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Un análisis sobre dos conceptos

del pensador italiano Antonio Gramsci.


Antonio Gramsci (1891 – 1937)

Hegemonía y contrahegemonía son dos


conceptos teóricos desarrollados por el
pensador italiano Antonio Gramsci. El
término hegemonía tiene su raíz
etimológica en la palabra griega
eghesthai que significa “conducir”,
“guiar”, “comandar”. Hegemonía no
debe confundirse con dominación. Por
dominación, Gramsci entiende el uso o
la amenaza de coerción, de imponer el
orden mediante la fuerza física a través
de la policía o el ejército. Pero Gramsci
sostiene que una sociedad no se puede
mantener ordenada solamente bajo la
amenaza de la fuerza física. Aquí entra
en juego el concepto de hegemonía.
Las clases dominantes construyen su hegemonía para controlar a las clases
dominadas a través de la imposición de un conjunto de significados,
percepciones, explicaciones, valores y creencias de ese sector que serán
vistos como la norma. (...). La hegemonía logra consolidar un bloque
hegemónico donde las clases sociales se encolumnan detrás del proyecto
de la clase dirigente sostenidas en dos ámbitos: la sociedad política y la
sociedad civil. En la sociedad política se instrumenta el control, se
organiza la dominación a través de la fuerza, a partir de la administración
del gobierno y el control de Estado, las instituciones políticas, los aparatos
de justicia con su sistema penal y las fuerzas armadas y la policía.
Mientras que la sociedad civil a través de sus instituciones y
organizaciones privadas dicta ese conjunto de significados, percepciones,
explicaciones, valores y creencias, mencionados anteriormente, moral e
intelectualmente correctos según la perspectiva del bloque histórico
dominante. En esta esfera se impone el consenso sobre esta cosmovisión
desde el arte, la educación, los medios masivos de comunicación, la
filosofía, la religión y la cultura.

Esta hegemonía cultural, que permite ampliar el horizonte o los alcances


de la dominación más allá del control de los aparatos represivos del
Estado, se articula mediante mecanismos tales como el sistema educativo,
las instituciones religiosas y los medios de comunicación. “Familia,
iglesias, escuelas, sindicatos, partidos, medios masivos de comunicación,
son algunos de estos organismos, definidos como espacio en el que se
estructura la hegemonía de una clase, pero también en donde se expresa el
conflicto social. Porque la caracterización de una sociedad como sistema
hegemónico no supone postular un modelo absolutamente integrado de
ésta: las instituciones de la sociedad civil son el escenario de la lucha
política de clases, el campo en el que las masas deben desarrollar la
estrategia de la guerra de posiciones”. A través de estos mecanismos es
que se realiza esta imposición de valores, creencias y significados de
forma que los dominados conciban como natural este sometimiento y
puedan apropiarse de esta forma “correcta” de ver el mundo, neutralizando
así su capacidad e ímpetu revolucionario. Surge aquí la figura del
intelectual orgánico. El intelectual orgánico al bloque histórico dominante
puede ser un profesor, un cura, un erudito, un comunicador, un escritor. Su
función es la de trabajar en las distintas organizaciones culturales y en los
partidos políticos dominantes para asegurar el consentimiento de las clases
dominadas al proyecto del bloque histórico preponderante. “Estas
funciones son, precisamente, organizativas y de conexión. Los
intelectuales son los «empleados» del grupo dominante a quienes se les
encomiendan las tareas subalternas en la hegemonía social y en el
gobierno político; es decir, en el consenso «espontáneo» otorgado por las
grandes masas de la población a la directriz marcada a la vida social por el
grupo básico dominante, consenso que surge «históricamente” del
prestigio -y por tanto, de la confianza- originado por el grupo prevalente
por su posición y su papel en el mundo de la producción; y en el aparato
coercitivo estatal, que asegura “legalmente” la disciplina de los grupos
activa o pasivamente en “desacuerdo”, instituido no obstante para toda la
sociedad en previsión de momentos de crisis de mando y de dirección,
cuando el consenso espontáneo declina” (GRAMSCI, 1967).

A continuación voy a comentar sobre algunas precauciones útiles. Cuando


los subalternos prestan su consenso al proyecto político de las clases
dominantes es porque encuentran en la acción hegemónica distintas
utilidades o satisfacciones a sus necesidades. Estos acuerdos, compromisos
o alianzas que sostienen la hegemonía y la legitimidad otorgada por los
subalternos, pueden cobrar la forma de un aumento de sueldo, servicios de
salud, educación o seguridad social, por citar algunos ejemplos. Pero no
solamente en realizar acuerdos o compromisos se basan las concesiones
que otorga la clase dominante a los subalternos. Imposibilitada de
incorporar a todos los sectores al sistema de producción capitalista, la
clase hegemónica debe, inevitablemente, aceptar que los sectores más
desfavorecidos o excluidos de este sistema se inclinen a la búsqueda de
otras vías para satisfacer sus necesidades. Canclini cita como ejemplos los
casos de la producción artesanal, las fiestas populares o la medicina
tradicional. Atendidos ciertos reclamos, realizadas algunas concesiones y
permitiendo la realización de algunas prácticas y manifestaciones, la
posibilidad del surgimiento de una conciencia de clases se ve anestesiada.

Otro, la hegemonía es no situar a esta como propiedad de una clase o un


ámbito que cumple tal o cual grupo y reclama su potestad absoluta, aunque
esto resulte tan sencillo como tentador. Es importante analizar la
hegemonía como instancia, como dispositivo y no limitarse a catalogar a
movimientos, grupos o prácticas solamente en hegemónicas o
contrahegemónicas. “No existen sectores que se dediquen full time a
construir la hegemonía, otros entregados al consumismo y otros tan
concientizados que viven sólo para la resistencia y el desarrollo de una
existencia popular alternativa”(GARCIA CANCLINI, 1984).

La crisis de hegemonía se suscita cuando la clase dirigente se ve


incapacitada de brindar respuestas o soluciones a los problemas colectivos
y así ve socavado el consenso sobre su concepción de mundo. Disminuidas
las fuerzas productivas, el proyecto hegemónico se estanca y las clases
subalternas profundizan las contradicciones del proyecto hegemónico
buscando generar las condiciones para un cambio, para hacer emerger un
nuevo bloque histórico que los encuentre dirigentes y, ya no, dirigidos.
“Todo orden hegemónico es susceptible de ser cuestionado por prácticas
contrahegemónicas que intentan desarticularlo, con el fin de instalar otra
forma de hegemonía. Resulta claro que, una vez que concebimos la
realidad social en términos de prácticas hegemónicas, el proceso de crítica
social característico de la política radical ya no puede consistir en retirarse
de las instituciones existentes, sino en comprometerse con ellas, con el fin
de desarticular los discursos y prácticas existentes por medio de los cuales
la actual hegemonía se establece y reproduce, y con el propósito de
construir una hegemonía diferente”. Los movimientos contrahegemónicos
son luchas, colisiones, rupturas, en torno a la construcción del sentido, en
torno a los conflictos inherentes a esta imposición de una forma de ver el
mundo propia del bloque histórico dominante.

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