publicados por Juan Rae fa (en ta reuista America, 42 (31 de Agosto de 1945), pp.19-21. realidad, es un doble diálogo. El primero se establece entre el narrador principal (anónimo y que llamaremos narrador A) y su paisano Melitón, que también ejecuta la actividad enunciativa. Se trata de un diálogo que hasta podría calificarse de teatral y que a su vez forma un conjunto dirigido hacia otros personajes (llamados una vez "estos señores", p. 153) que no responden. suscitándose así la configuración de un segundo diálogo, esta vez monológico, una estrategia también presente en otros cuentos de Rulfo, como en "Luvina", por ejemplo. Desde un comienzo, cada uno de los hablantes asume funciones bien precisas. El narrador A (de quien no conocemos ni su nombre ni su oficio en forma determinada) es quien lleva la voz cantante, quien orienta y comenta la historia - que en el Inicio es, sobre todo, su historia), quien recuerda de manera pormenorizada y a veces con dificultad (fingida o verdadera, es imposible saberlo) algunos detalles, quien actualiza un pasado, apropiándose y distanciándose de él. Este narrador recurre a Melitón cuando dice haber olvidado algo, cuando no puede continuar su discurso porque desconoce algún punto de la historia o simplemente cuando necesita alguna confirmación de lo dicho. El otro narrador es Melitón. El ha sido Presidente Municipal del pueblo y es el elemento indispensable para sostener y completar el relato. Posee un amplio conocimiento de su mundo, de su entorno, así como también una memoria prodigiosa, lo que le permite reproducir el discurso del gobernador cuando el narrador A le cede la palabra para tal efecto_ La oralidad, el diá logo y , por ende, el vaivén narrativo, presid e n la co mpo sición d el texto. El relato se construye yendo del presente al pasado, de un narrador a otro. Es un relato que escamotea ciertos aspectos del referente contextual, situación que se opone a la profusión de detalles con los que se entrega la historia evocada. Así, por ejemplo, se ignora cuál es el pueblo de los personajes, aunque se supone que el lugar donde se encuentran en el presente de la narración es el mismo donde se realizó la comida en honor del gobernador. Tampoco se sabe cuándo se produce la conversación, aunque se puede deducir que ésta tiene lugar un año y dos o tres meses más tarde del día en que un terremoto sacudió la región. También se escamotea el inicio del diálogo, puesto que el texto comienza de manera abrupta ("-Esto pasó en septiembre. No en el septiembre de este año sino en el del año pasado."), situándose de lleno en un momento en que la "conversación" parece derivar hacia el tema que al narrador le interesa desarrollar. Situados así en un presente indefinido e imperfecto, nos adentramos en un pretérito focalizado y localizable, en una situación en la que los narradores fueron, más que actores. espectadores. Ahora, el esquema se ha invertido. La posesión de la palabra les otorga el carácter protagónico, les confiere un nuevo estatuto conforme al cual se sumen y se entregan a una misión de presentación y de rescate de los grandes hechos de la vida cotidiana. Quieren, pues, actualizar aquellos episodios que no fundamentan, pero que parecen ser el fundamento de sus existencias, se abocan a fundar el presente fundiéndolo con un pasado; una evocación del pasado realizada tal vez para distraer, para llenar el tiempo con palabras y proporcionarle un sentido. La estructura dialógica del texto es, en verdad, una serie casi ininterrumpida de preguntas y respuestas. Preguntas retóricas que sólo requieren aceptación, preguntas que solicitan una precisión o una verificación de la información, preguntas por medio de las cuales se piden datos (encabezadas la mayor parte de ellas por el característico "Oye Melitón...") , se suceden vertiginosamente, enmarcando lo que sería una suerte de interrupción de esta lógica narrativa: la asunción por parte de Melitón, del papel protagónico en cuanto repetidor de un fragmento de un discurso ajeno. Por lo demás, llama la atención de que el diálogo central resulte, en cierta medida, un desdoblamiento de la historia evocada; esta parece motivada, en gran parte, por la visita del gobernador al pueblo y el diálogo que leemos se origina sin duda por la visita de unos forasteros que constituyen, por su propia condición de extranjeros, el público ideal para la plática. Como en el presente de la enunciación, también en la historia evocada son dos los personajes que emiten discursos (el "catrincito", miembro de la comitiva, y el propio gobernador). Durante esa situación son ellos, los narradores (entre otros), quienes escuchan los discursos, son ellos dos de los espectadores de esa suerte de representación que significa la llegada y la visita de las autoridades. En el presente del texto son los narradores quienes se apropian de la palabra y repiten los discursos, actualizándolos, poniéndolos en escena. Más aún, así como el discurso del gobernador es interrumpido en varias ocasiones por la intervención de un borracho, la repetición de dicho discurso en boca de Mentón es interrumpida a su vez por los comentarios del narrador A. Pcr otro lado, e inversamente, si la visita de la máxima autoridad representativa del Estado es un hecho único y excepcional, su evocación por parte de los habitantes del pueblo ha sido frecuente y reiterada (recuérdense las palabras de Melitón: "... lo he repetido tantas veces que hasta resulta fastidioso.", p.153).
"Después de los temblores cayó por aquí el gober-
nador"
Estamos en presencia de dos catástrofes, dos
perturbaciones; la primera, natural, la segunda, de otro orden. Estos dos trastornos constituyen el referente inmediato de la historia evocada. El punto de partida es la relación del temblor ocurrido en la región un día 18 de septiembre, la cual deriva enseguida hacia la descripción pormenorizada de la visita fugaz (algunas horas) de las autoridades (tres días más tarde) visita que constituye la parte central del relato y que presenta un núcleo narrativo particular: el discurso del gobernador. En distintos niveles y aspectos, los elementos configuradores de estos episodios se vinculan por la presencia del engaño, la distorsión, la apariencia, la desviación. No está demás recordar aquí la distorsión más evidente, que dice relación con el propósito del viaje de las autoridades, como el narrador lo deja claramente establecido: "La cosa es que aquello, en lugar de ser una visita a los dolientes y a los que habían perdido sus casas, se convirtió en una borrachera de las buenas." (p.153). Se trata de una situación que, por otra parte, recuerda lo sucedido en la novela Pedro Páramo, cuando el luto por la muerte de Susana San Juan se transforma en una fiesta. De la historia referida por los hablantes surgen (y la mayor parte de las alusiones y referencias críticas sobre este cuento lo ponen en evidencia) algunos rasgos característicos de ese mundo campesino propio de la narrativa de Juan Rulfo. Se advierten así, de manera explícita o apenas soslayada, factores tales como la religiosidad (la gente que sale de los escombros para ir a refugiarse a la iglesia, p.151), la violencia incontrolada (la refriega mortal acompañada por el ritmo del Himno Nacional, pp.157-158), el machismo (la mujer del narrador A debe dar a luz sola, sin poder contar siquiera con la compañía de su marido borracho, p.158). En todo caso queda claro que el aspecto que ofrece mayor desarrollo e interés desde el punto de vista narrativo es el que se refiere a la relación entre el pueblo y el poder. Es una relación caracterizada, más bien, por la ausencia de vínculos. Se trata, en definitiva, de una oposición que, desde la perspectiva del discurso, está representada por la diferencia existente entre el habla llana y espontánea de los campesinos y el lenguaje rimbombante y retórico de las autoridades. Es evidente que el engaño, la distorsión, se manifiesta con fuerza singular en el discurso del gobernador. Se trata de una suerte de reliquia que Mentón ha aprendido de memoria y que resulta ser, a nuestro juicio, un paradigma del discurso populista que ha perdido su real capacidad de persuasión e identificación, para convertirse en un lenguaje vacío y sin vida. Es un discurso enfático, ridículamente solemne, solemnemente ridículo, que contiene vocablos, citas y expresiones poco adaptadas a las circunstancias y al nivel de los eventuales receptores. Es un discurso rico en epítetos y repeticiones innecesarias, formulado con construcciones sintácticas impropias y que revela, no sólo la distancia que lo separa de la expresión popular, sino que revela también una apropiación superficial de los signos, la falsa asunción de una palabra que, en definitiva, es ajena. Además se percibe nítidamente que este lenguaje ampuloso y altisonante no es más que una cortina de humo detrás de la cual se esconde un personaje vulgar y grosero y. además, impotente (pese a su función), ya que su presencia no impide el tumulto y las disputas. En contrapartida, también puede observarse que el lenguaje de los campesinos, si bien simple y "natural", plagado de giros, expresiones y construcciones propias del habla popular, está plenamente asumido. Incluso en el idiolecto de los narradores aparecen ciertos vocablos que indican el conocimiento de un vocabulario no tan restringido como habría de suponerse ("geólogo", "arguyendo", "impávido", "epifoeo", por ejemplo). El entusiasmo, la admiración, la sumisión y el acatamiento ante un poder distorsionado, manifestado en una presencia inútil que engendra gastos en vez de generar soluciones, tiene también un revés. De hecho, los campesinos a su vez engañan a la comitiva (en forma nimia por cierto), pero porque no tienen otra solución, porque las condiciones materiales así lo exigen: "Porque aunque ustedes no lo quieran creer y ellos no se dieran cuenta, estaban comiendo carne de venado del que por aquí abunda. Nosotros mos reíamos cuando nos decían que estaba muy buena la barbacoa ¿O no, Melitán?, cuando por aquí no sabemos ni lo que es eso de barbacoa" (p.154). Hay otros vacíos "culturales" en el mundo de los campesinos. Tampoco saben a quién representaba la estatua situada en la plaza del pueblo. Uno de los miembros de la comitiva ("el catrincito") les reveló que se trataba de Benito Juárez. Ellos, con un pragmatismo casi rayano en la ingenuidad, celebran indistintamente a Hidalgo, a Morelos o a Carranza. Se trata de una situación que puede verse como representación de una cierta ignorancia por parte del pueblo, aunque. bien mirado, nos parece que puede también significar el hecho de que la Revolución no ha llegado hasta aquellos parajes, que no la han conocido (o la conocen sólo de oídas), que la Revolución no ha trastornado sus condiciones de vida. La Revolución, más aún, la Historia, es una estatua y, como el discurso del gobernador, se ha petrificado. Pero la relación entre el pueblo y el poder aparece, desde el punto de vista de los narradores, como una reillción compleja, ambigua, en una palabra, doble. Salta a la vista que tanto los personajes evocados como los propios hablantes han sido contaminados por una suerte de movimiento generalizado de éxtasis y embeleso, de sujeción y dependencia hacia la autoridad: "...la gente estaba que se le reventaba el pescuezo de tanto estirarlo para poder al gobernador" (p.152): "...allí estábamos para servirlos, porque como dijo Liborio, el administrador del Timbre [—dna importa que esta recepción nos cueste lo que nos cueste que para algo ha de servir el dinero." (p.154): "...y luego tú, Melitón, [...]lasta te desconocí cuando dijiste que se chorrié el ponche, una visita como éstas no se desmerece..." (íd). Sin embargo, también es tangible que los campesinos tienen conciencia del engaño y de la distorsión que representa esa visita y ese poder: "Y eso que nomás estuvieron un día y en cuanto se hizo de noche se fueron, si no, quien sabe hasta qué alturas hubiéramos salido desfalcados, aunque eso sí, estuvimos muy contentos" (p.152). Y ante su auditorio, el narrador A insiste, con un tono no exento de Ironía, en la inutilidad, pero también en la necesidad de la presencia de ese poder corporeizado en la figura del gobernador: "Todos ustedes saben que nomás con que se presente el gobernador, con tal de que la gente lo mire, todo se queda arreglado [...]En viniendo él, todo se arregla, y la gente, aunque se le haya caído la casa encima, queda muy contenta con haberlo conocido." (íd). Esta actitud contradictoria, este movimiento de distanciamiento e integración se refleja también en la relación que mantiene el personaje con respecto a la historia evocada. Si bien esta primera persona que asume gran parte de la responsabilidad de lo narrado cede el paso a un nosotros, que refleja en sentir colectivo, ésta última se convierte también en una tercera persona plural ("ellos" . "todos", "la gente"), lo que le permite separarse y situarse en una perspectiva de observador y testigo, de narrador clásico, como si no participara directamente en los sucesos referidos: "Oye, Melitón, Por cuáles víctimas pidió é1 que nos asilenciáramos? /Por las del epifocof -Bueno, pues, por ésas. Después todos se sentaron, enderezaron otra vez las mesas y siguieron bebiendo ponche y cantando la canción esa de `las horas de luto" (p.158). Al final del texto, la primera persona recupera la prioridad de la experiencia narrada.
"Como les estaba diciendo..."
La estrategia discursiva aparece determinada por
la presencia textual de un narratario. Esta presencia es, en gran medida, responsable del modo como se entrega el relato. En este cuento, como lo hemos dicho anteriormente, la audiencia receptora directa del relato oral, y su proximidad física con el narrador, confiere al discurso una fuerte dosis de dinamismo. Esta asistencia receptiva obliga al hablante a considerar el impacto que su narración puede causar en su destinatario, y a tratar de que éste preste una atención sostenida y que considere la importancia y la veracidad de lo relatado. En varias oportunidades (diez, para ser precisos), el narrador principal apela directa o tangencialmente al otro componente de la función narrativa: "Pero espérense" (p.151); "el temblor ese que les digo"; "Todos ustedes saben"; "Como les estaba diciendo", "no crean ustedes que venía solo" (p.152); "Sólo que estos señores..." (p.153): "Ya les dirá mejor"; "aunque ustedes no lo quieran creer" (p.153); "con eso les digo todo"; "Hubieran visto..." (P.157). Tales formas interlocutivas tejen un sistema de modelizaclón enunciativa, con cuyos elementos, nos permitimos insistir, se intenta llamar la atención del auditorio, asegurar su simpatía, determinar una convergencia o un juicio compartido, al mismo tiempo que quieren dejar establecido el conocimiento cabal de los hechos y la autenticidad de los mismos. La falta de respuesta verbal por parte del narratario, implica la función asignada a Melitón. En realidad, pareciera que el narrador A no busca -ni necesita- la reacción directa del auditorio sino la de su paisano quien, de este modo, junto con presentar las características de un segundo narrador cumple el papel de intermediario y relevo necesario entre el hablante principal y el receptor del mensaje. El texto así construido resulta también una puesta en escena de la acción discursiva, esto es, de la idea de que el lenguaje realiza una función referencial y una función performativa. En otras palabras, que hablar es también hacer, porque el uso del lenguaje es una actividad que incluye el acto de decir algo, el que tiene lugar al decir algo y el que acaece por decir algo ten la medida en que realizan acciones socialmente relevantes que apelan ciertas consecuencias en lo que concierne el pensar, el sentir y el actuar de los interlocutores) . Se hace algo cuando se dice algo y, en este caso, lo que los narradores efectúan no es sólo una evocación por medio de la cual distraen, advierten e Informan, sino que también presentan la génesis y construcción de un relato, del relato. En efecto, desde el punto de vista de la pragmática del acto discursivo, las palabras del narrador A constituyen, en definitiva, un relato plenamente elaborado, porque se trata de un discurso que contiene y explícita, de manera coherente, las distintas proposiciones que hacen que un relato sea considerado como tal. Dicho de otro modo, lo que se nos cuenta no es sólo lo que sucedió después del terremoto del 18 de septiembre, sino que también se ejemplifica, en filigrana, la manera 5 Vid. Jorge Lozano. Cristina Perla Marín. Gonzalo Abril. Análisis del discurso. Hacia una semiótica del discurso, Madrid: Catedra, 1982. como se construye un relato, todo relato: los escombros son los cimientos, del día del derrumbe se alzan los pilares del relato. Esquematizando en extremo, se puede decir que la mayor parte de los relatos comparten estructuras de contenido similares, Según lo establecido por los estudiosos esta estructura "canónica" incluye cinco elementos o categorías, a saber: un exposición (que implica la toma de posesión de la palabra narrativa, lo que da por terminada la conversación para dar inicio al relato propiamente tal), constituida por las indicaciones sobre el tiempo y el lugar, sobre los personajes y la situación inicial; una complicación o nudo de la intriga, en la que se refieren uno o varios acontecimientos notables en relación con la situación inicial; una resolución o desenlace de la intriga, sus consecuencias para los personajes; una evaluación, en la que el narrador interrumpe el relato para situar el interés de la historia, para apreciarla y dramatizarla, entregando también consideraciones provenientes de los/sus propios personajes; una coda o moral que puede deducirse de la historia (categoría optativa, como la precedente)6. Parece entonces evidente que, gracias al trabajo del narrador A, a sus apelaciones continuas, a la colaboración de Melitón. "El día del derrumbe" va construyéndose gracias a dicha estructura a partir de resumen orientativo inicial. Puede notarse, por lo demás, la función sobresaliente desempeñada por la 6 De acuerdo ron ta tests de Laurrb y Waletzky ("Narro M'e analysbi: oral uerstons of personal experience", en J. (beim Essays on the verbal and visual arte. Seatle: Washington University Press, 1967), Kintseh y Van Difk ("Comment on se ra vat. el on résumc des histotres», Langages, 40, 1975), Aciarn y Gambler ("Labor) et le recti", Cahiers de Linguistique sociale, Untoersir de tiende Normandie, 3, 198 H. Sobre este aspecto puede laniblen consultarse Guy Denhiere, edil., II était une raiz. Comprehension et souvenir de recita, Presse Unioersaaires de Lile. 1984. evaluación, lo que implica necesariamente una constante autoreferencia, más o menos evid ente, al propio proceso de constitución del relato. Y es posible que esta representación de un relato, de su estructura general, sea lo que explique el papel protagónico realizado por el lenguaje, por las continuas alusiones al lenguaje utilizado por el propio narrador. En efecto, como podemos verificarlo, cada cierto tiempo, el hablante parece sentir la necesidad de expresarse de acuerdo con aquellos términos que le parecen más justos y adecuados al contenido del discurso, aquellos que den cuenta lo más fielmente posible de la realidad evocada. Recuérdese que el narrador A solicita a Melitón la letra de la canción repetida durante la fiesta (p.153), la versión literal del discurso del gobernador (pp.155-156), una palabra específica del discurso del acompañante ("epifoco", p.158). También le pide ayuda para tratar de encontrar aquel vocablo que le permitiría describir correctamente la actitud del gobernador ante los disturbios ("impávido", p.157). Existe pues, un intento decidido de relatar los hechos utilizando las palabras pertinentes, de adecuar lo mejor posible el instrumental lingüístico a la realidad distorsionada de la que se quiere dar cuenta. En este sentido, y desde el punto de vista de la estructura del relato, la coda (que es una suerte de prolepsis interna y que no guarda una relación directa con el resto del contenido referido) cumpliría una doble función. Por un lado, implica la distorsión del propio mundo de los campesinos, que reitera la ya instaurada por el mundo del poder (la actitud poco responsable del narrador A es semejante a la irresponsabilidad del gobernador, la primera en el plano familiar e individual, la segunda en el plano social), Por otro, señala la voluntad del narrador de otorgar a su relato la mayor veracidad posible, la mayor coherencia informativa (la alusión al episodio del nacimiento de su hijo le sirve como prueba fehaciente de la exactitud de los datos entregados). De este modo, "El día del derrumbe" organiza y propone un doble sistema de referencialidades. La primera es la externa, es decir, todo aquello que tiene relación con los contenidos temático-textuales. La segunda es la interna: es una referencialidad que se origina en el propio texto, que se vincula con la situación enunciativa, una cadena de deícticos cuyo punto de arranque lo constituye la primera frase del cuento: "Esto pasó en septiembre." (p.151). A partir de ella se inicia el ceremonial de la verbalización, comienza el ritual del lenguaje para aquellos personajes que parecen vivir en y por la utilización de la palabra, de una palabra que al recrear realidades, está creando mundos alternativos o complementarios. Parece evidente que para estos personajes la prioridad está en la palabra, también en los gestos, más que en la explicación comprensiva ❑ la interpretación profunda de los hechos. Terminamos aquí una breve lectura de este doble relato que muestra el funcionamiento de la palabra creadora, y que también da cuenta de la doble postura, de la inversión, de la alteración y de la desviación del mundo. Se trata de una desviación que los protagonistas desean entregar con las palabras propias, con las expresiones adaptadas y pertinentes, porque en última instancia son las palabras las que producen este nuevo orden de realidad que para ellos instaura la plática y para nosotros significa el texto. Un texto literario del que es responsable otro hablante y que en cuanto visión alternativa es, a su manera, una forma de desviación, de distorsión de la Historia o, por lo menos , otra versión de ella. Así se habla del mundo y de sus contingencias, como estos personajes de Rulfo se dan cita con las palabras para hablarse a sí mismos, para hablar a los otros que son también uno mismo: "¿O no es así Melitón? -Eso que ni qué."