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DE LOYOLA
P. Paul Dudon S. J.
TABLA DE CONTENIDO
TABLA DE CONTENIDO .................................................................................................... 2
Prefacio del Autor............................................................................................................... 4
Introducción ...................................................................................................................... 10
LIBRO I ................................................................................................................................ 21
ESPERANDO SU VERDADERO DESTINO ............................................................ 21
Desde hace treinta años se ha escrito mucho sobre San Ignacio. Sus cartas,
publicadas con gran cuidado por tres jesuítas españoles, han sido más
cuidadosamente editadas en la colección de Monumento Histórica Societatis
Jesu. En esta colección figura la correspondencia de los primeros compañeros
del fundador; la Crónica de la naciente Compañía, redactada por Polanco;
el Memorial del P. Fabro; el Comentario de Simón Rodríguez; la
inestimable autobiografía, dictada por decirlo así, por San Ignacio al P. González
de Cámara; los procesos canónicos instituidos en España, para la beatificación
del siervo de Dios. Además, los Ejercicios espirituales y el texto original en
español de las Constituciones han tenido ya su edición crítica. Finalmente los
estudios sobre España, Portugal, Italia, Alemania, Francia y el Papado en el siglo
XVI, se han multiplicado. Gracias a este enorme trabajo, ¡cuántos datos de gran
valor hemos adquirido! Hoy estamos en la posibilidad no sólo de controlar a
historiadores tan acreditados como Bartoli y Rivadeneyra, sino de escribir una
vida de San Ignacio verdaderamente nueva.
¿Me atreveré yo, después de lo dicho, a anunciar que la obra presente tendrá
aún algo nuevo? Se me creerá sin duda, cuando se sepa que he tenido entre mis
manos los papeles del P. Leonardo Cros, y que, reanudé siguiendo sus pasos sus
propias investigaciones, sin prohibirme otras personales. El P. Cros, fue un
infatigable escudriñador de bibliotecas y archivos. Trabajaba muy de prisa;
pero sus jornadas de obrero comenzaban muy temprano, acababan muy tarde
y duraron más de veinte años. Era hijo de un notario. De la atmósfera respirada
en su casa paterna, heredó el gusto de hojear los legajos de familia. Ya sabemos
por sus libros cuánto ha revelado hacerca de las familias de Regis y de Javier.
Sobre los Loyola había ya emprendido, con el mismo éxito, las mismas
incansables investigaciones. Cuando murió dejó sobre su mesa de trabajo, un
regular número de "fagotins" (así los llamaba él, Literalmente: "hacecillos de
leña") listos para la impresión. Estos "fagotins" son un poco pesados, con el
estorbo de muchos textos que se acumulan sin descanso, para la mayor fatiga
del lector. Muchas de esas páginas no tocan, sino de lejos, a Ignacio de Loyola;
pero si no hubiera yo tenido esos "fagotins" a mi disposición, no hubiera podido
hacer tan fácilmente el libro que firmo, porque no contendría tantos nuevos y
curiosos detalles españoles. La probidad y el agradecimiento me obligan a
rendir en este prefacio, un público homenaje a los pacientes trabajos del P. Cros.
En estos últimos años, las obras de Enrique Bóhmer sobre la Compañía de
Jesús, tuvieron particularmente en Alemania y en Francia, un legítimo éxito. Era
natural que se notase, en un historiador protestante, el pacífico y laudable
esfuerzo de justicia, al que los jesuítas no están habituados de parte de los hijos
de Lutero y Calvino. El Sr. Bóhmer ha trabajado con conciencia y método. Es
sabroso oponer sus dichos a los errores de los incrédulos, que amontonan a
cargo de la Compañía, toda una serie de cuentos pasados de moda: viniendo de
un reformado, quizás no se rechazarán a priori sus palabras, como las de los
católicos. Pero fuera de este punto de vista polémico, el Sr. Bóhmer no es para
el historiador de San Ignacio, un poderoso auxiliar. Ha bebido en fuentes ya
abiertas y conocidas de todos antes de él.
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Tales son las huellas que de su actividad apostólica nos conserva el corto
bulario de Julio II. Prueban que Guichardin y Gregorovio lo calumnian, cuando
afirman que el indigno sobrino de Sixto IV no tenía nada de sacerdote. Hasta los
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CAPÍTULO PRIMERO
(1493? —1521)
Una de las tres provincias vascongadas del otro lado de los Pirineos, se
llama Guipúzcoa. Según un historiador local 1 del siglo XVI, Guipúzcoa
significa "amenazar al enemigo"; como si dijera: "te haremos pedazos". La
historia de este rincón de la tierra es tan fecunda en proezas guerreras como
para merecerle un nombre que suena a desafío. Queriendo explicar en
su Compendio Historial, el carácter belicoso de los guipuzcoanos, Lope de
Izasti2 hace una advertencia curiosa: en este país el mineral de hierro abunda,
las aguas potables están cargadas de él, y los habitantes tienen hierro en las
venas; ese es todo el secreto de su temple enérgico. El país es montañoso, la
lluvia frecuente, domina el viento del norte; las gentes no conocen sino la vida
de las fraguas o de los campos; las torres y los castillos de las veinticuatro
familias principales, llamadas Los Parientes Mayores3 están todas edificadas
en campo raso. Sumergidos desde la infancia en ese medio, hombres y mujeres
forman una raza fuerte de cuerpo resistente, de alma orgullosa.
Guipúzcoa. Estos feudales formaban dos partidos o bandos: los Oñacinos y los Gamboínos..
Sus querellas ensangrentaban todavía el país en el siglo XV; Lope de Izasti en su Compendio
pág. 75, y otros cronistas con él, dan la lista de los 24 parientes mayores. Los Loyola van a la
cabeza de los Oñacinos.
A la altura del segundo y del tercer piso y bajo la techumbre se aprecia una
ancha cornisa de ladrillos romboidales. Es el único adorno que da al edificio
alguna arquitectura: morada de gentilhombres campesinos, ricos de recuerdos
y de orgullo, más que de monedas; provistos de rentas que eran suficientes para
darles apariencias de nobles, pero demasiado escasas para proveerles de lujo y
de fausto.
6 Los primeros documentos concernientes a Azpeitia son del rey Fernando IV (20 de
febrero de 1310, 1° de junio de 1331). El lugar se llamó primeramente Garmendia, después
Salvatierra y al fin Azpeitia.
7 Ver la nota 2 de los apéndices.
Por mucho tiempo se ha escrito que la madre de Ignacio era hija del Solar
de Balda, en donde la torre de Azcoitia fue construida por Tubal, nieto de Noé,
que fue el primer hombre que puso pie en España después del Diluvio. Izasti
habla lo más seriamente del mundo de Tubal y de la visita que hizo Noé al
primer soberano de las España. Los azcoitianos han abandonado sin duda ahora
la leyenda de Tubal. Pero reivindican como una compatriota a aquella que
llaman Marina Sáenz de Balda. Leyenda también: Marina no tiene de Balda, ni
el nombre, ni la sangre; fue hija de María de Zarauz y del Doctor Martín García
de Licona, y éste es nieto de Martín Pérez de Licona el cual en 1414 fue
desterrado de Lequeitio su patria y fue instalarse en Ondarroa, donde
construyó una casa que se llama aún ahora Torrebarría, en cuya puerta de
entrada se ve el escudo de los Licona; una cruz plantada en la roca. Lequeito y
Ondarroa, son dos de los doce puertos de Vizcaya. Fue pues de una raza
templada por los violentos vientos de los mares cantábricos de donde procedió
Marina Sánchez de Licona, madre de Iñigo de Loyola.
Como los Loyola, los Licona son de vieja cepa. Estos existían ya antes que
las ciudades de Lequeitio y Ondarroa, lo mismo que aquéllos existían antes de
Azpeitia. Las dos familias están formadas por ricos hombres, las dos son
patronas de las iglesias de su residencia, las dos en el siglo XVI tienen una larga
tradición de nobleza y de fe.
*****
16 Hernando partió para las Indias en 1510, su renuncia a los bienes paternos es del 16
de mayo de 1510; dice entonces tener 25 años.
17 En los archivos de Loyola y los archivos notariales de Azpeitia, véanse por ejemplo los
Los Licona son del mismo temple cristiano. El doctor Martín de Licona,
redacta para la iglesia de Azcoitia el reglamento de 1466; en 1503 un Juan Pérez
de Licona funda en Sasiola cerca de Mondragón un convento de San Francisco.
18Esta tradición está consignada en una declaración hecha en 1571 por Andrés de
Alzaga, beneficiado de Azpeitia. Como lo hemos hecho notar, la presencia del escudo de los
Guevara en el cuadro de la pintura, hace sospechosa esta tradición.
Cuando su padre murió en 1507, Iñigo tenía catorce años. Propúsose pues
la cuestión de su porvenir. No parece, a pesar de la tonsura que quizás había
recibido, que tuviera gusto en seguir la carrera eclesiástica. Era demiasiado
joven para irse a Napóles como Juan Pérez que había muerto allí en 1496, ni a
las Indias como lo hizo Hernando en 1510. Partió para Arévalo19.
Sin embargo es poco probable que fuera Arévalo entonces la morada única
de Iñigo.21 Por sus propias funciones, Juan Velazquez estaba obligado a seguir a
la corte en sus viajes de Valladolid a Medina del Campo, a Segovia o a Madrid; y
naturalmente Iñigo viajaba con él en compañía de sus primos, los hijos del
tesorero de Castilla. Los historiadores suelen decir que Iñigo de Loyola fue paje
de los Reyes Católicos. Esto es inexacto. 22 Los registros de cuentas de la Casa
Real existen todavía en los archivos de Simancas; y en el capítulo de los pajes,
en vano se buscará el nombre de un Loyola. Pero formando parte de la casa de
Juan de Velázquez, es verdad que Iñigo vivía en la corte de Castilla.
calles que van la una a la iglesia mayor y la otra a la iglesia de San Miguel; como allí hubo
desde 1588 un colegio de jesuítas y desde 1579 tratos acerca de dicho Colegio, es probable
que la tradición acerca de la casa de San Ignacio se haya fijado con exactitud y a buen
tiempo.
22 Ya Rivadeneyra había hecho notar esa inexactitud en sus notas sobre la obra de
31 Carvajal. Memorial suma de algunas cosas que sucedieron después de la muerte del rey
católico. B. N. de Madrid, Cod. 567, £. 251.
32 Cisneros a Ayala, 18 de marzo de 1617.
33 Sandoval loc. cit.
34 Por ejemplo el P. Fita Boletín de la Real Academia de la Historia, Madrid, dic. 1890,
2. EL SOLDADO DE PAMPLONA
(1517—1521)
3. EL HERIDO CONVERTIDO
4. EN MONTSERRAT Y EN MANRESA
(1522—1523)
5. EL PEREGRINO DE JERUSALEM
(1523-1524)
Después de un año casi completo que pasó en Manresa, Iñigo partió para
Barcelona. Si creemos a Juan Pascual, aquella partida le fue aconsejada por Inés
Pascual y el Canónigo Pujol, a fin de libertar al peregrino de la maledicencia de
algunos mal intencionados. (1) Pudiera ser que el Canónigo Pujol e Inés Pascual
hubieran dado este consejo; pero no fue ciertamente para evitar
las murmuraciones que podían ocasionar en la ciudad las conversaciones de
Iñigo con algunas mujeres devotas, por lo que tomó esa revolución. Las
conversaciones aquellas datan de los primeros días; y sin embargo durante diez
meses que se continuaron no habían provocado oposición ninguna. Sabemos
además que a su vuelta de Jerusalem Ignacio quería volver a Manresa; no hay
pues verosimilitud en la hipótesis de Inés y de Juan Pascual. Iñigo salió de
Manresa, porque le pareció llegado el momento de embarcarse para Jerusalem.
Así se expresa él mismo en sus dictados a González de Camara (2).
Es una verdadera tradición entre los herederos de la familia
Marcet, (3) que antes de alejarse el peregrino hizo una última visita a Nuestra
Señora de Villadordis, lo que es muy probable. Iñigo había orado y recibido
tanto en aquella capilla que no es posible no se despidiera de la Santísima
Señora. Los Marcet eran entonces los vecinos más cercanos de la capillita.
Muchas veces habían dado limosna a aquel santo mendigo. Así que se imponía
una última visita al agradecido corazón de Iñigo. En medio de la conversación
se desidió a dejar a sus huéspedes el cinturón de fibra tejida con que ajustaba
su túnica. Desde 1522 los herederos de Marcet conservan piadosamente esta
reliquia estimada por ellos más que todos los tesoros.
Nuestra Señora de Montserrat recibió también los homenajes de
Iñigo (4) al salir de allí. Fue a poner bajo la protección de la Virgen Negra el gran
viaje a Jerusalem que era su secreto. A los benedictinos del Monasterio y a su
CAPÍTULO SEXTO
(1524-152 6)
7. EL ESTUDIANTE DE ALCALA
Hacia fines de mayo de 1526, Iñigo tomó el camino de Alcalá. Hizo a pie
aquel largo camino de cerca de ciento ochenta leguas. Desde Montserrat, que
quizás volvió a ver en aquel viaje, había tomado la costumbre de caminar
siempre así, a la apostólica; y aquel rudo penitente no podía concebir otra
manera de llegar a la nueva Universidad donde iba a continuar sus
estudios. (González de Cámara, n. 56)
Alcalá de Henares estaba entonces en toda la frescura de su gloría
naciente. (Hefelé. El Cardenal Cisneros, París, Letouzey 1869, 82-134. Esteban
Azana, Historia de la Universidad de Alcalá, García, 1682, 231-298. Vicente de la
Fuente, Historia de las Universidades en España, Madrid, Fontenebro, 1885, II,
48, 80-82) El movimiento creado en España por el genio de la Reina Isabel,
encontró en el Cardenal Jiménez de Cisneros el mas poderoso propagador.
Cuando no era mas que Gran Capellán en Sigueza, Jiménez había inspirado a su
amigo Lope de Medina-Coeli, Archidiácono de Almazán, la fundación de la
Academia de Siguenza. Llegado a ser arzobispo de Toledo y asociado por
la confianza de los Reyes Católicos al gobierno del Estado, sus medios de acción
se habían por decirlo así acrecentado sin límites. Se alegraba por las
Universidades nuevas abiertas en diversas ciudades del Reino, como la gloria
de Salamanca, aquella Atenas Española que contaba con 7000 estudiantes y en
la que el humanista Pedro Mártir llegaba a su cátedra llevado en los hombros
de sus alumnos, todo ello hacia palpitar de gozo al Cardenal; pero sus
ambiciones eran más vastas aún. Al de esta inmensa diócesis de Toledo, Alcalá
tenía desde hace 200 años una escuela. Fue allí en las márgenes del río Henares,
en una llanura tranquila, donde Jiménez decidió fundar una Universidad que
fue maravilla del mundo.
8. EL PRISIONERO DE SALAMANCA
(1127)
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*
* *
Al llegar a París se alojó en una hospedería frecuentada por españoles,
probablemente en las cercanías del Hospital de Saint Jacques. “Poco después
Tal penuria explica cómo Iñigo tuvo que esperar hasta después de Pascua
de 1534 la toma del birrete doctoral. La obtención del cargo de maestro era una
ceremonia más que un examen. Cierto día, pues, de la cuaresma de 1534, Iñigo
revestido de su capa negra se dirigió en solemne cortejo a las escuelas de la
Nación de Francia, calle de Fouare. Dió una especie de lección, que es el
comienzo de las que la licenciatura le daría el derecho de hacer más tarde;
luego, el maestro que había sido su patrono para la licenciatura, (43) Juan Peña
probablemente, hizo una arenga; enseguida el bedel preguntó a todos los
maestros presentes: “¿Os agrada que el licenciado Iñigo de Loyola reciba el
birrete?” Dado el placet de la asamblea profesoral, Iñigo avanzó algunos pasos
y su regente le cubrió con el bonete doctoral.
* *
Nadie, pues, quedó cerca de aquel que había soñado con agrupar algunos
hombres resueltos a vivir a la apostólica; pero recomenzó en París sus ensayos
de proselitismo. Cuando volvió de Flandes la primera vez, en 1528, se ocupó de
dar los ejercicios espirituales a tres de sus compañeros cuya amistad había
ganado y que se llamaban Peralta, Castro y Amador. Los ejercicios los
transformaron, dieron a los pobres todos sus bienes, aun sus libros, se
instalaron en el hospital y se les vio mendigar por las calles de puerta en puerta.
En medio de estos sucesos Iñigo recibió de Ruán una carta de súplica; era
del indiscreto que en otro tiempo había gastado vergonzosamente los ducados
que habían enviado a Iñigo de Barcelona, y le hacía saber en la carta que había
caído enfermo cuando iba ya a tomar el navio para volver a España, pero que
deseaba volver a ver a su bienhechor. Con la esperanza de ganar a Dios al
infortunado, Iñigo resolvió hacer descalzo y en ayunas las veintiocho leguas de
Otro español (66) del reino de León se unió a ellos. Cuando llegó a París
estaba más provisto de saber, que de dinero. Había estudiado en Valladolid y en
Alcalá la Filosofía y la Teología, y aun había sido en Valladolid regente de Lógica.
Para aprender mejor las lenguas se dirigió a París, pero la Providencia puso a
Iñigo de Loyola en su camino. El generoso mendigo lo socorrió con sus limosnas
y el candor, la actividad, la inteligencia del recién llegado agradaron al
reclutador de hombres apostólicos que era Iñigo; y así por el camino de
los Ejercicios Espirituales, Nicolás de Bobadilla se unió a la pequeña sociedad
que se iba formando.
Más tarde cuando Ignacio de Loyola habrá sido levantado en los altares y
que el grupo apostólico en que había soñado en París se había convertido, según
las palabras de Bossuet, en la célebre Compañía de Jesús, se acordarán de la
fecha del 15 de agosto de 1534. Bajo Luis XIII la iglesia del Sanctorum
Martyrium será reedificada con mayores proporciones. Encim del altar mayor
de la cripta, se colocará un cuadro representando a Fabro en el altar mientras
que Ignacio y sus compañeros, de rodillas, se aprestan a leer la fórmula de su
voto. En la alta iglesia la Capilla más cercana al tabernáculo, a la derecha, será
dedicada a San Ignacio, y en una gran placa de cobre los transeúntes podrán
leer:
Societas Jesu
* *
Mientras que todo estaba listo ya para la separación, Iñigo supo que había
sido denunciado al inquisidor y que le amenazaba otro proceso. Fue a encontrar
al Padre Mateo Ory para explicarse con él, y el inquisidor declaró que en efecto
tenía una acusación sin importancia; pero añadió que le gustaría mucho ver
los Ejercicios Espirituales de los que le habían hablado. Iñigo no tenía por qué
ocultar su instrumento de conquista. Remitió al Padre Ory el manuscrito y éste
lo recorrió y lo alabó mucho, manifestando el deseo de tener una copia. Iñigo se
la envió; después de lo cual se tomó la libertad de insistir ante el inquisidor
rogándole prosiguiera el proceso hasta la sentencia final. El juez se excusaba
diciendo que aquello era superfluo, pero Iñigo permaneció en su idea. Cierto día
se presentó en casa del inquisidor acompañado de testigos y de un notario
público; y cuando salió del convento de los dominicos de la calle de Saint
Jacques, llevaba en el bolsillo un testimonio en buena y debida forma, que
garantizaba tanto su fe, como sus costumbres (76).
EL MAESTRO ESPIRITUAL
(1493-1535)
(1522 -1540)
Desde los primeros años del siglo XVII, la gruta de Manresa, llamada hoy
Santa Cueva, ha sido el objeto de una gran veneración. El marqués de Aytona la
cedió en propiedad a los jesuítas el 27 de marzo de 1602. Poco después, por
deseos de Margarita de Austria, algunos fragmentos de esta roca bendita fueron
enviados a la Corte en diciembre de 1602. Se construyó en la excavación, una
capilla dedicada a San Ignacio mártir (1603). Iban allí las gentes a orar y
obtenían favores milagrosos. El duque de Monteleone fue en peregrinación de
agradecimiento a este lugar en 1606. Los obispos de Vich tenían la costumbre
de hacer allí una visita frecuente. Después de la canonización de San Ignacio en
1622 los trabajos de ampliación y ornato comenzaron, y la afluencia de
visitantes se aumentó extraordinariamente. Nada más legítimo. La Santa Cueva
merece su nombre; fue santificada por la penitencia y la oración de Ignacio de
Loyola. (2)
Pero no está establecido por ningún documento, que Iñigo haya residido
en ella exclusivamente, durante cualquier período de su estancia en Manresa.
Al decir del mismo santo, y de los testimonios manresianos del proceso, está
averiguado que tuvo por domicilio en el principio, y por un poco de tiempo, el
hospital de Santa Lucía, y después el convento de los Padres Predicadores. Una
celda monacal era un lugar propio para escribir; pero una gruta llena de maleza
y estrecha, no. No podrá pues decirse, sinceramente, y contra toda
verosimilitud que los Ejercicios Espirituales fueron escritos en la Santa
Cueva(3).
*
* *
Además, el libro no fue escrito de un solo tirón; hubo entre sus páginas
diversas, muchas y largas interrupciones. A González de Cámara, cuando le
preguntaba de qué manera había escrito el libro, Ignacio de Loyola respondió
textualmente:
Como hemos dicho, fue en el curso del mes de noviembre cuando Iñigo,
Fabro y Laínez emprendieron el camino de Roma. Cuando los viajeros estaban
ya a algunas millas de la ciudad, en la encrucijada de las antiguas vías romanas
Claudia y Cassia, el Señor favoreció a su siervo con una nueva iluminación.
Determinado a prepararse durante todo un año para la celebración de su
primera Misa, Iñigo había tomado a la Virgen por su mediadora rogándola todos
los días que “le pusiera con su Hijo”. Son sus propias palabras. (1) Pues bien, en
esa encrucijada de la Storta (2) habiendo entrado con sus compañeros en una
Capilla que allí había, mientras oraba, sintió que toda su alma cambiaba, y una
clara certidumbre se apoderó de él, de que “el Padre le ponía con su Hijo”. Así lo
dijo más tarde a González de Cámara (3). Pero a Laínez, en aquellos momentos,
y varias veces después, le refirió más en detalle la visión que había tenido en la
rústica capilla. El Eterno Padre se le apareció en el cielo abierto, con Jesucristo
ante El, llevando su cruz, y los dos miraron amorosamente a Iñigo: “Quiero,
decía el Padre, que tomes a éste por tu servidor”. Y Jesucristo interpelando a
Ignacio “Quiero que tú seas mi siervo” y “Yo, añadió el Padre, os seré propicio en
Roma” (4). El cuadro que se admira en el altar mayor de la iglesia de San
Ignacio, ha hecho célebre esta escena. La historia explica su sentido. El
momento en que el futuro fundador de la Compañía recibió este favor celestial,
ha quedado envuelto en el misterio. La cruz del Salvador, ¿no significaría acaso
el anuncio de atroces sufrimientos? Iñigo así lo creyó. “No sé, dijo a Laínez, si
vamos a ser crucificados en Roma”. Pero al mismo tiempo, la seguridad del apoyo
del Señor quedó tan profundamente escrita en el fondo de su alma, que le era
imposible dudar de él (5).
(1539 — 1552)
(1553 — 1556)