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“Un Viaje Apasionante”

(Génesis 12:6-7)

En la porción bíblica de esta semana entra en escena el llamado “padre de la fe”: Abram, el cual recibe una
instrucción de parte del Eterno para salir de su tierra y su parentela. Un llamado que es también para nosotros
y el cual vamos a estudiar en nuestro Altar Familiar de hoy; aprenderemos específicamente de dos lugares
por donde Abram pasó y tuvo un encuentro poderoso con Dios.

Esos lugares son Siquem y el Encinar de Moré, ambos muy significativos en ese trayecto que recorrió Abram
porque son dos etapas en nuestra relación con Dios. Siquem significa “hombro”, “cerviz”, “nuca”, en
relación con levantar una carga; Siquem es el lugar de nuestra primera experiencia espiritual, allí es donde
entramos en pacto con Dios y nos comprometemos con Él (Deuteronomio 11:26 al 30)

Así mismo, Siquem es un lugar de toma de decisiones (Josué 24:1 al 15) y en dónde se cometieron graves
infidelidades contra Dios: allí violaron a Dina, la hija de Jacob y en otro momento el rey Abimelec provocó
una gran matanza. Es imposible no asociar este lugar con Yeshúa cargando con nuestras iniquidades y
nuestros pecados, a través del peso del madero, y abriéndonos el camino para entrar en pacto con Dios.

Siquem representa la pecaminosidad del hombre y su incapacidad para cumplir con sus propias fuerzas los
requerimientos del Padre; pero al mismo tiempo, simboliza la fidelidad de Dios en medio de la
pecaminosidad del ser humano, siempre Fiel aunque nosotros seamos infieles. Por eso, Siquem se trata de la
entrega del “yo” y la encomienda que Yeshúa nos dejó de tomar su cruz todos los días y seguirle.

¡Pero esto no es todo! Nuestra relación con el Padre debe ir a otro nivel de cercanía e intimidad, pasar de
“Siquem” al “Encinar de Moré”; Moré significa “maestro” y viene de una raíz que significa “fluir”;
“poner”, “echar”, “tirar”; “señalar”; “enseñar”. Después de esa primera experiencia espiritual en “Siquem”,
Abram (y nosotros también) necesitamos un mentor, un maestro que nos de herramientas espirituales.

Siquem estaba en la llanura, pero el Encinar de Moré estaba en el monte, en lo alto; eso implica elevarnos
espiritualmente a través del conocimiento y la praxis de la Palabra de Dios que nuestros mentores están
enseñándonos. Cada quien elige la profesión de su preferencia, pero sea la que sea, todos pasamos algún día
por las manos de un maestro; como hemos dicho: es imposible ser discípulo sin recibir un discipulado.

Entonces, en este nivel aprendemos a distinguir lo santo de lo profano, lo puro de lo impuro, lo que agrada a
Dios y lo que no; tu sabes que has llegado al “Encinar de Moré” cuando empiezas hacer separación de lo
que suma y lo que no para el propósito de Dios en tu vida. Abram decidió hacer de la Palabra de Dios, de la
enseñanza de las instrucciones del Padre su lugar de habitación.

Allí edificó Abram un altar y todo altar necesita un sacrificio; si en Siquem entregamos el “yo”, en la Encina
de Moré lo entregamos todo. El sacrificio debía consumirse entero sobre el altar para luego, con esas cenizas
ardientes, encender otro altar: el del incienso; si no se consumía todo el holocausto sobre el altar del
sacrificio, no era posible avivar el altar de incienso y que subiese olor fragante delante del Eterno.

¡Pasemos como familia desde Siquem hasta el Encinar de Moré! Desde una relación solamente de gratitud
por la salvación, hasta una donde recibimos sus instrucciones y las ponemos en práctica para poder ser más
cómo Él y menos cómo nosotros. Bienvenidos a este “viaje apasionante” ¡Felices Altares Familiares y un
Shabat Shalom! Les amamos familia.

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